De la escuela nueva al constructivismo

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La globalización cubre también el campo de los servicios, con la educación como uno de los sectores más atrasados en este proceso. Hasta hospitales y edificios son administrados por empresas globalizadas. La televisión, la comida, el idioma, la moda y hasta los virus y las enfermedades, también se globalizan. En ello ha cumplido un papel fundamental las comunicaciones. La televisión, el cine, las redes, el fax, la informática y el inglés, han contribuido sensiblemente a universalizar el mundo (Naissbitt y Aburdene, 1992).

La propia música, expresión permanente del folclor regional y nacional, se ha globalizado. De lo contrario no se entenderían fenómenos tan importantes como la generalización del rock en el mundo o la difusión de la Nueva Trova entre pueblos latinoamericanos y de generaciones diferentes13.

El acelerado proceso de globalización es el que ha llevado a varios autores a hablar de habitantes de la “aldea tierra’’ sin distingos de países. Proceso contradictorio, pero creciente. Contradictorio, porque paralelo a él se vive un proceso de florecimiento de los nacionalismos y de reivindicación de lo regional, que ha conducido a la desintegración de países enteros como Yugoslavia, Checoeslovaquia y la Unión Soviética y a la agudización de conflictos en otros como los de Canadá, España e Irlanda. Proceso desgarrador y deshumanizante, que ha enlutado miles de hogares asiáticos y europeos, pero que puede ser explicado más como una contratendencia que como una ruta predictible a mediano plazo. Pero que de todas formas tiene un efecto similar: el debilitamiento del Estado Nación, desde “arriba’’ y desde “abajo’’, como afirman Toffler (1984) y Hobsbawm (1995). Debilitamiento que equivocadamente ha conducido a algunos futurólogos a postular su supuesta destrucción, aspecto que discutiremos más adelante.

La globalización es un fenómeno que reorganiza la vida económica mundial y en la cual América Latina tiene poca participación. Su participación en el mercado mundial de mercancías ha bajado significativamente en las últimas dos décadas al venir de un nivel cercano al 8% y alcanzar en la actualidad un bajísimo 3.6%. Esto ocurre porque sus economías siguen girando en torno a productos y actividades que claramente están en declive en la fase actual del capitalismo, como observaremos más adelante.

De todas maneras se han presentado cambios importantes bajo el deseo de integrarse al mercado mundial de mercancías y servicios, generando una reducción arancelaria y liberalización creciente y significativa de la estructura económica, en especial en lo concerniente al sector externo. Política que ha carecido de los niveles de gradualidad y acompañamientos necesarios, generando con ello situaciones especialmente críticas para el sector agrario y miles de trabajadores a él vinculados.

Aunque el nivel de trasnacionalización en Latinoamérica es aún muy débil, ha avanzado el proceso en especial en el cono sur y en centroamérica. Se unifica la política aduanera, se desregula la actividad económica y se incrementan los acuerdos económicos regionales14.

El sudeste asiático y la globalización

A pesar de la oposición y las revueltas inevitables que genera, la globalización es uno de los rasgos distintivos de la época actual, orientando al mundo hacia la conformación de tres grandes bloques de poder: Norteamérica, la Unión Europea y el Sudeste asiático.

El caso del sudeste asiático es el más importante, porque hasta hace poco tiempo esta región se encontraba entre una de las más pobres del mundo15. Es así como en 1960 el sudeste asiático aportaba el 4% de la riqueza mundial, cifra que para 1996 se ubicaba en el 28% y después de sortear con éxito la reciente crisis generada por el recalentamiento, la corrupción y la falta de controles, se estima que podrían estar llegando al 33% de la producción mundial al iniciarse el nuevo milenio (Villamizar y Mondragón, 1997)

Paralelo a este desarrollo económico –y no podía ser de otra manera– se presenta un significativo proceso en el sudeste asiático, de incremento en la inversión en educación e investigación, que lo convierte en una de las regiones de mayor progreso educativo en los últimos cuarenta años. Es así como partiendo de una escolaridad promedio muy similar a América Latina en los años sesenta, hoy por hoy nos llevan una ventaja enorme. Mientras América Latina tiene un promedio de escolaridad de 5 años, los llamados tigres asiáticos tienen 9 años promedio de educación. Caso aún más destacado en Filipinas, Malasia, Indonesia y Tailandia, que teniendo en los sesenta tasas de escolaridad inferiores en más de un 50% a las latinoamericanas, se equipararon en los ochentas y hoy en día son superiores en un 10%. Aspecto que no debe sorprender si se tiene en cuenta que las tasas de repitencia para el primer grado en América Latina eran casi nueve veces superiores a las del sudeste asiático –35% frente a 4.5% respectivamente– (Naciones Unidas, 1999).

Como señala Drucker:

Las potencias económicas de postguerra –primero el Japón, luego Corea del Sur, Taiwan, Hong Kong, Singapur– todas deben su ascenso a la capacitación que les permitió dotar a una fuerza laboral todavía en gran parte preindustrial, y por tanto de bajos salarios, con una productividad de primera clase en un tiempo muy breve. (...) La aplicación del conocimiento al trabajo aumentó explosivamente la productividad. (Drucker, 1994)

En Japón prácticamente todos los estudiantes continúan estudiando después de cumplir la edad legal obligatoria cuando en Inglaterra sólo lo hace uno de cada dos estudiantes. En los países de reciente industrialización la situación es muy similar: la mitad de la población adulta en Seúl asiste a la Universidad o ya ha sido graduado de aquella. Corea tiene así la más alta proporción de PHD per cápita del mundo.

El tiempo de estudio, una de las variables identificadas como fundamental en las investigaciones actuales sobre escuelas eficientes, es significativamente superior en el sudeste asiático. En Japón, Corea y China, los niños asisten a clase 240 días, mientras que en América Latina apenas alcanzan a ir la mitad de ellos. Y si la comparación entre el país latinoamericano y el Japón fuera hecho en horas, la proporción aumentaría, ya que el tiempo de permanencia diaria del alumno japonés en la escuela es superior. De esta manera se tendría que por cada hora que asiste un niño latinoamericano a la escuela, un niño japonés permanece 3.2 horas. Lo cual significa que la escolaridad japonesa es tres veces más intensa que la latinoamericana16. Aun así, los estudios muestran que el problema puede ser significativamente más grave por ausencia de control de grupo del docente y problemas disciplinarios presentes en la educación latinoamericana. Se estima así que en Argentina sólo se aprovecha el 70% del tiempo de clase y que en otros países de la región los tiempos efectivos son cercanos al 50%, entre ellos, Colombia (Fumagalli, 1990).

A nivel general, tampoco debe extrañar la correlación entre crecimiento económico e inversión en educación e investigación. De ello han dado cuenta diversos estudios mundiales: Denison calculó en el 14% las contribución de la educación al crecimiento de los Estados Unidos entre 1929 y 1982, Madison llegó a resultados levemente superiores para Europa occidental y la Cepal ha llegado a estimar para América Latina en el 27% el impacto de la educación sobre el crecimiento económico en la actualidad (Naciones Unidas, 1999).

Esta creciente participación del sudeste asiático en el mundo económico, liderada por Japón, puede constituirse, junto con la caída del socialismo y la revolución del papel del conocimiento, en los principales acontecimientos de la última mitad del siglo XX.

Reflexiones sobre la globalización

Para terminar quisiéramos plantear por lo menos cuatro preguntas de reflexión:

• La globalización, ¿una tendencia lineal y gradual, como se ha presentado?

• ¿Sólo se globaliza la economía, la cultura y la política?

• ¿Qué costos sociales ha generado el acelerado proceso de globalización?

• ¿Es lo mismo globalización que neoliberalismo?

En primer lugar, el proceso de globalización es mucho más complejo, desigual y contradictorio de lo señalado por la mayor parte de los analistas (Garay L. 1999). Equivocadamente se ha presentado como un proceso lineal, gradual y simple, que conduce a la destrucción de los Estados nacionales y a la aparición de una aldea global. Esta visión desconoce las contradicciones propias del proceso y sus efectos desiguales en los diferentes tipos de economías y países.

La globalización corresponde así a una fase del capitalismo en la cual se reorganiza la acumulación del capital y se reestablecen nuevas divisiones internacionales del trabajo al integrarse los mercados de capitales y debilitarse las limitaciones geográficas a los procesos de producción. Pero no en todas las esferas el proceso marcha paralelamente, ni todos los procesos generados tienen dinámicas similares, ni todos los actores participan de igual manera. Por ello decimos que es un proceso complejo, contradictorio y desigual, a diferencia de la visión unilateral que ha dominado en sus presentaciones. Veamos.

Si diferenciamos en su análisis las esferas políticas, culturales y económicas, como es necesario para su cabal comprensión, resulta claro que se equivocaron quienes pronosticaron la destrucción de los Estados Nacionales, entre los que se destacan Reich (1993) y Naisbitt y Aburdene (1992). Los estados nacionales siguen siendo en la esfera política el órgano central de organización de la vida política mundial, el centro de poder y de toma de decisiones, incluso cuando ellas se reflejan en acuerdos internacionales, acuerdos que se establecen entre los propios estados. El Estado sigue y seguirá teniendo funciones importantes en la regulación de la vida económica, política y cultural; entre otras razones porque nunca la movilidad de los factores será total y mucho menos la movilidad de las personas. Así, si bien los ciudadanos son libres para salir de su patria, no lo son para llegar a la patria vecina, generando una clara paradoja que limita sensiblemente la movilidad de las personas. Posiblemente, el réquiem por el Estado-nación sostenido por algunos futurólogos fue prematuro. El Estado nacional se resiste a desaparecer y tan sólo tímidamente comienzan a aparecer instancias internacionales de legislación, entre las cuales cabe destacar los procesos judiciales iniciados en Europa contra el general Pinochet en Chile y la Junta militar argentina encabezada por Videla. Pero en su esencia, el Estado nacional sigue regulando la vida política nacional.

 

En lo que tiene que ver con la órbita económica, indudablemente la movilidad de los factores es muchísimo más amplia. El dinero, el capital, la tecnología y los productos, circulan, hoy en día, con mucho mayor libertad y facilidad por todo el mundo; pero la movilidad de los trabajadores es sensiblemente menor a la obtenida por el capital y los productos, especialmente en lo que tiene que ver con los traslados de población de los países del tercer mundo hacia los países industrializados. Esta movilidad está expresamente limitada y censurada drásticamente por las políticas de inmigración de las potencias económicas y los países industrializados17.

En lo que atañe a los agentes del proceso, es claro que la globalización ha sido jalonada desde los países del centro, configurando con ellos nuevos bloques de poder, alrededor de Estados Unidos, el sudeste asiático, y la Unión Europea, en lo que llamó Ohmae (1990) el “poder de la tríada” ; bloques en los cuales los países del tercer mundo siguen cumpliendo un papel totalmente marginal, dependiente y subsidiario. Es claro así, que una integración de economías desiguales, favorecerá esencialmente las potencias económicas.

En segundo lugar, se suele pasar por alto que la globalización ha incrementrado sustancialmente la vulnerabilidad del mundo. Al estar mucho más conectados los procesos en los diversos países, las medidas, los problemas, las crisis y las recesiones, se trasladan de manera casi inmediata al resto del mundo. El mundo se hace así hipersensible a las situaciones presentes, en particular a lo que suceda en las economías más grandes e influyentes. Esta situación ha quedado dramáticamente ejemplificada en las situaciones generadas a nivel mundial en los años noventa como las llamadas crisis del Tequila en México, la crisis rusa, la crisis asiática y la crisis brasilera. Como un juego de dominó, la recesión en estos países se traslada a las bolsas de valores de todo el mundo y a toda la actividad económica mundial, en los días siguientes; y sus efectos generan repercusiones de largo alcance en la economía mundial.

En este sentido, resulta paradójico que cuando se habla de la globalización sólo se mencionen la globalización en los procesos, los productos, el dinero y la información. ¿No se globalizan, acaso también, los desajustes, las crisis, las recesiones y los problemas?, ¿La droga, la guerra, el tráfico de armas, o la corrupción?

En tercer lugar, la mayoría de análisis realizados, dejan de lado los altos costos sociales que ha generado el proceso de globalización creciente de la economía mundial. Entre ellos cabe resaltar el desempleo y la inequidad. Al respecto son supremamente preocupantes los indicadores de concentración de la riqueza en el mundo en los últimos treinta años. Es así como para 1960 el 20% más rico de la población concentraba el 70% del ingreso, frente a un 87% concentrado por el mismo quintil superior en los noventa, lo cual explica que el coeficiente Gini de concentración haya pasado para el mismo periodo de un 0.69 a un escandaloso 0.87 (El coeficiente llegaría a 1.0 cuando la concentración fuera total). Así mismo, debe recordarse que mientras en Rwanda el ingreso per cápita ajustado por el costo de vida local está en 352 dólares año, en Luxemburgo es de 34.155; es decir, ¡casi cien veces más alto! (Naciones Unidas, 1999). En lo que tiene que ver con el desempleo, los casos de países como Argentina y Colombia, en los que uno de cada cinco individuos con deseo de trabajar no encuentra puesto de trabajo, a pesar del escalofriante subempleo, es a todas luces diciente, para no hablar de los niveles alcanzados en diversos países europeos.

De allí que, a pesar de los avances descritos en la tecnología, en la producción o en los procesos, subsistan los problemas esenciales del mundo; y que en plena época de la revolución de las comunicaciones, del computador y la microelectrónica, sigan sin solucionar los problemas del hambre y la pobreza para más de mil millones de seres humanos.

Es debido a ello que la globalización demanda altos niveles de intervención estatal para contrarrestar el efecto concentrador que genera. Seguramente es en la esfera de la distribución donde más necesaria es actualmente la presencia de la intervención estatal.

Finalmente, hay que llamar la atención sobre la equivocada y casi generalizada identificación entre los conceptos de globalización y neoliberalismo, por parte de la mayoría de ensayistas.

La globalización es una realidad económica generada fundamentalmente por transformaciones técnicas y tecnológicas asociadas a la revolución de las telecomunicaciones, la fibra óptica y el computador. Gracias a ello, se supera la territorialidad de los procesos de producción en la economía; se globalizan los intercambios de conocimiento, ciencia y arte, a nivel cultural, y en muchísmo menor medida, se internacionalizan los procesos legislativos y judiciales, a nivel mundial.

Por el contrario, el neoliberalismo es la concepción política y económica, que supone que la actividad económica debe dejarse plenamente en manos del mercado, para así, supuestamente, lograr la optimización del crecimiento económico. Debido a ello, presupone que cualquier intervención estatal obstaculizará la tendencia al crecimiento económico.

La globalización es así una consecuencia irreversible del proceso de transformaciones vivido en los transportes y las comunicaciones en las últimas cuatro décadas, mientras que el neoliberalismo es la política económica que postula la liberalización económica total. La primera acercó el mundo a nivel técnico, económico y cultural; mientras que la segunda agudizó los niveles de concentración de la riqueza, trasladó los mayores activos al sector financiero internacional y envió a empresas, economías y trabajadores al libre y desigual juego de la oferta y la demanda.

Atribuirle a la globalización los problemas de inequidad, hambre y miseria hoy en día, es como atribuirle a la maquinaria la explotación de los trabajadores, como tres siglos atrás creyeron los ludistas. Y hoy, las máquinas están presentes hasta en los mínimos espacios de la vida cotidiana y los ludistas sólo existen en los textos de historia.

Por ello, compartimos la afirmación de Hobsbawm:

Sobre esto hay una cierta confusión entre dos hechos distintos. El proceso de globalización es, sin duda, irreversible, y, en ciertos aspectos, independiente de lo que hagan los gobiernos. Pero otra cosa es la ideología basada en la globalización, la ideología del free market, el neoliberalismo, lo que también se ha llamado el fundamentalismo del mercado libre. (Hobsbawm, 2000).

2. La flexibilidad en la economía

El futuro se llama incertidumbre

(Morin, 2000)

La segunda característica económica de nuestro tiempo es la flexibilización. Los productos, las empresas, los horarios, los vínculos laborales y toda la vida económica se flexibilizan.

La flexibilidad implica que las empresas se dividen, se diversifican, crecen o desaparecen en tiempos reducidos. Hoy en día si una persona se vincula a una empresa privada o estatal, ni siquiera tiene la menor certeza de que esta empresa vaya a existir el próximo año. Nadie lo sabe. Nadie lo puede asegurar.

Pero la flexibilidad no se refiere exclusivamente a la estructura empresarial. Los mercados laborales son hoy en día un sector cambiante a un ritmo acelerado. La estabilidad laboral se diluye en un mercado que de manera creciente recurre a los trabajadores temporales, a los pagos por bonificación, a los empleos a distancia, a los horarios flexibles o a los vínculos laborales desde el hogar. Ya para 1977, la cuarta parte de toda la fuerza de trabajo de la mayor parte de los países industrializados practicaban una u otra forma de horarios flexibles (Toffler, 1985 ).

Frente al mercado monolítico y masificado propio de la era industrial, lo característico del momento actual es la diversificación, adaptabilidad y flexibilidad de la producción. Los productos se diversifican y orientan a consumidores individuales que tienen la capacidad para elegir entre una multiplicidad de opciones que presenta el mercado. Los consumidores participan activamente en el proceso de producción, sugieren, orientan, adecúan, colorean y direccionan los productos.

Esta creciente y acelerada flexibilidad de la producción contribuyó con el pujante proceso económico del sudeste asiático vivido en las cuatro últimas décadas del siglo XX y de allí que no sea extraño que se estime en un 33% la producción flexibilizada japonesa (Oman, 1996). Elaborando productos de baja calidad y muy bajo precio, intensivos en mano de obra barata, Japón y China lograron tomarse el mercado asiático de los textiles y manufacturas. Japón continuó la ruta de los servicios y los productos más intensivos en tecnología y amplió sus horizontes en el mercado mundial, dejando parte del espacio asiático a China y los llamados Tigres asiáticos (Corea, Singapur, Hong Kong, Taiwan y, a mediano plazo, India, Malasia e Indonesia, según las predicciones del Premio Nóbel de Economía Paul Samuelson).

Como afirma Jackson:

Después de haber competido en los precios y luego concentrar sus esfuerzos sobre una cantidad más reducida de productos más económicos, ahora las empresas japonesas pueden producir una gama cada vez más amplia de productos, sin soportar las tradicionales consecuencias de los altos costos. Esta flexibilidad ha llegado a su punto más alto en la industria automovilística, en la que se ha denominado “fabricación de escasez”. Básicamente, consiste en reducir el tiempo que lleva modificar los equipos de fabricación de un producto a otro, y recortar las existencias a través del proceso de producción, de modo que la planta pueda producir cinco o seis productos diferentes al mismo tiempo, dentro de la misma línea de montaje y con una calidad incluso superior a la de antes. (Jackson, 1994).

Drucker(1994) compara las corporaciones actuales con una orquesta sinfónica, en tanto todos son miembros de alta categoría, tocan la misma partitura y requieren estar asociados para producir la música, subordinando su especialidad a la tarea común. Sakaiya (1994) considera que la analogía no es adecuada y propone la de la banda de Jazz, para colocar el énfasis en la dependencia de la individualidad de sus integrantes.

Somos –como diría Toffler– una sociedad de consumidores novofílicos, en la cual el ejemplo más evidente es el actual mercado de computadores y software, ya que no alcanza a salir del almacén el producto cuando ya ha quedado desactualizado. Siempre se requerirá ampliar su memoria RAM, su board y su disco duro. El caso de los antivirus es al respecto el más ilustrativo.

Reflexión sobre la flexibilidad creciente de la economía mundial

Dos últimas preguntas para terminar esta sección:

• ¿Qué impacto tendrá la flexibilidad excesiva para la estabilidad psicológica de las personas?

• ¿Qué impacto en su estabilidad económica?

Es evidente que la inestabilidad laboral generará personas con ingresos y vínculos inestables y que ello aumentará considerablemente la inestabilidad personal y familiar. Dados los vínculos institucionales, laborales y sociales, crecientemente flexibles, las personas debilitarán sus raíces y sus vínculos personales; se harán inestables sus trabajos y aumentará la rotación en ellos; lo cual, aunado al debilitamiento general de sus nexos familiares, barriales, regionales, nacionales e institucionales, deberá conducir a la formación de individuos más solitarios y estresados. No por casualidad las enfermedades dominantes con las que nace el siglo XXI son las del estrés y la soledad.

 

3. Surgimiento de una economía basada en símbolos

Pérdida de significancia de los recursos naturales y creciente valorización de las ideas

Confiar demasiado en los ingresos generados por los recursos naturales que no tienen mayor valor agregado es una de las principales características de los países con destino de pobreza.

(Michael Fairbanks y Stace Lindsay, 1996)

En el último tiempo es significativa la pérdida de importancia de los recursos naturales y de las materias primas. Siguen siendo esenciales algunos recursos naturales y algunas materias primas, y entre ellos es especial –y seguirá siéndolo–, el caso del agua; pero la importancia económica general de las materias primas y los recursos naturales, se debilita. La revolución biotecnológica y la inminencia de la producción in vitro de alimentos básicos amenazan el empleo de millones de agricultores en el mundo y las escasas fuentes de divisas de los países tercermundistas. La fibra óptica está sustituyendo aceleradamente al cobre, el azúcar sintético derrumbó los precios de la caña y arruinó las economías basadas en el azúcar. Los productos químicos deprimieron el mercado de aceites vegetales y animales y en un futuro próximo el caucho sintético dejará sin empleo a millones de personas en Malasia e Indonesia; y falta muy poco para que el café elaborado en laboratorios arrase las economías de cincuenta países, entre los cuales se encuentra Colombia y Brasil, que a inicios del siglo XXI todavía siguen dependiendo de su producción y exportación. Países que de no revertir la dependencia en los recursos naturales y las materias primas, no tendrán opción diferente a la pobreza, como sostiene el equipo de investigadores de Porter.

La nueva realidad económica demanda menos materias primas y más conocimiento e ideas. El producto típico de los años 20, el automóvil, tiene un contenido de materias primas de casi el 60 por ciento, mientras que el producto típico de los años 80, los semiconductores, tienen un componente de materias primas cercanos al 1 por ciento.

Según estudios del FMI, el Japón consumió en 1984 el 60% de las materias primas requeridas para el mismo volumen de producción de 1973. Esto explica por qué Japón pueda importar el 96% de las materias primas que utiliza y el 95% de la energía requerida, sin que ello le impida consolidarse como la segunda nación industrial del planeta. (Villamizar y Mondragón, 1995 p. 53).

Debido a que cada día se demanda menos materia prima y más conocimiento, y a la concentración de su compra, el precio de las materias primas ha caído sensiblemente y seguirá cayendo18.

Paralelo al proceso de debilitamiento de los bienes y recursos naturales se ha vivido el creciente peso adquirido por los procesos intelectuales19. Las ideas se valorizan e incorporan valor a los bienes y servicios. Según cálculos de Naciones Unidas el 80% del precio de un automotor y el 90% de lo que cuesta un computador, son regalías, costos de diseño y pago por los componentes intelectuales (Naciones Unidas, 1999). Hoy en día, las exportaciones de servicios y de propiedad intelectual igualan en importancia a las exportaciones de electrónica y automóviles juntos (Toffler, 1994).

Países con alto crecimiento sin ningún recurso natural

Debido al creciente peso adquirido por las ideas en detrimento de los recursos naturales, países sin ningún recurso natural pueden adquirir altos ritmos de crecimiento económico; algo inimaginable hace un tiempo. Es así como Honk Kong o Singapur, son tan solo ciudades-estados que carecen de tierra o fuentes de recursos naturales y aun así, tuvieron una de las más dinámicas economías de los últimos tiempos con tasas de crecimiento del PIB cercanas al 8% durante los últimos cuarenta años, cuando la obtenida durante el período conocido como de la Revolución Industrial fue inferior al 2.5% promedio anual20.

Como concluye el reciente y completo estudio mundial sobre la productividad adelantado por muy importantes grupos de investigación en doce países:

En épocas bien recientes, las naciones de mayor éxito comercial, entre las que cabe destacar a Alemania, Japón, Suiza, Italia y Corea, han sido naciones con recursos naturales limitados que han tenido que importar la mayor parte de materias primas que emplean. También es interesante advertir que dentro de las naciones tales como Corea, Reino Unido y Alemania, son las regiones pobres en recursos las que están prosperando en relación con las ricas en recursos. (Porter, Michael, 1992) (S.N)

En estas condiciones, las enormes ventajas que representaban para los países industrializados contar con la mano de obra barata de los países subdesarrollados, ha dejado de representar una ventaja que justifique la inversión extranjera. Y no es que hayan subido los salarios de los trabajadores de los países subdesarrollados; lo que sucede es que el peso del valor de la mano de obra dentro del total del valor del producto, ha caído. En promedio se calcula que la mano de obra en los países “en vías al subdesarrollo” cuesta una tercera parte de sus costos en los países industrializados. Sin embargo, debido a que se estima que en las compañías competitivas el costo de la mano de obra directa representa menos del 10% del costo total del producto, la ventaja que se gana al emplear mano de obra barata disminuye por los costos adicionales que genera la corrupción, el transporte, los trámites administrativos o la inestabilidad política, entre otros. Debido a ello, de manera creciente la inversión extranjera de los países industrializados se realiza endogámicamente y no en el mundo subdesarrollado ya que su ventaja en términos de materia prima y mano de obra dejó de ser significativa. Así, Japón en la década del 80 realizó el 50% de su inversión extranjera en EEUU, el 40% en la CEE y tan sólo el 10% en los países subdesarrollados (Ohmae, 1990).

La revolución en las telecomunicaciones descrita unas páginas atrás, ha favorecido el proceso de creación de una economía supersimbólica. Internet, la fibra óptica, las tarjetas y el fax, contribuyen así a que el dinero circule electrónicamente, a que el dinero plástico sustituya al papel moneda y a que la riqueza dependa de los símbolos en mayor medida que de los recursos naturales.

B. Tendencias sociales para el próximo milenio

1. La flexibilidad social

Los dioses nos dan muchas sorpresas:

lo esperado no se cumple y para lo inesperado

un dios abre la puerta

(Eurípides)

Al igual que las instituciones económicas, las instituciones sociales se han vuelto crecientemente flexibles y cambiantes. Los matrimonios se disuelven a diario, los tipos de familias se diversifican, los movimientos sustituyen a los otrora poderosos e inflexibles partidos políticos, las escuelas se adaptan a los individuos y a las cambiantes necesidades de la época; los medios de comunicación se diversifican, especializan y dirigen a sectores particulares, las iglesias tradicionales se debilitan y son sustituídas por nacientes y pujantes movimientos religiosos; la sociedad como un todo se flexibiliza.

El matrimonio, una de las instancias más sagradas hasta hace poco tiempo, hoy en día se disuelve y rehace en reducidos espacios de tiempo. Nadie, absolutamente nadie sabe hoy día si la pareja con la cual se acaba de unir, lo acompañará por un mes, un año, cinco años o toda la vida. El 67% de los hogares norteamericanos y un número cercano en América Latina, se disuelven antes de cumplir los primeros cinco años (Goleman, 1996). Son comunes los matrimonios por segunda y tercera vez, los hogares formados por hijos de padres separados, los conformados por ancianos, jóvenes, madres solteras, individuos solos, e incluso por parejas de homosexuales.