La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968

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La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968
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LA PRIMERA GENERACIÓN

Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968

VVAA

© de los autores y autoras, 2020

© La primera generación. Estudiantes que inauguraron la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968

Coordinación y edición: Carmen Garaizar Axpe

Editado por Bubok Publishing S.L.

equipo@bubok.com

Tel: 912904490

C/Vizcaya, 6

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

A nuestras familias.

A los compañeros y compañeras que perdimos por el camino.

Lo he visto todo. No obstante, ahora no se trata de lo que he visto, sino de cómo lo he visto.

Anton Chejov

Considerada aisladamente, una pieza de un puzle no quiere decir nada; es tan solo pregunta imposible, reto opaco.

Georges Perec (1992)

El pasado es un país extranjero, allí hacen las cosas de otra manera.

L.P. Hartley (1953)

ADVERTENCIA

Esta obra se inició durante el verano de 2019 y fue terminada poco antes de que se desatara la pandemia de covid-19, durante los primeros meses de 2020. En aquellos difíciles días, muchas personas contribuyeron con su esfuerzo, asumiendo un grave riesgo, para que el resto de la ciudadanía no sufriéramos carencias en las necesidades básicas. Recordamos en especial al personal sanitario, que aún incluía a algunos compañeros de nuestra generación. Nuestro inmenso agradecimiento para todos los hombres y mujeres que permanecieron en sus puestos y dieron lo mejor de sí.

Índice

PRÓLOGO

ASÍ LO HE VISTO

Juan Mari Segues Arregui

LA ARTERIA UTERINA

Javier Ignacio Santolaya Jiménez

PINCELADAS

Ramón Inguanzo Balbín

ÉRASE UNA VEZ

Ramon Gascón Hierro

MEDICINA EN BILBAO

Juan Carlos Vergara Serrano

HISTORIETAS DE LA PROFESIÓN

Luis Larrea Bilbao

POR LOS CAMINOS DE CASTILLA

Ofelia Villate Pérez

TODA UNA VIDA

Begoña Pérez Huerta

SENDAGILEA NI?

Marijose Irizar Aranburu

MIS HISTORIAS

Adolfo Uribarren Zaballa

DESMEMORIA

Julián Reyzabal Sagastagoitia

UN PASEO POR MIS RECUERDOS

Carmen Orive Martínez

INFLUENCIAS DE UNA PROFESIÓN

Jesús García Bravo

SIEMPRE EN EL LÍMITE

Luis Fernando Cámara Landeta

MEDIO SIGLO HACIENDO CAMINO AL ANDAR

Elena Sánchez González

UNA VIDA OPTIMISTA

Roberto Lertxundi Barañano

UNA MONTAÑA RUSA

Mª Asun Marquiegui Candina

ECHANDO LA VISTA ATRÁS

Lola Ingelmo Rotaeche

ILUSIONES Y GIROS

María Jesús Rúa Elorduy

ENCRUCIJADA ENTRE MEDICINA INDIVIDUAL Y COLECTIVA

Celina Pereda Riguera

SEGUNDA OPORTUNIDAD

Antonio Pellico González

CRÓNICA DISCONTINUA DE UNA VIDA

José Luis Benito Muñoz

UN MÉDICO ENCARTADO

Miguel Ángel Quevedo Arechederra

COMPAÑEROS Y AMIGOS

Juan José Zuazo Cruz

LUCES, PENUMBRA Y FUTURO

Luis María Zaldumbide Cacho

RELATOS A CUATRO RUEDAS

Alfonso Grijalvo López

ESCALERAS DE MI VIDA

Javier Arrillaga Arregui

UN ANECDOTARIO MUY PERSONAL

Maite Labayru Echevarría

MIS RECUERDOS

Patxi Layuno Laucirica

ALGUNOS RECUERDOS DE OTROS TIEMPOS

María Isabel Izarzugaza Lizarraga

UNA PARTE DEL CAMINO

Roberto Candina Villar

UN VIAJE AL PASADO

José Luis Paz Díaz Romeral

NO PODÍA IMAGINAR

Teresa Artundo Ramos

MI RELATO

Koldo Apodaca Santiesteban

RETAZOS

Juan de Busturia Jimeno

LAS VERDADES DADAS, DESCUBIERTAS Y CONSTRUIDAS

Javier Laiseca Sagarduy

PRIMERA PROMOCIÓN DE MEDICINA DE BILBAO. ALGUNOS RECUERDOS Y EXPERIENCIAS

 

Juan Antonio Abeijón Merchan

CAMBIO DE PLANES

Amaia Sojo Aguirre

MI EXPERIENCIA PROFESIONAL

Federico Aguirre Azcuenaga

YO IBA PARA INGENIERO

Begoña Urtiaga Basarrate

ENTRAR POR LA VENTANA

Asensio Arteagoitia Aurrecoechea

REPASANDO LA VIDA

Ana Zurimendi Carril

PERIPLO VITAL

Abelardo García de Lorenzo y Mateos

MI HISTORIA PERSONAL

Bittori Astobiza Ariño

HE CUMPLIDO COMO HE PODIDO Y, NI TAN MAL

Carmen Garaizar Axpe

Nota de Agradecimiento a Carmen Garaizar

GLOSARIO

LISTADO DE AUTORES Y AUTORAS POR ORDEN ALFABÉTICO

APÉNDICE

PRÓLOGO

Hubo un momento en la historia en el que el ritmo de lo que acontecía era distinto según el lugar. Como si se tratara de compartimentos estancos. Los hechos ocurrían dominados por el ímpetu en algunos sitios, y con parsimonia en otros. Por ejemplo, desde 1915 no se fundó en el país otra universidad hasta 1968; parsimonia. Durante ese tiempo, más de cincuenta años, el mundo cambió gracias a los avances científicos y tecnológicos, la industrialización masiva, las nuevas corrientes filosóficas y culturales, las movilizaciones ideológicas de poblaciones enteras y los conflictos armados; ímpetu.

Porque aquella fue la época en la que, en el exterior ocurrieron dos guerras mundiales y múltiples revoluciones; en el interior, la denominada Guerra Civil y sus terribles secuelas. El mundo occidental vio surgir las vanguardias artísticas y de la arquitectura, nuevas y sucesivas corrientes literarias, la teoría de la relatividad, la física cuántica, la penicilina, los rayos X, el ADN, los primeros trasplantes, y tantas otras cosas.

En Bilbao, existían desde finales del siglo XIX la Universidad de Deusto, la Escuela de Ingenieros Industriales, y la Escuela de Comercio, que derivaría más tarde y en otro lugar en la Facultad de Ciencias Económicas. En 1936, el primer Gobierno Vasco fundó la Universidad Vasca, y con ella la Facultad de Medicina en el Hospital de Basurto, proyecto que quedó truncado por la guerra. Pero no fue hasta 1968 cuando crearon la Universidad Autónoma de Bilbao. Del mismo plumazo, literalmente, surgieron la Autónoma de Madrid y la Autónoma de Barcelona. Todas incorporaban, entre otros, los estudios de Medicina y la pretensión unánime de iniciarlos sin dilación. “Plumazo” y “sin dilación” nos ofrecen una idea clara de las condiciones académicas y estructurales que reinaron en los nuevos centros, aparte de las buenas intenciones, ilusión e ingenuidad.

Han transcurrido otras cinco décadas desde que la Facultad de Medicina de Bilbao se inaugurara. El aniversario, que tuvo lugar en 2018, sugiere nuevas conmemoraciones en el futuro. A propósito de ellas, algún día, alguien escribirá su historia, el trance político-académico que condujo a su creación. Lo hará, probablemente, el personal académico procedente de áreas del conocimiento como la historia o la medicina, o la sociología quizá, o bien gente experta encargada por alguna Administración Pública, un biógrafo o biógrafa rescatando a determinada personalidad ilustre del contexto docente o estudiantil, quién sabe. Pero las vivencias personales del alumnado que estrenó la institución, que superó la provisionalidad de los comienzos y el final de una etapa política tortuosa para convertirse en profesionales de hecho y de derecho, esa experiencia humana no será contada. Salvo que lo hagan ellos mismos: los hombres y mujeres de la primera generación.

Por eso estamos aquí. Nosotros, nosotras, estudiantes que inauguramos la Facultad de Medicina de Bilbao en 1968, hemos querido, en este libro, relatar nuestra propia historia. Tuvimos un comienzo singular, y el tiempo transcurrido a partir de aquel momento nos permite ahora verlo con perspectiva. Crecimos y estudiamos bajo la dictadura, en una sociedad que poco después supo transformarse en democracia europea. Cuando empezamos, apenas el tres por ciento de los facultativos españoles eran mujeres. Desde entonces, han cambiado radicalmente las costumbres sociales, el sistema político y, por supuesto, la Medicina. Hemos formado parte de esos cambios, los hemos llevado a cabo. En ocasiones, incluso planificado, o solo asumido y, en otras, objetado. Cómo no, así somos.

Nuestras historias personales celebran el microdetalle y no tanto la macrohistoria, la experiencia individual por encima de la situación externa, quizá más objetiva. Cada autor o autora aporta su propio enfoque y estilo narrativo, pero hemos tratado siempre de contestar a la misma pregunta: ¿qué fue de aquellos jóvenes, hombres y mujeres, que estrenaron la Facultad hace cincuenta años? Por estas páginas desfila parte del profesorado, colegas, pacientes, personal sanitario, algún que otro jefe (rara vez jefa), y nuestras familias. Hemos compartido recuerdos y reflexiones, críticas, agradecimientos, ironía y bastante humor.

Lectores desprevenidos, cuidado, no encontraréis aquí uniformidad. Fuimos un colectivo hasta cierto punto heterogéneo, pero teníamos en común la juventud, con toda su carga de entusiasmo, idealismo y esperanzas, y un espíritu crítico nada desdeñable. Carecíamos de una tradición, faltaban las generaciones anteriores de estudiantes que nos habrían permitido ver a dónde se llegaba según de qué manera. Lo inventamos sobre la marcha. Todavía se perciben, en estas páginas, visiones distintas del pasado, lo mismo que diversidad de puntos de atención, anclajes emotivos y límites temporales al contar nuestras propias vidas.

No hablamos, sin embargo, todas las personas de aquella generación. Echamos en falta a tantísimas que empezaron la carrera el mismo año, pero que tomaron luego otros caminos. Recordamos también a otras muchas cuyas vidas se truncaron antes de tiempo; su memoria ha aflorado, más si cabe, en nuestros corazones al revivir el pasado. Y, por último, enviamos desde aquí un abrazo a los compañeros y compañeras que por razones diversas no han participado en este proyecto; forman parte de nuestra memoria colectiva y esperamos que disfruten con la lectura que les ofrecemos.

Ahora nos asomamos a una nueva era, los tiempos cambian, una vez más. La genómica, la medicina regenerativa, el trabajo en red, los macrodatos y la inteligencia artificial terminarán transformando la relación médico-paciente, el sistema sanitario, la economía y la política. Pero nuestra generación no participará en esa historia. Hemos efectuado el relevo, y con ello transferido también la pasión, la energía y la voluntad que volcamos durante medio siglo en procurar la salud para la población y la felicidad para nuestros seres queridos.

Estos testimonios recapitulan nuestras vidas. Con ellas hemos tejido una trama que emplaza a futuros historiadores, cronistas sanitarios o académicos. Así hemos vivido. Protagonistas de nuestro quehacer, testigos de nuestra realidad. Dejamos constancia.

La primera generación

ASÍ LO HE VISTO

Juan Mari Segues Arregui

Me había examinado de la reválida de preu en Sarriko, en junio de 1968, y me matriculé en la nueva Facultad de Medicina de Bilbao, que iba a impartir sus clases en el edificio de la antigua Escuela de Náutica. El contenido del curso, Selectivo de Ciencias, tenía que ver más bien poco con lo que se suponía que era estudiar Medicina, resultaba un tanto inquietante. Esta sensación se mantuvo hasta que, en segundo, pasamos a Basurto.

Distribuidos según apellidos, los primeros colegas que recuerdo son Enrique Zabalo, Luis Zaldumbide, Amaya Sojo, Gloria Saitua, Javier Santesteban, Javi Viu, Juanan Unzueta, Uriarte, Zuazo, Maite Urizar y tantos otros que vienen a la memoria más o menos vagamente.

En conjunto, empleé siete años en terminar la carrera. Los primeros cursos tuvieron para mí una marcha bastante fluida. No tanto, los siguientes. A partir de 4.º ya hubo diversos trompicones, lo que hizo que tuviese bastante relación con los compañeros de la segunda promoción pues algunas materias se impartían en Basurto y otras en Lejona.

Visto cincuenta años más tarde, pienso que en la carrera había un grado de exigencia exagerado para asignaturas como las dos Anatomías, que se impartían con una minuciosidad en los detalles casi ridícula, al tiempo que materias tan esenciales como Fisiología o Patología General recibían una atención mucho más floja, o al menos me lo parecía a mí.

De lo que estudié en la carrera, pienso que lo que me ha resultado más útil luego ha sido lo que aprendí en el Guyton, en el Farreras y en el Harrison, aunque en general los exámenes se preparaban a base de apuntes.

Creo que hubiese estado muy bien haber estudiado algo que se podría designar como “Evolución biológica y Medicina” o “Selección natural en relación a la salud y la enfermedad”, o algo parecido. Pienso que esa ausencia es un déficit importante en la formación del médico general y que la comprensión de la patología humana mejoraría mucho aplicando este punto de vista al ejercicio médico.

En septiembre de 1975, conseguí aprobar, por fin, las dos últimas asignaturas que me quedaban, creo que eran “Higiene” e “Historia de la Medicina”.

Llegar a Bilbao en 1968 supuso para mí estrenar una vida con mucha más libertad de la que hasta entonces había conocido. Al margen de la carrera, me trajo nuevas amistades, nuevas aficiones, nuevas experiencias y menos controles, por mucho franquismo en vigor que siguiera habiendo.

Uno de los problemas que, quienes veníamos de fuera de Bilbao teníamos que solucionar, era el de buscarnos un sitio para vivir. Creo que probé de todo; pensión, completa y parcial, Colegio Mayor, múltiples pisos compartidos, etc. Calculo que cambié diez o doce veces de domicilio durante los años de la carrera.

Hay una serie de flashes memorísticos, poco o nada relacionados con la carrera en sí, que se me hacen presentes casi automáticamente cuando rememoro aquellos años: las Olimpiadas de México que veíamos en la televisión (Bob Beamon, Lee Evans, Tommie Smith, John Carlos, Fosbury); Ronnie Allen y el Athletic de la época: Iribar, Argoitia, Arieta, Uriarte, Igartua…; los libros de Castilla del Pino, Piaget, Marcuse, Erich Fromm, Wilhelm Reich…; las sesiones dobles del cine Deusto: un espagueti Western más una de Alberto Sordi o Ugo Tognazzi; la cantidad de Ducados o Celtas, según disponibilidad económica, que fumábamos; las Centraminas que permitían superar algunos exámenes casi memorísticos; las duchas públicas de Atxuri; el juicio de Burgos; los partidos de pala del Deportivo (Iturri, Beitia, Alsua, Ipiña, Begoñés VII), a las que iba casi siempre con Santesteban; las películas en el cine Urrutia (con Vito Postigo) que tenían títulos más o menos extravagantes y que con cierta grandilocuencia se llamaban de Arte y Ensayo; el atentado contra Carrero Blanco; la revolución portuguesa, la ejecución de Puig Antich y Heinz Chez, algunos ligues que no estuvieron mal y otros más bien chapuceros.

Mis dos mejores amigos durante esos años fueron Javier Santesteban y Vito Postigo. Dos personalidades muy diferentes con varios rasgos idénticos. Ambos consideraban la libertad individual el valor máximo y disponían de un radar sensitivo exquisito para detectar intromisiones autoritarias en su vida. Aceptaban argumentos que les contradijeran, pero no órdenes sin justificación convincente.

 

Tanto el uno como el otro disfrutaban de la ironía, de los dobles sentidos, por supuesto sin autoexcluirse del toma y daca. Creo que estarían de acuerdo si digo que la interacción humana deseable requiere un cierto desarme personal, y una aceptación de la frivolidad amigable porque si no, lo único que queda es una fría burocracia, no una relación humana digna de ese nombre.

Santesteban apreciaba particularmente los maravillosos inventos verbales de Tip y Coll: ningüino, Waternón, cientrífico, almañil, hidrocanguro, abdominable.

De la gente que he llegado a conocer, Santesteban, “Barrymore” como le llamábamos, era, por decirlo austeramente, casi perfecto, casi no tenía defectos. Por supuesto, era despistado, manirroto, desordenado, a veces tozudo y otras cascarrabias, pero en lo que cuenta de verdad, en lo que puntúa como ser humano, simplemente no tenía rival.

Se casó con una compañera nuestra, Miren Arzak y tuvieron una hija.

Murió en accidente de tráfico cerca de San Sebastián. No pasa un día sin que me acuerde de él.

Terminada la carrera, hice cosas bastante heterogéneas: trabajé como médico rural, fui médico en una expedición de montaña en los Andes y tuve que hacer la mili normal porque había suspendido el examen para milicias que se hacía en el cuartel de Garellano.

Me presenté al examen MIR y decidí hacer Ginecología en San Sebastián. He trabajado en la especialidad, en diversos ambulatorios y hospitales y, principalmente, en mi propia consulta en mi Azpeitia natal.

Me casé en 1983 y tengo una hija y un hijo, ninguno de los cuales ha sentido interés profesional por la Medicina. Ambos han preferido carreras técnicas.

He tenido gran afición por el ciclismo durante todos estos años, como espectador y como practicante. Mis recuerdos ciclistas están en el Tourmalet, Aubisque, Puy de Dôme, Ventoux, Galibier, Stelvio, Tre Cime di Lavaredo, cimas históricas del Tour y del Giro que, sin ánimo de fanfarronear, he podido subir en bici.

Si me pongo a pensar en lo que era esperable en la época de la carrera y lo que he visto después, la sensación que predomina es el asombro. Quién hubiera dicho en 1968 que en los siguientes cincuenta años:

• No iba a haber una guerra nuclear

• La URSS iba a desaparecer, casi sin violencia.

• La guerra de Vietnam se iba a resolver, lo mismo que el apartheid sudafricano.

• Las dictaduras del sur de Europa, España, Portugal, Grecia iban a ser sustituidas por regímenes más o menos imperfectos, pero democráticos, y lo mismo iba a pasar con la mayoría de las espantosas dictaduras militares latinoamericanas.

• Iba a haber mejoras radicales en la expectativa de vida, mortalidad materno-infantil, desnutrición, …

• Se podría acceder a lo mejor de la cultura universal de forma casi inmediata, casi sin costo, gracias a la revolución tecnológica. Las trabas políticas, sociales y económicas en el acceso al conocimiento dejarían de suponer un obstáculo insuperable.

• Tampoco me habría imaginado en 1970 que cincuenta años más tarde el papel de las religiones en los conflictos humanos sería tan crucial como es hoy en día.

Hay otro cambio notable, a mi modo de ver muy deprimente respecto a lo que era habitual entonces. Me refiero a la censura. En mi recuerdo, la censura siempre era considerada como algo completamente reaccionario y antagónico con el progreso, el refugio de quienes no tenían argumentos racionales que aportar. Nunca se calificaría de “problemática”, como se dice ahora, la expresión pública de ideas u opiniones discrepantes de la ortodoxia, por muy “ofensivas” que pudieran resultar. Estar a favor de la censura equivalía a ser un carca químicamente puro. Esto ya no es así hoy en día. Con la coartada de no causar inseguridad, discriminación, desagrado o cualquier molestia, o con la excusa del “derecho a no ser ofendido”, las diferentes ortodoxias generan limitaciones catastróficas para la libertad de expresión. El derecho a expresar públicamente las ideas se elimina del espacio público. Es inaudito que una diferencia de opinión sea denunciada como una transgresión moral.

Haber sido testigo de las horrendas guerras y limpiezas étnicas en la antigua Yugoslavia en los años 90, y luego en Ruanda, nos obligan a tener muy presente que el tribalismo humano y su potencialidad criminal son un riesgo permanente, como hemos podido constatar durante decenios con el cruel, estúpido y reaccionario terrorismo autóctono.

Cuando miro hacia atrás me veo acertando a veces, y equivocándome otras; tengo la impresión de que, en ocasiones, pude hacerlo mejor y que, en otras, no lo hice mal del todo. No estoy orgulloso de toda mi actuación, pero, hechas las sumas y las restas, estoy conforme con mi recorrido personal.

Ante las perplejidades con las que uno se va encontrando a lo largo de la vida, para mí ha sido importante la búsqueda de las ideas que posibilitan entender la realidad y, asimismo, el esfuerzo por adquirir los antídotos racionales que permiten contrarrestar el poder de las idolatrías de nuestro tiempo. He creído hallarlos en los libros de Leszek Kolakowski, Isaiah Berlin, Steven Pinker, Leda Cosmides, Richard Dawkins, Pascal Bruckner, François Furet, Joanna Williams y, afortunadamente, muchos otros.

Sería arrogante afirmar que uno dispone de un vademécum de validez universal para la buena vida, pero si pudiera escoger qué elementos son indispensables para ello, en mi lista no faltarían los siguientes:

• Un cierto estoicismo ante las alegrías y los infortunios.

• Una decidida oposición a cualquier tipo de matonismo, independientemente de cómo se camufle.

• Simpatía por quien mantenga el sentido del humor y “la risa que no hiere” (F.J. Irazoki).

• Admiración por quien logre una buena combinación entre ingenuidad, bravura personal y curiosidad.

Mi aspiración más profunda es que estos elementos indispensables me acompañen hasta el pitido final.

Mientras tanto, hay que seguir atentos a la jugada y abiertos a la conversación: la cosa sigue siendo interesante.