El Rector

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A Yahaira

para Alfredo y Trino

En que el resplandor de nuestros nombres se detiene en la piedra de nuestra tumba.

ENRIQUE VILA-MATAS

El peligro de que los propios hijos se conviertan en «hijos terribles» es tan antiguo como la civilización superior…

PETER SLOTERDIJK

Está claro que una vida separada de su forma, una vida que se deja subjetivar como nuda vida no estará en condiciones de construir una alternativa al imperio.

GIORGIO AGAMBEN

No sin cierta nostalgia, a pesar del rencor para él mismo incomprensible, cuya única manifestación era ese tenue color rojizo que aparecía en sus ojos atribuido a las ya incontables noches de desveladas en las que le ganaba la ira, y a la falta de pericia política y sensatez de sus allegados, el Rector recordó con lejano cariño fragmentos de su pasado al lado del Líder.

No, no puede ser cariño, tal vez solo nostalgia por los recuerdos, y bueno, sí, por qué no, para qué negarlo: por ese antiguo cariño manifestado el uno por el otro como motor esencial de tanta complicidad. ¿Recuerdas? Los demás nos miraban con envidia; a nosotros nos bastaba un gesto, una leve sonrisa, un «bueno pues, todos de acuerdo, ¿verdad?». Sin haber finalizado el tema, tú te parabas, yo te seguía; los demás, aún sin comprender hacían lo mismo, todos se despedían de nosotros, a veces de mano, a veces solo con un gesto y tú y yo nos esperábamos para dirigirnos a tu oficina a comentar los pormenores de la reunión. Había quienes buscaban quedarse e intentar participar de esa calidez de la intimidad para lograr, aunque sea por un momento, la proximidad de tu consejo. Tú eras tajante con ellos, los escuchabas un par de minutos y con tu tono habitual, sin transmitir ninguna emoción les decías: Me interesa el tema, vamos agendando una reunión, yo te busco la próxima semana; con un gesto le indicabas a tu asistente anotar en la agenda una reunión que nunca se iba a dar. Ellos se iban rebosantes de felicidad, a pensar en la próxima inexistente reunión, hasta alargaban los pasos y su caminar adquiría la cadencia propia de los hombres importantes. Después irían a reunirse con sus más cercanos para, con gran solemnidad, anunciarles la conversación tenida con el licenciado, quien se mostró muy afable, escuchó con mucho interés e incluso prometió invitarme a comer para tratar el tema y darle una salida. Esos fragmentos de esperanza les llenaba su vacío existencial con una justificación para su actividad política. Y para su vida.

Ese día, yo me adelanté y me dirigí a la oficina de tu casa, pedí un coñac y me senté justo en el sillón al lado derecho de tu preferido. Tú tardaste un poco más; eran días de grandes definiciones para el futuro de la Universidad. Habíamos hablado de ello algunas veces; todos lo intuían, lo sabían, pero se negaban a verlo: envidia, pequeñez, soberbia oculta entre lisonjas y halagos lanzados a la menor provocación.

Pobres mediocres, míralos ahora, como hienas corriendo atrás tuyo, desvelándose en tu banqueta, llevándote café, el periódico para mostrarte mis últimas declaraciones a la prensa, o la lista de sus profesores y alumnos, antes amigos suyos, miembros del «grupo», que ahora, en una muestra de conciencia trabajan para mí. Mira jefe, mire licenciado, te dicen, mientras señalan con su dedo flamígero al «traidor», al que se «cambió de bando» o a aquella consejera que resultó ser una de mis más fuertes aliadas. Ese día, poco antes del cambio de rector, te entretuviste un poco más, están un poco preocupados, me dijiste sin darle mucha importancia al asunto. Tómate un café con ellos, nomás para darles confianza, asegúrales que vas a respetar a sus amigos y no vas a iniciar una cacería de brujas. Sí, sí, ya sé que tienen muchos aviadores y también sé de sus cuentas ocultas, de sus nóminas infladas, de sus gastos sin comprobar, de sus facturas apócrifas, pero no puedes negar que están bien hechas, bien trabajadas, si pendejos no son. Acuérdate cuando, por insistencia tuya, le pusimos un alto a un buen amigo nuestro por la enorme cantidad de facturas chuecas metidas como comprobantes. Por poco va a la cárcel. Algunos de sus amigos aún están en el bote, ¿no? ¿ya salieron? Bueno, vayamos al tema. ¿Cómo viste la reunión? Bien, ¿no?

Siempre comenzabas así: ¿Cómo estuvo? Bien, ¿no?, y yo, para no contrariarte, siempre te respondía: Estuvo muy bien, más claro ni el agua. Ese día no fue la excepción, también pediste un coñac. Como que ya la asimilaron, te dije, y tú, con tu mismo consejo convertido después en advertencia: Dales confianza, cede, a tu criterio, en los espacios que tú creas convenientes para evitar fricciones al principio, ya después, vas a ver como todo va a ir muy bien, dales algo no muy costoso para ti y se les va a pasar, solo no les hagas perder la esperanza.

Fue ese día, después de la reunión, cuando me diste una de las claves, quizá la oculta, la fundamental, de tu estrategia para mantenerte en el poder por tantos años. No es la fuerza, me dijiste, no es la presión ni el amago. Es la astucia para transmitirles la esperanza. La esperanza mimética, la cercanía del poder inalcanzable, pero en un imaginario posible. Nunca les vayas a quitar esperanza, no les hagas ver su propia incapacidad de alcanzar el poder. Que la descubran ellos. Permíteles sentirse capaces de acariciar el deseo de ser dioses, a fin de cuentas, esa es la sensación que produce el poder.

Esa conversación no se me va a olvidar nunca. Pensé a la esperanza no solo como una ilusión imaginaria, y me sentí poseedor de su hechizo. La esperanza no puede tener dos dueños, es hora de mandar a descansar a mi buen amigo en el fondo del arcón, el último objeto de Pandora se queda en buenas manos.

Ya con dos o tres coñacs de por medio, y luego de habernos detenido en algunos pormenores de la reunión, volviste al tema de la esperanza y me platicaste la historia de Prometeo, aquel que entregó el fuego al hombre. Gracias a él, me contaste, el hombre todavía puede desafiar a los dioses y ponerse en su lugar. Prometeo fue un tramposo, bueno, astuto si quieres. Sin la astucia, la política no existiría; porque es eso: un interminable juego entre tramposos, tú sabes que el otro te miente y el otro sabe que tú le mientes, tu rival siempre estará seguro de cuál paquete contiene los huesos y cuál la carne y el hígado. Pero como Zeus, porque los políticos siempre nos creeremos dioses del Olimpo, aceptan la apuesta a pesar de ver la trampa.

Lo interesante de esta historia, continuaste, no es habernos hecho carnívoros: el intentar engañar a Zeus nos convirtió en unos simples mortales y nos separó en Mecona, pero esa es otra historia. El coñac se me está subiendo, ya llevo varias desveladas seguidas. Tus cuates, traes muy nervioso a tus cuates, me dijiste como si de repente te acordaras de algo importante, pero seguiste con la historia: Bueno, no, lo más importante de Prometeo es no solo habernos hecho mortales, sino también, haber propiciado todas las calamidades padecidas por el hombre, empezando por las mujeres. Ahí está el origen de todo mal: en el mismo baúl en que Pandora trajo todos los males, llevaba también la esperanza.

Ya ves, los males y la esperanza siempre viajan juntos, y en política es lo mismo. Los males no se curan, la gente cree curarse pero no, les basta la esperanza, no quieren resolver su problema. Porque con la esperanza se creen vivos, creen que pueden seguir desafiando a los dioses, pero están bien pendejos. Por eso te digo, quítales todo, menos la esperanza, no los prives del sentimiento clave de todos los políticos: creerse dioses. A los académicos dales tantito poder y se van a sentir políticos, en cuanto se sientan políticos van a aspirar al puesto de su jefe, y el siguiente, y el siguiente, hasta llegar al límite, pero siempre van a guardar la esperanza. Tú promete, alienta, nada te cuesta. Quizá alguna vez te reclamen, o no, ni siquiera te van a reclamar porque la fuerza de la esperanza es mayor a la de la dignidad, ya hablaremos de eso; pero tal vez te digan que tú les prometiste tal o cual cosa, tú no los desanimes, al contrario, hazles sentir que si ellos no lograron su objetivo, lo sientes como una derrota tuya, convéncelos, haz que piensen en ti como en un aliado, nunca un enemigo, y su dosis de esperanza te la van a entregar, va a ser tuya. ¿Recuerdas esa vieja historia de Ruiz Cortines quien le había prometido a su compadre la presidencia de la República? Cuando el compadre llega presuroso y molesto después de no haber sido el elegido, antes de permitirle decir cualquier cosa, Ruiz Cortines se levanta y lo abraza diciéndole: Nos chingaron, compadre, nos chingaron, cuando él fue quien se lo había chingado. ¿Sí te la sabías, verdad? Pues esa es la clave. Conviértete en el baúl que contiene la solución a todos sus problemas. Les va a valer madre su esposa, sus viejas, sus amigos, lo que otros piensen de ellos, su integridad, todo, todo lo van a cambiar por la esperanza, y te lo van a entregar a ti, porque tienes la llave.

La esperanza somete, esa es la última casilla del juego. O se someten a ti o tú te sometes a ellos y nunca vas a dejar de servirles. No son las ideas lo más valioso para el común de los mortales, la inteligencia no está en juego, nadie se preocupa por descubrir cuál es su verdadero papel en esta trama. Mantenlos ocupados, hazles creer en la nobleza de su trabajo, ellos sabrán que no es cierto, pero se esforzarán por buscarle sentido a sus acciones. Recuerda: todos están inmersos en una sociedad que privilegia el espectáculo por encima de la razón. Acuérdate de Napoleón: se está mucho más seguro cuando se ocupa a la gente con cosas absurdas que con ideas correctas. ¿Te das cuenta? Napoleón no confunde «cosas» con «ideas», las cosas son la materia prima del entretenimiento, del espectáculo; las ideas, en cambio, transforman, nos están reservadas a unos cuantos, a los constructores de instituciones, a los responsables de guiarlas y a quienes velamos para impedir que sigan otro camino.

 

La clave reside en saber manejar a la esperanza con destreza, hacerlo con habilidad, porque quien la tiene se descuida, desatiende el presente, vive solo para ella y deja su futuro en las manos de otros.

Es como el jugador compulsivo, todo el tiempo piensa en el próximo juego como el bueno; la actitud considerada por otros como una enfermedad, como algo negativo, para el jugador es su única virtud, el no cejar, el no rendirse, el confiarle todo a su suerte.

Todo eso me dijiste. Todo eso te aprendí. Por eso ahora estamos aquí, enfrentados para siempre.

···

Si iba tan bien, ¿cómo se descompuso tan rápido, tan de repente? En el grupo había armonía: pequeños desencuentros, pequeños intereses expresados con discretos atrevimientos, algunas críticas envueltas en tonos de broma, serios reclamos del Líder como un recordatorio de su presencia: Estoy más allá del bien y del mal, pero en la tierra soy el César. Nada que hiciera pensar en una verdadera crisis. Generales en su tienda de campaña al despuntar el alba dispuestos a comandar la batalla. Trajeados burócratas con oficinas de grandes dimensiones e impresionantes escritorios que no cabrían en toda el área de la sala y comedor de una casa de interés social. Un grupo compuesto por diligentes jefes de grupos jugando a las damas chinas en paz, sin incertidumbres, pero atentos al posible acecho exterior. Hacia adentro, sin descuidar el orden jerárquico, sin dejar que los símbolos del poder se enmohecieran, los miembros del grupo nombran a sus recaudadores, a quienes encargan la tranquilidad de sus feudos. Tras veinte años de paz, la estabilidad está garantizada, la vida se vuelve monótona. Los días transcurren como los atardeceres en los pueblos. Los mismos saludos, las mismas prácticas. Basta encomendarse a Dios, o al más cercano de sus santos, para que las cosas funcionen bien. Como siempre.

En el grupo, la discordía comenzó a extenderse, algunos comenzaron a alarmarse. Otros trataban de mantener la calma, pero aguzaban sus oídos. El César, en su trono, silbaba una suave melodía, respiraba hondo y se felicitaba por su capacidad para ofrecer un día más de paz a sus súbditos. Algunos de los miembros del grupo más favorecidos por su gracia, se acercaron, no sin cierto temor, para advertirle de un muy posible rumor que amenazaba con extenderse. El Líder los veía con cierta displicencia y sin palabras, con un arqueo de cejas, bastaba para decirles: ¿No se dan cuenta que tengo todo bajo control? Y le pedía al Elegido acercarse para contarle una de las historias agradables del reino.

La discordia no se erradica. No se somete, se controla. Siempre está al acecho, en espera de un descuido para hacerse presente y luego no hay voluntad humana capaz de detenerla. Al momento de erosionarlos, la discordia mantiene activos a los grupos. Por eso el frontispicio del Degollado advierte: «Que nunca llegue el rumor de la discordia» porque basta el rumor para que la intranquilidad, la envidia, la ambición se instalen de forma trágica.

Todos en el grupo dijeron: Él no puede ser el próximo rector. El César respondió: Es él. Algunos tímidamente levantaron la mano: ¿Podría considerarnos a nosotros? El César, sin inmutarse, insistió: Es él. Los demás protestaron a coro: Él no puede ser, hay mejores candidatos, él es casi ágrafo, para ser rector de una Universidad se necesita un mínimo de estudios. El César, ofendido: Es él. El grupo dijo: No estamos de acuerdo. El César y el Elegido pensaban: Es envidia, los corroe. El César lo tranquilizaba: Tú eres el mejor, mi heredero, en ti confiaré los secretos del reino que conoces, solo a ti te pertenecen. El coro de voces contrarias seguía subiendo de tono: No puede ser, esto es una afrenta, míranos, voltea a vernos, hónranos un momento con tu mirada y dinos por qué no somos dignos de conocer los secretos de tu reino; también nosotros te traemos ofrendas, también nosotros te hacemos sacrificios, nosotros también somos tus hijos, queremos ser tus herederos, ¿por qué nos rechazas? El César repitió, alzando también la voz: Es él. ¿Qué te hemos hecho, oh César, para recibir de ti este trato y a él, como al hijo pródigo, le entregas todo sin restricciones?

¿Se atreven a desafiarme?, inquirió el César con voz grave. ¿Anteponen su ambición a mis deseos? ¿Creen que las razones esgrimidas son superiores a mi voluntad? No, César, tus deseos son órdenes. Te veneramos y te respetamos. Habremos de cumplir tus instrucciones sin ofensas ni rencores. Y la discordia, escondida en el coro de voces, repitió la misma frase y se frotó las manos.

···

El primero de abril del año 2007 fue electo casi por la totalidad de los votos del Consejo, para ocupar durante seis años el cargo de Rector de la Universidad. Seis votos impidieron que la elección formal, o la ratificación formal de una decisión tomada por fuera del mayor órgano de gobierno en la Universidad, se convirtiera en una muestra unánime de respaldo y confianza a las formas institucionales y fácticas con las que hasta ahora y desde hace veinte años se construía la vida académica de la Universidad. Sin embargo, una gran ovación de pie avalaba de manera visible el apoyo al único nombre al que, unas horas antes, los consejeros fueron obligados a cruzar en la boleta.

El Consejo General, conocido como el máximo órgano de gobierno de la Universidad, resuelve la elección del nuevo rector cada seis años. Entre los trabajadores, profesores y algunos estudiantes, pero sobre todo entre los altos funcionarios, comienzan a escucharse nombres, a mencionarse personas con posibilidades de ostentar tan codiciado cargo. En las oficinas, en los pasillos, en las distintas dependencias universitarias, algunos grupos se esmeran en promover a su candidato. Dicha promoción no tiene ninguna semejanza con la propaganda electoral conocida por todos; esta se hace con la intención de colocar el nombre de la persona indicada en los oídos de alguien aparentemente ajeno al ajetreo, al ruido provocado por el entusiasmo del cambio. El mecanismo, llamémosle «normal», de una democracia consistiría en que estos grupos comenzaran a manifestar, con el fin de hacer llegar a todos los posibles votantes, las virtudes de la persona considerada como la idónea para ocupar el cargo próximamente vacante. Sin embargo, en el esquema universitario, los interesados en los avatares de este cambio comienzan a preguntarse acerca de la identidad de la persona por la que se inclinará el Líder para ocupar tan importante responsabilidad. En este proceso lo de menos son las virtudes, las credenciales académicas, humanas o de cualquier otro tipo presentadas por los aspirantes a ocupar el cargo, tampoco tienen mucha transcendencia las campañas, su equipo o plan de trabajo. Lo que en verdad importa es la simpatía y voluntad del Líder hacia la persona considerada por él como la óptima para, producto de una decisión individual, hacer recaer la responsabilidad de ocupar el anhelado puesto. El Líder lo consultará con algunos amigos, soltará algunos nombres y poco a poco, por medio de «operadores», el nombre de quien fue designado y será electo comenzará a tomar fuerza en la comunidad universitaria. Cuando llegue el tiempo, apenas unos días antes de los necesarios para cumplir con los procedimientos legales exigidos por la Ley Orgánica, el nombre del designado y futuro electo, ya es lo suficientemente conocido. Llegado el momento, el «elegido» externa sus aspiraciones; entonces todos los interesados en el proceso tienen la seguridad de a quién designarán como el próximo rector. Esto sucede incluso cuando, de manera excepcional, hay dos o más candidatos reconocidos que sin esperanza alguna saben que los escasos votos disponibles para ellos no les alcanzarán para llegar a cumplir sus aspiraciones. Sin embargo, conservan el optimismo hasta el final, a pesar de que el «bueno» ya tiene la seguridad de que será nombrado.

El proceso es un poco más intrincado, hay conversaciones, los periodistas intervienen, algunos políticos dentro del Gobierno también, la expectativa se hace general, pero la decisión se toma única y exclusivamente desde la soledad infalible del Líder.

Este proceso «informal» es muy importante por dos aspectos: garantiza la «legitimidad» de la futura elección institucional y es la parte de la política, indispensable en cualquier estado de derecho.

En todo el proceso para designar a quien será electo rector, por ningún lado aparece el estado de derecho; en su lugar se manifiesta «el hecho político» por medio de formas muy antiguas, equiparables a la búsqueda del favorito por parte del monarca, y ajeno a las formas del consenso, requerido en cualquier democracia representativa, con el fin de llegar a la persona más apta para ocupar cualquier cargo de elección. Hasta ese momento todos saben quién será electo formalmente por el Consejo General, el proceso de designación transcurre sin leyes escritas, no existen reglas o formas sancionadas por ningún órgano establecido. Se pueden detectar reglas no escritas, pactos entre los miembros más cercanos al Líder con este, pero estas reglas pueden cambiar según las necesidades políticas del momento.

A partir de la designación política del candidato electo, hasta su transformación en rector, todo el proceso queda en manos de las formas e instancias legales establecidas por la Ley Orgánica. Cada uno de los pasos estará estrictamente apegado a derecho y, después de la votación, transcurrida entre urnas y mamparas con la intención de mantener el voto en secreto, el rector electo será investido con toda la legalidad requerida por tan importante acontecimiento.

Legitimidad política para aplicar la legalidad jurídica. Actuar políticamente para garantizar la existencia del estado de derecho, pero también, como en este caso, de una forma política impuesta en donde los actores no son ciudadanos en pleno ejercicio de sus derechos, sino piezas en un tablero de damas chinas, movidas de manera caprichosa por una mano vigilante y enérgica. La pérdida de la voluntad propia, de los derechos como ciudadanos, es necesaria para dar continuidad y vitalidad al estado de derecho.

Los seis votos en contra aparecidos entre el mar de boletas que ostentaban eufóricas su carácter de transmisoras de la legalidad dejaron ver, en su misma insignificante minoría, una minúscula grieta, casi imperceptible como una frágil señal de que aquel pesado edificio garante de la institucionalidad universitaria no estaba bien construido. El rumor de la discordia decidió abrirse paso e instalarse plácidamente en el tranquilo reino de la legitimidad y la legalidad.

···

Con la resignación a cuestas, los prominentes miembros del grupo, privados de cualquier opinión acerca del recién electo rector, asistieron a la toma de posesión de aquella figura, tal vez no despreciada ni temida por ellos, pero sobre la cual tendieron un círculo de desconfianza. La ceremonia fue suntuosa. Todos los miembros de la llamada «clase política» del Estado se dieron cita. Asistieron a un encuentro sexenal donde las diferencias políticas son hechas a un lado y se cede al reparto de saludos, los apretones de mano, los abrazos y las sonrisas. Los políticos y los líderes académicos, indistinguibles unos de otros, con impecables trajes de marca, lujosas corbatas, una patita de los lentes de diseñador asomada muy discretamente en la solapa del saco al lado de un pañuelo de seda, perfumados, solícitos, extendían una gran sonrisa y una mano dispuesta a estrechar la del otro y a palmear con efusión la espalda del compañero. Un teatro Diana a rebosar por quienes fueron citados para atestiguar el cambio de persona en la silla de rector. La multitud, una de las caras más visibles de la política moderna cuando se trata de decirle al mundo que las instituciones están a salvo y bien resguardadas por el manto de la unanimidad, se mostró para arropar con su oloroso aroma de perfumes caros el importante acto ahí representado.

Presentación de los personajes del presídium. Aplausos. Sonrisas de los actores en el escenario, puestos de pie al escuchar su nombre mientras una edecán retira la silla para que, con libertad, saluden agitando una o las dos manos o simulen un gran abrazo o lleven una de ellas a su corazón como una señal de reconocimiento. El signo condescendiente de los semidioses a los mortales que están ahí para aclamarlos. Así, uno tras otro, los personajes importantes fueron presentados por el maestro de ceremonias. El Gobernador del Estado no dejó de sonreír. Una sonrisa cínica, casi burlona. El Líder tampoco abandonó su gran sonrisa exhibida como medalla después del combate, fiel compañera durante todo el día de festejos. Era la sonrisa del padre orgulloso cuando entrega a su última hija frente al altar mientras imagina, satisfecho, cómo, en poco tiempo, desde la tranquilidad del jardín de su hogar, verá crecer a sus nietos. Jugar con ellos. Hacerles bromas y regalos. Platicarles acerca de los viejos tiempos.

 

Silencio. El momento esperado. La toma de protesta, el juramento de la modernidad, la unión de la palabra, el compromiso y el acto, afirmación o promesa de verdad, vínculo secular con lo sagrado y también la terrible posibilidad del perjurio, la falta, la mentira, lo falso. La solemnidad de la toma de protesta bajo la sombra de las fuerzas de lo terrible: «Protesta usted cumplir y hacer cumplir…». «Sí, protesto». Los talones juntos, posición de firmes, la mano derecha extendida, como en el Juramento de los Horacios, gesto que a los europeos les asusta por la reminiscencia y el tufo de viejos tiempos oscuros y se sorprenden cuando los mexicanos lo realizan con tanta solemnidad en ocasiones como esta. El público de pie en el teatro. Una gran ovación. El acto mágico, religioso, se había consumado. El Gobernador y el Líder sonreían, el Recién Ungido puso a funcionar su sonrisa tatuada, aunque esta vez parecía real. Los murmullos en la sala del gran teatro se fueron apagando, el público se sentó y el Recién Ungido se dispuso a leer su discurso. Primer encuentro con su historia personal.

···

Yo ya me había resignado. Ya me había agotado de tanto hablar con el Líder, de intentar convencerlo de que este no era la mejor opción. Mira, yo lo conozco. No es de fiar. Te va a traicionar en cuanto pueda. Nadie lo quiere. No le hace caso a nadie. Cuando vamos a iniciar una discusión, se para y con desdén siempre nos dice: Mira, yo lo voy a hablar con quien tengo que hablarlo. Se burlaba con su mueca esa que tenía como tatuada y se ponía a comer ruidosamente alguna fruta. El Líder no quiso enterarse de nada. Cuando hablamos con él, algunas veces todo el grupo, en otra ocasión yo solo, terminaba molesto y mira, conociéndolo, ya mejor ni para qué moverle. Se enojaba con facilidad cuando le tratabas ese tema y a final de cuentas, uno por hacer el bien, por cuidar sus propios intereses, podía terminar defenestrado. Por eso preferí dejarla de ese tamaño y, pues, apechugar. Cuando nos reunió, nos dijo que se había decidido por él debido a cómo estaban las cosas con el Gobernador. Él es entrón y bravucón, y estoy seguro que no se va a andar con medias tintas cuando deba ponerse al tú por tú con el Gobernador, otro entrón y bravucón, nos decía el Líder, convencido de que la Universidad iba a vivir una etapa de conflicto con el Gobierno del Estado y el único capaz de enfrentarlo sería el Ungido. Por entrón y bravucón, nos insistía el Líder, pero también por sus buenas relaciones con los políticos priistas del Estado y de todo el país. Vamos a necesitar tejer alianzas para, en su momento, hacerle frente al Gobernador. Todos tenemos esas alianzas, le respondimos, pero no nos escuchó. Después hasta terminamos peleados. Para qué recordar esas cosas. Ya pasó lo que pasó. Ah, sí, sobre lo sucedido el día de la toma de posesión. Pues desde ahí, de manera burda, el Ungido enseñó el cobre y nos mostró a todos el tamaño de su ambición. Casi todos nos paramos de la silla, algunos se hundieron en ella, cuando en plena lectura de su discurso, uno que debería ser mesurado, solemne, dijo: A partir de hoy inicia una tercera etapa en la historia de la Universidad, o algo así por el estilo. ¿Te imaginas? Apenas estaba tomando posesión del cargo y ya veía su nombre incluido en los libros de la historia universitaria, al lado del Líder y del mismo fundador de la Universidad. Las etapas históricas terminan, siguió, palabras más o menos, y yo voy a encabezar una nueva. Todos volteamos a ver al Líder, pero no pareció oír ese mensaje. Se le veía tan satisfecho, tan orgulloso, tan realizado, quizá ni siquiera escuchó lo dicho por su pupilo favorito. No se lo mandó decir, se lo dijo en su cara, en una ceremonia solemne, enfrente de todos los políticos de Jalisco, enfrente de los directivos universitarios, ahí estaba, muy quitado de la pena diciéndole en sus narices al Líder: Hazte a un lado, porque la nueva etapa, la que va a llevar mi nombre y será recordada por mis grandes acciones, ya inició, a partir de hoy, te lo estoy anunciando. Un murmullo se escuchó en todo el teatro, los asistentes teníamos los ojos como platos. Es una metáfora, es mera retórica, dijo uno de los consejeros tal vez con ánimo de bajarse el susto. Pero el Recién Nombrado siguió hablando de una nueva época con él como protagonista principal. El Gobernador se movió de su asiento y puso más atención a las palabras acabadas de decir por el investido. A mí, en lo personal, me pareció ver un brillo de ambición en los ojillos embusteros del Gobernador y vi cómo le creció más la sonrisa. También me fijé en el Líder para ver si hacía un gesto, algo, una señal, lo que fuera, pero mantenía su misma sonrisa de satisfacción mostrada desde el inicio y una mirada perdida, ausente del mundo real, tal vez depositada en un futuro de tranquilidad y armonía en donde se imaginaba reposando mientras disfrutaba una bebida. Después perdería esa sonrisa de exagerada confianza, pero sobre ese día, ya te digo lo que pasó, lo que vimos muchos.

···

La Universidad tiene tres grandes pilares corporativos. Tres arcaicos elementos de control, figuras sobrevivientes de las reminiscencias de la premodernidad política: dos sindicatos blancos, uno para profesores y otro para agrupar al personal administrativo y de servicio, además de una «Federación de Estudiantes», estructura hecha específicamente para organizar y formar a los estudiantes en el juego de la política mientras se ponen límites a sus inquietudes juveniles, manteniéndoles siempre dentro de los espacios permitidos para esa organización estudiantil. Son tres antiguas «organizaciones de masas», con estructura jurídica propia, con procesos electorales legales para elegir a sus dirigentes, pero siempre dependientes de las decisiones del grupo, en especial de las del Líder.

En el espacio de legitimidad representado por el Líder y su grupo, entre las reglas no escritas, hay una en específico hecha para impedir al miembro del grupo que resulte electo rector, controlar políticamente él solo a alguna de estas tres organizaciones, limitando sus funciones a mantener con ellas las relaciones formales, legales, establecidas en las reglas escritas de la legislación universitaria.

Dicho de otra manera, el rector no puede tener bajo su tutela política a nadie puesto al frente de alguna de estas tres organizaciones corporativas. En el esquema de control político universitario, los miembros del grupo tienen bajo su «responsabilidad política» a los centros universitarios y preparatorias, convertidas en espacios políticos de legitimidad. Cada uno de ellos es responsable, frente a los otros miembros del grupo, de lo que suceda al interior de estos espacios académicos transformados en espacios o cotos de poder formal. Entre las atribuciones de facto de los miembros del grupo político, están las de nombrar o despedir a los responsables formales de estos espacios: directores, secretarios, y otros mandos medios; esto no siempre en acuerdo con los demás miembros. La responsabilidad otorgada a cada uno de ellos sobre esas instancias académicas, incluye el control de los profesores y administrativos sindicalizados y de los estudiantes organizados. En acuerdo con este esquema, el miembro del grupo que ostente el cargo formal de rector, puede tener bajo su responsabilidad política algunas preparatorias y un número determinado de centros universitarios, incluso a sus respectivas delegaciones sindicales y comités de estudiantes; pero bajo ninguna circunstancia pueden tener el control total de alguno de los tres órganos de control corporativo. Entre las razones de esta regla, no escrita tampoco, está el evitar que el rector acumule un mayor poder y lo use como ventaja personal para amagar a otros miembros del grupo con amenazas de todo tipo en los centros universitarios o preparatorias bajo su responsabilidad. En esas leyes no escritas, normativas para la actividad del grupo responsable de la Universidad, destaca la de garantizar la igualdad de circunstancias para todos sus miembros dentro de la estructura legal universitaria, el rector es el funcionario de mayor rango, pero al interior del grupo que legitima esta formalidad, todos sus demás miembros son iguales. Excepto el Líder.