100 años de periodismo en el Perú

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1. El ochenio

Después del golpe de Estado de 1948, la Junta Militar que presidió Manuel A. Odría decide seguir el camino adoptado por otros gobiernos de facto: legitimarse y convertirse en un gobierno civil. Por eso, en junio de 1950, Odría delega el poder al general Zenón Noriega para participar, de manera cuestionada, como candidato único en unas elecciones que, obviamente, lo colocaron en la Presidencia de la República, donde se enquistó por otros seis largos años.

Su contendor era el general Ernesto Montagne, militar de prestigio, recordado por el papel que cumplió en el conflicto con Colombia en 1933 y una de las víctimas de la dictadura odriista. Acusado de instigar —con el apoyo del Apra— el levantamiento que se produjo en Arequipa, también en junio de 1950, en vísperas de los comicios, fue enviado a prisión y luego deportado; además, su inscripción como representante de la Liga Democrática fue anulada por el Jurado Nacional de Elecciones (Contreras y Cueto 2004: 298-299).

La Prensa, El Comercio y La Crónica apoyaron, por diferentes razones, el llamado Movimiento Restaurador de Arequipa que lideró Odría para acceder al poder. Testimonio de ello es este titular de La Prensa del 30 de octubre de 1948 que, en la víspera, expresaba su beneplácito: “Ha triunfado el movimiento patriótico del Ejército. El jefe del Gobierno Central Odría debe llegar hoy a Lima. General Zenón Noriega asumió provisionalmente el mando. Espontáneas manifestaciones de aprobación en todo el país”.

Igual enfoque tuvo La Crónica, que dio la bienvenida al golpe de Estado el 28 de octubre de 1948. Su titular de portada fue ese día: “Triunfante la revolución, llega hoy el general Manuel A. Odría”. Su editorial del 31 de octubre ratifica su complacencia:

El general Odría llega al gobierno, de acuerdo con sus propias palabras, para alejar del país la gravitante amenaza del caos; y a preparar el camino a una orientación y una acción nacionales tan urgentes a la tranquilidad y el libre desenvolvimiento de las fuerzas vivas, comprometiendo en ello la voluntad de superación de todos los peruanos y contando desde luego con el solidario respaldo de los institutos armados. Ciertamente, el país necesita abrir, por fin, los cauces de su porvenir fuera de los tremendos estorbos y perturbaciones que se lo han impedido con el régimen cesante.

El 30 de octubre, El Comercio tituló su página 3 (la portada era entonces publicitaria): “Ha triunfado la revolución del sur”. En el editorial destacó lo incruento de la ruptura de la democracia, pero además ratificó los errores que en su opinión cometió José Luis Bustamante y Rivero para enfrentar a ‘la secta’ aprista:

La revolución iniciada el 27 de este mes en Arequipa por el general Odría ha triunfado en toda la república en la mejor forma para el Perú, porque no ha habido derramamiento de sangre y porque el ejército no se ha dividido, evitándose así la guerra civil.

El ejército del Perú, que de modo valioso y decidido supo aplastar el motín aprista del 3 de octubre, no podía ensangrentar el país […].

El movimiento revolucionario triunfante es el resultado del pronunciamiento de los Institutos armados; que han procedido, de acuerdo, a crear un nuevo régimen político, dentro del cual consideran que pueden realizar obra de bien público más efectiva, y sobre todo, librar a la patria, con toda la decisión y energía que son necesarias del terrible peligro que el aprismo significa para ella. Y en eso se diferencia de los golpes militares, cuyo móvil es la simple ambición personal del caudillo. Lo que persiguen, en efecto, ahora los Institutos Armados es salvar a la nacionalidad de la amenaza y del oprobio de una secta internacional, insensible a la peruanidad y experta en el crimen.

Se trata, pues, de una cruzada contra las oscuras fuerzas del mal, que la Alianza Popular Revolucionaria representa; y así, en esta forma, solidaria y desinteresada, los soldados del Perú, interpretando el anhelo vibrantemente expresado por la ciudadanía durante tres años, y corroborando la brillante página que escribiera el 3 de octubre, vienen a impedir que el marxismo aprista se adueñe del país.

Y es interesante anotar, asimismo, la diferencia existente entre una revolución militar de este carácter, y un motín hecho por sectarios. En el primer caso, se trata de hombres que alientan sentimientos patrióticos y tienen concepto de honor, y en el otro de dirigentes apristas, desprovistos de toda tendencia que no sea la del provecho propio y de la utilidad individual. En el caso aprista: la cobardía y la falta de consecuencia. En el caso militar: el valor y el sentimiento del pundonor y la responsabilidad. Le ha tocado al doctor Bustamante y Rivero actuar, en una época de nuestra política, en la que se necesitaba tener especiales condiciones de energía y poseer los elementos adecuados para hacer un gobierno fuerte. Por eso, fuimos en las elecciones de 1945 partidarios de un régimen militar, que podía reunir tales condiciones. Pensábamos en aquella época que elegido el doctor Bustamante y Rivero, iba a ser rebasado por el Apra; y así sucedió. Cometió, entonces, el error político de no hacer un gobierno nacional; aprovechando la circunstancia de que había sido reconocida su elección por su opositor, el Mariscal Ureta, y los partidarios de este. El aprismo aprovechó esa debilidad para ganar mayoría en las Cámaras y dominar el Parlamento; creando así la fuerza que necesitaba para su hegemonía y para la obra de daño nacional que realiza.

La primera tarea del nuevo régimen ha de ser, entonces, poner al Apra en la imposibilidad de hacer daño al país, a fin de estar en condiciones de desenvolver, luego y libremente, un programa de gobierno constructivo y útil para la nación.

1.1 Adhesiones y persecuciones

Irónicamente, tanto los medios de comunicación que lo apoyaron como los que no debieron afrontar la persecución y el hostigamiento que emprendió el régimen odriista contra sus detractores a lo largo de sus ocho años en el poder; líderes de opinión y periodistas fueron confinados en El Frontón por el único delito de ejercer su derecho a disentir.

Lo mismo sucedió con los sectores económicos que en el pasado habían cuestionado a Bustamante y Rivero, pero que respaldaron a Odría y que incluso habrían financiado la sublevación del 3 de octubre de 1948 (Tamariz 1998: 73).

Conforme avanzó el tiempo, la unidad del gobierno dictatorial fue resquebrajándose. Quizás el hecho más significativo de este malestar […] fueron las querellas cada vez más agrias y violentas entre el gobernante tarmeño y la oligarquía, sobre todo, con aquellos que no solo lo habían ayudado, sino empujado a tomar el poder. Uno de ellos era nada menos que el avispado Pedro Beltrán. Sin el apoyo de este poderoso sector económico, las cosas fueron corriendo en sentido contrario a la dirección impuesta por el dictador. Pronto la vida política del país asumiría otro compás que, a la larga, cambiaría el rostro del país […] (Huiza, Palacios y Valdizán 2004: 238).

El régimen dictatorial no entendió ni respetó la libertad de opinión ni de pensamiento. En los dos primeros años de la Junta Militar y luego bajo el gobierno odriista conculcó la libertad de prensa y deportó a periodistas, incluso hasta el último minuto de su gestión. Veamos algunos casos.

1.1.1 Las revistas perseguidas

El 1 de abril de 1949, el gobierno detuvo y deportó a México a Genaro Carnero Checa, director del semanario peruano 1949. La publicación, que tenía la particularidad de cambiar su nombre según el año, empezó a circular el 3 de febrero de 1947 y cerró en 1959. Era de izquierda y tomó como modelo la revista Time, pero

[…] aunque no logró altos tirajes sí fue influyente en la política en algunas etapas de su publicación […] era el prototipo de la llamada prensa chica de los años 50 que buscaba mejores precios en las viejas imprentas del centro de Lima realizando esfuerzos verdaderamente heroicos para no interrumpir su publicación (Gargurevich 1991: 178-179).

Consumada la deportación, la revista solicitó en su nota editorial del 18 de abril que se dejase sin efecto la medida, sobre todo después de unas declaraciones que hiciera el Jefe de Estado garantizando la libertad de prensa en el Perú. Sin embargo, no fue la primera vez que resultó clausurada y su director deportado. Sucedió en 1954, cuando Carnero Checa partió nuevamente a México, rumbo al exilio. En su redacción laboraron Antenor del Pozo, Alfredo Matheus, Ernesto More, Juan Francisco Castillo, Manuel Ferreyros, Pablo de Madalengoitia, Juan Gonzalo Rose, César Lévano y Pepe Ludmir (Tamariz 1997: 48).

Por aquellos años, el régimen mandó incautar los ejemplares de dos revistas políticas, críticas de Odría y sus colaboradores: Trinchera Aliada y Buen Humor (1949, 18 de abril de 1949).

Buen Humor tenía este lema: “Todo se ha perdido menos el humor”. Era un semanario sabatino tabloide (41 cm x 28 cm) de política, satírico e ilustrado, de tendencia leguiista. Costaba cincuenta centavos y había sido fundado el 29 de mayo de 1931 por Leonidas Rivera, periodista y parlamentario que, según algunas fuentes, fue “desaforado y conducido a prisión por la publicación de un artículo considerado irrespetuoso contra Eva Perón” (Zanutelli 2008: 319). Otras fuentes precisan que el perfil de Evita Perón se interpretó como una crítica encubierta a la esposa del presidente, María Delgado de Odría.

 

Respecto de la incautación, el semanario la confirmó con evidente ironía el 23 de abril de 1949, en la siguiente columna editorial:

No; no hubo incautación

Como diciendo la verdad —siempre con lealtad absoluta, como todo el mundo lo sabe— no hemos perdido nunca. Manifestamos que los ejemplares de Buen Humor, correspondientes al sábado 9 de este mes de abril y que contenía procaz alusión al Jefe del Estado (sorprendida había sido la buena fe de la redacción por un cobarde), fueron interceptados en provincias, a nuestra solicitud, de acuerdo con las autoridades, interesados como estábamos y estamos en conservar la línea de decoro que marca la honesta trayectoria y la vida limpia de este semanario […].

El odriismo clausuró las revistas Pan y ¡Ya!, dirigidas por Alfonso Tealdo; además, se multó al antiguo diario La República y al semanario Jornada (Thorndike 1982: 24) (recuadro 2).

La revista ¡Ya! apareció el 8 de febrero de 1949, con una columna firmada por el director que hizo las veces de editorial, en la página 11:

Cumplimos con la formalidad del editorial. Este es pequeño y a una columna. Estamos hartos de los editoriales. El mejor editorial es la acción, el buen ejemplo, la buena voluntad en suma. Porque el Perú es un país lleno de palabras. Porque el Perú es un país lleno de odios. Porque el Perú es un país lleno de suicidios colectivos […].

Hemos dicho que “Nuestro Partido es el Público” en nuestra propaganda y esta vez la propaganda será la verdad. La palabra “público” ha sido menospreciada siempre […]. Esta es una hermosa y dinámica palabra. Es, tal vez, la única palabra que nos hace sencillos y modestos humanos en la vida cotidiana […].

Irresponsables periodistas nos han atacado sin saber quiénes somos. Nosotros les daremos una lección cada semana. Inmunes al veneno, siempre los hemos despreciado […]. ‘Nuestro Partido es el Público’. No somos ni izquierda, ni centro, ni derecha. Estamos por encima de esas diferencias. Nosotros miramos al Perú desde la altura. Bueno, nuestro editorial es este número [sic].

Según se anunció, ¡Ya! tenía un tiraje de 25.000 ejemplares. El director gerente era Augusto Belmont y se imprimía en la editorial Etinsa. Alfonso Tealdo trabajó allí hasta el 13 de julio de 1949, y luego fundó Pan, revista en la que participaron Pedro del Pino, Alejandro Valle, Arturo Salazar Larraín, Napoleón Tello, Jaime Galarza y Hugo Cabrera, quien muchos años después fue jefe de redacción de El Comercio. Pan se colocó en la oposición a La Prensa. Como lo había hecho en ¡Ya!, Tealdo entrevistó a varios líderes apristas, incluyendo al abogado del militante aprista sindicado como el asesino de Francisco Graña, director de La Prensa. Por ello, probablemente, se le acusó de aprista y en otras ocasiones de odriista.

De nada sirvieron las protestas del resto de los medios de comunicación ante estas medidas policiales que vulneraron la libertad de prensa. El 1 de julio de 1949, el gobierno promulgó el Decreto Ley de Seguridad Interior de la República (Decreto Ley 11049),

[…] donde se tipifica el delito contra la tranquilidad y seguridad pública y se penalizan, entre otros actos, los siguientes: atemorizar verbalmente o por escrito, con fines políticos o sociales, amenazando la vida, libertad o intereses materiales; y difundir noticias e informaciones falsas y tendenciosas destinadas a alterar el orden público o dañar el prestigio o crédito del país. Las penas para los autores de estos delitos son expatriación, reclusión militar, prisión y multa. También se prohibió el ingreso de material impreso, con propaganda de doctrinas sectarias, comunistas o disociadoras, como ya se había hecho a través de leyes que se pusieron en vigencia durante la década de 1930 (Perla 2009: 134).

Esta ley fue aplicada contra el periodista César Lévano, quien debió cumplir tres años de cárcel efectiva, entre 1952 y 1955, acusado de ser un elemento subversivo. Lévano es uno los periodistas que ha purgado cárcel efectiva por delitos imputados en razón de la función de informar (recuadro 3).

Como esta norma, es larga la lista de decretos leyes y resoluciones supremas y ministeriales, entre otras disposiciones de menor nivel, mediante las cuales se reguló el quehacer de los medios, sobre todo de la radio. Un caso emblemático en el periodismo escrito fue el abrupto cierre de la revista Oiga, la ‘primera aventura’ editorial de Francisco Igartua. Salió en 1948 y solo pudo publicar tres números antes de ser clausurada por Odría.

Recuadro 2

Semanarios antiapristas

Así como tuvo sus órganos de difusión, el aprismo también ganó detractores. Jornada fue un semanario antiaprista que se publicó entre 1944 y 1950 (entre 1947 y 1948 circuló de manera diaria; y en 1949 de lunes a sábado). Lo fundó Miguel Benavides Corbacho para apoyar al Frente Democrático de Bustamante y Rivero. Luis Bedoya Reyes, más tarde fundador del Partido Popular Cristiano, fue su jefe de redacción. Entre sus colaboradores figuraban José Diez Canseco, Alberto Ferreyros, Mario Herrera Gray y Francisco Igartua. Fue clausurado en 1950 y cuando reabrió apoyó al odriismo.

Otra publicación antiaprista fue Trinchera Aliada, pero Vanguardia es reconocida como la más combativa. Salió primero como semanario y luego se hizo bisemanario en un formato grande (67 cm por 44 cm): “Recogemos todo lo que hay de viviente y de trascendental en la ideología de Nicolás de Piérola y en la de José Carlos Mariátegui”, dijo en su primer editorial. Circuló entre 1945 y 1949, bajo la dirección del polémico Eudocio Ravines y el eslogan: “La voz que dice lo que el pueblo piensa”. Luego asumió su financiamiento el Grupo Beltrán; entonces era el “Diario Político del mediodía”. Vanguardia se imprimía en los talleres de La Prensa y utilizaba los circuitos de distribución de ese diario. En una primera etapa hizo proselitismo político de izquierda y combatió al Apra. No recurría al insulto, pero sí a la agresividad. Según Gargurevich, las ediciones bisemanales llegaban a 25.000 ejemplares. Vanguardia reapareció en 1960, aunque en un tono menos aguerrido.

Eudocio Ravines fue un hombre polémico. Nació en el socialismo —antes y después de que ese partido se distanciara del Apra— y navegó por el comunismo. Luego renegó de la izquierda y se pasó a la derecha, aunque conservó su antiaprismo, también fue pradista y beltranista (Zanutelli 2008: 305).

Recuadro 3

Testimonio: En la cárcel

Cuando César Lévano hace un recuento de los periódicos y revistas donde trabajó, instintivamente incluye su paso “por las prisiones”: es decir, sus detenciones en el Panóptico (1950-1951) y El Frontón (1952-1955), durante el régimen de Odría; y en Seguridad del Estado (1979), bajo el gobierno de Francisco Morales Bermúdez Cerruti.

Estuve preso en el antiguo Panóptico, ubicado en el lugar donde se levanta hoy el hotel Sheraton. Allí ocupaba una cama estrecha, en una celda que parecía la jaula de un gorila. Un día pedí peluquero y vino un señor, un japonés que cortaba el cabello con una navaja, que resultó ser Mamoru Shimizu [reo peligroso que había matado a su familia (siete personas) en 1944]. Cuando lo vi pensé: “A este lo han mandado para que me corte el pescuezo”. Yo soy dialogante, pero sabía que durante los años que estuvo en el Panóptico, Mamoru no hablaba con nadie. Después de ese corte de pelo, con el único que habló fue conmigo.

Lévano recuerda que escribió esa historia años después a pedido de Guillermo Thorndike. “Algunos amigos me dijeron que esa serie debía convertirse en un libro […]. El japonés me contó muchas cosas, fue soldado durante la invasión a China. Yo leí las actas y alegatos de los abogados sobre su caso, me documenté”.

Otra detención que casi le cuesta la vida ocurrió en 1979:

Hubo una redada en la revista Marka y tomaron presas a decenas de personas. Yo estaba sin trabajo en ese momento y colaboraba con la revista… Tenía cuatro hijos y ningún ingreso. Nos metieron a todos en una celda, pero el problema era que tenía cálculos en los riñones y debían operarme. Un grupo de médicos comunistas me atendió. Tomaron radiografías y me avisaron que habían contratado una sala de operaciones. “Te operamos”, dijeron. Mis compañeros de celda —entre ellos Hugo Blanco— se pusieron de acuerdo y hablaron con el jefe de Seguridad del Estado: amenazaron con hacer una huelga de hambre y de sed si no me trasladaban a un hospital. Finalmente, me llevaron en una ambulancia al Hospital de Policía. Alguien me dijo: “Se ha salvado usted”. “¿Por qué?”, pregunté. “Porque hoy se llevan a todos a la Argentina”. Era la dictadura de Videla y las condiciones eran terribles.

(Entrevista a César Lévano, 13 de mayo del 2008).

1.1.2 Los periódicos “complotadores”

Luego, tras el intento de golpe del general Zenón Noriega, en agosto de 1954, el régimen veía fantasmas por todos lados. Así, a fines de ese año, acusó entre otros personajes a los hermanos Enrique y Carlos Miró Quesada Laos, así como al ingeniero Wilfredo Pflucker, de complotar contra el Gobierno; estos fueron detenidos en la Penitenciaría de Lima, como recuerda Mario Miglio Manini en su libro Mi paso por el periodismo (2000: 31).

El director de Gobierno, el temible Alejandro Esparza Zañartu, era el hombre fuerte en el aparato represivo del régimen, encargado de las detenciones arbitrarias y de la censura, incluso, de los reportes cablegráficos de los corresponsales peruanos. Mario Miglio, subdirector de La Prensa y corresponsal de la revista norteamericana Visión, da una pincelada de la personalidad arrogante de Esparza Zañartu y cómo tuvo que rendir cuentas ante él por sus reportes periodísticos.

Asimismo, incluye en su libro el parte policial que él tuvo que mecanografiar en la Prefectura de Lima al ser detenido, el 19 de enero de 1955, para explicar cada uno de los párrafos de un cable publicado en la revista Visión, en el que hacía “apreciaciones y comentarios de orden político relacionados con el gobierno del Perú”. Texto del cable cuyo contenido Miglio tuvo que fundamentar:

PRIMERA DIVERGENCIA FUE CON GRUPO CIVIL QUE LO AYUDÓ SUBIR PODER STOP RESULTADO ESA DIVERGENCIA ES OPOSICIÓN DIARIO LA PRENSA STOP POLÍTICA DE CAMBIO LIBRE ET SOLUCIÓN DADA CASO HAYA DE LA TORRE ORIGINÓ ENEMISTAD ACTUAL DIARIO EL COMERCIO TRO DE LOS GRUPOS DERECHISTAS TRADICIONALES STOP/ [sic].

Miglio relata que “el grupo civil a que se alude fue el de La Prensa que como es notorio simpatizó con la revolución del general Odría”, situación que se detalla en esta glosa del cable (en mayúsculas) y sus aclaraciones (en minúscula) ante la prefectura:

EN SEIS AÑOS GOBIERNO ODRÍA HA PERDIDO SIMPATÍAS ET AMIGOS. Es notorio que el General Odría llegó al poder con el aplauso de los diarios La Prensa y El Comercio cuando triunfó la revolución restauradora de 1948. Posteriormente se produjo un distanciamiento con La Prensa y la deportación de su director Eudocio Ravines. Actualmente la línea de La Prensa como se trasluce en sus editoriales no es de adhesión al gobierno del general Odría. Con El Comercio ocurre otro tanto: primero, la solución dada al caso Haya de la Torre no satisfizo a los Miró Quesada y, posteriormente, la participación de dos de los miembros de esa familia en intentonas subversivas contra el gobierno demuestran también que la adhesión de El Comercio a su política no es todo lo satisfactoria que podría esperar el gobierno del presidente Odría. Debo agregar, y como modo de explicar los párrafos subsiguientes, que la política de libre comercio, que sigue el gobierno, no es tampoco de la simpatía de El Comercio. En editoriales al respecto, ese diario ha manifestado en forma casi agresiva su punto de vista con relación a la política económica del gobierno [sic] (Miglio 2000: 40, 45).

Lo expuesto puede corroborarse en los primeros editoriales de La Prensa que aprobó el advenimiento del odriismo. Un ejemplo es el siguiente, fechado el 6 de enero de 1950:

La convocatoria a elecciones generales

 

Estamos persuadidos de que el general Odría ha logrado conquistar un lugar preferente en el alma de la mayoría de los peruanos […]. Por consiguiente se torna obligatorio enfocar la cuestión de la próxima Presidencia Constitucional del Perú señalando al general Odría como ciudadano acreedor a recibir el voto de los peruanos, unidos y mancomunados en la misma gran obra patriótica.

La intercesión de Pedro Beltrán ante Odría impidió que Miglio Manini fuera trasladado a El Frontón. El director de La Prensa ejerció durante los primeros años del odriismo la presidencia del Banco Central de Reserva (BCR). En su ausencia delegó la dirección del diario a Eudocio Ravines, quien había retornado al país luego de haber sido deportado en el gobierno de Bustamante y Rivero. En abril de 1950, sin embargo, debido a la aparición de una caricatura que Odría halló ofensiva, Ravines fue nuevamente deportado, lo que provocó la renuncia de Beltrán al BCR. A fines de la dictadura, más de 30 periodistas de ese diario —incluyendo al propio director y otros directivos— fueron recluidos en El Frontón.

En cuanto a El Comercio, su apoyo no fue para el ‘dictador Odría’, sino para el ‘Odría perseguidor del Apra’, agrupación que el diario reconocía en titulares como ‘una secta internacional’, ‘marxista’ y ‘criminal’ (El Comercio, 30 de octubre de 1948). Recordemos que en el contexto internacional, las denuncias contra personas sospechosas de ser comunistas iban y venían en plena Guerra Fría, por causa de la persecución que impuso el senador estadounidense Joseph Raymond McCarthy.

El Comercio reconoció en el régimen de Odría un gobierno fuerte, pero criticó su política de libre comercio y los abusos que cometió contra las libertades individuales y contra la libertad de prensa. Informativamente dio a conocer la deportación de Igartua el 22 de noviembre de 1952 a Panamá. Su protesta por las presiones contra el mencionado periodista, entonces director de la revista Caretas, quedó sentada en este editorial:

No se ha dado información oficial alguna respecto de la grave medida adoptada; pero cualquiera que sea su motivo, tratándose de un periodista y aun suponiendo que se acuse de publicación delictuosa, es de lamentar que, en lugar de aplicarse las leyes existentes sobre Delitos de Imprenta, se empleen procedimientos policiales que vulneran la libertad de prensa (El Comercio, 22 de noviembre de 1952).

La posición editorial de El Comercio mereció adhesiones e innumerables críticas. Estas últimas se resumen, de alguna manera, en el libro que en 1982 publicó Dennis Gilbert, cuyo título original es The oligarchy and old regime in Perú (La oligarquía peruana. Historia de tres familias). Allí se sostiene que entre 1930 y 1956, mientras el país vivía cambios que darían otro rumbo al Perú, la familia Miró Quesada recuperó la influencia política que había gozado en la República Aristocrática.

Los Miró Quesada atravesaron su fase más reaccionaria entre 1930 y 1956 […]. El Comercio contribuyó a llevar al poder a los regímenes militares derechistas […]. Sin embargo, tuvieron dos campos de desacuerdo potencial con estos gobiernos […] se opuso a la política monetaria orientada hacia la exportación, que los regímenes de Sánchez Cerro, Benavides y Odría, al igual que sus partidarios oligárquicos, favorecían. Pero los conflictos más graves entre el periódico y dichos gobiernos involucraban el trato que estos dispensaban al Apra (Gilbert 1982).1