Perepepè

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Copyright © 2021 M.G.Gullo – M.Longo

La imagen de la cubierta, las ilustraciones y el diseño han sido creados y editados por Massimo Longo

Todos los derechos reservados.

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Perepepè


El riachuelo corría veloz por debajo del viejo puente, crecido por las lluvias de los últimos días. El agua arrastraba entre las piedras hojas de todos los colores barridas por el viento otoñal. El Puente era de madera con el fondo, los lados y los parapetos cerrados de tablas de roble.


De arriba llegaban las risotadas y las voces ahogadas de un montón de cabezas traviesas que por turnos miraban con disimulo por un agujero que había en el parapeto lateral.

Se decía que aquel agujero estaba allí desde siempre y que, en la noche de Halloween, quien tuviese el valor de llegar hasta allí a medianoche para gritar dentro vería cumplirse su deseo...

 - ¡Venga, déjame que mire yo también! – decía empujando Ciccio, el más gordinflón de los niños, que a pesar de ser el más grueso no tenía mucha fuerza.

 - Me tocaba a mí... - susurraba Coriandola, una niña llena de pecas.

 - ¡Esperad! ¡He visto algo! - exclamó Marco, el cabecilla de la pandilla.

 - ¿Qué? ¿Qué? – todos querían ver, pero el agujero era pequeño y se encontraba a baja altura.

 - Callaos o se escapará – dijo con voz amenazante Marco.

 - ¿Escaparse...? ¿Qué pasa? ¡Tengo miedo! - gritó Pauricchio, un niño delgado y esbelto como el palo de una escoba.

 - Nada, era una broma, miedica, ¡cállate! - ordenó Marco.

Llegó el turno de Jo Tuttocchi, el cerebrito del grupo. Era bajito y rechoncho y llevaba unas gafas enormes siempre en la punta de la nariz:

 - Yo no veo nada – afirmó - habrá que esperar a la alineación de los planetas, tal vez se produzca en Halloween…

 - ¡Sí! ¡Sí! ¡Seguro! – exclamó la pequeña del grupo reacia a mirar, mientras abrazaba la muñeca de trapo de la que no se separaba nunca.

Su tranquilidad curiosa no duró mucho tiempo, pues se vio interrumpida por una serie de gritos furiosos y desagradables. En efecto, retumbando como una saeta, llegó Peppe y todos inmediatamente se taparon los oídos.

Peppe era un niño regordete con unos enormes mofletes, tan grandes que a todos los mayores les daban ganas de darle un pellizco. El niño era muy cariñoso, no se puede negar, pero su voz era espantosa.


Quien lo conocía pensaba que en la cabeza de Peppe se había estropeado el botón del volumen y, como consecuencia, le había quedado una voz demasiado estridente. Más que sonidos de su boca salían ultrasonidos.

Peppe, además de la boca, tampoco dejaba las piernas quietas; parecía siempre que hubiese visto una araña y saltaba como en las danzas rusas.

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