Caudillos y Plebeyos

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Caudillos y Plebeyos
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© LOM ediciones Primera edición, diciembre 2019 Impreso en 1.000 ejemplares ISBN IMPRESO: 9789560012432 ISBN DIGITAL: 978-956-00-1286-9 RPI: 2020-a-305 Las publicaciones del área de Ciencias Sociales y Humanas de LOM ediciones han sido sometidas a referato externo. imagen de portada: Diseño de Manuel Pinto. Edición y maquetación LOM ediciones. Concha y Toro 23, Santiago Teléfono: (56-2) 2860 68 00 lom@lom.cl | www.lom.cl Tipografía: Karmina Impreso en los talleres de LOM Miguel de Atero 2888, Quinta Normal Impreso en Santiago de Chile

A la memoria de mi madre, Morelia Vallejos A la memoria de Jorge Gelman

Índice

  Agradecimientos

  Introducción La construcción social del estado en América del Sur

  Capítulo 1 La «operación plebeya» del ministro Portales

  Capítulo 2 Grietas en el orden portaliano

  Capítulo 3 El pacto social de Juan Manuel de Rosas

  Capítulo 4 Apogeo y crisis del pacto rosista

  Capítulo 5 ¿Nace un libertador? La primera presidencia de Ramón Castilla

  Capítulo 6 Culminación y ocaso del castillismo plebeyo

  Conclusión Las diferentes vías hacia la construcción social del estado

  Bibliografía 394

Agradecimientos

Una investigación de estas características, desarrollada en tres países distintos durante un lapso de más de diez años, ha significado la acumulación de numerosas deudas, humanas y materiales. En primer lugar, con los equipos de trabajo que hicieron posible su realización, y que en sucesivas etapas incluyeron a Verónica Valdivia, Karen Donoso, Paulina Peralta, Francisco Rivera, Daniel Palma, Roberto Pizarro, Marilyn Céspedes (en Lima), y Óscar (Cano) Peñafiel. Vayan mis agradecimientos a todas y todos por su dedicación, por su compromiso, y sobre todo por su aporte activo y creativo no sólo a la acumulación de información, sino a la gestación de las ideas e interpretaciones que han dado cuerpo a este libro. Esto incluye las muy enriquecedoras sugerencias al manuscrito final de Verónica Valdivia, Daniel Palma, Roberto Pizarro y Óscar Peñafiel.

En igual sentido, debo reconocer una deuda muy profunda con las y los colegas argentinos y peruanos que, con generosidad sin límites, me acompañaron y orientaron por los ricos acervos documentales e historiográficos de sus países. No es ninguna exageración decir que, sin esos apoyos, simplemente no habría podido emprender esta ambiciosa aventura trinacional, cuyos resultados pongo ahora a su disposición, a título de muy modesta retribución. En Argentina, la nómina de colaboradores y colaboradoras incluye, más o menos en orden de incorporación cronológica al proceso, a Raúl Fradkin, Jorge Gelman, Gabriel Di Meglio, Daniel Santilli, Gustavo Paz y Mirta Lobato. En el Perú, siguiendo el mismo criterio, a Carlos Contreras (verdadero «padrino» de la etapa peruana del proyecto), Natalia Sobrevilla, Carlos Flores, Sarah Chambers, José Ragas, Charles (Chuck) Walker y Jesús Cosamalón.

Dentro de este selecto abanico de compañeras y compañeros de ruta, merece un reconocimiento redoblado el ya nombrado Jorge Gelman, que siendo uno de los más entusiastas, desprendidos y solidarios «cómplices» de este proyecto, no estuvo con nosotros para ver sus resultados finales. Con toda la pena del mundo, este libro está dedicado a su memoria, junto con la de mi madre.

En el plano institucional, agradezco una vez más a la Comisión de Investigación Científica y Tecnológica de Chile (Conicyt), la que a través de su Programa Fondecyt (proyectos regulares números 1050064, 1090051 y 1140205) suministró los fondos que hicieron posible esta investigación, aporte particularmente valioso si se considera que una parte sustantiva de ella debió desarrollarse fuera de Chile, con los costos y requerimientos que ello significó. También agradezco a la Universidad de Santiago de Chile, espacio académico que me ha acogido y ha respaldado mi quehacer profesional durante casi cuatro décadas. Muy particularmente, agradezco a su Vicerrectoría de Investigación, Desarrollo e Innovación por otorgarme un permiso sabático durante el año 2017, sin el cual, no es exageración decirlo, este libro no habría podido escribirse.

No podrían quedar fuera de estos agradecimientos los encargados y funcionarios de los acervos documentales en los que pude recabar la información que conforma la base empírica del libro: la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos de Chile, el Archivo General de la Nación Argentina, la Biblioteca Nacional del Perú, el Instituto Riva Agüero de la Pontificia Universidad Católica del Perú, y los Archivos Históricos del Cusco y Arequipa.

Vaya también un reconocimiento muy especial al Instituto de Estudios Peruanos de Lima, instancia que tuvo la generosidad de acogerme como investigador afiliado, gracias a lo cual pude tener acceso a los acervos documentales de ese país, además de recibir los muy fructíferos comentarios de mis colegas peruanas y peruanos en sendas presentaciones de resultados realizadas allí. De igual utilidad resultaron los seminarios a los que fui invitado por la Maestría en Historia de la Pontificia Universidad Católica del Perú, gracias a su director Jesús Cosamalón, y, en dos ocasiones diferentes, por el Instituto de Historia Argentina y Americana Dr. Emilio Ravignani, de la Universidad de Buenos Aires, gracias a su entonces director Jorge Gelman. Estos espacios de colaboración e interacción académica no sólo me permitieron someter el avance de la investigación al juicio experto de quienes allí concurrieron, sino que le otorgaron un significado muy concreto al impulso latinoamericanista que subyace a todo este ejercicio.

Y finalmente, agradezco a Verónica Valdivia por su permanente compañía y apoyo, por su participación personal en la primera etapa de este proyecto, y por su ayuda en la revisión de fuentes y en la lectura crítica y demandante de los resultados en las etapas restantes. Pero por sobre todo, como siempre, por su amor generoso, profundo e inclaudicable.

Julio Pinto Vallejos

Santiago, abril de 2018

Introducción La construcción social del estado en América del Sur

La ruptura del sistema colonial español obligó a los grupos dominantes sucesores a implementar un nuevo orden hegemónico, capaz de recomponer una convivencia política y social seriamente sacudida por las guerras de independencia. Contrariamente a lo que la historiografía sostuvo por largo tiempo, este desafío también involucró a los sectores populares, movilizados política y militarmente por las guerras, galvanizados por las fracturas de las jerarquías tradicionales, e interpelados por un ideario republicano que radicaba la soberanía en el «pueblo», concepto que, al menos potencialmente, podía incluirlos dentro de sus límites. Seriamente divididos entre ellos mismos, los grupos dirigentes a menudo debieron negociar alianzas u ofrecer beneficios a actores populares que podían servirles de refuerzo, y en cualquier caso no podían ignorar a una mayoría plebeya1 que debía ser convencida, «por la razón o la fuerza», de formar parte del nuevo orden político en construcción. Este libro se propone explorar ese proceso de seducción/imposición, que denomina la «construcción social del estado»2, a través de tres experiencias articuladas en torno a caudillos considerados «emblemáticos»: el Buenos Aires de Juan Manuel de Rosas (1829-1852)3, el Perú de Ramón Castilla (1844-1862), y el Chile de Diego Portales (1829-1851)4. Enfrentados a una común tarea de restauración o construcción de un orden hegemónico operativo, los sectores político-sociales identificados con esos liderazgos debieron lidiar con estructuras sociales y actores populares muy diferentes, lo que desembocó en estrategias también diferentes (y a veces opuestas) de interlocución. El resultado de dichas dinámicas, se postula, incidió fuertemente sobre las características que eventualmente exhibieron los estados que de allí emanaron.

Al dar cuenta de las conmociones propias de este período, que la historiografía tradicional denominó de «anarquía», la actuación de los sectores populares se relegó durante mucho tiempo a un segundo plano. Se dio por supuesto que los protagonistas tanto de las diferentes iniciativas de organización estatal como de las luchas que ellas motivaron fueron básicamente los grupos de élite, o los jefes militares reunidos bajo el nombre genérico de «caudillos». Cuando mucho, al mundo popular se le asignó la condición de clientelas pasivas manipuladas por sus patrones, o mero factor de perturbación «anómica», expresada a través del tumulto irracional o la actividad delictiva. Durante las últimas décadas, sin embargo, una serie de estudios animados por una visión más activista de los sujetos subalternos ha demostrado que éstos tuvieron una participación bastante más razonada y relevante en los procesos de construcción estatal y nacional que caracterizaron al período. Movilizados política y militarmente por las guerras de independencia, tácita o explícitamente interpelados por un mensaje republicano que no podía prescindir de la apelación a un «pueblo soberano» (con todos los matices y restricciones que ese concepto podía y solía revestir), reiteradamente requeridos como base de apoyo por las élites en conflicto, era muy difícil que dichos actores se hubiesen mantenido al margen de los debates que definirían el futuro de todo el cuerpo social, ya sea alineándose con los bandos en pugna, ya aprovechando las fisuras hegemónicas para impulsar sus propios intereses o proyectos. De esa forma, la construcción de los estados y naciones hispanoamericanas tuvo también una dimensión inequívocamente «social», o si se prefiere, «social-popular». Esa es la dimensión que la investigación que aquí culmina quiso abordar.

 

Para hacerlo, el foco analítico de este libro se instaló fundamentalmente en los grupos o élites empeñados en iniciativas de construcción estatal, y en las dinámicas que a partir de allí se entablaron con el «bajo pueblo». En tal sentido, no se adoptó una perspectiva propiamente «subalternista», en que el énfasis recayese de manera prioritaria en las posturas o acciones de estos últimos sujetos, sino más bien en la dimensión «receptiva» o «reactiva» que exhibieron frente a los llamados o imposiciones emanados «desde arriba». Esta opción no obedece, ciertamente, a una disposición negativa frente a dicho paradigma, ni menos a una subvaloración de las autonomías populares. Sin embargo, en la medida en que una parte mayoritaria de los estudios que durante los últimos años han explorado la política plebeya asume esa mirada, pareció que un desplazamiento del lente hacia los grupos dominantes, en su dialéctica con el mundo popular, podría resultar más novedosa o menos transitada5. A final de cuentas, fue en torno a esas iniciativas, intervenidas mayor o menormente por diálogos o pugnas plebeyas, que los estados «realmente existentes» de América Latina terminaron por estructurarse.

El otro factor de innovación que orientó este trabajo fue el abordaje intencionada y sistemáticamente comparativo. Mucho se ha debatido últimamente sobre la validez de emprender este tipo de ejercicios en nuestra disciplina, orgullosa de su sensibilidad frente a lo particular y escéptica por naturaleza frente a cualquier tentativa de «reducir» la riqueza de los procesos históricos a fórmulas generales u homogeneidades rígidas («modelos»). En ese sentido, debe aclararse que no se trató aquí de establecer «leyes generales» que apunten a uniformar procesos tan complejos, variados y multifacéticos como lo fueron los de construcción de órdenes políticos en la post-independencia, sino de, a partir de ciertas analogías observables, fijar el lente tanto en lo similar como en lo diferente, para desde allí elaborar un análisis más matizado de cada uno de los casos tratados. Dicho de otra forma, lo que se procuró fue rescatar tanto lo propio como lo compartido, en torno a coordenadas iniciales seleccionadas en función de sus potencialidades analíticas, para luego aventurar algunas hipótesis que dieran cuenta de lo uno tanto como de lo otro. No se aspiró, por tanto, a levantar una suerte de matriz explicativa «a priori», que ahorrase el ineludible análisis caso a caso.

En ese contexto, lo que este trabajo se propone es abordar, en clave comparativa, la «construcción social del estado» en tres espacios sudamericanos con pasados coloniales, estructuras socioeconómicas y bases étnico-culturales muy diferentes (un antiguo asiento virreinal territorialmente fragmentado, con amplia mayoría indígena; una sociedad nueva de frontera con fuerte movilidad socio-territorial y conexión directa a los mercados atlánticos en expansión; una antigua y bastante aislada frontera militar de mayoría mestiza y marcada estratificación social en torno al latifundio), pero igualmente sometidos a los embates del colapso hegemónico y los desafíos de la redefinición política. Siendo esto último el elemento propiamente unificador, por encima de las muchas diferencias, la clave analítica que atraviesa el estudio es la búsqueda del orden, encarnada en liderazgos caudillescos que, en medio de intensas pugnas intra-elite, dieron los primeros pasos hacia la constitución de estados más o menos funcionales. Y dentro de esa búsqueda –segundo punto de convergencia analítica– la obligación de lidiar con mayorías subalternas que, por las conmociones y rupturas ocasionadas por las guerras de independencia, simplemente no se podían ignorar.

A partir de esa doble sintonía (que es la que hace posible la comparación), se ha procurado identificar las estrategias aplicadas para lograr la anhelada legitimación (la construcción social del estado propiamente tal), y los resultados finalmente obtenidos, ámbitos donde, como era previsible, vuelven a asomar las diferencias. Como hipótesis articuladora de la investigación, se propuso que las élites, herederas directas de jerarquías coloniales que no estaban dispuestas a sacrificar, «pactaron» con los grupos plebeyos más por razones de necesidad que de convicción, y que por tanto su grado de apertura hacia dichas alianzas fue directamente proporcional a su propia cohesión interna, y a su control efectivo sobre las sociedades en disputa. Dicho de otra forma, unos grupos dirigentes más fracturados y con menos legitimidad tradicional se habrían visto obligados a invocar estrategias «heterodoxas» para afianzarse en el poder, incluso si ello arriesgase horadar, ojalá sólo transitoriamente, las subordinaciones ancestrales. Los actores subalternos, por su parte, habrían logrado sacar mayor o menor partido de esta interpelación en función de sus propios grados de autonomía y movilización política, derivados de las estructuras coloniales o de su participación en las guerras de independencia.

Antes de internarse en el análisis, es preciso dar cuenta, aunque sea someramente, de las referencias metodológicas y bibliográficas que han ayudado a construirlo, precaución especialmente imperativa cuando se pretende hacer dialogar historiografías nacionales diferentes, y cuando se ha procurado hacerlo desde un horizonte de generalización que, como se dijo, no siempre acomoda a los cultores de nuestra disciplina. A diferencia de los «latinoamericanistas» de otras latitudes, quienes desde su perspectiva extrarregional han tenido mayor disposición para mirar al continente en su conjunto, la historiografía propiamente latinoamericana ha desarrollado poco los estudios comparados6. Esto no obedece necesariamente a falta de voluntad o a nacionalismos incorregibles, sino a una comprensible timidez para incursionar responsablemente en realidades menos conocidas o en contextos que no se manejan en toda su matizada complejidad. Por tal razón, los esfuerzos de carácter comparativo que se han emprendido en nuestros países suelen ser obras colectivas que reúnen investigaciones en que cada autor o autora aporta su propio conocimiento especializado (es decir, nacional) en torno a una problemática común, dejando a los y las lectoras la tarea de integración final. Se trata, por cierto, de iniciativas valiosas, que igualmente inducen a una reflexión que traspasa las barreras nacionales y reconoce elementos de convergencia. Pero ellas no reemplazan una mirada que identifique de manera sistemática y combinada las semejanzas, y por reflejo también las diferencias, entre experiencias históricas potencialmente equiparables; que apunte, en otras palabras, hacia una historiografía que sea algo más que la sumatoria de procesos nacionales paralelos, y que alcance un estatuto verdaderamente transfronterizo.

Este propósito de incursionar en la historia comparativa puede sonar disonante frente a las tendencias «transnacionales» que se han ido instalando últimamente en la historiografía latinoamericanista, particularmente en aquella producida desde el hemisferio norte. Busca esta corriente cuestionar lo que la historiadora estadounidense Barbara Weinstein, en un reciente balance de esa propuesta, ha denominado «el dominio de la Nación como el sujeto o la categoría organizadora de las narrativas históricas», destacando en cambio la «alta permeabilidad de las fronteras y la intensa circulación de cuerpos, ideas y objetos de consumo», y por ende cuestionando la viabilidad de establecer comparaciones legítimas o útiles, especialmente entre naciones. También adolecería el ejercicio comparativo, desde esta visión crítica, de una tendencia inexorable a «congelar» o «rigidizar» los casos puestos en paralelo, diluyendo la noción de la historia como procesos siempre cambiantes, y con límites sistemáticamente inestables y mal definidos7.

Como es evidente, algunas de estas impugnaciones no carecen de fundamento, y toda actividad comparativa efectivamente implica el riesgo de violentar las particularidades que caracterizan a cualquier proceso histórico. Sin embargo, el autor de este libro abriga la convicción de que las sociedades latinoamericanas sí comparten experiencias que, sin ser idénticas, tienen suficientes elementos comunes como para extraer perspectivas útiles para efectos de comprensión histórica y política. Por otra parte, en lo que concierne a este ejercicio en particular, los ejes de comparación no son «naciones» pre-constituidas y eternas en el tiempo (caracterización especialmente inapropiada para el Buenos Aires rosista), sino más bien, como se dijo, tentativas de ordenamiento político y social emanadas de sectores dirigentes enfrentados a una disyuntiva objetivamente compartida: el colapso del orden colonial hispanoamericano, con toda su secuela de convulsiones y fracturas internas. Como se argumentará en los capítulos que siguen, tanto el diagnóstico como las fórmulas de solución elaboradas por estos grupos coincidieron en varios aspectos fundamentales, pero también divergieron en otros (entre ellos precisamente el que articula este estudio: su disposición frente a las clases populares), haciéndose unos y otros más visibles justamente a partir de su puesta en paralelo. Es en ese sentido que se piensa, en este y en muchos otros casos, que el análisis comparativo, no necesariamente entre «naciones», sino más bien entre procesos, conserva tanto su utilidad como su legitimidad.

Desde la ciencia política y la sociología, disciplinas bastante menos reacias a incursionar en este tipo de enfoques8, los últimos años han sido testigos de una interesante sucesión de estudios comparativos sobre la formación de los estados latinoamericanos durante el siglo XIX, la que aporta valiosas referencias para el análisis que aquí se desarrolla. Empeñados mancomunadamente en marcar las diferencias entre estos procesos y los que han servido para sentar las bases teóricas de la literatura más influyente sobre la formación del estado moderno (inspirados, como es habitual, en la experiencia europea o norteamericana), todos procuran identificar los factores más relevantes para dar cuenta de las especificidades de los estados latinoamericanos: la relativa fragilidad de sus instituciones, su propensión al autoritarismo político o a la exclusión social, su débil penetración en los espesores del territorio o de la sociedad civil. Para dicho efecto, y con el propósito explícito de levantar teorías de alcance a lo menos intermedio o macroregional, todos incorporan diversos casos nacionales para calibrar la validez de sus propuestas, haciendo de la comparación un ingrediente ineludible de su análisis. De la misma forma, ya sea por presencia o por ausencia, todos tienen algo que decir sobre la figuración de los actores populares en las etapas formativas bajo estudio. Y aunque estas consideraciones ciertamente no agotan el abanico de factores que unos y otros abordan, en un análisis con proyecciones mucho más abarcadoras que las aquí consignadas, para los efectos de este libro no parece inapropiado focalizarse de preferencia en esas dos: el enfoque comparativo y las presencias subalternas.

En orden de aparición cronológica, el primer libro que cabe incluir en este recuento es el de Fernando López-Alves, publicado el 2000, sobre formación de estado y democracia durante el siglo XIX latinoamericano. Se correlacionan allí las modalidades de resolución de conflictos y su impacto sobre los repertorios de acción colectiva, para así dar cuenta de la emergencia en la región de regímenes con mayores o menores grados de autoritarismo. En lo que aquí más interesa, cabe destacar la importancia asignada por este autor al modo de incorporación (o no incorporación) de los actores populares rurales al sistema político, existiendo una notable diferencia según si ello se produjo por la vía militar o por la vía partidista. Tomando como uno de sus casos de estudio la Argentina rosista (el único que coincide con el libro que aquí se presenta), se privilegia precisamente el papel del ejército como vehículo de integración política popular, lo que según la hipótesis de López-Alves daría cuenta de la fortaleza comparativa de esta formación estatal, pero también de sus rasgos más coercitivos y centralistas (al menos para la Provincia de Buenos Aires). Así y todo, no se desatiende el componente de persuasión que Rosas debió desplegar para lograr tal objetivo, ineludible en un contexto de escasez laboral que hacía de la adhesión campesina una variable a la vez diferenciadora respecto de otras experiencias, y estratégica para la consolidación del naciente estado9.

 

Un segundo estudio que ha marcado la agenda regional en materia de formación inicial de estado es el de Miguel Ángel Centeno, publicado en 2002 bajo el título de Blood and Debt: War and the Nation-State in Latin America. Tomando explícita distancia de las teorías (representadas principalmente por Charles Tilly y sus seguidores) que ponen el acento en el factor bélico para dar cuenta del surgimiento del estado moderno, Centeno hace notar que en la América Latina decimonónica la guerra no tuvo un impacto tan relevante (al menos como enfrentamiento entre países), y por tanto no se requirió de un estado particularmente fuerte para hacer frente a amenazas que en este caso no existieron. Por tal razón, y por su incapacidad (o baja necesidad) de extraer cuotas significativas de recursos de la población, tampoco se vio en la obligación de pactar con los actores sociales, especialmente los de condición subalterna. Dicho en sus propias palabras, «el estado no tenía necesidad de la población, ni como soldados ni como futuros trabajadores, y podía en consecuencia permitirse excluirla. El estado y las élites dominantes en casi todos los países de la región parecían preferir las poblaciones pasivas». Aun más: el constante peligro de conmoción interna que significaban las clases subalternas en un contexto atravesado por fracturas de todo tipo (sociales, étnicas, regionales), muy superior a cualquier eventual amenaza de origen externo, hacía altamente peligroso promover su movilización política o militar: «el temor al enemigo interno impidió la consolidación de la autoridad, la elaboración de una mitología nacionalista de amplio alcance, y la incorporación de proporciones importantes de la población en el aparato militar». De esta forma, y aunque reconoce gradaciones dentro de la fragilidad general que atribuye a los estados latinoamericanos decimonónicos (y su consiguiente exclusión de los sectores plebeyos), la propuesta de Centeno en general no transita por las coordenadas que este estudio ha elegido priorizar10.

Otro estudio que subraya el carácter excluyente de los estados latinoamericanos emergentes, pero que sí otorga a las relaciones laborales (serviles o no-serviles) un lugar determinante en el éxito o fracaso de tales esfuerzos, es el de Marcus J. Kurtz, publicado el 2013 con el título de Latin American State Building in Comparative Perspective. La preocupación fundamental de este autor es determinar los factores que incidieron en la capacidad de construir un estado eficaz, o más directamente, «qué hace a los estados fuertes o débiles en términos de su capacidad para administrar funciones básicas, imponer políticas públicas centrales, y regular las conductas privadas». A diferencia de las dos obras mencionadas anteriormente, la de Kurtz no pretende explorar las diferencias entre América Latina y los «paradigmas» de origen europeo, sino más bien las que se perciben al interior mismo de nuestro continente. Abarca también un marco temporal más amplio, que incluye lo que él denomina los dos «momentos críticos» en nuestra construcción estatal: el período inmediatamente posterior a la independencia, en el cual se habrían establecido trayectorias diferenciadas entre países, y las décadas iniciales del siglo XX (el período de la «cuestión social»), cuando se enfrentó el dilema de incorporar masivamente a los sectores populares en la institucionalidad política. Su tesis central, para la temporalidad y los objetivos que conciernen a este libro, es que la prevalencia de relaciones laborales serviles impidió la formación de aparatos estatales fuertes, por cuanto las élites locales no se atrevían a delegar en un actor «distante» (el estado) el control de un orden social irremediablemente amagado por esa contradicción fundamental, y por lo mismo expuesto a estallidos de insurgencia popular. De esa forma, en los casos de Chile y Argentina (donde para él, supuesto algo discutible, regían formas más libres de trabajo), la formación inicial del estado habría enfrentado menores obstáculos, en tanto que en el Perú, caracterizado por la supervivencia de prácticas laborales coactivas (la esclavitud y la posterior servidumbre china en la costa, el trabajo «semi-servil» en la sierra indígena), este proceso se habría visto entrampado por una economía política que fomentaba el localismo de las élites, y su hostilidad hacia una mayor injerencia de la autoridad central11.

Un último intento de teorizar la formación de los estados latinoamericanos que vale la pena mencionar es el de Hillel David Sofer, publicado el 2015 con el título State Building in Latin America. Este autor comparte el impulso de Marcus Kurtz de correlacionar inversamente la capacidad de penetración y control estatal con la autonomía de las élites locales. Para que emergiera un estado más efectivo, plantea, se requería de una burocracia más sensible a los dictámenes del poder central y menos dependiente de las élites locales (como habría ocurrido en Chile, uno de los cuatro casos en los que profundiza). En cambio, allí donde el estado naciente optó por «delegar» sus funciones administrativas en dichas élites (el caso del Perú antes de la Guerra del Pacífico, o el de Colombia), el resultado fue una capacidad de intervención estatal (definida en términos de alcance territorial y aptitud para implementar políticas hasta el nivel local) mucho más menguada. Configurado así un campo de fuerzas en que los papeles fundamentales son desempeñados por el estado central y las élites locales, el protagonismo de los sectores populares no ocupa un lugar muy relevante en el análisis. Este juicio no se hace necesariamente extensivo a las décadas inmediatamente posteriores a la independencia, donde dichos protagonismos sí habrían contribuido a alimentar el desorden reinante. Sin embargo, Sofer sostiene explícitamente que el restablecimiento del orden fue un requisito previo para el despliegue de proyectos de formación estatal, por lo que la «pacificación» del mundo plebeyo pasa a ser una condición de posibilidad más que un componente activo de dichos proyectos. En tal contexto, el marco temporal y temático de su estudio queda un tanto desplazado del que encuadra a este libro12.

La historiografía, en cambio, y por razones obvias de identidad disciplinaria, ha abordado de manera mucho más pormenorizada estos marcos temporales y temáticos, aunque lo que así se gana en «densidad» empírica y focalización analítica se tiende a diluir en las posibilidades de generalización que brinda un enfoque comparativo. Una importante excepción a esta tendencia es el reciente estudio de Hilda Sabato Republics of the New World, en el que se desarrolla un análisis a escala continental sobre el «experimento republicano» que atravesó transversalmente los procesos de construcción de estado en Hispanoamérica. Se reconoce allí explícitamente el aporte de los actores plebeyos a tales «experimentos», ya sea en clave de figuración autónoma o de adhesión a propuestas emanadas desde las clases dirigentes, alternativas que comparecen profusamente a lo largo de este escrito13. Lo común, sin embargo, ha sido el abordaje más circunstanciado de procesos o experiencias específicas. En consecuencia, y para completar las coordenadas de producción bibliográfica en que se enmarca este estudio, es necesario pasar revista, aunque sea de forma igualmente somera, a los estudios históricos que le han servido de base, y sin los cuales habría sido imposible emprender una aventura «trans-fronteriza» como la que este libro procura resumir. Siguiendo la misma secuencia en que se desarrolló la investigación que la subtiende, y que es también la que estructura el libro, se consignan a continuación aquellas obras que han servido principalmente para contextualizar la «construcción social del estado» en el Chile portaliano, el Buenos Aires rosista, y el Perú de Ramón Castilla.