Las trabajadoras remuneradas del hogar: acción colectiva y sindicalismo en Latinoamérica, 2000-2016

Text
Read preview
Mark as finished
How to read the book after purchase
Font:Smaller АаLarger Aa

1.1.3. Acción colectiva

La acción colectiva, como categoría de análisis, busca aportar a las comprensiones del proceso sindical de las trabajadoras remuneradas del hogar en tres escenarios: sobre lo que las moviliza en Latinoamérica, sobre lo que ellas movilizan en el reconocimiento de la explotación capitalista y en su articulación con prácticas coloniales y patriarcales, manifestaciones que por otros sindicatos han sido vedadas, invisibilizadas y menospreciadas.

En este sentido, es pertinente retomar las reflexiones hechas por Ocampo (2013) en tanto, al estudiar dicha categoría, permite complejizar y avanzar en la consolidación de un pensamiento latinoamericano alrededor de los procesos de movilización social que tienen lugar en la región. La autora presenta cómo la acción colectiva ha sido estudiada a partir de dos corrientes teóricas complementarias. La primera es la norteamericana, que tiene como centro del análisis la noción de estrategia y ha pasado por dos enfoques: a) desde el interaccionismo, se concibe la acción colectiva como una amenaza para el sistema, a la vez que como oportunidad de cambio para que el sistema retome el rumbo y haga los ajustes necesarios para garantizar beneficios sociales; b) desde el funcionalismo, la acción colectiva es disfuncional para la integración social y es externa al sistema mismo.

Al ahondar en este segundo enfoque, se tiene que, a partir de los años setenta, se dio el desarrollo del individualismo metodológico y de la elección racional; desde ahí, la acción colectiva es un empeño por conseguir beneficios personales y, por lo tanto, es instrumental. Otra variante del individualismo metodológico es la movilización de recursos, la cual le implica a la acción colectiva la consecución y administración de los insumos necesarios para alcanzar las metas propuestas; al respecto, Ocampo (2013) menciona que los subenfoques de la movilización de recursos se centran en las motivaciones individuales que llevan a la acción colectiva (escuela particularista de la acción colectiva de Charles Tilly); la expresión de las redes socioespaciales por medio de la acción colectiva y su aglutinación por la existencia de comunidades de valores (enfoque de redes de Max Kaase y Aldon Morris), y la creación de identidades sociales mediante la acción colectiva (enfoque cognitivo de Ron Eyerman y Andrew Jamison). Se evidencia, así, cómo la acción colectiva empieza a ser reconocida como un fenómeno social, el cual será abordado por la corriente teórica norteamericana en términos de la contención del conflicto, la neutralización de las clases sociales peligrosas al sistema y la homogeneización de las demandas sociales con el régimen de acumulación capitalista y con el régimen político.

La segunda corriente teórica de la acción colectiva es la europea, que se orienta en mayor medida a la noción de identidad. Ocampo (2003) sostiene que aquí tienen lugar las perspectivas y los desarrollos teóricos de Francesco Alberoni, Alain Touraine y Alberto Melucci, en los que la conflictividad social y el surgimiento de nuevas identidades son el medio para la construcción de acciones colectivas. Según esta corriente, en la acción colectiva se distinguen tres niveles de análisis: historicidad, sistemas políticos y movilización social, y, la vez, tres principios básicos: la identidad, la oposición y la totalidad (Touraine, 2006). Desde esta perspectiva, la acción colectiva entra en disputa con las élites gobernantes y puede desembocar en una ruptura del orden hegemónico, por lo que es un elemento clave en los procesos de cambio y transformación.

Finalmente, la autora retoma lo desarrollado por Archila (2001) sobre la diferencia que existe entre las categorías protestas sociales y movimientos sociales. La primera hace referencia al conjunto de “acciones sociales colectivas que expresan intencionalmente demandas o presionan soluciones ante el Estado, las entidades privadas o los individuos” (Archila, 2001, p. 18, citado también en Ocampo, 2013, p. 49) y que tienen una duración temporal corta. En tanto las protestas sociales son acciones puntuales que buscan metas concretas y responden a situaciones coyunturales, los movimientos sociales implican, por otro lado, un accionar permanente, porque se enfrentan a realidades sociales, políticas e históricas. Así, el autor hace evidente que la paradoja existente en Colombia sobre las persistentes protestas sociales y la supuesta debilidad de los movimientos sociales advierte un entendimiento incipiente de la acción colectiva en el país.

Teniendo en cuenta este marco general y los elementos teóricos desarrollados hasta este punto, Ocampo (2013) da contenido y propósito a la categoría de acción colectiva:

[…] la acción colectiva, entendida como manifestación de las posibilidades de autogestión, en la que los individuos hacen uso de sus potencialidades y oportunidades y se comprometen con un propósito colectivo, también puede contribuir a la comprensión de movilizaciones sociales de otro orden, como el movimiento sindical de los maestros en Colombia, que hace parte de los procesos de movilización popular que dan identidad a la acción colectiva en América Latina. (p. 44)

Así, para la investigación, la acción colectiva es entendida como la dimensión política de la movilización social y la posibilidad de transformación que se expresa desde la participación social y la puesta en lo público de debates excluidos por el sistema capitalista, además desde la generación de nuevas alternativas políticas y de agencia social. En ese sentido, la acción colectiva, en las transformaciones sociales y políticas que deben gestarse en Latinoamérica, así como en la potenciación y consolidación de quienes serán los sujetos transformadores, toma un lugar central en los análisis políticos que se hagan sobre la región.

Ante este escenario, se hace imperativo repensar y analizar las razones que han movilizado a las trabajadoras remuneradas del hogar y con las cuales deberían movilizar al proletariado latinoamericano para ejercer su acción colectiva desde la figura sindical. Los sindicatos en la región se reconocen, históricamente, como un sujeto transformador que ha logrado cambios significativos para las personas trabajadoras, a pesar de los retrocesos y las dificultades que se les han presentado; por medio del uso de sus potencialidades y oportunidades, se han comprometido en una apuesta y una acción común, es decir, de carácter colectivo.

Para el caso de las trabajadoras remuneradas del hogar sindicalizadas en Latinoamérica, ellas han puesto de manifiesto el surgimiento de identidades que no apelan a la recreación de la identidad obrera del siglo pasado, sino a la complejización de los sujetos transformadores, de las formas de lucha y de los temas y las problemáticas que deben ser parte de la agenda sindical. Esto es una manifestación de una acción colectiva, la cual tiene unas particularidades que hacen parte del contexto social y político de la región. Se vislumbra, entonces, la existencia de una acción colectiva que ha venido consolidándose desde otra perspectiva, desde una apuesta latinoamericana.

Por las características atribuidas previamente, la acción colectiva es oposición al sistema que subsume la vida al capital y que racializa y generiza los cuerpos y los sujetos explotados, pero también es movilización social y transformación en tanto permite situarse y posicionarse en la sociedad como agente de cambio en relación con otros.

Asimismo, Delgado (2007) plantea que “la vinculación a procesos organizativos y de movilización social repercute en los modos en que las personas se asumen como actores sociales” (p. 59), por lo que hablar de la división sexual y colonial del trabajo al interior de los sindicatos no es motivo de desintegración o debilitamiento del sindicalismo, al contrario, estos debates son el reflejo de una acción colectiva que se está gestando al interior del sindicalismo mismo. Prueba de esto es la permanencia en el tiempo y el surgimiento de sindicatos de trabajadoras remuneradas del hogar en Latinoamérica durante el primer quindenio del siglo XXI, un periodo de tiempo caracterizado por un debilitamiento sindical en la región.

A pesar de que los sindicatos han realizado reflexiones de orden político, ideológico y social, es indudable que existe un especial énfasis, en su accionar, en las demandas y exigencias de tipo económico. Esto se confirma en acciones y demandas orientadas a los aspectos de tipo laboral, en las que se dejan de lado exigencias como la participación en los procesos de decisión y formulación de las políticas sociales o el cuestionamiento permanente por el sistema imperante y sus lógicas, que se ven reflejadas en el accionar de los Estados, en las formas organizativas y en las sociedades latinoamericanas en general.

Son innegables los logros y avances que ha conseguido el movimiento sindical, especialmente en condiciones mínimas de vida para la clase trabajadora; sin embargo, estos logros son el medio para que el proletariado desarrolle de manera efectiva su acción colectiva; es decir, son necesarias las propuestas y apuestas que revitalicen y le den fuerza al sindicalismo en Latinoamérica. Hoy en día, la clase trabajadora se ve abocada a enfrentar problemáticas como la informalización de la mano de obra femenina, la racialización de ciertos trabajos, la explotación desmedida contra sectores marginalizados por el sistema mismo, los ideales que impone el proyecto de la modernidad a la clase trabajadora y el aumento de la flexibilización del tipo de contratación, entre otras.

Así, se pone en evidencia la posibilidad de una acción colectiva construida desde otra perspectiva, con posibilidad de trascender las exigencias a los Estados y a los sectores superdominantes y que, en su lugar, busque transformar las lógicas que sostienen la explotación y fortalezca, así, un proyecto regional que articule en sus bases ideológicas la historia de Latinoamérica. En este sentido, en la presente investigación se realizará un esfuerzo por encontrar aquello que Ocampo (2013) definió de la siguiente manera:

 

[…] entre los objetivos de las organizaciones sindicales del magisterio [así como de otros gremios sindicalizados] sería pertinente encontrar algunos relacionados con la “lucha por el control de la cultura, creando una historicidad propia” (Jiménez, 2006, p. 17), la búsqueda de la generación de “conductas colectivas autónomas” (Jiménez, 2006, p. 16), el reconocimiento de una “identidad” como parte de la sociedad y, como tal, el compromiso con la “totalidad”, con la transformación de esa sociedad, no solamente con la defensa de unos derechos colectivos que a la larga se reducen a derechos particulares. (pp. 54-55)

1.1.4. Sistema moderno colonial de género

Se parte de reconocer que las identidades femeninas, racializadas y de clase no son categorías fijas e inacabadas, sino que se encuentran en constante construcción, entrelazadas y atravesadas por los contextos históricos, sociales y políticos; por ende, no se trata de entender su complejidad como una combinación de identidades para identificar así al grupo más victimizado o al más privilegiado. En su lugar, en la investigación se convoca a un esfuerzo analítico por comprender la incidencia que tienen distintas identidades y cómo estas se van configurando en una acción colectiva que despliegan los sindicatos de trabajadoras remuneradas del hogar en una región que tiene características particulares por las relaciones de poder que se han configurado en ella.

Al respecto, es pertinente no obviar el peligro que tiene la clasificación en los ejercicios de investigación, pues aquella no agota la realidad de las trabajadoras remuneradas del hogar ni de ningún fenómeno o sujeto social. Sin embargo, existen unos mínimos comunes que permiten estudiar las múltiples formas de opresión, exclusión, privilegio y reconocimiento dadas en un contexto particular, debido a que estas se sustentan en categorizaciones sociales, políticas, económicas y culturales existentes, lo que a su vez permite reconocer la existencia de una apropiación de los sujetos sobre estas categorizaciones y que dicha apropiación, muchas veces, hace parte de los procesos de resistencia de los cuerpos excluidos, explotados y dominados.

Uno de los elementos centrales que recupera el feminismo decolonial, según lo planteado por Curiel y Galindo (2015), y que será asumido en la investigación es “la no fragmentación de las opresiones”; es decir, el (hetero)sexismo, el clasismo y el racismo son opresiones que operan de manera simultánea y son consustanciales. Por ende, se trata de asumir una postura crítica y de cuestionamiento a las exclusiones y opresiones que son producto de la modernidad occidental en tanto son resultado de diferenciaciones categorizantes que tienen como consecuencia la consolidación de jerarquías sociales, culturales, políticas y económicas; “estas opresiones han sido epistemes de la colonialidad/modernidad occidental, no solo discriminaciones o exclusiones particulares e individuales” (pp. 17-18).

Adicionalmente, cabe destacar la pertinencia de uno de los conceptos claves que ha desarrollado Quijano (2014) frente a los debates que se han dado alrededor de la clase: el concepto de clasificación social, el cual

se refiere a los procesos de largo plazo, en los cuales las gentes disputan por el control de los ámbitos básicos de existencia social, y de cuyos resultados se configura un patrón de distribución del poder, centrado en relaciones de explotación/dominación/conflicto entre la población de una sociedad y en una historia determinadas. […] el poder, en este enfoque, es una malla de relaciones de explotación/dominación/conflicto que se configuran entre las gentes, en la disputa por el control del trabajo, de la “naturaleza”, del sexo, de la subjetividad y de la autoridad. Por lo tanto, el poder no se reduce a las “relaciones de producción”, ni al “orden y autoridad”, separados o juntos. Y la clasificación social se refiere a los lugares y a los roles de las gentes en el control del trabajo, sus recursos (incluidos los de la “naturaleza”) y sus productos; del sexo y sus productos; de la subjetividad y sus productos (ante todo el imaginario y el conocimiento); y de la autoridad, sus recursos y sus productos. (p. 27)

Lo anterior es la base argumentativa del autor para sostener que la raza como idea se ha impuesto en la intersubjetividad de la población mundial, incluso en aquellos que se ven afectados y afectadas por esta. Por lo tanto, la raza es el resultado del colonialismo que se ha configurado como un patrón específico de poder que atraviesa las relaciones de capital-trabajo; es un elemento de la colonialidad, y a su vez la colonialidad se articula al sistema mundial capitalista.

No puede ser una coincidencia o simplemente un accidente histórico que la inmensa mayoría de los trabajadores asalariados de más bajos salarios, así como la inmensa mayoría de los trabajadores no asalariados, esto es, la inmensa mayoría de los trabajadores que son los más explotados, dominados y discriminados, en todo el mundo, donde quiera que estén, son las gentes llamadas de razas inferiores o de color. Y de otro lado, la inmensa mayoría de ellos habita, precisamente, los países que llamamos periferia, subdesarrollados, etc., y todos los cuales fueron, curiosamente, colonias europeas. (Quijano, 2014, p. 276)

En síntesis, el poder se encuentra estructurado en relaciones de dominación, explotación y conflicto entre aquellos quienes se disputan el control, pero esta lucha está organizada por los ejes de la colonialidad y el capitalismo. En ese marco, los planteamientos de Quijano proveen un espacio teórico frente a la clasificación social en términos de raza en el capitalismo mundial, a lo cual se articula el surgimiento de identidades geoculturales y sociales atravesadas por dicha clasificación, las cuales serán un elemento fundamental en las luchas por el poder. Sin embargo, María Lugones (2008), de cara a los planteamientos de Quijano, realiza una crítica a este autor señalando que la invención de la raza y la consolidación de relaciones racializadas no son el único determinante en la colonialidad del poder, sino que el género y el heterosexualismo también tienen un papel fundamental en las divisiones opresoras y jerárquicas que se configuran alrededor del proyecto de la modernidad. Con esta crítica, la autora desarrolla el concepto de sistema moderno colonial de género, por medio del cual explica que la diferenciación de los cuerpos colonizados se dio con base en el dimorfismo sexual –macho y hembra–, pero las hembras esclavizadas no eran “mujeres” en tanto esta categoría agrupaba exclusivamente a “mujeres blancas”, por lo que el género es una categoría moderna, colonial y patriarcal. De esta forma, el feminismo decolonial latinoamericano supone rupturas con la izquierda tradicional y el feminismo hegemónico, que aún se encuentran presentes en la región, ya que posibilita ampliar el ámbito comprensivo y analítico, para el caso de la presente investigación, de las luchas organizativas y sindicales de las trabajadoras remuneradas del hogar. El concepto sistema moderno colonial de género que desarrolla Lugones puede entenderse con la figura 1.


Figura 1. Sistema moderno colonial de género según Lugones.

Fuente: elaboración propia a partir de Lugones (2008; 2011).

1.1.5. Supuestos teóricos y epistemológicos de la investigación

Con base en lo presentado en los apartados anteriores, la investigación se sustenta teórica y epistemológicamente en lo siguiente: los trabajos asociados a las actividades de cuidado no son considerados social y simbólicamente como tales, debido a las lógicas patriarcales que han definido lo considerado como trabajo en nuestras sociedades, lo cual, aunado con las lógicas capitalistas y coloniales, se materializa en la imposición de ciertos tipos de trabajo sobre los cuerpos racializados sobre y los sujetos excluidos de las lógicas económicas imperantes, de manera que estos son trabajos que limitan la posibilidad de desarrollo de la autonomía y de la autorrealización de quienes los ejercen.

Teniendo en cuenta que el capitalismo toma a los trabajadores como productores, pero no como consumidores, lo presentado por Arango (1998), en articulación con los desarrollos teóricos de Lugones (2008; 2011), permite comprender por qué los trabajos que desarrollan los sujetos racializados, generizados y sexualizados son los que posibilitan una menor capacidad adquisitiva, pues son considerados como “sucios e innobles” y, además, se relegan a quienes no hacen parte de los sectores dominantes. En otras palabras, el proyecto moderno colonial de género establece qué cuerpos y sujetos deben sostener al sector hegemónico y se les remunera por debajo del valor real de la fuerza de trabajo. Adicionalmente, son expuestos y expuestas a situaciones en las que hay un mayor desgaste de la fuerza física de quien realiza la labor, y estas son las personas que se sitúan en los sectores poblacionales racializados y generizados.

Si el sistema moderno colonial de género define los cuerpos y sujetos que conforman al sujeto de la clase obrera latinoamericana, en consecuencia, esto evidencia la existencia de un sujeto sindical latinoamericano racializado y generizado. Con esto, no se busca dejar de lado la centralidad que tiene el capital como definitorio de las relaciones sociales, políticas y económicas, sino complejizar su análisis por medio del lugar que ocupan el género y la racialización de la clase trabajadora. Se busca comprender cómo las identidades que ha impuesto el sistema moderno colonial (identidades generizadas, racializadas y subsumidas al capital) permiten ampliar los análisis sobre la acción colectiva del sindicalismo latinoamericano, puesto que se asumen estas reflexiones como una apuesta por transformar las relaciones, los modos de vida y las lógicas impuestos desde la explotación capitalista y, por lo tanto, las estructuras económicas y políticas hegemónicas de América Latina.

Se entiende, entonces, el sindicalismo latinoamericano desde el sujeto sindical que lo constituye y desde la consolidación de una acción colectiva que parte de este. La investigación mantiene la centralidad de sus análisis en las personas que desde diferentes identidades conforman la clase trabajadora en el marco de una historicidad propia, conductas colectivas autónomas y un compromiso con la transformación de la región. Para ello, es relevante tomar como caso de estudio los sindicatos de trabajadoras remuneradas del hogar, por ser aquellos en los que confluyen identidades colonizadas desde la subalternidad.

Finalmente, se debe resaltar que la investigación no trata de buscar una construcción descolonizada del género en las trabajadoras remuneradas del hogar sindicalizadas ni de pensar a las hembras colonizadas como las imagina y construye el colonizador o incorporar el género en un análisis de un colectivo social y político. En su lugar, como lo plantea Lugones (2011), se asume el reto de investigar las constituciones de significados resistentes al sistema moderno colonial de género que nos invitan a la posibilidad de crear otras formas de vida, desde experiencias sindicales concretas y vividas; se trata entonces de “comprender la organización de lo social en términos que develan el profundo trastorno de la imposición del género” (p. 112).

You have finished the free preview. Would you like to read more?