Las trabajadoras remuneradas del hogar: acción colectiva y sindicalismo en Latinoamérica, 2000-2016

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1.1. Reflexiones teóricas
1.1.1. Trabajo

La categoría trabajo tiene un carácter histórico y su significado ha sido construido, reinterpretado y transformado según las relaciones de lucha y poder que se han gestado a lo largo del tiempo. La definición clásica y dominante es la asociada a la díada capital/trabajo asalariado: es un “concepto típico–ideal que correspondió a una forma particular de trabajo erigida en norma universal por economistas, sociólogos e historiadores de la clase obrera” (Arango, 2011, p. 11). Sin embargo, es necesario, como lo propone Noguera (2002), abordar las implicaciones teóricas del concepto trabajo, que subyace a las mismas desde la tradición de la teoría social crítica que inició Marx, en tanto se trata de una tradición teórica inspirada en valores emancipatorios y que ha renunciado a los esencialismos ahistóricos.

Con el ánimo de clarificar las diversas posturas teóricas sobre la categoría trabajo, Noguera (2002) propone cuatro ejes guías:

El primero, valorización vs. desprecio del trabajo, supone el análisis sobre si el trabajo es dignificado y revestido de valor social o, por el contrario, despreciado como actividad. Estas dos posturas reflejan las visiones contrapuestas que dominaban en las sociedades modernas y antiguas, respectivamente. El grado máximo de la valorización del trabajo será la glorificación de este, en la que el trabajo se convierte en fuente del progreso humano y representación del bien. Es esta la base de la “ética del trabajo” del capitalismo industrial.

En el segundo, concepto amplio vs. concepto reducido del trabajo, se considera como concepto amplio que el trabajo es una actividad que puede tener recompensas intrínsecas a sí misma, como medio de solidaridad social y como autoexpresión o autorrealización, mientras que en el concepto reducido el trabajo es entendido en relación con las recompensas extrínsecas que generan las actividades, como la producción o la creación de valores de uso y como deber o disciplina coercitiva; aquí el trabajo lo define su carácter instrumental.

En el tercero, productivismo vs. antiproductivismo en relación con el trabajo, una concepción productivista es aquella que asume la producción de bienes económicos como una finalidad en sí misma, equipara toda actividad humana con la producción económica o considera que las actividades mercantiles son el único modelo de producción de bienes y servicios.

En el cuarto, centralidad vs. no centralidad del trabajo, la centralidad tiene que ver con las dimensiones sociales y culturales del trabajo, es decir, con hasta qué punto el trabajo hace parte de la estructuración de las instituciones sociales y la vida de los individuos. La centralidad puede ser descriptiva o normativa: la primera se refiere a la constatación, al hecho, y, en su lugar, la segunda se remite a la cuestión política y ética de si el trabajo debe poseer importancia sociocultural.

Para Noguera (2002), estos tres últimos ejes se pueden aplicar a autores y autoras de diversas tradiciones de la teoría social marxista, y entrelazarlos es fundamental para entender la categoría de trabajo desde la teoría social crítica (tabla 1).

Tabla 1. Conceptos de trabajo en el pensamiento social


Fuente: Noguera (2002, p. 419).

Estas relaciones permiten alejarse de las perspectivas dicotómicas que se han impuesto al momento de estudiar la tradición marxista, por ejemplo, entre ortodoxia y heterodoxia y entre economicismo y culturalismo.

En primer lugar, la defensa de un concepto amplio y antiproductivista de trabajo, entendido en las tres dimensiones que se han especificado, puede ser una ayuda teórica para mantener aún hoy el concepto unificado y abstracto de “trabajo” nacido en el siglo xviii como categoría coherente de actividad (aunque pueda cobrar contenidos diferentes); y ello contra los ataques sociologistas o relativistas a esa categoría, que buscan disolverla (Baudrillard, 1973; Foucault, 1966; Naredo, 1997), como también contra una posición esencialista o nominalista que la abstraiga de su evolución histórica y de su carga política, cayendo en el reduccionismo de identificar trabajo y empleo asalariado. (Noguera, 2002, p. 163)

Así, en esta investigación se toma la categorización del trabajo desde un concepto amplio alejado de la centralidad normativa de este, es decir, el trabajo tiene potenciales de autonomía y autorrealización, lo cual trasciende una actividad instrumental. La autorrealización no supone en Marx solamente goce y consumo, sino que presume esfuerzo e incluso dolor para el desarrollo de la potencialidad y capacidad humanas, que pueden ser emancipatorias. Con esto, se afirma que “el trabajo es una actividad objetivadora, productora de mundo, pero no por ello debe ser actividad necesariamente alienada” (Noguera, 2002, p. 154).

En ese sentido, hay que tener presente que el trabajo presenta dos aspectos fundamentales: como parte orgánica de la vida cotidiana, la ejecución de un trabajo, aquello que Marx llamó labour, y como una objetivación directamente genérica, la actividad de trabajo, o work, en términos de Marx. Por lo tanto, el valor que tiene el análisis que realizó este autor sobre el trabajo radica en la atención que prestó a las circunstancias en que se desarrolla el proceso del trabajo concreto, el “modo en que éste se realiza como trabajo para la sociedad en su conjunto (work) y qué significa al mismo tiempo para el particular, es decir, para el trabajador (labour)” (Heller, 1977, p. 119). La regla, en términos marxistas, para establecer que el trabajo es una objetivación directamente genérica es que este produce valores de uso y valores de cambio, es decir, la sociabilidad y la genericidad en la producción de mercancías se realizan a través del intercambio y la necesidad social que este satisface. De modo que define uno de los aspectos del trabajo como toda acción u objetivación social que sea necesaria para una sociedad. Ahora, el otro aspecto lo presenta muy bien Heller (1977) de la siguiente manera:

Si preguntamos a cualquiera qué es el “trabajo”, muy probablemente obtendremos la siguiente respuesta: “lo que se debe hacer”. Las experiencias y el pensamiento corrientes en la vida cotidiana no distinguen entre “lo que alguien debe hacer” y “lo que debe ser hecho necesariamente” […]. Trabajo es “ganarse el pan”, “ganar dinero”, es una actividad que debe ser cumplida para poder vivir. Finalmente, el pensamiento cotidiano entiende también por trabajo consumo, gasto […]. Este concepto de trabajo puede ser juzgado como empírico, parcial, pero no como estúpido. Indudablemente no coincide con el concepto de work económico o sociológico, por no hablar del concepto filosófico. Describe simplemente lo que el trabajo significa de hecho en la vida de los hombres. (pp. 121-122)

De manera que el trabajo es a la vez work y labour, como momentos que pertenecen a un único proceso que puede observarse desde el desarrollo social y desde el punto de vista particular de la persona trabajadora. El trabajo ha sido prácticamente el elemento dominante de la vida, pues es en torno a este que se organizan las otras actividades. Es esta la especificidad ontológica del trabajo, y se problematiza cuando se analizan las condiciones en las que se desarrolla.

El feminismo se ha posicionado como uno de los lugares epistemológicos desde los cuales se ha revisado y criticado la concepción clásica del trabajo, debido a su carácter androcéntrico y eurocéntrico, en tanto la experiencia masculina europea fue tomada como la norma universal de lo que significaban las categorías de trabajo y trabajador. Durante el siglo xix, se consolidó en Europa la idea de la separación de lo público y lo privado entre el trabajo y la familia, entre producción y reproducción; lo primero fue masculinizado, y lo segundo, feminizado. Por consiguiente, “las investigaciones feministas contribuyeron a complejizar nuestra comprensión del trabajo como fenómeno social que involucra dimensiones materiales, culturales, simbólicas y subjetivas” (Arango, 2010, p. 82).

El patriarcado, el capitalismo y el colonialismo se han articulado en el proceso de expansión del crecimiento y la acumulación del capital, estableciendo relaciones patriarcales entre hombres y mujeres– que instauran una división sexual asimétrica del trabajo dentro y fuera de la familia. Esta división sexual del trabajo se materializa en una división internacional de actividades en la que las mujeres ocupan el lugar de reproducción, mientras que los hombres son productores; así, las mujeres y todo lo asociado con la naturaleza aparecen como mercancía gratis, como comunes (Federici, 2010), pues en ellas son “naturales” las actividades de cuidado y de reproducción de la sociedad, las cuales en esencia son para la proletarización del hombre.

De esta manera, estas actividades de las mujeres no son consideradas como un trabajo desde la concepción productivista y normativa del capitalismo, lo que explica la baja valoración social de aquel, que resulta en salarios bajos y en condiciones mayores de explotación. Adicional a ello, los cambios que trajo el neoliberalismo han implicado que las mujeres deban ponerse al corriente con los amos colonizadores, es decir, que deban ingresar a las esferas públicas en trabajos feminizados sin que se eliminen las lógicas desiguales de explotación, violencia y subordinación.

En este contexto, entender el trabajo como concepto amplio y desde una visión antiproductivista y no centrada en la normativa del trabajo toma pertinencia con el fin de valorar las actividades enmarcadas en el hogar como un trabajo y, por lo mismo, como un espacio valorado como cualquier otro trabajo y como una oportunidad para alcanzar la libertad. Esta última idea es la que le da fuerza a la vindicación que hacen los sindicatos de trabajadoras remuneradas del hogar, ya que, a pesar de que sea un trabajo remunerado, las actividades que se desarrollan en este se vinculan al cuidado como algo “menos noble” o incluso “sucio” (Arango, 2010), lo cual es una limitación en sociedades coloniales y patriarcales a que este trabajo se convierta en medio de solidaridad social como autoexpresión o autorrealización. Lo que se hace evidente es la dimensión social y cultural de este trabajo:

 

[…] esta división simbólica, sutil y variable según los contextos ha sido observada en la división de tareas domésticas en el hogar y ha permitido explicar la participación selectiva de los varones en el trabajo doméstico, particularmente su propensión a asumir tareas “nobles” de atención a los hijos más que tareas “sucias” de mantenimiento cotidiano de la casa (Puyana, 2003; Puyana y Mosquera, 2002). Esta misma división moral se observa en las experiencias del trabajo doméstico remunerado. (Arango, 2010, p. 84)

Al ser el trabajo una categoría polisémica, pero especialmente porque su multiplicidad de significados corresponde a la existencia de disputas sobre esta, de las que se derivan implicaciones culturales y políticas diferentes, es necesario decantarse por una de sus acepciones con el fin de abordar de la mejor manera posible al sujeto y al problema de investigación que motivan este libro. Es posible afirmar que la perspectiva amplia del trabajo (asociada a Marx y sumada a las consideraciones señaladas por Arango) sería la más apropiada para esta investigación, pues, a diferencia de la perspectiva reducida, permite dar cuenta de las transformaciones históricas del trabajo, de la situación de alienación de este y, por lo tanto, de la existencia de la explotación del proletariado. Finalmente, hace posible considerar la actividad que realizan las trabajadoras remuneradas del hogar como un trabajo de manera genérica y, por lo mismo, susceptible de las vindicaciones y disputas sociales que se presentan en cualquier otro tipo de actividad establecida como trabajo en el marco del capitalismo, visión compatible con el enfoque planteado con el sujeto de la presente investigación.

1.1.2. Sujeto sindical latinoamericano

La teoría marxista da cuenta de la alienación del trabajo humano en la relación de compra y venta de fuerza de trabajo presentada en el capitalismo. Es en el marco de tal explotación en el que se desarrollan procesos de resistencia, de los cuales cabe resaltar al sindicalismo como un proceso organizativo del proletariado. Alrededor de estos procesos organizativos, surge el cuestionamiento sobre su alcance y su papel en la lucha de clases.

Es así como se presentan, también desde las teorías marxistas, diferentes abordajes de este fenómeno. Algunos corresponden a visiones optimistas en el sentido en que consideran que es posible transformar de manera radical con apoyo en los sindicatos las relaciones capitalistas, y otras, a una visión pesimista que establece que los sindicatos son obstáculo para la realización de las transformaciones que garantizarían la libertad y la igualdad del proletariado. En tal análisis ha de tenerse presente la consideración de Marx sobre las disputas entre el capital de trabajo donde el sindicalismo “no debe olvidar que lucha contra los efectos, pero no contra las causas de estos efectos; que lo que hace es contener el movimiento descendente, pero no cambiar su dirección; que aplica paliativos, pero no cura la enfermedad”. (Marx, 2017, p. 101)

En el marco de las múltiples interpretaciones sobre el sindicalismo, se encuentran unas positivas u optimistas y otras negativas o pesimistas (Haidar, 2010). Desde la perspectiva positiva, de acuerdo con Haidar, se identifican las visiones de Marx y Engels, quienes plantean que la articulación de las y los trabajadores en sindicatos constituye un poder político que permite, por un lado, impedir que se explote sin límites al proletariado y, por otro, eliminar la competencia entre la fuerza de trabajo como herramienta de la burguesía para garantizar la explotación. Si bien estos autores dan cuenta de que en ocasiones el sindicato se convierte en un espacio para una minoría privilegiada del proletariado y que podría ser usado por el capital, esta situación, de acuerdo con su enfoque, correspondería a desviaciones puntuales, pero no a la condición misma de los sindicatos.

En la perspectiva pesimista, es posible ubicar las visiones de Lenin, Michels y Trotsky (Haidar, 2010). Lenin considera que la tarea de aumentar el precio al que se vende la fuerza de trabajo en los diferentes sectores, realizada por los sindicatos, es compatible con el mecanismo de las relaciones productivas del capitalismo, por lo que, per se, el sindicalismo no permitiría desmontar el modelo de explotación. Lenin (2010) indica, de manera explícita, lo siguiente:

De ahí que nuestra tarea, la tarea de la socialdemocracia, consista en combatir la espontaneidad, en apartar el movimiento obrero de este afán espontáneo del tradeunionismo, que tiende a cobijarse bajo el ala de la burguesía, y enrolarlo bajo el ala de la socialdemocracia revolucionaria. (pp. 63-64)

Desde otro punto, se plantea que el sindicalismo hace parte de las organizaciones en las que se expresa la “ley de hierro de la oligarquía”; esto es, que el funcionamiento de los sindicatos a nivel interno es antidemocrático, a pesar de que a nivel externo busquen mejorar las condiciones de la colectividad. Esta lógica implica que la preservación de la organización sea preponderante a la transformación de las condiciones de explotación.

Trotsky (citado en Hyman, 1978) señala que el proceso de burocratización de los sindicatos resultó en que estos actuaran contra la revolución socialista con el fin de mantener los privilegios de sus élites:

El capitalismo sólo se puede mantener rebajando el nivel de vida de la clase obrera. En estas condiciones los sindicatos pueden o bien transformarse en organizaciones revolucionarias o bien convertirse en auxiliares del capital en la creciente explotación de los obreros. La burocracia sindical, que resolvió satisfactoriamente su propio problema social, tomó el segundo camino. Volcó toda la autoridad acumulada por los sindicatos en contra de la revolución socialista. (p. 37)

En el marco de estas posiciones, se juega otra variable que responde a la forma en la que la orientación sindical determina su posibilidad de transformar el modelo de explotación. Tal posición se hace explícita en debates como los realizados entre Rosa Luxemburgo y Eduard Bernstein (Luxemburgo, 1967), en los que se plantea que el alcance limitado de los sindicatos puede responder a una orientación de estos ante tal modelo; sin embargo, es posible modificar este hecho, de acuerdo con Luxemburgo, articulando la organización sindical al partido revolucionario. Así, el alcance no se mediría solamente por la estructura y el accionar propios de los sindicatos, sino también por su guía política.

El recorrido precedente permite determinar que no existen posiciones homogéneas sobre el sindicalismo; más bien, se identifica la existencia de problemas que se pueden derivar de su estructura o su accionar (la burocratización, la ley de hierro de la oligarquía y su integración con el capital), pero también la presencia de potencialidades (la apertura al mejoramiento de las condiciones económicas, la posibilidad de organizar al proletariado y, en razón de la guía que se le brinde, una orientación para transformar el modelo de explotación), que pueden tener diferentes explicaciones e impactos dependiendo del contexto en el que se presente la acción sindical o de la forma en la que esta se plantee en el marco de una estrategia de lucha.

Uno de los debates contemporáneos sobre el sindicalismo ha girado en torno al alcance del accionar sindical. Al respecto, algunos autores y autoras los sitúan en un rol de negociadores con la clase dominante, pero sin ningún poder de transformación social, económica o política, mientras que otros y otras los sitúan en un lugar revolucionario. Dentro de los últimos, encontramos a Alberto Trueba Urbina (1975), quien expresó que

el sindicato obrero es expresión del Derecho Social de Asociación Profesional, que en las relaciones de producción lucha no sólo por el mejoramiento económico de sus miembros, sino por la transformación de la sociedad capitalista hasta el cambio total de las estructuras económicas y políticas. (p. 353)

Sin embargo, parecen ser más los desarrollos teóricos que se orientan a la primera postura, principalmente en los debates académicos y en la construcción de conocimiento que se han gestado alrededor del sindicalismo latinoamericano con la apertura neoliberal. Sin ir más lejos, una de las líneas teóricas y de comprensión del sindicalismo más difundida es aquella que propone reinterpretarlo y analizarlo a partir de la noción del corporativismo, que le permitía al Estado controlar las organizaciones pilares de la producción y, a su vez, mediar los conflictos entre empresarios y trabajadores, aunque con la protección de los intereses más favorables al Estado.

Lo anterior permite perfilar que los estudios del sindicalismo en Latinoamérica se han realizado desde una perspectiva centrada en el papel del Estado como elemento definitorio del accionar y las demandas sindicales, en el que estas responden a la dinámica costo–beneficio. Incluso Zapata (2003), que hace referencia a la tradición sindical autonomista –ubicada en Chile, Bolivia, Perú y Uruguay– y no refuerza la subordinación sindical al Estado, mantiene la centralidad de su análisis en el Estado como el actor que permite medir el éxito (o la falta de éxito) de las acciones sindicales; concretamente, el autor plantea la crisis del sindicalismo latinoamericano desde esta perspectiva.

Sin embargo, como bien lo sostienen Montes Cató y Dobrusin (2016), comprender el sindicalismo exclusivamente desde las relaciones con las instituciones de los Estados es insuficiente para el análisis actual del sindicalismo en la realidad latinoamericana. Una de las principales críticas a esta perspectiva es que se pierden de vista otros elementos de análisis:

A partir de una comprensión institucionalista del Estado cuya derivación directa es centrar la mirada en la relación sindicato–Estado, se oculta la presencia del capital en el propio Estado, o dicho en término de Poulantzas, la expresión política de las condiciones materiales, y, en segundo lugar, [se] sobreestima el ámbito cupular del accionar sindical ocultando su presencia en los lugares de trabajo y de ahí desplazando la responsabilidad del capital en cuanto productor de las condiciones de explotación. (p. 9)

Ante lo presentado, se propone en esta investigación comprender y reinterpretar al sindicalismo latinoamericano y a su sujeto sindical desde el cuestionamiento de quiénes son los sujetos y los cuerpos que los conforman. Para esto, es necesario abordar la categoría de sindicalismo en un primer momento, para lo cual se interroga sobre qué actor político y social es el que se ha consolidado como sujeto sindical. Seguramente, la respuesta más obvia es la clase obrera y trabajadora, y, entonces, cobra más sentido responder: ¿quiénes conforman la clase trabajadora?

Desde la tradición marxista, el sujeto social es la clase obrera, la cual tiene la misión histórica de materializar un proyecto transformador. Este se encarna en el movimiento obrero –conformado por la izquierda sociopolítica y el sindicalismo–, que, en tanto clase trabajadora en sí, se convierte en clase para sí gracias al desarrollo de una conciencia de clase. Por lo tanto, la lucha de la clase trabajadora es una lucha económica y sociopolítica.

Con lo expuesto anteriormente, es preciso ampliar los elementos que componen la conciencia de clase. De acuerdo con Antunes (2011), se sostiene que la clase trabajadora es aquella “clase que vive del trabajo”, es decir, todas las personas que venden su fuerza de trabajo a cambio de salario o remuneración como la única forma posible de existir. Por lo tanto, la clase trabajadora está conformada por las y los trabajadores productivos4 e improductivos5 que no detentan los medios de producción.

 

La categoría de clase trabajadora se queda corta para definir quiénes son los sujetos sindicales; en este sentido, es preciso retomar el cuestionamiento teórico y político sobre cómo se han jugado las identidades en el fortalecimiento de movimientos sociales. Las reflexiones de aquí desprendidas son claves para entender y complejizar la vinculación que hacen las personas trabajadoras remuneradas del hogar con el sindicalismo y la clase trabajadora.

A modo de ejemplo, la participación femenina6 en los procesos organizativos por la defensa de los derechos de la clase trabajadora ha estado presente desde sus inicios, mas su reconocimiento no se ha dado de la misma manera que con los hombres en la práctica política. Al respecto, la investigadora colombiana Luz Gabriela Arango (1998) sostiene que los debates alrededor de las identidades de género y la identidad obrera tienen una relación estrecha con los debates sobre los puntos de articulación entre género y clase. Sin embargo, su diferencia radica en que el debate de las identidades se refiere a los discursos y las representaciones que les dan sentido a y que significan la existencia y el accionar de grupos sociales determinados (p. 215), los cuales, en Latinoamérica, se han consolidado desde el proyecto fallido de la modernidad. Precisamente, si la identidad social es una construcción social, el asumirse como mujer, indígena, negra, trabajadora, sindicalista y latinoamericana juega con las representaciones y los discursos que legitiman y exaltan los ideales del “deber ser”.

Los discursos dominantes que desarrolló el movimiento obrero europeo desde el socialismo, el comunismo y la anarquía se incorporaron de manera desigual en los sectores obreros de la región latinoamericana. Por consiguiente, se generó una diversidad de discursos clasistas que, aunque tuvieron distintos impactos según los momentos históricos y políticos de Latinoamérica, así como de cada país de la región, permitieron la consolidación de representaciones sobre la clase obrera: una clase atravesada por discursos nacionalistas, comunistas, socialistas, religiosos o populistas cuyo punto de encuentro era el lugar relegado y subordinado que se le asignaba a la “mujer trabajadora”.

[Se tenía] la permanencia de un estatus secundario en la industria […] caracterizado por su confinamiento en procesos específicos dentro de algunos sectores de la producción en donde predomina el uso intensivo de mano de obra, las bajas calificaciones, los bajos salarios, las formas precarias de contratación, la violación de la legislación laboral, la escasa organización sindical y los dispositivos de disciplinamiento y control que reproducen mecanismos de subordinación de género. […] las mujeres conservaban un estatus de segunda clase, con una vinculación intermitente y bajas remuneraciones legitimadas por la ficción del carácter complementario de su salario. En América Latina, el modelo de seguridad social copió estos esquemas, negando la realidad de numerosas trabajadoras, proveedoras fundamentales en sus familias, jefas de hogar o mujeres solas luchando por asegurar su independencia. (Arango, 1998, p. 231).

Llegados a este punto, se ponen en evidencia las tensiones y el entorno hostil bajo los que las féminas tuvieron que ingresar a las organizaciones sindicales y que aún hoy persisten por el no reconocimiento de ellas como trabajadoras y por el desconocimiento de las opresiones en razón de la construcción del género, intrínsecos a la explotación capitalista, aun cuando ellas han trabajado en condiciones de subordinación y explotación mayores en comparación con los varones. Así, ser una sindicalista latinoamericana implica lidiar con la construcción social de identidades, que se encuentran muchas veces en oposición y conflicto. A pesar de su papel político y organizativo, las mujeres tienen la responsabilidad de mantener la reproducción de la fuerza de trabajo, por lo que en un ejercicio sindical son cuestionadas constantemente e incluso juzgadas moralmente por varones colonizados.

Para el adecuado abordaje del sindicalismo de las trabajadoras remuneradas del hogar en Latinoamérica, se precisa de la clarificación de la categoría de identidad. Esta es entendida como la construcción social y política en la que se exhorta lo subjetivo, dado mediante las interacciones y los lugares que ocupan los cuerpos y los sujetos en las relaciones de poder. La identidad tiene un lugar decisivo en las relaciones y las apuestas que asumen los sujetos, de manera individual y colectiva, en su accionar político de cara a la hegemonía. Por lo tanto, esta categoría remite a un sentido de pertenencia y a un lugar común con otros y otras, aunque se encuentra inacabada y en un proceso constante de construcción. Así, los asuntos identitarios responden a qué o quiénes somos, pero también a qué objetivos y metas tenemos en nuestra vida y en la sociedad.

Con estas reflexiones, se quiere llamar la atención en la identidad como un elemento clave para analizar el sentido de pertenencia a la clase trabajadora en una lucha de clases. En palabras de Antón (2007),

[la identidad] es un elemento clave para analizar el débil sentido de pertenencia a la clase obrera o a un campo social definido que tienen las nuevas clases trabajadoras, y valorar las dificultades para su identificación y participación en un movimiento social como el sindicalismo. Es un factor fundamental para interpretar la lógica de pertenencia de la acción sindical, los vínculos entre sindicatos y sus bases sociales. (párr. 19)

Si bien la identidad trabajadora asociada a la clase sigue siendo en eje central de los sindicatos y su representación sociopolítica es vital para el desarrollo de una alternativa en la región, como lo afirma Antón (2007), la realidad política y asociativa de los sindicatos se ha vuelto más compleja y exige de estos aumentar su representatividad y su papel real como articuladores de la clase trabajadora (párr. 35). De esta forma, se incita al cumplimiento efectivo de ese papel transformador del capitalismo, el cual fue otorgado por el marxismo.

A modo de conclusión, se encuentra un sujeto sindical latinoamericano heterogéneo, que posee diversas demandas según los cuerpos y los lugares desde los que se asuma el ejercicio sindical, pero que tiene una confluencia colectiva en el trabajo en tanto quienes lo conforman son representantes de las luchas de clase que se dan en relaciones de poder atravesadas por el capitalismo, el patriarcado y el colonialismo. Con esto, se halla una particularidad sobre las mujeres sindicalizadas del trabajo remunerado del hogar, pues ellas se construyen como sujetas trabajadoras que responden a una subjetividad generizada, racializada y colonializada.