La censura de la palabra

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From the series: Oberta #224
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Capítulo 2

LA IDEOLOGÍA COMO NORMA

Los seres humanos comparten intenciones y ello los conduce a cooperar. No se trata únicamente de algo aprendido de sus progenitores, sino que se asienta en una base evolutiva: estamos biológicamente adaptados para actuar cooperativamente como miembros de un grupo. De acuerdo con Tomasello (2013: 132), es casi inimaginable que dos chimpancés colaboren espontáneamente en transportar un objeto pesado o en fabricar algo, un comportamiento que, sin embargo, los seres humanos llevamos a cabo desde la infancia.

Esta cooperación humana conduce a que tengamos expectativas en el comportamiento de nuestros congéneres, expectativas que, cuando pasan al dominio público, se convierten en normas. De hecho, un niño de dos o tres años ya busca normas en la conducta de los adultos.1 La esencia de una norma social se encuentra en la presión del grupo sobre el individuo para que la cumpla bajo la amenaza de algún tipo de un castigo. No obstante, este comportamiento no se encuentra en otros primates. Cuando un chimpancé le hurta un alimento a otro, quien ha sufrido el robo lo hostiga e intenta que no disfrute de lo robado; ahora bien, el resto de los chimpancés no actúa del mismo modo: no persigue al ladrón. Entre los chimpancés, contrariamente a lo que sucede con los humanos, no hay claramente un castigo por parte de terceros ante las acciones que no se acomodan a lo establecido.2

Como vimos más arriba (§ 1.1), los seres humanos no solo actuamos de un modo físico, sino también con la palabra y, por tanto, no ha de extrañar que se hayan desarrollado normas también en este ámbito. El censor se ocupa como tercero de que se cumplan algunas de ellas impidiendo que se comunique algo.

2.1 LA IDEOLOGÍA

Con todo, cualquiera que trata de impedir que se comunique algo no adquiere una identidad censoria. No es un censor, por ejemplo, un joven que no desea que sus amigos revelen que se ha enamorado de una compañera de clase. Esto es así porque el censor no defiende únicamente sus opiniones personales, sino las creencias del grupo que representa o que cree representar en un momento dado. Defiende lo que se ha llamado una ideología. Van Dijk (2000: 54-56) explica su concepción de la ideología con una metáfora: como sucede con las gramáticas de las lenguas, que condicionan los usos particulares de los hablantes, las ideologías son «gramáticas» de las prácticas sociales específicas de un grupo. Les dicen a las personas qué deben pensar sobre distintas cuestiones sociales. Con otras palabras del mismo autor, se trata de sistemas de creencias evaluativas –opiniones– socialmente compartidas por grupos. Facultan a las personas que forman parte del grupo para «organizar la multitud de creencias sociales acerca de lo que sucede, bueno o malo, correcto o incorrecto –según ellos– y actuar en consecuencia» (van Dijk, 1999: 21). Así pues, para que haya censura, es preciso que alguien, por motivos ideológicos compartidos por un grupo, comprenda el respeto a su ideología como una norma que los demás también han de cumplir.

Cuando en 1959 el entonces director de La Vanguardia Española Luis Martínez de Galinsoga interrumpió a un sacerdote que oficiaba la homilía en catalán y no en castellano –la única lengua oficial en la España franquista–, no lo hizo de forma individual, sino arrogándose el papel de defensor de la ideología del régimen político que se encontraba en el poder. Tampoco los patronos cataríes de la empleada que tenía su expresión limitada actuaban de un modo particular, sino respaldados por una ideología de la que participa un buen número de miembros de aquella sociedad.

En cambio, existen casos de prohibiciones o castigos que no parecen ser censorios. No parece un acto de censura basado en una ideología el hecho de que el director de cine soviético Aleksei Kapler fuera detenido en 1943 por haber flirteado con la hija de Stalin –Svetlana–. No hay censura a idea contrarrevolucionaria alguna, sino la intromisión de un padre poderoso en los asuntos de su hija.3 Un caso de restricción generalizada de la información sin censura se produjo en los inicios de la BBC: hasta 1938 la BBC carecía casi de noticias, pero ello se debía a la presión de los periódicos para impedir la competencia de la radio pública, no a motivos ideológicos. Había un único boletín informativo breve y más tarde de las 19 h, cuando los periódicos ya habían vendido sus ediciones.4 Tampoco el revisor profesional de un texto original o de una traducción –en la mayor parte de las ocasiones se trata de escritos sobre asuntos prácticos– se ha de comprender como un censor, sino como un lector modelo que exige al autor o al traductor que se sigan unas normas lingüísticas, ortográficas y ortotipográficas para que el texto tenga una calidad suficiente para ser recibido por los lectores.5 No hay detrás de su labor una ideología que vaya más allá de unas normas profesionales. Asimismo, extrañaría ver como censores a unos padres que obligan por la noche a apagar la luz a una hija aficionada a la lectura. No le prohíben la lectura de algo determinado de acuerdo con su ideología de grupo, al día siguiente puede seguir con su libro. Solo quieren que, cuando se levante para ir al instituto, haya descansado lo suficiente.

De nuevo de acuerdo con van Dijk (1999: 187), otra condición para que se pueda hablar de ideología es que el grupo que la comparte no ha de ser efímero. Supongamos que una persona se erige como portavoz de unos pasajeros que se quejan del trato que les concede una compañía aérea. Esta persona, al exponer sus motivos, no defiende una ideología, esto es, no se puede hablar de la ideología de los pasajeros de un avión o de los asistentes a un concierto que se quejan de un sonido deficiente.

Que la ideología es importante en la labor del censor se refleja precisamente en que quien censura no ha de atender a todo tipo de discursos. Al censor le preocupan unos asuntos, pero se desentiende de otros que no amenazan su ideología. Eso explica que quienes temen a la censura rehúyan hablar de ciertos temas y pasen a comentar otros (§ 5.1). Durante las purgas soviéticas de la década de 1930,6 el temor a los castigos hizo que el crítico y literato ruso Kornéi Chukovski se especializara en literatura infantil y en la traducción de clásicos juveniles.7 Del mismo modo, en España, el periodista Mariano José de Larra (1809-1837) en los momentos en los que arreciaba la censura oficial se demoraba en la crítica teatral y los artículos de costumbres8 y, un siglo después, el filólogo y poeta Dámaso Alonso, que había pertenecido al mismo grupo poético que Federico García Lorca –fusilado en 1936– o que los exiliados Pedro Salinas, Jorge Guillén y Rafael Alberti, confesaba que se sentía cómodo enseñando Filología Románica en la Universidad de Madrid –y no Literatura Contemporánea, pongamos por caso–: no se le podía denunciar por su explicación de las teorías de la diptongación en las lenguas románicas o de la doble d cacuminal.9

Adviértase que, pese a todo, el hecho de que una ideología guíe la actuación del censor no trae consigo reconocer necesariamente una ideología contraria en el censurado. Es posible, incluso, que quien sufre la censura carezca de una ideología reconocible en su discurso y que, de todas formas, el censor considere inconveniente lo que comunica. En 1999 el ministro saudí de Comercio pidió a la compañía de refrescos 7 Up que cambiara su logo porque, en opinión de un denunciante, se asemeja al nombre de Alá escrito en árabe.10 Tampoco se ha de reconocer necesariamente un grupo detrás del censurado. La compañía 7 Up no forma parte de un grupo con una ideología determinada, algo que sí sucedía con Martínez de Galinsoga o los empleadores cataríes, es decir, con aquellos que adquirían una identidad censoria en su actuación.

2.2 IDEOLOGÍA E IDENTIDAD

Se puede pensar que una ideología es una de las características de la identidad de un grupo, pero esta hipótesis de partida no carece de problemas. Ciertamente, del mismo modo que sucede con la ideología, las identidades no son efímeras; al fin y al cabo, la propia identidad personal se fundamenta en saber quién se ha sido en el pasado y en que se va a continuar siendo la misma persona en el futuro. Esta continuidad es precisamente uno de los motivos de la existencia de la identidad.11 También, los grupos sociales procuran que su identidad tenga continuidad, aunque, en realidad, existan cambios; por ello, no es extraño que reinterpreten su pasado para mostrar una pervivencia en su historia que no se constata necesariamente. Es ilustrativo saber que en la Europa comunista no era posible que un líder que hubiera caído en desgracia fuera mencionado por su acción pasada como dirigente «ortodoxo» del régimen: a partir del momento en que alguien era considerado un traidor, se juzgaba que siempre había sido un traidor.12 Se le otorgaba, pues, una identidad constante y se actuaba en consecuencia. Por el mismo motivo, cuando en las purgas de la época estalinista eran condenados autores soviéticos cuya obra había sido ampliamente difundida en años previos por el mismo poder que ahora los castigaba, la condena acarreaba la retirada y destrucción de todas sus obras de las bibliotecas públicas y privadas, lugares adonde previamente el poder había enviado los ejemplares.13

 

En cualquier caso, en la relación entre identidad e ideología, si bien es verdad que un grupo con una identidad propia se puede describir por una ideología que lo caracteriza –se puede ser católico, ecologista o nacionalista húngaro–, también es cierto que la correspondencia directa –a una identidad grupal se le atribuye una ideología– puede llevar a equivocaciones. Así, grupos que comparten una misma identidad puede que varíen en su ideología o que crean que existen diferencias en cómo aplicarla (§ 1.4.4). Por otra parte, mientras que la identidad del grupo puede conservarse a lo largo de la historia, la ideología de los grupos sociales puede evolucionar.14 Los censores franquistas de mi edición infantil del Quijote, guiados por la ideología católica conservadora del momento, tenían especial cuidado con los asuntos sexuales –puta era una palabra prohibida en una edición que pudieran leer niños–; en cambio, el índice inquisitorial del cardenal Zapata (1632) ordenaba expurgar la frase: «y advierta Sancho que las obras de caridad que se hacen tibia y flojamente no tienen mérito ni valen nada»,15 porque se pudiera reflejar en ella una interpretación de la caridad que no coincidía con la ortodoxia católica del Concilio de Trento (1545-1563). Otro ejemplo de cambio de intereses ideológicos con una continuidad en la identidad, en este caso la de la escuela estadounidense: en una primera época el libro de Mark Twain Huckleberry Finn (1885) fue censurado en las bibliotecas de estas escuelas porque se consideró que el comportamiento de sus protagonistas constituía una mala influencia para los lectores jóvenes y, en cambio, en la actualidad se desaprueba por la aparición en él de palabras como el hispanismo nigger, que se aprecian como racistas.16

También aconseja la distinción entre identidad e ideología el hecho de que algunos censores –sobre todo, cuando forman parte de una censura oficial–puedan actuar de acuerdo con una ideología, pero sin compartirla; después de todo, ejercer la censura dentro de una institución puede ser un medio de vida. En la década de 1970 el encargado de la editorial MacMillan para Oriente Medio acudió a la oficina de censura en Yida (Arabia Saudí); en su visita, lejos de hallar a un estricto moralista saudí, encontró a un joven palestino que apreciaba vivamente los libros que debía censurar y que no compartía el wahhabismo dominante en el reino. El joven censor se justificó diciendo con tristeza y levantado los brazos: «Es mi trabajo» (Mostyn, 2002: 22). Esto es, se identificaba como censor, pero no compartía la ideología.17

Una última posibilidad es que alguien adquiera una identidad censoria por sus actos, pero que ni se identifique como censor ni necesariamente comparta la ideología. Durante el 18.º Congreso del Partido Comunista Chino (Pekín, 2012) se convirtió en censores a los taxistas que conducían a los delegados: debían llevar las ventanillas de su vehículo cerradas. La autoridad había comprobado que los congresistas arrojaban pelotas de ping-pong con textos censurables.18 Así las cosas, estos taxistas actuaron como censores, pero ni posiblemente se identificarían como tales, ni necesariamente habrían de compartir, aunque la reconocieran, la ideología ortodoxa del PCCh. Se trata de un censor forzado, sin ideología ni identidad global de censor, solo con la identidad censoria del momento.

En definitiva, la relación entre ideología e identidad, más que necesaria, constituye un criterio que puede ayudar a clasificar a quien lleva a cabo un acto censorio.

2.3 EL PODER

Querer imponer como norma el respeto a una ideología no es suficiente para que exista un acto censorio. Para censurar es preciso, además, poseer poder, pues existen grupos sin poder que –pese a participar de una ideología–19 carecen de capacidad de censura. Este es el caso de la petición de rechazo por parte de la US National Science Advisory Board for Biosecurity de la publicación de un artículo en la revista Nature. En él se explica cómo se puede modificar un virus de gripe aviar para que afecte a los mamíferos. En opinión de este comité había un riesgo de que esta información pudiera causar un daño mayor que los beneficios que se obtuvieran de su publicación. Por ello, recomendaba una comunicación restringida, bien limitando información sobre métodos y datos, bien evitando la publicación abierta a todo el público del artículo.20 La revista desestimó la recomendación y el artículo se publicó íntegro el dos de mayo de 2012. Así las cosas, esta petición no se puede considerar un acto censorio, pues no existe una relación de poder entre el comité que la hace y quien la recibe: no hay ni pudo haber prohibición y/o castigo. Al fin y al cabo, quien tiene poder consigue que los demás hagan aquello que no harían si no lo tuviera; influye, de esta forma, en las decisiones de otros de manera que se favorezcan sus intereses, sus valores o se cumpla su voluntad, sin que las otras personas o grupos sociales puedan, a su vez, influir en el poderoso.21 Existe, por tanto, entre el censor y el censurado una relación asimétrica, ya que el primero trata al segundo de una manera distinta a como es tratado:22 es el censor quien prohíbe y no al contrario.

Esta asimetría era acusada en la relación entre la Inquisición y sus sospechosos de herejía. Un ejemplo suficientemente representativo es el arresto de fray Bartolomé Carranza en agosto de 1559. Carranza era arzobispo de Toledo y primado de España. Había participado en el Concilio de Trento y su relación con el nuevo rey Felipe II era tal que había formado parte de su comitiva cuando, siendo príncipe, visitó Inglaterra para casarse con María Tudor y, posteriormente, cuando se trasladó a Flandes. Carranza, incluso, había ejercido de calificador del propio Santo Oficio y había predicado en Valladolid en el auto de fe del reformista Francisco de San Román. Estos antecedentes de poco le sirvieron: la Inquisición le acusó de ser un hereje, en particular por sus Comentarios sobre el Cathechismo Christiano (Amberes, 1558), pese a que el dominico los había escrito durante su estancia en Inglaterra para contrarrestar, precisamente, la propaganda reformista. El arzobispo Carranza permaneció en prisión –parte en España y parte en Roma– el tiempo que duró su proceso: diecisiete años. Falleció poco después de ser dictada sentencia (1576).23 Si un arzobispo de Toledo llegaba a sufrir estos padecimientos, piénsese cuál era el poder de esta institución censora sobre el resto de la población de la Monarquía hispana de aquellos años.

Así pues, la relación entre el censor y el censurado es asimétrica y de poder. De este modo, aunque se pueda leer que en la Divina comedia Dante censura a sus contemporáneos, desde los criterios teóricos que aquí se manejan no se comprende como un tipo de censura de la palabra, ya que Dante carecía de poder para prohibir las obras y castigar a las personas.

Por otra parte, la existencia de una ideología es importante en el uso de ese poder (§ 2.2). Quien en un momento dado tiene poder legitima su censura con una ideología que pertenece no únicamente a su persona sino a un grupo, es decir, quien censura considera que tiene derecho a ser obedecido porque lo apoya una ideología.24 Cuando este poder se basa en una institución, se habla de dominación25 y, cuando quien lo posee consigue que los demás actúen de una manera determinada como si fuera natural o hubiera un consenso indiscutible, se habla de pensamiento hegemónico.26 Así, por ejemplo, se puede considerar que en las sociedades patriarcales el poder que se ejerce sobre las mujeres es hegemónico, pues se presenta como natural e indiscutido.27

Una vez establecida una ideología apoyada por un pensamiento hegemónico, los cambios repentinos causan una profunda desorientación. Bao Ruo-Wang refiere el aturdimiento que en 1960 produjo en la sociedad china la nueva relación con la URSS:

Hacía tiempo que habíamos aprendido de memoria nuestros recitados ideológicos, y la verdad era que nos sentíamos muy cómodos al poder responder a cualquier nueva situación recurriendo a estereotipadas frases catequistas. Pero en aquellos momentos se nos había lanzado, repentina y cruelmente, en aguas peligrosas, sin cartografiar (Bao y Chelminski, 1976: 306).

Ahora bien, pese a lo que se pudiera aventurar, no todo poder es perverso,28 ni toda interdicción de la palabra tiene tampoco por qué serlo. El Tribunal Europeo de Derechos Humanos, por ejemplo, que ampara la libertad de opinión, no lo hace con los discursos que incitan al odio y a la violencia (v. gr. Otegui Mondragón contra España, 15-3-2011), incluida la difusión del negacionismo del holocausto judío,29 es decir, no juzga como perversa la proscripción de algunos discursos. A su juicio, pues, existen censuras justas. Otro ejemplo de censura que en opinión de muchos sería justa: la que se impone a aquellos que deben custodiar una información privilegiada, es decir, una información que han logrado en virtud del puesto que desempeñan y que no puede transmitir a otros, salvo que estos estén también autorizados a conocerla. En tales ocasiones el custodio tiene que actuar de censor de sí mismo, si no quiere ser sancionado. La Comisión Nacional del Mercado de Valores española reconoce una serie de transmisores de información privilegiada, directivos o empleados de la empresa, y receptores de información privilegiada, que van desde notarios o abogados hasta traductores. Tanto transmisores como receptores deben salvaguardar el secreto de este tipo de información, pues la información privilegiada condiciona las intenciones de inversión de terceros y permite el beneficio de unos pocos en perjuicio de otros.30

Admitido que el ejercicio del poder no tiene por qué ser necesariamente malo, se puede añadir que no todo poder es obligatoriamente dominante ni hegemónico. El grupo Anonymous, cuyos miembros comparten una ideología anarquista en el gobierno de internet, no defienden el pensamiento hegemónico en las sociedades en las que vive y, pese a ello, detenta el poder suficiente para censurar páginas web de gobiernos e instituciones públicas y privadas. Esto sucedió, entre otros casos, en diciembre de 2010 cuando miembros del grupo atacaron las páginas web de la Fiscalía sueca y de diferentes compañías privadas que apoyaban las medidas coercitivas del Gobierno de EE. UU. contra la organización WikiLeaks.31

También sería un acto censorio nada dominante ni hegemónico, y ahora al alcance de cualquier usuario de internet, la repetición de un comentario por parte de quien opina sobre una noticia en una publicación digital con el fin de desplazar fuera de la pantalla –la medida textual del nuevo medio– los anteriores comentarios de aquellos otros que no comparten sus ideas. Y es que el poder no es una fuerza estática e independiente de cada situación, sino una forma de comportamiento en una situación determinada.32 Thornborrow (2002: 8-9) considera que el poder es «a contextually sensitive phenomenon», en el que la asimetría entre los participantes no ocurre únicamente en la comunicación institucional, sino que también puede darse en la comunicación cotidiana. La diferencia en el caso de la interacción dentro de una institución se encuentra en que la identidad y el papel de los participantes y, en consecuencia, la asimetría se reconoce en el propio contexto, si bien se redefine en cada momento de la interacción. En cambio, en la interacción conversacional coloquial la simetría o asimetría entre los participantes se crea en la construcción de turnos. En definitiva, el poder de aquel con una identidad censoria en muchos casos se limita simplemente a la capacidad de que su acto de censura tenga efecto –se satisfaga (§ 4.2)– en un momento determinado, más que a una dominación y a una hegemonía ideológica en la sociedad en la que vive.

 

2.4 LA PERIFERIA DE LA CENSURA

De acuerdo con una definición de una censura prototípica como la que se ha adoptado, es esperable encontrar casos periféricos en los que se compartan algunas de las características del prototipo censorio y no otras. Por ello, la categorización de una interdicción de la palabra como censura con frecuencia no es sencilla.

En nuestra caracterización de la censura, hemos defendido como criterio de diferenciación una propiedad del comportamiento humano: la aplicación de normas por parte de terceros. No obstante, a causa del temor a la delación, en muchas ocasiones es difícil diferenciar cuándo, por parte de un emisor, hay una acomodación convergente en sus palabras hacia el destinatario de su mensaje (§ 1.2) o cuándo existe autocensura por temor a un grupo social que puede recibir el mensaje a través de la delación de un receptor (§ 5.1).

Otra duda que se presenta a la vista de los hechos recogidos es cuándo los miembros de un grupo, libremente adscritos a él, se convierten en censores del resto de sus compañeros al exigirles un comportamiento verbal determinado. En la Neakademia, que reunió en la Venecia de inicios del XVI el impresor Aldo Manuzio, era obligatorio hablar en griego y quienes no lo hacían debían pagar una multa. La cantidad recogida se utilizaba para abonar comidas comunes en las que se cantaban y recitaban poemas.33 Por su parte, el historiador de las ideas Peter Burke (1996: 146) cuenta cómo en la década de 1950 durante las comidas en el St John’s College de Oxford se reprobaba decir más de cinco palabras en una lengua extranjera, hablar fuera de lugar o mencionar a una señora. Quien transgredía estas normas debía pagar la cerveza de los otros comensales. Pues bien, ¿eran unos terceros censores Manuzio o Burke?

Si la aplicación del concepto de tercero alberga dudas, no son menores las que acarrea el de ideología. A lo largo de la historia han sido muchos quienes han prohibido adivinaciones por distintos motivos ideológicos. El emperador Augusto ordenó quemar buena parte de los libri fatidici (libros de profecías) en el 12 a. C. y, a comienzos del s. V, el general Estilicón hizo lo mismo con los libros sibilinos. Por su parte, la Iglesia católica en el Quinto Concilio de Letrán (1516) prohibió que los predicadores predijeran la llegada del Anticristo y, en concilios posteriores, la adivinación.34 Así las cosas, cuando leemos que Jacobo I de Inglaterra decidió en 1603 que los pronósticos meteorológicos de los almanaques debían ser aprobados por jueces, nuestra primera impresión es que se trata de un caso más de prohibición de la adivinación; sin embargo, pudiera no ser así: se había comprobado que pronósticos de malas cosechas ocasionaban el acaparamiento de grano y ello traía como consecuencia el desabastecimiento y, en definitiva, el hambre.35 No habría, pues, ideología contraria a la adivinación, pero, de todos modos, ¿se puede hablar de una ideología relativa al buen gobierno? Algo semejante sucede con la prohibición a los científicos de las empresas privadas de la publicación de sus descubrimientos.36 ¿Es el secreto empresarial un tipo de ideología?

También el criterio de prohibición tiene problemas. Michel Foucault (1971) considera censura la exclusión de discursos como impropios de una disciplina –el hecho de que, por ejemplo, un tipo de exposición se considere no científico–.37 Con todo, opinar que un texto es más propio del curanderismo que de la medicina o de la astrología que de la astronomía no es censurarlo de acuerdo con los criterios que aquí se han propuesto: no compartir unas ideas y negarse a difundirlas sin prohibir que otros las difundan no es censura, tampoco es censura que el receptor se niegue a escuchar o leer aquello que no le interese y que delegue en otros la criba de los discursos que puedan llegarle. En este último caso habría la actuación de lo que Daniel Cassany (2007: 26) denomina un lector filtro –registro, secretaría, gabinete de prensa o comunicación, bibliotecario o programa anti-spam– que bloquea la difusión de un documento en una organización. Ahora bien, también es legítimo preguntarse hasta qué punto quienes dominan las disciplinas se limitan a no difundir lo que consideran equivocado y en qué casos pasan a impedir que otros distintos de ellos mismos difundan algo.

Y, por último, no es menos problemático el criterio de castigo. ¿Son los condicionamientos propios de una opinión pública determinada suficientes para hablar de censura? La investigadora alemana Elisabeth Noelle-Neumann defendió una concepción impositiva de la opinión pública en su teoría de la espiral del silencio. De acuerdo con esta teoría, los seres humanos, como seres sociales que somos, tememos quedar aislados por la desaprobación de nuestros congéneres y, en consecuencia, tendemos a unirnos a las opiniones y comportamientos de la mayoría. Para conseguirlo, comprobamos constantemente qué actos son aprobados o desaprobados en nuestro medio. Esta conducta establece una opinión pública: se sigue a la mayoría. La espiral consiste en que el mismo hecho de que una opinión se perciba como dominante hace que crezca todavía más y, en consecuencia, disminuyan sus alternativas.38 Una prueba de este comportamiento sería el llamado «efecto del carro ganador»: desde hace tiempo se conoce que después de unas elecciones las personas que dicen haber votado al partido que las ha ganado son más que las que realmente votaron por él. Una explicación plausible de este hecho es que los ciudadanos temen quedarse aislados ante la mayoría que se ha reflejado en el resultado electoral. Algunos comportamientos ante los discursos parecen tener más relación con la opinión pública que con la censura. El bibliófilo y político inglés Samuel Pepys narra en su Diario (8-2-1668) que, después de leer un libro francés ocioso y pícaro que acababa de comprar –L’école des filles ou La philosophie des dames–, iba a quemarlo. Lo haría, explica Pepys, para no desprestigiar su colección si alguien lo encontraba en su biblioteca.39 Si fue así, Pepys no había actuado por temor a la censura, sino a la opinión pública. Ahora bien, el paso a la censura es sencillo. María José Vega (2013b: 222-223) denomina censura difusa a aquella llevada a cabo en el siglo XVI por guías espirituales, confesores o docentes en asuntos que, en realidad, no atacaban claramente al dogma. Lo denunciado no era punible,40 pero estos personajes lograban crear un sentimiento de culpa –ahí el castigo– en quienes se acercaban a ciertos textos o participaban de ciertas opiniones, un sentimiento que los conducía a desconfiar de muchas lecturas y a rechazarlas.

1. Tomasello (2010a: 67; 2010b; 2013: 155-156); Schmidt, Rakoczy y Tomasello (2011: 535); Rakoczy y Schmidt (2013).

2. Tomasello (2010a: 107-108; 2010b).

3. Beevor y Vinogradova (2012: 244). Kapler pasó diez años en campos de trabajo y solo consiguió la rehabilitación en 1954, una vez fallecido el dictador soviético.

4. Pool (1992 [1981]: 107), Gorman y McLean (2003: 58).

5. Brunette (2002), en concreto, defiende que no hay censura en relación con la evaluación de la calidad de las traducciones.

6. La persecución política en la URSS la ejercieron distintas instituciones –«órganos», en el habla corriente– que generalmente eran conocidas por sus siglas: CHEKA [cheká] (1917-1922), GPU (1922-1923), OGPU (1923-1934), NKVD (1934-1943), NKGB (1943-1946), MGB (1946-1953),MVD (1953) y KGB (1953-1991). La central de estos órganos permaneció en la plaza Lubianka de Moscú, en un edificio que se había expropiado a una compañía de seguros. El sucesor ruso del KGB soviético ha sido el FSK, posteriormente FSB.

7. Berlin (2009: 71).

8. Seoane (1983: 140-141).

9. Lázaro Carreter (2004: 218).

10. Mostyn (2002: 22).

11. Vignoles (2011).

12. Jaworski y Galasiński (2000: 198).

13. Westerman (2009: 191).

14. Verschueren (2012: 12).

15. Miguel de Cervantes, Don Quijote de la Mancha, Edición de Francisco Rico. Segunda Parte, Cap. XXXVI.

16. Pinker (2007: 433), Paxton (2008: 52 y 60), Hughes (2010: 150-154). Entre otras instituciones académicas, la novela fue retirada en 1982 de una escuela secundaria de Virginia que se llama precisamente Mark Twain.

17. El teniente coronel Celedonio de la Iglesia (1930), que había sido director de la censura de prensa durante buena parte de la Dictadura de Primo de Rivera, se presenta a sí mismo como contrario de la censura previa, pese a haberla ejercido. La defiende, casi exclusivamente, en los casos de la censura militar de asuntos referentes a la guerra en Marruecos.

18. International Herald Tribune, consulta: 1-11-2012.