El niño problema

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La física y la biología

Es interesante pensar por qué nos resulta contraintuitivo el azar, particularmente al referirlo a la evolución de las especies. Una explicación a este interrogante se puede dar si consideramos al cerebro como un buscador de coherencia y organización intentando “acomodar/se” a lo aleatorio. Es un buceador en el caos de la teoría ¿realidad? cuántica.

Las leyes de la termodinámica y los conceptos de entropía y neguentropía nos señalan interesantes coincidencias con nuestra biología y nuestras conductas integradas. Muestra de ello es el trabajo de estructuración y organización en escalas de mayor complejidad que hacemos constantemente. Nos alimentamos incorporando y transformando energía para luego gastarla, manteniéndonos vivos, constantes e idénticos a nosotros mismos pero en configuraciones cada vez más complejas. No hay vida si no obtenemos e intercambiamos energía con el medio y no hay conductas de ningún tipo si no estamos vivos precisamente para poder interactuar con el medio, con nosotros mismos y con otros humanos, gestionando de la mejor manera posible ese intercambio. El pasaje de lo simple a lo complejo encuentra en los fractales un ejemplo posible.

La inquietante pregunta por la identidad

¿Cómo es que cada especie se mantiene fiel a sí misma hasta que se produce un cambio evolutivo, entendiendo por tal aquel que por ser perdurable se transmite como novedad exitosa a las generaciones futuras? La genética asociada a la selección natural parece tener la respuesta. Pero cuando nos referimos a los humanos hay otra identidad sorprendente y muy importante. Es aquella por la cual nos conocemos y reconocemos a través del tiempo como individualmente idénticos a nosotros mismos, a pesar de los cambios somáticos. Construimos y poseemos un yo que nos acompañará toda nuestra existencia y con él somos al mismo tiempo agentes causales y efecto de otras causas dentro de la unicidad que nos distingue y diferencia; por todo esto somos únicos e irrepetibles, aunque semejantes a otros individuos de la misma especie. Es una posesión irrenunciable con y por la que somos en el mundo, construida desde cada uno en la interacción con el medio y con los semejantes. Esta construcción no es ni más ni menos que la amalgama entre cuerpo y alma o –como corresponde decirlo en nuestro ámbito de estudio– materia/cerebro/mente.

Identidad y semejanza son aspectos importantes de destacar, reconocer y diferenciar, teniendo en cuenta la tendencia a homogeneizar la transmisión de cultura y los aprendizajes; como si todos los sujetos fueran idénticos y movidos por los mismos intereses o afectos. Ni siquiera desde el punto de vista biológico somos idénticos. Por otra parte, al ser semejantes se posibilitan nuestras relaciones, la conformación de sociedades y la construcción y transmisión cultural. Esas conductas evolutivamente positivas posibilitan y mejoran ese intercambio en un circuito de retroalimentación y homeostasis. Fallas en el mismo pueden y suelen tener consecuencias no deseables y a veces catastróficas. Ejemplos son los trastornos de la alimentación, las depresiones extremas, la abulia, la apatía, la indiferencia y muchas otras. Alteraciones más radicales pueden ser la no identificación o discriminación de las señales de peligro/gratificación o la no percepción de la realidad en forma apropiada y útil. Psicopatía y psicosis constituyen dos ejemplos importantes como lo serán todas las circunstancias causales de un yo precariamente o anormalmente construido. Fusión o aislamiento se harán aparentes como patologías graves. Puesto de otra manera constituirán ambigüedades posibles solo en un cerebro enfermo de alguna manera, ya que uno sano no las toleraría. La patología a veces expresa esa lucha con claudicaciones e intentos reparadores como las ilusiones, alucinaciones, delirios y falsas memorias, entre otras, que adquieren relevancia cuando se mantienen en el tiempo. Los episodios fugaces, de corta duración u ocasionales señalan los mismos mecanismos que pueden darse en situaciones transitorias.

El abordaje de todos estos interrogantes, su complejidad y dificultades, es una tarea apasionante y sin fin a la vista.

Los mundos posibles, los límites y las magnitudes

Las prótesis que el hombre crea amplían enormemente sus posibilidades perceptivas, con ellas aplicadas a la investigación se abren nuevos mundos. Un mundo miscroscópíco cada vez más pequeño medible en nanómeros (millonésimas de milímetro), un tiempo medible en nanosegundos (mil millonésimas de segundo) por un lado y en eones por el otro (eras de la tierra y el universo en millones de años).

Así tuvimos que aprender a considerar que al menos 250 milisegundos antes de que algo aparezca en nuestra conciencia, esta aparición ha sido precedida por cambios cerebrales vinculados, los cuales somos incapaces de percibir, constituyendo una muestra de eso que anteriormente he llamado el inconsciente absoluto. Creemos estar originando una acción cuando ésta ya fue programada y decidida con anterioridad en nuestro cerebro anticipándola automáticamente. Interesante y preocupante: ¿somos determinantes o estamos predeterminados? ¿Elegimos o “somos” elegidos?

Con respecto al problema de las magnitudes, cabe pensar que como bien dice Ángel Rivière, estamos dotados para funcionar adecuadamente en una escala intermedia entre magnitudes muy grandes o muy pequeñas, que él denomina “el mesomundo”. Vinculada con esta idea, surge una visión distinta del espacio considerándolo un lugar múltiple donde se dan las relaciones que algunos autores denominan “el multiverso”.

El hacer, ejecutar, decidir

Debemos pensar que estamos constantemente haciendo aprendizajes que nuestro cerebro eficientemente guarda automatizados como esquemas disponibles para su ejecución inmediata ante circunstancias iguales o parecidas. Dichas circunstancias serán el gatillo o detonante de las ejecuciones, escogidas entre varias posibles, teniendo en cuenta anticipadamente sus consecuencias. Es un proceso rápido y eficaz que ha dado en llamarse funciones ejecutivas. Según Elkhonon Goldberg, pueden ser metaforizadas en la figura del “director de la orquesta”, con la que Joaquín Fuster discrepa, ya que considera al lóbulo frontal, supuesto locus del director de la orquesta, como una parte más de una extensa red de circuitos que involucran a la mayor parte del cerebro y que funcionan de manera recursiva. Lo importante serían las relaciones y la ubicación en este encadenamiento, que en realidad no sería conducido por un “director”, lo que no significa que no tenga dirección, entendida esta como la orientación hacia un objetivo.

Ejecuciones automáticas y sin esfuerzo muchas veces y “pensadas” con esfuerzo en otras las colocarían dentro de los planos consciente o inconsciente. Por ejemplo, las palabras guardadas provenientes de otro, pueden surgir sin que lo “pensemos” o busquemos, y así seríamos hablados por otro, como dice Jacques Lacan. La corrección y eficacia de estos modos operativos varía según el sujeto y las circunstancias. Vale la pena tener en cuenta su funcionamiento probabilístico que nunca llega al 100% correcto o errado, lo que deja lugar para las variaciones y la creatividad, lejos del determinismo mecanicista.

El descubrimiento de las neuronas espejo y las neuronas canónicas abren una enorme ventana que recién comienza a explorarse. Por ella se cuelan las ideas de aprendizaje consciente e inconsciente posibilitando nuestros vínculos sociales, junto a otras como el reconocimiento de la intencionalidad como valor fundamental de las conductas humanas.

Estos avances en el conocimiento de la génesis de nuestras conductas pueden resultar preocupantes. Es que nuestro narcisismo se incomoda al descubrir que aquello que nos hace presumir de ser conductores libres, creadores y poseedores de la capacidad de elegir podría no ser tan así. Este desconcierto y frustración frecuentemente se expresa como psicofobia, tal como dice la filósofa Kathinka Evers. La búsqueda de certezas y coherencia, claves del funcionamiento cerebral tan necesarias para nuestra existencia, se ve amenazada y de ahí esta reacción.

Los modelos

¿Seremos autómatas computacionales? ¿Estamos predeterminados? ¿Por quién, por y para qué?

Los modelos de inteligencia artificial, el conductismo y el cognitivismo ingenuo se han aproximado bastante a estas posibilidades y han aportado elementos interesantes y valiosos para avanzar en nuestro conocimiento del hombre y sus conductas. No obstante ninguno de ellos logra dar una explicación final, amplia y satisfactoria. Incurren en reduccionismos de grado variable, dejando de lado aspectos sustanciales de las características de los hombres y sus conductas. Dicho de otro modo: quedan demasiado anclados al polo animal sin dar buena cuenta de algo tan esencial como lo mental y sus características.

K. Evers propone que la mejor opción explicativa actual es la del materialismo ilustrado, que a mi criterio no difiere demasiado del materialismo emergentista. Ambos dan la posibilidad de cambios por autogestión, concepto semejante al de autopoyesis propuesto por Humberto Maturana. Parten de reconocer que nuestros cerebros cambian y evolucionan incesantemente construyendo la realidad e inclusive las concepciones que tenemos de nosotros mismos, por ello somos seres capaces de influir en dicha realidad y crear sentido. Nuestro cerebro es el constructor y como tal nos da un cierto poder sobre sus propias construcciones. “Ni los dioses imaginados ni la concepción estática de la naturaleza y las leyes pueden darnos igual poder”. Creo que a esta idea apunta Yuval Noah Harari cuando habla del “Homo Deus”.

 

“No somos máquinas biológicas encadenadas que operan de manera automática”, o como expresara quejumbrosamente un psiquiatra americano: “me resisto a pensar en mis pacientes como conjuntos de neurotransmisores desordenados”. Puede pensarse –como lo hace Maturana– en nuestros cerebros como sistemas cerrados pero vinculables, radicando en el vínculo las posibilidades de modificación.

Otro aspecto destacable y a tener en cuenta es que aquello que llamamos mundos (exterior-interior) son construcciones del cerebro, más aún, de cada cerebro a partir de su propia experiencia. Seleccionamos estímulos y los organizaremos de una manera individual según la estructura y organización de nuestro cerebro donde de acuerdo a nuestra experiencia previa, sea ella exitosa, placentera, deseada o no, fundarán nuestros afectos y valores. Creamos y construimos un mundo que finalmente es imaginado. La corrección de este proceso tendrá que ver con cuán ajustada, correcta y útil es esa imagen en relación con lo que definimos como realidad. Las dificultades para definir esta última son de larga data y aún subsisten. Ese terreno ha sido extensamente transitado por los filósofos con debates sobre el sujeto, el objeto, la cosa en sí, la existencia real de un mundo fuera de la sensopercepción de un observador, el valor del lenguaje como dador de existencia y mucho más. Recordar la expresión “en el comienzo fue el verbo” o en El diario de Adán y Eva de Mark Twain, cuando Adán le dice a Eva que debe ir a ponerle nombres a los pájaros. Si bien estos ya existían, carecían de existencia real para los humanos hasta que se los pudiera nombrar y referirse a ellos en su ausencia. Eso significa introducirlos en el lenguaje con las infinitas posibilidades de la semántica, la sintaxis y las interacciones en el “lenguajear”, como dice Maturana.

El hombre y los homínidos

Fenomenológicamente podemos señalar algunas de las diferencias observables entre el hombre actual y los homínidos cercanos:

1. La bipedestación que libera las manos para realizar otras tareas aparte o simultáneamente con la traslación. También permite una mejor visión de más largo alcance. Ambas son ventajas evolutivas notables: pensar en la posibilidad de advertir el peligro desde lejos y arrojar una piedra o una lanza a la carrera.

2. El lenguaje, que si bien no es privativo del hombre, lo es en su complejidad y esencialmente en su capacidad simbólica que le permite enseñar, transmitir y comunicar, en ausencia de los objetos o de las circunstancias. También instaura la noción del tiempo en tanto pasado, presente y futuro simbolizables por los verbos y su uso.

3. Basado en lo anterior, desarrolla una compleja y fructífera relación con el medio y sus semejantes. Aparecen conductas sociales cada vez más elaboradas y una cultura cada vez más rica y cambiante. Esto, en última instancia se traduce en una adaptación más exitosa al medio y, por ende, una mejor supervivencia y mantenimiento de la especie.

4. Las particularidades de su cerebro, con sus memorias y el lenguaje, posibilitan a su vez conductas organizadas en secuencias temporales anticipatorias e intencionales. Puede convencer y también engañar y suponer con razonable certeza lo que piensan sus semejantes. Esto va adquiriendo mayor relevancia y es abordado bajo la denominación de teoría de la mente. Merced a ella puede desarrollar estrategias, ponerlas a prueba, guardarlas como memorias si son exitosas o para evitar repeticiones en el fracaso. En todo caso podrá utilizarlas según convenga, con un importante ahorro de recursos cognitivos. También puede flexibilizar las mismas para lograr nuevos y mejores ajustes a situaciones novedosas o cambiantes.

La mayor parte de las particularidades aquí señaladas, pueden ser reunidas bajo la denominación de funciones ejecutivas y sus conductas inteligentes. Le pertenecen en exclusividad al menos por su magnitud y tienen su sede en el lóbulo frontal, más precisamente en la parte anterior del mismo, el prefrontal, que adquiere su mayor desarrollo en los homínidos y particularmente en el hombre, sin excluir otras estructuras cerebrales conectadas con él, en particular el cerebelo, que ha dejado de ser considerado solamente en relación con el movimiento para incluir sus aportes a una extensa variedad de conductas complejas.

5. La peculiar oposición del dedo pulgar, que motivara tantos estudios, parece hoy día un dato menor en comparación con lo anterior.

Lo humano

Hasta aquí me he limitado a una caracterización unidimensional del hombre: ser un animal un tanto especial. Si bien esta característica es basal, constitutiva, no agota los componentes característicos del hombre.

Existe otro ámbito, no tangible, pero no por ello inexistente: lo mental. Es precisamente en este ámbito donde se da la génesis de esas conductas que definiríamos como complejas y específicamente humanas.

Si bien podemos comenzar con el planteo cartesiano: puedo dudar de todo menos de que pienso, luego existo, esto deja sin resolver el origen del pensamiento o de la existencia misma. El mismo Descartes lo pone oscuramente en el cerebro y de esa manera intenta salir del atolladero de explicar cómo algo inmaterial, el pensamiento, lo mental, se vincula con algo material como el hombre animal y ese órgano del mismo al que alude.

Divide el estudio en la res cogitans que reserva para los filósofos y la res extensa, destinada a los biólogos. No obstante este aparente dualismo que se instaura a posteriori como dominante, Descartes consideraba que el pensamiento y la existencia se dan como una unidad constitutiva del ser pensante. Pienso al mismo tiempo que existo y es mi existencia biológica razón de ser de mi pensamiento, y es este el que da cuenta de mi existencia biológica. Esto pone en escena el problema mente-materia.

Resolver este problema es objeto de preocupación tanto de filósofos como de biólogos. Van del idealismo extremo de Berkeley: es la mente la que da existencia y configura al universo, al reduccionismo materialista extremo que niega la existencia de lo mental, suponiendo que el avance en el conocimiento de la estructura y funcionamiento cerebral darán cuenta de lo mental. Estas dos posturas tienen la ventaja de mantenerse en el monismo, pero a costa de un reduccionismo extremo.

Por el contrario, el suponer mente y cerebro como dos entidades existentes pero distintas, obliga a intentar demostrar la vinculación entre ambas. Es el dualismo y sus variantes. En realidad no resuelve el problema, pues la demostración del vínculo está plagada de dificultades y cuestionamientos provenientes en su mayoría del ámbito filosófico. Existen algunas posturas atractivas como el epifenomenismo, que utiliza la metáfora del cerebro productor de mente, como el hígado es productor de bilis. Otra postura consiste en considerar la existencia de un dualismo de medios al solo fin de abordar el problema en búsqueda de unidad. Desde múltiples caminos se llega a esta encrucijada. Los filósofos lo hacen en su intento de responder a esa pregunta ineludible: ¿Qué es el hombre?, y también los lingüistas en la búsqueda de explicaciones sobre el lenguaje. Desde el otro lado están los biólogos y todos aquellos interesados en las conductas humanas al plantearse preguntas tan básicas y duras como qué es la vida, el sentido de la misma, la interacción recíproca con el medio o las intenciones. La biología sola por ahora y a pesar de los notables avances en las neurociencias no parece tener respuestas indiscutibles. Algunos piensan que quizás nunca las tengamos ya que corremos en pos de un horizonte que constantemente se aleja. Si bien eso parece cierto, vale la pena ir en esa dirección, de lo contrario podemos caer en la inacción o en la aceptación resignada de un más allá igualmente dudoso, inalcanzable y poco beneficioso evolutivamente. Eduardo Galeano lo dice reflexivamente cuando se pregunta para qué nos sirve movernos en pos de un horizonte que siempre se corre y al que llama utopía, y se responde esperanzadoramente: pues para movernos.

La inmovilidad equivale a la muerte. El movernos es al menos una manera de intentar conjurarla. La ciencia apunta en ese sentido considerando la búsqueda de la inmortalidad como revolucionaria y subversiva de lo dado.

En realidad el problema mente-materia implica al problema de la causalidad psíquica. Todo intento de respuesta dirigido desde lo biológico hacia lo mental debe contemplar la inversa para ser sustentable y válido, en particular cuando es analizado desde la filosofía.

La pregunta por el hombre o por el ser humano puede ampliarse o reformularse como la pregunta por aquello humano, distintivo de los seres humanos y que los hace únicos. Es la Teoría de la Excepcionalidad Humana.

Podemos pensar que el hombre es simplemente un animal diferente dentro de la naturaleza. Este reduccionismo no nos resulta satisfactorio y además sería de un darwinismo extremo, penoso para nuestro narcisismo. En tanto que con Descartes no dudamos de nuestra existencia y de nuestro pensamiento, la excepción sería aquello que nos coloca por fuera de la naturaleza sin dejar de reconocer que pertenecemos a ella. El pensamiento sería entonces el separador, pero para nuestra excepcionalidad debería ser privativo de los humanos y separable de la biología, base de nuestra existencia junto a la de todos los seres vivos. Una posibilidad es aceptar que la evolución biológica va pari passu con la posibilidad del pensar. Este sería un atributo que si bien es natural no es poseído al menos por todos animales y por lo tanto nos coloca como excepción. Otra alternativa es pensarnos como “creados” por un Dios, que nos elige y nos hace a “imagen y semejanza”. Creacionismo versus naturalismo. La controversia sigue y no es fácil escapar si se piensa rigurosamente. La excepción puede también vérsela en el hecho de que es el hombre como sujeto de sí mismo quien piensa, reconoce sus componentes y se autoconfigura. Se subjetiva a sí mismo al contemplarse como un objeto más. Otra opción es que un semejante u otros miembros de la naturaleza nos configuren al objetivarnos, y por lo tanto nos consideren semejantes formando parte de ella.

Una interesante propuesta es la de Julio Moreno, quien considera lo humano de los humanos como una “falla” de lo biológico; entendiendo como falla el escape del determinismo mecanicista de lo biológico. El hombre desafía las leyes de la naturaleza, la modifica y es modificado por ella. Aparece lo aleatorio, la libertad y la posibilidad de decidir acertando o errando.

Se han hecho enormes avances, pero que no agotan el tema. Según Jean-Pierre Changeux, debemos estudiar las ligazones por las cuales seres humanos con una estructura biológica similar con enormes –¿infinitas?– posibilidades de conectividad, direccionan los estímulos/información de una manera absolutamente individual que los caracterizará en su singularidad.

El lenguaje puede ayudarnos a visualizar este planteo: ¿cómo a partir de unos pocos sonidos, un niño desarrolla vertiginosamente un lenguaje, rico, variado y personal? No sabe cómo lo logra, no puede dar cuenta de ello, pero reitera un fenómeno universal. Noam Chomsky propone para ello una estructura igualmente universal subyacente en el cerebro, con la cultura como variante y por ello hay lenguas. Es real que un niño inicialmente posee la capacidad de aprender cualquier lengua que escuche, pero poco después anulará esa amplia capacidad en favor del aprendizaje fluido e implícito de la lengua materna. Aprender otra lengua requerirá de un esfuerzo particular, será explícito y tendrá una oportunidad-ventana fuera de la cual no podrá reproducir en forma idéntica los sonidos –el habla– de otras poblaciones ya que su aparato fonador ha sido adecuado de una manera particular solo modificable laboriosa e imperfectamente. Veremos más adelante la relevancia de todo este planteo al considerar el aprendizaje y sus perturbaciones en los niños.

Baste considerar por ahora que hemos hecho notables avances. Ya no dudamos en poner la mente en el cerebro y, parafraseando a Nespolous, seguir su propuesta: “put your brain in your mind and your mind in your brain” (ponga su cerebro en la mente y la mente en su cerebro).

Notablemente y como suele suceder, esto no es un planteo de la modernidad ya que Aristóteles y Espinoza entre otros pensadores se lo habían preguntado bastante antes. Toda persona que se interese por las conductas humanas debe dedicarle una buena parte de su tiempo al estudio de esta problemática, ya que dependiendo de la postura que adopte o que le transmitan distintos autores, dependerá su propio posicionamiento, comprensión y acción. Hemos llegado entonces a un punto donde podemos resumir que las conductas humanas, incluyendo eso que llamamos mental o psíquico, dependen del cerebro. No hay conductas ni mente sin cerebro. Debemos entonces ver qué nos ofrece el cerebro y su biología para sustentar semejante aserto.