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Byung-Chul Han:
psicopolítica y educación
Byung-Chul Han:
psicopolítica y educación
María Clara Garavito
Germán Bula
Editores
Vicerrectoría de Investigación y Transferencia
Bogotá, D. C.
2020
Byung-Chul Han : psicopolítica y educación / María Clara Garavito, Germán Bula, editores ; Hernán Ferney Rodríguez García [y otros doce]. -Primera edición. -Bogotá : Ediciones Unisalle 2020.
Incluye referencias bibliográficas.
ISBN 978-958-5136-06-9 (impreso)
ISBN 978-958-5136-07-6 (digital)
1. Psicología política 2. Sociología de la educación 3. Han, Byung-Chul – Crítica e interpretación I. Garavito, María Clara II. Bula, Germán III. Rodríguez García, Hernán Ferney
CDD: 320.019 ed.22 CEP-Universidad de La Salle. Dirección de Bibliotecas
ISBN: 978-958-5136-06-9
e-ISBN: 978-958-5136-07-6
Primera edición: Bogotá D. C., julio del 2020
Universidad de La Salle
Ediciones Unisalle
Cra. 5 n.º 59A-44, Ed. Administrativo, 3er piso
PBX: (571) 348 800, extensiones: 1224 y 1226
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Dirección editorial
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Coordinación editorial
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Corrección de estilo
Carlos Guillermo Casanova
Diseño de portada
Milton Ruiz
Diagramación
Denka Pachón
Queda prohibida la reproducción total o parcial de este libro por cualquier procedimiento, conforme a lo dispuesto por la ley.
Conversión ePub: Lápiz Blanco S.A.S.
Hecho en Colombia
Made in Colombia
Autores
María Clara Garavito
Doctora en Filosofía, magíster en Filosofía y psicóloga de la Universidad Nacional de Colombia. Miembro de los grupos de investigación Filosofía y Cognición y Filosofía y Psiquiatría. Docente de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de La Salle y del Departamento de Filosofía de la Universidad Nacional de Colombia.
Germán Bula
Doctor en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional. Magíster en Filosofía y fi lósofo de la Pon tificia Un iversidad Javeriana. Miembro de la Sociedad Colombiana de Filosofía y de la red académica Alternative Perspectives-Global Concerns.
Profesor asociado de la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de La Salle. Ganador del Emerald Literati Network Awards for Excellence (2016), por el artículo: “Towards a non-trivializing education”, publicado en Kybernetes, vol. 44, 6/7, pp. 913-925.
Contenido
Prólogo: cabalgar el tigreGermán Bula
IntroducciónMaría Clara Garavito y Germán Bula
Primera parte: la psicopolítica en el marco de la sociedad del cansancio
•Maquinización del Dasein: cooptar la existencia a través del poder Hernán Ferney Rodríguez García y Carlos Valerio Echavarría G.
•Depresión y formas de negatividad en la era global: reflexiones a propósito de La expulsión de lo distinto de Byung-Chul Han María Clara Garavito y Germán Bula
Segunda parte: reflexiones sobre educación en la era de la positividad
•Educación, política y violencia Hernando Arturo Estévez Cuervo
•La pedagogía de mirar Sandra Sandoval Osorio
•La vida contemplativa en los contextos de formación: una propuesta basada en El aroma del tiempo de Byung-Chul Han Yulieth Nayive Romero Rincón
•Transparencia y mediación tecnológica. Análisis desde los postulados de Byung-Chul Han Dora Manjarrés Carrizalez
•Vivir juntos: retos de la educación en la era del enjambre digital Stephanny Parra Ordóñez de Valdés
•La salvación de la escucha. Estéticas y éticas actuales como desafío de la educación Juliana León Suárez
•Amor, deseo y educación: una tensión necesaria Ángela Virginia Neira Uneme
•Música y temporalidad Lila Adriana Castañeda Mosquera
•Epílogo: fallida introducción a la psicopolítica Guillermo Bustamante Zamudio
•Post scriptum: Han y la pandemia María Clara Garavito y Germán Bula
Prólogo: cabalgar el tigre*
Germán Bula **
Trump, Brexit, plebiscito sobre la guerra en Colombia: tres resultados electorales catastróficos, en los que primaron la crueldad y el tribalismo sobre la compasión y la razón. Trump, Brexit, plebiscito: la lista funciona casi como un nombre propio, el nombre de una herida profunda que compartimos, de una vergüenza de la que participamos, de algo amorfo y sinsentido, pero real y efectivo. Al mismo tiempo, no se tratan de hechos aislados, más bien hacen visible alguna cosa más profunda. ¿Qué?
El tradicionalismo fue una corriente de comienzos del siglo veinte que, en pleno siglo veinte, sostenía sin rubor la verdad de las doctrinas esotéricas de las grandes civilizaciones antiguas, como el hinduismo o el saber de los vikingos. Autores como René Guénon o Julius Evola sostienen que nuestra época se encuentra en el punto más bajo de un largo ciclo cósmico, el cual comenzó con una Edad de Oro (estructurada orgánicamente hacia lo superior y lo trascendente) y terminará en la disolución sin sentido de la Edad de Hierro: Kali Yuga, para el hinduismo, la Era del Lobo, que antecede al Ragnarök, para los vikingos. Guénon llama a nuestro tiempo moderno el Reino de la Cantidad, en el que todo se homogeniza y prolifera, cada cosa individual pierde sus características propias y solo suma numéricamente. El trabajo del artesano (único y con impronta personal) es reemplazado por la producción en serie, así como el individuo es reemplazado por la masa y ya no ocupa un lugar propio en una totalidad organizada, porque ésta ya no existe:
Es la dispersión en la multiplicidad, y en una multiplicidad que no está ya unificada por la consciencia de un principio superior; es, en la vida corriente como en las concepciones científicas, llevando el análisis al extremo, la fragmentación indefinida, una verdadera disgregación de la actividad humana en los órdenes en que todavía se puede ejercer […]. Lo más extraño es que se buscan el movimiento y el cambio por sí mismos, y no por algún objetivo al que puedan conducir […]. Un fenómeno análogo se produce en el orden científico: la investigación por la investigación (Guénon 1997, 51).
Es notable la similitud de las ideas de Guénon con lo que Heidegger (1994, 23) llama la “estructura de emplazamiento”: todo tiene que ponerse a producir y todo tiene que ser vinculado en una cadena de producción. “En estas condiciones, la industria no es ya solamente una aplicación de la ciencia, aplicación de la que ésta debería ser, en sí misma, totalmente independiente; se convierte en su razón de ser y en su justificación” (Guénon 2001, 107). Emplazados, los hombres se hacen máquinas, esclavos de la cadena de producción. La investigación ya no es, por cierto, una búsqueda de causas o de comprensión; basta con encontrar correlaciones que sirvan para manipular la realidad: los números hablan por sí mismos (Han 2014a). Sin teorías fuertes, no hay apuesta por formas de desvelar el mundo. El hombre pierde su esencia poética.
Trump, Brexit, plebiscito. Da vergüenza, porque eventos así nos hacen agudamente conscientes de que no estamos a la altura de los retos de nuestros tiempos. Al colectivo humano le hace falta cierta profundidad, cierto aplomo, cierta humanidad. Somos blandos.
Nuestro mundo, volcado al rendimiento y al consumo, nos ha reblandecido, al eliminar las esquinas agudas, las aperturas a lo sorprendente, lo heterotópico. No solo en redes sociales, sino en el consumo y en el trabajo, nos topamos constantemente con nosotros mismos (Han 2014a). Falta una tensión hacia arriba y hacia afuera, sin la cual lo único que se busca es la mera vida, la proliferación del trabajo, de la investigación, de los objetos de consumo, sin un norte que guíe la actividad y sin algo que se nos contraponga y nos despierte (Han 2014a).
En Planilandia, de Edwin Abbott (una fábula ideada principalmente para provocar al lector a pensar en más de tres dimensiones) un cuadrado, que vive en un mundo bidimensional, puede visitar el mundo de las tres dimensiones, habitado por cubos y esferas, así como el mundo de una sola dimensión, habitado por líneas, y, por último, un mundo sin dimensiones, Puntolandia, habitado por un único ser, que el guía del cuadrado describe así:
Contemplad esa mísera criatura. Ese punto es un ser como nosotros, pero encerrado en el abismo no dimensional. Él mismo es su propio mundo, su propio universo; no puede formarse ninguna concepción de nadie más que de sí mismo; no conoce la longitud ni la anchura ni la altura, porque no ha tenido ninguna experiencia de ellas; no tiene conocimiento alguno ni siquiera del número dos; ninguna idea de pluralidad; pues él mismo es su uno y su todo, siendo en realidad nada. Pero apreciad su absoluta autocomplacencia (Abbott 1999, 63).
Acto seguido, el cuadrado intenta hablarle al punto para hacerle entender su situación: “Os llamáis vos mismo el todo en todo, pero sois la nada; vuestro supuesto universo es una mera mota en una línea” (Abbott 1999, 64). El primero responde así:
—¡Ah, el gozo, ah, el gozo del pensamiento! ¡Qué no podrá lograr ello [el punto se refiere a sí mismo en tercera persona] pensando! ¡Su propio pensamiento llegando a sí mismo, indicando su menosprecio, para estimular así su felicidad! ¡Dulce rebelión estimulada hasta acabar en triunfo! ¡Ah, el divino poder creador del todo en uno! ¡Ah, el gozo, el gozo de ser! (Abbott 1999, 64).
Sin dimensiones, no hay lugares de encuentro con otros seres; por ello, el punto es incapaz de concebir límites para sí. Esta fábula, entonces, sirve de imagen de la sociedad de la positividad y de los individuos que se confunden a sí mismos con el mundo (Han 2014b):
—Veis —dijo mi maestro— de qué poco han servido vuestras palabras. En la medida en que el monarca las llega a entender, las acepta como propias, ya que no puede concebir a nadie más que a sí mismo, y se vanagloria de la variedad de ‘su pensamiento’ como un ejemplo de poder creador (Abbott 1999, 64).
Un espacio es un sistema de proximidad (Lévy 1999), un plano en el cual se encuentra lo uno con lo otro. No obstante, el ciberespacio, infinitamente moldeable, más que acercar a todos en una aldea global, se ha convertido en una red de nichos plegados sobre sí mismos en pos de la mismidad (Sunstein 2001). Un espacio infinitamente segmentado, disperso en la multiplicidad, se acerca, de forma asintótica, a la carencia de espacio del rey de Puntolandia y a la forma que este tiene de hablar, a su discurso monológico. Como la nieve que aparecía en los televisores de antaño cuando no recibían señal, el exceso de mensajes, que no dicen nada nuevo, se convierte en ruido (Han 2014a). En ese fondo ruidoso, no se da el pensamiento, que es interpelado por el Otro: “El pensamiento en sentido enfático comienza por primera vez bajo el impulso de Eros. Es necesario haber sido un amigo, un amante, para poder pensar” (Han 2014a, 79). En el enjambre de los nuevos medios, no hay pensamiento crítico, solo exposición elemental de afectos, individuos sin profundidad (puntos y cuadrados, sin dimensiones), quienes solo suman numéricamente a olas de indignación o entusiasmo (Han 2014b).
Trump, Brexit, plebiscito. La política deserotizada, que no piensa y no es provocada por el otro, solo busca rendimientos y solo emplaza, como parte de la estructura de emplazamiento. Sin capacidad poética, no pretende crear mundos, sino mover, así sea unos centímetros, la línea Maginot, en torno a la cual se juegan los estrechos confines de la política actual (Han 2014a). Nomás nos peleamos en línea con nuestros amigos, contamos puntos porcentuales, apoyamos a la derecha para que la extrema derecha no llegue al poder. Nomás nos decepcionamos.
Resulta paradójicamente consolador pensar que esta es la Era del Lobo, que un destino cósmico inexorable nos lleva hacia lo peor. Después de todo, en el relato tradicionalista, el fin de los tiempos, siendo en sí mismo una desgracia, anuncia una próxima era dorada. No obstante, “Una desgracia inevitable no deja de ser una desgracia; e incluso si del mal debe salir un bien, ello no le quita al mal su carácter propio […] una época de desorden es, en sí misma, comparable a una monstruosidad que, aun siendo consecuencia de ciertas leyes naturales, no deja de ser una desviación y una forma de error” (Guénon 2001, 30).
¿Qué hacer? Evola propone utilizar la tensión propia de tiempos apocalípticos para la propia elevación espiritual. Guénon plantea preparar la llegada del alba:
Si la élite [espiritual] llegara a formarse mientras se está todavía a tiempo, podría preparar el cambio de tal forma que se produjera en las condiciones más favorables, y el desorden que inevitablemente lo acompañará se vería de alguna manera reducido al mínimo; pero aunque no fuera así, siempre tendrá otra tarea, más importante todavía: contribuir a la conservación de lo que debe sobrevivir al mundo presente y servir a la edificación del mundo futuro (Guénon 2001, 133).
¿Qué hacer si no se cree en los ciclos cósmicos, si se considera posible, y aún probable, que no haya hilo conductor alguno para la epopeya de la humanidad y el absurdo es más probable desenlace que la redención? ¿Qué hacer si lo de uno son los argumentos, proferidos dentro de un enjambre que ya no escucha argumentos? En De cómo los irlandeses salvaron la civilización, Thomas Cahill (2000) cuenta cómo, durante lo más oscuro de la Edad Media, mientras el saber clásico se pudría en las bibliotecas abandonadas de la Europa continental, en Irlanda, los monjes seguían copiando fielmente manuscritos griegos y latinos, para preservar viva la llamita del saber; de modo que, cuando Europa se recuperó de la caída de Roma, pudo acudir a los monasterios irlandeses y retomar el camino de la ciencia y la filosofía. Quizás este es el papel de los educadores en el Kali Yuga: conservar viva la llamita de la razón (práctica y especulativa), por si de pronto hay un amanecer después de esta tormenta.
Ahora bien, la llama de la razón no se conserva con solo copiar manuscritos. Más bien, las horas de trabajo de copista, el dolor de espalda y de muñeca, son epifenómenos de lo que en realidad conservan: un vínculo erótico y personal con el saber, un deseo de lo otro que está arriba y afuera, un gozo en el propio crecer y desenvolverse, dado en la tensión de lo negativo (una de las razones por las que uno agarra un libro de Lacan y trata de leerlo es simplemente esta: es difícil). Ese es el fuego que estamos llamados a conservar. A la mirada del pensamiento calculador (que ve correlaciones, anticipa y usa el big data para ganar elecciones), se contrapone la escucha del pensamiento atento a la negatividad (Han 2014b). Dicha escucha tiene que esperar al otro, estar atenta. No lo puede escudriñar a voluntad y a su propia sazón, sino respetar el tiempo del otro. Lo que sea que pueda nacer de este ocaso de los dioses, solo se revelará a quienes tengan oídos:
El ‘acontecimiento’ es un momento de ‘verdad’ que introduce una nueva forma de ser, completamente distinta a lo dado, a la costumbre de habitar. Hace que suceda algo de lo que la situación no puede dar cuenta. Interrumpe lo igual a favor de lo otro. La esencia del acontecimiento es la negatividad de la ruptura, que da comienzo a algo del todo distinto. El carácter del acontecimiento une el amor con la política o el arte. Todos ellos exigen una ‘fidelidad’ al acontecimiento. Esta fidelidad trascendental puede entenderse como una propiedad universal del Eros (Han 2014a, 68).
La nuestra es una época que espera el acontecimiento, una época en que el cine está lleno de superhéroes y eventos apocalípticos. El saber tradicionalista sostiene que el diablo es el imitador de Dios (Guénon 1997), el anticristo es parodia del salvador, mientras el anonimato de los artefactos industriales parodia el anonimato tensado hacia arriba y hacia afuera del artesano religioso tradicional. Trump, Brexit, plebiscito: quizás son burlas del acontecimiento, salvaciones chimbas en sí, muestras del desorden de nuestros tiempos, pero reveladoras de cierta hambre de lo otro y hastío de lo propio. Hastío del que, a lo mejor, salga algo nuevo.
Referencias
Abbott, Edwin. 1999. Planilandia. Barcelona: Torre de Viento.
Cahill, Thomas. 2000. De cómo los irlandeses salvaron la civilización.
Evola, Julius. 2015. Cabalgar el tigre. Buenos Aires: El hilo de Ariadna.
Guénon, René. 1997. El reino de la cantidad y los signos de los tiempos. Barcelona: Paidós.
Guénon, René. 2001. La crisis del mundo moderno. Barcelona: Paidós.
Han, Byung-Chul. 2014a. La agonía del Eros. Barcelona: Herder.
Han, Byung-Chul. 2014b. En el enjambre. Barcelona: Herder.
Heidegger, Martin. 1994. Conferencias y artículos. Barcelona: Del Serbal.
Lévy, Pierre. 1999. Collective Intelligence: Mankind’s Emerging World in Cyberspace. Nueva York: Basic Books.
Sunstein, Cass. 2001. Republic.com. Princeton: Princeton University Press.
Notas
*Este prólogo es resultado parcial del proyecto de investigación Fundamentalismo y racionalidad autoritaria: sobre la derecha extrema en Latinoamérica, apoyado por la Vicerrectoría de Investigación y Transferencia (VRIT) de la Universidad de La Salle.
**Profesor asociado en la Facultad de Filosofía y Humanidades de la Universidad de La Salle. Doctor en Educación de la Universidad Pedagógica Nacional. Ha escrito sobre filosofía moderna, ética ambiental, cibernética y filosofía de la educación.
Introducción*
María Clara Garavito**Germán Bula
¿Cómo caracterizar la sociedad del siglo XXI? Vivimos en un mundo en el que las vidas humanas giran en torno al ambiente laboral, el consumismo masivo y constante se promueve como parte de la ideología dominante y, torpemente a tientas en la oscuridad, exploramos otras formas de relacionarnos a través de los nuevos medios. Quienes habitamos hoy en día el planeta Tierra somos espectadores y partícipes de una dinámica social asfixiada por la producción acelerada de bienes de consumo y alienada por la superficialidad y el disimulo, tanto en las relaciones interpersonales como en la política. Pero lo más importante es que estamos convencidos de que todo esto encarna el progreso. Parece curioso que una civilización tan cansada y enferma (no solo a nivel social, sino psicológico y ambiental) se vea a sí misma como feliz y próspera o, por lo menos, en vías de alcanzar la felicidad y la prosperidad.
Al mismo tiempo que los voceros de la civilización afirman con vehemencia la efectividad del neoliberalismo para alcanzar el progreso, crece permanentemente el desencanto, lo que conlleva a describir críticamente los procesos socioeconómicos, psicológicos y políticos sobre los que se construye la sociedad en la actualidad. Así mismo, se busca entender cómo se constituyen las identidades y las intersubjetividades y en qué se distinguen tales experiencias de las que caracterizaron la vida humana antes del siglo XXI.
Desde esas descripciones y conocimientos, se busca comprender el ethos social y cuáles son las estrategias para expandirlo, no solamente a un grupo social determinado, sino a todos los individuos que habitan la Tierra; mientras que, desde una perspectiva más crítica, se pretende entender cómo esas estrategias sociales promueven la conservación de unas dinámicas de poder coactivo, gestadas en la ilusión de la democracia, con la que todos por igual tienen derecho a idénticas posibilidades.
Uno de los autores más relevantes en la reflexión sobre estos valores contemporáneos y sobre la sociedad en la que se enmarcan, es el coreano Byung-Chul Han, filósofo radicado en Alemania desde hace más de treinta años, a quien se le considera heredero de la filosofía política alemana en la que se inscriben pensadores como Jürgen Habermas, Peter Sloterdijk o Richard David Precht (Arroyo 2014). Los planteamientos de Han se basan en dos principios fundamentales: la negatividad y la positividad (Han 2016a). El primero, la negatividad, es tomado de Hegel (véase Han 2015) y se refiere a que, en aras de potenciar el espíritu, se debe abrazar lo otro, lo distinto. La negatividad es la pura alteridad, la cual confronta al ser y, por eso, lo hace transformar, incluso para superarse a sí mismo. También, es la confrontación con lo otro, no solo con lo otro humano, sino con la naturaleza y con el mundo del pensamiento. El segundo principio, la positividad, es un concepto que, en Foucault (véase Han 2016b), está asociado a la productividad del poder; es decir, remite al ejercicio reactivo y coercitivo que ciertas instancias ajenas al sujeto ejercen sobre la integridad (Han 2016a). Ahora bien, la novedad del concepto de positividad es que su práctica no es restrictiva, de modo que el individuo se sienta oprimido por tal poder, porque opera a través del placer (Han 2016a).
En la sociedad de consumo, el control sobre la persona ocurre sin resistencia alguna. Han explica cómo la contemporaneidad se caracteriza por desplegar formas de opresión de las que el sujeto no se percata. Bajo la bandera de la libertad, la felicidad, la transparencia y la apertura total a la información, la vida subjetiva transcurre en el agobio de la vida laboral, de las relaciones pasajeras, de los placeres fugaces. Asimismo, el poder actual logra que el cansancio y la depresión no se reconozcan como problemas del orden social; más bien, delega la culpa al sujeto (Han 2017). El exceso de positividad causa que la enfermedad se sienta como responsabilidad del individuo que la padece. El contexto social hace valioso, bueno y bello todo aquello que produce el malestar. Sobre todo, aparece como un efecto necesario del progreso: hay que trabajar para ser alguien, hay que saber de todo para ser inteligente, hay que consumir para avanzar. De este modo, el individuo se achaca a sí, a su debilidad o incapacidad, la responsabilidad de su malestar. El empresario de sí mismo y el consumidor de bienes y servicios, no se imaginan que el origen de sus males está en el orden socioeconómico y en las dinámicas de poder.
A Han no se le conoce únicamente por sus libros de divulgación; sus ideas circulan en las redes sociales con amplitud en forma de memes, citas y entrevistas. Irónicamente, se le conoce a través de los medios por los que se expresa la positividad que él mismo critica. Esa ironía sugiere que el autor no es ajeno a su tiempo, que reconoce que la academia no es el único espacio de difusión de las ideas. De alguna forma, apoderarse de los medios de la positividad para cuestionarla es atacar la estructura desde la estructura misma.
La accesibilidad de su obra no significa que su mensaje sea superficial. Antes bien, como filósofo de nuestro tiempo, vale la pena dialogar con él; lo que implica ponerlo en perspectiva y cuestionarlo. Por ejemplo, hay que pensar si se puede hablar realmente de la sociedad del siglo XXI y de sus síntomas; sobre todo, si ello excluye a los colectivos que luchan contra el ethos general y generalizante. Además, es necesario explorar la caracterización que hace Han sobre nuestro mundo cuando se centra en esferas particulares. En nuestro caso, la educación.
Este libro es una compilación de escritos que, desde la filosofía, la sociología y la pedagogía, refieren a nuestra cultura a partir de las ideas del pensador coreano. El foco está, por un lado, en los retos particulares de nuestro contexto y, por otro, en la problemática de la educación. La primera parte recopila disertaciones políticas, en especial sobre psicopolítica, con las que nos interrogamos hasta qué punto el modelo de sociedad del siglo XXI describe las culturas latinoamericanas. En la segunda parte, desde el marco de la pedagogía, se recogen estudios de diez autores, quienes, como educadores y teóricos de la educación, nos dan luces para entender la formación como lugar para la transformación de una sociedad del rendimiento hacia una en la que se acepte la negatividad como parte esencial de la vida.
En el capítulo inicial de la compilación, encontramos el estudio de Hernán Ferney Rodríguez García y Carlos Valerio Echavarría G., quienes hablan del sujeto de este modelo social y de las lógicas del mercado. Por ello, vinculan la propuesta de Han con la perspectiva de Heidegger para explicar que hay una crisis civilizatoria cuando se considera al Dasein un objeto de producción. A su vez, relacionan la maquinización del ser, de acuerdo con Heidegger, con el síntoma de agotamiento y fragilidad del que refiere Han.
En el último apartado de esta primera parte, nos encontramos el capítulo Depresión y formas de negatividad en la era global, en el que María Clara Garavito y Germán Bula reflexionan sobre la enfermedad del siglo XXI: la depresión. A partir del libro La expulsión de lo distinto de Han, los autores indagan sobre la relación entre la psicopatología y la pérdida de negatividad en interacciones sociales. Ambos se preguntan, desde una perspectiva crítica, si la cura a la enfermedad de nuestro tiempo pasa por demonizar la tecnología o si, en el contexto de la tecnología misma, podemos encontrar formas de conexión social que abracen la negatividad perdida. Finalmente, Garavito y Bula cuestionan si este filósofo no se reduce a pensar la sociedad del primer mundo; es decir, ellos se preguntan si lo que Han define como sociedad del siglo XXI describe culturas como la latinoamericana o si, dentro de ellas, no operan otras formas de negatividad no tomadas en cuenta por el escritor coreano.
La segunda parte inicia con un capítulo de Hernando Arturo Estévez Cuervo respecto al vínculo entre educación, sociedad y política. Su tesis se basa en que la educación no puede desarraigarse del contexto social y político en el que se encuentra inmersa y de cuya constitución es partícipe. Desde la teoría crítica, vincula las prácticas educativas y la posibilidad de pensar la civilización del futuro en colectivo, al salirse del orden establecido.
En La pedagogía de mirar, Sandra Sandoval Osorio presenta una perspectiva sobre aquello que define el deseo de saber. Tradicionalmente, se considera que el asombro es la clave del interés por el conocimiento. Al contrario, Sandoval entiende el mirar y, con eso, la contemplación, como las claves de la interrogación de la realidad. De esta manera, las prácticas pedagógicas deben fomentar el arte de demorarse, el cual, para Han, determina la vida contemplativa.
En la misma línea, Yulieth Nayive Romero Rincón aborda la distinción entre la vida activa y la contemplativa. Mientras que la primera es la experiencia de la cotidianidad, con sus afanes y sus tiempos límite en los que se organizan las actividades, la segunda se asocia al arte de demorarse, es decir, a la práctica de tomarse el tiempo para reflexionar y pensar sobre lo construido. Al tomar como punto de partida las prácticas docentes en el proceso formativo, la autora sugiere que fomentar la vida contemplativa, en el entorno de formación, es un punto de partida para el análisis permanente, el cambio, la transformación y la innovación.
Dora Manjarrés Carrizalez expone, a continuación, sus reflexiones en el ámbito de la formación, a propósito del concepto de sociedad de la transparencia de Han, en la cual todo es mercancía (incluso las relaciones entre individuos), así como todo está expuesto y disponible. El afán por la transparencia permea la educación, la cual juega un papel en el orden socioeconómico, al hacer del conocimiento una mercancía. También, antes de negar el papel de las nuevas tecnologías en el entorno educativo, la escritora resalta el papel revolucionario del docente como mediador entre el estudiante y la tecnología, de modo que esta sea abordada de forma crítica.
En Vivir juntos: retos de la educación en la era del enjambre digital, Stephanny Parra Ordóñez de Valdés analiza el paso de la cultura de control, estudiada por Foucault, al de la psicopolítica digital. Según Han, esta última se caracteriza porque el poder interviene en la psique individual a través de las redes sociales, con lo que el control no se ejerce externa sino internamente. Este nuevo paradigma cuestiona la educación tradicional, también descrita por Foucault como el lugar de vigilancia y control. En este contexto, ahora la vigilancia ocurre a través de los dispositivos electrónicos. En este orden de ideas, la autora propone repensar la escuela como el lugar de las imágenes poéticas, las narrativas y las artes, al ser espacios de reflexión, crítica y conocimiento. Con esto, se cuestiona que la escuela sea un espacio exclusivo para el cultivo de la razón en términos de adquisición de información desituada, desde modelos educativos que justifican el exceso de vigilancia en función de unos logros predeterminados.
Por su parte, Juliana León Suárez debate sobre el arte contemporáneo a partir de La salvación de lo bello de Han. El arte, como otras dimensiones de lo humano, se ve enmarcado en la era digital por lo transparente, asequible, visible y ha perdido el lugar del misterio, del secreto, del encanto. Por esta razón, ella plantea una didáctica de lo bello desde la valoración de la escucha, al ser el sentido en el que se deberían enmarcar las relaciones enseñanza-aprendizaje, en un ámbito formativo por fuera de la sociedad de la positividad. Con esto, en las prácticas pedagógicas, se privilegia el acto de escuchar sobre el ver, que parece el sentido dominante de la sociedad del consumo. La pregunta central que guía el texto es: ¿cómo formar-se en y desde la escucha para ser escuchante?