Empresa, persona y sociedad

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Empresa, persona y sociedad
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INDICE

Prólogo

Presentación del autor

Capítulo 1

Sociedad y pensamiento como negocio: el papel del creyente en la sociedad contemporánea

La panorámica cultural en nuestros días

Los valores culturales dominantes: democracia, libre mercado y sociedad civil

La responsabilidad creativa del creyente en sociedad: las start-ups

Capítulo 2

Pensamiento, comprensión y expresión del empresario: hacia una cultura auténticamente humana

Definición de cultura como una serie de estándares de comportamiento

La revelación judeo-cristiana en la cultura occidental

La reflexión de la tradición filosófica clásica

La organización jurídica romana

Capítulo 3

El reto de cuidar la naturaleza: el desarrollo integral humano y el cuidado de la casa común

Delinear una ecuación del desarrollo integral humano

Las razones actuales de una reflexión ecológica

Teorías económicas alternativas

Capítulo 4

¿Por qué contestar un email? El sentido de persona en los sistemas sociales digitales

El significado de la libertad personal en los contratos sociales

Algunas características básicas de los sistemas sociales: el lenguaje

Algunas características básicas de los sistemas sociales: la interconexión

Algunas características básicas de los sistemas sociales: la vinculación con el genio humano

Capítulo 5

Comunicación corporativa y transparencia: el caso de la Iglesia católica

Nuevos valores en las informaciones de la esfera pública

El análisis del contexto social como punto de partida de la comunicación corporativa

Finalidades de la comunicación corporativa

REFLEXIONES CONCLUSIVAS

Persona, empresa y sociedad: Inclusive Growth Summit

Prólogo

Cada época trae consigo desafíos, encrucijadas y dilemas particulares. Hoy, las empresas, las instituciones y la sociedad están llamadas a consolidar entornos de crecimiento económico, que a la vez generen posibilidades para más y más personas.

No basta con lograr mayores niveles de crecimiento, es necesario crecer de manera incluyente. Los países serán viables en la medida en que logren reducir los índices de desigualdad económica, educativa, y especialmente, favorecer los accesos a oportunidades de desarrollo. Los avances en tecnología, medicina y ciencia deben ser un extraordinario medio para hacer frente a los grandes desafíos de la humanidad: empleo, salud y educación, entre muchos otros.

Quienes participamos e influimos en la vida de las organizaciones tenemos en nuestras manos un momento histórico para contribuir a una verdadera transformación de nuestra sociedad. El IPADE no es ajeno a estas circunstancias, y como escuela de negocios comprometida con la formación de líderes con visión global, responsabilidad social y sentido cristiano, desde hace 50 años aceptó el desafío de incidir en la comunidad empresarial para generar valor económico, al tiempo en que coloca a la ­persona humana en el centro y fin de nuestra vida económica y social.

El crecimiento inclusivo busca este desafiante equilibrio, al que están llamados los empresarios; no se trata de una cuestión meramente altruista, sino de atraer a todos los sectores de la sociedad y alentarlos a ser protagonistas de este crecimiento.

El profesor Cristian Mendoza, sacerdote de la prelatura del Opus Dei, reúne en este libro cinco ensayos que consideran a la familia, a la empresa y a la sociedad como realidades humanas que debemos incorporar en la búsqueda de un bien común. Estas líneas de pensamiento están inspiradas en la fe cristiana que considera a la persona como centro de reflexión.

Las lecturas aquí publicadas aportan valiosas ideas para distinguir la responsabilidad que todos tenemos en la resolución creativa de los problemas que nos aquejan. Carlos Llano (1995), fundador del IPADE, mencionó en un artículo: «Cuando las circunstancias aprietan, hay que ir al fondo. El fondo es el hombre». Este libro nos invita a reflexionar sobre lo que nunca se debe descuidar al buscar el crecimiento: la persona.

Rafael Gómez Nava

Director general

IPADE Business School

REFERENCIA BIBLIOGRÁFICA

Llano, Carlos (1995). «El empresario ante el miedo». Istmo (219).

Presentación del autor

El presente libro recoge algunas de las conferencias pronunciadas en la sede del IPADE de la Ciudad de México. Por lo general se trata de sesiones ante empresarios que nacen de la colaboración entre profesores de este instituto y de la Pontificia Universidad de la Santa Cruz, en Roma. El último capítulo trata, en cambio, de una sesión para el personal no docente del IPADE.

Estoy muy agradecido con Rafael Gómez Nava, director general del IPADE, y con Laura Ponce de León, secretaria general de la escuela de negocios, por su cercanía y disponibilidad para reflexionar sobre la enseñanza social que propone la Iglesia católica. Su ejemplo e interés personal en mejorar las condiciones de vida de los más necesitados nos han llevado a un trabajo interdisciplinario con profesores de factor humano, de dirección y de pensamiento social, de ambos centros de enseñanza superior.

El profesor José Díez Deustua ha sido una pieza clave para que estas conferencias pudieran tener lugar. Su llegada al ­IPADE coincidió con el interés del Foro Económico Mundial, en el mensaje que el romano Pontífice dirigió a los líderes del mundo económico. Con Díez Deustua hemos visitado la sede del Foro Económico Mundial, en Ginebra; nos hemos reunido con personalidades como Philipp Rösler, antiguo vicecanciller de Alemania y vicepresidente del Foro Económico Mundial; o con Paul Laudicina, director general emérito de AT Kerney Internacional.

En junio de 2017, con ocasión de los 50 años del IPADE, algunos representantes del Foro Económico Mundial y otros emprendedores sociales se dieron cita en la Ciudad de México para proponer estrategias de desarrollo en beneficio de la persona, la empresa y la sociedad.

Gracias a su impulso e ideas hemos podido reflexionar sobre el futuro del país desde un punto de vista estratégico. En los años que tenemos por delante, deseamos que estas estrategias puedan convertirse en una realidad tangible, de la mano de empresarios preocupados por hacer crecer sus empresas de manera inclusiva; es decir, no solo desde el punto de vista económico sino también con una clara conciencia social y una responsabilidad por la preservación de los recursos naturales.

Pensamos que, en la medida en que los profesores colaboremos con los empresarios, las estrategias pueden convertirse en líneas de acción. Para cambiar el estado del mundo es necesario tener un método o un camino que pueda repetirse de región a región y de industria a industria. Pero sobre todo, y tal vez lo más importante, vale la pena que aquellos que pueden hacer la diferencia; es decir, los mandos medios y altos de las corporaciones de América Latina, sean los protagonistas del cambio.

Estos ensayos de pensamiento social inspirados en la fe cristiana no pretenden decir qué es lo que hay que hacer para desarrollar la persona, la empresa y la sociedad. Estos ensayos pretenden subrayar que la persona, la empresa y la sociedad pueden modificarse de verdad, y que los protagonistas del cambio son los empresarios quienes, como decía Fromm, han recibido el derecho a la esperanza.

 

En El Principito, Antoine de Saint Exupéry nos recuerda que para conseguir que los hombres construyan grandes barcos no es necesario enseñarles a cortar la madera, basta con hablarles de la grandeza del mar y de la belleza del océano. Cuando estén convencidos de esto último, harán por sí mismos los barcos sin dificultad. Estos ensayos, en definitiva, hablan de la capacidad del ser humano para entregarse a los demás, del valor del esfuerzo y del atractivo de la creatividad. Están escritos para creyentes y no creyentes; para personas con espíritu emprendedor, comprometidas con las posibilidades que ofrece un país como México; por esto los he escrito pensando ante todo en quienes, de una u otra manera, son y se sienten parte esencial del IPADE.

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Rev. Prof. Cristian Mendoza

2018

Capítulo 1

Sociedad y pensamiento como negocio: el papel del creyente en la sociedad contemporánea1

Hace algunos años, en el aeropuerto de Madrid-Barajas, un joven ingeniero se acercó a mí y me preguntó qué es lo que puede ofrecer la Iglesia a sus hijos. La pregunta provenía de una buena persona que pensaba en su familia y consideraba a la Iglesia como proveedora de valores y bienes para sus hijos. Después de responder lo que consideré que era oportuno en aquel momento, me quedé pensando en el sentido de la pregunta.

Las personas hoy consideran a la Iglesia católica —y por lo general a las demás comunidades de fieles— como una institución que ofrece bienes y servicios, a la manera de un «spa» espiritual. Constatar que nuestra sociedad contemporánea, al menos en Occidente, juzga la realidad bajo categorías económicas no es ni bueno ni malo, es simplemente una realidad que no podemos ignorar.

Nuestro punto de partida, por tanto, para considerar el papel que la fe pueda tener en la sociedad actual debe analizar una ­dinámica social con una fuerte conceptualización económica, pero que es al mismo tiempo fruto de la interacción de tres distintas esferas: la política, la económica y la sociedad civil (Taylor, 2007, p. 578). Cada uno de estos sistemas de pensamiento y de desarrollo para y en la sociedad tiene una lógica y una dinámica que interactúa con los otros dos.

Algunos autores afirman la autonomía de las esferas económica y política; señalan que la sociedad civil es simplemente fruto de la educación o de la filosofía social que nos ha sido inculcada. Sin ánimo de limitar la realidad a una serie de conceptos, podemos observar desde el principio que estos sistemas no solo se influyen unos a otros sino que también cambian por instituciones y lógicas que no son ni políticas ni sociales ni económicas.

La panorámica cultural en nuestros días

Benedicto XVI, por ejemplo, dirigió tres importantes discursos a estas distintas esferas que interactúan en nuestra sociedad contemporánea. En su discurso en Westminster Hall, con ocasión de su visita pastoral al Reino Unido, el pontífice subrayó la importancia de la libertad de conciencia que, además, debe ser respetada por los gobernantes. En el evento estaban presentes el primer ministro de entonces, Gordon Brown, y dos ministros anteriores: Tony Blair y Margaret Thatcher. The Guardian, una publicación que en pocas ocasiones defiende la enseñanza tradicional de las religiones organizadas, publicó al día siguiente un artículo donde afirmaba que el imperio británico había caído aquel día. En realidad, Benedicto XVI hacía un discurso importante. La Iglesia anglicana nació bajo el reinado de Enrique VIII, cuando las autoridades políticas reconocieron que la autoridad moral de Gran Bretaña era el rey y no el papa. En cambio, el día del discurso en Westminster Hall, las autoridades políticas del reino que representaban a la población británica se habían ­reunido allí porque, en definitiva, reconocían que la autoridad moral del reino era el papa y no el rey. Un círculo se había cerrado en la historia.

Además, Benedicto XVI pronunció un segundo discurso crucial para la interacción de los sistemas sociales que estamos analizando. En su famoso discurso de Ratisbona, en la universidad que acogió al joven profesor Joseph Ratzinger, se dirigió a la academia para subrayar la incompatibilidad entre la fe y la vio­lencia. Para él, la racionalidad con la cual comprendemos la realidad fue siempre una fuente de maravilla para el hombre. Lo sorprendente no es que con la física o con las matemáticas podamos medir y pronosticar el mundo natural en el que nos movemos, sino que aquello que contemplamos con nuestros sentidos esté en sintonía con lo que comprendemos con nuestra capacidad intelectual. La fuente de racionalidad natural y humana es la misma, el Creador del hombre. La violencia, en cambio, es siempre irracional, niega esa afinidad humana con la verdad, crea mundos que destruyen tanto lo humano como lo natural. Para Benedicto XVI, el discurso de Ratisbona fue un momento amargo en su pontificado; en general, los medios de comunicación ignoraron el contenido central del discurso para enfocarse en una cita del Corán, libro sagrado de la religión musulmana, donde el emperador bizantino Miguel VIII Paleólogo critica una cierta actitud en su conversación imaginaria. No obstante las opiniones de los medios, un grupo de intelectuales del mundo islámico escribió a Benedicto XVI para agradecerle haber expresado aquello que ellos mismos deseaban manifestar en público desde hacía tiempo.

El tercer discurso con el cual el romano Pontífice se dirigió a la dinámica social no reflexionaba sobre el papel de la fe en el mundo político ni en el florecimiento de la sociedad civil. En su plática pronunciada en el Collège des Bernardins de París, el Papa habló del desarrollo cultural de la humanidad. Curiosamente, el tercer gran discurso de Benedicto XVI no repercutió en aquello que consideraríamos más importante, es decir, en la dinámica económica. Para Benedicto XVI, reflexionar sobre el sentido de la cultura cristiana era considerar que un Dios que no tiene poder en este mundo puede ser desconocido, ignorado o incluso negado. La creatividad con la cual los benedictinos y otras órdenes monásticas a lo largo de la Edad Media cultivaron la escritura, la música y la poesía, era la manifestación de que la fe se convierte en cultura cuando es capaz de generar belleza; y esta última no es más que la expresión de la verdad y del bien en esplendor. A mayor belleza, mayor bien y verdad unidos; de ahí que la naturaleza, al recibir un influjo positivo del hombre, se convierta en una belleza mayor, en la expresión de una verdad y un bien que la excede. Porque finalmente, como enseña la fe cristiana, por la encarnación de Cristo el hombre tiene acceso al mundo sobrenatural. La fe parecería, por tanto, tener un papel no solo real sino fundamental en el florecimiento de la sociedad auténticamente humana.

Estos y otros discursos de Benedicto XVI han fundamentado el interés que tiene la Iglesia católica en el desarrollo de la sociedad contemporánea en sus tres esferas: la política, la económica y la social. No obstante, ese papel es reconocido y se convierte en algo legítimo especialmente cuando se entiende como algo necesario al hombre actual. Entre otros autores, Charles Taylor (2007, p. 578) ha establecido una serie de características de aquello que nos permite definirnos como hombres en la sociedad occidental. En Fuentes del yo. La construcción de la identidad moderna (1989, p. 438), el filósofo observa que la sociedad acepta como verdaderos los principios democráticos, lo que se puede promover con libertad personal y aquello que se ofrece en el libre mercado.

En tanto institución, la Iglesia no es una democracia, y por tanto su tradición y su origen no son democráticos. Afirmar el papel de la fe frente a la democracia y sus instituciones no significa negar el concepto original y la misión espiritual de la Iglesia; supone buscar transmitir una realidad profundamente humana que desde hace 2,000 años ha procurado afirmar valores que desarrollan al hombre precisamente cuando intenta realizar una obra que lo excede por completo, algo que trasciende sus ­propias capacidades y límites, que nació antes que él y que permanecerá cuando él muera.

Los valores culturales dominantes: democracia, libre mercado y sociedad civil

Lejos de reducir al hombre a una simple parte de un gran mecanismo, estos valores perennes e inmutables lo elevan y le exigen alcanzar horizontes siempre mayores. El Massachusetts ­Institute of Technology (MIT) invitó a la clausura de su curso al Chief ­Executive Officer de una de las más grandes instituciones de tecnología de Silicon Valley, en California, la famosa compañía Apple de Steve Jobs.

En su presentación, Tim Cook subrayó la importancia de la tecnología, pero también el hecho de que esta no basta en sí misma; su función debe ser para y con la humanidad, para quienes son ciegos o autistas, y por tanto requieren de la tecnología para relacionarse con el mundo. Debe tratarse de una tecnología relacionada con el ser humano, y no confundir la conectividad con la comunicación. En su conferencia, afirmaba que el encuentro que cambió profundamente su vida fue el que acababa de tener con el papa Francisco. Le resultaba sorprendente que el Pontífice estuviera tan informado sobre los cambios tecnológicos y le parecía que había reflexionado largamente sobre el impacto que pueden tener en nuestras vidas.

Parece que también en nuestra sociedad democrática, donde se afirma que todos tenemos el derecho a informar sobre nuestra vida y a saber sobre la vida de los demás, la fe igualmente tiene un papel. La relación humana jamás es autor referencial, ­considera siempre a los demás. La auténtica comunicación humana no consiste solo en estar conectados mediante la tecnología, sino en su función respecto de la necesidad humana. La Iglesia católica y Apple están de acuerdo en este punto: el desarrollo tecnológico es bueno, pero no por sí solo, sino que debe considerar además las necesidades del hombre y no únicamente sus deseos.

De acuerdo con Charles Taylor (2007, p. 573), los ciudadanos de Occidente buscan afirmar en toda ocasión su libertad personal; por tanto, «aquello que es promovido libremente por la sociedad civil es necesariamente positivo y bueno». No es una casualidad que grandes organizaciones internacionales tengan respeto, aprecio y medios económicos fruto de su acción solidaria en beneficio de la naturaleza y de los más desfavorecidos. Resulta difícil pensar que una organización como Greenpeace sea una institución fundamentada en un error. Si algún valor se promueve con éxito en la sociedad civil, significa que es bueno.

Este principio está tan firmemente arraigado en nuestra sociedad contemporánea que con dificultad se puede criticar. Recuer­do hace algunos años, mientras caminaba por una avenida en Washington con el rector de la Universidad Pontificia de la Santa Cruz, casualmente una joven voluntaria de esta institución —que busca proteger la naturaleza— nos abordó y con gran seguridad nos pidió que firmáramos en beneficio de su misión, porque finalmente en su opinión «ambos estamos tratando de salvar al mundo, solo que de distinta manera». En realidad, la Iglesia no tiene una finalidad estrictamente social, porque su misión es sobrenatural, espiritual y divina. Al mismo tiempo, la Iglesia ha afirmado de muchas formas su interés y preocupación por la justicia, la pobreza y la inequidad. La contribución de la fe a la sociedad civil no está en su promoción de una justicia social, más o menos vinculada con la acción del Estado. Por el contrario, la fe tiene un papel en la sociedad civil en la medida en que recuerda que aquello que es atractivo para el hombre y que lo hará ­realmente florecer es lo que respeta su verdad, como ser hecho a imagen y semejanza de Dios.

De hecho, la sociedad actual promueve iniciativas que, con plena libertad, son erróneas porque niegan la unidad que el cuerpo y el alma tienen en el hombre. Al asegurar que el cuerpo es un instrumento que poseemos y que podemos cambiar a capricho, negamos una parte fundamental de nuestra humanidad. De ahí se deriva una concepción equivocada de la maternidad, del respeto al propio cuerpo, del ser hombre corpóreo y de la manipulación genética, del juicio que alcanza la corporeidad ajena y la vida humana. Sin embargo, tal vez un punto que se olvida —y que recientemente Daniel Miller puso de ­manifiesto— es que el uso que hacemos de la materia que alcanzamos es expresión de nuestra humanidad. Recordar que el orden exterior en que vivimos es reflejo del orden interior en que existimos puede llevarnos a recuperar un justo respeto por nuestro cuerpo, y nos permite relacionarnos con los demás de acuerdo con nuestra máxima capacidad humana de querer y respetar a los demás con el cuerpo. A las numerosas iniciativas que consideran la libertad humana se une la gran responsabilidad de quienes saben que la vida es un don divino, y que los otros tienen idéntica capacidad para vivirla al máximo o para desperdiciarla.

 

Aparte de la democracia y sus instituciones, y de la sociedad civil y sus iniciativas, el tercer paradigma de pensamiento que me gustaría subrayar para referirme al ser humano que florece en nuestra sociedad contemporánea es el libre mercado. De hecho, para Taylor (2007, p. 575) el libre mercado caracteriza en gran medida nuestra afirmación de lo que es bueno y malo para cada uno de nosotros. «Aquello que se vende en el mercado, se vende sencillamente porque es bueno», si puedo venderlo es porque tengo una gran habilidad y capacidad de transmitir algo que desarrolla al hombre.

Si por el contrario, algo no vende, «es simplemente porque es nocivo o poco atractivo y por tanto poco humano» (Taylor, 2007, p. 576). El libre mercado se puede entender de diferentes maneras: es un sistema económico o una categoría de pensamiento económico que en general se opone a la acción reguladora del Estado; pero también puede ser una fuente de organización social.

Para los filósofos clásicos, nuestra concepción económica de la sociedad sería sorprendente. Para ellos, el mundo económico era fundamentalmente privado, lo cual no significa, como podemos pensar hoy, que se refería solo a la administración de la riqueza. La economía consistía en la administración de la propia casa, en particular la esposa, los hijos, los esclavos y también las propiedades personales. Para los griegos, la economía era una enseñanza social para quienes no estaban interesados en la política.

El punto importante es que cada ciudadano del mundo clásico se preocupaba por la política, y la economía era la base necesaria para interesarse en aquello que era verdaderamente elevado, la persecución de una sociedad completa capaz de crear un ambiente donde el individuo pudiera florecer plenamente.

Esto significaba que la esfera política estaba llamada a buscar, ante todo, el bien del hombre, en dos sentidos: un bien para el cuerpo, que era la salud; y un bien para el alma, que era la justicia. La economía debía procurar el bien material del hombre, la salud; de lo contrario, la polis tenía que intervenir y garantizar los medios necesarios para la salud de los ciudadanos, como eran los hospitales y los médicos.

Los romanos adoptaron este concepto griego de bien común material y, en los primeros siglos de la era cristiana, los médicos ofrecían servicios gratuitos a los enfermos que no podían pagar un médico (Brown, 2012, p. 180). En cambio, el bien espiritual del hombre, la justicia, se obtenía gracias a la educación del individuo, fruto de una base económica mayoritariamente familiar, y después con la educación recibida en las academias. No obstante, si un individuo, por el motivo que fuera, no era capaz de vivir la justicia, el gobierno de la polis debía ayudarlo con la participación de la policía y el uso de las cárceles para garantizar que se mantuviese dentro del bien espiritual que le correspondía.

Por tanto, hoy los pensadores clásicos se sorprenderían de ver que en nuestros días, altos representantes de la esfera política, e incluso gobernantes, no provienen de un ambiente político, sino de uno económico, donde la mentalidad que gobierna la sociedad es sobre todo crematística y procura una finalidad específica, medida en general en términos de riqueza.

Los griegos consideraban a la sociedad como una realidad no teleológica, es decir, sin una finalidad específica; esta consistía simplemente en organizar un ambiente adecuado para el ­florecimiento humano. No se trataba de generar más riqueza, obtener más tierra o gozar de mejores infraestructuras, sino simplemente de generar una sociedad orgánica en beneficio del hombre. En un organismo, cada órgano por lo general tiene una función algo diferente de los demás, pero finalmente beneficia a todo el cuerpo. De acuerdo con los filósofos clásicos, la polis era esta realidad orgánica donde cada sistema tenía una voz que contaba en favor del bien común.

En nuestra sociedad contemporánea, los sistemas se unen en momentos muy puntuales; por ejemplo, cuando los poderes del Estado aparecen en público en una ceremonia religiosa, como la presencia de Néstor y Cristina Kirchner en los Te Deum que se cantaban en la catedral de Buenos Aires, al menos hasta el nombramiento del cardenal Jorge Mario Bergoglio. Otro ejemplo es la participación del cardenal de Nueva York en la cena de beneficencia de los candidatos a la presidencia, donde un alto prelado aparece en público rodeado de personalidades de la política. La Iglesia no necesita publicidad porque su lógica no es económica; no es una institución económica. Sin embargo, la Iglesia debe contar con momentos públicos donde pueda expresar su realidad en la esfera pública; ignorarlo sería desconocer el mundo real, afirmar que el Dios de los cristianos es un Dios que no tiene nada que decir a la sociedad actual, que puede ser desoído, desechado o incluso negado.

Entre los muchos filósofos que han estudiado y sugerido criterios de comprensión para esta interacción social forjada en sistemas, me gustaría poner de relieve a Jürgen Habermas. Por muchos motivos, pero sobre todo por su sinceridad intelectual, este pensador alemán ha dedicado un esfuerzo considerable a comprender las raíces de nuestra sociedad contemporánea, dedicando una serie de críticas a los modelos clásicos.

Es importante señalar que la posición de Habermas es problemática para un cristiano. En primer lugar, porque ha promovido una ética del discurso donde la narrativa de la propia elección existencial es lo que marca la ética social que debemos seguir. Difícilmente podríamos construir una sociedad fundamentada en valores relativos, el riesgo es muy alto, porque lo que personalmente podemos desear, aunque sea un grupo mayoritario en una sociedad, puede ser contrario a la dignidad de otros o ser nocivo para las generaciones futuras.

No obstante, Habermas propone una serie de reflexiones muy atractivas para comprender que la interacción de los sistemas económicos, sociales y políticos puede ser fácilmente manipulada. La esfera pública que tiene en sus manos las ideas que generalmente aceptamos y compartimos, no es un ambiente ­público político que procura el bien común para el hombre del que hablaban los filósofos clásicos. La esfera pública contemporánea es, para Habermas, un ambiente económico con intereses privados, con un origen en motivaciones personales y fundamentado en la búsqueda de un bien relativo y personal. Sin embargo, esta esfera pública privada se ha desarrollado según un esquema racional que debe ser respetado y comunicado a las sucesivas generaciones como un bien para la sociedad. Habermas estaba fuertemente convencido de su aguda observación de la realidad social del hombre; afirmó que esta explicación dejaba fuera una moral impuesta desde fuera, que se fundamentara en algo que era incomprensible para la naturaleza humana, en algo religioso o espiritual.

Este pensador no es un hombre de fe, y en su sistema, la fe, la religión y la trascendencia no tienen un papel estrictamente necesario. Pero es un filósofo de profunda sinceridad intelectual. El 11 de septiembre de 2001, cuando cayeron las torres gemelas de Nueva York, declaró que su sistema no era capaz de explicar la existencia del mal. El mal que ese atentado expresaba no tenía una finalidad política y no finalizaba racionalmente en un bien privado. Era un mal que su teoría no podía explicar.

A raíz de la muerte de su amigo Max Frisch, en abril de 1991, Habermas se dirigió a una iglesia de Zúrich donde tendría lugar el funeral. La compañera de Frisch había decidido que en el funeral no se presentara ningún sacerdote y que no hubiera ninguna oración. Entre los participantes había sobre todo intelectuales, como el mismo Habermas, y muchos de ellos no tenían una especial inclinación a creer en la religión ni en Dios. Para nuestro filósofo, asistir a una despedida de ese tipo, celebrada dentro de los muros consagrados de una iglesia, no tenía más significado que el de una derrota. La necesidad de asistir a una iglesia para un funeral era el fracaso de la sociedad contemporánea que no había encontrado un mejor sustituto para ese momento definitivo que es morir. Habermas pensaba que habíamos de buscar una mejor solución para nuestro adiós definitivo. El evento del 11 de septiembre le hizo cambiar de opinión: no era posible y esta vez no era tampoco deseable, ignorar o negar la realidad espiritual del hombre, y para poner de manifiesto su deseo de comprender, deseó confrontarse con Joseph Ratzinger en una memorable entrevista.

En definitiva, este suceso nos permite comprender que los sistemas de pensamiento, así como también los sistemas sociales, presentan en algunas ocasiones pequeñas fallas que dan lugar a nuevos ajustes. El sistema económico en el que se desarrolla la sociedad contemporánea vivió una crisis importante en los primeros años del presente milenio, que llevó a muchos a ­interrogarse sobre el sentido de dejar el sistema en manos de sus exponentes, y a considerar cuál podría ser la mejor organización hacia una mayor transparencia y responsabilidad. A veces exigiendo al gobierno justificar su posición, especialmente en el caso de países desarrollados, o en ocasiones buscando a toda costa evitar la acción estatal, especialmente en el caso de naciones pobres donde el gobierno puede verse afectado por una corrupción institucional.

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