Fe, pobreza y desarrollo

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Pero Benedicto XVI también nos recuerda que hay una limitación importante que no podemos olvidar en este llamado. Mientras que este llamado para realzar y mejorar la condición humana es una vocación otorgada hacia nosotros por Dios, también es verdad que,sin embargo, los seres humanos son “incapaces por sí mismos de proporcionar el significado definitivo (de la vida)” (CV, no. 16). No podemos desarrollarnos por nuestra propia cuenta.

Implicaciones del relato de la creación

Además de dejar claro quiénes somos, de quién somos y qué estamos llamados a realizar, el relato de la creación también señala otras múltiples connivencias.

Primero, el entendimiento trinitario de quién creó el mundo nos permite a nosotros entender la rica diversidad de la creación y la familia humana de una manera importante. La diversidad cultural y étnica no es un error que Dios cometió, ni es el resultado de la caída. La diversidad es el reflejo de quién es Dios.

La pluralidad en la unidad de la revelación trinitaria nos permite hacer justicia a la diversidad y a la riqueza y apertura del mundo sin negarle su unidad en versiones relativistas de la pluralidad. Es esta visión la que la teología trinitaria tiene para ofrecerle al fragmentado mundo moderno (Gunton, 1997:103).

No es por casualidad que cuando la creación estuvo finalmente restaurada a lo que Dios quiso, Juan dijo: “Después de esto, yo miré y delante de mí había una gran multitud que no se podía contar; de todas las naciones, tribus, razas y lenguas, parados ante el trono y frente al cordero” (Apocalipsis7:9). La diversidad cultural y humana es un regalo de Dios y un activo para apoyar el bienestar humano.

En segundo lugar, el relato de la creación establece el requerimiento para la ecología cristiana de que nosotros debemos ser mayordomos. Todo le pertenece a Dios: la humanidad, las criaturas de la Tierra, y la Tierra misma. El llamado y la promesa de la productividad y fertilidad tienen su raíz en el propósito del Dios que las creó.

Finalmente, la evaluación repetida de Dios sobre lo creado no solo significa que la creación funcionó o que a Dios le gustó;también incluye la idea de que la creación fue hermosa. Génesis 2 habla de “árboles agradando al ojo”. Nosotros sabemos que la belleza de la creación por sí misma es testigo de Dios y revela la gloria de Dios. (Salmos 19:1-4; Romanos1:20). La estética es también parte del orden creado y nuestra apreciación humana de belleza refleja la imagen de Dios, quien creó la belleza. Sin el arte, la música, los ritos y otras prácticas estéticas, la alabanza se vería empobrecida al igual que la vida humana. William Dyrness, profesor de Teología y Estética, asegura: “Dado que las prácticas simbólicas son fundamentales para el florecimiento humano, cualquier proyecto de mejoría humana perseguirá la apreciación y la celebración del impulso estético que ya está presente en la comunidad” (Dyrness, 2011:Cap. 9). Se incluirá más al respecto en el capítulo seis.

Creación e instituciones sociales

Volviendo a la historia de la creación, Gerhard von Rad nos recuerda que el relato de la creación en el Génesis termina con la creación de las naciones, en el capítulo 10. Las instituciones humanas también son parte de la creación. El relato hace más que solo explicarnos cómo y por qué se creó la humanidad: también “nos ofrece un fundamento común para todos los emprendimientos humanos que llamamos cultura; no solo la teología, sino las ciencias, la política, la ética y también el arte” (Gunton, 1997:98). Esto presenta un importante concepto que volverá a presentarse reiteradamente a lo largo de este libro: no podemos separar las personas de los sistemas sociales en los cuales viven.

Como el surgimiento de las instituciones humanas es parte de la intención de Dios para la creación, no debemos satanizarlas, como es tan popular en círculos liberales hoy, ya que son necesarias para el correcto funcionamiento de casi todas las sociedad es más simples. En este sentido, las instituciones sociales son parte del bien original de la creación. El gran cambio en la trayectoria de la historia humana a inicios del siglo XVIII es un ejemplo de la humanidad haciendo el bien debido a la creación, incluyendo nuevas ideas y nuevas instituciones humanas. Pero, así, ni siquiera podemos confiar inocentemente en estas creaciones humanas. Nuestras creaciones institucionales cayeron, al igual que nosotros. Más de este tema en la sección de la caída.

El trabajador del desarrollo puede deducir de esto algunas implicancias interesantes que se derivan del relato de la creación. Como Dios es dueño de la tierra pero la ha confiado a la humanidad, la metáfora más importante para nosotros es la de mayordomos y el principio de la mayordomía. Sobre esta base, Wright desarrolla cuatro principios éticos (Wright, 1983:69-70):

Compartir recursos: La tierra y los recursos naturales son regalos para toda la humanidad, no solo para unos pocos. Si bien esto no significa que no puede haber propiedad privada, Wright argumenta que “el derecho de todos a usar es anterior al derecho a poseer”.

Responsabilidad de trabajar: El trabajo es parte de ser fructíferos. Dios es productivo y, por lo tanto, es parte de nuestra naturaleza ser productivos. El trabajo, entonces, es una responsabilidad. También se deduce que tenemos una responsabilidad para permitir o capacitar a otros para que trabajen y así cumplan con su propósito.

Expectativa de crecimiento: “Sed fructíferos y multiplicaos” se aplica a la cantidad de los seres humanos y a los medios para apoyarlos. Dios ha proporcionado abundantemente ala creación para que esto sea posible y le ha dado a la humanidad el ingenio y la adaptabilidad necesarios para crear este incremento necesario. Esto debe darnos una pausa cuando muy rápidamente y de forma poco crítica culpamos a la pobreza por el crecimiento de la población. Los nuevos bebés no son simplemente estómagos vacíos u hoyos negros económicos, también son espíritus y mentes humanas creativas, dotados con potencial productivo y creativo. Ellos también pueden ser fructíferos (Cromartie, 1995:282).

Producto compartido: El ser productivos está acompañado por la idea de poder consumir o disfrutar del producto final de nuestro trabajo. Esto es parte de la imagen bíblica de un futuro humano mejor (Isaías65:21-22). “Somos tan responsables ante Dios por lo que hacemos con lo que nosotros producimos, como lo somos por aquello que él nos ha dado” (Wright, 1983:70).

La caída

Tristemente, la gran historia no terminó en el jardín fructífero donde los seres humanos son mayordomos obedientes y Dios se pasea por las tardes. Cediendo a la tentación de un adversario que trabajaba en contra de Dios, la humanidad —el hombre y la mujer juntos—decidió desobedecer a Dios. Actuaron como si supieran más que Dios (Génesis 3). Ser como Dios aparentemente era más atractivo que escuchar a Dios y hacer lo que él les mandó. La consecuencia de esta desobediencia fue asegurar que la identidad humana y todas las dimensiones de las relaciones humanas se echaran a perder. El alcance del pecado demostró ser muy amplio —si se quiere, muy integral u holístico—. Llevó al engaño generalizado, la distorsión y el dominio en todos los tipos de relaciones humanas: con Dios, con uno mismo (y la familia), dentro de la comunidad y con otros, y con el medio ambiente.


Figura 3-2: El impacto del pecado en todas las relaciones

No quiero pasar con demasiada prisa por el tema de un adversario. Alguien distinto a la humanidad creó la tentación que terminó en la caída. Con demasiada frecuencia descartamos la idea de una especie de mal personal que trabaja activamente en contra de Dios y sus propósitos para con los seres humanos y la creación. Pero, sin la función que cumple Satanás en la primera parte del relato bíblico, no habría necesidad del resto del relato bíblico. No podemos quitar a Satanás del relato y que este tenga sentido.

Las consecuencias directas de la caída en términos de pobreza y desarrollo son muy obvias. Una creación fructífera significó el sustentar las acciones de vida a regañadientes (Génesis3:17) y hacer la creación lo suficientemente productiva para sustentar la vida ahora significa una lucha y trabajo duro (Génesis3:19). La vida humana ahora tiene un fin (Génesis3:19);la relación entre hombre y mujer se volvió distorsionada y desigual (Génesis3:16);la violencia y el asesinato entraron a la historia humana (Génesis4:8) y el hambre y la venganza entraron al corazón de los seres humanos (Génesis4:23). El bienestar completo del ser humano es ahora una lucha y está fuera del alcance de la acción humana por sí solo.

Pese a eso, el amor de Dios y el continuo regalo de su gracia se mantienen dentro de la historia humana. Dios nos dio nuestras primeras ropas y nos previno de que nuestra condición fuese permanente (Génesis3:22),todavía habla de los seres humanos como hechos a su imagen y semejanza (Génesis5:1)e incluso después de haber empezado de nuevo con Noé, su imagen en nosotros todavía está ahí, al igual que el mandato de ser productivos en la creación (Génesis9:1- 6). Los primeros humanos cultivaron la tierra, criaron a sus familias, hicieron música e instrumentos musicales y crearon herramientas con base en elementos de la creación para hacer la lucha por una vida humana más sencilla. (Génesis4:21-22). Se construyeron ciudades y la humanidad se sobrepuso al reto de tener que garantizarse su propia seguridad en un mundo pecaminoso (Génesis4:17). Producto de ello, la vocación de convertir la creación de Dios en productiva para todos y propicia para el florecimiento humano se mantiene. Algunas veces los evangélicos nos enfocamos demasiado en lo que algunos llaman el pecado original y nos olvidamos de que el bien original de Dios también continúa. Los seres humanos han hecho un mundo mejor, más seguro y un lugar menos amenazante para vivir, y la pobreza extrema se ha reducido desde la década de 1800. Sin embargo, el mundo que mejora, todavía es sede de genocidios, guerras, estructura sociales injustas, codicia, consumismo; es un anfitrión de otros recordatorios acerca de que el pecado también vive.

 

Cada uno de los aspectos éticos de la creación sugeridos por Wright fueron afectados negativamente por la caída. En lugar de recursos compartidos, la tierra y los recursos naturales se han convertido en la causa universal de luchas y violencia. Son acaparados por unos, y desperdiciados y abusados por otros. La tierra y los recursos naturales se han convertido en mostradores para los macabros juegos de dominio y opresión (Wright, 1983:71-74).

En lugar de ser un medio para usar nuestros dones para nosotros mismos y para los demás, el trabajo se ha corrompido. Puede ser arduo y frustrante (Génesis3:17). Se ha convertido en un artículo, en algo que vendemos o compramos con la tentación de reducir al ser humano a un bien económico, a una máquina viviente. Se ha tornado una herramienta para la gula, e incluso una idolatría por medio de la cual uno se hace famoso. Para los pobres, este trabajo distorsionado con frecuencia no está disponible, por lo cual son calumniados como “no productivos”.

La producción y el crecimiento se han convertido en una obsesión patológica en muchas partes del mundo. La codicia ha reemplazado la satisfacción. “Vi que toda la labor y los logros provienen de la envidia del hombre de su prójimo” (Eclesiastés 4:4). Nunca hay suficiente. “El efecto de la caída fue que el deseo de crecer se hizo excesivo para unos a costa de los demás, y los medios para crecer se llenaron de egoísmo, abuso e injusticia” (Wright, 1983:81). El resultado de esta patología son los sistemas de pobreza que hacen que algunos continúen siendo pobres.

Por último, el producto del trabajo es visto como propiedad humana. Los derechos de propiedad son privatizados y absolutizados, haciendo caso omiso del derecho de Dios sobre todas las cosas en la creación o la responsabilidad trascendente que cada uno tiene por el bienestar de la comunidad en general. Peor aún, quienes crearon la riqueza usan esa riqueza para influenciar las leyes y los sistemas económicos, políticos y culturales para proteger su ventaja. “En el campo del pobre hay abundante comida, pero esta se pierde donde hay injusticia” (Proverbios12:23).

A fin de cuentas, en la caída, la buena creación de Dios se tergiversó, y ya no apunta hacia el propósito por el cual fue creada. “El relato de la caída retrata la fuerza personal del mal aproximándose al ser humano por medio de la creación material y utilizando esa misma creación material como medio de seducción a la incredulidad, la desobediencia y la rebelión” (Wright, 1983:73).

A veces los evangélicos están tan concentrados en el impacto de la caída sobre el individuo que se olvidan que el impacto de la caída fue también sobre toda la sociedad humana. Recuerden que las naciones y sus correspondientes instituciones sociales eran parte de lo que Cristo creó en el inicio (Colosenses1:16-17), es más, fueron diseñadas para el bienestar de los seres humanos. Fue la caída lo que cambió su bondad original. En City of God, City of Satan (Ciudad de Dios, Ciudad de Satanás: una teología para la ciudad), Robert Linthicum describe el impacto de la caída sobre estas instituciones (1991:106-107).

El sistema económico fue creado por Dios para administrar de manera responsable y justa los recursos naturales y humanos de la nación y para alentar a hombres y mujeres para que sean productivos, usando los dones que Dios les dio para crear la riqueza. La meta es proporcionar a cada ser humano tanto la manera de vivir una vida que valga la pena vivir, como una oportunidad para hacer una contribución a la sociedad. Distorsionados por la caída, las personas que ocupan cargos influyentes dentro del sistema económico ceden a la tentación y actúan cada vez más como dueños y no tanto como mayordomos. Tuercen el sistema para fomentar y proteger sus propios intereses y se aíslan a sí mismos del impacto que estas distorsiones producen en los menos afortunados.

El sistema político fue creado por Dios para alentar la ética del reino y para introducir el orden de la creación en la administración humana de las cosas, un orden basado en la justicia y la paz. Sin embargo, como resultado de la caída, el sistema político se hace cautivo del orden económico y comienza a servir a los poderosos; sus ministerios de justicia cesan de ser ministerios y dejan de ser justos.

Por último, el sistema religioso, que fue creado por Dios para atraer a las naciones y sus instituciones hacia una relación con ély hacerlos conscientes de la intención divina y sus mandamientos, a menudo choca con los sistemas políticos y económicos caídos. Los profetas de la responsabilidad son seducidos gradualmente por el dinero, el poder y el prestigio, ypoco a poco van acallándose (Ezequiel22:28).

El resultado neto de la caída sobre los sistemas económicos, políticos y religiosos es que se convierten en los lugares donde las personas aprenden a jugar a ser dioses en la vida de los pobres y los marginados. Cuando los seres humanos caídos juegan a ser dioses en la vida de otras personas, los resultados son patrones de dominio y opresión que dañan la imagen y la productividad potencial de los pobres, al mismo tiempo que enajenan a los no pobres de su verdadera identidad y vocación.

El funcionamiento erróneo de los sistemas sociales como un resultado del pecado llevóal teólogo Andrew Sung Park a expresar que necesitamos una teología sin pecado que permita no solo hablar del pecado y los pecadores, sino también del impacto sobre los que están siendo víctimas del mismo. Park aduce que enfocarse solo en el pecado, como ha sido la preocupación de la teología de Occidente, hace que su impacto social o estructural se vuelva invisible. Para rectificar esto, Park propuso una teología para los lastimados (2004). Usa la idea coreana del han, que surgió como parte de la teología de Minjung en la década de 1970, para referirse a la profunda laceración del corazón y del espíritu, que resulta de ser sistemáticamente víctima del pecado.

Park nos recuerda que Jesús vino para morir por los pecadores y para cuidar y liberar a los oprimidos (las víctimas de los pecadores) (Lucas4:18-19). Él nos motiva no solo a hablar del pecado y la salvación, sino también a estar preocupados con la necesidad de una respuesta evangelizadora en respuesta al impacto del pecado y de sus víctimas. Park le llama al impacto del han una mezcla de “esperanza frustrada, un sentimiento colapsado de dolor, una amargura resentida y un corazón herido” (1993: 31).

Esta idea del han de ser el impacto del pecado a través de estructuras sociales de poder nos lleva a considerar cómo los relato de la creación y la caída dilucidan cómo funciona el poder social de estas instituciones corrompidas. En el relato de la creación, a los seres humanos, por virtud al ser de la imagen de Dios, les es otorgada la autoridad para nombrar a los animales. Nombrar, organizar y racionalizar son el principio de la ciencia. La habilidad de razonar y actuar es una forma de poder social. La manera en que esta organización y nombramiento se realiza implica juicios de valor. Algunas veces tiende a predisponer las acciones (Hunter, 2010:178). Tristemente, mientras esta tarea de poder social estaba prevista para el bienestar de todos y de la creación, el impacto de la caída resulta en que se abuse de este tipo de poder social: “La capacidad de definir la realidad varía extensamente entre esos individuos e instituciones que tienen más participación en una forma de ‘violencia simbólica’ con respecto a los que tienen menos” (ibid., 178). Este abuso de poder cultural y social encuentra su expresión, mayoritariamente, en las instituciones sociales. Más sobre este tema en el capítulo cuatrosobre las causas sociales de la pobreza.

Nosotros debemos retornar a nuestra observación previa de que los seres humanos no pueden ser separados de las instituciones humanas de las que son parte. Sobre la examinación del pecado de Jerusalén de Ezequiel, Linthicum (1991:106) nos recuerda que la naturaleza espiritual de la nación y de sus instituciones humanas —familias, negocios, templo y gobierno—era buena, pero todas se han convertido cada vez más en antivida, antireino y en maldad (Ezequiel22:1-13). Al mismo tiempo, las personas integradas en estos sistemas distorsivos, engañosos y dominantes se vuelven explotadores unos delos otros (Ezequiel22:29). Sobre esta relación entre individuos y sistemas, Walter Wink señala que “el misterio humano es causado por las instituciones, pero estas instituciones son mantenidas por los seres humanos. Nos hemos hechos malévolos por nuestras instituciones, sí: pero nuestras instituciones se han hecho malévolas por nosotros” (1992:75). Retomaremos esta temática cuando hablemos de los complejos de dios de los no pobres, en el capítulo cuatro.

Ya que los sistemas económicos, políticos y religiosos son tan importantes para nuestra comprensión de la pobreza y por lo tanto para el trabajo de transformación, necesitamos mirar un poco más de cerca la espiritualidad subyacente de estas instituciones. Wink (1992:65-85) ha hecho una importante contribución en cuanto a este tema. Él propone que los “principados y potestades” de Pablo son la “interioridad de las instituciones o estructuras o sistemas terrenales”. También señala que Pablo dice que los poderes supuestamente son creados en Cristo, por medio de él y para él (Colosenses1:16-17), apoyando así la idea que las instituciones sociales son creaciones de Dios y no simplemente artefactos humanos. Las instituciones sociales fueron creadas por Dios porque son necesarias para una vida humana plena en comunidad.

Sin embargo, estos poderes —los sistemas y las estructuras sociales— fueron dañados profundamente por la caída. Se hicieron idolátricos, junto con las personas que los habitan. “Una institución se hace demoníaca cuando deja de lado su vocación divina —la de un ministerio de justicia o un ministerio de bienestar social—para buscar y satisfacer sus propias metas idolátricas” (Wink 1992:72), generalmente poniéndose al servicio de los poderosos en nombre de la auto preservación.

Wink afirma además que la doctrina de la caída es esencial para entendernos a nosotros mismos en relación con estos principados y poderes. La doctrina de la caída afirma la naturaleza radical del mal y nos libera de cualquier ilusión de que nosotros, o nuestras instituciones sociales, somos perfectibles aparte de la labor redentora de Jesucristo y la plena llegada del reino de Dios. Esto debiera liberarnos de cualquier tentación de creer de manera optimista en la habilidad del gobierno, del libre mercado o de nuestros propios esfuerzos en favor de la transformación humana para cambiar, por sí solos, la realidad de los pobres. En el siguiente capítulo trataremos la relación entre este entendimiento de la caída y por qué las personas son pobres.

El balance final del relato de nuestra primera desobediencia en términos de pobreza y desarrollo tiene tres aristas. Primero, el pecado es la razón fundamental del porqué las relaciones no funcionan para el bienestar de todos, por lo que lidiar con el pecado a través de la redención en Cristo es el comienzo del desarrollo: “El principal obstáculo para ser avasallado en el camino a la liberación auténtica es el pecado y las estructuras producidas por el pecado, ya que se multiplica y se propaga” (SRS, n.° 46). Segundo, este entendimiento nos provee de una explicación del por qué el mundo es como es sin echarle la culpa del dolor y el sufrimiento a Dios. Juan Pablo II observó que:

El hombre, que fue creado para la libertad, carga dentro de sí mismo con la herida del pecado original, la cual constantemente lo lleva al mal y lo pone en la necesidad de la redención. No solo esta doctrina es una parte integral de la revelación cristiana; también tiene gran valor hermenéutico, ya que nos ayuda a entender la realidad humana (CA, n.° 25).

Finalmente, dado que nosotros somos caídos también, el promotor de desarrollo y la agencia de desarrollo tienen el potencial de apoyar o bien obstaculizar el desarrollo humano.

El relato de la liberación

Para llegar de la caída a Jesús, Dios llamó a un hombre, a quien conocemos como Abraham, y le hizo una promesa: Dios haría a través de él una gran nación que sería una bendición para todas las naciones (Génesis 12:2-3). Dios conservó su promesa, y el Antiguo Testamento es el relato correspondiente a la nación de Abraham, su grandeza y sus defectos, su lealtad y su traición al Dios que le había dado su ser. También es el relato de un Dios que cumple sus promesas, que no iba a ser desviado en su propósito de completar el relato que había comenzado en la creación.

 

Para el profesional de desarrollo, el relato del Éxodo es muy instructivo, porque es la narración que define al pueblo de Israel. Es un relato de su liberación y de su formación. La liberación fue de la opresión de Egipto y de su faraón, y la formación fue la acción de Dios para transformarlos de un grupo de esclavos a un pueblo, una nación. Esto fue un trabajo arduo: bastó un día para sacar a Israel de Egipto, pero fueron necesarios cuarenta años en el desierto para sacar a Egipto de Israel.

La narración del Éxodo destaca la naturaleza integral y relacional de la labor redentora de Dios. Espiritualmente, el Éxodo es el relato del Dios que reveló su ser y demostró su poder para que Israel creyera y fuera fiel. Israel fue liberado de los dioses de Egipto y se le invitó a ser parte de un pacto con un Dios ético que no pertenecía a ningún lugar.

Sociopolíticamente, el Éxodo es el relato del paso de la esclavitud a la libertad, de la injusticia a una sociedad justa (al menos, ese era el propósito de las instrucciones de Dios al Israel premonárquico [Wright 1983]), y de la dependencia a la independencia. Económicamente, el relato del Éxodo trata del paso de la opresión en la tierra de otro a la libertad y la vida productiva en la tierra propia, una tierra distribuida con justicia para que todos pudieran disfrutar del fruto de su propio trabajo. Psicológicamente, el relato del Éxodo es acerca de Israel perdiendo su entendimiento propio como un grupo esclavizado y descubriendo un nuevo entendimiento de que, con la ayuda de Dios, podrían ser un pueblo y convertirse en una nación.

Lo que a veces se pasa por alto es el otro propósito de Dios en el relato del Éxodo. Todo el tiempo hubo un doble propósito. Uno, el que todos conocemos y el que acabo de describir: liberar a Israel de su esclavitud y llevarla a la Tierra Prometida. El segundo era para que “los egipcios puedan saber que yo soy el Señor” (Éxodo 7:5). Dios no estaba siendo caprichoso al endurecer reiteradamente el corazón del Faraón. El Faraón estaba convencido de que él era Dios y, por eso, justificaba completamente jugar a ser dios en la vida de su pueblo. Esta arrogancia no podía dejarse pasar. ”Pero te he dejado con vida justo para este propósito”, le dijo Dios al Faraón a través de Moisés, “que es lograr mostrarte mi poder, para que mi nombre sea proclamado por toda la tierra” (Éxodo 9:16). Esto nos recuerda que los no pobres también son sujetos de las buenas noticias, aunque estoy seguro de que le fue muy difícil al Faraón ver su liberación de sus complejos de Dios como tal. El costo del discipulado es muy alto para quienes tienen riqueza y poder (Véase Hechos. 16:16-21). Jesús indicó que a los ricos se les hace particularmente difícil entrar al reino de los cielos; esta es parte de la razón del porqué.

Los profetas

El relato de Israel no siempre fue consecuente con el relato que Dios estaba intentando crear. Aunque era el pueblo elegido de Dios y el instrumento por medio del cual Jesús vino al mundo, Israel también fue la causa de mucho dolor para Dios. Oseas 11:8 muestra la “mente agitada” de Dios, cuyas emociones estaban siempre “confundidas dentro de sí” (Koyama 1985,220): amando a Israel como un esposo ama a su esposa, y, sin embargo, odiando su idolatría e injusticia al mismo tiempo.

Deuteronomio nos cuenta que el profeta fue “levantado” por Dios y puesto por encima del sacerdote y del rey y contrario a ellos, tomando el carácter de la voz de Dios mismo: “Pondré mis palabras en su boca” (18:15, 17). Las historias de los profetas nos cuentan mucho acerca de cómo Dios ve el pecado y su impacto, y sirven para recordarnos lo que Dios quiere de nosotros y de la creación, además de lo que él planea hacer. De los profetas aprendemos mucho acerca de cómo la idolatría y la injusticia van de la mano.

Aprendemos mucho sobre cómo la idolatría y la injusticia están relacionadas. Cuando Dios, hablando por medio de Isaías, lamenta las “ofrendas sin sentido” y las “asambleas malvadas”, le dice a Jerusalén, no que mejore su alabanza en el templo, sino que “¡Dejen de hacer el mal! ¡Aprendan a hacer el bien! ¡Busquen la justicia y reprendan al opresor! ¡Aboguen por el huérfano y defiendan a la viuda!” (Isaías 1:17). El amor a Dios y el amor al prójimo forman un todo indivisible.

En Isaías, también encontramos un fuerte mensaje acerca de cómo se siente Dios cuando los no pobres juegan a ser dios en las vidas de los pobres.

¡Ay de los que emiten decretos inicuos

y publican edictos opresivos!

Privan de sus derechos a los pobres,

y no les hacen justicia a los oprimidos de mi pueblo;

hacen de las viudas su presa y saquean a los huérfanos.

(Isaías 10:1-2)

Haciendo eco de la Canción de María (Lucas 1:46-55), Dios mostrará la bancarrota de poder, privilegio y riqueza (Isaías 5:8-10, 15-16). Frente a un Dios sagrado queda claro que no hay salvación en ricos o poder:

¿Qué van a hacer cuando deban rendir cuentas,

cuando llegue desde lejos la tormenta?

¿A quién acudirán en busca de ayuda? (Isaías 10:3)

Los profetas también nos alertan del hecho de que la idolatría, el pecado personal y el pecado social son un paquete homogéneo. Todos asociamos fácilmente a Sodoma con pecados de impureza sexual. Ezequiel habla de sus “prácticas detestables”, cuando se declara a Israel una “mujer adúltera” que se ha vuelto “más depravada que ellos” (Ezequiel 16:48). Luego nos sorprende cuando describe el pecado de Sodoma: “Tu hermana Sodoma y sus aldeas pecaron de soberbia, gula, apatía e indiferencia hace el pobre y el indigente” (Ezequiel 16:49).

Ezequiel interpreta el exilio como un castigo de Dios, condena a Jerusalén por un sistema político que se “ha comido a las personas” y se apoderó de su riqueza (Ezequiel 22:23), por un sistema económico que “derrama sangre” y “roba a su prójimo por extorsión” (Ezequiel 22:27) y un sistema religioso que no hace distinción entre lo sagrado y lo profano y no “enseñan a otros la diferencia entre lo puro y lo impuro” (Ezequiel 22:26).

Finalmente, los profetas siguen recordándonos de qué se trata la historia de Dios, dónde va Dios, qué hace Dios y qué espera Dios de nosotros:

¡Ya se te ha declarado lo que es bueno!

Ya se te ha dicho lo que de ti espera el Señor:

Practicar la justicia,

amar la misericordia,

y humillarte ante tu Dios. (Miqueas 6:8)

La sabiduría de la gente

La literatura de la sabiduría es la sabiduría acumulada de las personas que han vivido bajo y dentro de la parte del Antiguo Testamento de la historia bíblica. Esta literatura resume los aprendizajes de la comunidad de fe con respecto a relaciones justas y correctas y sirve de testigo de la experiencia de las personas de que la regla de Dios es la única regla, a fin de cuentas. Se advierte a los ricos al igual que se hace con los pobres. La preocupación de Dios por relaciones sociales justas surge a través de Salmos y Proverbios.

Esta parte del relato bíblico también ilustra el interés de Dios en las cosas cotidianas de la vida: comer, beber, jugar y reír. Nuestra incapacidad de ver a Dios activo e interesado en la vida diaria es una seria debilidad. Es como si creyéramos que Dios está ausente de o desinteresado en este parte de vida. Robert Banks aborda esto en su útil libro, Redeeming the Routines: Bringing Theology to Life (Redimiendo las rutinas: trayendo la teología a la vida, 1993).

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