25 peruanos del siglo XX

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Autor cuidadoso y exigente, Prada publicó en vida solo parte de su prosa; el resto, como su poesía, vio la luz tras su muerte. Parte de sus escritos permanecen inéditos en la Biblioteca Nacional del Perú. Entre las obras publicadas por su hijo Alfredo, destaca Nuevas pájinas libres, impresa en Santiago de Chile en 1937, con una “Advertencia del editor”. Dividida en cinco partes, la obra contiene quince ensayos y seis prólogos a diferentes libros de autores amigos. La calidad estética de la obra de don Manuel se confirma en esta publicación.

La prosa combativa y la persistente rebeldía de González Prada le ganaron admiradores, pero también detractores, incapaces de entender su espíritu de sacrificio y amplio amor a la humanidad y a la naturaleza. Sin embargo, teniendo en cuenta solo las ideas innovadoras de Pájinas libres, críticos y admiradores valoran a su autor como un gran escritor latinoamericano, un iniciador del movimiento renovador de las letras y las ideas en el continente.

Es difícil encasillar el estilo de González Prada en una escuela específica. Se caracteriza por cierto eclecticismo literario y una fuerte inclinación a la renovación expresiva. Encaja más en el modernismo que en cualquier otro movimiento, pero no cultiva el exotismo ni el arte por el arte. Su fuerza radica en el armonioso equilibrio de ideas atrevidas y expresión sencilla y convincente. Del Romanticismo heredó la rebelión contra las reglas. Su prosa, pacientemente elaborada, exuda la agresividad del propagandista ideológico acostumbrado a alternar sencillez y claridad estilísticas con ironía sorpresiva. En sus ensayos históricos, sociológicos y filosóficos, la prosa es más sustantiva e ingeniosa, rica en figuras literarias que intentan suavizar la mordacidad. El ensayista inventa, transforma y recrea un lenguaje literario que sirve de vehículo eficaz y veloz a las ideas. En este sentido, el lenguaje se transforma en prolongación del concepto y los sentimientos.

En “Propaganda y ataque”, “Notas acerca del idioma” y otros ensayos, el autor dejó recomendaciones para lograr una prosa original, vigorosa, correcta, armoniosa, exacta, plástica, y, sobre todo, propia. Para alcanzar un estilo directo se debe —según él— emplear un léxico que no remita al lector constantemente al diccionario. Admira la prosa de Voltaire, por ser “natural como un movimiento respiratorio, clara como un alcohol rectificado” (González Prada, 1946, p. 259). Le preocupa tanto la originalidad, la utilidad y la novedad de los planteamientos como el aspecto estético de la presentación. Por esforzarse en encerrar el mayor número de ideas en el menor número de palabras, su prosa es sumamente sustanciosa. Las oraciones son breves y coherentes, adornadas con giros sintácticos que animan y dan variedad al lenguaje. Muestran destreza en el correcto uso de los verbos, sustantivos y adjetivos, y revelan las posibilidades caracterizadoras de los epítetos para obtener plasticidad.

González Prada intentó ser a la vez ecuménico y local. Se esmeró en interpretar al peruano y lo peruano como parte de su esfuerzo de identificación continental. Su espíritu innovador no se riñe ni con el clasicismo ni con la erudición internacional. Eso sí, adapta siempre las ideas foráneas, clásicas o modernas, a la realidad americana. Del liberalismo positivista evolucionó al anarquismo. De la literatura objetiva y social, impregnada de cientificismo y regida por el ideario del progreso, llegó a la literatura de propaganda y ataque a favor de la creación de una sociedad ácrata. En resumen, por su innovadora literatura política, tan rica en ideas, justamente se le ha llamado a Manuel González Prada un adelantado del pensamiento contestatario, un “precursor del nuevo Perú”, un “heraldo de la revolución”.

Bibliografía

González Prada, A. de. (1947). Mi Manuel. Lima: Editorial Cultura Antártica.

González Prada, M. (1894). Pájinas libres (París: Paul Dupont). En M. González Prada. (1985). Obras [Vol. 1]. Lima: Ediciones Copé (PetroPerú).

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Haya de la Torre, V. R. (13 de agosto de 1927). Mis recuerdos de González Prada. Repertorio Americano, 84-85.

Mariátegui, J. C. (1928). 7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, Obras completas [Vol. 2]. Lima: Amauta (1959).

Revista Social 72. (1 de noviembre de 1886).

Revista Social 120. (8 de noviembre de 1887).

Unamuno, M. de (1918). Ensayos [Tomo VII]. Madrid: Publicaciones de la Residencia de Estudiantes.

Julio C. Tello (1880-1947)

Enrique López-Hurtado Orjeda

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La obra legislativa de Julio C. Tello: un hito en la defensa del ejercicio de los derechos culturales en el Perú

Introducción

Sin duda alguna, los reconocimientos más importantes a la trayectoria del arqueólogo peruano Julio C. Tello (1880-1947) se basan mayormente en su trabajo académico. En efecto, desde su regreso al Perú, luego de obtener el título de doctor por el Departamento de Antropología de la Universidad Harvard de los Estados Unidos en 1913, Tello encabezó exitosamente una serie de proyectos arqueológicos por alrededor de 30 años. Muchos de estos trabajos son reconocidos hasta el día de hoy como hitos muy importantes en la historia de la arqueología latinoamericana (López-Hurtado, 2013).

Dos notables ejemplos de sus aportes al estudio de las sociedades prehispánicas en el Perú comprenden sus trabajos en Chavín de Huántar (1919) y la necrópolis de Paracas en 1925. En el caso de Chavín de Huántar, si bien este sitio ya era conocido a partir de los trabajos de Antonio Raimondi en el siglo xix, fue bajo la conducción de Tello que se desarrollaron los primeros trabajos de carácter sistemático. Sobre la base de estos trabajos, Tello propone una de sus teorías más famosas respecto al origen autóctono de la civilización andina (López-Hurtado, 2013).

En el caso de Paracas, en 1927, Tello condujo la excavación de 429 fardos funerarios ubicados en un cementerio prehispánico de más de 2000 años de antigüedad en la península de Paracas. Estas excavaciones revelaron un complejo ritual funerario en el que se envolvía al cuerpo en grandes capas de textiles; el desarrollo de este rito comprendía un fastuoso despliegue de experticia, tiempo y recursos. Producto de este trabajo se lograron recuperar 394 de estos grandes mantos, algunos de los cuales en la actualidad conforman uno de los corpus icónicos de la cultura material del Perú prehispánico (López-Hurtado, 2013).

Si bien ejemplos como estos justifican de manera holgada el lugar que ocupa Tello como padre de la arqueología peruana y pionero en la defensa del patrimonio prehispánico, el análisis de su labor congresal entre los años 1917-1929 revela las múltiples dimensiones de su carrera política que no son muy conocidas (Padilla Deza, 2017).

Por este motivo, en el presente capítulo, analizaremos la labor legislativa de Tello desde la perspectiva de los derechos culturales. Proponemos que el aporte de la labor parlamentaria de Tello fue más allá de la importante protección del patrimonio cultural prehispánico para convertirse en uno de los antecedentes más notables en el camino hacia el reconocimiento de los derechos culturales, sobre todo de los pueblos originarios del Perú. Pensamos que esta reflexión es particularmente importante dada la reciente adopción de la Política Nacional de Cultura, un esfuerzo importante por parte del Estado peruano por fortalecer la sostenibilidad de la gobernanza cultural, cuyo punto de partida es, justamente, el ejercicio de los derechos culturales. Siendo este un hito fundamental se ha de tener en cuenta hacia el bicentenario de la independencia del Perú (PNC, 2020).

Los derechos culturales y su importancia en el Perú hacia el bicentenario

La Declaración Universal de los Derechos Humanos fue adoptada por la Asamblea General de las Naciones Unidas en 1948. Estos derechos básicos para la vida en dignidad y libertad de todas las personas del mundo comprenden los llamados derechos económicos sociales y culturales (ACNUDH, 2009). Si por cultura entendemos al “conjunto de los rasgos distintivos espirituales y materiales, intelectuales y afectivos que caracterizan a una sociedad o a un grupo social y que abarca, además de las artes y las letras, los modos de vida, las maneras de vivir juntos, los sistemas de valores, las tradiciones y las creencias” (UNESCO, 2001), los derechos culturales buscan garantizar que todas las personas puedan acceder, practicar libremente y beneficiarse de estos elementos. Al abarcar aspectos inherentes a la identidad individual y colectiva de las personas, la práctica de estos derechos está relacionada intrínsecamente con la libertad de pensamiento, de conciencia y de culto.

 

Los derechos culturales forman parte de los derechos fundamentales de todas las personas. Como tales son universales, inalienables e insustituibles. Vale decir, son inherentes a todas las personas sin distinción, recalcando el valor de la diversidad cultural como uno de los elementos más enriquecedores de la experiencia humana. De la misma manera, al ser inalienables remarca que nadie puede ser excluido del ejercicio de sus prácticas culturales, así como nadie debe de ser discriminado por causa de su identidad cultural. Finalmente, la naturaleza insustituible de los derechos culturales subraya su no negociabilidad frente al acceso a otros derechos. Por ejemplo, nadie puede ser condicionado al acceso de procesos de desarrollo por causa de su identidad étnica, lingüística o cultural.

En este contexto, es un compromiso de los Estados del mundo “prestar especial atención a los derechos culturales de los grupos minoritarios e indígenas, entre otros, y proporcionar oportunidades tanto para preservar su cultura como para formar su desarrollo cultural y social, incluyendo la relación con el lenguaje, la tierra y los recursos naturales” (ACNUDH, 2009). Vale decir, es deber de los Estados garantizar que todas las personas, en especial las poblaciones originarias en sus territorios, puedan encontrar oportunidades que posibiliten el desarrollo de sus comunidades en estricto respeto de sus valores culturales y sus múltiples maneras de entender el universo.

Creemos que esta es una reflexión fundamental que dimensiona el valor de las lenguas, el patrimonio, las prácticas culturales y los saberes ancestrales de los pueblos originarios como elementos centrales para la construcción de una sociedad igualitaria, inclusiva y libre de discriminación. En los últimos años, en el Perú, se han dado pasos importantes en esta dirección. Desde la creación del Ministerio de Cultura en el año 2000 —institución de alcance nacional que tiene como fin la salvaguarda del patrimonio, la diversidad cultural y la creatividad— a la reciente publicación de la Política Nacional de Cultura, el país ha avanzado hacia la institucionalización de sus sistemas de gobernanza cultural, fortaleciendo de esta manera la capacidad del Estado para velar por los derechos culturales de sus ciudadanas y ciudadanos.

Sin embargo, a puertas del bicentenario de la independencia, las condiciones estructurales que dificultan la desaparición de la inequidad y la discriminación por causas étnicas, lingüísticas y culturales aún prevalecen en el Perú. El colocar el acceso y la práctica de la cultura, sobre todo de los pueblos originarios, dentro de un enfoque de derechos nos permite darnos cuenta de su absoluta importancia para el desarrollo de las personas y para el fortalecimiento de las múltiples tramas que componen el tejido social del Perú en esta segunda década del siglo xxi.

Coincidentemente, este tema también fue motivo de reflexión hace casi 100 años cuando el Perú celebraba el centenario de su independencia. El llamado “problema del indio” era un tema recurrente en las contradicciones que suponía la construcción de una narrativa histórica nacional que recurría a la grandeza del pasado prehispánico, con la situación de postergación y explotación en la que vivían los descendientes directos de este pasado grandioso. Es en este contexto que la labor parlamentaria de Tello adquiere especial relevancia en nuestra búsqueda de hitos hacia el bicentenario.

Los derechos culturales en la labor legislativa de Julio C. Tello

Julio César Tello Rojas nació en la provincia altoandina de Huarochirí, en el seno de una familia quechuahablante. El origen andino de Tello ha sido resaltado por diversos investigadores. Por ejemplo, Richard Burger, en un libro editado por él acerca de la obra y escritos de Tello, lo llama “el primer arqueólogo indígena de América” (2009). Algunos otros destacan, por otro lado, el “tesón y resiliencia” de Tello para desarrollar su carrera académica en un ámbito marcado por la discriminación y el racismo (Padilla Deza, 2017). Al respecto, Gabriel Ramón (2009) señala la reconocida presencia y el impacto de Tello en el escenario intelectual peruano de la primera mitad del siglo xx como una “valiosa anomalía”, más aún si tomamos en cuenta el peso de su trabajo en la construcción de una narrativa nacional.

En resumen, si bien durante su exitosa carrera académica Tello logró múltiples reconocimientos que lo posicionaron como uno de los intelectuales más influyentes de su época, numerosos investigadores señalan que, a pesar de la relevancia de su trabajo como investigador, Tello no fue ajeno a la discriminación debido a sus raíces indígenas (Lumbreras, 1970; Burger, 2009). Es muy posible que esta experiencia tuviera una gran influencia al momento de decidir empezar una carrera política.

Tello fue elegido diputado por el Partido Nacional Democrático de José de la Riva Agüero en 1917 y continuó sirviendo en el Congreso de la República hasta 1929. Siguiendo a Padilla Deza (2017), si bien se ha escrito acerca de la producción legislativa de Tello, todavía no contamos con una sistematización exhaustiva que nos permita entender las distintas dimensiones de esta labor. Desde las normas destinadas a fortalecer la protección y el sistema de gobernanza del patrimonio cultural hasta el impulso de medidas en favor de las comunidades altoandinas de la sierra central, la labor congresal de Tello se muestra igual de prolífica y comprometida que su labor arqueológica.

En un trabajo pionero y muy destacable acerca de este tema, Padilla Deza propone analizar la producción parlamentaria de Tello a partir de los mandatos compartidos por todos los congresistas hasta el día de hoy: labor legislativa, de representación y de fiscalización. Con este fin, el autor categoriza el trabajo de Tello en el Congreso de la siguiente manera: la función legislativa es analizada sobre la base de los proyectos de ley presentados y los proyectos que se concretaron en normas, la función de representación es evaluada con relación a las mociones presentadas en la Cámara de Diputados y el papel fiscalizador es analizado en torno los dictámenes presentados por Tello (Padilla Deza, 2017, p. 274).

De esta manera, vemos que, durante su labor congresal de casi 10 años, Tello presentó un total de 22 proyectos de ley y apoyó como asesor otro número de iniciativas legislativas luego de terminado su mandato. De acuerdo con el análisis desarrollado por Padilla Deza, el énfasis de estos proyectos de ley estuvo en la adopción de medidas para la protección de monumentos arqueológicos, el fomento a la investigación del pasado prehispánico y la propiedad nacional de elementos pertenecientes al patrimonio cultural como las construcciones tanto prehispánicas como coloniales, así como de los bienes culturales de carácter mueble pertenecientes a los periodos antes referidos (Padilla Deza, 2017, p. 274).

Padilla Deza propone que este énfasis en el trabajo legislativo de Tello respecto a la salvaguarda e investigación del patrimonio arqueológico demuestra, más allá de sus obvios intereses académicos, la preocupación de este ilustre investigador por el reconocimiento del legado cultural de las poblaciones originarias del Perú. En este sentido, el autor establece una relación entre los esfuerzos legislativos de Tello en pro de la protección del patrimonio cultural prehispánico y la construcción de una narrativa nacional que reconozca el legado histórico de los pueblos originarios como punto de partida de la nación peruana.

Este planteamiento, de alguna manera, no era nuevo en la época de Tello. A 100 años de la independencia del Perú, por ejemplo, en un artículo acerca de la historia de la arqueología sudamericana, López-Hurtado (2013) argumenta que los cambios políticos en el continente a comienzos del siglo xix caracterizados por el éxito de los procesos independentistas llevaron a la necesidad de consolidar la identidad nacional de los nacientes países de esta región. Esta no sería una tarea sencilla después de alrededor de 300 años de dominación española impuesta sobre casi 5000 años de historia precolombina. Este proceso de reconocimiento implicaba estudiar y registrar las características geográficas e históricas de cada país como naciones independientes. Esta es la época de las grandes publicaciones financiadas por los Estados que buscaban sintetizar la esencia de los países: el atlas.

Coincidentemente, el atlas del Perú se llamó Antigüedades peruanas y fue publicado en Viena en 1851, obra del peruano Mariano Eduardo de Rivero y el suizo Jackob von Tschudi. Esta publicación presentaba al Imperio de los incas como el antecedente natural de la nación peruana y la fuente primordial de su identidad. Como parte de este libro, se publican los primeros estudios acerca de las principales instituciones del Imperio de los incas e ilustraciones de algunos de los sitios arqueológicos más importantes del Perú (López-Hurtado, 2013).

Sin embargo, esta búsqueda temprana de la identidad nacional en su pasado prehispánico distaba mucho de significar una reivindicación de las poblaciones originarias en su territorio. Todo lo contrario, las condiciones de explotación y postergación de los pueblos originarios de Perú causados por el régimen colonial no experimentaron ningún cambio significativo a partir del triunfo del proceso independentista.

Casi un siglo después, la construcción de una narrativa histórica vinculada con el pasado prehispánico en la búsqueda de una identidad nacional volvió a la agenda política nacional. Nos referimos al Gobierno de Augusto B. Leguía.

En su libro El neoperuano, Gabriel Ramón (2014) establece una relación muy interesante entre los cambios sociales acaecidos en las primeras décadas del siglo xx durante el Gobierno de Leguía y el surgimiento del movimiento indigenista, con sus distintos matices y actores. De acuerdo con el autor, la figura y los postulados de Tello con respecto al origen autóctono de la civilización andina fueron utilizados en el proyecto político de Leguía. De esta manera, los grandes descubrimientos arqueológicos de Tello y la concreción de proyectos, como el Museo Nacional o el Museo de la Cultura Peruana, contribuyeron a la narrativa oficial del Gobierno de Leguía y a sus intereses políticos.

Sin embargo, de acuerdo con Padilla Deza (2017), la visión de Tello sobre un “indigenismo progresista”, que apostaba por la integración de las poblaciones originarias en un único proceso de desarrollo nacional, no era de ninguna manera incompatible con el proyecto de la llamada Patria Nueva de Leguía. Padilla Deza encuentra evidencia convincente acerca de la validez de este argumento el periodo parlamentario de Tello. Siguiendo al autor, la labor de representación de Tello en favor de la población de Huarochirí se traduce en una serie de mociones parlamentarias que tienen por finalidad conseguir mejoras substanciales en el acceso a servicios básicos del Estado. Por ejemplo, las múltiples solicitudes de escuelas para Huarochirí o de alimentos de primera necesidad para Matucana en la sierra central distan de su interés meramente académico, demostrando conocimiento y preocupación por las necesidades de estas poblaciones (2017, p. 277).

Este mismo enfoque en pro de las poblaciones originarias de la sierra central se observa también en su labor parlamentaria de fiscalización. Padilla Deza (2017, p. 278) presenta dos ejemplos muy interesantes al respecto. El primero se basa en el pedido de investigación por parte de Tello a la operación del asentamiento minero Casapalca, cuya fundición es acusada de arrojar desechos al río Rímac, lo cual afectaba la agricultura y la ganadería locales. El segundo ejemplo está relacionado con el mismo asentamiento minero, esta vez referente a una huelga de trabajadores. En esta moción, en particular, Tello pide a la mesa directiva que traslade a los ministerios correspondientes el pedido de investigación a los directivos de Casapalca por retener artículos de primera necesidad en el contexto de una huelga. Padilla Deza concluye que el desempeño de Tello como parlamentario en los casos arriba descritos evidencia una vez más que su preocupación y compromiso por los pueblos originarios iban mucho más allá del reconocimiento de su rol histórico como antecedente directo de la nación peruana. Todo lo contrario, esta reivindicación también evidenciaba preocupación por las condiciones de vida de las comunidades originarias de su época y su inclusión en el proyecto desarrollista de Leguía.

 

Conclusiones

En el presente artículo, nos propusimos analizar la labor parlamentaria de Julio C. Tello desde la perspectiva de la defensa de los derechos culturales. De esta manera, planteamos que el derecho al libre acceso, práctica y participación del patrimonio y la cultura, así como el fin de toda forma de discriminación y racismo, sobre todo dirigida hacia las poblaciones originarias, constituyen uno de los aspectos fundamentales que como país merecen ser resaltados como un objetivo hacia el bicentenario de la independencia del Perú.

Analizar este aspecto de la notable trayectoria profesional de Tello desde esta perspectiva no fue una tarea fácil ni exenta de contradicciones. En este sentido, es indiscutible que los postulados y las posiciones de Tello, tanto respecto al pasado prehispánico como a la construcción de un sistema de gobernanza que proteja el patrimonio cultural, se enmarcaron en la construcción de una nueva narrativa histórica nacional durante el Gobierno de Augusto B. Leguía. Sin embargo, más allá de los intereses políticos de Leguía, esta nueva narrativa nacional impulsada desde el Congreso de la República a través de la labor legislativa de Tello fue sumamente importante para la institucionalización de las labores de investigación y protección del patrimonio cultural y su conservación hacia futuras generaciones. Más aún, si a esto sumamos la reivindicación de los pueblos originarios del Perú como los legítimos descendientes de este pasado grandioso, encontramos un punto de partida muy potente hacia la defensa del ejercicio de los derechos culturales en el país.

Esto sumado a su labor de representación y fiscalización como congresista, caracterizada por la lucha a favor del acceso a la educación de las poblaciones originarias de la sierra central de Perú, así como la defensa de su medioambiente y derechos laborales, completa el panorama de los derechos culturales de estas poblaciones, sobre todo en lo referente a ser tomadas en cuenta como sujetos de derecho sin ningún tipo de discriminación a causa de su identidad étnica, lingüística y cultural.

Nos toca ahora reflexionar, casi 100 años después, acerca de qué hemos hecho como sociedad para consolidar este camino.

Bibliografía

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López-Hurtado, E. (2013). A History of South American Archaeology. En P. Bahn (Ed.), History of Archaeology (pp. 2010-2028). Nueva York: Routledge.

Lumbreras, L. G. (1977). Julio C. Tello, 25 años después. En Arqueología y Sociedad 7-8 (pp. 7-12). Lima: Museo Nacional de Arqueología Antropología e Historia del Perú.

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Padilla Deza, F. (2017). El concepto y la representación de lo indio en la propuesta política de Julio César Tello Rojas (1917-1929): una primera introducción. Investigaciones sociales 21(39), 271-279.

Ramón, G. (2014). El neoperuano. Arqueología, estilo nacional y paisaje urbano en Lima, 1910-1940. Lima: Sequilao Editores.

Francisco García Calderón (1883-1953)

Osmar Gonzales Alvarado

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Francisco García Calderón es uno de los intelectuales fundamentales del Perú. Perteneció a la generación fundadora con la cual empezó el siglo xx, la llamada generación arielista o generación del novecientos. García Calderón fue el más cosmopolita y latinoamericanista de todos sus compañeros generacionales, entre los que destacan pensadores como Víctor Andrés Belaunde, José de la Riva-Agüero, José Gálvez y el hermano de Francisco, el escritor Ventura García Calderón, para mencionar a los más destacados. Estos jóvenes intelectuales posteriores a la guerra del Pacífico tuvieron como objetivo pensar y llevar adelante la “regeneración nacional”.

En general, Francisco García Calderón y los miembros de su grupo generacional han sufrido una especie de olvido y no han sido tomados en cuenta en el momento de evaluar el pensamiento político peruano. Esta marginación ha tenido una doble vertiente: por un lado, herederos ideológicos perezosos y, por el otro, adversarios políticos sectarios. Solo desde hace pocos años —dos décadas, aproximadamente—, las obras de García Calderón, y las de los arielistas en su conjunto, han gozado de reimpresiones de sus textos fundamentales.

Por las razones antes anotadas, esta es una buena oportunidad para subsanar en parte el silencio al que ha sido sometido García Calderón para conocer su biografía y relevar la calidad de su obra tanto como la profundidad de su pensamiento. La intención de estas páginas es familiarizar a las nuevas generaciones con nuestros pensadores clásicos.

Biografía

Paradójicamente, Francisco, hijo del presidente que defendió el territorio patrio, no nació en el Perú, sino en Chile, más exactamente en Valparaíso, en 1883. Su padre fue el llamado presidente de La Magdalena, Francisco García Calderón Landa2. Él, que en un primer momento fue impuesto por las fuerzas de ocupación chilenas en 1881, durante la guerra del Pacífico, supo negarse después a firmar un tratado que despojaba al Perú de sus territorios salitreros del sur. Por ello, precisamente, fue exiliado a Chile. Terminado el conflicto bélico, la familia García Calderón-Rey se trasladó a París, en donde nació Ventura.

De retorno a Lima en 1886, junto con su familia, Francisco realizó sus estudios escolares en el Colegio Los Sagrados Corazones o La Recoleta, a pocos metros de su residencia de la calle de La Amargura, hoy jirón Camaná. Este colegio fue muy importante para la generación arielista y, en general, para gran parte de la intelectualidad peruana. El hogar de la familia García Calderón-Rey contaba con una copiosa biblioteca. En ella, los pequeños Francisco y Ventura y sus hermanos menores (José y Juan) pudieron acercarse a las obras de autores clásicos y modernos; ahí aprendieron la sana costumbre de leer, pensar y escribir. El estímulo del ambiente del hogar fue un factor determinante en su temprana vocación.

A algunas cuadras de donde vivían los García Calderón, en la calle Lártiga, vivía quien sería el gran amigo y compañero de colegio de Francisco García Calderón hijo: José de la Riva-Agüero. En La Recoleta, García Calderón y Riva-Agüero iniciaron y fortalecieron una amistad entrañable. No puedo dejar pasar la oportunidad para llamar la atención sobre la distinta suerte que han corrido sus respetables solares: mientras la casa de los García Calderón es alquilada a pequeños comerciantes de todo tipo, la de Riva-Agüero es uno de los más importantes centros culturales de Lima.

Son múltiples los testimonios que registran las largas conversaciones que sostenían los García Calderón, Riva-Agüero y sus compañeros de generación —que se convertirían con el tiempo en destacados escritores, periodistas, diplomáticos y políticos— en la plaza de La Recoleta o, también, en la biblioteca del expresidente de La Magdalena. Víctor Andrés Belaunde es muy sentimental cuando recuerda esos años de juventud, cuando llegó a Lima desde su natal Arequipa, en 1900, y se vinculó estrechamente a los jóvenes que después serían considerados como los renovadores de los estudios peruanistas, siendo él mismo uno de ellos.