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Compartir a Jesús es todo

Alejandro Bullón


Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Índice de contenidos

Tapa

Prefacio

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Compartir a Jesús es todo

Alejandro Bullón

Dirección: Pablo M. Claverie

Diseño del interior: Marcelo Benítez

Diseño de la tapa: Carlos Schefer

Ilustración de la tapa: Shutterstock

Libro de edición argentina

IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina

Primera edición, e - Book

MMXXI

Es propiedad. Copyright © 2009 Pacific Press® Publishing Association, Nampa, Idaho, USA. Todos los derechos reservados.

Esta edición se publica con permiso del dueño del Copyright.

© 2011, 2021 Asociación Casa Editora Sudamericana.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-331-9


Bullón, AlejandroCompartir a Jesús es todo / Alejandro Bullón / Dirigido por Pablo M. Claverie . - 1ª ed . - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2021.Libro digital, EPUBArchivo digital: OnlineISBN 978-987-798-331-91. Iglesia Adventista. I. Claverie, Pablo M., dir. II. Título.CDD 286.7

Publicado el 05 de enero de 2021 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

E-mail: ventasweb@aces.com.ar

Website: editorialaces.com

Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Prefacio

“Lo que me lleva a escribir este libro es el peligro que corremos de equivocarnos en la comprensión de lo que es el reino de Dios. Esa fue la tragedia de los discípulos y puede ser también la nuestra”, escribe el autor de este libro.

¿Qué es el reino de Dios? Esta pregunta es el eje central de esta obra. Corre como un río a lo largo de cada capítulo, dándole vida a los pensamientos con los que el pastor Alejandro Bullón intenta darnos una respuesta. La cuestión es acuciante para el pueblo de Dios que vive en el último período de la historia.

Porque el reino de Dios tiene instituciones que requieren de estadísticas, presupuestos, gráficos, registros de entradas y salidas monetarias, pero es mucho más que esto. Lo peor que nos puede ocurrir es pensar que el crecimiento del reino de Dios está ligado directamente al aumento de los números, y de ahí inferir que para que el reino de Dios crezca debemos crear una serie de estrategias para aumentar el número de miembros y la cantidad de ingresos financieros. Esta no es una cuestión de métodos. No es un asunto de talentos. No tiene nada que ver con el poder humano. Cualquier gran ejecutivo podría hacer crecer la estructura. Para hacer esto no necesitamos el poder del Espíritu Santo. El desafío de la iglesia es hacer crecer espiritualmente a cada cristiano.

A todo aquel que recibió a Cristo en su corazón, el Señor lo compromete a que participe con él en la gran empresa de preparar una iglesia gloriosa que refleje la gloria de Dios. Ese es el anhelo más grande de Dios, y es también la misión que le confió a usted y a cada uno de nosotros como creyentes.

Si la gloria de Dios es su carácter, según lo declara Elena de White, entonces reflejar la gloria divina es participar de su amor. Porque Dios es amor. Es amar a Dios y amar a las personas por las que Cristo murió.

Llevar almas a los pies del Maestro es también un instrumento indispensable en el proceso del crecimiento espiritual. El crecimiento espiritual tiene como objetivo final llevarnos a reflejar el carácter de Jesucristo, y consecuentemente llevar a otros a los pies del Maestro, como Andrés hizo con Pedro.

En este libro, el pastor Alejandro Bullón nos enseña cuán fácil es compartir a Jesús. Él nos desafía a festejar, disfrutar, gozar y celebrar la tarea de la testificación. Luego de la lectura de este libro, usted comprenderá por qué es hermoso compartir a Jesús. Porque compartir a Jesús es evangelizar, es preparar a la iglesia del sueño de Dios para que lo glorifique aquí en la Tierra y se encuentre con él cuando vuelva por segunda vez. A este destino hemos sido llamados usted y nosotros.—Los editores.

Capítulo 1
¿Qué reino estamos construyendo?

Camino, mientras pienso. El terreno bajo mis pies parece herido y rajado por los años. Las cosas de alrededor no me impresionan, y ni siquiera la luna redonda me llama la atención. Camino pensativo, buscando ideas. Para ser franco, busco palabras. Quiero decir tantas cosas, expresar la incapacidad humana de entender los asuntos del espíritu, la dureza de mi propio corazón. Mientras camino, vienen a mi memoria las luchas del alma que Jesús enfrentaba al lidiar con sus discípulos. Y tengo vergüenza. Yo soy uno de ellos. Dos milenios después, pero soy uno de ellos.

Jesús siempre tuvo dificultad para que sus discípulos lo entendieran. Ellos decían que lo entendían, y tal vez oyeron sus palabras, pero no captaron el sentido de lo que decía. Daba la impresión de que el Maestro les hablaba en una frecuencia, y ellos sintonizaban otra. Era así. Jesús hablaba de cosas espirituales y los hombres, limitados por su humanidad, solo entendían las cosas desde el punto de vista material.

Por ejemplo, un día el Maestro se encontró con Nicodemo y le habló del nuevo nacimiento. Él hablaba de un nacimiento espiritual, de la conversión. Todo ser humano necesita ser convertido para vivir la vida cristiana, pero Nicodemo preguntó: “¿Cómo puede un hombre nacer siendo viejo? ¿Puede acaso entrar por segunda vez en el vientre de su madre, y nacer?” (Juan 3:4). Nicodemo, a pesar de ser un líder espiritual del pueblo de Dios, no entendió el sentido espiritual del mensaje de Jesús.

En otra ocasión, el Maestro se encontró con la mujer samaritana y le habló del agua de la vida. Jesús se refería a la gracia maravillosa que sacia la sed espiritual del ser humano, pero la pobre mujer no tenía capacidad de entender las cosas del espíritu, e inmediatamente preguntó: “Señor, no tienes con qué sacarla, y el pozo es hondo. ¿De dónde, pues, tienes el agua viva?” (Juan 4:11). Jesús hablaba del agua que venía del cielo y ella miraba el agua del pozo. ¡Qué tragedia!

En el capítulo ocho del Evangelio de Marcos encontramos registrada otra historia que muestra la dificultad de los seres humanos para entender las cosas espirituales. Está relatada así: “Habían olvidado de traer pan, y no tenían sino un pan consigo en la barca. Y él les mandó, diciendo: Mirad, guardaos de la levadura de los fariseos, y de la levadura de Herodes”. ¿De qué levadura estaba hablando Jesús? De la doctrina. Sin embargo, los discípulos “discutían entre sí, diciendo: Es porque no trajimos pan” (Mar. 8:14-16). Llega a ser jocoso. Ellos entendían todo mal. Veían las cosas solo desde el punto de vista humano y material.

Jesús había venido al mundo a establecer su reino, y en todo momento fue claro cuando les dijo que su reino era espiritual. Juan ya lo había anunciado: “En aquellos días vino Juan el Bautista predicando en el desierto de Judea, y diciendo: Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado” (Mat. 3:1, 2). Tanto Juan como Jesús hablaron siempre del “reino de los cielos”. El Señor mencionó 126 veces la naturaleza espiritual de su reino en los cuatro evangelios. Jamás dio motivo para que los discípulos pensaran que se estaba refiriendo a un reino terrenal. Fue enfático cuando usó ilustraciones como la sal, la luz, la levadura y el grano de mostaza. Cosas pequeñas, pero de consecuencias trascendentales y eternas, como son las cosas espirituales. Pero ellos pensaban que Jesús era un mesías guerrero, y que había llegado solamente para derrotar a los romanos y establecer el reino terrenal de Israel. Los discípulos pensaban en el reino de los cielos en términos humanos, aunque trataban de “espiritualizar” sus conceptos. Mencionaban con frecuencia la expresión “reino de los cielos”, pero inconscientemente lo hacían dentro de los parámetros de las cosas de esta Tierra. Como cuando discutieron acerca de quién de ellos sería el más grande en el “reino de los cielos”. ¡Qué ironía!

 

A lo largo de sus tres años de ministerio, Jesús trató de enseñarles una y otra vez la naturaleza espiritual de su reino, y ellos siempre creyeron que lo habían entendido. La realidad, sin embargo, era dolorosamente cruel. Ellos jamás entendieron. Por eso, cuando Jesús murió, se sintieron frustrados, derrotados y tristes. Sus expectativas políticas habían llegado a su fin. Para ellos, el “reino de los cielos” no había pasado de ser una ilusión. Y aquel domingo, mientras dos de ellos retornaban a Emaús con sus esperanzas frustradas, Cleofas, sin reconocerlo, le dijo al propio Señor Jesucristo: “¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no has sabido las cosas que en ella han acontecido en estos días? Entonces él les dijo: ¿Qué cosas? Y ellos le dijeron: De Jesús nazareno, que fue varón profeta, poderoso en obra y en palabra delante de Dios y de todo el pueblo; y cómo le entregaron los principales sacerdotes y nuestros gobernantes a sentencia de muerte, y le crucificaron. Pero nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel; y ahora, además de todo esto, hoy es ya el tercer día que esto ha acontecido” (Luc. 24:18-21).

¿Por qué las palabras de Cleofas están cargadas de pesimismo? “Nosotros esperábamos que él era el que había de redimir a Israel”, dijo entristecido. ¡Pobres discípulos! Habían entendido mal lo que era el reino de Dios. La redención que Jesús les había prometido estaba en plena acción. Era esa la razón por la que el Señor había aceptado la muerte de cruz, y ellos pensaban que Jesús les había fallado. Habían sido desaprobados en el examen final.

Pero Jesús nunca desecha a los que fracasan. Él es el Dios de las oportunidades, siempre dispuesto a escribir una nueva historia en una página en blanco. Por eso, aquella misma noche apareció ante sus discípulos, que estaban dominados por el miedo, escondidos con las puertas trancadas y las esperanzas rotas. Los consoló, les dio ánimo y les encomendó la edificación de su reino.

¿Qué reino edificarían, si en tres años no habían entendido nada? Pero Jesús nunca pierde las esperanzas, y se quedó con ellos cuarenta días más para ayudarlos a entender la naturaleza espiritual de su reino. Lucas relata la historia de la siguiente manera: “A quienes también, después de haber padecido, se presentó vivo con muchas pruebas indubitables, apareciéndoseles durante cuarenta días y hablándoles acerca del reino de Dios” (Hech. 1:3).

¡El reino de Dios! Ese había sido el tema central de su ministerio durante los tres años anteriores. Ellos no habían entendido. Ahora, resucitado, antes de subir a los cielos, se queda con ellos cuarenta días más, y el tema central de sus enseñanzas en esos días volvió a ser el reino de Dios. Les dice más; les pide que no salgan de Jerusalén, sino que esperen la promesa del Espíritu Santo. ¿Por qué? Porque el reino de Dios es un reino espiritual y solo puede ser edificado con la participación del Espíritu.

Después compara ambos reinos con el bautismo de Juan y el bautismo del Espíritu. Juan bautizaba con agua. Era un bautismo visible. Todo el mundo veía. Quedaban las “fotos”, ese recuerdo visual, como registro del acontecimiento; los nombres eran escritos en los libros de la iglesia. Pero el bautismo del Espíritu es diferente. Nadie ve. No hay fotos. Porque el reino de Dios empieza a trabajar por dentro, como lo hacen el grano de mostaza, la sal y la levadura. Los nombres no están escritos en los libros de la secretaría de la iglesia, sino en los libros de la vida allá en los cielos.

Este es el último día que Jesús pasa con sus discípulos. Este es el último mensaje que les deja. Quiere tener la certeza de que ahora sí entendieron la naturaleza espiritual de su reino; pero, de repente, ellos le preguntan con una ingenuidad que duele: “Señor, ¿restaurarás el reino de Israel en este tiempo?” (Hech. 1:6).

Imagina la decepción de Jesús. Él ya estaba listo para partir, y sus amados discípulos todavía no habían entendido la misión. Entonces, al registrar sus últimas palabras, les dice cómo construir el reino espiritual, la iglesia gloriosa, sin arruga, ni mancha, que él desea encontrar cuando vuelva: “Recibiréis poder, cuando haya venido sobre vosotros el Espíritu Santo, y me seréis testigos en Jerusalén, en toda Judea, en Samaria, y hasta lo último de la tierra” (Hech. 1:8). Para construir el reino de Dios, cada discípulo tendría que volverse un testigo. Sin el testimonio personal de cada cristiano, jamás existiría el reino de Dios.

Ya pasaron más de veinte siglos desde aquel día, y yo me pregunto: ¿Entiendo la naturaleza espiritual del reino de Dios? ¿Estoy edificando el reino de Dios o simplemente un reino terrenal? ¿Basta llamar “reino de Dios” a lo que estoy construyendo, para que en verdad sea el reino de Dios? ¿O, pensando que estoy edificando el reino del Señor, estoy haciendo crecer, simplemente, un reino humano al que llamo “reino de Dios”?

Para responder estas preguntas, es necesario entender primero en qué consiste el reino de Dios. No está formado por cosas sino por seres humanos. La materia prima, si pudiésemos llamarla así, son las vidas. Vidas preparadas para el encuentro con Jesús; hombres y mujeres que reflejan el carácter de Jesús; gente linda que, al moverse por las calles de la vida, iluminan el mundo con la gloria del Señor.

Elena de White escribió: “El último mensaje de clemencia que ha de darse al mundo es una revelación de su carácter de amor. Los hijos de Dios han de manifestar su gloria. En su vida y carácter han de revelar lo que la gracia de Dios ha hecho por ellos” (Palabras de vida del gran Maestro, p. 342).

La preocupación del reino de Dios es la salvación de las personas. Pero, a pesar de que es un reino espiritual, aún está en la Tierra y necesita una estructura. Por lo tanto, mientras vivamos en este mundo, el reino de Dios necesita templos, capillas, instituciones, escuelas, casas editoras, hospitales, dinero y libros de registro. La estructura es un aspecto del reino espiritual de Dios. No puede ser desvinculada del reino mientras peregrinemos en este mundo.

El peligro radica en confundir las cosas y empezar a medir el crecimiento del reino de Dios por el crecimiento de la estructura. Voy a hacer una pregunta dramática: ¿Es posible hacer crecer la estructura sin que crezca el reino de Dios?

Déjame relatarte un incidente curioso que va a ilustrar lo que te estoy diciendo: Corría 1988 y estábamos preparando los detalles de lo que sería la campaña evangelizadora más grande de la Iglesia Adventista en el Brasil hasta entonces. Veinte mil personas se reunirían todas las noches en el estadio cubierto de Ibirapuera, de la ciudad de San Pablo. Aquel sueño fue realizado con la participación de muchas personas maravillosas. Gente linda, que no midió trabajo ni dinero. Dos empresarios quisieron financiar una campaña publicitaria masiva, usando todos los medios de comunicación. Así que, nos reunimos con un grupo de profesionales de una empresa publicitaria. Uno de ellos nos preguntó: “¿Qué tipo de público quieren? Nosotros les llenamos el estadio con el tipo de gente que ustedes prefieran: jóvenes, mujeres, ancianos, inválidos, lo que ustedes quieran”.

Al principio, la actitud de aquel hombre me pareció arrogante, pero a medida que él hablaba fui entendiendo el poder de la propaganda. El mundo es movido por la publicidad. Salvo raras excepciones, las personas consumen lo que la propaganda les vende: automóviles, ropa, alimentos, artículos de belleza, etc. Aquel hombre nos afirmó, por ejemplo, que la Coca Cola se ha transformado en una especie de religión, por causa de la propaganda: “¿Quiénes creen ustedes que hicieron de la Coca Cola lo que es? Nosotros, los publicitarios”.

Repentinamente, un colega que estaba conmigo preguntó:

—Y, si nosotros quisiéramos hacer una campaña publicitaria de nuestra iglesia, ¿aumentaría el número de miembros?

—Claro, afirmó el hombre, solo que ustedes necesitarían por lo menos diez años para construir templos, salones, coliseos, estadios, etc. Porque, ¿dónde colocarían en este momento a todas las personas que vendrían a su iglesia como resultado de nuestro trabajo?

Yo estaba perplejo. Aquel hombre no estaba exagerando. La propaganda tiene el poder de vender cualquier producto, incluso una filosofía de vida. Entonces, ¿para qué necesitamos al Espíritu Santo? Conducir a multitudes a que se vuelvan miembros de una iglesia no es difícil; hacer que los ingresos económicos aumenten y se multipliquen las escuelas, las casas editoras y los templos no es una tarea imposible para la habilidad humana.

Si contratásemos a un gran ejecutivo que haya hecho crecer a empresas como Shell, Honda, Microsoft y otras, ¿no podría también hacer crecer la estructura de nuestra iglesia y multiplicar sus “consumidores”? Para eso no se necesita al Espíritu Santo; solo se requiere habilidad empresarial. Cualquier gran ejecutivo presentaría, después de tres años, un balance extraordinario y un informe impresionante de aumento de miembros, ingresos y desarrollo alrededor del mundo. Presentaría también un crecimiento de bienes raíces por todos lados, pero ¿podría presentar a un pueblo que reflejara la gloria de Dios y el carácter de Jesucristo?

Usando solo técnicas administrativas y de liderazgo, es posible hacer crecer la estructura de la iglesia, sin que necesariamente crezca el reino de Dios, pero es imposible que el reino de Dios crezca sin que la estructura también lo haga.

Lo que me lleva a escribir este libro es el peligro que corremos de equivocarnos en la comprensión de lo que es el reino de Dios. Esa fue la tragedia de los discípulos y puede ser también la nuestra. El reino de Dios tiene instituciones, miembros, estadísticas, presupuestos, gráficos, registros de entradas y salidas monetarias, pero es mucho más que esto. Si cada cristiano no crece espiritualmente, si la iglesia no lleva a cada nuevo convertido a una vida de permanente comunión con Dios, si cada cristiano no ora, no estudia la Biblia y no guía a las personas a los pies de Cristo, no existe tal reino de Dios.

Lo peor que nos puede suceder es pensar que el crecimiento del reino de Dios es simplemente el aumento de los números. Y, en nuestro afán por hacer crecer el reino de Dios, por crear una serie de estrategias para aumentar el número de miembros y la cantidad de ingresos financieros, podemos confundir los términos. Cualquier gran ejecutivo podría hacer crecer la estructura. Solo para eso no se necesitaría al Espíritu Santo. El desafío de la iglesia es hacer crecer espiritualmente a cada cristiano, para que también haya un crecimiento de miembros y un aumento financiero saludable.

Es noche en Atlanta mientras llego al fin de este capítulo. A mi lado derecho está la ventana, por donde contemplo los vehículos que buscan su destino. Imagino a las personas que los conducen y siento su dolor. El dolor de andar sin Cristo. Y escucho el desafío de Jesús: “Ve allá y llámalos a formar parte de mi reino. No los hagas simplemente miembros de iglesia, hazlos hombres y mujeres espirituales. Para eso te di la realidad de mi Espíritu”.

Es noche ya, bien noche, y me vienen a la cabeza los versos de un trovador amigo, de un artista del dolor; el escritor y poeta Ricardo Bentancur:

El hombre camina sobre la tierra herida,

rajado de pie a cabeza

en su horizonte el corazón ya declina.

Mira las estrellas y busca un sentido.

Recuerda el viejo adagio de un

Maestro para él desconocido:

“No solo de pan vive el hombre,

sino de toda Palabra

de Aquel que revela el amor de su Nombre”.

“No comprenden ustedes las cosas del Espíritu

—dijo el Maestro del símbolo—:

La luz no es la luz ni la levadura lo es del pan que hoy partimos”.

Y así, la Metáfora les habló ciento veintiséis veces:

 

El agua, la sal, la levadura, la espiga de trigo,

los cinco panes y los dos peces.

Continúan de los discípulos las preguntas en esta era perdida:

¿Cómo nacer de nuevo? ¿Cómo sacar el agua?

El hombre sigue espinando la Carne una vez partida.

Y caminando, orando y sufriendo,

el hombre escucha la voz,

y símbolos y metáforas ahora viviendo

revela ante el mundo el rostro de Dios.

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