Iberoamérica sonora

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Itzcóatl Tonatiuh Bravo Padilla

Rectoría General

Miguel Ángel Navarro Navarro

Vicerrectoría Ejecutiva

José Alfredo Peña Ramos

Secretaría General

Ángel Igor Lozada Rivera Melo

Secretaría de Vinculación y Difusión

Sergio Arbelaez

Coordinación de FIMPRO

José Alberto Castellanos Gutiérrez

Rectoría del Centro Universitario

de Ciencias Económico Administrativas

José Antonio Ibarra Cervantes

Coordinación del Corporativo

de Empresas Universitarias

Sayri Karp Mitastein

Dirección de la Editorial Universitaria

Coordinación editorial

Sol Ortega Ruelas

Diseño de portada y diagramación

J Daniel Zamorano Hernández

Corrección

Rogelio Villarreal

Se prohíbe la reproducción, el registro o la transmisión parcial o total de esta obra por cualquier sistema de recuperación de información, sea mecánico, fotoquímico, electrónico, magnético, electroóptico, por fotocopia o cualquier otro existente o por existir, sin el permiso por escrito del titular de los derechos correspondientes.

Primera edición electrónica, 2016

Coordinadores

Enrique Blanc Rojas (Enrique Blanc)

Nicolás Adolfo Inzillo (Humphrey Inzillo)

Textos

© William Humberto Pérez Vargas (Umberto Pérez), Martín Emanuel Graziano (Martín E. Graziano), Héctor Gabriel Plaza (Gabriel Plaza), Nicolás Adolfo Inzillo (Humphrey Inzillo), Manuel José Maira Benavente (Manuel Maira), William Enrique Padrón Poleo (William Padrón), Gabriela Andrea Robles Bayancela (Gabriela Robles), Jaime Andrés Monsalve Buritica (Jaime Andrés Monsalve B.), Luis Daniel Vega Pinzón (Luis Daniel Vega), Juan Carlos Garay Acevedo (Juan Carlos Garay), Diego Alejandro Londoño Molina (Diego Londoño), Enrique Blanc Rojas (Enrique Blanc), Juan Carlos Hidalgo Baca (Juan Carlos Hidalgo) Jaime Acosta Santos (Jaime Acosta), David Anselmo Cortés Arce (David Cortés), Pablo Ferrer Ben-Amar (Pablo Ferrer), Adalberto Arcos Landa (Betto Arcos)

Fotografías

© Andrés Wolf, María Florencia Carrozza (Flor Carrozza), Maia Alcire, Claudia Valenzuela, Basil Fauchier, Isabelle Andrade, Felipe Vallejo Cano (Felipe Vallejo), Leo Carreño, Julia Díaz Santa (Julia Díaz), Jorge Cano, Pablo Saracho Gómez, César Ortiz Ortiz (César Ortiz), Óscar Jaimes Matec, Igor Cortadellas, Joachim Cooder, Mónika Hannelore Pérez Néufeld (Mónika Néufeld), Vicente Barragán Cobos (Vicente Barragán), Lina Botero, Eliana Soledad Graziano (Eliana Graziano), Gabriela Díaz Enríquez (Gabriela Díaz), Eugenio Mazzinghi, Juan Comini

D.R. © 2016 Universidad de Guadalajara


Editorial Universitaria

José Bonifacio Andrada 2679

44657, Guadalajara, Jalisco

01 800 UDG LIBRO

www.editorial.udg.mx

ISBN 978-607-742-534-2

Mayo de 2016

Diseño epub:

Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Agradecimientos

La Red de Periodistas Musicales de Iberoamérica agradece a Octavio Arbeláez, Sergio Arbeláez, Circulart, Fabiola Pazmiño, Chía Patiño, Luisa Seif, Fundación Teatro Nacional Sucre, Igor Lozada, FIMPRO, María Carrascal, Martín Liviciche, AM–PM “América x su Música”, ADIMI, Joselo Rangel, Rubén Scaramuzzino, Zona de Obras, EXIB Música, Adriana Pedret, IMESUR, Tomás Muhr, Rodrigo Santis, Sayri Karp, Marcos Ramírez (Mamboretá), Liliana Ramírez y a los incontables músicos iberoamericanos que acicatean nuestra inspiración su apoyo para la publicación de esta obra.

Asimismo, agradecemos a los músicos y fotógrafos las imágenes que generosamente nos facilitaron:


Andrés Wolf pp. 18, 171
Flor Carrozza p. 28
Orquesta Típica
Fernández Fierrro p. 38
Maia Alcire p. 48
Claudia Valenzuela p. 58
Basil Fauchier p. 68
Isabelle Andrade p. 78
Felipe Vallejo p. 86
Leo Carreño p. 96
Julia Díaz p. 106
Jorge Cano p. 114
Pablo Saracho Gómez p. 124
César Ortiz p. 134
Óscar Jaimes Matec p. 144
Igor Cortadellas p. 152
Joachim Cooder p. 160
Mónika Néufeld p. 170
Vicente Barragán p. 170
Lina Botero p. 170
Eliana Graziano p. 170
Gabriela Díaz p. 170
Eugenio Mazzinghi p. 170
Juan Comini p. 171

Iberoamérica sonora: músicos en efervescencia creativa / Enrique Blanc y Humphrey Inzillo, coordinadores ; textos William Humberto Pérez Vargas… [et al.]. -- 1a ed. – Guadalajara, Jalisco : Editorial Universitaria : Universidad de Guadalajara : FIMPRO : Red de Periodistas Musicales de Iberoamérica, 2016.

180 p. : il. ; 23 cm. – (Colección FIMPRO : La media vuelta).

ISBN 978 607 742 533 5

1. Música-América Latina 2. Compositores-América Latina 3. Músicos latinoamericanos. I. Blanc Rojas, Enrique, coordinador II. Inzillo, Humphrey, coordinador III. Pérez Vargas, William Umberto, autor IV Serie.

781.626 8 .I12 DD21

ML 199 .I12 LC

Índice

Presentación

ENRIQUE BLANC Y HUMPHREY INZILLO

Prólogo

JOSELO RANGEL

Lisandro Aristimuño

Canciones de un soñador

UMBERTO PÉREZ

Sofía Viola

La consagración de la primavera

MARTÍN E. GRAZIANO

Orquesta Típica Fernández Fierro

Fernet, tango y rocanrol

GABRIEL PLAZA

Martín Buscaglia

Un cubista marginal en el Río de la Plata

HUMPHREY INZILLO

Gepe

 

Independencia pura

MANUEL MAIRA

La Vida Boheme

Libertad de hermanos

WILLIAM PADRÓN

Nicola Cruz

La cosecha

GABRIELA ROBLES

Mario Galeano

De frente por la cumbia

JAIME ANDRÉS MONSALVE B.

Edson Velandia

El terco

LUIS DANIEL VEGA

Jacobo Vélez

De Bogotá a Cali

JUAN CARLOS GARAY

Juancho Valencia

El genio rebelde de la nueva música colombiana

DIEGO LONDOÑO

Porter

Ave fénix del rock mexicano

ENRIQUE BLANC

Pascual Reyes

Un compositor para la buena muerte

JUAN CARLOS HIDALGO Y JAIME ACOSTA

Mal’Akh

Encuentro de dos mundos

DAVID CORTÉS

Silvia Pérez Cruz

La espuma del mar

PABLO FERRER

Ry Cooder

De Cuba a Los Ángeles, un viaje musical en reversa

BETTO ARCOS

Red de Periodistas Musicales de Iberoamérica

Notas al pie

Presentación

REDPEM

Pasión, análisis y circulaciónde la música en Iberoamérica

¿Cómo nos definimos? Periodistas musicales, críticos de música, da igual. Antes que cualquier etiqueta, lo que nos une es un factor común: la pasión. A todos nos identifica esa compulsión irrefrenable por tomar la pluma o brincar a la computadora para compartir el regocijo, el gozo pleno, la emoción descarrilada, la inspiración misma que nos detonan las notas musicales; una interpretación vocal que nos conmueve; el hallazgo increíble en un tianguis de una ciudad recóndita de un casete viejo o un acetato con la funda maltratada pero con una grabación cuyo valor nos parece un tesoro, o bien esa sed de conocimiento que nos empuja a realizar entrevistas, revisar publicaciones añejas o a bucear en las profundidades de la internet en busca de un dato, de una anécdota, de una canción que nos sirva como la pieza del rompecabezas que faltaba para poder entender, en la obsesiva dimensión en que lo exigimos, a ese compositor, a aquel álbum, a tal movimiento musical, a cierta escena en particular, a los que estamos entregando nuestro tiempo, vida y alma.

Antes que críticos somos melómanos. Y tenemos el privilegio –y la responsabilidad– de poder hacer pública una práctica habitual en el ámbito cotidiano: compartir el placer de la música con nuestros lectores como antes lo hacíamos con nuestros mejores amigos. Hace unos años contábamos con el plus de acceder a cierta información, ciertos discos, ciertas publicaciones de difícil acceso para el melómano de a pie. Ahora, con los nuevos modos de circulación que provocaron una especie de democratización musical, nuestro papel como críticos muta hacia un concepto más cercano a la curaduría. O bien cómo ordenar toda esa información disponible y ayudar a trazar nuevos planes de escucha.

Bien lo decía el periodista musical estadounidense Geoffrey Himes –colaborador asiduo de la revista Paste– en su espléndido texto Por qué todavía necesitamos la crítica musical, que los críticos habían sido de igual forma decisivos en la evolución de su pensamiento como cualquier escritor de canciones, novelista o guionista. Seguramente los que escribimos sobre música pensamos lo mismo y muy posiblemente algo que escribió otro colega nos animó a asumir esta vocación de forma categórica. Pensamos al vuelo en críticos/periodistas/melómanos/escritores como Lester Bangs, Greil Marcus, Bill Flanagan, David Byrne, Ron Tannenbaum, Robert Hillburn, David Fricke, Simon Frith, o bien a quienes en Iberoamérica han abierto camino: Diego A. Manrique, José Agustín, Alfredo Rosso, Claudio Kleiman, José Domingos Raffaelli, Néstor Ortiz Oderigo, Coriún Aharonian y Sergio A. Pujol, entre muchos otros. En fin, nombres que han sido referentes y cuyos textos con toda seguridad hemos atendido quienes decidimos agruparnos como la Red de Periodistas Musicales de Iberoamérica (Redpem) y tras esta complicidad plantearnos el desarrollo de proyectos en conjunto, como este libro, más allá de compartir la música que nos llega de primera mano a los países donde vivimos, con la idea de que circule por el mundo de habla hispana con mayor velocidad.

En ese sentido, este esfuerzo tiene entre sus móviles constatar que a lo largo de Latinoamérica, España e incluso Estados Unidos, un conjunto de melómanos que han mutado en especialistas y que fungen en ocasiones como críticos, gestores culturales, conductores de programas de radio y televisión, curadores de playlists, asesores de ferias y mercados, conferenciantes, entre muchas otras modalidades, se comprometen día a día desde distintas ciudades a favor de aquella música que consideran debe ser descubierta, conocida, compartida, consumida y disfrutada. Esto con la idea de equilibrar de cierto modo la oferta musical apabullante que los grandes corporativos y sus maquiavélicos intereses lanzan como si fuesen anzuelos para nuestros oídos, a través de todos aquellos canales a los que reconocemos como mainstream y que, por lo general, optan por aquello de fácil consumo, por estilos que muchas veces poco o nada tienen que ver con las tradiciones profundas de nuestros pueblos y el devenir de nuestras culturas, sino que buscan una veloz rentabilidad comercial a través de la repetición de fórmulas ya probadas con nula originalidad e imaginación.

Ahora, aunque sabemos que la obra de todo compositor, donde quiera que se encuentre, está en perpetuo dinamismo y que incluso muchas veces aún después de su muerte ésta sigue transformándose en la suma de nuevos materiales, digamos grabaciones inéditas, interpretaciones que hacen otros de ésta, el objetivo de hacer un libro como éste, en el cual se desmenuza el legado de artistas que se encuentran en plena efervescencia creativa, tiene como primera finalidad situarnos en el mapa de la profesión. Es decir, asumirnos como víctimas del poder hechizante de la música que buscan a toda costa compartir el gozo que ello nos significa. También queremos mostrar cómo, a través de una semblanza abierta, pueden reconocerse diversos estilos, un lenguaje que resulta inherente a cada región que pertenece y una visión que se extiende, más allá del solista o el grupo en cuestión, a una escena musical que pensamos está entre las más importantes y fértiles del continente.

Pensemos en una instantánea que captura un momento particular y aborda el trabajo de creadores que desde distintos rincones del orbe están aportando elementos al desarrollo de estilos que no pueden negar una identidad estrechamente vinculada a la realidad en que surgen, lo cual nos pareció medular desde la concepción de este proyecto.

Trabajar a partir de la identidad es una cuestión clave y especialmente valorada por todos los que integramos Redpem. Por eso estimulamos e incentivamos especialmente el diálogo entre las tradiciones folclóricas locales y las músicas contemporáneas globales. El planteamiento no es solamente estético, sino que tiene que ver, incluso, con el modo en que un artista puede desarrollar su carrera por fuera de otro territorio, y allí es cuando ese legado local, potenciado por un enfoque universal, aparece como un argumento para la conquista de nuevos públicos, de nuevos mercados, de nuevos entornos para el desarrollo de su carrera.

En Iberoamérica sonora encontrarás autores que proceden de urbes como Buenos Aires, Ciudad de México, Bogotá, Los Ángeles, Santiago, Caracas, Quito, Guadalajara y Medellín y que de unos meses a la fecha se reconocen a través de un diálogo frecuente que, directa o indirectamente, impulsa la difusión del trabajo de músicos como los que aquí se incluyen. No podemos negar que las formas contemporáneas de interacción –los medios sociales, la internet, los llamados teléfonos inteligentes, las revistas digitales– han revolucionado nuestro mundo. Estas páginas que tienes entre tus manos son sólo otra consecuencia de ello y el testimonio fehaciente de que la música asimismo puede trascender fronteras y gustos de la mano de quienes nos dedicamos a su estudio, su difusión y la lúdica amplificación de su magia irrefrenable.

Enrique Blanc, Guadalajara

Humphrey Inzillo, Buenos Aires

Abril de 2016

Prólogo

Un aplauso

JOSELO RANGEL

“Los jóvenes de ahora lo tienen muy fácil, todo se les sirve en bandeja de plata. A nosotros nos costaba mucho trabajo enterarnos de las novedades. La información valía oro. Hoy no. Por eso ahora todos se creen periodistas, pero eso no es periodismo, no se trata de sólo googlear el nombre de una banda y que te aparezca su historia y puedas escuchar su discografía completa. Tienes que pensar, digerir, sudar sangre y luego ver qué haces con ese sentimiento que si no te brota de las entrañas, no es válido.”

Así podría comenzar este texto pero, en mi juventud, siempre odié a los viejos que se ufanaban de lo que ellos habían sufrido, reclamándonos a nosotros que la teníamos regalada. Ya que las cosas no nos habían costado, no las apreciábamos. Como si fuera culpa nuestra que los tiempos hubieran cambiado.

Claro, hablaban de otras cosas. Tal vez habían vivido la revolución, alguna guerra, la dictadura, persecuciones políticas, hambre. Mis padres, por ejemplo, crecieron en familias que tiraban más a la pobreza que a la opulencia. Trabajaron desde pequeños porque su padre o su madre murió, y ellos tenían que traer la comida a casa.

Eran otros problemas, verdaderos problemas, diría alguien. Pero tener o no información, de cualquier tipo, puede ser un problema grave. Lo vemos en estos tiempos, en donde muchas cosas que antes estaban vedadas están saliendo a la luz. La importancia del periodista, si es que alguien lo dudaba, es más importante ahora que nunca. Y por supuesto, también en lo que nos atañe a nosotros, la música, que es nuestra pasión, nuestra forma de vida.

Criticar a un joven por tener mas acceso a la información sería criticarme a mí mismo. Yo también lo tengo más fácil, la diferencia es que cada vez que yo acceso a un link o tecleo el nombre de una banda en Google le doy gracias al Dios de la Información por ponerme las cosas tan sencillas… ¡Oh, loado seas, te alabamos!

Me empecé a interesar en el rock –debería decir obsesionar– cuando compré una revista, en cuya portada venía Debbie Harry, del grupo Blondie, que se llamaba Sonido. Devoré ese ejemplar hasta deshojarlo. Había reportajes de las bandas del momento: post punk y new wave. Comenzaba entonces el efímero –no sabíamos qué tanto– new romantic, con grupos como Classix Nouveaux y Spandau Ballet. En ese número y en los subsecuentes que compré, salieron bandas mexicanas en activo: Dangerous Rhythm, Size, Ruido Blanco, María Bonita. Yo tenía quince años y vivía en Ciudad Satélite, más allá de los suburbios de la Ciudad de México, lo cual me ponía en una situación de lejanía insoportable de todo lo que estaba pasando. No hubiera sabido nada de todo eso: estilos musicales, discos frescos, nuevas tendencias si no fuera por la revista misma. No existía otra forma de enterarte. Y menos para un casi niño como yo.

 

¿Quién escribía los reportajes? ¿Quién firmaba los textos? No lo supe en ese momento ni me interesaba. Estaba obnubilado por las figuras casi míticas que aparecían en las fotos: músicos con guitarras, baterías, con el micrófono en la mano en un escenario, en una pose amanerada, con ropas extravagantes, sin sonreír. ¡Qué importaba quién escribiera! Aunque los textos los devoraba, la imagen de esos semidioses, muchos de los cuales no escuché hasta años después, era el principio y el fin de todo.

Hace no mucho tiempo me enteré de que los que escribían esos reportajes resultaron ser los mismos músicos de las bandas mexicanas que ahí publicaban: Óscar Sarquiz, Delia M., Carlos Robledo. Nunca lo vi como algo oportunista, al contrario, los músicos querían no sólo expresarse a través de sus canciones, sino también de sus conocimientos musicales, de sus gustos, una especie de invitación a integrarse a su club.

Walter Schmidt, el editor de Sonido, era integrante del grupo Decibel. Después lo fue de Size y también de Casino Shanghai; cada uno de estos proyectos fue muy importante para el desarrollo del rock en nuestro país.

No creo que Walter Schmidt me haya influenciado con su música, pero estoy seguro de que lo hizo con la información que publicaba en su revista. ¡Conocí a tantos grupos nuevos gracias a él! Es sabido que en México circulaba información sobre bandas inglesas aún antes que en Estados Unidos, y eso fue gracias a Walter.

Un movimiento musical necesita sus periodistas, los testigos de lo que los grupos nuevos están haciendo. Para nosotros, Café Tacvba, fueron Rogelio Villarreal y Mongo, quienes publicaban una revista underground llamada La Pus moderna. En esa revista aparecimos los grupos nuevos: Maldita Vecindad y los Hijos del Quinto Patio, Café de Nadie, Santa Sabina. Gracias a Rogelio y Mongo tocamos en el Bar 9, el lugar en donde se escuchaba la mejor música de la ciudad, donde la vanguardia estaba sucediendo. Fue un impulso invaluable para nuestro grupo.

Pero así como tuvimos a quienes nos apoyaban en un principio, también tuvimos detractores. Aún los tenemos. Muchas veces me encabroné al punto de querer golpearlos por algo “malo” que habían escrito sobre nosotros. Con el tiempo aprendí que todo era válido, una opinión más sobre tu quehacer artístico. Como dice el “Dude” en The Big Lebowsky: “Its your opinion, man”.

Con el tiempo he ido jugando a ser un periodista musical. Digo jugando porque me doy cuenta de que no tengo ese afán incansable de buscar y descubrir música nueva para compartirla con mis lectores. Escribo de lo que me gusta. Pero eso, lo sé bien, no me hace periodista.

El periodista musical es aquel que indaga, escucha los discos nuevos una y otra vez con atención, la banda del barrio, aquel artista desconocido por todos; investiga en el pasado, en el presente, y sabe lo que vendrá en el futuro. Y lo más importante: nos lo muestra a todos los demás, nos lo comparte.

La mayoría lo hacía aún antes de que le pagaran por ello, y muchos no reciben la remuneración justa por ese arduo trabajo. Pero tengo la sospecha de que lo seguirían haciendo gratis. Es una pasión.

Espero que algún día todos esos transmisores de la música, invisibles muchas veces, que no se suben a un escenario, reciban el aplauso que se merecen.

Desde aquí les doy las gracias, les aplaudo y les hago una reverencia.


© Andrés Wolf