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Crónica de la conquista de Granada (1 de 2)

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CAPÍTULO XIII

Lamentaciones de los moros por la batalla de Lucena

Estaban los centinelas de Loja observando, desde las torres de la ciudad, el valle que separa las montañas de Algarinejo, y recorrian con la vista las verdes márgenes del Jenil, con la esperanza de descubrir el victorioso pendon de Aliatar, su ídolo guerrero, y de anunciar el triunfante regreso de su Monarca, cuando en la tarde del 21 de abril, vieron un solo ginete, que venia por la ribera del rio fatigando los hijares de su cansado caballo. Ya desde lejos indicaba el brillo de sus armas que era un guerrero, y estando cerca, conocieron por la riqueza de su armadura, y por los jaeces del caballo, que era un guerrero distinguido.

Entró en Loja desfallecido y consternado; y el caballo cubierto de polvo y de sudor, jadeando de fatiga y enrojecido por la sangre que manaban sus heridas, despues de haber sacado á su dueño del peligro, cayó rendido y espiró en la puerta de la ciudad. Los soldados que estaban en la puerta se apiñaron en torno del caballero, que contemplaba silencioso y triste las agonías de su moribundo caballo, y vieron que era el bizarro Cidi Caleb, sobrino del alfaquí principal del Albaicin de Granada. Los moradores de Loja, viendo á tan principal caballero tan solo, tan abatido y demudado, se abandonaron á los mas tristes recelos y sospechas.

“Caballero, le dijeron, ¿do el Rey y el ejército?” Y él señalando tristemente la tierra de los cristianos, respondió: “¡allá quedan, que el cielo cayó sobre ellos, y todos son perdidos ó muertos!”25

Entonces prorrumpieron todos en exclamaciones de dolor, y fue excesivo el llanto de las mugeres, pues la flor de la juventud de Loja habia salido con el ejército. Estaba en la puerta apoyado en su lanza, un soldado viejo cubierto de cicatrices: “¿Qué es de Aliatar? preguntó ansiosamente: viviendo él no está perdido el ejército.” “Yo le ví caer, dijo Cidi Caleb, hendido el turbante por la espada del cristiano.” Al oir el soldado estas palabras, se golpeó el pecho, y se echó polvo en la cabeza, pues era uno de los secuaces mas antiguos de Aliatar.

El noble Cidi Caleb, sin detenerse á tomar descanso, montó otro caballo, y se apresuró á llevar á Granada tan infáustas nuevas. En su tránsito por los pueblos, cundió mas y mas la consternacion, pues lo mejor de sus moradores habia ido á la guerra con el Rey. Cuando, al llegar á Granada, anunció la pérdida del Rey y del ejército, una voz de horror se difundió por toda la ciudad. Cada uno ponderaba la parte que le habia tocado en tan general calamidad: rodearon las gentes al mensagero de tan fatal anuncio, y el uno le preguntaba por su padre, el otro por su hermano, algunas por sus amantes, y muchas madres preguntaron por sus hijos. Las respuestas de Caleb no referian mas que muertes ó heridas: á este le decia “ví como á tu padre le atravesaron de una lanzada, estando defendiendo la persona del Rey:” á aquel, “tu hermano cayó herido entre los pies de los caballos, pero no hubo lugar de socorrerle, pues ya teniamos encima la caballería de los cristianos.” Á alguna dijo: “ví el caballo de tu amante, cubierto de sangre y corriendo por el campo sin su ginete:” á otra, “tu hijo peleó á mi lado en las orillas del Jenil: acosados por el enemigo nos arrojamos al agua, y en medio de la corriente le oí invocar á Alá; llegué á la orilla opuesta, y no le volví mas á ver.”

Dejando á todos en el mayor desconsuelo, pasó Cidi Caleb adelante, y entrando á galope por la frondosa alameda que conduce á la Alhambra, se apeó en la puerta de la justicia. Aixa, la madre de Boabdil, y Moraima, su tierna y amante esposa, estaban esperando ya con ansia la noticia de su victorioso regreso. ¿Qué palabras bastarán para pintar su afliccion, al oir la dolorosa narracion de Cidi Caleb? La sultana Aixa, transida de dolor, apenas habló palabra: de cuando en cuando lanzaba un profundo suspiro; pero alzando los ojos al cielo, decia: “es la voluntad de Alá;” y procuraba reprimir las mortales angustias que agitaban su corazon maternal. No asi la sensible Moraima, que arrebatada de un acceso de dolor, se arrojó en el suelo, lamentando á voces la pérdida de su padre y de su marido. Su madre, la sultana, animada de un espíritu mas elevado, le reprendió esta debilidad. “Hija mia, le dijo, modera esos extremos; considera que la magnanimidad debe ser el atributo de los príncipes, y que no les es permitido publicar con clamores las penas que padecen, á par de ánimos comunes y vulgares.” Pero Moraima, como débil y tierna muger, solo sabia sentir y llorar. Encerrada en su aposento, contemplaba desde un mirador la florida vega y el plácido Jenil, y el camino que conduce á Loja; objetos que todos le recordaban las causas de su afliccion. “¡Ah, padre mio! decia entre lágrimas y suspiros, ¡alli veo correr tan risueño ese rio cuyas aguas cubren tus desfigurados restos! ¿Quién será el que en tierra de cristianos los recoja, y les dé honrosa sepultura? ¡Y tu, Boabdil! ¡luz de mis ojos, gloria de mi corazon, vida de mi vida, en mal dia y en mal hora te alejaste de estos muros!, el camino por do fuiste queda solitario, y nunca mas se regocijará con tu vuelta, la montaña que pasaste yace como una nube en el horizonte, y mas allá todo es oscuridad.”

Convocóse á los músicos de palacio, para que procurasen con su arte embelesador calmar el sentimiento de la Reina, y entonaron cantares alegres al compás de sus instrumentos; pero muy pronto prevaleció la angustia de sus corazones, convirtiendo los cánticos en lamentaciones.

“¡Bellísima Granada! decian, tu gloria está marchita: ya no suena en la Bivarrambla el pisar de los caballos, ni el sonido de la trompeta; ya no se junta alli tu juventud lozana, para manifestar sus brios en las cañas y torneos. ¡Ah!, ¡la flor de tu caballería queda postrada en tierra extraña!, ya no se oyen en tus silenciosas calles los dulces acentos del laud, ni los del rabel en la pastoril cabaña, ni la graciosa zambra alegra los estrados. ¡Deliciosa Alhambra!, ¡cuán triste y solitaria quedas! en vano el azahar y el mirto espiran sus olores en tus dorados aposentos; en vano el ruiseñor canta en tus florestas; en vano es el murmullo arrullador de las claras fuentes que refrescan tus marmóreos salones, pues ya no resplandece en ellos el rostro de tu Rey, y la luz que te iluminaba se extinguió para siempre.”

Tales fueron, dice un coronista árabe, los lamentos que se oian en Granada: desde el palacio hasta la choza, todo era duelo y llanto; y todos, con igual sentimiento, deploraban á su jóven Monarca, atajado asi en la flor de su edad y en los principios de su carrera. Algunos se temian que iba á cumplirse la prediccion del astrólogo, y que á la caida de Boabdil, (á quien creian muerto) seguiria la perdicion del reino.

CAPÍTULO XIV

Del ensalzamiento de Muley Aben Hazen, y de la cautividad de Boabdil

Mientras se creia en Granada que Boabdil habia muerto, fue excesivo el sentimiento que mostró el pueblo por su pérdida, y el entusiasmo con que celebró su memoria; que las faltas de los hombres, con una muerte prematura, fácilmente se perdonan; pero cuando llegaron á saber que aun estaba vivo, y que se habia entregado prisionero á los cristianos, hubo en ellos una mudanza repentina. Ya no le concedian ni talento como general, ni valor como soldado; censuraron su expedicion como temeraria y mal trazada, y le acusaron de cobarde por no haber querido morir en el campo de batalla, primero que entregarse al enemigo.

Los alfaquís, como siempre, se mezclaron con la multitud, y dieron sagazmente al descontento general la direccion que querian. “¡Lo veis! dijeron, ¡el pronóstico anunciado cuando nació Boabdil, está ya cumplido! este príncipe se ha sentado en el trono, y su vencimiento y cautividad han puesto la pátria al borde de un abismo. Pero, ¡consolaos, Musulmanes! que el dia aciago ya pasó; los hados están satisfechos, y el cetro que se quebró en la débil mano de Boabdil, va á cobrar su esplendor primitivo en la vigorosa de Aben Hazen.”

Fue aplaudido este discurso por el pueblo, que se consideraba ya libre del ominoso vaticinio que tanta inquietud le habia causado, y declararon todos que solo Aben Hazen tenia el valor y la capacidad necesaria para protejer el reino en tiempos tan revueltos. Cuanto mas duraba el cautiverio de Boabdil, tanto mas crecia el favor popular de su padre, y uno despues de otro volvieron muchos de los pueblos á su obediencia; que el poder llama al poder, y la fortuna atrae á la fortuna. Asi es que en breves dias pudo Aben Hazen volver á Granada y restablecerse en la Alhambra. Antes que llegára, juntó Aixa, su repudiada esposa, la familia y tesoros de su hijo, y se retiró al barrio del Albaicin, cuyos habitantes aun conservaban sentimientos de lealtad á Boabdil. Aqui se fortificó, y mantuvo en nombre de su hijo el simulacro de una corte, sin que el fiero Aben Hazen se atreviese á molestarla, pues eran aun muchos, tanto del pueblo como del ejército, los que respetaban las virtudes de Aixa la Horra, y compadecian las desgracias del Rey cautivo. Asi es que Granada presentaba el espectáculo singular de dos soberanías en una misma ciudad, pues mientras Aben Hazen mandaba en la Alhambra, la sultana Aixa tenia plantado el estandarte de Boabdil en la fortaleza rival de la Alcazaba.

Entre tanto, permanecia este desgraciado príncipe en el castillo de Baena, bajo una guardia vigilante. Mirando desde las torres de su prision, no veia en derredor sino gente armada, centinelas, y muros impenetrables; todo el pais estaba cubierto de atalayas, y guardados todos los pasos y caminos que conducian á Granada; de suerte que un solo turbante no podia asomarse por la frontera, sin que se alarmase toda aquella comarca. En tal estado, y no viendo esperanza de fugarse, ni de que viniesen los suyos á libertarle, se entregó Boabdil á las mas tristes reflexiones, considerando el trastorno de las cosas de su reino, el desconsuelo de su familia, y los males que á unos y otros podrian sobrevenir á consecuencia de su cautiverio.

 

El conde de Cabra, si bien guardaba á su real prisionero con la mayor vigilancia, no por eso dejaba de tratarle con todo honor y respeto, dándole el mejor alojamiento de su castillo, y animándole con palabras lisonjeras y con esperanzas de libertad. Pasados algunos dias, llegaron cartas de los Reyes de Castilla; y su contenido llenó á Boabdil de consuelo, pues no respiraban sino compasion por su suerte: proceder cortés y noble, que distingue á las almas de un órden superior. Esta magnanimidad en un enemigo, sacó de su abatimiento al espíritu del cautivo Monarca. “Decid (respondió) á los Reyes mis señores, que yo no puedo estar triste hallándome en poder de tan altos y poderosos príncipes, especialmente siendo tan humanos, y teniendo tanta parte de la gracia que Alá concede á los Reyes que bien ama. Decidles tambien que dias ha que pensaba ponerme debajo de su poderío, para recibir de sus manos el reino de Granada, asi como lo recibió el Rey mi abuelo de las de don Juan II, padre de la augusta Reina, y que el trabajo mayor que tengo en esta prision es el de hacer por fuerza lo que pensaba hacer de grado.”

Entre tanto Muley Aben Hazen, temeroso de la parcialidad de su hijo que aun era formidable en Granada, trató de consolidar su poder haciéndose dueño de la persona de Boabdil. Con este objeto, envió embajadores á los Reyes de Castilla, ofreciendo por el rescate, ó mas bien por la compra de su hijo, poner en libertad al conde de Cifuentes, con otros nueve prisioneros de los mas distinguidos, y formar una confederacion con aquellos Soberanos. Al proponer estas condiciones, no repugnó el inhumano padre manifestar que le era indiferente le entregasen su hijo vivo ó muerto, con tal que quedase seguro de su persona. Pero el generoso corazon de Isabel se opuso á la entrega del desgraciado príncipe en manos de su desnaturalizado enemigo: las proposiciones insolentes del Rey moro, fueron por tanto, rechazadas con desden, y díjosele que los Reyes de Castilla, no se hallaban en el caso de recibir leyes, sino de darlas; y que no se trataria de paz con él en tanto que no dejase las armas y la pidiese con humildad.

Otras proposiciones hicieron, con mas sana intencion, la sultana Aixa y sus parciales: ofrecian que Mahomet Audalla, por otro nombre Boabdil, tendria su corona como vasallo de los Reyes de Castilla, pagando un tributo anual de doce mil doblas zahenas, y entregando por espacio de cinco años setenta cautivos en cada uno; que daria en el acto una suma considerable como rescate, poniendo al mismo tiempo en libertad cuatrocientos cautivos, los que escogiese el Rey; que serviria á éste con una fuerza militar determinada, y vendria á las cortes del reino cuando fuese llamado; finalmente, que entregaria en rehenes su hijo único y los hijos de doce casas principales de Granada.

Estaba el Rey Fernando en Córdoba cuando se le comunicaron estas proposiciones: la Reina estaba ausente, y hasta consultar con ella, suspendió el Rey tomar una resolucion en negocio tan importante, limitándose á mandar al conde de Cabra trajese el cautivo Monarca á Córdoba. Obedeciendo el Conde, vino á esta ciudad con su prisionero, á quien Fernando no admitió desde luego en su presencia, por hallarse aun indeciso sobre la conducta que habia de observar con él. En tanto, pues, que determinaba si se le pondria en libertad con rescate, ó le dispensaria un trato mas magnánimo, le puso bajo la custodia de Martin de Alarcon, con órden de guardarle en el castillo de Porcuna, y de tratarle con decoro y distincion.

Las disensiones y discordias que á esta sazon agitaban á Granada, ofrecian á Fernando la ocasion mas oportuna para una incursion en aquel reino; y el político Rey, aprovechando aquella coyuntura, cuando aun no habia concluido ningun tratado con Boabdil, entró en el territorio moro á la cabeza de sus grandes y de una fuerza considerable, asolando la tierra, y destruyéndolo todo hasta las mismas puertas de Granada. El viejo Aben Hazen, desde las torres de la Alhambra, miraba el estrago que hacian los cristianos, sin atreverse á salir para contenerlos; no porque le faltasen tropas, sino por la poca confianza que tenia en ellas y en el pueblo. Se recelaba especialmente de la faccion del Albaicin, persuadido que si salia de la ciudad le habrian éstos cerrado las puertas cuando volviese. Asi es que el Rey moro, consumido de rabia y encerrado en la capital como tigre en su jaula, veia, sin poderlo impedir, señorearse de la vega los lucidos batallones de Castilla, y relumbrar el estandarte de la cruz por entre el humo de los lugares y pueblos incendiados.

CAPÍTULO XV

Libertad de Boabdil

Habiendo el Rey conseguido el objeto que se propuso en esta expedicion, marchó con su ejército la vuelta de Córdoba, donde á su llegada, trató de fijar la suerte de Boabdil con acuerdo de los prelados y grandes del reino reunidos en consejo.

Don Alonso de Cárdenas, maestre de Santiago, habló el primero, y oponiéndose á toda transacion ó pacto con los infieles, dijo que en aquella guerra no se trataba solo de la subyugacion de los moros, sino de su expulsion completa; y que por tanto no debia ponerse en libertad á Boabdil.

El marqués de Cádiz, por el contrario; aconsejó al Rey la restitucion inmediata del Rey cautivo á sus dominios, aunque fuese sin condiciones. “Esta medida tan conforme á la sana política, dijo, atizará la guerra civil de Granada, que es un fuego que abrasa las entrañas del enemigo, y hará mas por los intereses de Castilla, que cuantos triunfos alcanzen nuestras armas.”

Don Pedro de Mendoza, gran cardenal de España, conformándose con el parecer del Marqués, apoyó su proposicion.

Con esta variedad de consejos, se hallaba el Rey perplejo; pero la Reina le sacó de dudas, manifestando su opinion. Los Reyes de Granada habian sido vasallos de los Reyes sus progenitores, por lo que opinaba que á Boabdil se le podria conceder su libertad si se declaraba feudatario de la corona de Castilla, añadiendo que por este medio se lograria sacar de las prisiones de Granada muchos cristianos que gemian en el cautiverio. Adoptó Fernando la medida que le aconsejaba su magnánima esposa, y se notificaron á Boabdil las condiciones. Fueron éstas otorgadas por el Rey cautivo, que se obligó á reconocer á los Reyes de Castilla por señores, á pagar tributo, y á dar á sus tropas paso seguro y mantenimientos en sus dominios. Los Soberanos por su parte, le concedieron á él y á los pueblos de su dominio una tregua por dos años, ofreciendo ademas mantenerle sobre el trono, y ayudarle á recobrar las plazas que hubiese perdido durante su cautiverio.

Celebrado y solemnizado este contrato en el castillo de Porcuna, se hicieron las prevenciones necesarias para recibir al Rey chico en Córdoba con lucimiento y distincion. Soberbios caballos, primorosamente enjaezados, vestiduras de riquísimo paño, brocados y sedas, y otros arreos suntuosos, le fueron suministrados, á él y á cincuenta caballeros moros que habian venido á tratar de su rescate, para que pudiese comparecer con la grandeza correspondiente al Monarca de Granada, y al mas poderoso vasallo de los Reyes de Castilla: se le entregó ademas una cantidad de dinero, para el sostenimiento de su dignidad mientras permanecia en Córdoba, y para los gastos de su regreso á sus dominios: finalmente, se dió órden para que todos los títulos y caballeros de la corte saliesen á recibirle.

Habiendo llegado el caso de parecer Boabdil en presencia de Fernando, juzgaron algunos que viniendo á rendirle homenage como vasallo, le debia besar la mano, por lo que aconsejaron al Rey que se la diese para el efecto. “Diérasela por cierto, respondió Fernando, si estuviese libre en su reino, pero no se la doy porque está preso en el mio.”

Entró el Rey moro en Córdoba con grande acompañamiento de caballeros de la corte, y escoltado por los cincuenta moros sus parciales: fue recibido en palacio con mucha pompa y ceremonia, y llegando á la presencia del Rey, inclinó la rodilla, y pidió le diese á besar la mano, asi porque era su señor y él su subdito, como en reconocimiento de la libertad que le habia dado. Pero Fernando no consintió esta señal de dependencia, y le levantó del suelo. Entonces empezó un interprete á hacer en nombre del Rey moro mil elogios de Fernando, ponderando su magnanimidad, y dándole las mas rendidas gracias. El Rey, no sufriendo alabanzas en su presencia, le interrumpió y dijo: “No son menester estos cumplimientos: yo espero de su integridad, que hará todo aquello que como buen Rey y buen hombre debe hacer.” Con estas palabras recibió á Boabdil el chico bajo su real proteccion, y le aseguró de su amistad.

CAPÍTULO XVI

Boabdil vuelve de su cautiverio

Por el mes de agosto llegó á Córdoba con una comitiva espléndida un noble moro Abencerrage, que traia al hijo de Boabdil y á otros jóvenes de la primera nobleza de Granada, que habian de quedar en rehenes hasta el cumplimiento de las condiciones del rescate. Viendo el rey moro á su hijo único á quien dejaba como cautivo en tierra estraña, se enterneció, y estrechándolo entre sus brazos, dijo: “En hora menguada nací, y bajo infausta estrella: con razon me llaman el Zogoibi, ó el desgraciado, pues los males que mi padre me acarrea, esos mismos ocasiono yo á mi hijo.” Pero sirvió de mucho consuelo al afligido Boabdil la piedad que usaron los reyes católicos con el jóven príncipe, pues entregándolo al buen alcaide, Martin de Alarcon, dieron á éste las mas estrechas órdenes para que le sirviese atento y obsequioso, y le guardase todas las consideraciones debidas á sus tiernos años y distinguido nacimiento.

El dia 2 de setiembre se presentó á las puertas de la mansion de Boabdil una guardia de honor para escoltarlo hasta la frontera de su reino. Al separarse de su hijo, volvió el Rey á abrazarlo, pero sin pronunciar palabra, por no descubrir la agitacion de su espíritu. Montó á caballo, y sin volver atrás el rostro, se apresuró á partir, temiendo manifestar por entre la estudiada serenidad de Rey la debilidad de un tierno padre.

Salió Boabdil de Córdoba acompañándole el Rey hasta corta distancia, donde se separaron, partiendo éste para Guadalupe, y aquel para Granada. En su tránsito por los pueblos, se le hicieron los honores correspondientes á una persona real, escoltándole los adelantados de las Andalucías y generales de la frontera, hasta dejarle en sus dominios. Saliendo entonces á recibirle los caballeros principales de su corte, enviados secretamente por la sultana Aixa, para conducirlo á Granada, se halló otra vez el Rey chico en su propio territorio, rodeado de guerreros musulmanes, y bajo la salvaguardia de su mismo real estandarte. Con tan feliz suceso se ensanchó el corazon oprimido de Boabdil, que ya empezaba á dudar de las predicciones de los astrólogos. Pero fue de poca duracion su regocijo: en el corto número de leales caballeros que habian salido á recibirle, echaba de menos el príncipe á muchos de sus mas obsequiosos servidores: bien pronto notó una gran mudanza en los ánimos de sus vasallos: su padre representando el concierto ajustado en Porcuna como una traicion á la pátria y á la religion, habia logrado desconceptuarle con el pueblo: muchos de los nobles que estaban á su devocion, persuadidos que Boabdil trababa de imponerles el yugo de los cristianos, habian vuelto á reconocer á su padre, y casi todos los pueblos se habian apartado de su obediencia: de suerte que la sultana Aixa y su partido apenas se podian mantener en las torres de la Alcazaba.

Tal fue la triste relacion que hicieron á Boabdil sus cortesanos del estado de sus intereses. Tambien le manifestaron que su regreso á Granada, para reunirse con aquella pequeña corte que aun le reconocia, era una empresa de mucha dificultad y peligro, por la vigilancia con que el viejo Aben Hazen guardaba las puertas y murallas de la ciudad.

Llegó Boabdil á su capital de noche, y acercándose cautelosamente á los muros, logró apoderarse de un postigo del arrabal del Albaicin, cuyos moradores siempre le habian sido favorables. Pasó con rapidez aquellas calles, y llegó sin oposicion al castillo de la Alcazaba, donde le recibieron en sus brazos la heróica Aixa su madre, y Moraima su esposa predilecta. Ésta, en medio de su regocijo por la vuelta de su marido, no pudo contener las lágrimas al recordar la muerte del anciano Aliatar, su padre, y la ausencia de su hijo, que quedaba con los cristianos en rehenes. Aun á Boabdil, humillado por las desgracias y por las mudanzas que notaba, se le humedecieron los ojos; pero su madre le inspiró otro ánimo y otros pensamientos. “No es ocasion esta, dijo, de lágrimas y ternezas: ya solo el cetro y el trono han de ser el objeto de tus cuidados. Bien hiciste, hijo mio, de volver con resolucion á tu capital; pero piensa que de tí solo depende el permanecer en ella como soberano ó como cautivo.”

 

El Rey viejo Aben Hazen, recogido en una de las torres mas fuertes de la Alhambra, apenas se habia entregado al descanso de su lecho, cuando oyó confusamente un mormullo que se levantaba en el cuartel del Albaicin, que está á la parte opuesta del valle que atraviesa el Darro. Poco despues llegaron sin aliento á las puertas de palacio algunos mensageros, esparciendo la alarma de que Boabdil habia entrado en la ciudad, y se habia apoderado de la Alcazaba. En el primer arrebato de ira estuvo en poco que Aben Hazen postrase á sus pies al portador de esta nueva. Convocó inmediatamente á sus consejeros y capitanes, y exhortándoles á la fidelidad en tan crítico momento, mandó prevenir lo necesario para que á la mañana siguiente se entrase por fuerza de armas en el Albaicin.

Entre tanto la sultana Aixa tomó las medidas mas prontas y vigorosas para fortalecer su partido. Se proclamó á Boabdil por las calles del Albaicin, se distribuyeron entre el pueblo cuantiosas sumas de dinero, y á los nobles se prodigaron promesas de honores para cuando el Rey chico estuviese afirmado sobre el trono de Granada. Estas disposiciones tan acertadas hicieron el efecto que era consiguiente, y al amanecer ya estaba todo el Albaicin sobre las armas.

Siguióse en Granada un dia de luto y sangre: todo era horror y tumulto: las cajas y trompetas resonaban por todas partes: se suspendieron los negocios, cerráronse las puertas de las casas, y veíanse discurrir por las calles cuadrillas de gente armada, aclamando unos á Boabdil, otros á Aben Hazen. Donde quiera que éstas se encontraban, se batian furiosamente, y cada plaza era un campo de batalla. Las tropas del Rey viejo, entre las cuales habia muchos caballeros de gran valor y orgullo, consiguieron echar de las plazas al populacho, que favorecia á Boabdil: pero éste, barreando las calles, y fortificándose en las casas, peleó desesperadamente desde las ventanas y azoteas. Mas de un guerrero de la mejor sangre de Granada pereció en esta refriega civil con armas villanas y á manos de plebeyos.

Tan violenta convulsion en el centro de una ciudad, no podia ser muy duradera. Por intercesion de los alfaquís se efectuó un armisticio, y Boabdil, fiando poco del inconstante favor del pueblo, se allanó á dejar una capital en que su autoridad, siempre precaria, solo podria conservarse á fuerza de sangre y de una lucha continuada. Pasando á Almería, estableció su corte en aquella ciudad, que estaba enteramente á su devocion, y que por su riqueza é importancia rivalizaba con Granada. Pero este pacto, en que se renunciaba á la grandeza en obsequio de la tranquilidad, fue del todo opuesto á los consejos de la sultana Aixa; porque para ella no habia mas dueño legítimo de aquellos dominios que el que residia en Granada, y dijo, con una sonrisa desdeñosa, que no era digno de llamarse Monarca el que no era dueño de su capital.

25Cura de los Palacios.