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El mejor periodismo chileno 2019

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La búsqueda de Arturo Villegas se extendió hasta comienzos de la década de 1980. Luego de eso, agrega Estrella, se resignaron a su muerte.

—Perdimos la esperanza. Yo pensaba que a mi padre lo habían dejado en una cantera o en el mar, porque decían que en la isla Quiriquina habían tirado mucha gente amarrada con rieles.

Lo único que trajo consuelo, dice, fue la condena que en abril de 2011 dictó el ministro Alejandro Solís y que sentenció a diez años de cárcel a Juan Abello, como autor del secuestro, y a tres años a su cuñado, quien fue considerado “cómplice” del delito por manejar el Dodge en el que se habían llevado a Arturo a la comisaría.

Años más tarde, en agosto de 2015, la Corte Suprema rebajó la condena de Abello a cinco años y quedó preso en Punta Peuco, donde luego de cumplir la mitad de la pena salió en libertad en 2017 por buena conducta. Para entonces, María Eliana Zárate, la esposa de Villegas, había fallecido.

—Ella pidió que la cremaran y que sus cenizas fueran esparcidas en el mar, porque creía que mi padre estaba allí —dice Estrella.


Mario Ávila recuerda a su padre del mismo nombre, quien era presidente de las juventudes socialistas de Penco y que pasaba largas horas conversando con Arturo Villegas en su casa. Hoy tiene 44 años, es ingeniero y nació siete meses después de que desapareciera su papá.

—Yo soy hijo póstumo —dice, sentado en un café de Concepción.

Para entender cómo es que Arturo Villegas apareció luego de 45 años es necesario antes contar cómo Mario Ávila murió, y cómo sus historias comenzaron a vincularse ese 18 de septiembre de 1973, cuando ambos fueron detenidos en la misma comisaría, pero en celdas distintas.

—Ese día mi papá se presentó de forma voluntaria porque sabía que lo andaban buscando y lo dejaron detenido. Según Carabineros, él tenía armas, pero nunca le encontraron nada —relata Ávila hijo.

Todo lo que sabe —cuenta— es gracias al expediente judicial que a comienzos de 2014 el juez Carlos Aldana, ministro en visita de la Corte de Apelaciones de Concepción, abrió para esclarecer su muerte: 800 páginas que se ha leído como si fuera un libro. Allí —dice— está la declaración de su madre Doris Reyes, quien describió cómo llegó su marido a la casa el 20 de septiembre, luego de pasar tres días en el cuartel: “Su cara estaba hinchada, con moretones y quemaduras de cigarrillos, además su espalda presentaba marcas de latigazos, su estómago igualmente presentaba quemaduras de cigarro”, dice el testimonio al que Sábado tuvo acceso.

En el documento, además, Doris identificó a los dos carabineros que habían agredido a su marido, uno de ellos amigo de su familia, y agregó un antecedente que hasta entonces el juez desconocía: “En esa ocasión Mario me dijo que habían matado a Villegas, refiriéndose a un amigo de él”. Era la primera vez que el apellido de Arturo aparecía mencionado en la causa.

Luego de eso, Mario Ávila estuvo con licencia una semana y posteriormente regresó a trabajar al Departamento de desarrollo social de Tomé, desde donde el 9 de octubre se le perdió la pista. Días después, su suegro le reveló a su hija un dato clave: “Me comentó que un carabinero (amigo de la familia) había pasado por su trabajo, consultándole por el paradero de Mario, específicamente por su lugar de trabajo. Ahí mi padre le señaló que estaba en Tomé”, dijo Doris en su declaración.

Durante las siguientes semanas su familia lo buscó por varios lugares de la región hasta que una noticia en el diario La crónica, del 27 de noviembre de 1973, llamó su atención: “Puzle en caso de Quebrada Honda”. El titular hacía referencia a unas osamentas y unas ropas que habían aparecido en un despeñadero entre Penco y Lirquén. La nota estaba acompañada de una foto que a Doris le pareció familiar: “Aparecía una chaqueta con la etiqueta de la sastrería Selmu, inmediatamente relacionamos esa chaqueta con la que Mario se había casado. Efectivamente se trataba de las vestimentas de Mario. A mí no me dejaron entrar, ya que me encontraba embarazada de un mes y medio de mi marido, quien nunca supo que iba a ser padre”, agregó ella en su testimonio judicial.

Así fue como Mario Ávila fue hallado muerto, con 27 años. En pocos meses, su cuerpo se había esqueletizado e incluso faltaban partes debido a los animales carroñeros. Fueron los huesos que no alcanzaron a comerse y la ropa, lo que su familia enterró en el Cementerio Parroquial de Penco días después, luego de un funeral al que también asistieron los hijos de Arturo Villegas.

Y desde ese momento, hasta cuando el juez Aldana inició la investigación a comienzos de 2014, nada se sabía de los responsables de su muerte. Mario Ávila hijo dice que se enteró a los 12 años de cómo había fallecido su padre y que la causa le ayudó a profundizar esa historia.

—Quería descubrir por mí mismo lo que había pasado con él. Yo no tenía internalizado ser hijo de un ejecutado político (…). Trato de ser fuerte, pero me cuesta. Me da pena saber todo lo que le hicieron, todo lo que sufrió y el tener un padre ausente —dice.

El 14 de noviembre de 2014, Carlos Aldana decretó la detención de los dos carabineros acusados por la familia, que negaban todos los hechos, y los procesó por homicidio calificado. Cuatro años más tarde serían condenados en primera instancia a cinco años de cárcel.

Antes que eso sucediera, en marzo de 2015, el juez Aldana ordenó la exhumación de los restos de Ávila para determinar si efectivamente correspondían a él. Su hijo se pasó dos días en el cementerio hasta que apareció.

—Para mí fue la oportunidad de acercarme a mi papá, de verlo por primera vez. Imagínate, 40 años después, fue súper emocionante. Todavía estaba su chaqueta y entre medio encontraron una bala —recuerda.

Pero eso no fue lo más relevante del hallazgo. Mientras sacaban los restos, los peritos del Servicio Médico Legal (SML) rápidamente descubrieron que algunas piezas, específicamente seis huesos de las extremidades, entre los cuales se encontraban los fémures, se repetían. Es decir, que adentro del cajón, ya desecho por el tiempo, había dos cuerpos.


Un año después del desentierro, un laboratorio de Suiza confirmó que efectivamente las osamentas halladas eran de Mario Ávila.

Sobre las otras seis piezas, se certificó lo que ya se sabía: que correspondían a otra persona sin vinculación familiar con él. Pero entonces, ¿de quién eran los restos? El ADN permitió cotejarlas con la base de datos de perfiles genéticos de familiares de detenidos desaparecidos de la Región del Biobío, pero el computador no arrojó ningún match.

—Siempre estamos barajando que los perfiles extras que nos aparecen puedan ser de otros detenidos desaparecidos. Esa es la primera hipótesis que manejamos. Pero acá teníamos escasa representación de los familiares de esa zona. Entonces se le solicitó al ministro (Carlos Aldana) que nos autorizara a tomar muestras a los familiares que no estaban en la base de datos —explica Ximena Leiva, quien estuvo a cargo del caso en el SML y que lleva nueve años en la Unidad de Detenidos Desaparecidos.

Una de las familias a las que se les hizo llegar este requerimiento fueron los Villegas Zárate, que, en enero de 2017, bajo la excusa de aumentar la base de datos, entregaron muestras de ADN, las que fueron enviadas a Suiza en septiembre de ese mismo año. Luego de un par de meses llegó un inesperado resultado: había un 99,9993 % de probabilidades de que los restos que no pertenecían a Mario Ávila fueran de Arturo Villegas.

—Hicimos un análisis antropológico y llegamos a la conclusión que, desde ese primer hallazgo, en 1973, ellos estaban juntos. Nosotros estamos medianamente familiarizados con estas situaciones, pero a mí me sorprendió averiguar las circunstancias de la desaparición de estas personas. Su historia, en lo personal, me conmovió —agrega Ximena Leiva.

Pero ¿por qué estaban juntos? No hay una respuesta certera para esa pregunta. La familia de Villegas cree que a él lo tiraron en Quebrada Honda inmediatamente después que lo mataron en septiembre y que a Mario Ávila lo llevaron allí en octubre, “quizá para mostrarle lo que habían hecho con su amigo”. Y cuando apareció Ávila también apareció Villegas, pero en ese tiempo nadie supo que era él.

El 17 de diciembre de 2017, el juez Mario Carroza citó a su oficina a los tres hijos de Arturo Villegas y les dio la noticia.

—El ministro nos dijo que eran los huesitos de mi papá, que habían sido encontrados con Mario Ávila y que se iban a mandar afuera para separarlos. En ese momento nosotros nos quebramos. Nunca pensamos que íbamos a encontrar algo de mi papá, teníamos las esperanzas perdidas —recuerda Estrella, mientras espera en el SML de Concepción para entrar a recibir los restos.

Hace 20 días el ministro Mario Carroza les dijo que estaban en condiciones de sepultarlo. En la morgue hay hermanos, sobrinos, hijos y nietos de Arturo Villegas. También hay madres, esposas e hijas de otros detenidos desaparecidos de la región. En total son casi 30 personas y muchas de ellas no se veían hacía décadas. Su hallazgo —dicen allí— ha unido más a la familia.

Estrella es quien comanda el grupo. Aunque tiene que firmar el acta —dice— no entrará.

—Prefiero recordarlo como lo vi en vida —le explica al resto de los parientes.

Las peritos del SML que han viajado desde Santiago les advierten que solo la familia directa y los más cercanos podrán entrar a reconocer los restos. El concepto “reconocer” es simbólico, porque en realidad lo que allí sucederá más bien es un reencuentro. El grupo es pequeño: una hermana, un cuñado, tres sobrinos y dos hijos de Villegas —Mario y Sandra— ingresan a la sala. Han pasado 45 años y los seis huesos de las extremidades están allí, dispuestos en una camilla, sobre una sábana blanca que tiene una bandera chilena, justo debajo de un retrato de él, donde aparece con terno y corbata.

 

—Pensar que nosotros estuvimos en el funeral de mi padre sin saberlo, cuando fuimos al de Mario Ávila —dice uno de los hijos, mientras Sandra, la menor del clan, toma algunas osamentas y las besa.

Luego de 30 minutos, donde les explicaron todos los procesos que les habían realizado a las piezas para determinar que eran de Arturo Villegas, la familia se convence que están frente a él: “Ya, es el tío”, dice un sobrino y luego rezan un Padre Nuestro y un Ave María.

Entre todos toman los huesos y los ponen en la urna, la misma que días antes Estrella vio en la funeraria. Al salir, aplauden. Hay pena, pero es más la alegría.

Al día siguiente, alrededor de 300 personas asistieron a su funeral, entre ellos miembros de la Agrupación de Detenidos Desaparecidos, del Partido Socialista, familiares, amigos, extrabajadores de Fanaloza, y también Mario Ávila hijo y su madre Doris Reyes, que el 31 de agosto tendrán su propio reencuentro, cuando les entreguen los restos de su familiar: Arturo Villegas y Mario Ávila han regresado.

LA EUTANASIA DE JORGE VALDÉS ROMO:

“AUTORIZO A CULMINAR CON DIGNIDAD MI EXISTENCIA”


18 de junio

Benjamín Miranda y Valentina Collao

The Clinic

La eutanasia era un tema en los primeros meses de 2019, luego de que fuera impulsado con un proyecto de ley presentado por el diputado Vlado Mirosevic y se tomara las conversaciones de las sobremesas chilena. Poca gente quedaba ausente de la discusión y la polémica, donde no faltaban las disquisiciones morales, en un país que se abría a discutir todas sus verdades reveladas.

En esas semanas apareció este reportaje en The Clinic, que da cuenta de la angustia de una enfermedad progresiva en un ser humano, la imperiosa necesidad de poner fin a la propia existencia y la búsqueda de una forma que no sea traumática, como arrojarse a la línea del Metro. Benjamín Miranda y Valentina Collao, con un reportaje de varias fuentes, mucha investigación y retratos íntimos memorables, logra transmitir las diversas aristas en juego, desde la más humana hasta la política y científica. Se trata de un escrito lleno de vida, a pesar de que el tema es la muerte.

“Yo no deseaba llegar a esta etapa cuyo fin es esperar la muerte conectado a una máquina, pero la falta de una legislación me ha obligado a aceptar esta situación que considero, atenta contra la libertad de tomar mis propias decisiones”, explicó el exmarino en uno de los registros publicados en YouTube”. Actualmente el proyecto de ley, que ingresó en enero de 2018 y avanzó hasta septiembre del año siguiente, se encuentra en la Cámara de Diputados en primer trámite constitucional. La iniciativa establece, entre otros puntos, el derecho a no padecer dolores o sufrimientos intolerables, evitar la prolongación artificial de la vida y solicitar la asistencia médica para morir”.

La noticia conmocionó a Jorge Valdés Romo. Sentado en su habitación ubicada en el sexto piso de la residencia Ámbar, vio por televisión que una pareja de ancianos, en deteriorado estado de salud, falleció luego de que el hombre le disparara a su mujer y posteriormente, a sí mismo.

Jorge, exmarino y católico, entonces de 84 años, comprendió que no quería llegar hasta ese punto y se lo dijo a sus dos hijos: Paulina y Jorge Valdés Skarica. En julio de 2018, les envió un correo electrónico en el cual les explicó que su fibrosis pulmonar idiopática, una enfermedad incurable diagnosticada 15 años antes, se estaba manifestando de forma agresiva y que buscaría la forma de someterse a una eutanasia.

A Paulina le pidió que organizara un viaje para que regresara desde Francia, donde residía desde 2016, y que lo acompañara en sus últimos meses de vida. A su hijo homónimo, el mayor de ambos, le pidió lo mismo.

—Aunque suene raro, su muerte tenía sentido. Él era una persona llena de vida. No estaba deprimido. Incluso, antes de venirme, le pregunté si se trataba de eso. Me dijo: “Vente igual. No tiene nada que ver con una depresión” —relata Paulina.

La hija menor regresó de París en diciembre de 2018 y de inmediato ayudó a su padre a buscar una forma de terminar con su vida, sin dolor. Jorge, el hermano mayor, prefirió mantenerse al margen de esta logística, por decisión personal, pero respetando la voluntad de su padre.

Así, padre e hija comenzaron la búsqueda de un médico u organización que les permitiera acceder a la eutanasia, o por lo menos, que los guiara en el tema. El proceso fue largo y angustioso, recuerda Paulina, pues el mero hecho de introducir las palabras en la web la condujo a resultados poco confiables y costosos: “Como es ilegal y no hay información, me salieron una cantidad de cosas horrorosas, como mercados negros, bien oscuros. Me contacté con algunas personas que encontré allí, pero sin saber si era verdad, si me iban a timar o si al final eran procesos en que mi papá iba a tomar algo y le iba a hacer más daño. Es una angustia terrible, porque sientes que estás haciendo algo súper sucio, cuando simplemente quieres terminar con una vida en forma amorosa y tranquila”.

En un punto, Paulina recuerda que su padre le preguntó: “Si no encontramos nada, ¿qué hago? ¿Me tiro al Metro?”.

—No, tranquilo. No es lo que mereces —le respondió.


Razón de morir mi vida. La frase está clavada en una de las paredes de la casa de Francisco Tapia Salinas, el artista visual también conocido como Papas Fritas.

Su nombre se volvió popular cuando quemó cientos de pagarés de estudiantes de la extinta Universidad del Mar. Ahora prepara una exposición inspirada en su proyecto político-artístico Amortanasia, “que defiende el derecho a la muerte asistida como acto de amor y el fin del sufrimiento de un paciente terminal o en estado constante de sufrimiento físico y mental”. La muestra será inaugurada el 20 de junio en el Centro Cultural Gabriela Mistral (GAM).

En conversación con The Clinic, Francisco explica que su nueva obra tiene su origen en motivaciones personales, como que este 2019 se cumplen nueve años desde el fallecimiento de su padre producto de un cáncer, a quien “siempre quedé con ganas de ayudar más”; o que padece de agorafobia, enfermedad que lo mantiene recluido en su casa la mayor parte del tiempo, y que lo ha llevado a reflexionar sobre el encierro, la ansiedad y cómo estos elementos conviven en su obra.

Pero también tiene motivaciones sociales. O, más bien, de “desobediencia civil”, como indica el propio artista. Por eso, no solo expresa artísticamente el derecho a la eutanasia, sino que ha asesorado a personas que buscan una manera segura e indolora de terminar con sus padecimientos.

—Cuando un grupo de personas decide que hará algo en contra de una norma, pero hay un componente moral en ello, tiene mayor obligación de hacerlo —plantea.

Al poner “a disposición las condiciones materiales para ayudar a dar término a la agonía para quien lo requiera”, Amortanasia contraviene directamente el artículo 393 del Código Penal, que condena a todo quien “con conocimiento de causa prestare auxilio a otro para que se suicide”, con presidio menor en sus grados medios a máximo en caso de que se produzca la muerte.

Para la fecha de publicación de este reportaje, Papas Fritas asegura que ocho personas han sido “ayudadas” a alcanzar una “muerte digna” bajo la acción de Amortanasia.

Para ello, ideó un procedimiento que certifica, sobre la base de diagnósticos médicos oficiales, que el solicitante se encuentra en un “estado de sufrimiento prolongado, que tiene una enfermedad terminal o una enfermedad crónica que no puede hacer uso de paliativos”.

—Luego viene otra parte bien importante, que es la ‘repetición continua’. En mi caso, lo que hago es preguntarle todas las semanas si está consciente de lo que está haciendo, si está seguro de lo que va a hacer, si aún lo quiere, y que puede arrepentirse hasta el último minuto —agrega.

El último paso, indica Francisco, es la concertación de una fecha para realizar el procedimiento. El artista afirma que esta acción está a cargo de “médicos que vienen desde fuera de Chile”, quienes, en rigor, no efectúan una eutanasia activa ni pasiva, sino un suicidio asistido.

Según explica la doctora en Derecho Alejandra Zúñiga Fajuri, esta práctica se produce cuando “quien auxilia solo proporciona los medios para que el propio sujeto se quite la vida”; mientras que la eutanasia activa “hace referencia a las acciones que producen una muerte que no hubiera ocurrido sin las mismas”. Y la eutanasia pasiva “suele comprender la supresión o no aplicación de medidas que pueden mantener a una persona con vida”.

En cualquier caso, las tres prácticas están prohibidas en Chile, y quien las efectúe arriesga una pena desde 541 días a cinco años de cárcel.

Consciente de ello, Papas Fritas explica: “Yo directamente no presto auxilio y no existe una ley que diga que yo colaboro indirectamente en el suicidio. Solo lo hace quien da el medicamento para que el paciente los tome, beba o active una inyección. Entonces, ¿cuál sería mi delito? ¿Tener compasión por una persona que se encuentra sufriendo?”.


La familia Valdés Skarica ya sabía de dolores físicos intratables. En 2012, la mamá de ambos, María Skarica Zúñiga, falleció a causa de un cáncer terminal. Jorge Valdés Romo, su esposo por 45 años, la acompañó hasta el final y tras su deceso decidió trasladarse a la residencia Ámbar.

Allí, su rutina comenzaba a las siete de la mañana. Se levantaba con calma, se duchaba y se vestía para tomar desayuno. Usualmente, después se dirigía a la biblioteca, su lugar favorito de la residencia, donde conversaba con compañeros y enfermeras.

Aunque nunca perdió el contacto con sus hijos, Jorge hizo de este hogar su segunda familia. Desde Ámbar, incluso, afirman que él se transformó en un residente “icónico”, imposible de olvidar por su amabilidad y lucidez.

Uno de los episodios que marcó su estadía en el lugar ocurrió a comienzos de este año, cuando, en uno de los talleres que ofrece la residencia para que sus usuarios realicen una presentación de elección personal, Jorge decidió hablar sobre la eutanasia.

—La charla era a las once de la mañana, pero él a las nueve ya estaba ahí, con un texto que escribió a mano y que se sabía de memoria. Habló y mostró unos videos que grabamos, y después pidió que hubiese un debate, para que cada uno dijera si estaba de acuerdo o no —recuerda Paulina, quien presenció, junto a una veintena de adultos mayores, la intervención de su papá.

Los videos mencionados por Paulina fueron subidos meses después a YouTube, en el canal de su autoría, llamado: “Despenalización de la eutanasia y del suicidio asistido”.

—Declaro que debido a que sufro fibrosis pulmonar idiopática, una enfermedad crónica, demoledora y mortal, que se caracteriza por una disminución progresiva de la función pulmonar, es mi voluntad, que cuando yo lo solicite, me sea aplicada la eutanasia directa por inyección letal (...). Autorizo a culminar con dignidad mi existencia —dice Jorge en el primero de los registros, donde reafirma que no se encuentra abandonado ni deprimido, y que lo que lo empuja a tomar esta decisión es la insondable sensación de haberlo vivido todo, y la certeza de que, con el correr del tiempo, su estado de salud no mejoraría sino que se deterioraría hasta morir.

Si bien los videos fueron publicados durante su último año de vida, el “activismo digital” de Jorge había comenzado mucho antes. En 2008, por ejemplo, abrió una cuenta en Facebook que siempre mantuvo actualizada, con comentarios sobre política y contingencia.

“Eutanasia ahora y no solo cuando sufra una enfermedad terminal, sino que cuando uno decida”, posteó en 2018.

 

La pregunta planteada por su padre todavía rondaba en la cabeza de Paulina cuando, algunos días después de aquella conversación desesperada, el propio Jorge encontró la solución.

En plena búsqueda por internet, apareció referenciada la palabra “amortanasia”. Ingresó al sitio del mismo nombre y leyó con cuidado lo que ahí decía. Durante días revisó el contenido, e incluso se atrevió a enviar correcciones para mejorarlo a través de un correo disponible en el sitio. Francisco Papas Fritas contestó: le habían gustado las observaciones.

Al comienzo, sin embargo, Jorge estaba incrédulo. Una de sus principales dudas era cómo sería el procedimiento. Le preguntaba a Francisco en reiteradas oportunidades si era verdad, si era cierto que el proyecto ayudaba a la gente a morir. Tras conversarlo, confió.

—Cuando lo encontró, mi papá me contó y me sumó a la conversación. Nos detallaron el proceso y la forma en que ellos nos ayudarían. Cuando nos explicaron de modo científico, nos dio mucha tranquilidad. Lo que más nos gustó es que fuera sin dolor y que mi papá iba a estar rodeado de amor —comenta Paulina, quien asegura que no se les pidió un pago por el acompañamiento de Amortanasia, pero que por iniciativa personal ella y su padre costearon algunos de los gastos propios del procedimiento.

De allí en más, todo se dio de forma orgánica. En uno de los tantos paseos de padre e hija que hicieron Jorge y Paulina, visitaron la casa de Francisco en San Miguel, rompiendo el protocolo autoestablecido por el artista de no conocer personalmente a los solicitantes. Allí grabaron un registro que el próximo 20 de junio será exhibido de forma pública en la exposición Razón de morir mi vida. Hablaron durante horas y, según reconoce Paulina y el propio Francisco, los tres se volvieron cercanos.

La tranquilidad de haber encontrado una respuesta satisfactoria calmó las ansias de todos. Ignorantes de la verdadera razón de ese alivio, familiares de Paulina —que en un principio la animaban para que “le quitara estos ‘pensamientos locos’” a su padre— le hacían notar que su regreso a Chile era todo lo que le faltaba a Jorge para “despejar su mente” y quitarle la idea de la eutanasia.

Con el “cómo” ya resuelto, a Paulina y Jorge les restaba la última tarea: definir cuándo.


La Comisión de Salud de la Cámara de Diputados trabaja desde hace cinco años en una ley que permite la eutanasia y que posteriormente deberá ser revisada en el Senado.

Uno de los principales impulsores de esta normativa, Vlado Mirosevic (PL), detalla que el proyecto considera tres causales para permitir una muerte voluntaria: que el paciente sufra una enfermedad terminal, que padezca un sufrimiento físico incesante, o que esté bajo un sufrimiento sicológico o síquico “a causa de una enfermedad física”. Esto, explica el parlamentario, no significa que se autorice la eutanasia solo por padecer “enfermedades sicológicas o de tipo mental”.

La última indicación que se votó en la Comisión, incluyó por siete votos a cuatro la posibilidad de que los médicos puedan expresar una objeción de conciencia, en forma individual, frente a una solicitud de eutanasia. Así, se descartó la figura de la “objeción institucional” planteada por miembros de Chile Vamos.

La presidenta del Colegio Médico, Izkia Siches, comenta a The Clinic que “hemos solicitado que este proyecto de ley mantenga la objeción de conciencia, porque uno respeta a un profesional que tiene convicciones diferentes, y no está en nuestro ánimo tener que obligarlos a practicar esta u otra acción”.

Siches, quien reconoce ser “bien liberal en todos los temas valóricos”, también defiende la neutralidad que ha exhibido el gremio en este debate y que ha sido criticada por sectores afines al proyecto.

—No es el rol del Colegio Médico tener una posición, porque este es un debate ciudadano. Nuestro rol, independientemente de si estamos a favor o en contra, es poner los elementos técnicos para que la ley sea robusta y buena para los pacientes —dice.

De todas formas, la profesional agrega que el gremio ha experimentado una apertura en el último tiempo con relación a esta discusión. Comenta que, por ejemplo, una medición hecha por el Colegio Médico a comienzos de este año a 5.805 facultativos, arrojó que el 77 % de los consultados está de acuerdo en permitir la eutanasia, aunque solo el 59 % la aplicaría. Y, en la misma línea, que el 56 % aprueba el suicidio asistido, pero solo el 45 % estaría dispuesto a practicarlo.

La abogada Alejandra Zúñiga aporta que “la bioética moderna reconoce que las personas son, ante todo, seres morales cuya autonomía no debiera nunca ser reemplazada por las opiniones de otros, por muy expertos que sean. En un Estado de derecho, los únicos principios que debieran dirigir y fundamentar las normas que nos rigen a todos son aquellos principios derivados de lo que llamamos ‘derechos humanos’: la igualdad, la libertad y la dignidad. Estos dos últimos se relacionan con la idea de autonomía moral, es decir, soy libre y digno en la medida en que puedo elegir libremente el tipo de vida que quiero vivir”.

A nivel nacional, las cifras de aprobación son similares a los expuestos en la medición interna del Colegio Médico, pues según la encuesta Criteria Research dada a conocer en septiembre de 2018, el 72 % de los consultados se mostró “de acuerdo” con la frase: “Estoy a favor de una ley de eutanasia pasiva que permita a un enfermo terminal interrumpir un tratamiento médico y esperar su muerte”.

Seis meses después, la misma consultora, esta vez en conjunto con el Laboratorio Constitucional de la Universidad Diego Portales (Labcon UDP), realizó una medición cuyo objetivo fue conocer las brechas entre las percepciones y opiniones de los ciudadanos y los parlamentarios. En este marco, respecto a la frase: “Un enfermo terminal tiene derecho a solicitar una muerte asistida”, el 82 % de los encuestados se mostró “de acuerdo”. En cambio, solo el 62 % de los parlamentarios estuvo a favor de ese planteamiento.

—En 2014, cuando presentamos el proyecto, me costó hasta sacarle la firma a los diputados, porque había un temor general: “El país no está preparado”, decían muchos. Eso ha ido cambiando, y si aprobamos este proyecto, Chile pasaría a la vanguardia del continente en términos liberales. Mi intención es avanzar hacia allá, porque, además, durante muchos años la eutanasia ha sido una realidad silenciosa en nuestro país, por lo que urge legislar sobre ella —asegura Mirosevic.


La fecha del “procedimiento” se decidió con solo dos semanas de antelación y hasta ese minuto la conocían Jorge, su hija, el doctor contactado por Amortanasia y Papas Fritas. Definir “el día” implicó ponderar varios factores ¿El principal? Hacerlo antes de la exposición del artista: para Jorge era importante hacer activismo, a su manera, con su muerte.

—Yo no deseaba llegar a esta etapa cuyo fin es esperar la muerte conectado a una máquina, pero la falta de una legislación me ha obligado a aceptar esta situación que considero, atenta contra la libertad de tomar mis propias decisiones —explicó el exmarino en uno de los registros publicados en YouTube.

—Esas dos últimas semanas mi papá aprovechó de juntarse con sus amigos de la vida, o los que quedaban vivos, en realidad. No había podido verlos porque ya le costaba mucho. Era realmente una tortura para él ir a algún lugar y conversar, se ahogaba con facilidad. Pese a las dificultades, fue igual, yo lo llevé —cuenta Paulina.

En el transcurso de esos días, una amiga de Jorge lo llamó para juntarse con él. Quería visitarlo el 29 de marzo de 2019, la fecha que habían elegido para su muerte. En ese momento, Paulina y su padre quedaron pálidos, no supieron qué inventar para decirle que no podían. Dieron una excusa a la rápida, pues se sintieron pillados. Tras la llamada, ambos se rieron a carcajadas.

—Nos reímos porque fue como: “¡Oh, la cuestión patética! Hay que hacer todo este show simplemente para ejercer un derecho humano” —recuerda Paulina.

Los días pasaron rápido. En algunos dormía bien y en otros muy mal, asegura la hija. Pero en todos, sin falta, tenía presente que la vida de su padre ya tenía fecha de término.