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Negar nuestra humanidad

En Génesis 3, descubrimos que el mal ya estaba presente en la tierra. La Biblia no nos dice mucho acerca de cómo se produjo, pero la fuente del mal a lo largo de la Biblia se identifica con Satanás (que significa “adversario”). La Biblia describe a Satanás como un ser espiritual creado: un ángel caído que se rebeló contra Dios en el cielo y fue expulsado. Se convirtió en un ser espiritual malévolo, padre de la mentira y maestro del disfraz, cuyo deseo es cegar a la gente para que no vea la verdad de Dios (Juan 8:44; 2 Corintios 4:4).

Cuando Satanás se acercó a Adán y Eva para tentarlos en el jardín, escondió su identidad presentándose en forma de serpiente. La serpiente dijo: “¿Es verdad que Dios os dijo que no comierais de ningún árbol del jardín?” (Génesis 3:1). Esta pregunta aparentemente simple enmascara una astucia malvada. El reformador del siglo XVI Martín Lutero dijo que le costó muchísimo traducir ese versículo del idioma original al alemán por ser tan diabólicamente inteligente.

Con ese acercamiento aparentemente inocente, el diablo les está sugiriendo que Dios no diría algo así: al menos, no el Dios que ama a los seres humanos, ¿no? Si leemos entre líneas, podemos ver lo que eso implica: ¡que Dios nos creó para matarnos de hambre! ¡Y eso solo puede significar que Dios es un sádico! Sin embargo, Dios nunca dijo: “No comáis de ningún árbol del jardín”. Dios les había dicho que podían comer libremente de todos los árboles menos de uno (2:16-17). A través de esta pequeña insinuación la serpiente les está diciendo que Dios no desea lo mejor para ellos, ¡sino que les está negando algo bueno! Satanás quiere que duden de la bondad y el amor de Dios para envenenar su fe en Dios.

Eva corrige a la serpiente diciendo que Dios solo les prohibió comer de uno de los árboles: “Dios nos ha dicho: ‘No comáis de ese árbol, ni lo toquéis; de lo contrario, moriréis’” (3:3). ¡Ahora la serpiente sabe que su estrategia está funcionando! ¿Por qué? Porque Dios nunca dijo que no podían tocarlo. Al exagerar la severidad de Dios, Eva demuestra que se está creyendo la mentira de que Dios no es bueno y que en realidad los está privando de algo. Así, Eva se convierte en la primera legalista de la historia.

Ahora la serpiente presenta una contradicción absoluta: “¡No vais a morir! Dios sabe muy bien que, cuando comáis de ese árbol, se os abrirán los ojos y llegaréis a ser como Dios” (3:4-5). Eva, ¿no lo entiendes?, dice la serpiente. Dios es envidioso y no soporta que nadie le haga la competencia. ¡No podría soportar que también llegarais a ser Dios!

Le da la vuelta a todo. Presenta el amor divino como envidia y la satisfacción que da el servicio a Dios como servilismo. Puesto que a Satanás le molesta que Dios controle y tenga todo el poder, su principal argumento, que está detrás de todo lo que dice, es este: Ser Dios lo es todo; ser criaturas que dependen de Dios es un estado que hay que evitar, contra el que hay que luchar y del que hay que escapar. Por lo tanto, ¡rechaza tu humanidad y sé Dios!

Satanás hace dos cosas a la vez: ataca el carácter de Dios y niega la belleza de lo que somos: criaturas. Es una mentira horrible y diabólica completamente opuesta a todo lo que hemos aprendido en Génesis 1 y 2: que Dios es bueno y digno de confianza, y que ser un ser humano, creado para depender de un Dios amoroso y bueno, es hermoso y maravilloso.

Satanás desea que, en lugar de celebrar nuestra dependencia de Dios, odiemos el hecho de que Dios es Dios y nosotros no. Quiere que despreciemos nuestra “pequeñez” y que la veamos como algo de lo que avergonzarnos. Pero reconocer nuestra incapacidad y dependencia de Dios no es deshonroso. ¡Es lo que nos hace libres! Ser criaturas no es una porquería, como Satanás quiere que creamos. Ser criaturas que aman a Dios, le obedecen y dependen de él sin avergonzarse es algo glorioso.

En Génesis 3, el mal gana terreno porque los seres humanos se niegan a ser lo que realmente son: seres creados por Dios por amor y puro gozo, que encuentran satisfacción y libertad cuando dependen de su Dios amoroso y misericordioso.

El problema perdura

Observa con atención la profundidad de la inseguridad humana desde que los seres humanos creyeron en la mentira de Satanás en Génesis 3 y comprobarás que esa mentira ha echado raíces profundas. Tiramos de terapias y fórmulas de autoayuda para tratar de superar ese sentimiento de incapacidad. El difunto psiquiatra Wilhelm Reich, después de ejercer la psicoterapia durante décadas, concluyó: “¿Cuál es la dinámica de la miseria humana en este planeta? Todo proviene de que el hombre intenta ser lo que no es” (The Mass Psychology of Fascism, p. 234, publicado en español como Psicología de masas del fascismo).

¡Brillante explicación secular de cómo se manifiesta el pecado! Sin embargo, Reich no explica por qué intentamos aparentar más de lo que somos, porque eso es algo que solo Dios nuestro Creador puede revelar. La Biblia explica que somos rebeldes que, en el fondo de nuestro corazón, sabemos que no somos Dios pero desearíamos serlo. Así que ocultamos nuestra incapacidad tratando de parecer más de lo que realmente somos. El profeta Ezequiel lo expresa muy bien: “¡No eres un dios, aunque te creas que lo eres! ¡Eres un simple mortal!” (Ezequiel 28:2).

La historia de la humanidad y nuestra cultura actual están llenas de ejemplos que confirman el punto de vista de Ezequiel. Consideremos el bestseller de Yuval Noah Harari Sapiens, donde Harari dice que, debido a la ingeniería genética, los humanos están a punto de superar la selección natural y convertirse en dioses. Aunque, irónicamente, también señala que todavía parecemos infelices y en muchos sentidos inseguros de lo que queremos: “¿Hay algo más peligroso que unos dioses insatisfechos e irresponsables [nosotros] que no saben lo que quieren?” (p. 456).

Como cristianos, sabemos que no somos Dios. Sin embargo, fácilmente caemos en la trampa de sentirnos avergonzados por tener que depender de Dios. No queremos que nadie vea nuestra debilidad o las limitaciones de nuestra humanidad, así que intentamos no parecer tontos o decir algo que pueda ser interpretado como antiintelectual o fuera de lugar en nuestra cultura. Nos importa más lo que pensarán las personas que lo que piensa Dios. ¿No es esa la razón por la que muchas veces no compartimos nuestra fe? ¿Porque tememos que quizá la gente se dará cuenta de nuestras limitaciones o quedaremos como unos tontos?

Necesitamos aceptar las limitaciones de nuestra humanidad. Y podemos hacerlo mirando el nacimiento de Jesús.

Poder en la debilidad

El evangelista Lucas nos dice que, mientras los pastores vigilaban sus rebaños por la noche:

Sucedió que un ángel del Señor se les apareció. La gloria del Señor los envolvió en su luz, y se llenaron de temor. Pero el ángel les dijo: “No tengáis miedo. Mirad que os traigo buenas noticias que serán motivo de mucha alegría para todo el pueblo. Hoy os ha nacido en la Ciudad de David un Salvador, que es Cristo el Señor. Esto os servirá de señal: Encontraréis a un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre”.

De repente apareció una multitud de ángeles del cielo, que alababan a Dios y decían:

“Gloria a Dios en las alturas, y en la tierra paz a los que gozan de su buena voluntad”. Lucas 2:9-14

¿Por qué las huestes celestiales alababan con tanta pasión y gozo después de que el ángel anunciara el nacimiento de Cristo a aquellos pastores ojipláticos y aterrados? ¡Porque conocían la identidad de Aquel que Dios había enviado! Tal como Pablo dijo: “Porque a Dios le agradó habitar en él con toda su plenitud” (Colosenses 1:19).

¡Las huestes celestiales sabían que la venida del Hijo de Dios no tenía precedentes y que cambiaría para siempre el curso de la historia humana! Además, sabían que Dios Padre llevaba siglos revelando su plan de enviar a su Hijo a la tierra. Lo que nos lleva a hacer una pregunta obvia: ¿por qué Dios envió a su Hijo, acostumbrado como estaba a la majestad del cielo, de la manera más débil y humilde posible? ¿Por qué lo envió a este mundo como un bebé indefenso y totalmente dependiente al que tendrían que acostar en un pesebre?

En primer lugar, ¡porque Dios está dándole la vuelta a la mentira diabólica! ¡Ser humano, es decir ser dependiente, es maravilloso a ojos de Dios! Por eso, nunca debemos despreciar nuestra pequeñez, ya que el Hijo de Dios se hizo “pequeño” cuando se hizo humano. Su nacimiento es una tremenda validación de lo bueno que es ser humano. Al hacerse carne, Cristo “santifica toda carne”, como dijo el poeta Charles Williams. En segundo lugar, las humildes circunstancias de su nacimiento son una señal de que Jesús no vino a salvar solo a los privilegiados y a los poderosos; vino a salvar a toda la humanidad.

El hecho de que Cristo vino asumiendo la debilidad y vulnerabilidad de un bebé tiene una enorme importancia para la evangelización. La razón es la siguiente: el nacimiento de Jesús revela que a Dios le complace habitar en la debilidad humana y revelar su gloria a través de ella. Es un tema que aparece a lo largo de toda la Escritura. A lo largo de la Biblia vemos que hay una profunda relación entre la debilidad humana y el poder de Dios.

Piensa en el apóstol Pablo, uno de los mayores evangelistas de la historia. ¿Cómo se sentía Pablo cuando fue de viaje misionero a la importante ciudad de Corinto, la “Ciudad del Pecado” del mundo antiguo? ¿Estaba rebosante de confianza en sí mismo? En 1 Corintios 2:3-5, encontramos la respuesta y sus palabras nos ayudan a entender por qué reconocer nuestra pequeñez es en realidad un regalo:

Es más, me presenté ante vosotros con tanta debilidad que temblaba de miedo. No os hablé ni os prediqué con palabras sabias y elocuentes, sino con demostración del poder del Espíritu, para que vuestra fe no dependiera de la sabiduría humana, sino del poder de Dios.

La declaración de Pablo es asombrosa. Pablo dice que se gloría en su debilidad e incapacidad para que se vea el poder de Cristo. ¡Es justamente la antítesis de Génesis 3! Satanás quiere que odiemos que nuestra humanidad implica tener que depender de Dios. ¡Pero Pablo afirma exactamente lo contrario! Dice que ha aprendido a amar y a celebrar su debilidad porque, a través de su incapacidad, el poder y la gracia de Dios se hacen evidentes.

¿Pero cómo aprendemos a vivir así? Pablo nos muestra que lo primero que tenemos que hacer es aceptar nuestra pequeñez. Eso implica mucho más que reconocer nuestras limitaciones. Significa experimentar un poder mucho más grande que el nuestro y rendirnos a él (veremos esto en otro capítulo). Aprender a aceptar nuestra humanidad es lo que nos lleva a depender del poder de Dios. Nos pone en aquel lugar desde el que podemos aceptar con alegría que Dios tiene toda la fuerza y el poder que necesitamos, y nosotros no. ¡Así que vamos a necesitar su ayuda!

Alguien que nos ha enseñado a muchos a ver la debilidad humana como Dios la ve es la famosa escritora y conferenciante Joni Eareckson Tada. Cuando era adolescente, Joni tuvo un accidente en la playa que la dejó cuadripléjica. Desde entonces, Dios ha usado a Joni para ser su testigo de maneras extraordinarias. Conozco a Joni desde hace mucho tiempo, así que, cuando vino a hablar a nuestra iglesia, le pregunté si podíamos comer juntas y le dije que yo llevaría la comida.

Cuando nos sentamos a solas en una de las salas, de repente caí en la cuenta de que tendría que ayudarle. Así que tomé el bocadillo y empecé a darle de comer. Le puse la pajilla en la boca para que pudiera beber. Le limpié la boca con la servilleta. Es difícil describir la intimidad de aquella comida. Yo solo había dado de comer a alguien cuando mis hijos eran bebés o cuando visitaba a mi abuela en la residencia de ancianos. En otras palabras, únicamente lo había hecho con personas que estaban en ambos extremos de la vida humana.

Sin embargo, esa vez no estaba dando de comer a mis bebés o a mi abuela: estaba dando de comer a la extraordinaria y heroica Joni Tada. El acto de darle de comer fue casi sagrado. De algún modo, su debilidad física hizo que me sintiera a gusto con mi propia debilidad humana. Al poco rato empecé a contarle los desafíos a los que me estaba enfrentando y las áreas en las que esperaba una respuesta del Señor. Y ella hizo lo mismo.

Pensé mucho en aquella experiencia. ¿Por qué dar de comer a Joni había tenido un efecto tan profundo en mí? Finalmente, concluí lo siguiente: había estado ante una mujer que había hecho las paces con su debilidad. Como ella misma dice, su discapacidad física es una bendición porque es un recordatorio constante de que no somos autosuficientes, sino que somos personas dependientes de Dios.

Lo que dijo en su conferencia ese día fue revelador:

“No soy una experta en discapacidad. Es difícil. Es un inconveniente. Cada mañana, cuando mis cuidadores vienen a levantarme, respiro hondo y oro: ‘Señor, muéstrate en mi vida. Jesús, te necesito mucho hoy’. A diario me veo en la situación desesperada de tener que reclamar la gracia del cielo. Pero debemos aprender a volvernos a Dios en todas las circunstancias y decir: ‘Solo puedo hacer las cosas a través de tu poder y tus fuerzas. Así que ayúdame Señor y fortaléceme, no solo para dar testimonio de ti, sino para cada minuto y cada segundo’”.

Cuando aprendemos a celebrar nuestra pequeñez y a depender del poder de Dios, afecta a todos los aspectos de nuestra vida. Y eso incluye la evangelización: porque nuestros temores disminuyen cuando nos damos cuenta de que ser incapaz está bien, de que no hace falta ser capaz de responder a todas las preguntas de los escépticos y, sobre todo, de que nuestra debilidad humana no es un impedimento para que Dios nos use para su reino, para difundir la gloriosa buena nueva. Como dijo Pablo (y necesito recordarlo cada vez que comparto mi fe), el “poder [de Dios] se perfecciona en mi debilidad” (2 Corintios 12:9). Por lo tanto, “¡aceptar tu incapacidad es el primer requisito para ser usado por Dios!” (John Gaynor Banks, The Master and the Disciple, citado en Leanne Payne, The Healing Presence, p. 21).

Así que, la próxima vez que vayas a testificar a un vecino, familiar o compañero de trabajo, y pienses “No puedo, porque...”, no dejes que eso te derrote. Pero igualmente, no intentes encontrar la confianza o la habilidad dentro de ti. Sí, eres incapaz. Y cuando aceptes que eres una criatura dependiente, dependiente de un Creador poderoso, entonces estarás en el lugar donde él puede usarte. Nosotros somos débiles, pero él es fuerte.

Para reflexionar

1 ¿De qué maneras puedes reconocer y celebrar tu dependencia de Dios? ¿De qué maneras luchas contra la idea de que eres un ser dependiente?

1 “El poder de Dios se perfecciona en la debilidad”. ¿Cómo has experimentado esta verdad en tu propia vida?

1 ¿De qué forma saber que Dios nos usa en nuestra debilidad te da fuerzas para evangelizar? Si instintivamente te resistes a aceptar esa idea, ¿por qué crees que es así?

03 Gloria en la debilidad

He aquí la mayor sorpresa de toda la historia: desde la entrada del pecado en este mundo, la humanidad ha tenido un impulso febril de convertirse en Dios... ¡mientras que Dios, desde el principio de los tiempos, había decidido hacerse humano!

Movido por su amor inmensurable, el Dios trino eligió unirse a su creación con la más estrecha de todas las uniones: ¡convirtiéndose en lo que ya había creado! Imagínatelo: el Infinito se hizo finito; el Eterno entró en el tiempo; el Invisible se hizo visible; y el Creador se convirtió en un ser creado.

Hemos visto que hemos sido creados para ser criaturas, no el Creador. Hemos visto que el Padre envió al Hijo, no como un Rey triunfante con todas sus mejores galas, sino como un bebé al que acostaron en un pesebre. Todo esto apunta a la importancia de aceptar nuestra “pequeñez” como seres humanos. Sin embargo, también hemos visto que hay otro aspecto de nuestra humanidad del que Pablo escribió a los corintios: el poder y la gloria de Dios se revelan a través de nuestra debilidad humana, ¡por lo que podemos celebrar nuestra pequeñez!

Pero desde la caída, esa visión de nosotros mismos no es algo natural. Entonces, ¿quién puede enseñarnos a aceptar sin ningún tipo de vergüenza los límites de nuestra humanidad y a celebrar que el poder y la gloria de Dios se manifiestan a través de nuestra debilidad? Sorprendentemente, ¡la respuesta es Jesús! Pero, ¿cómo puede el Hijo de Dios entender lo que significa ser humano? Puede, porque Jesús vino a nosotros como un ser completamente divino

y completamente humano, aunque sin pecado. Ciertamente, la naturaleza de Jesús es un misterio que nuestras mentes humanas no pueden captar del todo. Sin embargo, vale la pena profundizar en él, porque una vez que comprendamos que la gloria de Dios obra a través de nuestra debilidad, marcará una gran diferencia en cuanto a nuestros temores ante la evangelización, especialmente nuestro temor a ser incapaces.

Cómo ser humanos

En Cocoon, película fantástica de los años 80, el actor estadounidense Brian Dennehy interpreta a un extraterrestre cuya misión es recuperar a otros extraterrestres que, en una visita anterior, se quedaron aquí y están dentro de unos extraños capullos en el fondo del mar. Su objetivo es rescatarlos y llevarlos de vuelta a su nave espacial. Así que él y su equipo trasladan los enormes capullos a la piscina de un hotel abandonado, justo al lado de un asilo de ancianos.

Su principal desafío es cómo disfrazarse para poder cumplir su misión. El personaje que interpreta Dennehy parece un ser humano. Pero un día, creyendo que no hay nadie en los alrededores, se desabrocha el traje de humano magníficamente elaborado. Mientras se lo está sacando, unos ancianos le ven y se asustan al descubrir que es un ser de luz. Su apariencia humana no es real. Es una criatura completamente distinta.

Es fácil, pero erróneo, asumir que así era Jesús: un ser divino cubierto con piel humana. Sí, sabemos que Jesús caminó de una ciudad a otra, pero podría haber volado si hubiera querido, ¿verdad? Sí, comía con la gente, pero lo hacía solo para ser sociable porque no necesitaba comer para vivir, ¿verdad? Sí, oraba, pero solo para darnos ejemplo, pues ya sabía la respuesta, ¿no?

A lo largo de la historia de la iglesia hemos tendido a enfatizar la deidad de Cristo y a minimizar su humanidad o, como ocurre hoy

GLORIA EN LA DEBILIDAD

en día, tendemos a lo contrario. Pero Jesús no se hizo pasar por un ser humano. No era 90 % divino y 10 % humano, ni tampoco cambió su divinidad por su humanidad. Jesús era completamente Dios y completamente humano. Tenía dos naturalezas, divina y humana, en una sola persona.

Al principio del Evangelio de Juan, el apóstol testifica de la naturaleza divina de Cristo: “En el principio ya existía el Verbo [Cristo], y el Verbo estaba con Dios, y el Verbo era Dios. Él estaba con Dios en el principio” (Juan 1:1-2). Juan también nos dice que “por medio de él todas las cosas fueron creadas; sin él, nada de lo creado llegó a existir” (Juan 1:3). Eso significa que Cristo, el divino Hijo de Dios, creó las galaxias y formó el cosmos, la luna, el sol y las estrellas. Antes de venir a nuestro planeta, vivió fuera de nuestra experiencia sensorial y fue un ser trascendente.

Como hemos visto, Juan también dio testimonio de la humanidad de Cristo: “El Verbo se hizo hombre y habitó entre nosotros. Y hemos contemplado su gloria” (Juan 1:14). Pablo dice que Cristo, “siendo por naturaleza Dios, [sin embargo] no consideró el ser igual a Dios como algo a qué aferrarse. Por el contrario, se rebajó voluntariamente, tomando la naturaleza de siervo y haciéndose semejante a los seres humanos” (Filipenses 2:6-7). El Hijo era completamente humano, asumiendo nuestras limitaciones humanas: tiempo, espacio, conocimiento y mortalidad; pero no así nuestro pecado, ya que eso no era parte del diseño de Dios cuando hizo a la humanidad.

En otras palabras, cuando Jesús vino a la tierra no solo reveló el carácter divino de Dios, sino que también nos mostró lo que significa ser plenamente humanos. Por ejemplo, en los Evangelios vemos a Jesús viviendo las siguientes características humanas en toda su plenitud.

El verdadero amor humano: Jesús amaba a las personas. Incluso en la cruz, cuando estaba experimentando un sufrimiento atroz,

Jesús amó a su madre pidiéndole a su discípulo Juan que la cuidara como a su propia madre.

Las verdaderas emociones humanas: Las historias del Evangelio revelan que Jesús lloró y se entristeció. Tenía la capacidad de sorprenderse y se sintió movido a compasión. Y Jesús sufrió, como vemos tan vívidamente en su experiencia en el huerto de Getsemaní y en su muerte en la cruz.

La verdadera elección humana: Se hizo humano por elección propia; eligió no caer en la tentación; eligió ir a la cruz.

El verdadero intelecto y desarrollo humano: Qué maravilloso pensar que su madre tuvo que enseñarle los colores: “Jesús, esto es azul; esto es rojo”. José tuvo que enseñarle las habilidades necesarias para ser un carpintero. Jesús creció en estatura y sabiduría porque para eso fue creado el ser humano (Lucas 2:52).

La verdadera experiencia corporal humana: Jesús se cansó y tuvo sed y hambre, como vemos en la historia de la mujer samaritana en Juan 4.

La verdadera dependencia humana: Cuando Jesús nació en la tierra, no dejó a un lado su deidad, pero sí su gloria y majestad. En otras palabras, Jesús no ejerció todas sus capacidades divinas. Por ejemplo:

1 Cuando Jesús fue arrestado en el huerto por guardias armados, dijo: “¿Crees que no puedo acudir a mi Padre, y al instante pondría a mi disposición más de doce batallones de ángeles? Pero, entonces, ¿cómo se cumplirían las Escrituras que dicen que así tiene que suceder?” (Mateo 26:53-54). Pudo haber dispuesto de los batallones de ángeles, pero también era un ser humano que dependía, como todos los seres humanos, de Dios.

1 Cuando Jesús estaba a punto de elegir a sus discípulos, no dijo: “Padre, mañana es un día importante. ¿Podrías darme

GLORIA EN LA DEBILIDAD

doce nombres rápidamente para que pueda descansar?”. Al contrario, Jesús hizo lo que debemos hacer. Luchó en oración toda la noche para conocer la voluntad del Padre antes de elegirlos: “Por aquel tiempo se fue Jesús a la montaña a orar, y pasó toda la noche en oración a Dios. Al llegar la mañana, llamó a sus discípulos” (Lucas 6:12-13).

1 Cuando Satanás tentó a Jesús en el desierto, Jesús no dijo: “Disculpa, pero no puedes hacer eso porque soy el Hijo de Dios”. En cambio, Jesús experimentó voluntariamente la tentación, identificándose con nuestra experiencia humana no de manera teórica sino plenamente; y superó la tentación utilizando los mismos recursos que Dios ha dado a todos los creyentes: la palabra de Dios y el Espíritu Santo (Lucas 4:1-13).

En otras palabras, Jesús no usó la “llamada a Dios” para obtener ayuda instantánea, cosa que podría haber hecho como Hijo de Dios. En cambio, al asumir nuestra naturaleza humana, aceptó de buena gana nuestras limitaciones humanas. Y así, nos mostró cómo vivir una vida de fe y obediencia a Dios.

Es casi imposible apreciar cuánto se humilló Jesús al asumir nuestra naturaleza humana. Lo que Jesús nos muestra tan vívidamente es que hemos sido creados para ser dependientes de Dios, no autosuficientes. Por eso, Jesús nunca se avergonzó de su dependencia de Dios. No le avergonzaba reconocer que necesitaba orar pidiendo dirección o que estaba cansado o hambriento: porque eso es lo que significa ser humano.