Cristianos en busca de humanidad

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Cristianos en busca de humanidad
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PAUL GRAAS

CRISTIANOS EN BUSCA DE HUMANIDAD

EDICIONES RIALP

MADRID

© 2021 by PAUL GRAAS

© 2021 by EDICIONES RIALP, S.A.,

Manuel Uribe 13-15, 28033 Madrid

(www.rialp.com)

No está permitida la reproducción total o parcial de este libro, ni su tratamiento informático, ni la transmisión de ninguna forma o por cualquier medio, ya sea electrónico, mecánico, por fotocopias, por registro u otros métodos, sin el permiso previo y por escrito de los titulares del copyright. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita reproducir, fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra.

Realización ePub: produccioneditorial.com

ISBN (edición impresa): 978-84-321-5346-4

ISBN (edición digital): 978-84-321-5347-1

ÍNDICE

PORTADA

PORTADA INTERIOR

CRÉDITOS

INTRODUCCIÓN

1. PARA EL CRISTIANO QUE QUIERA FORMAR IDEALES AUTÉNTICOS

2. PARA EL CRISTIANO QUE ESTÉ DISPUESTO A TRABAJAR MUCHO

3. PARA EL CRISTIANO DISPUESTO A CAER… Y A LEVANTARSE

4. PARA EL CRISTIANO QUE QUIERA TENER LA LIBERTAD DE AMAR

5. PARA EL CRISTIANO QUE QUIERA PROBAR EL AMOR PURO

6. PARA EL CRISTIANO QUE QUIERA APRENDER A ESCUCHAR

7. PARA EL CRISTIANO QUE QUIERA AMAR LA CRUZ

8. PARA EL CRISTIANO QUE QUIERA ESTAR EN MEDIO DEL MUNDO

9. PARA EL CRISTIANO QUE QUIERA QUERER MUCHÍSIMO A SUS AMIGOS

10. PARA EL CRISTIANO QUE QUIERA RECIBIR AYUDA

11. PARA EL CRISTIANO QUE NECESITE EL AMOR DE UNA MADRE

APÉNDICE PARA EL CRISTIANO QUE QUIERA EMPEZAR HOY

AUTOR

PATMOS, LIBROS DE ESPIRITUALIDAD

INTRODUCCIÓN

El carácter, la voluntad de aceptar la responsabilidad de la propia vida, es la fuente de donde surge el respeto propio.

JOAN DIDION[1]

ALDOUS HUXLEY ESCRIBIÓ su famoso libro Un mundo feliz en 1932. Se trata de una distopía clásica en la que el autor describe una sociedad dominada por la tecnología, el racionalismo y el hedonismo. En esa sociedad no hay guerra ni pobreza y todos parecen llevar una vida sana y feliz. Todos los valores tradicionales como la fidelidad, el amor, la vida familiar, el arte y la religión han desaparecido, y la libertad de llevar una existencia individual no tiene sentido en esta sociedad. El mundo entero vive de esta manera. Solo quedan unas pocas regiones, las llamadas reservas primitivas, donde las personas aún viven de acuerdo con valores tradicionales: existen familias, tienen religiones, se enferman y sufren dolor.

Debido a ciertas circunstancias, un joven de esas regiones acaba viviendo en el ‘mundo feliz’. Pronto se convierte en una especie de atracción para la sociedad, como un animal exótico en un zoo. Poco a poco el joven comienza a detestar y a odiar este mundo. Y es que no puede creer que tal sociedad exista, ni sabe cómo integrarse en ella. Si el lector quiere saber cómo termina la historia, tendrá que leer el libro. No quiero contar el final.

He querido mencionar este libro porque me reconozco un poco en este joven. Mejor dicho, entiendo cómo se siente. Después de todo, soy un católico practicante que vive en un país occidental del siglo XXI. Y eso a veces me hace sentir como una criatura exótica: alguien que todavía vive con una visión del mundo retrógrada, en la que una institución jerárquica tradicionalmente gobernada por cruzados, inquisidores y abusadores de niños que afirma tener el monopolio de la verdad, le dice cómo debe vivir. Y en algunos casos, la moral que se le proclama incluso choca frontalmente con la moral de la cultura occidental actual.

No se si te reconoces en esto que menciono, pero no es agradable vivir con esta identidad. Puedes adoptar actitudes distintas: puedes encerrarte en tu parroquia, formar ahí tu vida social e ignorar el mundo que te rodea. También puedes adoptar una actitud cínica y complacerte en la idea de que el decadente mundo occidental está de capa caída. O puedes llegar a la conclusión de que no tiene sentido seguir viviendo de acuerdo con las ideas de una institución pasada de moda y que es mejor salirse del barco de la Iglesia y buscar la paz y la seguridad en la tierra ‘firme y segura’ de las ideas occidentales dominantes.

Pero también hay otra alternativa y es que como cristiano vivas lleno de optimismo en medio del mundo para ser un testimonio vivo del mensaje eterno de Cristo. Que demuestres con tu vida que la Iglesia en la tierra existe para unir el cielo y la tierra, con el objetivo de lograr la felicidad máxima del hombre. Que, con Cristo en tu corazón, decidas amar apasionadamente el mundo.

Este libro está escrito para ayudarte con esto. Porque requiere mucho ir por ese camino. ¡Requiere nada más y nada menos que toda tu vida! Y vale la pena. Y también es muy necesario, tanto para la Iglesia como para el mundo entero. La evangelización actual se da mucho menos dentro de la parroquia y mucho más en la calle, entre la gente. Y la evangelización más bonita y efectiva es la de una persona normal que está llena de la divinidad de Cristo y también de su humanidad.

[1] Joan Didion, Slouching Towards Bethlehem, (Nueva York, 1968): ‘Essay On Self-Respect’ [traducción del autor].

1. PARA EL CRISTIANO QUE QUIERA FORMAR IDEALES AUTÉNTICOS

La mediocridad es un pecado contra nosotros mismos, una especie de sacrilegio. El tedio que sienten algunos corazones no es más que la reacción instintiva de sus grandes y no desarrolladas posibilidades enfrentadas con la vulgaridad de sus vidas.

FULTON SHEEN[1]

TODOS LOS HOMBRES ANHELAN la felicidad. Todos los hombres quieren dar sentido a su vida. Todos los hombres esperan que sus vidas valgan más que una mera lápida después de la muerte. La pregunta es: ¿cómo se alcanza la felicidad? ¿Qué camino has de tomar para alcanzar grandes ideales?

Un ejemplo inspirador de una persona llena de ideales es la Madre Angélica. Rita Rizzo nació en Canton, Ohio, en 1923. Tuvo una infancia dura. De niña vivía en una zona que estaba bajo el control de la mafia siciliana. Su padre maltrataba a su mujer y abandonó a las dos cuando Rita aún era pequeña. La vida de madre e hija se caracterizó por la pobreza, la soledad y la tristeza. Incluso en la comunidad católica no encontraron apoyo y comprensión, ya que la madre fue estigmatizada por estar divorciada. Su madre empezó a sufrir enfermedades mentales y dejó de trabajar. Rita tuvo que trabajar desde los once años para sostener a su madre y a sí misma.

De adolescente le ocurrieron algunas cosas misteriosas que cambiaron radicalmente su vida. Por ejemplo, un día corría hacia el tranvía pero no se percató de un coche que llegaba a alta velocidad. Paralizada por el miedo sintió de repente que dos manos la levantaban. El conductor del tranvía comentó después que nunca había visto a nadie saltar tan alto. Después de unos acontecimientos semejantes, Rita decidió tomarse en serio su relación con Dios y finalmente descubrió su vocación a la vida religiosa. Se hizo monja franciscana del Santísimo Sacramento en 1944, con el nombre de María Angélica de la Anunciación.

En 1962 fundó un monasterio en Alabama. Diez años después, comenzó a escribir libritos sobre la fe que inspiraron a miles de personas. Un día visitó un canal de televisión de la iglesia baptista. Se quedó impresionada por la cantidad de personas a las que se podían evangelizar a través de la televisión y decidió poner en marcha su propio canal. Poco a poco, después de mucha oposición, dificultades y contratiempos, logró fundar la EWTN (Red de Televisión de la Palabra Eterna). Cuando falleció en 2016, la EWTN era la red televisiva de carácter religioso más grande del mundo. Hoy en día el canal llega a 250 millones de personas. Todo gracias a los ideales, la fe y la perseverancia de una monja que tuvo todo menos una vida fácil.

Cuanto más auténtico, profundo y bello sea un ideal, tanta más felicidad se puede alcanzar. Y no hay nada más auténtico, profundo y bello que el amor verdadero. La frase: All you need is love, es la verdad más importante en la vida de un hombre. No necesariamente porque John Lennon lo cantara, sino porque Dios grabó esa verdad en el corazón de cada hombre. Es nuestra vocación más profunda. Pero el amor auténtico no es solo un sentimiento, una pasión, un impulso. Es entrega radical. Es lucha y sufrimiento. Es vivir para el otro.

 

El apóstol Pablo escribió un hermoso himno sobre el amor en su primera carta a los corintios. Vale la pena meditarla tranquilamente:

Aunque hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles, si no tengo caridad, sería como el bronce que resuena o un golpear de platillos. Y aunque tuviera el don de profecía y conociera todos los misterios y toda la ciencia, y aunque tuviera tanta fe como para trasladar montañas, si no tengo caridad, no sería nada. Y aunque repartiera todos mis bienes, y entregara mi cuerpo para dejarme quemar, si no tengo caridad, de nada me aprovecharía. La caridad es paciente, la caridad es amable; no es envidiosa, no obra con soberbia, no se jacta, no es ambiciosa, no busca lo suyo, no se irrita, no toma en cuenta el mal, no se alegra por la injusticia, se complace en la verdad; todo lo aguanta, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. La caridad nunca acaba[2].

Lo que san Pablo nos dice es que la vida no vale nada si no se basa en el amor. Puedes hacer los viajes por el mundo más impresionantes, ser el más popular en tu ambiente social, tener la mejor carrera profesional, tener a tu lado a la persona más increíble del mundo... Si todo esto no te hace amar más, entonces estás perdiendo el tiempo. Y con amor no me refiero a un like que le das a la foto de alguien en las redes sociales, ni al sentimiento placentero que puedes tener cuando haces un proyecto interesante. El amor implica esfuerzo, sacrificio, generosidad. El amor es apertura a la verdad.

¿Por qué pongo tanto énfasis en esto? Porque en la sociedad actual mucha gente (¡también muchos cristianos!) se deja llevar por una idea equivocada, y es que el camino hacia la felicidad es fácil y cómodo y que es bueno pensar mucho en uno mismo. En otras palabras, que una vida tranquila y enfocada a uno mismo es suficiente para ser feliz. ¡Y eso no es verdad! El camino a la felicidad pasa por la cruz, por el olvido de sí, por la entrega. En los siguientes capítulos me detendré más en esta idea. Pero, por ahora, me gustaría compartir contigo la siguiente cita del Padre Lovasik sobre el amor y la santidad:

Los santos han sido santos porque fueron felices cuando costaba ser feliz, pacientes cuando costaba ser paciente, callados cuando necesitaban hablar y afables cuando sentían la tentación de chillar. Siguieron adelante cuando querían detenerse. La santidad no es sino otra palabra para designar el olvido y la renuncia de uno mismo[3].

Quiero animarte a que pienses en los ideales que tienes en la vida. ¿A dónde quieres ir con tu vida? ¿Te conformas con una vida fácil y mediocre o quieres luchar por alcanzar ideales grandes? ¿Quieres ser una persona que quiere ir flotando cómodamente en el flujo de la masa mediocre, o eres alguien que está dispuesto a nadar a contracorriente? Aparca por ahora la pregunta de cómo alcanzar esos ideales. Nos detendremos en esa pregunta en los siguientes capítulos. Lo que es importante en primer lugar es saber si tienes deseos de grandeza; si quieres amar con toda tu alma y todo tu cuerpo.

Igual la siguiente cita del filósofo español José Ortega y Gasset puede ayudarte a reflexionar sobre esto:

Y es indudable que la división más radical que cabe hacer de la humanidad es ésta, en dos clases de criaturas: las que se exigen mucho y acumulan sobre sí mismas dificultades y deberes, y las que no se exigen nada especial, sino que para ellas vivir es ser en cada instante lo que ya son, sin esfuerzo de perfección sobre sí mismas, boyas que van a la deriva[4].

Una persona con grandes ideales, una persona que no se limita a lo que su pereza le dicta o lo que otros puedan pensar de él, sino que busca amor verdadero y sincero en su vida, es una persona capaz de descubrir a Cristo. Un antiguo himno católico dice: “Ubi caritas et amor, Deus ibi est”. Traducido significa: “Donde reina la caridad y el amor, ahí está Dios”.

Un cristiano con ideales auténticos pisa la misma tierra que los demás. Anhela la misma felicidad y tiene bonitas ambiciones humanas: amigos leales, una buena carrera profesional, un matrimonio y una vida familiar llenos de amor, impacto en la sociedad, descubrir el mundo... Lo que distingue a un cristiano es que trata de descubrir el rostro de una persona detrás de todos estos ideales y esa persona es Cristo. Todas estas ambiciones humanas no son fines en sí mismas, sino que alcanzan su verdadero sentido en el amor eterno de Dios. El Espíritu Santo usa todo lo bello que el corazón del hombre desea para encontrarnos y para que podamos gozar de su Amor. Cuando una persona es egoísta, mediocre y desconfiada, deja poco espacio a Dios para que le encuentre. En cambio, si una persona busca el verdadero amor en todos sus ideales, abre su corazón al amor eterno de Cristo.

El apóstol Pablo escribió que antes de la creación del mundo, Dios nos eligió para una vida de auténtica felicidad en Cristo[5]. Todos los hombres tienen este anhelo, aunque muchos no lo saben. San Agustín expresó poéticamente esta idea en sus Confesiones: «Nos creaste para ti y nuestro corazón andará siempre inquieto mientras que no descanse en ti»[6]. Una persona con carácter es una persona que toma la responsabilidad sobre el destino de su vida. Es alguien que está decidido a descubrir el amor de Dios en su vida y a enfocar su propia existencia completamente a Él. Es alguien que pone todos los medios para empapar su vida terrenal con su identidad divina.

El ideal más auténtico que una persona puede tener en la tierra es el Amor de Dios, porque ha sido creado para ese ideal.

[1] Fulton J. Sheen, Paz Interior (Barcelona, 1955), capítulo 13.

[2] 1 Corintios 13, 1-8.

[3] Lawrence G. Lovasik, El poder oculto de la amabilidad (Madrid, 2015), capítulo 1.

[4] José Ortega y Gasset, La rebelión de las masas (Madrid, 1976), p. 69.

[5] Efesios 1, 4.

[6] San Agustín, Confesiones, capítulo 1, I.

2. PARA EL CRISTIANO QUE ESTÉ DISPUESTO A TRABAJAR MUCHO

Amigos míos, esta mañana me gustaría decirles lo siguiente: incluso si su destino es ser un barrendero, salgan a barrer las calles como Miguel Ángel pintaba sus cuadros; barran las calles como Händel y Beethoven componían música; barran las calles como Shakespeare escribía poemas; anímense y barran las calles tan bien que todos los que están en el cielo y en la tierra se detengan y digan: aquí vive un barrendero que hace bien su trabajo.

MARTIN LUTHER KING[1]

SI TE HAS CRIADO EN UN PAÍS occidental en el siglo XXI, es probable que te vaya bien en términos de prosperidad económica y social. Tienes derecho a la educación; con un poco de esfuerzo puedes completar una buena carrera y encontrar un trabajo decente; disfrutas de una buena sanidad y vives en una democracia libre y estable.

Es bueno estar agradecido por todo lo que has recibido. Pero es peligroso creer que eso es suficiente. Y lo que es incluso más peligroso es la idea de que una vida cómoda y un esfuerzo mínimo son suficientes para lograr una felicidad profunda. Esa convicción es un espejismo, una ilusión. No lograrás la felicidad viviendo cómodamente y con poco esfuerzo, sino trabajando mucho. El legendario escritor Charles Dickens escribe lo siguiente en su libro David Copperfield:

Lo que quiero decir sencillamente es que, desde entonces, todo lo que he intentado hacer en mi vida, lo he intentado hacer lo mejor posible; que me he dedicado por completo a lo que he emprendido y que tanto en lo pequeño como en lo grande he perseguido seriamente mi objetivo. Nunca he creído que un talento natural o improvisado pueda conseguir lo mismo que el trabajo duro y paciente. Eso no existe en este mundo. Puede ser que un talento innato o una oportunidad afortunada puedan ayudar a formar los escalones de la escalera que necesitamos para subir. Pero, ante todo, es necesario que los peldaños de la escalera sean de madera dura y resistente. Para conseguir éxito en la vida, es indispensable tener una voluntad seria y sincera. Al final puedo decir que las directrices en mi vida han sido: no hacer nada a medias, sino siempre con dedicación y de corazón, y no despreciar nunca lo que tengo que hacer, aunque sea algo pequeño y, en apariencia, insignificante[2].

Tal como dice Dickens, puede ser que tú y yo tengamos facultades excepcionales y ocasiones propicias que puedan servir para formar buenos escalones en la escalera que lleva a la felicidad; para alcanzar esos ideales auténticos de amor. Pero los peldaños deben de estar hechos de madera dura y resistente. Con otras palabras, si tú eres vago y perezoso y te rindes ante la primera caída, entonces no te será fácil alcanzar esos ideales.

Para caminar hacia la felicidad hay que trabajar duro, concretamente hace falta formar virtudes. Esto es a lo que se refiere Dickens cuando dice que los peldaños deben de estar hechos de madera dura y sólida. ¿Pero qué es eso de las virtudes? ¿Y por qué son tan importantes? Una de las definiciones clásicas más conocidas es que la virtud es un hábito operativo bueno. Y esos hábitos forman el corazón. Hacen que el corazón tenga una disposición que le haga desear lo bueno, lo bello, lo verdadero. Una persona que se ha ejercitado en levantarse cada día a tiempo, en ser sincero y honesto, en estudiar en el momento previsto o en saber escuchar atentamente a los demás, es una persona que forja virtudes como la puntualidad, la sinceridad, el orden y la justicia, de manera que arraigan en su carácter y forman el corazón. Y, por supuesto, lo contrario también es aplicable. Una persona que nunca se levanta a tiempo, que está acostumbrada a mentir cuando convenga, que pospone sus estudios cuando no le apetece, que no se esfuerza por escuchar a los demás, es una persona que gradualmente se vuelve perezosa, deshonesta, desordenada e injusta.

Muchos filósofos y teólogos han reflexionado a lo largo de los siglos sobre la importancia de las virtudes, como los griegos Platón y Aristóteles. Ellos afirmaban que las virtudes son el camino hacia la vida feliz. También decían que hay cuatro virtudes, las llamadas virtudes cardinales, que integran todas las demás virtudes. Estas son la prudencia, la justicia, la templanza y la fortaleza. Con otras palabras, una persona que es prudente, justo, templado y fuerte es feliz según Platón y Aristóteles.

Lo bonito es que la tradición católica ha acogido todo lo sabio y verdadero que estos filósofos habían descubierto a la luz de la razón. Estas virtudes cardinales que el hombre puede alcanzar por sus propias fuerzas son de fundamental importancia para que el hombre pueda ser feliz. Pero hay otras virtudes que también son esenciales para la felicidad y que el hombre no puede alcanzar por sus propias fuerzas, sino que son concedidas por Dios. Son las llamadas virtudes teologales: la fe, la esperanza y el amor.

Es muy importante que entendamos la importancia de las virtudes cardinales y teologales cuando reflexionamos sobre la fe católica y el deseo de felicidad del hombre. Porque hay diversas actitudes erróneas que puede adoptar un cristiano. La primera es la del ‘hombre-suelo’. Este tipo de persona piensa que puede lograr felicidad verdadera por sus propias fuerzas. Tiene los pies firmes en el suelo y piensa que puede ascender al cielo por sí mismo. La segunda actitud es la del ‘hombre-techo’. Esta persona cree que no puede alcanzar nada por sí mismo y no se exige lo más mínimo. Cree que todo se le da desde arriba. Flota con sus pensamientos en el cielo, pero no tiene los pies en el suelo.

Más adelante hablaremos del hombre-suelo. Ahora quiero detenerme en el hombre-techo, ya que este capítulo está dirigido al cristiano que está dispuesto a trabajar y el hombre-techo es una persona que habla mucho de la fe, la esperanza y el amor de Dios, pero no se esfuerza en trabajar ni en formar su carácter. Y eso no es ser buen cristiano, porque un buen cristiano es alguien que lucha por integrar virtudes en su vida.

El Señor nos cuenta una preciosa parábola en el Evangelio de Mateo:

 

Por lo tanto, todo el que oye estas palabras mías y las pone en práctica, es como un hombre prudente que edificó su casa sobre roca; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: irrumpieron contra aquella casa, pero no se cayó porque estaba cimentada sobre roca. Pero todo el que oye estas palabras mías y no las pone en práctica es como un hombre necio que edificó su casa sobre arena; y cayó la lluvia y llegaron las riadas y soplaron los vientos: se precipitaron contra aquella casa, y se derrumbó y fue tremenda su ruina[3].

El Evangelio nos cuenta sobre dos hombres. Ambos tenían un ideal valioso, construir una casa, pero la forma en que querían lograr su ideal era diferente. El primero ha elegido el camino difícil. Construyó su casa sobre roca. El segundo eligió el camino fácil y construyó su casa sobre arena.

La pregunta es, ¿qué son exactamente esa roca y esa arena en la parábola del Señor? ¿Qué es la casa? ¿Cómo podemos aplicar esta historia a nuestras propias vidas? La roca son las virtudes que el hombre puede lograr a través de sus propias fuerzas. La casa representa las virtudes divinas. Una persona que lucha duro para integrar las virtudes humanas y que construye la casa de sus virtudes e ideales divinos junto con el Espíritu Santo es una persona capaz de oír y poner en la práctica la Palabra de Dios en su vida. No se dará por vencido cuando vengan contratiempos y dificultades. Tiene carácter. Sabrá continuar incluso cuando requiera mucho esfuerzo.

El necio en esta parábola es la persona que tiene ideales, quizás incluso grandes ideales divinos, pero que no está dispuesta a trabajar duro. Dice que cree en Cristo y que la misericordia de Dios es infinita, pero ante la más mínima dificultad siente autocompasión y deja de luchar. Por ejemplo, si ha tenido un mal día, estará de mal humor y lo hace notar a todos los que están a su alrededor. El domingo en la iglesia canta con fervor, pero fuera de la iglesia es una persona tibia y mediocre y al primer revés se derrumba su esperanza, fe y amor.

Cuando contemplamos la vida de Cristo, vemos que Él pasó la mayor parte de su vida viviendo una vida muy ordinaria y trabajadora; Una vida discreta y sencilla en Nazaret, junto con María y José. No me puedo imaginar que estuviera sentado en el sofá todo el día, haciendo las tareas domésticas para María con una varita mágica y haciendo mesas y sillas para José. ¡Trabajó duro! Aprendió pacientemente el oficio de carpintero para poder ayudar a su padre terrenal en su trabajo. Escuchaba atentamente los sabios consejos maternales de María para formar su carácter. De los treinta y tres años que pasó en la tierra, treinta discurrieron viviendo una vida oculta y trabajadora para mostrarnos a ti y a mí el camino a seguir. ¿Cómo crees si no que el Señor pudo caminar hasta la cruz? ¿Crees que los ángeles le protegieron de todos los problemas en sus últimos tres años en la tierra? ¿Crees que no sintió el dolor de los latigazos de la flagelación y los clavos de la crucifixión?

Cristo construyó su casa divina sobre la roca de su vida diaria en Nazaret. Hizo de esa casa algo concreto y humano. Los milagros de fe, esperanza y amor se realizarán en tu vida si estás dispuesto a trabajar duro como Jesús, el hijo de María y José. Jesús, el hombre.

El famoso escritor británico C. S. Lewis dijo una vez en una entrevista que no se refugió en la religión por placer. Para eso, dice, es mejor que bebas una botella de oporto[4]. El cristianismo no es el lugar indicado si buscas una religión que predica una vida cómoda, porque el cristianismo dice que tienes que trabajar duro día tras día para convertirte en un ser humano de virtudes, ya que solo así serás capaz de seguir a Cristo, el hijo del carpintero, en su camino hacia la Resurrección.

[1] Martin Luther King, Discurso, Barratt Junior High School (Philadelphia, 26.10.1967) [traducción del autor].

[2] Charles Dickens, David Copperfield (New York, 2008), cap. 42 [traducción del autor].

[3] Mateo 7, 24-27.

[4] C. S. Lewis, One Man Brains Trust (Middlesex, 18-4-1944), pregunta 11.

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