Nacido para morir

Text
Read preview
Mark as finished
How to read the book after purchase
Font:Smaller АаLarger Aa

«Las relaciones entre humanos y vampiros son…».

«Complicadas, lo sé», suspiré.

«Iba a decir un error, pero eso también. Mira, si te gusta, diviértete con él un poco y ya —sugirió Reed—. Sabes que nunca podrá ser nada más que un juguete».

«¡Qué cínico eres, hermano!», le acusé.

«No es cinismo si es verdad —replicó—. Solo hay dos cosas que un humano puede aportar a un vampiro: sexo y sangre. Te aseguro que, en cuanto hayas probado un par de veces de cada una, te cansarás».

«Lo que tú digas. Estoy cansada, me voy a dormir».

«Duerme bien, hermanita».

CAPÍTULO 6

Baloncesto, historias de terror y sonetos

El viernes durante la primera hora, el director nos recordó por megafonía los horarios de las pruebas para los diferentes equipos. Con todo lo que había pasado, casi me había olvidado de eso. Parecía mentira que hubiera sido el día anterior; era como si hubieran pasado mil años y, al mismo tiempo, apenas un segundo.

—¡Suerte a todos! —añadió el director al final.

La primera clase de ese día era Inglés, que daba la señora Mason. La señora Mason era una mujer de unos cincuenta años, con el pelo largo y gris recogido en una trenza, y que no debía superar el metro y medio de estatura. Sus aspectos favoritos de la lengua eran la gramática y la sintaxis. Yo odiaba la sintaxis, así que su clase no era de mis preferidas. Entre la perspectiva de las pruebas de baloncesto y el recuerdo de lo que había ocurrido en el bosque, me costaba concentrarme. Fallé todas las preguntas que me hizo la señora Mason, y Raven, que era su alumna predilecta, no perdió la oportunidad de lanzarme miradas de suficiencia todas y cada una de las veces.

Terminé por desconectar de todo, incluso de las conversaciones con los demás en el recreo y la comida, en las que participé lo mínimo posible. Charlie fue el primero en darse cuenta de que algo pasaba y les dijo a los demás que me dejaran en paz por ese día. Al principio lo agradecí, pero luego resultó contraproducente: mi mente no dejaba de volver una y otra vez a la cabaña y a sus habitantes, en especial a Evelyn. Con suerte, las pruebas me permitirían no pensar en eso durante un rato.

—Pero ¿estás bien? —quiso saber Jim, preocupado.

—¿Eh? —Volví a la realidad de golpe; había estado recordando la imagen de los colmillos de Reed—. Sí, solo nervioso, ya sabes, por las pruebas.

A pesar de la hostilidad de Kyle, quería entrar en el equipo, no solo por Hunter, sino también por mí. Hasta el momento, las clases de Educación Física habían ido bien e incluso había recibido los halagos del entrenador en alguna que otra ocasión, lo que ponía furioso a Kyle, pero necesitaba la rutina de los entrenamientos para completar mi cuota de ejercicio semanal. No podía evitarlo, era un yonqui de las endorfinas.

Las pruebas de baloncesto eran de las primeras en celebrarse. El nerviosismo desapareció en cuanto comenzamos con los ejercicios de calentamiento que tan familiares me resultaban y, como esperaba, también lo hicieron todos los demás pensamientos. Para mí, el baloncesto era algo tan natural y fácil como respirar y, lo mejor de todo, era igual en todas partes.

Me sorprendió un poco que mi padre estuviera en la grada observando, pero recordé que ahora tenía mucho más tiempo libre; por lo general, su horario de trabajo terminaba al acabarse las clases. Le saludé con la mano y me devolvió el saludo. Después de mi aventura en el bosque (de la cual aún no habíamos hablado), era mejor que me comportase lo mejor posible, por mi propio bien.

La prueba en sí era simple: un partido de los aspirantes contra los miembros del equipo. El entrenador me puso a mí como capitán de los aspirantes.

—Te he estado observando en Educación Física, Connor —me dijo—, y creo que eres bueno, así que no me defraudes.

—No lo haré, señor.

Entendí por qué Kyle era el capitán en cuanto empezamos a jugar. En comparación, en clase se había contenido, pero ahora se estaba tomando las cosas muy en serio: jugaba de una forma muy agresiva, tanto en defensa como en ataque. No es que anduviera a codazos con el resto, pero no le importaba caer o toparse con otro jugador con tal de que sirviera para anotar puntos. Me hizo esforzarme al máximo y, aun así, cuando el entrenador pitó el final su equipo nos sacaba dos puntos.

—Muy bien, se acabó —anunció—. El lunes tendréis la lista con el nombre de los que han entrado en el equipo en la puerta de mi despacho. Y ahora id a las duchas, ¡apestáis como una banda de mofetas!

—Buen trabajo, tío —me dijo Hunter, palmeándome la espalda.

—Gracias.

—Contigo en el equipo esta temporada va a ser mucho mejor que la anterior.

Parecía bastante animado, así que decidí no recordarle que la decisión era del entrenador Benson, no suya. Supongo que daba por sentado que entraría, y la verdad es que deseaba con todas mis fuerzas que tuviera razón.

Cuando salí de las duchas, mi padre seguía en las gradas, esperándome mientras consultaba algo en su portátil, así que fui a su encuentro. Las animadoras habían tomado el gimnasio y estaban celebrando sus propias pruebas.

—¡Hola! —me saludó con una jovialidad exagerada, cerrando el portátil y guardándolo en su maletín—. Enhorabuena.

—Todavía no sé si he entrado, papá —le recordé.

—Lo que tú digas, agorero. Esas chicas lo hacen bien, ¿eh? —comentó. Una de las animadoras me sonrió y me saludó agitando un pompón; recordé que se llamaba Stella y estaba en varias de mis clases. Le devolví el saludo por educación—. Creo que en mi época las coreografías no eran tan complicadas. Y los uniformes eran menos… reveladores.

—¡Carroza! —bromeé de forma un tanto forzada.

—Tu madre fue animadora cuando estudiaba aquí, ¿sabes? —dijo—. Creo que su anuario todavía debe estar por casa…

Ellos se habían conocido en la universidad, por supuesto. Papá había crecido en Queens, donde iba a un instituto público. Siempre había pensado que para mi madre debía de haber sido un alivio salir de un pueblo tan pequeño; pero tenía sus ventajas, como la posibilidad de pasar una infancia tranquila, libre de los peligros de la gran ciudad. Aunque los peligros de la gran ciudad eran comparables a los vampiros, así que quizá no fuera un sitio tan idílico como aparentaba.

En cuanto llegamos a casa, mamá nos reunió en el salón para hablar del castigo.

—Las acciones tienen consecuencias, Ben —dijo muy seria—. No te voy a castigar sin salir, pero solo si mantienes tu habitación limpia y ordenada y lavas los platos.

—¿Todos los días? —pregunté.

—Todos los días —repitió—. Si quieres quedar con tus amigos, tienes que cumplir esas condiciones, además de hacer tus deberes, claro. Y me ayudarás en el jardín cuando te lo pida.

—De acuerdo.

Era lo justo, ¿no? Había hecho algo malo y ahora iba a tener que pagar.

—Da gracias de que ha sido idea de tu madre y no mía, porque yo te habría dejado sin internet un mes —me dijo mi padre.

Así que esa tarde, además de hacer los deberes, ordené mi habitación y, por si acaso, también el baño.

Después de la cena (gracias a Dios, cuando ya había terminado de lavar los platos), Hunter vino a casa y preguntó si podía quedarme a dormir en la suya, ya que al día siguiente no teníamos clase.

—¿Qué vais a hacer? —preguntó mi madre.

—Nada especial, jugar a videojuegos… o quizá ver una peli de terror —dijo Hunter.

—¿Has ordenado tu habitación como te pedí? —me preguntó. Asentí—. De acuerdo, pero te quiero aquí mañana antes de mediodía.

—Gracias, mamá.

Subí a mi cuarto para coger mis cosas. Hunter vino conmigo y aprovechó para echar un vistazo a mi habitación. Era más grande que la que había tenido en Nueva York, pero los muebles estaban más gastados y, pese a la claraboya en el techo, casi encima del escritorio, había mucha menos luz.

—Eres muy ordenado, ¿eh? —comentó Hunter.

—No te creas, mi madre me ha castigado con no dejarme salir si no hago mis tareas —repliqué.

Ese mismo día había habido ropa amontonada en la silla del escritorio y los deberes habían estado esparcidos sin orden ni concierto sobre la mesa, casi tapando mi portátil.

—Entiendo… Bonito equipo estéreo —se maravilló mientras yo metía un pijama y una muda limpia en una bolsa de deporte—. ¡Vaya! ¿Tienes un Mac?

—Eh… Sí.

Me sonrojé: había sido un regalo de mis padres por mi trece cumpleaños y apenas lo usaba para otra cosa que no fuera hacer los deberes y ver películas, me habría conformado con un portátil más barato.

—Mola.

Fuimos hasta su casa y nos instalamos en el sótano; Charlie y Jim llegaron poco después. Hunter preparó palomitas para parar un tren y nos dispusimos a escoger una película de terror para ver en la tele del sótano, donde habíamos estudiado el jueves. Jim quería ver Drácula, la de Coppola con Gary Oldman y Keanu Reeves, pero me opuse: nada de vampiros. Por suerte, los demás me apoyaron. Terminamos eligiendo la cuarta entrega de la saga Saw.

—Hoy en día se abusa mucho del gore fácil, ¿no creéis? —comentó Charlie.

Casi me atraganto de la risa; Charlie tenía un extraordinario parecido con el personaje de Carl Grimes de la serie The Walking Dead, de la que era gran fan. En ese mismo momento llevaba una camiseta con el logo. Miré la pantalla: mostraba un hombre reventándole los sesos a martillazos a otro. No había gore más fácil que ese.

—Y del «basado en hechos reales» —apuntó Hunter, poniendo pausa—. ¿Y si hacemos otra cosa?

—Eso, podemos contar historias de miedo —dijo Jim entusiasmado—. ¿Tú sabes alguna, Ben?

 

—Sí, sé una.

Hunter apagó las luces y me tendió una linterna. La encendí y la coloqué de modo que enfocara mi cara desde abajo. Era la ocasión perfecta para experimentar con los límites de la orden que me había dado Evelyn. No es que quisiera contarlo, pero me preocupaba que ella pudiera controlar mi comportamiento con su «encanto» o como quiera que lo llamara; para mí era hipnosis y punto.

—Había una vez un chico que se internó en el bosque… —empecé.

Les conté mi aventura, pero sin mencionar que había ocurrido de verdad o que era yo el protagonista, y cambié la palabra «vampiros» por «asesinos en serie» y al ciervo por un cadáver. Obviamente, en mi historia, el chico moría tras ser torturado por la malvada pareja de asesinos. Al parecer, si cambiaba los detalles lo suficiente, sí podía hablar de ello. Era bueno saberlo.

—¡Tío, eres superretorcido! —silbó Hunter cuando acabé—. Me gusta.

—Sí, esa no la conocía —comentó Jim—. Ahora me toca a mí; pásame la linterna, Ben.

Jim contó una historia sobre una página web maldita que te volvía loco y al final, acababas suicidándote. Luego, Hunter contó una sobre unos excursionistas que se habían perdido en un bosque en plena tormenta de nieve.

—Y cuando los encontraron, solo quedaba uno de ellos con vida, pero ya no era del todo humano, se había vuelto caníbal —dijo con tono teatral—. Había matado y se había comido a los otros dos para sobrevivir. Así que lo internaron en un centro psiquiátrico, donde murió de hambre, porque ya no quería comer nada que no fuera carne humana.

—Muy divertido —dijo Charlie arrebatándole la linterna—. Yo sí que tengo algo verdaderamente terrorífico. Y no lo es tanto porque haya sangre, o asesinos, sino porque ocurrió de verdad. Cuando mi abuela era una niña, había un hombre que venía a visitarla todas las noches. Llevaba un traje anticuado y se quedaba en la puerta de su habitación, mirándola, y ella no podía moverse hasta que se iba.

»Un día, decidió contárselo a sus padres, pero le dijeron que solo eran imaginaciones suyas. Y ella lo creyó, así que cada vez que venía el hombre del traje, ella cerraba los ojos hasta que sentía que se podía mover de nuevo. Pero un día acompañó a su madre al cementerio y en una de las lápidas vio una foto: era el hombre del traje. Le preguntó a su madre sobre ello, pero ella no sabía quién era. Las visitas continuaron hasta que cumplió los trece años. Tiempo después, estaba en la biblioteca con unas amigas haciendo un trabajo para clase y vio la foto del hombre del traje en un periódico antiguo: había sido condenado a muerte por raptar, torturar y asesinar a dos niñas, dos hermanas; la mayor tenía trece años cuando murió. Cuando mi abuela miró la dirección, no se lo pudo creer: la casa de las niñas era donde ella vivía entonces y su dormitorio era el que había sido de las hermanas. Cuando sus padres murieron, ella vendió la casa, por si acaso, y desde entonces todos los niños que han vivido en la casa afirman haber visto al hombre del traje.

—¿Y qué pasó con la casa? —inquirí—. Es decir, ¿sigue viviendo gente en ella?

—No, los últimos propietarios la pusieron a la venta hace diez años, pero nadie la compró, así que se la quedó el banco. Una vez fui a verla y está en ruinas.

—Tenemos que ir a esa casa —declaró Hunter.

—No creo que le viéramos —dijo Charlie—. Pasamos de los trece años, y hay que tener esa edad o menos para verle. Además, el hombre del traje prefiere a las niñas.

—¿Cuándo te contó tu abuela esa historia? —quiso saber Jim.

—La primera vez cuando tenía diez años. Tenía un sentido del humor un poco peculiar.

—¿Tenía? —repetí.

—Sí, ahora tiene demencia senil o algo así —explicó Charlie apenado—. Cuando voy a verla, siempre me cuenta esta historia, una y otra vez. Casi parece que es lo único que recuerda.

—Lo siento, tío —dijo Hunter—. Aun así, deberíamos ir. Acampar una noche o algo.

Todos estuvimos de acuerdo y fijamos la fecha para dos fines de semana después. A nadie se le ocurrió invitar a Jeremy o a Kyle, y la verdad es que me alegré.

Esa noche dormí bien, sin sueños a pesar de las historias de terror, y el domingo lo dediqué casi por entero a hacer los deberes y mirar el reloj cada poco. Parecía que el lunes no iba a llegar lo suficientemente rápido. Sin embargo, cuando llegó el día, mi nombre encabezaba la lista de los admitidos.

—¿Ves? Te lo dije —dijo Hunter con una gran sonrisa.

Los demás me palmearon la espalda felicitándome. Había estado todo el fin de semana nervioso sin razón alguna, así que sonreí aliviado. Los entrenamientos eran lunes, miércoles y viernes, después de clase, duraban hora y media y, aunque dejaban poco tiempo para hacer los deberes antes de la cena, no me preocupaba.

Apenas cabía en mí de gozo y de nuevo me costó concentrarme en las clases. En el recreo, Kyle se disculpó por haber sido tan capullo conmigo, lo que me sorprendió mucho, aunque gratamente.

—Creía que mi viejo iba a darte la capitanía… No es que no reconozca que eres bueno, pero… supongo que me cegué un poco —admitió avergonzado.

—No te preocupes, lo entiendo —dije—. Solo quieres que tu padre reconozca tu valía, eso es todo.

—Sí. En fin, nos veremos en los entrenamientos.

Sonreí: el día estaba yendo mejor de lo que esperaba de un lunes. Pero en clase de Historia Americana el señor Jenkins se encargó de desinflar mi burbuja de felicidad anunciando que nos ponía un trabajo.

—Quiero que hagáis una cronología de la Guerra Civil y escribáis un resumen de lo más importante de cada batalla. Tenéis hasta el jueves para entregarme algo decente. Y ahora, sigamos. Señorita Martins, empiece a leer, por favor.

Rezongué, al igual que media clase. Stella Martins, la animadora que me había saludado el viernes anterior, empezó a leer con voz monótona. Era más fácil que intentar tomar apuntes a toda velocidad, pero también mucho más aburrido.

—Oye, ¿quieres quedar después de clase para hacer el trabajo? —me preguntó Charlie cuando acabó la clase.

—No puedo, tengo entrenamiento —le recordé.

—¡Ah, es verdad! Se me había olvidado que tú también estás en el equipo ―dijo—. Enhorabuena por entrar, por cierto.

—Gracias.

—De todos modos, puedo esperarte si quieres; tengo que hacer unas cosas para el periódico y ayudar a mi hermana con sus deberes —explicó—, así que probablemente no termine hasta que salgas del entrenamiento.

—De acuerdo, entonces. Nos vemos en la biblioteca después del entrenamiento.

El primer entrenamiento de baloncesto fue bastante bien. Había algunas nuevas incorporaciones, así que el entrenador empezó con un ejercicio para que nos fuéramos conociendo. Consistía en que primero nos pasábamos la pelota diciendo nuestro nombre al recibirla y después, tras un par de vueltas (pasándola cada vez más rápido), diciendo el nombre del jugador a nuestra derecha y luego el del que estaba a nuestra izquierda. Al cabo de un rato, empezaron a sonarme casi todos los nombres.

—Muy bien. Ahora que os conocéis un poco mejor, quiero que os pongáis por parejas —indicó el entrenador—. Vamos a empezar trabajando los pases cortos.

Ni Charlie ni Jeremy, a pesar de gustarles jugar, estaban en el equipo, así que el compañero de Kyle por defecto cuando se trataba de hacer ejercicios por parejas era Hunter. Durante un momento, me encontré desorientado, hasta que uno de los jugadores tuvo compasión de mí y se me acercó.

—¡Hola! —saludó alegremente—. Eres Ben, ¿verdad?

—Sí.

—Soy Danny Hawkins —se presentó tendiéndome la mano—. Me siento detrás de ti en Historia Americana y en Español.

—Encantado de conocerte —respondí estrechándosela.

Danny era bueno, cualquiera podía darse cuenta después de un rato de verle jugar, pero carecía de la agresividad de Kyle o de sus ganas de protagonismo, por lo que trabajar con él era mucho más agradable. Era algo más alto que yo, de piel color café con leche, ojos castaños y pelo corto, con un curioso dibujo rapado en los laterales.

—¿Quién te ha hecho ese peinado? —le pregunté mientras practicábamos los pases en movimiento—. Mola mucho.

—Mi madre. Es peluquera.

—Quizá debería pedirle que me hiciera un corte de pelo nuevo —sugerí.

—No te ofendas, Ben, pero un peinado con símbolos tribales africanos no es lo que mejor le va a un chico blanco —bromeó.

—Oh, no, no me refería a un peinado como el tuyo —expliqué—. Pero tiene talento.

—Bueno, si quieres pasarte, su peluquería está junto al MSS.

—¿MSS? —repetí confuso.

—El Mike’s Sports Spot. MSS para abreviar.

Mike’s Sports Spot era la tienda de deportes. Realmente debía prestar más atención, porque en aquella primera exploración de Elmer’s Grove no me había dado cuenta de que había una peluquería junto a la tienda.

—Anotado.

—De todas formas, si quieres mi opinión, el pelo así de largo te queda muy bien.

—¡En silencio, señoritas! —nos amonestó el entrenador.

Al terminar el entrenamiento, pregunté a Danny si quería quedarse en la biblioteca a hacer el trabajo conmigo y con Charlie.

—Cuantos más mejor —dije.

—No puedo, tío, tengo que llevar a mi hermana a casa —explicó—. Quizá otro día.

—Claro.

En los vestuarios, le dije a Hunter que iba a la biblioteca a estudiar con Charlie y extendí la invitación a su persona. Accedió, así que apuramos todo lo posible para no hacer esperar a Charlie.

La hermana de Charlie, Hayley, estaba en la biblioteca cuando entramos, sentada junto a él. Se parecían mucho, incluso ella tenía el mismo peinado, solo que su pelo era más largo y llevaba el flequillo teñido de rosa. Se sonrojó al presentarse y no paró de echarme miradas furtivas en todo el tiempo que estuvimos allí. Finalmente, tras varios intentos y tras consultar varias webs y artículos en línea sobre la Guerra Civil, escribí un borrador del que me sentía satisfecho. Se estaba haciendo tarde, así que le pregunté a Hunter si le importaba que nos fuéramos ya.

—No, ya he acabado con los ejercicios de Precálculo —dijo. Reprimí un gruñido, yo todavía tenía que hacer esos; menos mal que aún tenía un día para acabarlos.

Nos despedimos de Charlie y de Hayley y, tras recoger nuestras cosas, nos encaminamos hacia el aparcamiento; el mío era el único coche que quedaba en la parte de los alumnos.

—Creo que la hermana de Charlie está por ti —dijo Hunter divertido.

—¿Hayley? Nah, no creo.

—Pues yo creo que sí —replicó Hunter—. No ha parado de mirarte, claramente le gustas.

—¿Y qué si le gusto? Tío, tiene trece años —le recordé.

—Catorce —me corrigió—. No digo que le pidas salir, solo que tienes una admiradora —añadió sonriendo.

Cuando llegué a casa, mi padre me estaba esperando en el salón, con un libro abierto delante de él.

—Ben, ven a ver esto —me dijo.

Era el anuario de mamá. Papá la señaló entre las animadoras, pero la verdad es que no hacía falta, apenas había cambiado. Se la veía más joven y con un peinado muy…, bueno, de la época, pero del resto estaba igual. Incluso los uniformes de las animadoras parecían no haber cambiado demasiado.

—¿En qué pensabais en los ochenta? —pregunté, intentando no reírme.

—En que eran los ochenta —respondió. Me reí—. Yo lucía una cresta a tu edad.

Papá era ocho años mayor que mamá, por lo que ya era un adolescente a principios de los ochenta. Y adepto a la estética punk, al parecer. Como cierto par de mellizos…

—¿Fuiste a algún concierto? Cuando tenías mi edad, me refiero.

—Vi a los Sex Pistols y a los Dead Boys en el CBGB cuando tenía dieciséis años. Me colé con unos amigos, de otra manera no me hubieran dejado entrar. Fue mi primera borrachera. —Sonrió al recordarlo—. Pero tú no deberías beber —añadió rápidamente.

—No lo hago.

Había probado el alcohol una vez y me resultó tan repugnante que no me quedaron ganas de volver a beber. La verdad, no entendía como a la gente podía gustarle emborracharse hasta perder el sentido (y la memoria).

—Bien.

—Oye, papá…

—¿Sí?

—Siento mucho lo que pasó el otro día —dije avergonzado.

—Yo también lo siento. Sé que te está costando adaptarte y no fui del todo justo contigo —admitió. Guau, debía de sentirse realmente arrepentido si estaba admitiendo que se había equivocado—. Te he comprado una cosa —añadió tras una pausa, sacando un paquetito de su bolsillo.

 

—¿Qué es?

—Ábrelo y lo sabrás.

Rasgué un lateral del envoltorio en forma de sobre y una brújula cayó en la palma de mi mano.

—Es un llavero, así siempre podrás llevarla contigo —explicó.

—Gracias, papá.

Bueno, al menos era un llavero original, ya que por el momento no pensaba volver a adentrarme en el bosque. Probablemente no pasara nada si me encontraba de nuevo con Evelyn, e incluso puede que se alegrase de verme (yo sí me alegraría de verla), pero Reed era harina de otro costal y no creía que le gustara verme merodeando por su territorio. No, mejor me mantenía alejado de los árboles.

Tras la cena lavé los platos, ordené mi habitación y pasé a limpio el trabajo de Historia, agotado tras el largo día. Cuando me fui a la cama eran casi las once y me dormí enseguida. No importó mucho, en realidad, porque tuve pesadillas con bosques y vampiros. Al despertar no recordaba apenas detalles, pero me sentía tan cansado como si me hubiera pasado la noche de fiesta.

Al día siguiente, en el instituto, sucedió algo inesperado. Lorelei y Stella se acercaron a nuestra mesa durante la comida.

—¿Nos podemos sentar? —preguntó Lorelei.

—Sí, claro —respondió Kyle.

—Gracias.

Lorelei se sentó al lado de Kyle y Stella a su lado, en el sitio libre que quedaba junto a mí. Me sonrió, parpadeando lentamente. Eso mismo era lo que había hecho Evelyn tras insinuar que yo le gustaba.

—Stella y yo estábamos hablando de lo genial que parece el equipo de baloncesto de este año —comentó Lorelei—, y que sería genial que tú y yo quedáramos algún día.

—¿Como una cita? —preguntó Kyle, intentando, sin éxito, hacer como si nada.

—Ajá. Pero Stella no tiene con quién ir y nos gustaría que fuera una cita doble ―continuó Lorelei—. Ya sabes, ella es mi mejor amiga y lo hacemos todo juntas.

—Ben, ¿querrías venir conmigo? —preguntó entonces Stella sonriéndome.

—Me encantaría, pero estoy castigado, lo siento —me excusé.

Stella era muy guapa, pero no quería tener ninguna cita en ese momento. Sobre todo porque cada vez que evocaba una imagen femenina, me venía a la mente Evelyn, con su deslumbrante sonrisa. Probablemente algo andaba mal en mi cabeza para que me sintiera atraído por ella, pero no tenía tiempo de pararme a pensar en ello o me volvería loco. No tenía sentido; me había secuestrado, y casi había muerto, pero aun así… deseaba volver a verla, aunque solo fuera en mis sueños.

—¡Oh…! —La sonrisa de Stella se desvaneció en menos de un segundo—. Es una pena.

—Sí, lo siento —repetí.

—Hunter irá contigo —intervino Kyle—, ¿verdad, Hunter?

—Sí, claro.

Pero Hunter no parecía muy convencido. Me sentí culpable, pero no dije nada.

—Bien, ¡pues todo arreglado! —exclamó alegremente Lorelei—. Quedamos el viernes en el aparcamiento después de los entrenamientos.

Y sin esperar a que Kyle y Hunter se lo confirmaran, ambas se levantaron y se fueron.

—¡Sí! —exclamó Kyle, haciendo un gesto de triunfo con el brazo. Jeremy le palmeó la espalda, dándole la enhorabuena.

—Tío, ¿por qué le has dicho que no a Stella? —quiso saber Hunter.

—No es mi tipo —respondí encogiéndome de hombros.

No había tenido un tipo hasta el momento, pero en los últimos días habría dicho que mi tipo era alta, delgada, pelirroja y muerta.

—¡Pero si es el tipo de todo el mundo! —exclamó Jim.

—Pues haberle pedido tú una cita —repliqué.

Al oír eso, Kyle se echó a reír a carcajadas, como si yo hubiera contado el chiste más gracioso del mundo.

—¿Jim y Stella? ¿En una cita? —dijo en cuanto pudo parar de reír—. ¡Qué gracioso eres, Ben!

—Pues no veo por qué no —dije.

—Las animadoras no se juntan con los frikis —afirmó categóricamente Kyle—. Es como una norma no escrita, o algo así.

—Tampoco es que ella me guste —se defendió Jim—. Solo digo que es guapa, nada más.

—A lo mejor el tipo de Ben es otro más… musculoso —apuntó Jeremy.

—¿Estás insinuando algo? —inquirí.

—Quien se pica, ajos come —replicó Jeremy, encogiéndose de hombros.

—Danny es gay, lo dice por eso —me susurró Hunter en un tono bastante audible.

—La verdad es que se te veía muy cómodo con Danny ayer —comentó Kyle.

—Bueno, para empezar, ni siquiera sabía que Danny es gay. Para continuar, es una persona muy agradable, así que no veo por qué iba a sentirme incómodo. Y para terminar, estamos en 2018, tío, esa es una actitud muy rancia y homófoba —dije.

Pero Kyle no pudo replicarme, porque en ese momento sonó el timbre. Por una vez, me alegré de volver a clase, aunque mi humor empeoró por momentos cuando, tras entregarle los trabajos de Historia Americana, el señor Jenkins volvió a la carga con sus explicaciones a la velocidad del rayo. Al terminar la clase, me dolía tanto la mano que me planteé aprender a lanzar con la izquierda.

Tras las clases, los chicos me preguntaron si quería ir al mercado cubierto, pero decidí que era mejor irme a casa a hacer los deberes, así que decliné la oferta. Aunque me venía bien el ejercicio físico y no pensar, había algunas tareas en las que iba un poco retrasado, sobre todo en Inglés. ¿Quién demonios sabía componer un soneto? Claro que habíamos leído y despedazado en clase varios ejemplos de varios autores, entre ellos el mismísimo Bardo, pero eso no me capacitaba (ni a casi ninguno de mis compañeros) para escribir un soneto decente.

Decidí dejarlo para el final, justo después de los ejercicios de Precálculo. Cuando ya no me quedó más remedio que ponerme con Inglés, miré de nuevo los apuntes en un intento por refrescar mi memoria. Había escrito «El soneto tiene la siguiente estructura: ABAB, CDCD, EFEF, GG». Como si eso me sirviera de algo.

De todos modos, ¿qué había que valiese la pena escribir sobre ello? Pensé en el baloncesto o en Nueva York. Seguramente ya se hubieran escrito cientos de poemas mejores de lo que yo podía hacer sobre mi ciudad natal, y nunca había oído hablar de un poema deportivo, por lo que tampoco tenía ejemplos de los que tirar. Durante una milésima de segundo consideré a Evelyn como objeto de mi poema, pero enseguida descarté la idea.

Aun así, intente escribir mi soneto. Los siete primeros intentos versaban sobre Nueva York, pero no conseguía pasar del primer renglón. Los ocho siguientes intentaron tratar de baloncesto, pero tampoco conseguí nada. Me fui a la cama cuando me di cuenta de que eran las doce y no había escrito nada que no me hiciera querer esconder la cabeza bajo tierra de la vergüenza, cual avestruz de dibujos animados.

Al día siguiente la señora Mason preguntó:

—Muy bien, ¿alguien desea leer su soneto? —Nadie levantó la mano en un principio—. Vamos, no sean tímidos. Señor Glass, ¿por qué no empieza usted?

Charlie suspiró, pero leyó su soneto, que trataba sobre su gato. El chico del piercing en la ceja, que al parecer se llamaba Tate, había escrito sobre la muerte de su abuelo, que había agonizado durante seis largos meses. Incluso Stella leyó el suyo, un soneto sobre la amistad.

—¿Y usted, señor Connor?

—No lo tengo. No sabía sobre qué escribir —mentí.

—Bloqueo del escritor, ¿eh? Bueno, como ha sido sincero no le suspenderé en este ejercicio, pero solo si me entrega en la próxima clase una redacción de trescientas palabras acerca de por qué no ha podido escribir su soneto.

—Sí, señora.

En Historia Americana, el señor Jenkins nos devolvió los trabajos corregidos; me había puesto una B. No estaba mal para empezar, pero tendría que mejorar las notas si no quería problemas en casa y la verdad es que no me apetecía discutir con mi padre otra vez.

Entrenamientos, deberes, castigo… No me quedaba casi tiempo libre y hacía semanas que no hablaba con Chris o alguno de los otros. El domingo me sentía solo, así que fui a casa de Hunter y, mientras jugábamos al Guitar Hero, le pregunté sobre su cita del viernes con Stella.

—Fue un desastre —dijo él, poniendo pausa al juego—. Era obvio que ninguno de los dos estaba allí con la persona que quería y, para colmo, Lorelei y Kyle empezaron a discutir y al final ella le dio una bofetada y se marchó. Después de eso, llevé a Stella a casa y vine a la mía.