Distopía

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Editorial NUN

Es una marca de Editorial Notas Universitarias, S. A. de C. V.

Xocotla 17, Tlalpan Centro II, alcaldía Tlalpan,

C. P. 14000, Ciudad de México

www.editorialnun.com.mx

© 2021, Editorial Notas Universitarias, S. A. de C. V.

© 2021, Centros Culturales de México A.C.

© 2021, Mario Salvador Arroyo Martínez Fabre

Versión impresa NUN ISBN: 978-607-99468-9-0

Versión digital NUN ISBN: 978-607-99522-0-4

Versión impresa CCM ISBN: 978-607-7905-98-1

Versión digital CCM ISBN: 978-607-7905-97-4

El contenido de este libro es responsabilidad del autor

Comentarios sobre la edición a contacto@editorialnotasuniversitarias.com.mx

Derechos reservados conforme a la ley. No se permite la reproducción total o parcial de esta publicación, ni registrarse o transmitirse, por un sistema de recuperación de información, por ningún medio o forma, sea electrónico, mecánico, foto-químico, magnético o electro-óptico, fotocopia, grabación o cualquier otro sin autorización previa y por escrito de los titulares del Copyright. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (Arts. 229 y siguientes de la Ley Federal de Derechos de Autor y Arts. 242 y siguientes del Código Penal).

Dirección editorial y diseño de portada: Miryam Meza Robles

Cuidado de la edición: Felipe G. Sierra Beamonte

Corrección de estilo: Oscar Díaz

Edición digital: Carlos Papaqui

Impreso en México



Índice

Prólogo

Introducción

I. Familia

La oración de las familias

La maternidad en la encrucijada

Recuperar al padre

Dinkys

Ancianos y millennials

Heridas e ideales juveniles

Género: perspectiva, ideología y educación

II. Feminismo

¿Cuál feminismo?

La mujer y el cristianismo

Notas para un feminismo cristiano

¿Machismo en la Iglesia?

El feminismo de Francisco

Feminista y santa

Declaración Women of the World

Malala Yousafzai

De Femen a femenina

Vientres de alquiler

La trata de personas

Mamás vs. feministas

Revaluar la maternidad

Feminicidio

Instrumentalizar a la mujer

Desafíos del feminismo

Nuevos desafíos del feminismo

III. Aborto

Los nuevos mártires profesionales

Nonatos argentinos

Dictadura del aborto

Una batalla, no la guerra

Libertad de agresión

Netflix vs. Georgia

Globos, ¿de oro o de la muerte?

Planned Parenthood

Jugar a hacer Dios

Concepción y vida humana

Embarazo a los 12 años

¿Pro vida y pro mujer?

El impacto de un católico coherente

Trump y la Marcha por la Vida

Simplemente monstruoso

25 de marzo sin Marcha por la Vida

IV. Eutanasia

¿Cómo te gustaría morir?

Serenidad ante la muerte

Contemplación del ataúd

Espiral del sentimiento

La eutanasia de Brittany Maynard

La eutanasia de don Ovidio

Alfie Evans o ¿cuánto vale una vida humana?

Cuando el suicidio se pone de moda

Los millennials y la muerte

Noa Pothoven

V. Evangelio de la sexualidad

Reinventar el 14 de febrero

Amor en el velorio

Mártires afectivos

¿Sexo en el noviazgo?

¿Por qué es pecado el sexo?

¿Está mal la masturbación?

Día Mundial de la Salud Sexual

Homofobia y derechos humanos

Mensaje de la Marcha del Orgullo

La doctrina católica sobre la homosexualidad

¿Un santo gay?

VI. Fe y ateísmo

A mis amigos ateos

Ateísmo hoy

El Búho Rojo y la Semana Santa

Sinrazones del ateísmo

 

Ideología y religión

Reflexiones sobre una ética atea

Una ética atea

Estado, ¿laico o ateo?

El Papa, los católicos y la política

La coherencia de los políticos católicos

Evolución y ateísmo

La polémica del cadáver

Silencio, de Scorsese

En defensa del Halloween

Dios o los ovnis

Los millennials y los horóscopos

¿Castigo divino?

“Y que la covid los una”

VII. Signos esperanzadores

Prólogo

En los tiempos recientes hemos sido testigos de una gran escalada de fenómenos sociales y culturales que hace 30 o 40 años hubieran sido impensables. Fenómenos que adquieren una velocidad vertiginosa en la sociedad, gracias a multitud de vectores que invitan a su implantación y establecimiento. Fenómenos como el feminismo radical, el aborto libre, la eutanasia, la redefinición de la familia y el matrimonio o el ateísmo van claramente al alza en nuestra sociedad globalizada y uniformizada. En medio de este torbellino, auténtico huracán social y político, la Iglesia católica transmite un mensaje imperecedero, mientras lucha por adecuarse a los tiempos y modos, a las sensibilidades e ideas cambiantes del tiempo presente. ¿Lo conseguirá? Esta obra se propone ser testigo de tal encuentro, de tan apasionante desafío: ¿cómo se puede seguir pensando en clave cristiana en medio del mundo real, tantas veces postcristiano, en el que vivimos?

Los diferentes ensayos que componen el presente texto tienen como característica el pensar en clave cristiana los desafíos culturales actuales. Se proponen plantear las problemáticas desde una perspectiva cristiana y en dos dimensiones. Una temática, por medio del análisis de seis grandes temas: familia, aborto, eutanasia, feminismo, sexualidad y ateísmo; otra cronológica, pues los temas se hilvanan con el doble hilo conductor temático y temporal, es decir, responden a situaciones concretas que se han ido dando en nuestra sociedad. Su propósito, en consecuencia, es reflexionar desde una perspectiva cristiana sobre algunos de los hechos relevantes de la historia reciente.

¿Es posible pensar aún en clave católica o, por el contrario, el catolicismo está claramente superado, intelectualmente hablando? El presente texto muestra cómo el pensamiento cristiano está vivo y actuante en el caleidoscopio cultural hodierno. Más aún, goza de plena vigencia y puede mostrar la salida a múltiples interrogantes y problemas actuales. Sólo se necesita el esfuerzo de no descalificarlo antes de tiempo y tomarse la molestia de atender a sus recomendaciones y sugerencias. Distopía lo hace, y de ahí su interés para el debate cultural contemporáneo. Presenta en forma ágil y divulgativa una amplia gama de temas, abordados todos en diálogo con la cultura actual y desde una forma mentis cristiana. De ahí surge la actualidad y el interés de esta obra. ¿Consigue hacerlo? Toca al amable lector juzgarlo.

La génesis de muchos de los textos aquí compilados es el diálogo entre el autor y diversos grupos de jóvenes, ya sea en las aulas universitarias o de bachillerato. Es decir, no se trata de una elucubración teórica, abstracta, alejada de la vida. Distopía, por el contrario, surge de la vida misma, de las clases universitarias y de bachillerato, de las preguntas, que ya sea en clase o al final de ésta, los chicos formulaban al autor. Por eso Distopía tiene el mérito de surgir de la vida misma y expresar las inquietudes reales de muchos millennials y centennials. Ahí radica también gran parte del valor e interés de la obra.

Por eso mismo, Distopía vuelve accesibles temas en realidad muy complejos, tanto que constituyen muchas veces el alma del debate público y político contemporáneo. Acercar los grandes temas de manera accesible es mérito de los buenos trabajos divulgativos, pues dan una visión amplia y a la vez profunda, de las cuestiones en discusión. La obra tiene el afán de cubrir esta meta divulgativa y mantener una sana tensión entre la amplitud y la profundidad de las temáticas abordadas.

¿Qué le quedará al lector de Distopía? Un acervo importante de ideas y de argumentos para presentar de modo respetuoso y no beligerante el mensaje cristiano a las personas de hoy. Puede mostrar cómo los cristianos de hoy somos herederos de una gran tradición de pensamiento, y cómo el cristianismo no tiene miedo de abordar las cuestiones más embrolladas de la sociedad contemporánea. Le deja, en ese sentido, un santo orgullo de ser cristiano, si lo es; una invitación a conocer el cristianismo más a fondo, a tomárselo más en serio, si el lector no lo es.

En ocasiones los textos aparecen con tono polémico, precisamente como una forma de entrar de lleno en el debate público hodierno. Ello le otorga agilidad a su lectura y provoca una cierta reacción, apuesta a no dejar indiferente al lector, sino a involucrarlo directamente en las difíciles temáticas abordadas. El talante polémico es, en consecuencia, una herramienta retórica para captar la atención del lector e involucrarlo en el tema. Nunca tiene, en cambio, un carácter beligerante o agresivo, pues el autor sabe que las ideas no se imponen, sino que se dialogan y piensan, para finalmente, si convencen, hacerse propias.

No me queda sino desearles una feliz lectura a todos los que se atrevan a seguir esta aventura intelectual de pensar cristianamente los problemas contemporáneos y ofrecer una respuesta a las inquietudes, interrogantes y aspiraciones del hombre actual.

Padre Mario Arroyo

Introducción

¿Por qué los temas del feminismo, el aborto, la eutanasia o el sexo acaparan la atención mediática y la agenda pública? ¿En qué estriba su particular interés, su prioridad, el hecho de que capten la atención de los jóvenes? ¿Qué hay en esas realidades o por qué despiertan interés? En el presente libro se intenta hacer un recorrido, a manera de collage fotográfico, sobre estos temas y su desarrollo histórico reciente, mediante una colección de artículos periodísticos que los abordan. Pero, primeramente, en este breve ensayo introductorio, nos damos a la tarea de reflexionar acerca del motivo por el cual despiertan tanto interés.

Ahora bien, otro elemento disonante, que suele despertar alboroto al tratar esta temática, es la doctrina de la Iglesia Católica al respecto. Para muchos las posturas eclesiásticas oficiales resultan escandalosas. No se trata sólo de que muchas personas las consideren superadas, anacrónicas y obsoletas. Bastantes se consideran agredidos con su sola enunciación; es decir, no aparece únicamente como una doctrina trasnochada y superada, apta solamente para engrosar el arcón de la historia. No, se considera una realidad viva que ofende y provoca, levanta polémica, y por ello el interés de los medios, pues viven del escándalo. Pero el hecho de que todavía suscite incomodidad manifiesta que, pese a quien le pese, continúa siendo algo vivo, discordante con la opinión de la mayoría, o por lo menos, con la opinión oficial, canónica.

Quizá la clave del escándalo estriba en dos extremos que implícitamente cuestionan a la opinión dominante o, como se le denomina habitualmente, “políticamente correcta”. El primero es que no se trata en realidad de una posición superada, no es una reliquia del pasado, una pieza de museo que se contempla con indiferencia. En cambio, todavía es algo vital para muchas personas, presente en multitud de sociedades, con diversos grados de intensidad, pero vivo y operante. En segundo lugar, porque presenta un modelo de vida, sociedad, persona y cultura alternativos al generalmente aceptado. Es decir, se trata de un conjunto coherente de doctrina, que ofrece una visión completa y armoniosa de lo que es el hombre, la vida, la familia, la cultura y la sociedad, diferente del políticamente correcto y, por ello mismo, se puede comparar con él. Es, en definitiva, un modelo alternativo y las comparaciones son inevitables. Su viabilidad cuestiona a la visión canónica, políticamente correcta y las comparaciones resultan incómodas.

Son dos visiones alternativas del mundo. En muchos extremos antagónicas, en algunos complementarias. ¿Pueden continuar manteniendo vigencia ambos modelos? Parece ser que sí, pues muchas veces la vía para descalificar a uno de ellos es la violencia y la mentira, lo que manifiesta la falta de herramientas intelectuales de la posición políticamente correcta. Cuando elijo la violencia –quemar iglesias, vandalizar símbolos religiosos– significa que se me acabaron las razones o son menos sólidas que las de mi contraparte. Significa que estoy inquieto, pues se cuestionan legítimamente los fundamentos de mi cosmovisión y eso me incomoda.

Cuando existen unos cauces culturales y públicos civilizados, adecuados para el debate académico, y éstos no se utilizan, quiere decir que se carece de argumentos sólidos para esa discusión y se opta por abortarla con la violencia. Tanto en el lado cristiano en general, como católico en particular, ha estado siempre abierta la puerta y extendida la mano para sostener un debate público y racional sobre los fundamentos de la cultura y la sociedad.

Una muestra de ello, reciente, es la iniciativa promovida durante el pontificado de Benedicto XVI denominada “Atrio de los Gentiles”, donde se promovía positivamente un debate público con no creyentes, sobre los temas estructurantes de la sociedad y la cultura. El entero pontificado de Francisco puede verse como un continuo intento de tender puentes con los temas emergentes de la sociedad contemporánea. Muchas personas, en vez de recoger el guante y aceptar el desafío, han optado por el cobarde expediente de la violencia. Pero ello manifiesta que o no tienen razones sólidas para sustentar su postura, o no están muy seguros de ellas.

En cualquier caso, como todo mundo sabe, nunca ha sido buena idea prescindir de la historia, hacer como si todo comenzara el día de hoy, pues ello nos convierte en manipulables, proclives a repetir los errores de antaño. Estamos a mitad de un proceso cultural relevante, de consecuencias incalculables, es importante no perder conciencia de nuestra identidad, saber quiénes somos. Y, en este proceso, una parte fundamental de la construcción de nuestra identidad la constituye el ser conscientes de quiénes hemos sido. En este ámbito, resulta indispensable una madura reflexión histórica sobre los puntos y valores rescatables de nuestro común pasado cristiano. Sería irresponsable descartarlo todo, con las rápidas etiquetas de “pedofilia”, “inquisición”, “evangelización”, “colonización”, “cruzadas”, etc. Se requiere un ejercicio de discernimiento, donde se descarta lo superado y negativo, mientras se hace un positivo esfuerzo por mantener aquello que arroje luz acerca de quiénes somos ahora, y hacia dónde nos queremos dirigir.

Por lo pronto, el hecho es que el cambio de paradigma cultural nos ha conducido a una actitud revisionista y crítica con respecto a nuestra propia cultura, nuestras raíces y nuestra identidad. Nos encontramos a la mitad de un doloroso proceso a través del cual cambiamos el relato que nos da una explicación coherente sobre nosotros mismos. En el relato anterior, se partía de la visión según la cual occidente representa desarrollo, cultura y progreso. Sería el encargado de llevar la luz de la civilización al resto de la humanidad, como una especie de abanderado de la raza humana. Ahora, en cambio, se está adoptando, en ocasiones de forma traumática, un relato alternativo, donde Occidente, a lo largo de la historia, ha sembrado sólo opresión y violencia, pues desea exclusivamente su propio interés y el sometimiento de lo diverso.

 

En este relato alternativo, Occidente tiende a exculparse de sus pecados y busca un chivo expiatorio para tal efecto. Lo ha encontrado en quien, hasta hace no mucho tiempo, era el alma de la cultura occidental: la civilización cristiana. Sería el cristianismo el culpable de los excesos de Occidente, al desembarazarnos de él, todavía podemos rescatar algo del bagaje cultural de toda una civilización. El núcleo de la cultura suele estar constituido por la religión. El núcleo de la civilización occidental es el cristianismo.

Por lo tanto, dar un paso definitivo hacia el nuevo modelo cultural exige, como requisito previo, despojarnos de nuestra herencia cristiana, pues en caso contrario, todo sería, en última instancia, más de lo mismo. Pero desembarazarnos de esta herencia cultural requiere, por estar insertado en su núcleo, rechazar el cristianismo; no basta abandonarlo y cambiarlo por otro relato, se precisa su repudio público. Dicho repudio ha cristalizado, por ejemplo, en la recurrente quema de iglesias y destrucción de símbolos religiosos en Estados Unidos, Francia, Inglaterra y España. Se opta por un ejercicio agresivo de rechazo que exprese cabalmente y sin lugar a equívocos nuestro repudio por el pasado y la disposición para asumir un nuevo modelo de vida y de cultura.

Se trata, en definitiva, de realizar una revisión generalizada de la cultura, de sustituir un relato que da sentido a la vida por otro diferente. Para hacerlo, se modifican en sus raíces los fundamentos de la sociedad, como éstos eran religiosos, se ataca al fenómeno religioso como tal o, por lo menos, se le discrimina, intimida, controla y recluye.

No es para menos, pues se trata de modificar, por ejemplo, la noción de persona, sirviéndose de una antropología de referencia distinta de la utilizada hasta el momento, y que estaba “contaminada” por principios cristianos. La Declaración Universal de los Derechos Humanos de 1948 es un buen ejemplo de los frutos de esa “antropología trasnochada”; de ahí los sucesivos intentos de reinterpretarla o de añadirle derechos de “segunda y tercera generación”, más acordes con la antropología en boga. Como es sabido, ya en su tiempo, dicha declaración fue tildada de excesivamente cristiana.

Recientemente, a modo de ejemplo, y en un tema que podría parecer marginal, y no lo es, la Comisión Teológica Internacional señalaba cómo la antropología de referencia en la actualidad no es cristiana y por ello no se puede dar por descontado que las personas, cuando se quieren casar, desean contraer “matrimonio natural”, como la tradición y la antropología cristianas lo consideraban. Es decir, por provenir de una antropología diversa, las nociones de persona, matrimonio y familia son diferentes. Ya no es, siquiera, que no se desee acceder al matrimonio religioso; es que por matrimonio se entiende algo distinto de lo que se ha entendido toda la historia, desde la Roma clásica hasta hace pocos años. Vale la pena citar por extenso el documento:

Sin embargo, sin caer en lamentaciones catastrofistas, una mirada sincera a nuestro contexto cultural no puede dejar de constatar cómo se van consolidando cada vez más, como axiomas incuestionables en la cultura posmoderna, aspectos que llevan a cuestionar en su raíz antropológica la base natural del matrimonio. Así, sin ánimo de exhaustividad, la tendencia predominante incluye como evidentes, por ejemplo, estas convicciones extendidas, arraigadas y en ocasiones sancionadas por la legislación, claramente contrarias a la fe católica.

a) La búsqueda de la autorrealización personal, centrada en la satisfacción del yo, como la meta mayor de la vida, que justifica las decisiones éticas más sustantivas, también en el ámbito matrimonial y familiar. Esta concepción se opone al sentido del sacrificio amoroso y la oblación como el logro mayor de la verdad de la persona, que la fe cristiana propone, alcanzando así de modo magnífico su sentido y cumplimiento.

b) Una mentalidad de tipo “machista”, que minusvalora a la mujer, dañando la paridad conyugal ligada al bien de los cónyuges, entendiendo el matrimonio como una alianza entre dos que no serían iguales por designio divino, naturaleza y derechos jurídicos, frente a la concepción bíblica y la fe cristiana. La postura contracultural de Jesús, en contra del divorcio (cf. Mt 19,3-8), supuso una defensa de la parte más débil en la cultura de la época: la mujer.

c) Una “ideología de género”, que niega cualquier determinación biológica de carácter sexual en la construcción de la identidad de género, socavando la complementariedad entre los sexos inscrita en el plan del Creador.

d) Una mentalidad divorcista, que mina la comprensión de la indisolubilidad matrimonial. Al contrario, lleva a considerar los vínculos conyugales, más comúnmente denominados “de pareja”, como realidades esencialmente revisables, en contradicción directa con la enseñanza de Jesús al respecto: Mc 10,9 y Mt 19,6 (cf. Gn 2,24).

e) Una concepción del cuerpo como propiedad personal absoluta, a libre disposición para la obtención del máximo placer, especialmente en el ámbito de las relaciones sexuales, desligadas de un vínculo conyugal institucional y estable. Pablo, sin embargo, afirma la pertenencia del cuerpo al Señor, excluyendo la inmoralidad (πορνεία), de tal modo que el cuerpo se convierte en cauce de glorificación de Dios (cf. 1Cor 6,13-20).

f) La disociación entre el acto conyugal y la procreación, en contra de toda la tradición de la Iglesia católica, desde la Escritura (Gn 1,28), hasta nuestros días.

g) La equiparación ética, y a veces jurídica, de todas las formas de emparejamiento. Así, se propagan no solamente las uniones sucesivas, las uniones de hecho, sin contrato matrimonial formal, y también las uniones de personas del mismo sexo. Las uniones sucesivas niegan de hecho la indisolubilidad. Las convivencias temporales o a prueba desconocen la indisolubilidad. Las uniones de personas del mismo sexo no reconocen el significado antropológico de la diferencia de sexos (Gn 1,27; 2,22-24), inherente a la comprensión natural del matrimonio, según la fe católica.

Aunque el documento se plantea propiamente la cuestión de la necesidad de la fe para recibir válidamente matrimonio como sacramento, deja constancia, para mostrar la profundidad del problema, de sus raíces antropológicas. Es decir, hemos cambiado de “antropología de referencia” para explicarnos las cosas más inmediatas y elementales, como lo es el matrimonio, pero, derivadamente, lo que significa familia, persona y, necesariamente, sociedad. El texto sirve entonces como atestación del cambio cultural que estamos viviendo, del cambio de paradigma, de lo que sucede cuando se abandona un relato de referencia para adoptar otro discordante y crítico respecto del anterior.

La actitud de repudio a lo precedente es lógica, nuevamente nos sirve el símil del matrimonio: es como preguntarle a una persona casada por segunda vez sobre cómo fue su primer matrimonio; normalmente tenderá a exaltar las deficiencias del primero, para enaltecer al segundo, pero ¡cuidado!, no nos vaya a salir como Enrique VIII o Liz Taylor, que terminaron cambiando de matrimonio como si se tratara de calcetines. Si comenzamos a experimentar con modelos antropológicos, cuando lo único que tenemos claro es que no queremos el anterior, el resultado puede ser desastroso, pues no es banal cambiar de paradigma de persona, familia y sociedad con ligereza y rapidez.

Por ejemplo, si se cambia la noción de persona, se adopta una antropología de referencia diferente. Tal modificación afecta profundamente la idea de los derechos humanos que tenemos, modifica lo que es socialmente aceptable y lo que no lo es. Para ejemplificarlo gráficamente, resulta socialmente aceptable practicarse un aborto, pero no resulta aceptable no recoger las heces de tu mascota por la calle. Es perfectamente moral, según este esquema, quien aborta a su propio hijo, pero recoge los excrementos de su perro en la vía pública. Resulta incluso algo maleable, pues probablemente, dentro de poco, resulte reprobable éticamente no ser vegano u oponerse a la eutanasia, por haberse modificado en su raíz lo que se entiende por derecho y moralidad.

El presente cambio de relato no supone solamente abandonar una noción de persona humana y sustituirla por otra. Es, en realidad, más profundo, pues implica el abandono del paradigma de la verdad, es decir, de considerar la verdad como uno de los bienes fundamentales de la sociedad, la vida y el mundo. Se cambia el paradigma de la verdad por otro antagónico, de la libertad sin responsabilidad y de los derechos sin obligaciones. No es solamente que ya no se entienda ahora a la verdad como valor supremo y que se sustituya por la libertad, finalmente otro bien fundamental, sino que actualmente se recela y se sospecha de la verdad, se la considera enemiga de la democracia, del pluralismo y de la tolerancia. Encierra en sí misma cripto-violencia, cerrazón e intolerancia. Ya no se puede disentir, ya no se puede corregir, ya no se puede aconsejar, pues todo ello supone la orgullosa posición de considerar que uno está en posesión de la verdad, mientras que los demás adolecen del error. Sería una postura orgullosa y poco cívica.

Obviamente, la postura de rechazar a la verdad y ensalzar la libertad y la diversidad es revisable. No resiste los mismos argumentos que se emplean para defender el principio de no-contradicción. Es decir, “es verdad que no hay verdad”. No se puede vivir ni pensar sin la aspiración a la verdad, supuesto de cualquier diálogo coherente. Pero resulta una sutil forma tendenciosa de manipular e imponer por decreto y sin el debate algún tipo de ideología subrepticia, en este caso, perfectamente identificable con los dogmas de lo políticamente correcto. Terminas siendo libre solamente de pensar como todos deben pensar. La disidencia es castigada con el linchamiento mediático o con la ley del hielo: nadie está dispuesto a escucharte ni a transmitir tu mensaje. Tu libertad queda reducida al estrecho espacio de tu interioridad, al mejor estilo de las dictaduras fascistas, nazistas o comunistas, sin nada del aparato de represión política. Se trata de una represión limpia.

Modificada profundamente la noción de “familia” y exaltado el individualismo, las personas deambulan excesivamente solas en la sociedad. El individuo ya no tiene intermediarios críticos frente al Estado o, más precisamente, frente a lo “políticamente correcto”. Toda la estructura de medios de comunicación y redes sociales ejercen un fuerte control sobre aquello que puede o no decirse. La dictadura de lo políticamente correcto termina por restringir drásticamente las libertades de expresión y religiosa. El individuo está solo, ya no tiene un hogar, es más controlable, si no por el Estado, sí por el algoritmo de la inteligencia artificial y el political correctness. Las formas de control superan ahora las fronteras de los países, sirviéndose de los medios tecnológicos de comunicación. Puedes ser despedido de tu trabajo por una publicación en Twitter o Facebook. O pueden borrarte de Twitter y Facebook si tus opiniones son excesivamente discordantes con el canon socialmente aceptado.

En efecto, los medios de comunicación, las redes sociales, los algoritmos propios de la Inteligencia Artificial, los monopolios tecnológicos pueden ejercer un fuerte influjo sobre los individuos, una especie de exhaustivo y extenuante marcaje personal, del cual resulta poco menos que imposible evadirse, dado que los necesitamos prácticamente para todo. De esta forma, ya no es el Estado quien te controla; de hecho, el sistema de control es supranacional.

Las temáticas abordadas en estas páginas atraen el interés de la opinión pública y de los jóvenes, porque representan manifestaciones de la crisis del cambio de paradigma. Son los puntos conflictivos, donde se evidencia la ruptura entre un modelo de hombre, familia, sociedad y cultura, que es sustituido por otro. Sencillamente, en estos temas aflora la factura dolorosa que deja el cambio de relato encargado de dotar de significado a la vida y el mundo. No se configura como algo inocuo, sino como una dolorosa metamorfosis. De alguna forma, la polémica pone en evidencia lo doloroso que suele ser tomar conciencia de abandonar una forma de vida y de ver al mundo, para ser sustituida por otra, y el proceso crítico que aquello comporta. Por eso, estos temas no suelen dejar indiferente al auditorio, pues de fondo se pregunta, más o menos conscientemente, si el nuevo modelo es realmente mejor que el anterior, y hasta dónde nos llevará todo este cambio.

¿Qué tan honda es la factura? ¿Son definitivamente irreconciliables los modelos? ¿Las narrativas son necesariamente antagónicas o cabe alguna mediación? En las páginas siguientes se exploran algunas líneas de sutura, se intenta proponer algunos puentes de diálogo entre las diversas versiones de la vida. No resulta sencillo, pero puede tomarse como punto de partida el valor de verdad que suele tener cualquier postura. Todo error, si busca convencer de alguna forma, tiene que adoptar la apariencia de verdad. Es decir, el cambio de paradigma obedece a algunos motivos más o menos serios, a diversas intuiciones, tiene detonantes. ¿Tienen algún valor de verdad? Parece ser que sí, si no, no serían capaces de convencer y cautivar.

Es decir, el presente texto busca, conscientemente, generar una empatía, intentar comprender las razones de quien no comparte nuestro punto de vista, ver si es posible encontrar un punto intermedio, un punto de unión, una causa común, un reclamo conjunto. ¿Por qué? Porque en la dimensión humana no solemos funcionar con un sistema binario: verdadero/falso, bueno/malo, correcto/erróneo; por el contrario, hay matices y un amplio margen de indeterminación. Es posible que quien no piensa como yo haya descubierto algún aspecto de verdad que yo desconozca y que felizmente podamos compartir y resultar finalmente enriquecidos ambos. En un debate no necesariamente hay vencedor y vencido, pues ambos contendientes pueden estar en búsqueda del único galardón común y compartirlo, la verdad.