Read the book: «Sépalo decir»

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Sépalo decir

© 2021, María Paula Alonso T.

© 2021, Intermedio Editores S.A.S.

Primera edición, junio de 2021

Edición

María Alejandra Mouthon

Equipo editorial Intermedio Editores

Concepto gráfico, diseño y diagramación

Alexánder Cuéllar Burgos

Equipo editorial Intermedio Editores

Imagen de portada e ilustraciones

Katy Jiménez Calderon y Paula Tatiana Adarme

Intermedio Editores S.A.S.

Avenida Calle 26 No. 68B-70

www.eltiempo.com/intermedio

Bogotá, Colombia

Este libro no podrá ser reproducido, ni total ni parcialmente, sin el previo permiso escrito del editor.

ISBN:

978-958-757-989-5

Diseño epub: Hipertexto – Netizen Digital Solutions

Contenido

Introducción

Pensamiento previo no consciente

Atender al pensamiento es importante

Pensamiento previo no consciente y barreras de comunicación

Primera barrera

Pensamientos extremos o polares

Segunda barrera

Los juicios al interlocutor

Tercera barrera

Clasificar las conversaciones

Cuarta barrera

Juicios a nosotros mismos

Quinta barrera

Ignorancia de la emoción

Sexta barrera

Reconocer la intención real

El decálogo de la comunicación

Rompiendo barreras de forma sencilla

Segunda parte

Relacionarnos con maestría

Claves prácticas para conversaciones cotidianas

Paquete de habilidades básicas de un buen comunicador

La escucha

El interés

La empatía

La firmeza

La claridad

La apertura

La neutralidad

El reconocimiento

El autoconocimiento

Tu propia esencia

Nota al pie

A Donald y mis seis cascabeles que saben reír.

Introducción

Sépalo decir no es un libro para aprender a hablar positivo, es un manual para pensar y hablar distinto.

El entrenamiento consciente y personal que hagamos al conversar, permitirá reconocer y fortalecer las habilidades que nos ayudarán a descubrirnos como comunicadores competentes.

Sépalo decir es una síntesis práctica para comunicarnos de forma más fácil, segura, empática y eficiente. Nace de la experiencia con equipos, líderes y personas en diferentes procesos de formación y acompañamiento, fundamentados en técnicas de Programación Neurolingüística, inteligencia emocional, coaching, apreciatividad y comunicación no violenta.

Hablamos solo para que nos entiendan, pero no para crear consciencia sobre aquello que decimos a otros. Sabemos comunicarnos, pero no para relacionarnos, sino para entregar un mensaje individual. Y esto, además de suponer un esfuerzo, está basado solo en la intención de un objetivo personal.

Es muy distinto hablar que conversar. La diferencia radica en que al hablar expresamos ideas, con la fe de que caigan donde deben caer. Sin embargo, cuando nos importa la relación por encima del resultado, podemos ser más cuidadosos con las formas, el mensaje, el canal, la conversación y la consecuencia. Si nos importan más las relaciones que el resultado, estamos conversando; estamos logrando que sean más relevantes las relaciones que las razones.

Todo aquello que hemos logrado como humanidad tiene una relación de por medio y, por ende, un hilo de conversaciones que la soportan. Por lo tanto, las conversaciones también importan, construyen y generan relaciones que, por sencillas que parezcan, son la base de la vida, del desarrollo, aprendizaje, la reflexión y de nuestra visión del mundo.

La conversación trasciende el concepto de un simple trámite y, en consecuencia, no hay relación simple, sencilla o innecesaria; la que se construye con el conductor de un taxi, el vendedor de la leche o el plomero, tiene la misma importancia que la generada con el jefe, la pareja o un amigo cercano. Todas están construyendo puentes, abriendo caminos y trazando rutas en nuestra vida.

Necesitamos relacionarnos para todo… o casi todo. No hay acción sin resultado y las conversaciones son acciones, muchas veces inconscientes. Es tan así, que es muy común que nos regresemos sobre ellas repasándolas y diciendo: “debí haber dicho esto” o “no debí haber dicho aquello”. Volver conscientes las relaciones implica interesarnos por el otro, que requiere ser comprendido, escuchado e interpretado, para construir el juego de la vida.

Pensamiento previo no consciente

Al importarnos las relaciones, nos importa el otro. ¿Qué sucede entre el pensar y el decir que simplemente no fluye? A esa sensación de impotencia de quiero decirlo pero no sé cómo, la llamo pensamiento previo no consciente. En estos años de acompañar líderes, personas y equipos que procuran comunicarse bien, he concluido que se destina tiempo a cuidar el tono y la forma, lo que se dice, pero no lo que precede al mensaje, a los pensamientos que nos llevan a hablar de una u otra manera, incluso sin palabras.

Pregunté en redes sociales si se consideraba importante conectar y tener técnicas de empatía en una cita médica y fue sorprendente ver que, de quinientas personas que participaron en la encuesta, el veinte por ciento expresó no considerarlo importante, ya que la conversación con el médico era un simple trámite. Cien personas pensaron que hablar con un médico carecía de importancia, quiere decir que, cien de quinientas personas, desconocen el alcance que puede llegar a tener la relación médico, paciente.

Ahora, imagina que no pasa nada importante en la conversación con un médico, en realidad fue solo un trámite. Fuiste, te revisaron y saliste. Jamás retuviste la imagen de él, ni su cara, ni su nombre. Más adelante tienes una complicación y aquello que el médico dijo se volvió importante, adquirió relevancia. En este escenario, un pensamiento previo no consciente impidió reconocer el valor del vínculo creado.

Otro ejemplo de pensamiento previo no consciente surgió en uno de los talleres virtuales de Sépalo decir. Alguien escribió: “Hoy entré en desacuerdo con mi pareja porque a él no le gusta socializar y mañana nuestro hijo cumple un año. Aunque yo solo invité a una bebé, hija de mi prima, él no quiere compartir con ellas. No sé cómo mediar en la situación”.

Si nos fijamos, el escrito está enfocado en una visión individualista: entré en desacuerdo y no entramos en desacuerdo; yo solo invité y no invitamos. Mi respuesta fue proponerle a la persona regresar sobre el significado de la celebración y darse cuenta de que la consulta partía de una visión personal y no de la participación de los dos padres. Primero, habría que acordar juntos qué quieren de la celebración, cómo la quieren, y, luego, definir a quién invitar.

Los pensamientos previos no conscientes con frecuencia son decisiones que tomamos de forma individual, roles que asumimos incluso antes de hablar y que suponen una posición desde un punto de partida donde muchas veces no podemos conversar. Tener un pensamiento previo no consciente es como el cordón del zapato mal amarrado, una llanta pinchada, un auto sin combustible o un paracaídas sin ajustar.

Cómo hacer conscientes los pensamientos previos

Hace poco viajaba con una colega a la empresa de un cliente lejos de la ciudad. Íbamos para una reunión de algo que parecía ser un gran proyecto. Estaba entusiasmada con la expectativa de qué podría pasar y cómo íbamos a crecer en este reto. Al anunciarnos, luego de dos horas de viaje, mi compañera me miró y dijo: “¿Has pensado que quizás sea una trampa? ¿que hayamos venido hasta acá para nada?”. Yo la miré sorprendida, en ningún momento ese pensamiento había pasado por mí y me asombró que por la mente de ella sí. Le dije: “Elijo no pensar eso en este momento. Quiero considerar lo que podemos crear juntos y no en desconfiar de ellos”. Finalmente, fue una experiencia exitosa de negocio.

Los pensamientos previos pueden ser muchas veces inconscientes y determinantes. El proyecto que hicimos fue maravilloso, llegamos a líderes con información valiosa y construimos buenas y duraderas relaciones, partiendo de la consciencia de reconocer dónde queríamos comenzar el trabajo, qué queríamos y cómo lo queríamos construir.

¿Qué quiero pensar de esto?

Una pregunta sencilla y poderosa para conocer qué pensamos antes de hablar. Al elegir pensar, entramos desde una posición limpia, mucho más tranquila y abierta a cualquier experiencia de conversación.

Si evidenciamos un pensamiento previo antes de comunicarnos, como, por ejemplo, un prejuicio, una idea no flexible, un acuerdo no hecho, ganamos terreno en la creación de una conversación constructiva.

Los pensamientos previos no conscientes incluso pueden ser positivos

Hace poco una gran amiga tuvo la oportunidad de ser invitada a hablar en una conferencia y llevar su mensaje de unión y solidaridad con una causa de la cual es vocera. La llamé a felicitarla y dijo: “para mí esto es una misión sublime”.

Me encantó cómo su pensamiento previo no consciente se volvía palabra y la alenté a seguir construyendo más conferencias desde la visión de hacer una misión sublime para ella y para el mundo. Fíjense que ese pensamiento previo, partiendo desde lo positivo, la ayudó a transformar en acción su propósito.

Atender al pensamiento es importante

Las relaciones son sistemas vivos, se mueven, crecen, cambian, y los lazos que nos unen con los otros seres humanos son más complejos de lo que parecen. Las relaciones son un ecosistema que hay que atender, cuidar, respetar en tiempos, orden, proceso y libre desarrollo, para verlo rico, abundante y generador de nueva vida, incluso fuera de él y en otros ambientes o escenarios. De la calidad de los pensamientos, serán las palabras; de la calidad de las palabras, las conversaciones; de la calidad de las conversaciones, serán las relaciones.

En los procesos de coaching, identifico que aproximadamente el noventa por ciento está relacionado con el pensamiento previo no consciente y la dificultad de comunicar aquello que quiere decirse sin quebrantar relaciones. Los individuos nos hemos vuelto expertos en cumplir con la función requerida, en procesar información, en ejecutar acciones y lograr resultados, muchas veces sacrificando las habilidades de conectar con otros y usar adecuadamente la empatía y la palabra.

Conectar implica reconocernos a nosotros mismos, identificar sentimientos, procesos de pensamiento, talentos internos, retos y oportunidades de desarrollo y/o mejora. También, reconocer la diversidad de interlocutores, conclusiones y caminos. Conectar requiere ceder un espacio imaginario que atesoramos y del cual no queremos salir.

Cuando pensamos en el ideal de la comunicación interpersonal, podemos pensar en que las partes estén equilibradas y cada uno obtenga lo justo. Conectar es entrar en una armonía con el otro y dejar que la conversación fluya como en una orquesta. Esto implica renunciar muchas veces a posiciones personales, ceder espacios sin remordimientos ni frustraciones y, claro, tener posiciones mentales, como lo dijimos antes, pensamientos bien conscientes.

¿Estamos o no conectando?

Sabemos que conectar es entrar en armonía con el otro, tanto en conversaciones como en relaciones. No es muy común ver personas conversando enfocadas en su competencia comunicativa, sino más bien en el resultado o en el fin de lo que esperan de la conversación o comunicación.

En las ocasiones que me invitan a desarrollar un proceso de acompañamiento a líderes, por lo general aparece una frase que precede al proceso a manera de contexto: “En la competencia técnica es muy buena/o, pero no conecta con la gente” o “es excelente en lo que hace, pero no es asertivo, su palabra maltrata”. Los líderes, e incluso las personas en general, percibimos una disyuntiva imaginaria: somos empáticos, conectamos, creamos lazos o nos enfocamos en objetivos, damos resultados y progresamos. Una o la otra.

Esto no implica que seamos personas incapaces de inspirar, movilizar o influenciar; puede ser falta de conexión con el otro, la ausencia de lazos, incluso desinterés en crear vínculos o mantenerlos, es decir, la falta de consciencia de la verdadera necesidad de relacionarnos. Y, la verdad, es que todas las habilidades de comunicación y conexión empática requieren de un escenario de entrenamiento para desarrollarse.

Podemos hacer lazos en todo tipo de conversaciones y momentos personales, sociales y laborales. Una conversación con nuestros hijos, con la pareja, el jefe, un cliente o un compañero de trabajo es un momento para hacer clic, profundizar y generar lazos. Los silencios incluso también son escenarios interesantes para poder conectar con otros y con nosotros mismos.

Pensamiento previo no consciente y barreras de comunicación

Retomemos el concepto de pensamiento previo no consciente, en el que hemos establecido que de entrada tenemos ya una visión o argumento personal anticipado antes de comunicarnos con otro y que jugará o no a nuestro favor a la hora de establecer una relación. Toda comunicación nace de un pensamiento, de un autoconcepto, de la opinión que tenemos de otro o de una situación especifica, marcando la pauta de lo que vamos a decir. Así que, saberlo decir, saberlo comunicar, es comprender que toda comunicación comienza antes de hablar.

Hay comunicación previa en todos los escenarios de diálogo posibles, almacenada y generada por la forma en que fuimos educados, los conceptos que tenemos del mundo, la cultura, el lugar donde crecimos, las experiencias previas con las que ya marcamos una pauta de cómo podría ser el futuro y lo que verificamos y justificamos como cierto a lo largo de la vida.

Los pensamientos previos no conscientes pueden tener dos efectos: nos ayudan a gestionar las relaciones y movilizar resultados o limitan la capacidad de comunicar y, por lo tanto, de hacer acuerdos: pensamientos previos adaptativos y no adaptativos. Los primeros, son aquellos que conozco, sé que tengo y reconocerlos me facilita la interacción con otros. Los segundos, en su mayoría, los desconozco y limitan la posibilidad de apertura, entendimiento y flexibilidad.

Los pensamientos previos no adaptativos se pueden resumir en seis barreras de comunicación, que, de no superarse, se convertirán en limitantes para la conexión, la comunicación y relaciones. Las barreras de la comunicación provienen de los pensamientos. Pero ¿es posible generalizar los pensamientos/barrera que tenemos? Claro que no, tantas barreras habrá como individuos en el mundo. Sin embargo, he podido observar que prevalecen una serie de pensamientos que determinan, en gran parte, la sensación de “falta” y “vacío” después del intento de expresar una idea:

1. Pensamientos extremos o polares.

2. Juicios al interlocutor.

3. Clasificación de las conversaciones.

4. Juicios a nosotros mismos.

5. Ignorancia de las emociones.

6. No identificar la necesidad comunicativa real.

Conceptos de consciencia y pensamiento

Teniendo en cuenta que a lo largo de este documento se hará alusión recurrente a los conceptos de consciencia y pensamiento, se hace imprescindible acordar qué entendemos sobre ellos.

El diccionario de la Real Academia de la Lengua, rae, define el pensamiento como: “el conjunto de ideas propias de una persona”, y la consciencia como: “la capacidad del ser humano de reconocer la realidad circundante y relacionarse con ella y/o el conocimiento inmediato que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones”.

Ignacio Morgado y Juan Vicente Sánchez (académicos en Psicobiología y Neurociencia cognitiva), en su escrito Naturaleza y evolución de la mente y el comportamiento, han descrito el pensamiento como: “la actividad mental que tiene lugar en ausencia de la propia cosa sobre la que se piensa”, y la consciencia como “el estado de la mente que permite darnos cuenta de nuestra propia existencia, de la del resto del mundo y de las cosas que pasan”.

Para romper barreras de la comunicación, habrá que tener la intención de darnos cuenta, no solo de lo que pensamos, sino de lo que nos rodea, para volver consciente aquello que hasta ahora permanecía lejos de ser notado.

Primera barrera

Pensamientos extremos o polares


Tendemos a pensar en extremos, unas veces lo hacemos consciente y muchas otras de manera inconsciente. Esto implica tener posiciones de pensamiento radicales y vehementes frente a las circunstancias; de hecho, desde la educación temprana nos enseñan a pensar a partir de dualidades: blanco/negro, arriba/abajo y todo lo que no fuera esto o lo otro no era tan bien recibido.

Un pensamiento extremo nos lleva a elegir y, por lo tanto, a renunciar a un concepto, una solución o un argumento, que a veces no tendría que ser desechado, pero que, por el afán de tomar partido, ya no lo incluimos. Si nos regresamos en el tiempo y reflexionamos, las grandes guerras, episodios violentos, las discusiones familiares, los desacuerdos laborales, han partido de tener posiciones radicales que terminan en formas de relacionamiento violento. Mientras estemos en el extremo radical, siempre estaremos en riesgo de entrar en lo violento, y lo violento, siempre es dual.

Aunque pensar en extremos puede darnos identidad y pertenencia, ser de derecha, de izquierda, de los rojos, de los azules, etc., también puede hacernos perder fluidez a la hora de comunicarnos; desde una posición muy opuesta, podría parecer que encontrar una perspectiva intermedia implique desconocernos, perder fidelidad a nosotros mismos y a nuestros valores. Poder desplazarnos por el mundo desde distintas posiciones y ocupar lugares diversos, nos suma apertura y empatía más que restarnos identidad e, incluso, nos da argumentos a la hora de entablar una conversación desde distintas visiones. Las grandes organizaciones internacionales, por ejemplo, incluyen representantes de diversas creencias, religiones, pensamientos y posiciones sociales, para integrar una visión holística en la toma de decisiones. Jamás se habría podido avanzar en concebir, ampliar y mantener el interés por la dignidad humana desde pensamientos únicos e inflexibles.

Autoacuerdos, una ayuda para la flexibilidad mental

Conocernos es el primer paso para saber hasta dónde podemos flexibilizarnos, aportar a una relación o construir una idea conjunta. Es un paso significativo para saber qué puedo dejar pasar y no perder tiempo y energía tratando de cambiar algo o de imponer una idea que no me afecta. Para esto me gusta usar la técnica de generar autoacuerdos. Son posiciones e ideas que en un momento fueron previas y ahora están frente a nosotros marcando la línea de lo que pensamos, sentimos y hacemos por los demás, por nosotros mismos en distintas circunstancias.

Los autoacuerdos nacen de poner sobre la mesa nuestras propias pautas de relacionamiento en positivo, creadas, manejadas, evaluadas y ejecutadas por nosotros. Establecerlos nos permite conservar nuestras creencias, todo aquello con lo que nos identificamos, más conscientes en nuestro pensar y decidir. Cuando queremos conectar con la realidad e identidad del otro y es difícil flexibilizarnos, incluso aceptar otra idea distinta por la costumbre de la radicalización y la defensa de nuestras posiciones, los autoacuerdos nos ayudan a que lo distinto no sea percibido como un ataque directo.

Haciendo autoacuerdos, primer paso para salir de lo extremo

En la creación de un autoacuerdo, lo normal es que pensemos cómo vamos a poner límite a los otros o a nosotros mismos. Un ejemplo es el caso de una persona que considera que su comunicación es poco fuerte o determinada y que los demás pasan por encima de sus ideas y no la tienen en cuenta. Al pensar un autoacuerdo, lo primero que vendrá a su mente es algo como “No permito que NADIE pase por encima de mis ideas”. ¡Y listo! El autoacuerdo, como está planteado, no va a ayudar ni a relacionarse mejor con ella misma, ni con los otros. A continuación, comparto las características que considero deben tener los autoacuerdos para ser sanos, poderosos y lógicos.

Que dependan de ti

Es importante que los autoacuerdos mantengan su función de AUTO (yo) y solo dependan y obren sobre nosotros. Si decimos: “No permito que NADIE pase por encima de mis ideas”, ya estamos asumiendo que podríamos tener control sobre las acciones, pensamientos y discursos de los demás y los demás sobre nosotros, y no es así. Un autoacuerdo siempre tendrá que empezar por un YO.

Pasar al Yo es fácil, aunque no lo parezca. Parte de la voluntad de reconocer nuestras propias necesidades (ya habrá un espacio en este libro para eso) y de liberar al otro de la responsabilidad de cumplirlas. Es el resultado de vivir en un estado emocional responsable, con el cual nos podamos responder las preguntas ¿qué depende de mí y solo de mí? y ¿este acuerdo es en realidad conmigo?

Ejemplo: Yo permito / Yo creo / Yo asumo.

Que estén enfocados en lo que SÍ en lugar de lo que NO

Tenemos muchos pensamientos sobre aquello que no queremos y pocos sobre lo que sí, sabemos qué queremos evitar, pero no tenemos idea qué queremos conseguir. Al trabajar con líderes escucho la frase: “Sé cual es el tipo de líder que NO quiero ser”, pero pocos de ellos me dicen: “Sé qué tipo de líder quiero ser”.

Los autoacuerdos requieren estar enfocados en lo que SÍ queremos y que dependa de nosotros. Haciendo el ejercicio con el mismo ejemplo anterior, “No permito que NADIE”, sabemos y nos damos cuenta de que no queremos que nadie haga algo, pero no tenemos claro qué sí queremos que suceda o qué sí haremos desde el YO responsable.

Una falsa solución, que algunas personas suelen aplicar en un autoacuerdo que está enfocado en el NO, es “voltear la torta” y decir lo inverso así: “No permito que nadie” pasa a ser “Permito que la gente”. De nuevo, estaríamos enfocados en los demás y, sobre todo, en algo que aún no queremos.

El autoacuerdo debe expresar aquello que queremos o necesitamos e incluir en la frase que representa nuestro deseo y que no depende de otros, ni los culpa, ni los incrimina, ni los salva.

Ejemplo: Valoro mis ideas.

Que sean lógicos y operantes para ti

Algunas personas con las que trabajé en coaching construyeron autoacuerdos muy rimbombantes, adornados y complejos, que se escuchaban muy lindos, pero no eran operativos, prácticos o aplicables al día a día: “Soy maravilloso y todo lo perfecto viene a mí”. Es lindo, es una declaración interesante, pero no es un autoacuerdo operante.

Es relevante definir actos concretos cuando creamos acuerdos. El cerebro necesita una ayuda visual de lo que proyectamos o esperamos hacer. No es lo mismo decir: “Soy maravilloso y lo bueno viene a mí”, que decir “Me abro a la oportunidad de aprender de cada situación presente”.

Podemos preguntarnos: ¿Cuál es el significado del acuerdo que creé? ¿Es claro lo que tengo que hacer?

Ejemplo:

En lugar de decir: “hablo siempre con amabilidad”.

Digo: “Valoro mis ideas y las manifiesto desde la tranquilidad y la seguridad, utilizando palabras claras y fáciles de entender”.

No creo que debamos dejar de creer en lo que creemos, pensar en lo que pensamos o decidir lo que decidimos. Sin embargo, en cuanto a comunicación, es necesario asumir el reto de flexibilizarnos, incluso aceptar otra idea distinta. Esto implica un esfuerzo por la tendencia que nos llama a la radicalidad y a sentir que tenemos que defender posiciones.

Al pensar en extremos, perdemos la oportunidad de nuevas ideas y caemos en la trampa de leer nuevas situaciones desde viejas sensaciones o creencias a las que guardamos fidelidad. Considerar cambiar de postura o aceptar otra ruta de pensamiento parece faltarnos a nosotros mismos. Estamos entrenados en elegir una idea para descartar otra y no en incluirlas o integrarlas. Los autoacuerdos construidos desde la responsabilidad, desde la visión positiva y desde la practicidad, nos permiten estar más atentos a momentos o situaciones en las que no estamos en sintonía con nosotros y por lo tanto nos descubrimos inmóviles ante posibles acuerdos.

¿Cómo saber que estamos en un pensamiento extremo?

Primero, es importante revisar y establecer autoacuerdos en el momento que lo necesites, te dará la flexibilidad mental inicial para hacer consciencia. Luego, podría ser de gran ayuda identificar expresiones y palabras comunes de tu día a día donde es posible que lleves tu pensamiento a extremos:

Hay que hacer las cosas al derecho.

Es blanco o negro.

No hay medias tintas.

No soporto las aguas tibias.

Las cosas son como son.

Es mi última palabra.

Soy de una sola pieza.

No tiene pierde.

Las cosas caen por su peso.

Es muy común ver mensajes como estos o decirlos, pero pensemos por un momento: ¿queremos tener la última palabra o construir ideas en conjunto? ¿Queremos imponer una idea o comunicarla? Solemos pensar que las personas más respetables son aquellas que tienen “una sola palabra”, que no cambian de opinión o se mantienen rígidas en un solo lugar mental. Estas son algunas expresiones con las que a veces castigamos a otros por no “definirse” según nosotros, en lo que consideramos debería ser una posición inmutable.

No eres claro.

¿Quién te entiende?

Dices una cosa y luego otra.

Eres confuso.

No predicas lo que aplicas.

Cumple tus promesas.

Las conversaciones son sistemas vivos y todos transformamos nuestra interpretación y comprensión de la realidad. Ninguno de nosotros pensamos lo mismo que pensábamos ayer. Entonces, todas esas frases que decimos para que los demás “sean claros”, según nosotros, lo único que están haciendo es limitar la posibilidad del otro de generar nuevas ideas, amedrentando, cohibiendo y estableciendo un límite verbal que juzga al interlocutor, incluso a nosotros mismos.

El primer pensamiento que viene a la mente de alguien que hace consciencia de esta posición es que, si se flexibiliza, puede perder claridad, autoridad, contundencia y, por lo tanto, “terreno” en la discusión. Pensar con más integridad no significa perder el foco, las creencias, los valores y las posiciones personales. Por el contrario, es comprender que la construcción de una conversación incorpora visiones y otorga ventajas en lugar de separar, dividir y alejar.

Cómo salir de lo extremo

Lo primero es observar en tus conversaciones diarias y pescar las expresiones antes mencionadas o algunas otras que puedan estar negando al otro, y que reconozcas que ya no quieres conservar. También, puedes ver cómo te sientes si te las dicen a ti, con el fin de identificar qué tan radical estás siendo al comunicarte. A veces, cuando pensamos desde la polaridad, reprendemos a los otros porque no lo hacen, propiciando quejas y reclamos, y quebrando la posibilidad de construir desde la diferencia.

Te invito a practicar el uso de expresiones donde invitas a integrar y construir y, si es necesario, aclarar lo que consideres sin castigar al otro por “haberte confundido”. Recuerda, aquel que se confunde eres tú y el otro no es culpable de tu interpretación. Los dos son responsables de la conversación que tienen.

Las personas no quieren enredarnos, tampoco están obligadas a pensar como nosotros, o a no cambiar de opinión. Todos podemos rectificar o ajustar un pensamiento y, por lo tanto, una posición mediante la palabra. Una amiga dijo una vez:“No somos río para no devolvernos”. Así que uso la frase para recordar lo benevolentes y condescendientes que podemos ser con los demás y con nosotros mismos.

Cambiar de opinión no es dejar de ser leal a ti mismo, es ser flexible.

El valor de la conjunción Y

Hablamos para seleccionar. Esto O lo otro, hacemos esto O aquello, sin pensar que pueden ser las dos cosas. Así, un ejercicio que sugiero es tener una conversación e incluir nuestra idea y la del otro, parafraseando y usando la conjunción Y para referirse a las ideas aparentemente “opuestas”. También es útil hacer el ejercicio con pensamientos propios que interpretábamos excluyentes. Que nuestro pensamiento sea el que integra y no el que separa. Ya saben, la Y en lugar de la O.

Afirmaciones excluyentes:

“Mi casa es pequeña, pero muy bonita”

“Soy joven, pero diseño muy bien”.

“A pesar de su corta edad, ha tenido muchos clientes”.

Afirmaciones incluyentes:

“Mi casa es pequeña y hermosa”.

“Soy joven y diseño muy bien”.

“Es joven y ha tenido muchos clientes”.

Valida la idea del otro

En una sesión de coaching ejecutivo, un coachee compartió un episodio de su infancia donde relataba que desde niño comenzó a interesarse por temas avanzados para su edad; leía astronomía, física cuántica e historia. La madre, una mujer humilde con un nivel de educación básico, escuchaba con atención cada relato, aunque, muchas veces, para ella era difícil entender lo que su hijo quería transmitirle.

Un día, luego de escuchar una larga explicación del hijo, la madre se quedó en silencio un rato y le dijo: “hijo, yo no entiendo nada de lo que me estás diciendo, pero te amo tanto que te comprendo”.

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