Antigüedades y nación

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From the series: Ciencias Humanas
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[…] bastarán para que los sabios decidan si la tribu bárbara de que tratamos hace honor al espíritu humano por su amor á las artes y por las preciosas muestras que nos dejó en sus sepulcros, de su buen gusto y de sus adelantos verdaderamente prodigiosos. (Catálogo 1892, VIII)

En suma, esta relación con los objetos ha develado varios niveles de interpretación de estas huellas del pasado. Las nociones que se establecen entre dichas antigüedades y su pertinencia dentro del discurso de la nación son ambiguas aún y deambulan en horizontes públicos y privados, entre intereses superpuestos de distinto tipo. La idea de pertenencia, su nexo identitario desde ellos o con ellos, no es elemento aún elaborado en el relato de la nación, sino que, más bien, forma parte de una dinámica de valoración de intereses de sujetos respecto a territorialidades específicas y dentro de discursos decimonónicos arraigados en el prestigio que esos vestigios precolombinos adquirieron, en tanto rastros de procesos de civilización.

1.6. El Centenario de 1892 en el Perú

La participación peruana en los eventos relativos a la conmemoración de 1892, tanto en Madrid como en Chicago, fue bastante limitada, debido a la situación de posguerra. En estos años surge, de la mano del entonces presidente, el militar Andrés Avelino Cáceres (1886-1890; 1894-1895), y del también militar Remigio Morales (1890-1894), sucesor de Cáceres, un programa de reconstrucción nacional que preveía el mejoramiento y el desarrollo económico del país frente a la debacle sufrida tras el enfrentamiento bélico del Pacífico. En el gobierno de Morales Bermúdez fueron apoyadas de manera tangencial las iniciativas vinculadas con Chicago y se adscribió al evento de Madrid, pero expresando que la participación se acomodaría a las “aflictivas circunstancias del Erario nacional”38. Los homenajes de conmemoración de 1892 se llevaron a cabo con la declaratoria de “fiesta nacional”, que fue acompañada por un sinnúmero de festejos39 en la capital limeña. En estas circunstancias, la participación oficial en la fiesta universal precolombina fue, hasta cierto punto, modesta, pero no por ello despreocupada, en asuntos que se tornaban relevantes: los límites territoriales y la conmemoración de lo hispánico.

A pesar del potencial económico que suponía presentarse en las exposiciones universales, el gobierno peruano no hizo efectiva su participación inmediata por los canales oficiales, sino que hubo iniciativas mayormente promovidas por grupos privados de productores e industriales. Para la exposición de Chicago, existió un marcado interés de las élites del Perú; incluso, en la prensa de la época se publicitaban visitas a la feria, para los ciudadanos peruanos, organizadas por la casa Peter Bacigalupi. En varias ediciones del Perú Ilustrado de julio de 1892 se promocionaba el recorrido por la exposición —incluidos pasajes y hotel— por el precio de £100. En la prensa peruana, la Exposición de Chicago fue objeto de varios reportajes que ponderaban la importancia del evento y su magnificencia como fiesta universal; diarios como El Comercio retrataron distintos aspectos de la White City40.

Una de las figuras más importantes de ese último cuarto del siglo XIX en cuanto a la organización de exposiciones fue Alejandro de Ydiaquez, quien fue comisionado, como sujeto particular por el Perú, para varias exposiciones, incluidas las de París, de 1889, y la de Amberes, de 1885. Según la investigación de Quiñones, la figura de Ydiaquez resulta interesante, ya que se encargaba de crear lazos entre los productores expositores y sus pares en los países anfitriones; el objetivo final era incentivar la exportación de los productos. Dado que el Perú se había abstenido de participar “oficialmente” en la Exposición de París de 1889, esta especie de bróker y gestor de relaciones fue fundamental para las negociaciones in situ y para asegurar a los expositores su participación “no oficial” en el evento, lo que, sin duda, fue un problema logístico que debió ser superado a escala local (Quiñones 2007, 114). Si bien el escenario productivo-exportador privado peruano se movilizó en el contexto de las exposiciones, y particularmente para el evento de Chicago, armar un escaparate nacional representó una oportunidad interesante de convergencia de la idea de lo hispánico y los objetos, ¿cómo se mostraron las antigüedades precolombinas en el contexto de 1892?

1.7. De los tránsitos de las antigüedades peruanas

Frente a las ajustadas cuentas del Estado peruano para la asistencia oficial a la exposición, el gobierno volcó el interés celebratorio en las actividades realizadas en Lima y en la presentación de un escaparate acomodado a estas circunstancias. La Sociedad Geográfica de Lima, creada por el presidente Cáceres el 22 de febrero de 1888 y motor del pensamiento científico de la época en Perú, fue participante en el evento de Madrid y sugirió una intervención importante de académicos vinculados con ella. Para las actividades programadas dentro del marco de la exposición, se invitó a varias universidades —entre las que figura la Universidad de San Marcos—, así como a la Escuela de Ingenieros, El Ateneo, la Sociedad de Agricultura y Minería, la Sociedad de Amantes de la Ciencia y la Sociedad Literaria de Arequipa y Tacna41.

El 1 de agosto de 1892, Carlos M. Elías remite al ministro de Estado, en el Despacho de Relaciones Exteriores, una comunicación que menciona que la representación del Perú ante la Exposición de Madrid, en cuanto al carácter y la extensión de las exhibiciones, debía ser modesta, por los presupuestos; sin embargo, al señalar la necesidad de presentar “objetos de la época incásica”, consideraba que estos tendrían que ir “no con el fin de que el Perú sea debidamente representado con ellos sino para demostrar que no se olvida el grandioso hecho que se conmemora con el descubrimiento de América y que al Perú le es común con España” 42. Esta idea de que los objetos “no representan” 43 al Perú resulta en grado sumo interesante. Frente al gran interés que había por las civilizaciones asociadas a lo incaico, desde el ámbito científico, y que repercutía en la visita constante de misiones e investigadores extranjeros, a el fin de explorar la arqueología de la zona, el gobierno se mostraba poco interesado en presentarse como heredero de lo inca en el discurso nacional: más bien, se inscribía en los festejos del momento del quiebre de la conquista, desde donde estos vestigios parecerían tener una pertinencia histórica.

En otra de las comunicaciones enviadas por la Legación en España, dirigida al ministro de Relaciones Exteriores el 6 de noviembre de 1891, con motivo de los preparativos de la Exposición de Madrid, una de las principales figuras de esta representación, Pedro del Solar44, mencionaba lo siguiente:

Por mi nota del 1945 se habrá impuesto Ud. De lo interesado que está el Gobierno Español, en que el Perú mande á la Exposición que se prepara con motivo del Centenario de Colón, todo aquello que manifestando el grado de civilización incaica, haya en el Perú, tanto perteneciente al Estado, como en poder de particulares.46

Cabe destacar que el interés del envío de antigüedades incas a la península ibérica, dentro del marco del celebratorio colombino, estuvo primaria y directamente marcado por el deseo español de que dichos artefactos sirvieran como pruebas de fidelidad del grado de civilización inca; de hecho, en la misma consideración, Pedro del Solar consideraba:

No dudo que Ud., dada la importancia del caso, habrá dictado las medidas convenientes; pero hoy me permito molestar una vez más su atención, insistiendo sobre el particular, dada la instancia que aquí se me hace.

El Presidente del Consejo de Ministros, Señor Cánovas, me dio ayer un banquete al que asistieron los Ministros de Estado y otros personajes, y aparte de los asuntos generales que me trataron, la principal conversación versó sobre el Centenario que les preocupa muy mucho.

No me parece pues conveniente, si queremos alcanzar algo favorable en las cuestiones que resuelven sobre nuestros límites con el Ecuador, que no los ayudemos por nuestra parte, al buen éxito de un certamen, el primero de este género que se celebra en Madrid y en que está de por medio el no desmentido orgullo español.

Consecuentemente en mis instrucciones, he expresado al Señor Cánovas y á los Señores Ministros que mi Gobierno se ocupa preferentemente de la manera como el Perú sea dignamente representado en la Exposición del Centenario. Dígnese pues Ud. Comunicarme todo aquello que yo pueda hacerles conocer y que justifique los propósitos del Gobierno para secundar los deseos de los iniciadores de esta gran fiesta universal.

Disimule Ud. Mi insistencia, teniendo en cuenta que es mi amor al Perú la causa que la motiva; y el deseo que reporte las ventajas que esta oportunidad le ofrece y que el Supremo Gobierno no conoce perfectamente.47

El asunto limítrofe aparece de nuevo en el horizonte de la conmemoración, bajo una práctica de diplomática zalamera; en este caso, la participación aseguraba conseguir “algo favorable” para resolver el asunto de límites con Ecuador. Tal problema limítrofe correspondía a una franja de terreno entre Tumbes y Zarumilla, en la parte occidental, y en la parte oriental, desde Chinchipe al Marañón, cerca de la boca del río Pastaza, pasando por el Curaray, para bajar hasta la desembocadura del río Napo y descendiendo hasta la boca del río Payaguas (Sampedro 1982, 53). Para resolver el diferendo entre ambas partes se suscribió, el 2 de mayo de 1890, el Tratado Herrera-García, firmado por los plenipotenciarios Pablo Herrera, por parte del Ecuador, y Arturo García, por el Perú; sin embargo, el acuerdo, aunque justificado por Cáceres, no fue aprobado por el congreso peruano, ya que grandes zonas de la Amazonía se cedían al país vecino del norte. Esta situación acarreó un nuevo conflicto de límites, que debía considerarse bajo la figura del arbitraje español.

 

La postura de Pedro del Solar es clave para la negociación con España en la búsqueda de los favores limítrofes. Este personaje era consciente de la importancia del certamen para el país ibérico y de la necesidad de ponderar el “no desmentido orgullo español”. De cierta forma, las acciones tomadas en la organización del escaparate nacional respondieron a una contingencia del momento presente y a la importancia que tenía el tema de la “civilización incaica” para los festejos de 1892. Este tema es recurrente en algunas de las comunicaciones, como, por ejemplo, la enviada desde Madrid el 21 de marzo de 1892, donde se reiteraba la importancia de la participación: “Aquí se da preferente importancia histórica al Perú y a Méjico en el certamen que se prepara, sobre las demás naciones americanas, hasta en los detalles, como lo verá V.S. confirmado […] esta ventajosa situación es conveniente no perderla”48. Estas ideas, que se desplegaban por y para la exposición histórica, operan como “hechos museales”; es decir, no aluden a las dinámicas de un museo como institución, sino a un hecho que se despliega en dispositivos museográficos que se convierten en herramientas de la memoria. Hablamos, de alguna manera, de una “fantasía historiadora” que se acopla a una coyuntura de conmemoración, y que demanda referentes simbólicos ajustados a la medida de sus intereses. Tal situación intenta dar una nueva vida a los vestigios ya nombrados como precolombinos y a explicarlos a manera de simulacro o “efecto de presencia” del pasado o de lo que se asociaba a él (Morales 2010, 47 y 32).

La importancia de las civilizaciones antiguas, aquellas que se afincaron en los territorios de México y Perú, vuelve a aparecer como elemento trascendental para el festejo centenario en su valoración trasatlántica y forma parte de un imaginario de fama mundial: los indígenas aztecas e incas. Para ello, el gobierno peruano se organizó a fin de recuperar algunos vestigios precolombinos “incas” para ser enviados. En una comunicación fechada el 5 de septiembre de 1892 en Lima, el Ministerio de Gobierno y Policía notificaba al ministro de Estado en el Despacho de Relaciones Exteriores:

[…] en el vapor que sale mañana del Callao será remitida la colección de objetos incásicos que el Gobierno ha comprado para la Exposición de Madrid. Dicha colección se ha acondicionado convenientemente en tres cajones y se han pagados los fletes y seguro marítimo.49

En una conferencia dictada en el Ateneo de Madrid, del 11 de febrero de 1892, y titulada “El Perú de los Incas”, Pedro del Solar ponía de relieve la monumentalidad inca y recogía la recurrente comparación de lo inca con lo europeo o con civilizaciones “famosas”, como la egipcia o la etrusca; empero, lo que Del Solar resaltaba era el papel de España en el continente americano: según sus palabras, la labor de la península “se le llevó, en efecto, la regeneradora semilla de las ciencias en todos los ramos del saber humano. Fue esta fecundada por los rayos caloríficos de la civilización europea” (Del Solar 1892, 17). Finalmente, aceptado el poderío de la conquista, terminaba considerando que “así operó la transformación, que hizo de un conjunto de pueblos incultos, una nación civilizada” (Del Solar 1892, 17). Dichas aseveraciones están en sintonía con el conjunto escultórico Roselló, que formó parte del escaparate nacional peruano en la disputa civilizatoria de la que, por supuesto, alguna una raza resultaría ganadora.

Aunque no estudiamos la Exposición de Chicago de 1893, es interesante notar que el Perú también estuvo ausente de manera oficial; sin embargo, sabemos que se enviaron algunos objetos de la cultura Ancón, por parte de agentes peruanos, aunque no se tiene certeza de si tal cosa fue iniciativa oficial o particular (Quiñones 2007, 229). El interés en el pasado prehispánico peruano se hizo presente en la feria de la ciudad blanca; de hecho, Manuel Antonio Muñiz50 representó al Perú en el Congreso Antropológico, en el que discutió sobre el asunto de las trepanaciones, un tema muy en boga en los circuitos médicos. Los cráneos llevados a dicha exposición por el enviado Emilio Montes51 recibieron un reconocimiento en la exposición. Esta colección contaba con una serie de momias prehistóricas, cerámica, metales y piedras precolombinas. Como vemos, los objetos precolombinos y los restos humanos transitaron en ambas exposiciones, amparados por la preeminencia de la sociedad incaica y pregonando, sobre todo, la importancia de la conquista para la “transformación de estas sociedades” en civilizaciones “cultas”, tal como el ministro Del Solar lo señalaba.

1.8. El conjunto escultórico Rosselló

El 20 de junio de 1892, en una comunicación del Ministerio del Interior del Perú se puso en consideración una propuesta presentada por el artista y escultor Lorenzo Rosselló, de origen catalán52, para la realización de una obra que representara al país en el pabellón de Perú durante mayo de ese mismo año. La propuesta de Rosselló fue aceptada por el gobierno, por el valor de £200, para que formara parte del escaparate nacional en la Exposición Histórico-Americana de Madrid. La obra fue ejecutada en Europa y ganó el premio a la mejor instalación en el evento. La idea de Rosselló consistía en elaborar “dos tipos de raza indígena”, que serían reproducidos en yeso, y que iban a ser la antesala para dar la bienvenida a los visitantes del espacio peruano. En una carta enviada al encargado de la exposición, Rosselló señalaba:

En tal virtud he imaginado la formación de un grupo en que representando con la mayor fidelidad histórica dos tipos de la raza indígena (hombre y mujer) debo desarrollar la idea de la conquista política y religiosa del Perú por los españoles. Al efecto he concebido un ligero boceto que representa á una india a cuyos pies han caído la rueca y el huso con que poco antes hilaba, y que al llegar por segunda vez su amante está recostado sobre unos trofeos que caracterizan la civilización europea, y que él había traído poco antes. Mientras ella con suma curiosidad quiere descifrar los caracteres castellanos, ha vuelto el amante trayendo en la mano derecha una cruz y un pergamino que simbolizan el advenimiento de la civilización nueva y en la mano izquierda un arco y un […] rotos, que simbolizan la destrucción de la civilización de los incas.53

La construcción de la idea de este conjunto escultórico musealizado respondió a una serie de coordenadas simbólicas sobre las cuales se constituyó un imaginario de la nación andina y de su pasado. La representación de este choque civilizatorio marcó la pauta de cómo los sujetos imaginan sus relaciones y sus creencias sobre su universo social, adscrito a su devenir histórico. A partir de este enclave, lo imaginario se convierte en potencia, en tanto su poder radica en la conversión a creencia-verdad, norma de comportamiento o fuente de moral (Godelier 1996, 52). Al reclamar dicho estatuto, las percepciones sobre el mundo vivido de aquel entonces pueden desentrañar la constitución misma de la alteridad y cómo el pasado fungió un papel específico de constitución de una reciprocidad negativa y en la configuración de ciertos roles de género en la construcción de la mitología nacional.

Para Rosselló, el choque civilizatorio se asienta en la dualidad hombre/mujer que acompaña su relato. La mujer indígena aparece como el sujeto ingenuo y anhelante de la escena, en tanto no logra descifrar el significado de las cosas que trae su amante, yaciente en el suelo; “el advenimiento de la civilización nueva” aparece como un “trofeo”, un “regalo” para estos sujetos: lenguaje escrito indescifrable, visibilizado en la letra y el pergamino, la cruz y la religiosidad, así como los títulos del monarca que “descubre” los territorios (figura 5).

La india suelta el libro y extiende su brazo izquierdo hacia la cruz, obedeciendo al estímulo natural de la sorpresa y a un movimiento determinado por la inclinación religiosa de toda mujer. El pergamino de que he hablado declarará en una inscripción latina el nombre y títulos del monarca por el que se hizo el descubrimiento de América. Las figuras tendrán los vestidos propios de la época y de las costumbres de esta raza: pero en el boceto están desnudas para evitar las complicaciones que por el diminuto tamaño de este ocasionaría la prolijidad de los detalles.54

Rosselló hace referencia a los sujetos del pasado: son indígenas en la época de la conquista; por ello, el advenimiento de la “nueva civilización” es contrapuesto a la “antigua civilización”. Este movimiento en la configuración de la imagen construida por el artista es interesante porque no abandona el motor civilizatorio de la puesta en valor. Así, la conquista política y religiosa es positivada, dentro de la percepción del devenir histórico del Perú, y deja para el pasado el relato civilizatorio inca, que, como hemos visto, alcanza su derecho de reivindicación desde el discurso de la monumentalidad histórica decimonónica. Además, el discurso desplegado en la representación de la conquista empata directamente con las coordenadas en las que se asienta el hispanismo de época y, ciertamente, pone el sentido de lo hispánico por encima de las civilizaciones pasadas, como fuente de lo nuevo, del porvenir. Esta es la marca del pasado simbolizada en el presente de la conmemoración.

Esta visión sobre la “raza vencida” o de la “civilización destruida” posiciona una noción de raza en clave decimonónica. Como bien lo señala Marisol de la Cadena (2007), es importante entender los cimientos epistémicos y las externalidades (aquello que va más allá) del concepto mismo de raza; es decir, entender este concepto no como algo estable y monológico, sino como producto de una serie de prácticas dialógicas mediadas por las relaciones de poder. La raza surge como apariencia y categoría dialógica e inestable, es una herramienta de producción de la diferencia. Así, la noción de raza es vista como una posibilidad abierta, con “significante flotante” (De la Cadena 2007, 14). Con esto queremos decir que las formas como juegan las políticas de la representación, en esta estrategia discursiva, no dicen nada verdadero o falso sobre el mundo; sin embargo, sí dan cuenta de cómo los sujetos se vinculan con su pasado y celebran su presente desde estrategias como estas.


Figura 5. Imagen de la instalación del Perú 55

Fuente: Exposición Histórico-Americana de Madrid, 1892. Biblioteca Nacional de España.

La táctica del conjunto escultórico ganador de medalla para el pabellón peruano en la Exposición Histórico-Americana de Madrid marca una pauta de cómo se configura la alteridad a través de las huellas del pasado. La base interpretativa de la propuesta enuncia y reconstituye un discurso sobre la realidad; por un lado, hace presente aquello que está ausente y recobra su estatuto de norma y verdad, y, por otro, se constituye con base en su valor de intensidad, aparece como representante de algo; es decir, es la marca histórica del pasado español y peruano, que deja huella en el evento conmemorativo del descubrimiento. Así, el panhispanismo alcanza su derecho universal en un movimiento desde la reciprocidad negativa; es decir, desde la aceptación del país en el evento que conmemora las directrices ideológicas de su discurso, desde “la coerción que implica involucrarse en un ciclo positivo de intercambios con su perpetrador” (Lomnitz 2005, 322), el discurso positivo desde su adscripción a un mismo pasado declarado como universal. Entre el ejercicio de una diplomacia zalamera y la construcción de una representación del pasado, el Perú asegura su lugar, en el discurso hispanista transatlántico, a través de la presencia de los incas y sus objetos como elementos que modelan la historia desde el prisma universal56.

 

1.9. Del Ecuador en 1892

La bonanza de la exportación de la llamada “pepa de oro” generó una suerte de optimismo por el crecimiento y el desarrollo del Ecuador, así como una constante necesidad de mostrar las potencialidades y la riqueza de su territorio en el exterior. En este contexto, los llamados gobiernos “progresistas”, identificados con los periodos presidenciales de José María Plácido Caamaño (1884-1888), Antonio Flores Jijón (1888-1892) y Luis Cordero (1892-1895), fueron piezas clave para concretar el ideal económico para la nación. Estas administraciones se caracterizaron por su alineación con una tendencia católica de orientaciones liberales; al decir de Blanca Muratorio, un “liberalismo moderado y ecléctico” (Muratorio 1994, 167).

Estos gobiernos mostraron un singular interés por la participación del país en las exposiciones, íconos por excelencia del llamado progreso y vitrinas mundiales para exhibir la producción de las naciones. Tanto la exposición de Madrid de 1892 como la de Chicago de 1893 fueron vistas como objetivos primordiales para hacer visible a la nación en el contexto internacional. Inspirados en su trascendencia como eventos universales, fueron una motivación para gobernantes como Antonio Flores Jijón, quien durante su administración organizó, localmente, la primera “Exposición Nacional”, realizada el 9 de diciembre de 1891, en el quiosco y el paseo de La Alameda y sus alrededores. Según Blanca Muratorio (1994), el escenario nacional le permitió al presidente Flores competir con los poderosos ritos y las representaciones de la Iglesia, con esta primera exposición de carácter nacional, que él definió como “circo pacífico de los luchadores del progreso”. Esta exhibición, organizada como preparación para las de Madrid y Chicago, fue financiada por el gobierno, con el apoyo de los terratenientes y los intelectuales serranos, como Manuel Jijón Larrea57 (presidente de la Junta de la Exposición) y Francisco Andrade Marín (presidente del concejo municipal). Allí se desplegó, en todo su esplendor, la iconografía del “liberalismo secular” ensalzando la ciencia, la industria, el comercio y el trabajo, desde una óptica que pregonaba los beneficios del progreso (Muratorio 1994, 122).

Durante el último cuarto del siglo XIX existió un despunte económico claro del grupo agroexportador cacaotero de la región Costa, por lo que es interesante explorar las alianzas de los miembros de dicho grupo con los terratenientes serranos. Los nexos entre estas élites eran preponderantes para la época; incluso, fueron caricaturizados y criticados en los diarios de corte liberal que circulaban, particularmente, en Guayaquil, bajo el título de La Argolla58. La participación del país en las exposiciones estuvo mediada por la intervención de ambas élites, con representantes como el mismo presidente progresista Plácido Caamaño, quien para entonces se desempeñaba como gobernador de Guayaquil y poseía grandes extensiones de haciendas en la Costa, con producción de madera y de oro, que fueron enviados a la exposición de París de 1889 (Muratorio 1994, 123). También está el caso del terrateniente serrano Jijón y Larrea y sus famosos tejidos, y el de Clemente Ballén, un exportador cacaotero de prestigio en la época. Estas alianzas eran necesarias y operativas ante ese tipo de oportunidades, razón por la que el entonces presidente, Antonio Flores Jijón, se manifestaba a favor de estas vitrinas del progreso en su discurso de apertura:

Los pueblos, cual los individuos no pueden aislarse impunemente. De su mutuo acercamiento y de la comparación de sus industrias nace el cambio y desarrollo de ellas, con recíproco estímulo y provecho. ¿Por qué las comunidades mercantiles gastan hoy tanto en avisos? Porque es medida eficaz para vender y prosperar. Pues bien: una Exposición es no solo aviso decoroso, vasto mostrador donde cada productor ofrece lo que tienen de venta, sino la arena en que, como en los antiguos juegos olímpicos, compiten el talento, la habilidad, la destreza, el ingenio. Tan conocida es la ventaja que resulta de estas Exposiciones, que los grandes pueblos no vacilan en hacer por ellas costosos sacrificios, los cuales son ampliamente remunerados.59

En el catálogo publicado posteriormente acerca de dicho evento encontramos un largo listado de producciones agrícolas, ganaderas y textiles, al igual que fotografías de vistas de las ciudades, cristos, imágenes religiosas, paisajes, cristalería, sombreros de paja toquilla, etc.; todo ello, organizado para su exhibición a escala mundial. Dentro de estas categorías figuraban las antigüedades como piezas consideradas por su valor. En el folleto de estatutos y programa de la Exposición Nacional60 ya figuraba un interés por los objetos del pasado, los cuales se reconocerían con una “mención honorífica” a las personas que presentasen obras de arte y curiosidades antiguas, que “por su gusto, originalidad ó perfección, sean dignas de exhibirse y pertenezcan á la Arqueología, tales como los objetos de cobre, piedra y barro elaborados por los Incas” (Estatutos y programa para la Exposición Nacional… 1891, 9). Estos vestigios, dignos de exhibirse, lo harán bajo algunas coordenadas del gusto y la consideración de los organizadores, y, claro está, la de personajes como Federico González Suárez, quien para esos años ya contaba con algunas publicaciones respecto a la arqueología de la zona.

1.10. Las antigüedades y la exposición

La junta central para la organización del evento surgió como ente de gestión de la Exposición Nacional de 1892, a partir del 14 de marzo de 1891, durante la presidencia de Antonio Flores61; sin embargo, las exhibiciones se realizaron en la presidencia de Luis Cordero. Conforme al estatuto, todas las obras que se presentasen en la feria local serían destinadas a las exhibiciones de Madrid y de Chicago. Leonidas Pallares Arteta, ministro del Interior y de Relaciones Exteriores, fue declarado el encargado oficial de dicha junta. Al igual que los casos revisados, la convocatoria para la recolección de objetos se realizó mediante aviso público en los diarios.

En el informe que presentó Pallares Arteta el 17 de mayo de 1892, como presidente de la Junta Central, al presidente de la República, se recogen algunas perspectivas interesantes sobre la manera como se programaron las acciones y las colecciones allí presentadas. Entre las prioridades de objetos adquiridos están aquellos considerados “incas”, así como medallas y monedas. Según señala su colector, la recopilación de estos fue una tarea muy compleja:

Entre los objetos incásicos merecen citarse el facsímile en escala del Inga-Pirca, hecho en madera por el reputado escultor cuencano Sr. Vélez y mandado trabajar por la Junta; dos grandes ánforas pintadas de colores, un mortero de piedra verdosa, primorosamente tallado, y cinco figuras de piedra, excavadas en San Pablo, que son de estilo algo semejante al de las momias yacentes de las necrópolis egipcias, y que han debido ser trabajadas indudable de muchísimos años, ó acaso siglos, antes del descubrimiento de América.

También debo hablar de la colección de vistas fotográficas de algunos de los arruinados monumentos incásicos que aún subsisten como Inga-Pirca, Inga-Chungana, Culebrillas, Paredones.62

Para la exposición en Europa63 se contaba con la gran colección del investigador naturalista Auguste Cousin, quien residía en Francia por entonces, y que había realizado su colección en Ecuador. Cousin había presentado su acervo, de aproximadamente 1000 piezas, en la Exposición de París en 1889, dentro del palacio azteca64. Ese mismo año sale a la luz la obra de Federico González Suárez Historia General de la República del Ecuador, en varios tomos, además del Atlas Arqueológico de 1892, con elogiables ilustraciones del artista Joaquín Pinto. Es interesante la contribución a la exposición de González Suárez, conocido en el país, como el “fundador” de la historia en su sentido disciplinar; además, parece ser que el religioso prestó algunos artefactos antiguos para la feria65. Entre las colecciones presentadas en la exposición de Madrid figuraba una de propiedad del gobierno, además de las que Pallares Arteta pudo recolectar, y las colecciones del propio expresidente Antonio Flores Jijón, quien posteriormente fue miembro de la comisión de Ecuador como ministro plenipotenciario. También se encontraban los acervos de sus hijas Elvira y Leonor. Junto con todos estos repositorios, se encontraban, así mismo, los objetos de José María Lasso y F. Durán y Rivas, cónsul y vicecónsul de España en Quito y Guayaquil, respectivamente, y varios acervos pequeños de Emilio Uquillas y Santiago Basurco, así como algunos objetos presentados por F. Liñan, Celiano Monge, Teodoro Wolf, Aurelio Cañadas y la Municipalidad de Ibarra66.

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