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En manos de Dios

Manuel J. Fernández Márquez


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ISBN: 9788428564731

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Presentación

Siempre estamos «en manos de Dios». Descubrirlo, experimentarlo y vivirlo es la plenitud de nuestra vida.

Amanecer y atardecer son dos momentos privilegiados para orar, para sentirnos y vivirnos «en manos del Señor»: el primero para despertar a la Vida de Dios en nosotros; el segundo para descansar y abandonarnos en manos de Dios.

Despertar cada mañana y levantar los ojos del corazón a Dios es necesidad vital para comenzar cada día llenándonos de Vida, de luz, de paz y de amor.

En realidad es despertar y amanecer orando, sintiéndonos conectados y unidos a la única fuente de Vida de toda nuestra existencia: Dios, «en quien vivimos, nos movemos y existimos».

Al atardecer, al declinar las horas, las tareas y trabajos del día, surge la necesidad de recogernos, de reposar y descansar en manos del Señor. Es el momento donde escuchamos al Señor, invitándonos a retirarnos con él, «venid vosotros solos a descansar un poco», porque realmente, «sólo en Dios descansa mi alma, porque de él viene mi salvación».

Hoy quiero compartir con vosotros mi suprema aspiración: descubrir y vivir la Vida de Dios en mí e irradiarla a todas las personas, a través de mi vida diaria.

Hoy quiero dedicaros, a todos los que me habéis acompañado y animado, participando de los Cursos y los Grupos Vida y contemplación, estas sencillas y pequeñas reflexiones, interrogantes, sugerencias, oraciones e invocaciones. Con ellas quiero expresar mi profundo deseo de seguir caminando con vosotros en esta apasionante aventura: recibir el regalo infinito de Dios, vivirnos en Él, gustando y saboreando su misma Vida, en esta historia nuestra de cada día.

El Salmo 62 es un amanecer sediento de Dios, nuestro único Señor, cantando, alabando y bendiciendo al Señor, deseando vivir en él. Mi alma está unida a él, fundida con él y toda mi existencia está sostenida por él. «Mi alma está unida a ti y tu diestra me sostiene».

«Padre, me pongo en tus manos» es una oración que recoge las vivencias y sentimientos más bellos y profundos de un alma que se siente sumergida en Dios, dejándose modelar por él en cada paso del acontecer diario. Se abandona en manos de Dios, porque él es todo en nuestra vida y porque sólo en Dios descansa mi mente, mi cuerpo, mi corazón y mi alma. Es volver al hogar al atardecer de cada día, después de las tareas diarias, y sentarse al calor del fuego, ardiente, luminoso y pacificador de Dios.

Os invito a gustar y saborear estas sugerencias, reflexiones y oraciones en un clima de silencio, de paz y de armonía, que nos disponga para ser tocados por las manos, la mirada y el corazón de Dios.

¡Ojalá podamos «gustar y ver qué bueno es el Señor», abandonándonos plenamente «en manos de Dios»!

«Elige la vida y vivirás tú y tu descendencia,

amando al Señor, tu Dios, escuchando su voz,

pegándote a Él, viviendo unido a Él,

pues Él es tu vida y tus largos años

de habitar en la tierra que el Señor

prometió a nuestros padres».

(Dt 30,19b-20)

Introducción

Nuestra vida consiste en:

despertar a Dios…,

descansar en Dios…

Dos actitudes fundamentales y vitales:

para estar centrados desde el «amanecer»

hasta el «atardecer»,

para vivir con sentido nuestra vida diaria,

para llenar nuestra vida de ilusión,

para unificar todos los aspectos de nuestra vida,

para liberarnos de los conflictos y preocupaciones

de cada día,

para relativizar nuestros problemas

y contrariedades diarias,

para sentirnos serenamente felices,

para sentir nuestra vida llena y en armonía,

para vivir en profundidad y desde dentro, desde

que nos levantamos hasta que nos acostamos.

Despertar a Dios es abrirnos a un amanecer luminoso y vivirlo.

Amanecer en Dios, al mundo de Dios.

Amanecer al mundo divino y sagrado de todo.

Que nuestra vida despierte al misterio de Dios,

se abra a la luz de Dios y descubra a Dios en todo.

Descansar en Dios es un atardecer pacificador, confiado y plenificante.

Descansar en manos de Dios.

Descansar en el regazo amoroso de nuestro Padre Dios.

Que nuestra vida se suelte, se abandone

en manos de Dios, y se confíe plenamente

en la ternura infinita de Dios…

Despertar a Dios

1. Mi alma tiene sed de Dios

Señor, mi alma tiene sed de ti…

Oh Dios, tú eres mi Dios,

por ti madrugo,

mi alma está sedienta de ti.

Todos sentimos sed, hambre, necesidad de algo o de alguien que llene nuestro vacío, nuestra necesidad de completar esa zona que sentimos hueca, que experimentamos que le falta algo para estar completa.

Cuando me despierto cada día empiezo a soñar

con ese trabajo que tengo pendiente,

con aquella persona con quien tengo que conversar,

con aquel asunto que tengo que resolver,

con aquella lectura o aquel paseo que quiero realizar…

Así surgen, en mi sueño, cosas, personas, trabajos, tareas,

proyectos, distracciones, conversaciones pendientes,

lecturas y asuntos que constituyen un programa

de planes, que a lo largo del día intentaré realizar

como pequeñas conquistas y afanes que llenarán

y cumplirán mis ilusiones para llenar mi vacío.

Señor, ¡qué sueños perdidos,

qué frustraciones encontradas,

qué cantidad de ilusiones deshojadas,

qué proyectos vacíos,

qué encuentros desinflados,

qué ganas de vivir muertas…!

¿Será un día perdido y frustrado?

¿Será que los sueños son sólo sueños y que las horas y los minutos me van mostrando que están escritos en un libro sin hojas y sin vida?

¿Será que los sueños son proyectos vacíos y muertos?

¿Será que los sueños están vacíos y huecos por dentro, sin contenido real?

¿Será que los sueños están muertos, sin vida, y sólo existen en mi mente perdida y frustrada?

Señor, ¡qué cantidad de sueños cuando despierto al amanecer para llenar de frustraciones muertas los pasos de cada día!

Señor, ¡qué ilusiones y expectativas me despiertan cada mañana, sabiendo que se irán perdiendo en cada paso del día!

Señor, ¡qué cantidad de proyectos al amanecer, que a través de las actividades, encuentros y tareas, me irán desvelando una y otra vez mi vacío por dentro!

Señor, ¡qué cantidad de sueños y expectativas por fuera, que cada día, me desvelan más y más que me falta algo por dentro!

Señor, ¡qué cantidad de cosas llenan mi vida por fuera, mientras por dentro siento una sed infinita, que ninguna persona, ni ningún trabajo o actividad podrán saciar!

Oh Dios, tú eres mi Dios,

por ti madrugo,

mi alma está sedienta de ti.

Esta es la verdad más profunda y vital que podemos

descubrir en el hondón de nuestra alma.

Tenemos una sed infinita, eterna y amorosa,

que no se puede satisfacer con cosas,

con posesiones, con nuestros trabajos y actividades,

con nuestra familia y amigos,

con nuestras pequeñas metas e ilusiones,

tantas veces, vanas.

Nuestra sed es infinita, es eterna, es plenificante,

es divina y sagrada, nuestra sed es sed de Dios,

y no puede saciarse con pequeñas porciones

y cosas, y sólo con manifestaciones

y criaturas de Dios.

Nuestro corazón está creado a la medida de Dios,

y sólo Dios puede saciarlo. «Nos hiciste, Señor,

para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que

descanse en ti», nos decía San Agustín.

Nuestra sed es de Dios, porque nuestro corazón

es inmenso, a la medida de Dios,

y sólo puede encontrar su plenitud

enamorándose de Dios,

viviendo en total comunión de amor con Él.

Nuestra sed es de Dios, «mi alma está sedienta de Dios,

del Dios vivo…» y sólo se sacia y se llena de vida

e ilusión cuando lo empeño todo buscándole a Él

en todas las cosas y sobre todas las cosas,

deseando, con pasión, llenarme de Dios, sólo de Dios.

Sigamos repitiendo, desde el fondo de nuestra alma…

Oh Dios, tú eres mi Dios,

por ti madrugo,

mi alma está sedienta de ti.

2. ¿Qué nos despierta a nosotros, habitualmente?

Vamos a procurar caer en la cuenta de qué es lo que realmente nos despierta a nosotros cada amanecer.

¿El reloj?

¿Las preocupaciones?

¿El insomnio?

¿Los ruidos de fuera: la calle, el alboroto, los portazos?

¿Los ruidos de dentro: mis ruidos mentales,

mis preocupaciones por la salud, el trabajo, los agobios?

3. ¿En qué niveles estamos despiertos? ¿Estamos despiertos sólo «por fuera»?

Cuando despertamos por la mañana no siempre estamos despiertos «del todo», es decir, en todos los aspectos de nuestra vida.

Vamos a caer en la cuenta de si sólo estamos despiertos en los aspectos y niveles más superficiales.

Cuando estamos despiertos, ¿a qué nivel nos referimos? ¿en qué aspecto estamos despiertos?, ¿en nuestro aspecto superficial?

En nuestro cuerpo: no podemos dormir, no conciliamos el sueño por encontrarnos nerviosos, no nos recuperamos del cansancio por no haber dormido.

En nuestra mente y en nuestra afectividad: ruidosos, llenos de alteraciones y preocupaciones, cerrados, agobiados, intranquilos, obsesionados, con los nervios a flor de piel, etc.

¿Estamos despiertos sólo por fuera?, ¿físicamente?

¿Estamos despiertos sólo por fuera, y por dentro, sonámbulos?

4. ¿Estamos despiertos «por dentro»?

Podemos observar si, cuando nos despertamos, somos conscientes de niveles más profundos de nuestra mente, de nuestra afectividad y de nuestro cuerpo.

A nivel mental:

¿Con una mente despierta, alerta, centrada y unificada?

¿Con una mente silenciosa, abierta, luminosa?

¿Con una mente acogedora, comprensiva, amorosa?

A nivel afectivo:

¿Con un corazón suave, amoroso, silencioso?

¿Con un corazón ágil y sin apegos, en sintonía con el otro?

¿Con un corazón joven?

¿Con un corazón blando y lleno de ternura?

¿Con un corazón abierto, acogedor, comprensivo?

A nivel corporal y de los sentidos:

¿Con los sentidos abiertos, suaves y blandos?

¿Con los ojos luminosos e iluminados,

despiertos desde dentro, receptivos?

¿Con la mirada limpia, comprensiva, transparente,

conectada con la mirada interior?

¿Con los oídos abiertos, limpios, transparentes?

¿Con los oídos que escuchan, que acogen, que reciben?

¿Con los oídos que interiorizan?

¿Con los oídos conectados con el oído interior?

¿Con las sensaciones, el gusto y el olfato abiertos,

receptivos, limpios, acogedores, luminosos, suaves y blandos?

¿Con las sensaciones, el gusto y el olfato conectados con el gusto interior, con el tacto interior, con el olfato interior?

5 ¿Estamos despiertos «por dentro» a niveles profundos de nuestro ser?

Cuando nos levantamos, cada amanecer, es posible que vayamos adquiriendo el hábito de despertar a niveles de consciencia cada vez más profundos de nuestro ser. Obsérvalo.

¿Tengo consciencia

de mis sensaciones profundas,

de la vida que corre por mis venas,

de la luz interior,

de la paz interior,

de la ternura interior,

de la atención amorosa,

de la alegría de ser y de existir?

¿Soy consciente

del gozo interior,

de la alegría del Ser,

del silencio interior,

de la hondura de mi ser profundo,

de la presencia de mi alma,

de la consciencia pura y simple,

de la calma interior,

de la unidad interior,

del silencio y armonía de todo mi ser?

6. ¿A qué estamos despiertos cuando estamos despiertos?

«Estar despiertos», no se refiere sólo

al momento del amanecer, sino que abarca toda nuestra vida.

«Estar despiertos» es un modo de vivirnos

en el que vivimos conscientes, con atención,

con los cinco sentidos, pudiendo vivirnos

conscientes en niveles sólo superficiales

y en niveles cada vez más profundos.

¿Estamos despiertos sólo a nosotros mismos?

¿Sólo a nuestro pequeño mundo?

¿Sólo a nuestros trabajos y tareas,

a nuestra salud o enfermedad,

a nuestra situación personal y familiar?

¿Sólo a nuestros pequeños problemas,

a nuestras situaciones conflictivas,

a nuestro pasado (que ya no existe)?

¿Sólo a nuestros proyectos a corto plazo,

a nuestras limitaciones y complejos,

a nuestras dificultades diarias?

¿Sólo a nuestras pequeñas posesiones, vestidos, comidas,

y aspectos estéticos?

¿Sólo a mis dificultades y problemas de relación?

7. ¿A qué estamos despiertos cuando estamos despiertos?

¿Estamos despiertos sólo a las cosas que nos rodean?

¿Sólo a mis cosas?

¿A las cosas que tengo delante de mis ojos?

¿A mis asuntos y trabajos diarios?

¿A la puerta que cierro y a la luz que enciendo y apago?

¿A las noticias de la radio, del periódico y de la televisión?

¿A la conversación con los demás y sobre los demás?

¿A la conversación continua conmigo mismo?

¿A los acontecimientos que ocurren cerca de mí?

¿A las noticias de los acontecimientos de todo tipo?

¿A los “enredos” entre familiares y vecinos del barrio?

8. ¿A qué estamos despiertos cuando estamos despiertos?

¿Estamos despiertos a Dios?

Podemos ir despertando a niveles cada vez más profundos en los que podemos vivir despiertos a Dios, al mundo de Dios, al nivel donde descubrimos que todo es sagrado y divino, al mundo de la presencia de Dios dentro de nosotros y en todas las personas y toda la creación.

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