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La bordadora de sueños

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Doña Silvina, lidereza de la tribu mapuche, supo de la existencia de Itzel; el cómo no queda claro, unos dicen que fueron las mariposas que llegaron hasta su tierra, otros cuentan que ella se le coló en un sueño a Itzel, el caso es que en un encuentro indígena que se dio en San Cristóbal de las Casas, Chiapas, se reconocieron.

Al final del convivio, en la mesa de honor Silvina le contó esta historia a Itzel:

—Hace muchos soles, cuentan los abuelos, nosotros teníamos una hierba muy efectiva que curaba los malos sueños, pero la gran inundación hizo que mis ancestros se subieran a los cerros, porque las aguas se llevaron sus casas, los animales y arrasaron con todo, hasta las plantas curativas. Pasado un tiempo hicieron una oración para calmar la tormenta. Los que no llegaron a los cerros, murieron y se transformaron en peces. Los sobrevivientes se pusieron cántaros sobre sus cabezas para protegerse de la lluvia y del sol.

Cuando el Señor los escuchó, bajaron y poblaron la tierra, pero algunas plantas no se volvieron a dar. Por eso, hermana, te pido ayuda y protección. Tenemos un niño en la aldea que sufre de congoja durante las noches, su nombre es Efrén. Ya fuimos con el padre, el curandero y nada, intentamos con algunos remedios, pero no hemos conseguido una cura.

Me dicen que tú eres capaz de hacer que vuelva a conciliar su sueños, a ponerlos en su lugar, es por eso compañera que me atrevo a pedir que a través de tus poderes le restaures la paz.

Itzel le solicitó que le describiera físicamente al muchacho para así poder entrar en su corazón, y que intentara esa noche soñar con él, así Itzel entraría en sus sueños para conocerlo.

Se despidieron y durante la noche Itzel encendió tres candelas, una por sus hermanos de tierras lejanas, otra por Efrén y la última para no perderse en sueños de otras latitudes, no fuera a ser que no volviera a su comunidad.

Durante la noche sucedieron varios milagros, el primero fue que Itzel voló hacia unos valles desconocidos para ella, y al acercarse, fue descubriendo la bondad de los corazones de sus habitantes, y de pronto comprendía sus lenguas.

Entró en una casa donde estaba un pequeño acostado sobre una estera con los ojos pegados al techo, tenía miedo de cerrarlos, pues las pesadillas lo perseguían. Poco a poco el cansancio lo venció e Itzel, con toda paciencia, fue penetrando en sus temores.

Aparecieron dos culebras, una de nombre Cai Cai, la otra se llamaba Ten Ten. Ambas mantenían un diálogo:

—Yo domino las aguas —dijo la primera.

—Yo el fuego —contestó Ten Ten.

—Los humanos me temen porque me hacen responsable de sus desgracias, pero ya es tiempo de que nos unamos y reconozcan que también porto la luz.

—Y es que una vez te molestaste tanto que comenzaste por golpear con tu cola que parece de pez las aguas, hasta desbordarlas. Yo tuve que subir en mi lomo a los que quedaron para arrastrarlos hasta el cerro.

—Pero eso fue hace muchos años, en cambio tú, una vez que estaban tranquilos, te encolerizaste tanto que los volcanes hicieron erupción, y tuvieron que desplazarse a lugares más seguros.

Efrén comenzó a moverse inquieto, la pesadilla se repetía y sentía como la lava comenzaba a quemarlo.

Itzel entabló la siguiente conversación con Ten Ten y Cai Cai:

—Hermanas, arreglen sus diferencias, estos hombres y mujeres les han demostrado, con el paso del tiempo, que las respetan y admiran por sus poderes, los Santos ya hicieron las paces con ustedes, es sólo cuestión de voluntad. Miren cómo tiene a esta pobre criatura por sus desacuerdos. No es justo. Si dejaran de pensar tan sólo en su dolor, se darían cuenta de que hay quienes necesitan de su armonía para poder vivir en paz.

El día de mañana, Efrén será el Principal de este pueblo y las recordará con agradecimiento.

Cai Cai decidió volver a la profundidad de las aguas y Ten Ten se encaminó hacia el fondo del volcán.

Itzel sintió como el sueño del niño se iba reestableciendo y antes de partir depositó junto a Efrén una figura de barro en forma de culebra.

La última vez que lo soñó, estaba feliz. Así cuenta Itzel que sucedió.

Desaparecido

Pasó Itzel volando a contarme de su pariente desaparecido y siguió en la búsqueda, solicitando nuestro apoyo. Me dijo que a su primo Sebastián se le subieron las mariposas a la cabeza y una tarde decidió venir hasta acá, con su otro primo, para conocer el mar y buscar una mejor oportunidad de trabajo.

Ellos, que no conocían la ciudad, llegaron de madrugada a Playa del Carmen. Al bajar del camión, él y su primo Domingo se dirigieron a la obra más cercana buscando empleo de ayudante de albañil. Su castilla era muy pobre, así que los ignoraron.

Apenas con veinte pesos, una camisa limpia dentro del morral de yute, se encaminaron al parque del palacio municipal. Allí preguntaron y un compa les dio una dirección:

—Pregunten por el arquitecto Santiago, díganle que van de mi parte, andan contratando gente que quiera trabajar, nomás que las condiciones son retediferentes a las nuestras; se tendrán que imponer al calor, a dormir en unas galeras sin letrinas. La paga no es buena, pero algo es algo, y cuiden su dinero, porque entre ellos mismos se roban para ir por trago y con malas mujeres.

Se despidieron y allá fueron a dar. Preguntaron por el patrón y rápido los empleó.

Un domingo salieron con su primer sueldo a dar la vuelta. Invitaron a otro compañero de Chiapas que ya conocía el lugar, éste los llevó al súpermercado y les iba explicando los precios de los miles de productos que desconocían. Ellos consultaban la cartera y decidían en grupo si valía la pena comprar.

Gastaron la mitad en cervezas y se dirigieron a la playa. Estaban asombrados al ver a las turistas semidesnudas, nunca hubieran imaginado lo que contemplaron. Lo más cercano a esa realidad había sido a la salida del pueblo, sabían que había una casa de mujeres de la mala vida, les llamaban alegradoras.

Acordaron ir a buscar acción y Pedro, el experimentado, los llevó al bar. Allí se engancharon con unas prostitutas y dejaron su sueldo íntegro. Prometieron volver.

Sebastián fue cambiando, parecía que el demonio se había apoderado de él, sólo quería volver a la cantina, donde, él aseguraba, se había enamorado. Por más que trataron de convencerlo de que eso no era precisamente amor, fue perdiendo su voluntad; sólo esperaba a que le dieran su raya para irla a buscar.

Viendo la situación, Domingo trató de persuadirlo para que regresaran al pueblo y, sin avisarle, compró los boletos del autobús.

Pero en el camino Sebastián empezó como a enloquecer, abriendo la ventana, sacó medio cuerpo para bajarse del camión en movimiento. Pedro lo agarró de la cintura para evitar que se aventara; cuando se dio cuenta el conductor, de inmediato detuvo la marcha para bajarlo del autobús junto con algunos pasajeros, y entre todos lo descolgaron de la ventanilla, para intentar volverlo a subir. Él siguió alterado, quitándose la camisa y su cinturón, con éste pretendía golpear al conductor y a los pasajeros. Y sin más ni mas, se echó a correr dentro de un corral o potrero y se dirigió a una choza. Entonces, Domingo y los demás optaron por retirarse y continuar su camino, para llegar a Chiapas y contar lo que sucedió.

Han pasado dos meses y Sebastián no se ha comunicado; regresaron para levantar un acta, en la que dice así:

«La razón por la cual me presento a estas oficinas a efecto de presentar la denuncia correspondiente, debido a que hasta el día de hoy no se ha comunicado mi primo con nosotros y no hemos tenido ningún tipo de noticia de él. Por lo que, temiendo por su vida, es que solicito se investiguen los hechos para lograr saber qué pasó con mi primo Sebastián. Presentando en este momento una fotografía a colores, a efecto de que tengan conocimiento de su identidad y así facilitar su localización».

Con las prisas, Itzel dejó la demanda y la foto en mis manos, si saben de él, favor de comunicarse.

Maestras

Flora, mujer reconocida en su comunidad decía a sus compañeras: Verán, yo supe de la violencia cuando empecé a ir a la escuela lejos de aquí; había que caminar varias leguas y llegar a la ranchería San Sebastián. El maestro me dijo muy serio un día: «De plano mejor vete a tu casa a echar tortillas, nomás no se te pega nada». Y es que yo me distraía hasta viendo a las moscas volar, y ya ven, que tonta no soy. Además. el maestro hablaba puro castilla. Sentí retefeo y mi corazón se desanimó, pero al año siguiente llegó una maestra que hablaba tseltal, tenía hartas ganas de alimentar nuestras mentes y con sus palabras me hizo regresar el corazón. Así supe que había maneras de hacer mal golpeando con la palabra. Esas heridas aunque no se ven, tardan en sanar.

Y me quedó clarito que los niños saben muy bien cuando alguien los acepta y cuando no. Miren, si ustedes mañana se fueran a la ciudad y en su trabajo alguien las despreciara, se les quitarían las ganas. Fue como empecé este proyecto de formar la escuela para la paz. Y así, en vez de rechazar a uno de nuestros hermanos por ser diferente, y que éste a su vez tenga que defenderse por ello, se aprende a reconocer y respetar a los demás. Y esto se da desde la palabra que brota del corazón. Eso ustedes lo comprenden muy bien, pero allá donde lo puse en práctica, hubo que hacérselos entender, porque las comunidades no son como las nuestras. Son tan grandes, que los vecinos ni se conocen.

 

Todas pusieron cara de admiración.

Y tienen tanto miedo, que en vez de ser humildes, les sale lo bravo y se defienden. Ha llegado el punto en que ya ni saben lo que sienten. La confianza se les cayó de sus corazones y alzaron unas murallas altísimas, para no tener que acordarse de cómo son. Por eso ahora que los niños ven en las escuelas este trabajo, se les iluminan las caritas. Vuelven a reconocer lo que sienten, y lo expresan; además se reúnen para comunicarse con más niños de otras escuelas, que sufren lo mismo. Y a la vez, les recuerdan a sus padres cómo debiera ser. Y cuando voy a dar conferencias a la gran ciudad y me piden que les explique dónde nació esta idea, siempre sonrío y recuerdo las raíces de esta hermosa tierra que sigue dando gente limpia del corazón. Que no fue a las universidades, ni tuvo que desandar caminos, porque lo practica desde su interior. Por eso les digo, compañeras, que ustedes son las maestras de mi vida.

Confieso

Acúsome de haberte robado un sueño mientras dormías. Fue la noche del martes 13. Dejamos las cortinas abiertas, y en común acuerdo, la luna y yo, nos deslizamos con cautela y escuchamos tu mirada interior.

Tomé la red de estrellas, sacudí las de la noche anterior y, sin que lo percibieras, capturamos tu sueño «feliz», en el que no aparecía yo.

Tuvimos que sobornar a la almohada, nos amenazó con contártelo la próxima vez que le consultaras algo, y para obtener su silencio, la amenazamos con cambiarla por una mucho más elegante y discreta.

A tus bigotes, los cubrí de manteca, como a los gatos, para que tus besos regresen a mí.

Y confieso todo esto después de tantos años, porque terminé por entender que nadie me pertenece, si acaso, me robo de vez en cuando un sueño.

La otra mitad

Así la encontró, llorando por el camino y apenas la reconoció. Era su amiga de la infancia. Estaba rota, le fue narrando las historias de desencuentros.

Itzel la escuchó y fue hilvanando sus recuerdos. Jade, la que fuera sonrisa de mazorca, que arremolinaba mariposas con sus carcajadas y su voz cantarina sonaba como manantial fresco, no se parecía a la imagen actual.

La sensación de que estaba perdida atormentó a Itzel, y acariciándola con la mirada, la fue llevando hasta recordar su esencia.

Le tomó la mano y entrando en sus ojos le dijo: «Acuérdate ¿cómo eras de niña?, ¿qué sueños tenías?, ¿dónde te reflejabas?, ¿cuándo perdiste eso?».

Sigue allí adentro, sólo que lo has cubierto tanto que ya no reconoces esa voz.

No te enredes en buscar afuera, ya viste que allí no encuentras respuestas, ni confíes en lo que te aconsejan los demás.

Estás peleando con alebrijes de muchas cabezas y ni siquiera sabes de qué tamaño es el enemigo.

Reconócelo primero, quizá se disfrace de mentiras y se adueñe de tu hombre, o lo que sería peor, de tu corazón.

Asómate a donde nace el agua y en voz baja pídele que te enseñe las huellas de la niña que se te perdió, ella te dirá al oído a dónde ir a encontrarla y nunca más dejes que otro decida tus pasos.

Recoge los pedazos y sigue adelante, una vez curado el cántaro, sabrás por donde ir.

Clara

Le conté de Itzel en mi último viaje a la Ciudad de México, Clara se sorprendió. Me pidió que la llevara hasta ella, porque tenía mucha curiosidad.

Lo dudé, Clara es la clásica mujer mexicana que desprecia a los indígenas, en alguna ocasión me comentó que su abuela le decía: «Vale más una gallina que un indio».

De pronto se le volvió una urgencia conocer a Itzel, y no dejaba de llamarme. Estaba preparando mi próxima ida a Chiapas y aún no la consideraba para acompañarme. Traté de desanimarla, contándole de las incomodidades, la falta de comunicación, en fin con varios motivos, pero seguía terca.

Clara llevaba tres años de terapias, tomaba una cantidad impresionante de medicamentos para los nervios y yo temía que fuera una carga. Pero un día me llené de compasión y acepté que viniera conmigo, con una infinidad de condiciones, ella aceptó.

Quedamos de vernos en Villahermosa para de ahí viajar por tierra hasta Chilón. No se quejó del calor, ni de las curvas en la carretera. Al llegar al poblado, le mostré en dónde debería dormir.

En la mañana estaba inquieta, esperando para que fuéramos a desayunar. Con ansias me preguntó «¿Cuándo podría ver a Itzel?», le dije que ella sabía de nuestra llegada, pero allá el tiempo no es lineal, ya vendría.

Fuimos a visitar a los amigos de Ocosingo y al regreso me dijo Gustavo que Itzel me estaba esperando, que fuera sola.

Con la gracia de siempre y la sonrisa puesta me dio la bienvenida, y fuimos caminando hasta las bancas del parque central. Le hablé de Clara y sus angustias. Me dijo muy seria: «hoy no la quiero ver, yo te aviso cuándo».

Como entiendo la sinceridad de sus corazones, no le insistí.

Al regreso miré la cara de curiosidad de Clara, le comenté que tuviera paciencia, así son las cosas por allá. Aceptó resignada.

Al otro día partimos a Acteal con un grupo de compañeros, sería día 22 y allá se celebra la masacre de los hermanos y hermanas. Nos recibió el compañero Antonio con su traje de Principal, escuchamos atentos la ceremonia y comimos en casa de Tomás. Llegamos después de varias horas de viaje a Chilón. A la mañana siguiente, Xel tocó a mi puerta, me dijo algo que apenas le comprendí: «Itzel te quiere ver».

Al llegar me recibió con una pregunta: «¿Por qué no me dijiste de los problemas de corazón que tiene tu amiga?».

Me extrañó que sin conocerla, adivinara sus penas.

Pidió que fuera esa mañana Clara a su casa y las dejara a solas. Así fue. Yo aproveché para ir a hacer unas entrevistas pendientes.

A mi regreso encontré a Clara bañada en llanto y entre sollozos me dijo:

«No sabes cuánto agradezco el haber venido, de verdad que esta mujer es excepcional, me contó sin yo decirle nada la muerte de mi hermano. Dice que anoche se metió a mi sueño y vio que una serpiente, que acá le llaman la «siempre despierta», habitaba mi corazón, que la tarde que mi hermano decidió quitarse la vida de un balazo, yo había quedado de pasar por él, y como se me hizo tarde por el tráfico, siempre me he culpado porque creí que lo pude haber evitado. La víbora es la carga que me habita, me dijo que no fuera tan soberbia, que no estaba en mis manos haber cambiado su opinión, y lo único que he hecho en todo este tiempo es alimentar la culpa, que es la razón por la que mis nervios no están bien. Me prometió que entraría en mi pesadilla a capturar al animal, sin hacerle daño, para sacarlo por siempre y ponerlo en un sitio donde no me moleste más, pero a cambio debía estar presente en la celebración de mañana. Que pidiera perdón al Santo Patrón por haber creído que yo podía cambiar el destino.

No sabes, amiga, qué tranquilidad. Todos estos años sufriendo y pagando miles de terapias y nada. Por fin, alguien que ni me conoce, sabe qué tengo que hacer. Me dijo que en mi nombre está el cargo, así que a partir de ahora se me aclaran las cosas.

Acompañé a Clara y a Itzel a la comunidad para celebrar el ritual del Nuevo Sol.