Mensajes para una nueva tierra

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—Hola, compañero, Salvador acaba de tener un encuentro con Raquel, la hija fallecida de Martín, y está asimilando la experiencia. Lleva un rato bastante introspectivo.

—Está bien, Salvador. Acompáñame a aquel edificio amarillo de allí, por favor.

Los dos hombres se dirigieron a un edificio con una tonalidad amarillenta, más cercana a un dorado que a un amarillo oscuro. Entraron a una sala principal, en la que había varias mesas y sillas. El suelo era de madera en color roble y al fondo había una chimenea que le daba un ambiente bastante cálido a aquel lugar. Tomaron asiento.

—Salvador, pregúntame lo que quieras.

—Esa pequeña, ¿cómo supo quién era yo?

—Aunque estemos en el cielo, de alguna manera, parte de nuestra energía sigue atada a nuestra última vida terrenal, sobre todo, cuando alguien nos recuerda desde allí. La hija de Martín lo adoraba y está completamente informada de los sucesos más importantes en la vida del que era su padre. De hecho, ella lo ha visitado varias veces ya. Por eso te conoce y sabe del gran impacto que has tenido en su vida.

—Yo también quiero visitar a Manuela, ¿es posible?

—Lo es, pero todo tiene su hora. Estás aún en un proceso de aceptación y recuperación. Tenemos grandes propósitos para contigo, pero con calma.

—¿Cómo sabe la niña que va a bajar de nuevo? ¿Y cómo es posible que ahora vaya a ser un niño y vuelva con el mismo padre que la perdió como una hija? Me resulta muy complicado de entender.

—Raquel está informada por sus guías, no olvides que todos los tenemos. También ha sido instruida por los maestros de la planificación. Pronto los conocerás y podrás ver cómo son las reuniones de planificación de la vida terrenal para las almas. Respondiendo a tu segunda pregunta, el alma no posee un sexo definido. Cuando nos toca encarnar en un cuerpo físico es cuando se escoge el sexo que tendremos en esa vida. Salvador, en tu última vida has sido un hombre, pero has sido una mujer muchas veces también.

—¿Y por qué me sigo viendo como un anciano y veo a la niña como una niña? Se supone que aquí deberíamos ser como esferas de luz, ¿no? O así al menos lo tenía entendido.

—Es una gran pregunta, Salvador. Tú eres un maestro y un hombre sabio, yo solo te estoy recordando como es el cielo. Nos ves así porque tu consciencia elige vernos así. Hay quien nos ve como esferas de luz que se comunican telepáticamente y también es real. Lo real es lo que para la consciencia es real, y cada uno, como ya sabes, tiene un estado propio de la misma.

—¿Cuándo podré ver a mis ancestros y a mi nieto Lucas?

—Entiendo tu impaciencia, Salvador. Vamos a ir dando los pasos previos a ello.

—Y…, Efraín. —Salvador se encogió y se llevó la mano a la cara como el que está contando un secreto—. ¿Podré ver a Dios?

—Antes de responderte, déjame preguntarte algo. ¿Cómo te sientes desde que llegaste aquí?

—Siento una profunda paz. Indescriptible. Ni en el momento más tranquilo y pacífico de mi vida en la tierra he experimentado la paz que siento aquí.

—Eso es. La cercanía del Padre amplifica cada emoción a límites inimaginables por ti. Como aprendiste en la tierra, no quieras anticipar algo para lo que quizás aún no estés preparado.

—Gracias, Efraín.

—Hablando de lo que hiciste en la tierra. Te he traído aquí para que demos un paso más. En esa puerta que pone «Los mejores resúmenes de vida», tenemos el material necesario para revisar lo que fue tu vida terrenal. ¿Te sientes preparado?

—«Los mejores resúmenes de vida», de verdad, sois unos cachondos aquí —dijo entre carcajadas.

—Querido Salvador, el humor es una gran cualidad espiritual. Aquí hay mucho, ya te irás dando cuenta. También te digo que, cuando toque estar serios, lo estaremos.

—Creo que por ahora no tengo más preguntas.

—Estoy seguro de que pronto surgirán muchas más, espero poder responderlas todas.

5

En la tierra

Acariciaba pensativo ese billete Barcelona-Berna que lo transportaría a una nueva aventura. Ya no sentía ese miedo a volar como antaño, pero no podía evitar sentir el cosquilleo interno que le provocaba lo desconocido. Le había costado muchísimo despedirse de Marta, era su primera separación desde que se conocieron y se le estaba haciendo muy cuesta arriba. Se sentía orgulloso de su mujer que, aun estando embarazada, se colocaba ella misma en un discreto segundo lugar ante el propósito espiritual de su marido. Las dudas se agolpaban en su mente, pero en lo más profundo de su corazón sabía que estaba haciendo lo que correspondía hacer en ese momento.

Fue un vuelo bastante tranquilo. Recogió el coche de alquiler en el mismo aeropuerto de Berna y recorrió los setenta y cinco kilómetros que lo separaban de Grindelwald. Dejó el coche en el parking y se dirigió a la recepción del hotel.

—Señor Martín, le esperábamos. Deseamos que su estancia sea lo más cómoda y agradable para usted.

—Muchas gracias.

—Antes de hacer el registro de llegada, me gustaría comentarle algo. En este hotel hacemos un pequeño juego para los recién llegados. —La chica sacó un cubilete con tres dados—. Mire, si saca tres números seis en una sola tirada, el parking le sale gratis.

—Eso es bastante difícil, pero, bueno, probemos suerte. –Martín tiró los dados, literalmente, y uno de ellos fue a parar al suelo—. Vaya… Otra vez será…

—No, señor, así no se hace. Pruebe a darle la vuelta al cubilete con los tres dados dentro. —Esta vez tuvo una extraña sensación…, lo vio en su mente antes de que ocurriera y tuvo la certeza de que sacaría los tres números seis. Hizo una respiración profunda y volcó el cubilete. La cara de la recepcionista era un poema. Tres números seis. A la chica se le escapó un pequeño grito en inglés.

—Lucky man! —Lo miraba sorprendida y Martín sonreía ampliamente—. Le aseguro que esto no suele pasar, señor. Tiene usted su parking gratuito.

Martín se alegró mucho, no era precisamente económico el parking en Suiza, así que pensó en destinar esa parte del presupuesto para comprar regalos que llevarle a Marta y al futuro bebé.

—Muchas gracias por lo del parking. Señorita, ¿sabría decirme cómo llegar al lago Bachalpsee?

—Por supuesto, siguiendo unas calles más abajo debe llegar al teleférico que le lleve a First. Ahí subirá unos 2000 metros y ya le indicarán cómo dirigirse hacia el lago que está casi a una hora de camino.

Martín agradeció de nuevo la amabilidad de aquella recepcionista. Se dio cuenta de que la vida acababa de enviarle otra señal con aquella tirada de dados, y tuvo la certeza de que era bastante mágico lo que se avecinaba.

En el cielo

Entraron a la sala, no era muy grande y tampoco estaba decorada. Todo lo que se veía eran dos sillones verdes individuales separados por una mesa de cristal, sobre ella unas plantas de bambú colocadas en un jarrón de cristal. Frente a los sillones había una pantalla que ocupaba media pared.

—Salvador, aquí vamos a proyectar la que fue tu última encarnación. Haremos un recorrido desde el periodo de gestación en el útero materno a la edad adulta. Pasando por nacimiento, infancia, adolescencia y madurez. Ahondaremos en los puntos más importantes de esas etapas. Se trata de que juntos repasemos lo ocurrido y las decisiones tomadas para aprender de ello. Esto es algo que mueve mucha energía a nivel emocional, por lo que, si en algún momento te encuentras mal, pararemos y haremos un receso. Mientras visualizas las imágenes, vas a experimentar de manera automática lo que sentiste en aquel momento y también lo que hiciste sentir a otros. ¿Te sientes preparado?

—No sé si estoy preparado, pero creo que solo haciéndolo podré comprobarlo.

—Así es, Salvador. No te preocupes, que, si algo te hace sentirte muy mal, yo estaré aquí para acompañarte. Vamos a ello.

En la pantalla comenzaron a proyectarse imágenes en movimiento, Salvador comenzó a sentirlas como si estuviera dentro de las mismas y no en el cielo. Sentía que todo se había vuelto más denso para él.

—Ahí estás en el vientre de tu madre, ¿cómo te sientes?

—Estoy intranquilo, algo no marcha bien… Mi padre es muy violento y maltrata a mi madre… Puedo oírlo gritar desde ahí dentro.

—¿Y eso qué te hace sentir?

—Miedo. Tengo mucho miedo por mi madre. No quiero nacer.

—¿No quieres nacer?

—No, ya sé que no me espera una vida fácil. Soy alguien diferente. Necesito más amor del que voy a recibir. Voy a sufrir mucho. Quiero volver al lugar del que vengo, no quiero estar en la tierra.

—¿Cómo está tu madre?

—Está muy triste. —Salvador comenzó a llorar, había conectado plenamente con la tristeza que su madre sentía en aquellos momentos—. Sufre mucho por mí. Ella no quiere darme una vida infeliz, pero no puede evitar sentirse así.

—Bien, Salvador. Llegan aquí los primeros aprendizajes de lo que estás viendo y sintiendo. Cuando estabas en esa etapa de gestación, fluctuabas entre dos estados, el espiritual y el material. Eras muy consciente de lo que sucedía a tu alrededor y a su vez te estabas haciendo consciente de ti mismo como una entidad separada del resto. El segundo aprendizaje es emocional. Tus propias emociones, que dependían mucho de lo que te rodeaba en ese momento, y las emociones de los otros, en este caso, tu madre, empiezan a crear un fuerte impacto en ti que a veces dura toda una vida. Hay miedos y tristezas que se arrastran desde la gestación. Era lógico que no quisieras estar ahí, venías de aquí. Ahora puedes comparar la diferencia… Para el alma es muy traumático adaptarse a la densidad terrenal. Avancemos a tu nacimiento.

 

—Me siento raro, como si estuviera fuera de lugar. Sigo sin querer estar aquí, tengo frío. Ahora mi madre me coge en brazos y siento su calor, pero no llego a sentir su amor. Está como ausente.

—¿Y tu padre?

—Mi padre me recibe con extrema frialdad, como el que está firmando un contrato con el banco.

—¿Y eso cómo te hace sentir?

—Tengo una sensación de pérdida, de haber dejado atrás mi hogar y haber llegado a un lugar donde me costará encontrar mi sitio.

—Está bien, Salvador. Este es otro de los aprendizajes que traía tu plan. Te va a costar mucho conseguir las cosas porque vas a sentir que no las mereces. Que este no es tu lugar. ¿Qué sientes que aprendiste de esto?

—Que, aunque mi padre y mi madre no me acogieron con excesivo cariño, yo realmente era un hijo de la vida, por lo tanto, deseado por ella y merecedor de toda la abundancia que quisiera darme.

—Muchas almas que no son recibidas con amor o lo son con extrema frialdad tienen esa misma dificultad. Conectar con el merecimiento. Esa prueba se superó. Continuemos. Ahí tenías siete años.

—Me llama la atención que casi no tengo amigos. Soy introvertido, me gusta estar solo. Estoy continuamente imaginando cosas en mi mente, como si me evadiera de la realidad.

—¿Qué opinas sobre ello?

—Quizás mi realidad no era la más bonita para un niño sensible como yo. Mis padres discutían a diario, no sentía la calidez de un hogar. Siento que usaba la imaginación para colorear un mundo que me parecía gris, un mundo en el que veía mucho dolor. Lo de no tener amigos considero que era consecuencia de mi diferencia. No era como los demás niños. Me encantaba estar solo y distraerme contemplando un insecto o una flor.

—Con las discusiones de tus padres estabas trabajando la compasión. Uno no puede conectar con el sentimiento de otro ser si no lo ha experimentado en sí mismo. Necesitabas conocer ese sufrimiento en ti para poder reconocerlo en otros.

—Ya podría haber sido más fácil. Recuerdo que lloraba a escondidas sin tener a quien confiárselo.

—Quien baja a la tierra al servicio de otras almas no suele tener unos comienzos fáciles, Salvador. Está planificado que, más o menos hasta la mitad de su vida, esa persona esté en contacto con el sufrimiento.

—¿Y por qué ha de ser así?

—Por lo que hemos comentado antes, necesitas profundidad en tu ser y para ello conocer de primera mano lo que es el sufrimiento terrenal. Eso tiene dos finalidades. Una, el desarrollar la empatía y la compasión. Un ser sin compasión no puede servir a otras almas. Y dos, facilitar el despertar espiritual. Quien lleva una vida relativamente cómoda no atiende a las necesidades del alma, suele perderse en lo material. Quien sufre, busca la vía de aliviar ese dolor y la encuentra a través de su propio interior que comienza a mostrarle otra realidad.

—¿Es con todos así?

—No. No todos bajan al servicio espiritual. Hay almas que bajan a vivir otro tipo de experiencias y no necesitan lo mismo. Cada alma lleva su propio mapa.

—Estoy un poco abrumado de sensaciones, ¿podría ver ahora algo que me hiciera feliz?

—Por supuesto, mira. Tus quince años.

—¡Oh, qué guapa es! Siento cómo me palpita el corazón. Me coge de la mano y me mira fijamente a los ojos. Estoy sintiendo tanto amor en mi pecho…, es increíble. Creo que voy a dar mi primer beso, me tiemblan las manos. ¡Es maravilloso! No puedo parar… —Efraín lo miraba sonriente—. Es como si de repente mi vida se hubiese iluminado, la felicidad me invade, todo es más bonito ahora… Miro al cielo y la noche estrellada me embelesa.

—Ahí te enamoraste por primera vez.

—¡Sí, quiero vivir siempre así! El tiempo se ha parado, mi mente ya no ve las carencias en mi hogar, ni mi melancolía, solo quiero estar con ella.

—Oye, va a ser verdad que el enamoramiento atonta —dijo con ironía Efraín.

—Me da igual. Déjame un poco más sintiendo esto, por favor.

Efraín accedió. Lo dejó largo rato disfrutando de esas sensaciones que le provocaban su primer beso con aquella niña morena que, a sus quince años, lo estaba enamorando de la vida por primera vez. Pasado ese tiempo, avanzaron hasta los dieciocho años de Salvador.

—Uff, odio a ese tipo. Me tiene manía. Yo quiero hacerlo bien, soy un chaval responsable; sin embargo, cada vez que me llama es para echarme una bronca.

—Es tu primer jefe.

—Sí, además tiene mucho poder. Es el director del concesionario de coches y yo solo el chico de los recados. Me desvaloriza, me mira mal, me hace sentir en un ambiente hostil.

—Bien, te adelanto que este es un ser con un estado de consciencia bastante bajo. Muy aferrado a lo material y con poca, por no decir con ninguna, empatía hacia los demás.

—¿Y por qué tenía que ser así, no podía tocarme un jefe bueno, un ambiente agradable?

—Aquí estabas empezando a trabajar tu dificultad ante personalidades fuertes. Tú eras muy bueno y una luz donde estuvieras. Esa luz a veces ha sido una molestia para los que no pueden acercarse a ella, para los que no están preparados para recibirla. Con este jefe, te estábamos enseñando a reconocer que solo por ser bondadoso no te ibas a encontrar en tu camino solo seres bondadosos contigo. La oscuridad no soporta la luz.

—Me marcho de allí, no aguanto más ese trato. No me lo merezco. Le doy la mano e irónicamente me dice que siente mucho que yo no sea capaz de aguantar la presión. Realmente le odio, pero le doy las gracias y le deseo mucha suerte.

—Le diste una lección, fíjate que, pese a lo mal que te trató, te despediste con una sonrisa. Dejaste salir tu luz, pero siento decirte que no superaste la prueba. Te fuiste antes de tiempo haciendo uso de tu libre albedrío. Lo previsto era que aguantaras más tiempo allí para que te curtieras y fueses capaz de enfrentar y no de huir. Aquí hay un apunte importante para el trabajo que vas a hacer después con nosotros. Cuando la persona en la tierra no enfrenta su aprendizaje y huye de él, aunque lo haga de manera inconsciente, desde el cielo movilizamos un plan B. Esa persona se encontrará el mismo aprendizaje, un poco aumentado en intensidad, para que lo reconozca y lo afronte sin huir de él.

—¿Y si vuelve a huir?

—Volverá a encontrárselo una y otra vez, siendo la siguiente más desagradable que la anterior. Cuando un alma lleva en su plan un determinado aprendizaje, desde el cielo se trabaja con todo empecinamiento en que pueda cumplirlo antes de regresar.

—¿Y si aun así no lo cumple?

—Le tocará repetir curso. En su siguiente encarnación, ese aprendizaje será potente, señalado, marcado, para que no pueda evitarlo.

—Eso suena muy implacable, no sé si es la mejor palabra para definirlo, pero así me lo parece.

—No es una imposición del cielo, es un deseo del alma aprobado por el cielo. Ahí radica el libre albedrío. El alma desea imperiosamente su evolución y ella a veces decide, de manera consensuada con sus maestros, sus propios aprendizajes.

—Entiendo.

—Bien, avancemos hacia lo último que veremos hoy. Tus veintidós años.

—Me siento muy perdido. Las cosas en casa cada vez van peor, no quiero trabajar y la relación con mi primera novia, Carmen, es de un «Ni contigo ni sin ti». Siento unos celos enormes y ella también. Es una relación bastante tóxica.

—¿Por qué es tóxica?

—Porque nos hacemos más pequeños el uno al otro cuando considero que debería ser al contrario. Nos queremos, pero no lo siento como un verdadero amor, sino más bien como la necesidad de llenar un vacío interior. Cada uno está intentando cubrir con el otro sus propias miserias.

—Este es el momento donde más perdido te encuentras, Salvador. No tienes rumbo y todo lo que te rodea es oscuro. En esta etapa de tu vida había mucho aprendizaje. Estás entrando en tu parte más oscura, tu sombra, y eso está atrayendo hacia ti personas que la refuerzan. Seres perdidos en vicios que no tienen aspiraciones ni rumbo, al igual que tú en ese momento. A su vez, estás aprendiendo mucho sobre el amor. Carmen está haciendo evidente lo que no ves, no te valoras a ti mismo. Si un ser no se valora, los otros seres tampoco lo hacen, se crea con ello una resonancia. Es como si la vida te pusiera delante un espejo para que a través de otros vieras que no te estás dando valor. Por otra parte, estás viendo lo que no quieres en una pareja, ni de la otra persona ni de ti mismo. Esto te enseñará a valorar lo que es verdaderamente importante para una futura relación y a no perderte en el mundo de las apariencias. Necesitamos que cuando llegue tu verdadero amor sepas reconocerlo, para eso se colocaron algunas parejas previas que no lo eran.

—Siento en este momento una confusión total, es cierto, es como andar en la oscuridad.

—Literalmente, lo estabas haciendo, por eso te sientes así, pero no estabas solo. Nunca se está solo. Tus guías, entre ellos yo, con absoluta compasión, sosteníamos las lágrimas que derramabas.

»Por hoy es suficiente, Salvador. Soy consciente de todo lo que implica este trabajo y de las emociones que mueve. Gracias por prestarte a ello con tan magnífica disposición. Ahora vuelve al lugar de descanso, ya conoces el camino.

6

En la tierra

Martín subió al teleférico, que sin dilación comenzó la subida que lo conduciría hasta el lago Bachalpsee. Una vez arriba, caminó por un sendero estrecho flanqueado por hierba en sus bordes. A pesar de que hacía una temperatura primaveral, aún quedaban restos de nieve en algunos puntos del sendero. Era un camino de tierra con bastantes desniveles y las vistas eran espectaculares. Desde arriba se divisaba el pequeño pueblo y varios caseríos que parecían sacados de un cuento. Anduvo por espacio de una hora hasta que llegó al lago. Una vez allí, no pudo evitar emocionarse, estaba ante el paisaje más bonito que habían contemplado sus ojos. El lago era muy ancho. Al final del mismo, dos pequeños montes completamente verdes y una apertura en el centro creaban un efecto como si el lago terminara en una cascada. Más al fondo, lucían imperiales los Alpes suizos completamente nevados. Se quedó absorto unos minutos ante semejante belleza y se dijo a sí mismo que, si Dios estaba en la tierra, posiblemente habría escogido aquel lugar para quedarse. A lo lejos divisó un caserío hecho en piedra, tal y como lo vio en su sueño. Caminó hasta él. La puerta era de madera de un color oscuro, parecía un lugar que llevara años deshabitado. Con unos tímidos golpes, llamó.

—Adelante, por favor.

Martín entró muy despacio, como el que teme encontrarse con lo desconocido de una forma brusca. Observó el interior, al fondo vio una pequeña cocina con un caldero para calentarse. Al lado, una habitación muy pequeña en lo que supuso que era el baño. Y, en el medio, una mesa de madera con varias sillas. En una de ellas un hombre alto, de pelo corto y cano, le observaba con atención.

—Hola, ¿puedo pasar?

—Sí, sí, como si estuvieras en tu casa.

Muy despacio se fue acercando a la mesa, casi no podía hablar… Aquel hombre… era el hombre de su sueño. El que le dio el mensaje. Se quedó paralizado y un sudor frío recorrió su espalda.

—Entiendo que estés sobrecogido, Martín. A veces, la magia de la vida nos parece tan increíble que no sabemos si estamos viviendo o soñando. Me llamo Efraín y aparecí en tus sueños porque necesitabas dar el siguiente paso. No te asustes, por favor, estás completamente protegido y seguro aquí.

—Disculpe, pero estoy un poco abrumado. ¿Quién es usted?

—Digamos que soy alguien que tiene el encargo de ayudarte con lo que ahora requieres. Estaré aquí el tiempo que necesites para comprender lo que te toca hacer.

—Mi mujer está embarazada, quisiera poder volver pronto con ella.

—Lo sé, pero ella estará bien. No debes preocuparte por nada. ¿Recuerdas tu paso por la casa de Andorra y tus sesiones de canalización con Manuela?

—¿Cómo sabe usted eso? ¿Les conoce?

—Estoy conociendo a alguien muy cercano a ella, pero ya te digo, Martín, que aquí no soy yo el importante. Lo de menos es mi papel. Tienes un trabajo que hacer y, cuanto antes lo consigamos, antes podrás regresar con Marta.

—Está bien, ¿cuál es ese trabajo?

—Bien, te recordaba tus sesiones con Manuela porque aquí haremos algo parecido. Cada día a las 11:11 estarás aquí puntual para canalizar los mensajes que tengas que recibir. Yo estaré afuera para no interferir y que puedas hacerlo tranquilamente. Cada día, cuando termines, entraré y repasaremos todas tus dudas.

 

—Algo parecido a lo que hacía después con Salvador, ¿verdad?

—Así es. En este caso, yo soy el encargado de que lo tengas todo muy claro. Sé que esto puede parecerte muy extraño, Martín, pero forma parte de tu plan divino. Debes confiar en mí.

—Entiendo, Efraín, pero me siguen surgiendo muchas preguntas. ¿Por qué yo? ¿Qué es eso que me toca hacer que me trae a unas montañas en Suiza?

—Eres el elegido para cumplir un propósito bastante elevado, por eso tú. Así lo firmaste en el cielo antes de bajar y te comprometiste a ello. El sitio no se ha elegido por azar, realmente nada de lo que sucede es dejado a la suerte. Este es un punto energético muy potente diseñado para que puedas tener la conexión más limpia posible con el cielo.

—¿Puedo tutearte?

—Por supuesto.

—Por favor, explícame qué es eso de que firmé algo en el cielo.

—Cuando las almas se disponen a encarnar, se producen reuniones con los maestros adecuados para ello. En dichos encuentros puede que participen los guías que las acompañarán, familiares, amigos… Ahí se diseña el plan que trae el alma en esa encarnación y se firma un contrato. Es un contrato sagrado. Has firmado contratos en tu vida terrenal, ¿no es cierto?

—Sí, claro, en su mayoría laborales.

—Bien, y, en resumidas cuentas, ¿en qué consistían esos contratos?

—Pues, yo ofrecía mis servicios como trabajador y la empresa se comprometía a pagarme un sueldo.

—¡Eureka! Pues, como es arriba, es abajo y viceversa. Lo que quiero decirte es que firmaste un contrato con el cielo para trabajar con un propósito divino. Ese cielo, como si fuese una empresa, se comprometió a darte todo lo que necesites materialmente para que cumplas el contrato.

—A ver si he entendido bien. Mi jefe ahora es Dios, para el que tengo que cumplir cierta labor y Él se ha comprometido a suministrarme todo lo necesario.

—Exacto. Tienes el mejor de los jefes, Martín. Ahora trabajas para los buenos, pero también es exigente y desea que cumplas con tu labor.

—Las cosas económicamente van siempre muy apuradas. No nos falta nada, es cierto, pero nuestra fundación va dando lo justo para que nos mantengamos. Eso me preocupa, no puedo estar haciendo un trabajo espiritual sin tener una buena base material.

—El jefe no quiere que estés pendiente de si vas a tener suficiente para pagar la luz, Martín. Mientras cumplas con lo que viniste a hacer, nunca te faltará nada. Eso es parte del contrato. Cuanto más sólida sea tu fe, con más facilidad materializarás todo lo que necesites.

—¿Dejo de preocuparme por el dinero?

—Preocuparse es un atraso. Yo te diría que pongas tu foco y tu energía en dar. El dinero acudirá a ti como una consecuencia, pero además quiero que recuerdes que el dinero, como tal, es un medio y no un fin.

—Está bien. Salvador ya me enseñó mucho sobre ello, pero a veces no es fácil aplicar esa sabiduría en la vida diaria.

—La sabiduría es la suma del conocimiento y la experiencia. No tengas miedo de experimentar, de atreverte, de ser tú mismo. El dinero acompaña al que realiza su propósito. Además, no existe tal cosa como el fracaso. Todo es aprendizaje. Vale más el que se atreve y se equivoca que el que nunca actúa por miedo a equivocarse.

—Efraín, ¿qué firmé en ese contrato?

—No está permitido revelar el contenido de los contratos sagrados. Ten en cuenta que muchos de los pasos que necesitas dar requieren también de la preparación previa. Si te doy los pasos, te pierdes la preparación. Sí que puedo darte el siguiente paso, estoy autorizado a revelártelo.

—Soy todo oídos…

—Martín, el mundo está en un momento crucial. La humanidad ha seguido un sendero marcado por el egoísmo, el afán de poseer, por perseguir el dinero como todo objetivo vital. El final de ese sendero es doloroso y trágico. Tú eres una de las almas que pactó estar aquí en este momento, para conducir a los hombres a un nuevo camino. Un camino más puro, más altruista, sin egoísmos, basado en el compartir. Un camino de luz.

—Te estoy escuchando y siento cómo me hago pequeño por momentos. ¿No te parece una carga demasiado grande para un par de hombros?

—No lo harás solo, hay otros como tú que están en la misma labor. No solo eso, sino que en tu camino serán muchas las almas que te escuchen y te sigan. Ellas te ayudaran a materializar los cambios que se necesitan. Y, por último, tienes un equipo de guías y maestros que están a tu disposición para protegerte y darte todo el soporte necesario para tamaña empresa.

—Es un propósito muy grande. ¿Seguro que lo firmé yo? ¿No habrá un error de imprenta en el cielo?

—Ja, ja, ja, Martín, eres muy divertido cuando te ves superado por las situaciones. Es un propósito grande, pero es que tú eres grande. No olvides que las mayores batallas son entregadas a los mejores guerreros.

—¿Qué tengo que hacer ahora?

—Por hoy es suficiente, vuelve al pueblo y date un paseo. Toma tierra de nuevo, amigo. Mañana a las 11:11 te espero aquí. Comenzarás las canalizaciones de esta nueva etapa.

Martín asintió y se despidió de Efraín. Retomó el sendero esta vez para descender esos 2000 metros que lo separaban del hotel. Miraba de reojo esos paisajes alpinos y se le erizaba el vello. Sentía toda una amalgama de emociones que se le agolpaban en el pecho. Por un lado, se sentía un elegido. Un servidor de la obra divina, ¿acaso había algo mayor que eso? Por otro lado, volvía a empequeñecerse. A sentir cómo un pequeño hombre asumía un trabajo muy grande. Amor y miedo en su corazón. Como cuando comenzó su despertar espiritual, ese que le había hecho sentir de nuevo vivo.

En el cielo

Salvador entró de nuevo al edificio amarillo. La puerta con el simpático mensaje «Los mejores resúmenes de vida» estaba entreabierta y adentro le esperaba paciente Efraín.

—Buenas tardes.

—Bienvenido de nuevo, querido Salvador. ¿Cómo estás?

—Mejor que bien.

—Me alegro muchísimo. Yo hoy un poco cansado, he tenido que doblar turno. Me tocó visitar a un conocido tuyo en la tierra.

—¿A quién? —preguntó Salvador con extrema curiosidad.

—A Martín. Está en un momento crucial en su propósito terrenal y he bajado a ayudarle.

—Mmm, interesante, ¿cómo está mi amigo? Ya me contaste que podemos hacer visitas a la tierra, lo cual estoy deseando, pero ¿de qué forma le estás ayudando? ¿Le inspiras? ¿Organizas sincronías? ¿Le mandas wasaps?

—Ja, ja, ja, brillante, Salvador, recuerdo haberte dicho que el humor es una cualidad espiritual. Gracias por usarla. Respondiendo a tus preguntas, Martín se encuentra un poco abrumado porque estaba tranquilo en su quehacer cotidiano y se le está llamando a una empresa mayor. Él me está viendo materializado. Para él soy real.

—¿Es eso posible? Allí no tienes un cuerpo.

—¿Crees que hay algo imposible aquí? Con un estado muy evolucionado de consciencia, el mundo espiritual puede materializar en el mundo terrenal. Estoy seguro de que algunos de tus encuentros allí abajo fueron con ángeles, mas no quiero distraernos del objetivo de hoy, Salvador. Vamos a continuar repasando tu periplo por la tierra. Nos quedamos en tus veintidós.

Se volvieron hacia la pantalla del fondo y Salvador comenzó a sentir vibraciones de tipo emocional en su energía. Fueron a la edad de treinta años.

—Bien, ahí estás en un momento importantísimo y que marcará el resto de tu vida.

—Ya la estoy sintiendo.

—¿A quién?

—¡A Manuela! Lo recuerdo como si fuera ayer. Estuve unos años muy perdido y sin lograr levantar cabeza, como se dice coloquialmente. Entonces, un buen amigo me recomendó visitar a una chica que, según él, hablaba con los espíritus. A mí todo eso me daba un miedo tremendo y no quería vivenciarlo de ninguna manera, pero algo más fuerte que yo tiraba de mí para que fuese a verla. Tras muchas dudas, visité por primera vez a Manuela.

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