Cantos del desterrado

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Cantos del desterrado
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«Leo con agrado la obra de Vicente Casadiego León, encuentro allí la necesidad del grito, el descontento de alguien que enfrenta, desde su poesía, diversas situaciones que arrastran a hombres y mujeres por turbias corrientes. La violencia en la cual nos sumergimos sin siquiera extender el brazo antes de hundirnos, es la peor de todas estas aguas. Los cantos del desterrado son los cantos de los que salen de sus lugares de origen sin que así lo hayan querido, pero también son los cantos de la gente un poco más común que, aunque conviven en las ciudades, hacen parte de los desterrados, de los marginales, en fin... de los condenados por las sociedades indolentes de nuestros días.»

Darío Sánchez Carballo

Pero no seremos ingenuos al creer que la obra de José Vicente Casadiego León, después de tanto ensayo entre letras y voces como horcas, esté acabada. Es necesario pensar sus otras obras y descubrir su continuo. Tal vez se cierra un primer momento en esta cercana historia de la poesía en Villavicencio, en donde aún se siguen confundiendo el terror con el color de los prados, matriz que le sirve al poeta para gozar como un hombre honrado. El servicio a la poesía tiene su mérito y entre los gestos y las fuerzas exhaustas, lo más apropiado es seguir el curso de su voz con el único acompañamiento del que nunca podrá escapar José Vicente Casariego León: su infalible don amistoso y su auténtico grito contra la injusticia.

Nayib Camacho O.


Título original: Cantos del desterrado

Producción editorial: Entreletras

Portada: Pintura de Óscar Aponte Carrizales

(“Al partir”, óleo sobre lienzo)

Foto del autor en contraportada: Constantino Castelblanco

Foto del autor en solapa: Ómar Marino Rodríguez

Ilustraciones interiores: Luis Miguel Ortiz López

Diseño y diagramación: Diego Torres

Colección: Literatura

Serie: Poesía

Volumen: Veintidós

Primera edición: diciembre de 2007

© José Vicente Casadiego León

poetacasadiego@hotmail.com

© Para la presente edición:

Entreletras

Villavicencio, Meta, Colombia S.A.

corpoentreletras@yahoo.com

ISBN 978-958-44-2302-3

Hecho el depósito legal

Se prohíbe la reproducción parcial o total de este libro por cualquier medio posible sin la autorización expresa escrita de autor y editor.

Preprensa digital, diseño e impresión:

Entreletras

Nuevamente

Para Nancy: de todas las muchachas la única imposible al olvido

Para Julio Daniel Chaparro Hurtado Poeta del llano asesinado en Segovia el 24 de abril de 1991

Para Francisco Piratova Arias Poeta del llano asesinado en Maicao el 21 de febrero de 2003

Ya es muy duro perder de vista el rostro de los amigos más queridos e irse solo más allá de los montes

Juan Cristóbal Federico Hölderlin

Aquel que vivía está ahora muerto nosotros que vivíamos estamos ahora muriendo con un poco de paciencia

Thomas Stearns Eliot

Quisiera poder traducir lo que dicen de los jóvenes que se fueron para siempre en la mañana, de los viejos y de las madres que partieron en la tarde, y de los niños a quienes la muerte arrebató en la aurora.

Dime ¿Qué piensas tú que ha sido de los viejos y de los jóvenes, de las madres y de los niños que se fueron? En alguna parte están vivos esperándonos.

Walt Whitman

Prólogo

Los contenidos de la poesía colombiana de los últimos años están apuntando, y ya era hora, a mirar la situación de nuestros coterráneos de frente, sin atisbos, sin pretextos y sobretodo sin miedo.... el miedo, quizás a ser panfletario, o simplemente el miedo al que nos tienen acostumbrados nuestros patriarcas civiles. Es deber de la poesía, como de cualquier arte, testificar el contexto histórico en el cual se circunscribe y sobretodo denunciar la miseria espiritual a la cual el ser humano es tan proclive, si es que así sucediere en determinado momento. Leo con agrado la obra de Vicente Casadiego León, encuentro allí la necesidad del grito, el descontento de alguien que enfrenta, desde su poesía, diversas situaciones que arrastran a hombres y mujeres por turbias corrientes. La violencia en la cual nos sumergimos sin siquiera extender el brazo antes de hundirnos, es la peor de todas estas aguas. Los cantos del desterrado son los cantos de los que salen de sus lugares de origen sin que así lo hayan querido, pero también son los cantos de la gente un poco más común que, aunque conviven en las ciudades, hacen parte de los desterrados, de los marginales, en fin... de los condenados por las sociedades indolentes de nuestros días.

Existe en esta obra beligerancia y a la vez sutileza, como una catana japonesa que detrás de su perfil delicadamente curvo y ligero esconde un filo insospechado y certero. El manejo de las imágenes a lo largo de libro es sugerente dentro del desarrollo del texto y directo cuando así lo requiere el poema, como la pincelada oscura y profunda que rompe por contraste un aburrido paisaje:

En el frenesí de la fiesta

Le manosean las tetas a las diosas

Le suben las faldas a las secretarias

Y le roban el pan a los mendigos

Así el poeta dice las cosas sin el temor propio de quien quiere denunciar lo adverso y al intentarlo se detiene bajo las férulas inquisidoras. El rico despliegue del verbo en esta obra me recuerda la voz de algunos poetas del Medio Oriente como Badr Sakir Al-sayyad, Saadi Yoisiff, e incluso el mismo Nazim Himek, los cuales se me vienen a la cabeza al parangonar con Casadiego un discurso largo y sostenido, donde no se le tiene aprensión a poner sobre el papel las cosas tal como se dicen. Prolíficos versos que en ningún momento se deben confundir con facilismo, pues se nota que hay trabajo en la construcción de los mismos. Aunque pareciere que hay demasiada explosión emocional en el poema, lo que se logra es el equilibro de una voz que necesita un estilo cercano a la oralidad del juglar. Esto se percibe cuando al detenerse frente a los poemas se halla la exactitud que dictamina la precisión en la medida de las líneas: En su composición no le sobra ni le falta nada. Lo anterior es un fuerte vaso comunicante con los poetas arriba mencionados. Así, también, se crea una atmósfera envuelta en el mito como símbolo de la particularidad de los pueblos, de su identidad. Por esto habrá en la lectura pequeños referentes propios de la región como las bolas de fuego en la llanura y las corocoras. Se universaliza el mito con estos imaginarios puntuales al exaltarlos con referentes propios de toda la humanidad, como la casa de la infancia, el llanto de las abuelas, y obviamente el sabor amargo que surge en boca de los fraternos al enterarse que el hijo, que el hermano hace versos y que en medio de el noble oficio algo hay para obsequiar, diría Himek: No tengo nada para ofrecer a mis hermanos / tan solo una roja manzana / mi corazón. Es lo que nos ofrece Casadiego, su corazón lleno del vino que sostiene sus noches, su corazón que en medio de los recitales se le sube a la garganta y le quiebra la voz. Porque al poeta le duele la humanidad, porque no es ajeno a lo que pasa a diario con nuestros niños, con lo que nos pertenece y que se denigra con el paso indolente de las horas bajo la mirada cómplice de los rebaños. ¡Sí! el poeta, aunque suene a frase de cajón, es tocado en sus fibras más íntimas y lo expresa en la humedad de sus ojos. Situación inherente al artista e inevitablemente al acercamiento, que ha tenido Vicente a través de los años, a las comunidades periféricas de la cuidad donde hace talleres de literatura, humanizando las armas con las que se defenderán los próximos colombianos, es decir la palabra como artefacto de renovación en el conflicto propio del existir. Se subraya la impotencia de quien observa la intemperie misma de la vida y sus situaciones amenazando anular la fe que reside en la palabra y sus subsiguientes consecuencias:

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