Isis modernista

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From the series: Pública Ensayo #18
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El dulce Sakia-Muni que hace algunos años sólo recibía de la capital de Francia las alabanzas de las embajadas asiáticas, tiene hoy más de diez mil adoradores parisienses. Los pesimistas schopenhauerianos buscan en él un consuelo filosófico y los diletantes desengañados queman inconscientemente ante su imagen la mirra sagrada y el incienso místico.

Sin embargo la adoración budista de los europeos modernos me parece poco litúrgica. Lo que nuestros contemporáneos buscan en la gran religión de los tibetanos no es un manantial de ritos misteriosos sino una regla de conducta sencilla.

Practicar los ritos primitivos del Nepal es muy cómodo, muy agradable y muy útil. Siddartha fue el más austero de los soñadores y el más tolerante de los filósofos. Su cerebro divino lo comprendió todo. Su alma piadosa supo amar y perdonar. Como apóstol pesimista, no tuvo nunca rival. Mi querido maestro Anatole France, que oyó en sueños una “palabra dulce”, ha estado varias veces a punto de renunciar a las incertidumbres del escepticismo renaniano para convertirse a la fe budista. Los hombres de buena voluntad que leen la historia del mesías asiático exclaman, lo mismo que Marco Polo: “¡Ese indio fue un santo!”.

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En efecto, fue un santo y aun fue el mejor de los santos. Nació hacia el año 500 de la era antigua, en una ciudad de Magadá [10]. Su padre, que era el vástago más poderoso de la dinastía Lunaria, quiso hacer de él un príncipe dichoso y le encerró en un dominio magnífico desde el cual sólo podía verse el lado bueno de la vida. “En esa vivienda –dijeron los cortesanos– ninguna miseria logrará envenenar la vida de nuestro futuro monarca. El hijo del rey llegará a la madurez desconociendo por completo la tristeza”. La providencia, entretanto habló de otro modo, e hizo que el genio de la vida se pusiera de acuerdo con el genio de la Muerte para probar al mundo antiguo que los cortesanos no eran nunca buenos adivinos. Un día Sakia-Muni encontró en el fondo de sus jardines floridos, a un hombre viejo, fatigado y enfermo, cuyo aspecto le llamó la atención.

— ¿Quién es ese hombre? — preguntó a su cochero.

El cochero repuso:

— Ese hombre, señor, es la enfermedad. Sus amigos le han visto inútil para el trabajo y han venido a abandonarle aquí.

El príncipe se quedó un momento pensativo. Luego preguntó de nuevo:

— ¿Es la ley del país la que ordena que se haga eso?

— No — contestó el cochero— es la ley de la humanidad. En todas las criaturas la juventud llega a ser vencida por la vejez. Vuestro padre, vuestra madre y vuestros hermanos acabarán siendo viejos…

En otra ocasión Sakia-Muni encontró, junto a las puertas de su palacio, a un religioso mendigo; después de interrogarle sobre su estado, le dijo:

— Tú has abandonado las alegrías y los deseos para abrazar la gravedad del silencio. Tú vives sólo con tu pensamiento. Tú eres un cuerdo; quiero imitarte para tratar de ser dichoso; quiero ser pobre; quiero seguirte…

Y abandonando sus riquezas, se fue por el camino de la miseria en busca de un rincón obscuro para meditar sobre la enfermedad y sobre la muerte.

La primera persona que trató de darle consejos fue un bracmán filósofo y erudito; pero él no quiso oírle y siguió andando hacia la soledad. Al fin llegó a un desierto del Nepal, en donde pudo vivir solo durante algunos días y en donde luego encontró, lo mismo que Jesús, algunos discípulos sencillos.

Sin embargo el aislamiento llegó a parecerle infecundo y fastidioso, por lo cual volvió a las villas, pero ya no vestido de príncipe y con objeto de gozar, sino envuelto en una túnica asceta y decidido a convertir a los infieles.

Al encontrarse de nuevo entre los hombres, dijo: “He venido a dar de beber al sediento. Mi ley es una ley de gracia para todos los mortales, porque el verdadero bracmán no nace, sino que se hace… Obrad como habláis, sin renunciar nunca a los buenos esfuerzos. No tengáis ni orgullo ni arrogancia, sed dulces… y si queréis salvaros de la red de las faltas, emplead el rayo de la sabiduría [11]. Dad muerte a las malas pasiones para no conocer el remordimiento. El agua del mar no apaga la sed; la posesión de los objetos no mata el deseo. Lo que mata la sed y el deseo es la Cordura, reina del mundo. Las penitencias y las obras no son nada, porque ni las penitencias ni las obras purifican el alma... Lo que purifica el alma es la Virtud. La Virtud es todo: es la limosna y el imperio de sí mismo; es el castigo de los sentidos, es el amor de los seres, es el corcel que suprime las distancias… sed cuerdos y sed virtuosos. No tengáis ni odios, ni orgullos, ni hipocresías. Conoced a la Tolerancia; y sed tolerantes con los intolerantes, y sed dulces con los violentos y sed desinteresados con los desinteresados, y sed nobles con los innobles… Haced siempre lo que queráis que hagan los demás… No causéis nunca daño a vuestros hermanos. Tratad de ayudar a los que desean salvarse. Disminuid las pasiones que son hijas de la miseria, y las miserias que nacen de las pasiones. Vivid sin odiar a los que os odian y tened el amor de la Verdad, para acercaros a Dios, dad algo de lo poco que tenéis. La mansedumbre es dulce, y dulce es también la benevolencia. Dulce es la victoria contra el pecado, y el triunfo del orgullo y la derrota del egoísmo. Todo lo bueno es dulce. Sed buenos, pues, para no ser desgraciados. Seguidme para llegar a la cordura”.

…Y después de predicar durante muchos años esas doctrinas llenas de altruismo melancólico, el noble Siddartha murió rodeado de discípulos que lo llamaron el Iluminado (Buda) y que recogieron con amor y con piedad sus divinas enseñanzas.

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Dos son las grandes iglesias que en París se disputan hoy la verdadera herencia espiritual de Buda. La primera se llama “el templo de los ortodoxos”; la segunda “el templo de los eclécticos”. Ambos suelen, de vez en cuando, tirarse chinitas eclesiásticas; pero en el fondo ambas son tolerantes y ambas predican el mismo Evangelio.

Monsieur de Rosny, que es al mismo tiempo un sabio y un apóstol, tiene por costumbre aconsejar a los devotos de su parroquia que no traten nunca de gastar dinero en construir capillas en París. Según él, los buenos budistas están obligados a burlarse de las exterioridades de la vida y sólo deben pensar en la salvación espiritual. “Cada uno – dice– tiene que encontrar en sí su doctrina; cada uno tiene que ser su propio sacerdote. Nosotros poseemos dos instrumentos de sabiduría: el estremecimiento y la razón. Cuando esos dos instrumentos están de acuerdo, nos acercamos a la Verdad”. El rival de Rosny, o sea Millone, también es enemigo del aparato; y aunque a veces llega a entusiasmarse ante los “cuatrocientos gestos esotéricos” del ministro Horiou-Toki, siempre sabe ser discreto en sus predicaciones y sencillo en su trato.

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Tan poco sé de la religión teosófica de Francia, que para hablar hoy de ella sin exponerme a cometer grandes errores, tendré que concretarme a resumir en pocas líneas las conferencias de Jean Mattheus, Bernard Lazare, Jules Bois y H. Olcott. Este último, sobre todo, merece verdadera fe en lo referente a la historia de la Teosofía, por haber sido el “amigo de confianza” de la célebre Blavatsky, fundadora del culto parisiense de las Siete Tierras y sacerdotisa suprema del templo de los Espíritus.

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Según parece, Blavatsky fue una mujer excepcional, cuya palabra seducía y cuya mirada fascinaba. Hablar con ella y no convertirse en sectario apasionado de las ideas teosóficas, era completamente imposible. Sus demostraciones resultaban tan claras como simpáticas.

Un sabio del Instituto fue a visitarla en cierta ocasión, atraído quizá por esa curiosidad malsana que nos conduce siempre hacia lo misterioso. Ella comprendió, desde luego, que el visitante no era lo que se llama “un iniciado” y se propuso convertirle a su fe con algunas pruebas visibles.

— ¿Cree usted en mis milagros? — le preguntó, después de algunos instantes de charla profana.

— No — respondió el sabio.

— Pues vea usted y crea usted — concluyó ella, haciendo al mismo tiempo que de su cabeza delicada brotase una nubecilla que fue extendiéndose por la estancia en espirales cabalísticas.

El doctor Pike de Nueva York también consiguió ser testigo de un acontecimiento maravilloso. Estando en casa de la Blavatsky, hizo como que dudaba de las ciencias ocultas y hasta llegó a sonreír de una manera impertinente oyendo la relación de cierta historia al parecer increíble. Entonces la gran sacerdotisa se pasó la mano por la frente y quedó al instante convertida en una niña de quince años.

Al contemplar tal metamorfosis, el doctor exclamó:

— ¡En verdad este caso de sugestión es algo nunca visto!

Una de las bromas esotéricas que más gustaba a la Blavatsky dar a sus amigos incrédulos, consistía en cortarse ante ellos un rizo de la nuca y entregárselos diciéndoles:

— Esta “mecha” probará a ustedes la verdad de nuestra doctrina.

— ¿Este rizo?

—Sí, esa “mecha”.

—Pero ¿y cómo?

— De un modo muy fácil: tóquenlo ustedes y verán que deja de ser lo que es, para convertirse en otra cosa.

Los incrédulos obedecían, naturalmente, y el rizo se trocaba por arte cabalística en una mariposa alada o en un gusano de luz.

[…]

El Nirvana no es, como se cree generalmente, la Nada y el Vacío, sino un reino de la dicha sin límites en donde nuestra individualidad ha de ser conservada por los siglos de los siglos. De esta teoría ideal y poética, los teósofos deducen, como es natural, una regla de moral práctica. Según ellos, el nivel absoluto es una prueba de la absoluta justicia que suprime el arrepentimiento estéril y obliga a los hombres a castigarse a sí mismos en las metamorfosis substanciales.

 

Una frase de Spinoza me servirá para rematar estas notas teosóficas: “Ninguna sana razón –dice el gran sacerdote del panteísmo– nos permite atribuir a la Naturaleza una virtud y un poder limitados…” Guardémonos, pues, de sonreír maliciosamente…

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El primer artista francés que pensó seriamente en restaurar el culto de la Buena Diosa, fue Villiers de l’Isle-Adam. “Isis –decía hace veinte años el autor de Axel– merece un templo ideal porque es la imagen de la Castidad y de la Belleza. Yo querría que todos los hombres adorasen en ella la idea del amor y de la muerte”. Los herederos intelectuales de l’Isle-Adam, han ido más lejos que él, pues no contentos con ver en la esposa de Osiris un símbolo poético, empiezan ya a construir, junto a la colina de Montmartre, capillas misteriosas en donde los iniciados podrán ver, dentro de poco, ceremonias parecidas a la gran fiesta nocturna del gran Serapis, descrita por Apuleyo en las últimas páginas del Asno de Oro.

Gilbert Augustin Thierry, lampadario de algunos ritos ocultos de París, acaba justamente de publicar un libro “isiaco” cuyo éxito asombroso es presagio de apoteosis para la Buena Diosa, y el mismo Jules Bois, que hasta hoy sólo era conocido como sacerdote de la magia blanca, ha compuesto ya una oración espiritual que termina así: “…Bendita seas, santa Isis, madre divina, tú que sabes amar y perdonar, tú que eres la única divinidad capaz de salvar al mundo; tú que fuiste la aurora del Mesías de amor, tú que anunciaste al Paracleto antes de que naciese Jesús; tú que, siendo la mujer ardiente de las experiencias de la vida sin dejar de ser la mujer pura, obscureces a la María de la Iglesia Dolorosa; tú, pacificadora de los pueblos, diosa de la universal redención, reina de la vida y de la muerte; tú, la mejor y la más bella, creadora de certezas invencibles; tú que estás por encima de las inteligencias y que eres el Corazón, bendita seas”. A los que se asusten de la magnitud de esta blasfemia, les aconsejo que lean la historia de un adorador de Isis llamado Mazaroz, para que se convenzan de que Jules Bois no es, en París, el más loco y el más fanático de los que creen en la divinidad de la Virgen Egipcia.

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He aquí una anécdota dedicada a los hombres graves.

A raíz de la guerra francoprusiana, el Times de Londres envió a París, como corresponsal político, a Mr. Oliphant, escritor distinguido y diplomático hábil. Durante los primeros meses de su estancia en la capital de Francia, el gran cronista británico se mostró más boulevardier que ninguno de sus camaradas de la prensa inglesa. Por la tarde, antes de las siete, se le encontraba invariablemente en el Tortoni, y por la noche, después de las doce, todos los desvelados elegantes le veían entrar en el gran salón del Café Americano. De pronto nadie volvió a verle. Sus amigos dijeron:

— Oliphant debe estar enamorado… de alguna pecadora celosa.

En efecto, estaba enamorado, pero no de una pecadora celosa, sino de una virgen austera que le dijo desde luego:

—Yo pertenezco a la religión de Isis, y antes de responder a vuestras palabras de amor, tengo que pedir consejos a mi gran sacerdote. ¿Queréis venir conmigo para que él nos examine y nos guíe?

—Sí —respondió el inglés.

Y juntos, el boulevardier sonriente y la niña fanática, se encaminaron hacia la única capilla egipcia que entonces existía en París.

El sacerdote les hizo mil preguntas, los sometió a mil pruebas, los obligó a ayunar durante varios días, y los condenó a no verse en tres meses. Luego les dijo:

— Puesto que aún os amáis, es porque os amáis de veras, y puesto que os amáis de veras, es porque sois seres antiguos encarnados en cuerpos nuevos que se adoraron ya en otros mundos con vida anterior. Vuestro estado, pues, es el estado perfecto para la unión carnal… Os permito, en nombre de la santa Trinidad de Osiris-Isis-Horus, que os llaméis esposos; pero antes es indispensable que sufráis la última prueba del alejamiento. Tú, hija de la Buena Diosa, debes pasar seis meses en Italia, y tú, esclavo del Gran Dios, has de vivir seis meses en Rusia. Luego volveréis para juntaros en la Vida y en la Muerte.

Ambos obedecieron. Mr. Oliphant abandonó el cargo de cronista del Times y tomó la ruta del Norte, mientras su novia se encaminaba hacia el Mediodía.

Al cabo de cuatro meses de destierro, ella murió. Él ha vuelto a Francia y vive encerrado en un hotel misterioso, rogando a Isis que le permita pasar a ese nuevo mundo en donde deben, por fin, celebrarse sus nupcias carnales.

Emilio Carrere 12 España (1881-1947)

Fue un autor prolífico en variado género, reconocido como crítico literario, periodista, narrador de cuentos largos y de novelas cortas, sobre todo una de tipo fantástico titulada La torre de los siete jorobados (1920), llevada luego al cine con buenos resultados, la primera película de tipo fantástico del cine español. Bohemio profesional, cronista de Madrid. Como algo habitual, solía reutilizar sus textos, usar los mismos o parecidos con distinto título para diversos propósitos o publicaciones, juntarlos en nuevos conjuntos, claro, todo esto, en buena medida, por la presión económica, pues eran autores que vivían de lo que escribían y publicaban, un poco a la manera de Gómez Carrillo, quien tiene por ejemplo tres libros de crónica de viaje al Japón con material más o menos parecido y título variable.

Tanto Gómez Carrillo como Carrere cultivaron el arquetipo del bohemio literario, solo que mientras el primero se quedó en el ámbito mundano, Carrere sí se sintió interpelado en parte por lo que él y su generación llamaban “el Misterio” (recuérdese el texto recién visto de Darío), y, sin sumergirse en sus aguas pero sí tomando algunos sorbos, lo expresó en narraciones, ensayos y crónicas, sobre todo en su libro Almas, brujas y espectros grotescos (interrogaciones al Misterio), que permite apreciar “las veleidades esotéricas de Carrere”, según afirmaba su contemporáneo Rafael Cansinos Assens (cf. Labrador y Sánchez, 2002, 491). De este libro he seleccionado dos textos, “Un doctor en ciencia oculta”, con sus referencias a la magia de su tiempo, la de los franceses Lévi y Papus (este último conocido de Darío, como vimos antes), la astrología, el magnetismo y la cartomancia. El segundo escrito es “¿Se vive más de una vez?”, donde se aborda el asunto de la reencarnación.

La estrategia de Carrere suele ser la presentación de los asuntos esotéricos con distancia, con ironía, pero dejando un espacio posible para su factibilidad. De hecho la introducción de elementos y personalidades del mundo del ocultismo, el espiritismo y la magia es una de las características de las narraciones de misterio escritas por Carrere, junto con sus novelas de bohemia o amorosas y galantes (cf. Gutiérrez Barajas, 2009). Como bien señalan Labrador y Sánchez “Carrere conoce y usa sin reparo planteamientos esotéricos y ocultistas en La torre… y en otras de sus novelas; por ejemplo, en La conversión de Florestán, se celebra un rito satánico y una misa negra; su protagonista posee a una mujer que entre sus brazos a la mañana siguiente se deshace, como el señor Valdemar, en una masa putrefacta” (2002, 492).

Tenemos aquí a un autor que, sin haberse vinculado de forma orgánica a la causa espiritista o teosófica, sí pasó por sus aulas y salones y aprovechó lo ahí visto y vivido para escribir crónicas y narraciones en las que lo sobrenatural se naturaliza, se vuelve realidad. No lo hace de forma doctrinal o militante, sino, todo lo contrario, apelando al humor y a la ironía. Su gran amistad con el teósofo Mario Roso de Luna fortaleció su atracción por lo misterioso. A él dedicó una semblanza en el libro señalado de Almas, brujas y espectros…, “Roso de Luna el inquietante”. Otras referencias de este libro son Edgar Allan Poe, Mesmer, Cazotte, Cagliostro y la brujería.

“Un doctor en ciencia oculta” 13

Estamos en la torre litúrgica de un astrólogo. ¿No os parece un episodio medieval? Nuestro astrólogo no lleva una túnica cuajada de estrellas ni una larga caperuza. Es un hombre moderno, que tiene un título universal, aunque él se enorgullece principalmente con el de doctor en ciencia oculta. Don Isidro Cruzado es astrólogo cartomántico, magnetista y mago.

Es hombre de biblioteca. Papus, el doctor Encausse, y el autor del Dogma y ritual de la alta magia, el inquietador personaje que se llamó Eliphas Levi, son los mejores amigos del doctor Cruzado. Nosotros nos sorprendemos de la existencia de un astrólogo en este siglo tan ramplón, que tiene los ojos cerrados a lo maravilloso.

—La senda de la iniciación no se borra nunca. Días vendrán en que esta ciencia tendrá numerosos adeptos, y tornará a ser lo que fue en la antigüedad.

—¿Usted está convencido de la realidad de la astrología?

—Indudablemente, la posición de los astros en el momento de la natividad influye, aún más, determina el destino de las personas. La astrología es de las más elevadas y abstrusas manifestaciones de la ciencia oculta.

—¿Es difícil hacer un horóscopo?

—Después de estar iniciado es sencillo. Se necesitan ciertos datos de la persona interesada, especialmente la hora justa del nacimiento. Los resultados son sorprendentemente exactos. Las estrellas no se equivocan, y para quien sabe leer, el cielo es un gran libro maravilloso. Se pueden hacer comprobaciones por el procedimiento inverso. Entre los muchos horóscopos que he hecho, figura el del torero Florentino Ballesteros, que fatalmente tenía que morir así. Respecto al procedimiento inverso, fíjese en la situación del cielo en el instante de la catástrofe de Cuatro Vientos el día 18 de enero del pasado año, a las diez y media de la mañana.

El astrólogo me enseña el horóscopo, y yo le confieso que no entiendo una palabra.

—Vea usted. Mercurio, culminante en el cénit, es herido violentamente por la cuadratura de Marte. Estas dos son las notas típicas causantes de la catástrofe.

Mercurio, el genio alado del estudio, la ciencia, la inspección, era fatal a esa hora a todo ejercicio de enseñanza o instrucción militar por la violenta cuadratura de Marte, el dios de la guerra. La Luna, significadora también de las masas, reuniones de gente, etc., señala la catástrofe sobre el pelotón de reclutas. Marte es signo aéreo —la Balanza—, significa por la cuadratura de Mercurio, rápido, ligero, aéreo, el aparato causante del accidente. ¿No cree usted que sería conveniente que el estudio de la Astrología se vulgarizase, como asimismo el de la ciencia oculta, en general? Las gentes le darían crédito, como ocurre en otros países y en épocas de malas configuraciones planetarias se podrían evitar accidentes o tragedias que no dependieran de un Karma fatal o ineludible.

El astrólogo me habla de las cosas celestes, de la oposición y de la cuadratura de los astros... Yo le escucho encantado. Me parece que he dado un salto atrás en el tiempo, y que me encuentro en la corte de un príncipe supersticioso, que consulta a los astros antes de emprender una cruzada contra la morisma.

—¿También hace usted prácticas de magnetismo?

—Sí, señor. Mi médium posee la doble vista, esto es, ve los objetos perdidos, las personas distantes, los países donde ella no ha estado jamás. Además se relaciona con los espíritus, y ve a los habitantes del plano astral, esos seres fluídicos que se llaman larvas, vampiros, egregores...

—¿Cree usted que el fluido magnético existe? Todas las Academias de Medicina lo han negado. Recordará usted la guerra que se le hizo a Mesmer.

—Todos los sensitivos afirman la existencia del fluido magnético animal, como le llamó el médico austríaco a quien acaba de citar. Es, en el fondo, la misma teoría del fluido universal del mago Paracelso, y astrológicamente, la ligadura o relación que hay entre los astros y las criaturas humanas. Lea usted a Zoesner, el astrónomo alemán. Muchos confunden el magnetismo y el hipnotismo...

—¿Hay gran diferencia?

—Sí; el magnetismo es más espiritual en el sentido psicológico trascendente. Es la hipnosis maravillosa.

—También es usted cartomántico. ¿Cree usted en la veracidad de estas caprichosas combinaciones de naipes?

—Es una ciencia misteriosa y antigua. ¿Quién conoce su origen? Es un aspecto de la Cábala, completamente serio. Claro que hay muchos ignorantes embaucadores. El doctor Cruzado me enseña su baraja mágica. Los naipes son largos y estrechos, y tienen figuras alegóricas: la Fortuna, sobre su rueda; la Lujuria, mirándose al espejo; la Muerte, una osamenta grotesca y espantosa, que baila como en los abecedarios del siglo XIII y en los dibujos de Durero.

 

—Y de la magia, ¿qué me dice usted? Le confieso que esto traspasa los límites de mi comprensión.

—Pues, sin embargo, es una realidad. No es la magia negra de las brujas de portería. Es una admirable manifestación del poder oculto. Los magos, o sabios iniciados en el ocultismo, han existido verdaderamente. La Inquisición los persiguió cruelmente, porque eran una realidad anticatólica. Yo creo en la posibilidad del hechizo, del maleficio a distancia, del embrujamiento del muñequillo de cera y en el círculo mágico. Es difícil explicarle en poco tiempo el ritual de la magia. Sólo le diré que consiste principalmente en el poder del mago sobre las fuerzas de lo invisible...

Era casi de noche cuando salí de la torre del astrólogo, teósofo, cartomántico y mago. En la escalera me topé con un enorme gato negro, que me miró fijamente con sus ojos dorados y fosfóricos.

Dicen que los gatos negros son hechiceros disfrazados. Yo le saludé con la mayor consideración. No es que yo crea completamente en estos personajes fabulosos; pero no está de más estar bien con ellos..., porque no sabemos lo que puede pasar después...

“¿Se vive más de una vez?” 14

En El espiritismo y la anarquía, de M. Bouvier, se refiere un caso de reencarnación verdaderamente trascendental para la minoría espiritualista que rechaza el seco y vacío ateísmo del siglo XIX:

«Mister Isaac G. Jostez tuvo una hija llamada María, que murió a los diez años de edad, en el condado de Effingham. Algunos años más tarde tuvo una segunda niña, que nació en Nakota, ciudad donde vino a vivir después de la muerte de María. A esta segunda niña se la puso de nombre Nellié; mas ella persistía obstinadamente en que se llamaba María, diciendo que era su verdadero nombre, con el cual se le llamaba otras veces.

»En un viaje que realizó en compañía de su padre, reconoció la antigua casa y a muchas personas a quienes jamás había visto, pero que la primera niña conocía muy bien. “A un cuarto de hora de nuestra antigua morada —dice Mr. Jostez— está la escuela donde iba María; Nellié, que jamás la había visto, hizo de aquel local una exacta descripción, y me expresó su deseo de volver a verlo. La llevé allí, y una vez que estuvo en la sala de estudio se fue directamente al pupitre que había ocupado su hermana, diciendo: ‘Este es el mío’. Se diría que hablaba un muerto resucitado”».

Comprendo el estupor que este extraordinario relato producirá entre los lectores, ocupados en los negocios terrenos. La lucha tremenda de la vida, la conquista del oro, del laurel y del amor, nobles ambiciones humanas, produce una especie de inconsciencia con relación al problema de la muerte y de la probable existencia más allá de la muerte. De tiempo en tiempo, surge el espanto de una guerra, donde perecen millares de hombres, lanzados unos contra otros, en nombre de unos cuantos tópicos sonoros y ancestrales, mal comprendidos generalmente. Como consecuencia de la carnaza, llegan las fúnebres legiones de la Peste, atravesando las fronteras. Acaso en estas horas terribles pensamos, con sorpresa, en la posibilidad de que nosotros también tenemos que morir. Al decirnos estas palabras cartujas y escalofriantes, volvemos los ojos a los altares de las ingenuas religiones y vemos que nosotros mismos, por un ateísmo ramplón, hemos arrojado las imágenes y hemos dejado apagarse las luminarias del templo.

Faltos de la Fe —la lúcida doncella teologal—, sólo tenemos una sensación ciega de espanto ante las sábanas de tierra. Es la labor demoledora y terrible de la seudofilosofía de los revolucionarios del último siglo.

A la fe ingenua, la que se siente y no se razona, sustituye en los cataclismos espirituales, ante las tremendas interrogaciones de la Esfinge, una fe inteligente, mitad intuición y mitad conocimiento. Y el alma se hunde en el laberinto de mágicos cristales del ocultismo.

Entonces nos preguntamos: “¿Se vive más de una vez?”.

Según Bouvier, en el caso de la niña Nellié, que recuerda una encarnación anterior, no cabe duda. No es esta la única vez que se ofrecen estos extraños testimonios. Lamartine, el dulce poeta francés, tiene, en su viaje a Tierra Santa, recuerdos e impresiones de que conocía completamente aquellos lugares, donde no había estado nunca..., al menos en aquella existencia. Ved lo que dice en su Voyage en Orient: “Yo no tenía en Judea ni Biblia ni guía alguna para darme el nombre de los lugares, ni el nombre antiguo de los valles y montañas, y, sin embargo, reconocí en el instante el valle de Terebinto y el campo de batalla de Saal. Al llegar al convento, los Padres me confirmaron la exactitud de mis previsiones, hallándose tan asombrados mis compañeros, que no querían creerlo. Del mismo modo, en Sáfora había designado con el dedo e indicado con su propio nombre una colina coronada por un castillo en ruinas, citándola como el sitio probable del nacimiento de la Virgen. Al día siguiente reconocí, al pie de una montaña árida, la tumba de los Macabeos. Excepción hecha de los valles del Líbano, apenas encontré en Judea un lugar o una cosa que no fuese para mí un recuerdo. ¿Hemos vivido dos veces o mil? Nuestra memoria ¿no es más que una imagen obscura que el soplo de Dios reanima?” Delaune, en Les vies sucesives, recoge y comenta estas palabras de Lamartine.

El mismo Gabriel Delaune da una explicación de por qué no conservamos el recuerdo de las vidas anteriores. “Existen —dice— series de memorias que coexisten en el mismo sujeto y que se ignoran completa y absolutamente. En estas condiciones, fácil es comprender que si es exacta la hipótesis de las vidas sucesivas, es por lo mismo, generalmente, difícil recordar los acontecimientos de una vida anterior, pues el movimiento vibratorio de la envoltura periespiritual, unida a la materia que le es propia en esta encarnación, difiere sensiblemente del que poseía en una vida anterior, no consiguiéndose la renovación de recuerdos porque falta el mínimo de intensidad y de duración características de las vibraciones de aquella época”.

Ante la maravilla de que vivimos esta vez, no hay motivo para no creer que hayamos vivido otras varias. Desde el misterio del protoplasma hasta el enigma de la desintegración de la tumba, todo es desconocido para nosotros. Por otra parte, hay serios indicios para creer en la pluralidad de existencias, aparte de la razón filosófica, que no comprende lo absurdo de nacer, vivir y morir definitivamente, sin razón ni explicaciones de este éxodo, sólo como un accidente sensual de una naturaleza arbitraria y loca. Desde hace millones de años tal vez, el hombre está buscando el origen divino y la alta misión de su alma, y no se resigna a ser una floración casual de la materia ciega.

Muchos filósofos afirman diversas rondas de existencias. Y, además, surgen casos extraordinarios, como el referido por Bouvier, que les dan la razón y que no hay modo de explicar de manera natural, o sea con sujeción a la seudofilosofía materialista, que niega incluso la existencia del alma, con el argumento de que ningún médico la ha encontrado al operar con su bisturí.

El caso de Mozart componiendo una misa a los seis años, el conocidísimo de Víctor Hugo, y aun la misma pasmosa precocidad de nuestro Pepito Arriola, entre otros muchos, indican que el espíritu trae facultades desarrolladas en vidas anteriores que fructifican antes de que el nuevo organismo esté perfectamente granado.