Del pisito a la burbuja inmobiliaria

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5. LA ARCADIA FALANGISTA: EL BARRIO NACIONALSINDICALISTA

Facilitar vivienda higiénica y alegre a las clases humildes es una exigencia de justicia social que el Estado Nacional Sindicalista ha de satisfacer [...]. Ningún sacrificio puede resultar al Estado más agradecido y más recompensado. El agradecimiento se traducirá en el orden social producido por el bienestar más íntimo de las familias trabajadoras, que es el que brota en el seno de un hogar agradable. La recompensa la encontrará pronto en el vigor moral y físico de la raza (Ley 19-04-1939, en Mayo y M. Artajo, 1947).

La intención de Falange con la Obra del Hogar era crear zonas de influencia, barrios modelo que la penuria de medios y la pérdida de poder posterior le impidieron desarrollar. El barrio nacionalsindicalista tenía que ser una especie de guía, espejo de la ideología falangista sobre la ordenación jerárquica y paternalista de la sociedad, cuya base era la familia, con su hogar propio, higiénico y luminoso. En los barrios nacionalsindicalistas no habría separación radical de clases sociales, pero sí símbolos que reflejaran la jerarquía social, como calles de representación y zonas ciudad jardín; avenidas con monumentos y plazas con iglesia y edificios del partido, que serían metáforas de los valores nacionales y del poder político; pero, sobre todo, los barrios tendrían servicios acordes con la categoría de un país moderno y social: ambulatorios, escuelas, áreas deportivas y espacios comerciales. Como tal fue un proyecto fallido, no obstante, los pocos grupos realizados dan una idea clara de los criterios que los falangistas tenían sobre la organización de la influencia social urbana del partido único.

En los barrios construidos según el modelo nacionalsindicalista, interclasista y de propietarios, se tejió una tupida red de relaciones y control social en torno a los vecinos más estrechamente vinculados con la dictadura (miembros de las fuerzas del orden y funcionarios del régimen, sobre todo del Sindicato Vertical), quienes ejercían un papel de autoridad política y moral nada despreciable. Según testimonio de un residente de San Ignacio de Deusto: «Uno de esos vecinos tenía un cargo importante en los sindicatos. Era abogado y todo el mundo le debía favores en su calle. A unos les había facilitado la vivienda, a otros les gestionaba hasta las multas de tráfico, papeleos en Magistratura, cobro de indemnizaciones, todas esas cosas»28 (Pérez, 2007: 238).

Aunque escasos, algunos grupos de la OSH en los años cuarenta llegaron a fundar nuevas barriadas urbanas: San Narciso en Gerona; el barrio Nacional-Sindicalista en Palencia; Juan Canalejo en Coruña; Verdún, Horta, Torre Lloveta y La Verneda Alta en Barcelona, y barrios nuevos en pueblos del Besós; los grupos de Artes Gráficas y General Franco en Valencia; Barrios de Palomeras y el Tercio en Madrid, y el proyecto estrella de barrio nacional sindicalista de San Ignacio en Bilbao (Molinero, 2005: 138; Joaniquet: La Semana..., 1957: 19). Aunque las viviendas de varios de esos barrios no se entregaron hasta los años cincuenta (Gaja, 1988; Pérez, 2007) y otras sufrirían los defectos de construcción de una época de escasez y mercado negro.

Según el ideario falangista, el «barrio falangista» tenía como misión construir, con el tiempo, el municipio nacionalsindicalista, núcleo básico, con la familia y el sindicato, de la tríada organizativa del Estado. El urbanismo se concebía como la herramienta política para la ordenación del municipio, unidad territorial corporativista. La ordenación urbanística permitiría escenificar el orden y la jerarquía frente al urbanismo liberal; el orden se conseguiría con la zonificación por usos del territorio, sustituto de la zonificación clasista. La jerarquía estaría simbolizada por la «Arquitectura».

La zonificación define la estructura de la Ciudad y está estrechamente ligada a las comunicaciones y al sistema de espacios verdes. Constituye su base la creación de nuevos centros comerciales y la designación de las zonas industriales en los barrios urbanos [...] (Bidagor, 1941, Plan de Ordenación de Madrid).

La ciudad falangista por excelencia, el municipio en el que se mirarían todas las capitales de provincia españolas, sería la capital imperial, Madrid, que adquirió para el imaginario del régimen un simbolismo especial, no exento de peligros. Una capital que fuera también ciudad industrial, como quería el franquismo, presentaba el riesgo, y a la vez el reto político, de que la demarcación por usos generara una zonificación clasista, con unas concentraciones de «productores» industriales y sus familias en cinturones delimitados y segregados de la ciudad. La relación simbiótica de la zonificación industrial y la especulación del suelo empujaban en ese sentido. Un orden nuevo, capaz de absorber en la capital a los pueblos de su entorno, donde ya existía un espacio urbano interclasista, podría conjurar el peligro; además, la separación por un cinturón verde entre los núcleos periféricos evitaría las concentraciones obreras, caldo de cultivo de la cultura socialista. La expropiación de suelos económicos y extensos permitiría construir poblados de tamaño controlado con núcleos de viviendas higiénicas y soleadas para productores, comerciantes, pequeños industriales y servidores técnicos y administrativos de la industrialización. Por último, la propiedad crearía una cultura homogénea, que no igualitaria, favorable a la familia y a la paz social. La vivienda en propiedad sería el engrudo social capaz de pegar la fisura del conflicto de clases, ayudando a la unidad de todos los españoles, propietarios y no proletarios, en el nacionalsindicalismo. Un simple paseo por la periferia de las grandes ciudades rebate aquellos propósitos de hace setenta años.

5.1 El interclasismo

Según el testimonio transmitido por Raimundo Fernández Cuesta, el urbanismo interclasista fue formulado en el I Encuentro de la Arquitectura falangista de 1938:

[Las barriadas obreras aisladas] no es otra cosa que llevar la diferenciación de clases a la arquitectura, construyendo edificios que parecen tener la finalidad de hacer resaltar la diferencia de los seres que en ellos habitan respecto a los demás. Cuando el ideal sería que en los distintos pisos de una misma casa pudieran habitar, indistintamente, personas de distinto rango social.

Especialmente para Arrese, el interclasismo urbanístico era un componente esencial de la ideología falangista, que extrapolaba al barrio la convivencia en las fincas de vecinos de la tradición madrileña del pequeño casero. Esas fincas del siglo XIX respondían al deseo del pequeño propietario de aprovechar al máximo el solar, sin dejar huecos, porque su negocio consistía en «alquilar los cuartos a una variada muestra del pueblo madrileño: el sótano al artesano; el bajo al tendero; el principal a la clase media pudiente; segundos y terceros a empleados y oficinistas, y buhardillas para jornaleros y honrados trabajadores» (Juliá, 1994: 268). Este Madrid, idealizado por los conservadores, y que sirvió de escenario para Historia de una escalera de Buero Vallejo, proporcionaba el material narrativo al mito interclasista falangista, como ilustra la siguiente parábola.

En mi casa vivía en el principal el casero; en el primero un potentado; en el segundo un aristócrata; en el tercero, un comerciante; en el cuarto, yo, y en la buhardilla, el Señor Cruz, el hojalatero.

Cada vez que la mujer del menestral daba a luz, lo que hacía con la mínima frecuencia biológica, nos apresurábamos todos los inquilinos a mandar una gallina, o una canastilla de ropa, o una tarta para festejar el bautizo.

En compensación, el Señor Cruz nos arreglaba un grifo, soldaba un cilindro roto o desmontaba y limpiaba el caño del lavabo. Cuando coincidíamos en el portal charlábamos un rato, nos dábamos un pitillo y hablábamos mal del gobierno.

Pero un día los del «ramo» le destinaron un piso en una barriada obrera; se trasladó a ella, y se terminó para siempre la amistad y la relación. Su mujer seguirá dando a luz [...], y si nosotros llamamos a un Señor Cruz para que nos arregle un grifo, ya no será el Señor Cruz, sino un obrero, uno que mirará constantemente el reloj...

¡Es natural! Ya no seremos amigos. Yo seré un patrono y él será un obrero (Arrese: España Despierta, 1937, 1940: 223).

El texto acoge los tópicos del interclasismo: una misma casa, donde todos se agrupan, alojando, eso sí, en diferentes pisos a las distintas jerarquías profesionales (Arrese, 1940: 224). El protagonista es el «menestral», el pequeño empresario autónomo, que sigue el mandato bíblico de «crecer y multiplicaos». Los burgueses no son individualistas, sino paternalistas, y, como en Historia de una escalera de Buero Vallejo,29 charlan en el zaguán y fuman en la escalera pitillos comunicativos, cada uno en su lugar y oficio. La obra de Buero, en 1949, ponía un contrapunto literario, al recordarnos que las diferencias crean sueños imposibles. Al fin y al cabo, una misma historia tiene diferentes relatos, y el de Arrese es rectilíneo, pues una parábola es una lección moral: separado del portal que le confiere dignidad, de la escalera por la que sube el burgués y el aristócrata, el Señor Cruz olvidará con rencor a sus antiguos vecinos.

Por esa razón, el Señor Cruz no debía ser empujado a «formar un grupo aparte»; (para lo cual) la buhardilla debería ser «más amplia, más confortable, más alegre»; para que el Señor Cruz no tuviera que ir «en busca del bienestar», Falange traería «el bienestar» hasta «el Señor Cruz» (ibíd.: 224).

En los años cuarenta no hubo oposición ideológica legal, pero sí literatura que, como La escalera de Buero Vallejo, apostaba por la disonancia, cualidad representada por Elvirita, la hija de Don Manuel, el rico de Historia de una escalera que compra un marido para ella. El mozo elegido es pobre y soñador, con la cabeza «a pájaros», «tarambana» según Don Manuel. En la obra se va desvelando un Fernando incapaz de cumplir con el mandato patriarcal de elegir y construir una familia, y de sostenerla con el trabajo del varón. El joven desgrana sus sueños en conversaciones con Carmina, una joven pobre y trabajadora de la misma escalera, sentados en un escalón del primer descansillo: «salir de la escalera»; «dejar el empleo miserable, estudiar y ser un profesional» y «casarse» «[...] desde mañana voy a trabajar firme por ti [...] Ganaré mucho dinero. Tú serás mi mujercita, y viviremos en otro barrio, en un pisito limpio y tranquilo».

 

En el último acto, han pasado más de veinte años, y los hijos de los matrimonios poco felices, contraídos por Fernando y Carmina, cada uno por su lado, y que han vivido esos años en esa misma escalera, deciden que no harán como sus padres... «¡Cada día más mezquinos y más vulgares!». En la conversación que cierra la obra, Fernando hijo, sentado en el mismo escalón, le dice a Carmina hija: «Si tu cariño no me falta... Ganaré mucho dinero..., estaremos casados. Tendremos nuestro hogar, alegre y limpio..., lejos de aquí».

5.2 Jerarquía y clientelismo nacionalsindicalista

El proyecto estrella de los falangistas se ubicó en Deusto, distrito de la capital vizcaína donde se proyectó y llevo a cabo el barrio de San Ignacio, el proyecto que se acercó más al simbolismo de la «Arcadia» nacionalsindicalista. Cerca de allí, en 1944, se presenta públicamente un proyecto para 1.069 viviendas. Su primera fase constituyó la obra más importante llevada a cabo por la OSH en los años cuarenta. Un 7% eran viviendas humildes de 60 m2, un 42% tenían 82 m2 y tres dormitorios, y el 51% restante eran viviendas de clase media con 100 m2 y cuatro dormitorios. La composición social del barrio se programó, como más tarde se haría en las Viviendas del Congreso de Barcelona: la mitad de las unidades se reservaba para funcionarios, profesionales y pequeños empresarios; los otros dos niveles serían para trabajadores de mediana y baja cualificación. Cuando se licitaron las obras, el editorial de Arriba (23-3-1945) exultaba, con frases laudatorias para el Estado español, que por fin iniciaba «el camino de reparación» para los abandonados de la fortuna, algo que «no va a interrumpirse jamás». Una promesa de «vida digna para miles de españoles», cuyo anticipo, en Deusto, eran «1.000 viviendas en uno de los más bellos rincones de Vizcaya». El proyecto se articulaba en torno a una avenida, llamada del Ejército, y el centro era una plaza donde se ubicaban la parroquia de San Ignacio y la sede de FET-JONS; cerca de ellas se levantaba el edificio más alto del barrio, donde residirían funcionarios de mayor rango, oficiales del ejército y mandos del sindicato. Desde este edificio salía la calle de la División Azul, que terminaba en una plaza con un monumento a los «Caídos por Dios y por España» (Pérez, 2007: 233-234). Raimundo Fernández-Cuesta entregó las llaves de los primeros bloques el 22 de junio de 1950, en un acto que formaba parte del baño de masas del Caudillo en Bilbao. Lo propio ocurriría con el barrio del «San Narciso en Gerona30 y la barriada de Regiones Devastadas, en la carretera de Ronda de Almería, del cual se entregaron 317 viviendas en 1944 (Ruiz, 1993).

Los procedimientos de adjudicación de viviendas en las promociones oficiales, delatan la forma en que los falangistas ejercían su influencia en los vecindarios. España era un país de «nepotismos», sobre todo en los primeros años del régimen; pero, poco a poco, las críticas se hicieron oír. Incluso el cine las integraba en sus guiones: el actor Pepe Isbert, en una secuencia memorable de El verdugo, pide la recomendación de un académico de la «lengua» con el objeto de ganar para su yerno una plaza de «verdugo»; con la plaza se lograría un empleo estable y un piso para la familia. El académico promete «hacer lo que pueda» y el empleo es para el yerno del veterano «verdugo». Este, con el empleo, logra acceder a una vivienda promovida por el Patronato de funcionarios de justicia.

El enchufismo propiciaba que las viviendas de los «grupo modelo» se adjudicaran a funcionarios, policías, miembros de los sindicatos y recomendaciones varias. Esta composición del vecindario repercutió en la escasa y tardía incorporación de esos barrios a las luchas urbanas de los años sesenta. José Antonio Pérez (2007) recogió testimonios, que revelan el inmovilismo del de San Ignacio:

• Nos enteramos que estaban construyendo estas casas. Mi mujer, que era del mismo pueblo que Carrero Blanco, le escribió una carta. Y a los pocos meses nos contestó su secretario o uno así, diciéndonos que nos la habían concedido.

• Nosotros vivíamos con la familia de mi hermano, y otra familia más en una especie de chabolas en las laderas del Peñascal. Era como una casita de muñecas. Así que cuando llegamos aquí, y todo hay que decirlo, por una serie de recomendaciones, nos pareció otro mundo.

• Un gran número de vecinos fuimos enchufados. Ese fue mi caso y el de muchos de mi portal y de los portales cercanos. Fue así. Nos concedieron una vivienda en un buen barrio. Yo era maestro y qué más puedo decir.

Los barrios nacionalsindicalistas, con su ambiente de clientelismo, y con la inclusión de vecinos adictos al régimen y miembros de los aparatos sindicales y policiales, tenían un ambiente poco propicio al asociacionismo reivindicativo. Como le dijo a José Antonio Pérez un viejo militante sindicalista: «Era muy difícil organizar cosas en un barrio que tenía un cierto perfil oficial. Primero había mucha gente que debía favores; además, en todos los bloques había un policía o un guardia civil. Y luego, había un cierto sector identificado con el régimen [...], la gente se dedicaba a su trabajo y sus cosas» (p. 243).

El orden urbano nacionalsindicalista tendría que haber culminado en el proyecto de la Capital Imperial. Madrid tenía que ser escaparate del nuevo orden totalitario, cuyo modelo era el Orden Nacionalista emergente en Europa. Cuando Bidagor inauguró una exposición sobre la Nueva Arquitectura Alemana del nazismo en los palacios del Retiro, la prensa y las revistas resaltaban el núcleo ideológico del nuevo urbanismo: «[...] El pueblo no puede existir sin una ordenación, sin aquella fuerza de configuración autoritaria, tan emparentada con la Arquitectura misma» (Reconstrucción, 26, 1942).

Porque para los falangistas, la jerarquía establecida en torno a una elite era el eje que movía el progreso urbano. Eduardo Aunós, en un artículo titulado la Virtualidad de la Urbe, decía de la ciudad que era el sitio donde perdía poder la intromisión rural en la vida de las diferentes individualidades, que así adquirían libertad, pero no igualdad: «Porque la igualdad mata el carácter civilizador de la ciudad. La ciudad cumple su misión civilizadora por la jerarquía que la somete a las elites y, contra este fruto espléndido, se eleva el innegable peligro del igualitarismo» (Arriba, 4-2-46).

La importancia de la jerarquía, plasmada en el punto 26 de Falange, «La vida es milicia», unida al urbanismo organicista del Madrid imperial de Bidagor, permiten vislumbrar las ensoñaciones falangistas de los primeros años de la Victoria. No sería exagerado decir que su percepción arquitectónica del país futuro tenía resonancias de un «cuartel de La Legión» en día de revista de policía: higiénico, aireado, ordenado y limpio. Todo un «banderín» viviendo en compañía, sin mezclar las clases, y todos a la vista para facilitar la vigilancia. Y, sobre todo, la convivencia en un mismo edificio, que fomenta la pedagogía por el ejemplo y la emulación hacia los mandos.

Como en la «milicia» el subordinado tiene la obligación de obedecer, pero en los particulares valores castrenses la obligación principal es del mando: cuidar y proteger a sus subordinados. Darles estabilidad en las rutinas y seguridad frente a los riesgos innecesarios. Muguruza y Bidagor piensan la ciudad en términos de intendencia y logística, pero sobre todo de jerarquía. El Plan de Madrid, el segundo diseño, estaba inspirado por esas virtudes militares. Sus barrios interclasistas no implicaban a todos los escalones de la pirámide, pero, como se verá, trataban de evitar edificios solo para la «tropa». Tal y como proclamaban los arquitectos falangistas de 1939.

Queremos hacer notar que hasta ahora se construyen barrios independientes y distintos para diversas clases sociales, que fomentan y excitan la lucha de clases. Y ahora queremos hacer barrios para gentes que estén unidas por un fin común, dentro de estos barrios estará comprendida toda la jerarquía desde la máxima hasta la mínima [...]; la zonificación urbana es la tradición material de la lucha de clases socialista que hay que desterrar... (S. T. de FET y JONS, 1939).31

1 Pautas: huellas mnémicas que orientan la conducta de los agentes humanos y son aspectos duraderos del sistema social que se quiere perpetuar, porque construyen una cultura (Giddens, 1995).

2 Pautas de estabilidad social en el derecho de propiedad (cultura): derechos de propiedad que no fueran percibidos como derechos económicos, sino que se configuraran en la mente de las gentes de acuerdo con unas convicciones de estabilidad familiar y emancipación personal (Thompson, 1994: 31).

3 La jerarquización de necesidades en un contexto social concreto es el elemento institucional que articula toda la sociedad (Malinowski).

4 Saz (2003). Protagonista de este giro fue José Luis de Arrese, quien desde Falange defendía el principio nacionalcatólico de que la definición de lo español coincide con la fe católica. Véase también Julio Aróstegui (2012: 428).

5 Fontana (1986: 19).

6 Pizza (2000).

7 Aróstegui (2012: 431); Saz (2013: 271).

8 El mismo año de la creación del partido único, Franco tomó la decisión de convertir en militantes del partido a los «Generales, Jefes, Oficiales y clases de los Ejércitos Nacionales de tierra, mar y aire» (Thomas i Andreu, 1999).

9 Mir (1999: 116 y 120); Alted (2001: 66) y Somoza (2012); Hernández y Fuertes (2015: 53).

10 Semana del Suburbio de Barcelona (1957).

11 Juan Goytisolo: La Resaca, tomo I, obras completas, 2005, pp. 699-844.

12 Canales (2006: 121).

13 Molinero e Ysas (2003: 257).

14 Ibíd. (p. 262). Servicio oficial de distribución de alimentos y bienes de primera necesidad.

15 Ibíd.; Marín (2006); Barciela (1998).

16 Declaraciones a Arriba del ministro de Hacienda.

17 5,6 puntos en 1955 y 6,7 en 1956.

18 Fondo Monetario Internacional: 75 millones $; OECE: 100 millones $; Gobierno de los Estados Unidos: 130 millones $; Bancos privados de EE. UU.: 68 millones $; Otros: 45 millones $ (Arriba, 20-7-1959).

19 Pérez (2007: 218); Maestrojuan (1997).

20 Molinero e Ysas (2003: 256).

21 El director del INV explicaba al periodista los criterios para el realojo de 20.000 familias chabolistas por año (citado por Cotorruelo, 1960: 116).

22 Decreto 24-6-1955. Esta vigilancia fue efectuada por la Obra Sindical (Social) del Hogar (OSH).

23 Véase Maestrojuan (1979).

24 Guinzo (2004). Han quedado pocos documentos sonoros de aquella época, pues en un primer momento las emisoras no tenían aparatos de grabación y reproducción magnética.

25 Hasta que fueron aprobadas las leyes de propiedad horizontal e hipotecaria en los años sesenta, la adjudicación se hacía mediante un alquiler a cincuenta años, que se convertía en propiedad al final del periodo. «Partiendo de una concepción “ius privatista” de la calificación de beneficiario y rechazando la naturaleza arrendaticia de su posición jurídica [...], [afirmamos] la existencia de una condición resolutoria tácita, con los efectos inherentes a la misma, derivados de su incumplimiento» (Arbues: Hogar y Arquitectura, 20, 1959).

26 Ministerio de Fomento, D. G. de Arquitectura, 1942: Plan de mejoramiento de la vivienda en poblados pescadores.

 

27 Cort: Revista Nacional de Arquitectura, 196, 1958, p. 35.

28 Vecinos de San Ignacio, entrevistados por el autor.

29 Buero Vallejo: Historia de una escalera, Madrid, 1949 (disponible en: <www.recursosweb.com>).

30 Arriba, de 18 y 19 de julio de 1951, 1952 y 1953.

31 En López Díaz (2002), sobre la Asamblea de Arquitectos de FET-JONS.

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