Sexo, violencia y castigo

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5.4. Un marco más general: la normalidad

Empezamos con una idea llena de certeza moral: no debes abusar a tu hijo. ¿Hay algún mandamiento más eterno? Después, encontramos que la idea del abuso de niños ha sido maleable e imperial, empezando hace treinta años y apropiándose de nuevos territorios desde entonces. Eso disminuye la actual fuerza del mandamiento. Solo queda una actitud: el abuso de niños es malo y nos sentiríamos mejor si hubiera menos de lo que hoy hay. Pero cuando pasamos de las acciones abusivas a la idea del abuso de niños, no hay, y no debería haber, unanimidad en las actitudes.

Aquí están dos de las muchas visiones en oposición. Una es la de los activistas, esa frágil coalición a la que he llamado el movimiento en contra del abuso de niños, que atrae tanto a médicos preocupados como a feministas radicales: “este ha sido un periodo de una magnifica concientización, hemos descubierto mucho sobre el alcance del abuso y hemos reconocido más y más actos como tipos de abuso”. Otra visión, más cínica, sostiene que “el abuso de niños es un dispositivo retórico para desviar la atención de la sociedad. El senador Mondale lo dijo en el Comité original: “Este no es un problema social”. La crisis que se “siente” en la familia americana y su relación con la fuerza laboral, es un tema de relaciones sociales que el discurso político americano se ha negado a enfrentar. En este tema la ira está dirigida a la podredumbre de las relaciones individuales, que involucran adultos abusivos y niños inocentes. Una gran cantidad de daños a los niños está subsumido por un emblema poderoso, pero poco reflexivo: “el abuso”. Esto sirve para identificar el enemigo entre nosotros. Nos quita la necesidad de pensar en quienes somos”. Estas dos actitudes invitan distintos tipos de acción, aunque no son necesariamente contrarias. Alguien podría actuar en ambas actitudes. Yo lo hago.

La idea del abuso de niños no es idiosincrática. Solo es rara en un aspecto. Vivimos en un mundo de concepciones que son a la vez morales, humanas, sociales y personales. Pero hay pocos conceptos fundamentales que podamos ver cómo se construyen y se moldean. Muchas de nuestras ideas tienen historias similares a la del abuso de niños, solo que no las recordamos, así como los rastros de la evolución del abuso de niños están siendo borrados en este mismo momento en muchos lugares. No recordamos la evolución de la idea del abuso de niños. Pero hay diferencias entre los grandes conceptos morales. El abuso de niños es un tipo especial de concepto pues es un concepto normalizador.

La normalidad se ha convertido en uno de los más poderosos metaconceptos humanos. La idea de las personas normales ha reemplazado a la idea de naturaleza humana de la Ilustración (36). Lo “normal” adquirió su conceptualización como “usual” y “típico” solo hasta el siglo XIX y originalmente en los entornos médicos en los que se usaba como oposición de “patológico”. Desde épocas remotas el término ha abarcado lo descriptivo y evaluativo. Anteriormente servía para nombrar un ángulo en T que producía ángulos rectos, que eran tanto ángulos rectos (de 90°) y ángulos rectos (los ángulos correctos). Esto también aplica para el prefijo griego ortho. El ortodontista o el ortopsiquiatra son quienes se encargan de rectificar la mente o los dientes, volverlos regulares, como otros –pero a la vez correctos, buenos, deseables–.

“Normal” y ortho siempre han girado alrededor de la división entre el ser y el deber ser, pero nuestro concepto actual de lo normal en relación con lo patológico viene del mundo médico del siglo XIX. De allí fue generalizado, primero por Auguste Comte, para el mundo social. A finales del siglo XIX, Émile Durkheim usaba las tasas de suicidio para diagnosticar las sociedades patológicas, opuestas a las sociedades normales. Lo patológico era lo desviado que a su vez era el tema principal de las ciencias sociales. Al mismo tiempo, la normalidad se empezó a medir en términos estadísticos. Eran estadísticas descriptivas, pero en vista de que lo “normal” era “correcto” (y saludables, con todas sus connotaciones), lo anormal no era solo diferente, sino incorrecto (y enfermo).

Las conexiones entre la medicina y la normalidad pueden no ser siempre notorias, pero rara vez están ausentes. El suicidio es un buen ejemplo. El suicidio no era un tema que preocupara a los médicos, sino hasta que alienistas franceses como Jean Étienne Esquirol reclamaron ser los únicos conocedores del tema. Hoy los médicos solo comparten ese derecho con los estadistas que tabulan la autodestrucción y con los sociólogos cuya ciencia se desprende de la medicina y la estadística. El suicidio y el abuso de niños son miembros de una constelación de problemas sociales que se trabajan desde un marco de normalidad/patología. La mayoría de los asuntos analizados por la revista Social Problems –que obviamente incluye los problemas del suicidio y del abuso de niños– se plantean en estos términos.

Hasta este punto, es posible que muchos se hayan resistido a mi distinción entre el abuso de niños actual y la crueldad infantil de finales del siglo XIX. Lo hice principalmente porque en la época victoriana nunca medicalizó la crueldad. Los padres crueles no eran considerados enfermos o patológicos. No se intentó caracterizar el comportamiento familiar normal. No había intervención médica, a pesar de que algunos de los primeros activistas fueran médicos de profesión. El abuso de niños, por el contrario, inició con los médicos en 1962, y entre las primeras afirmaciones estuvo la de que los padres abusivos son enfermos y necesitan ayuda. Como lo mencioné en la sección anterior, en la lucha de poder sobre quien es dueño del abuso de niños, los médicos ganaron. Ahora sugiero que esta era una conclusión anticipada porque el abuso de niños sigue siendo visto dentro del esquema de la normalidad versus la patología.

Cada vez más comportamientos son vistos como abusivos porque se empiezan a considerar anormales. Esto implica una compleja relación entre lo que es usual y lo que es correcto. He citado apartes que sugieren que los padres que obligan a sus hijos a dormir en la misma habitación que ellos incurren en una conducta abusiva. Lo usual es que, en las familias con los ingresos económicos suficientes, los niños duerman en cuartos distintos a los de los padres. Pero ahora lo que era inusual se ha convertido en anormal y lo anormal en malo. Estas no son solo consideraciones semióticas, un juego de palabras deconstructivo que se ha cimentado en guiones y etimologías imaginarias. Es moralidad simple, inglés simple e historia simple.

Dije al principio que teníamos la idea del abuso de niños como algo definido, y luego pasé a mostrar que ha crecido, cambiado, se ha reformado y reformulado. Pero nuestra preocupación no es sobre una “construcción social” genérica. La principal evolución del concepto de abuso de niños ha sido la de dividir cada vez más tipos de comportamientos entre normal y anormal. La idea del abuso de niños no fue fijada desde un inicio porque para ese momento no existían los estándares de normalidad, que hoy cada vez son más predominantes. Este cambio nos afecta a todos. Es bueno ser normal. A medida que ciertos tipos de comportamientos se caracterizan como normales o desviados, se establecen normas, normas que las personas siguen con gusto. Lo que implica que las personas empiezan a verse a sí mismas de manera distinta, escogen distintos tipos de acciones, y en esta medida, cambia lo que es usual en el comportamiento humano, y crea, a su vez, nuevos fenómenos que alimentan el versátil concepto del abuso de niños. No podemos esperar que conceptos como este se mantengan estables en el tiempo.

Asimismo, hay otro aspecto de lo normal que queda bien ilustrado por su propia historia. Lo normal significa lo usual y lo usual es lo bueno –por ejemplo, para Durkheim–. Pero Francis Galton, quien le dio el nombre de “normal” a la distribución normal o a la distribución de campana, explícitamente nombró el promedio como “mediocre”, lo cual es malo. Paradójicamente, lo normal apunta a dos direcciones distintas, lo que explica su fuerza ambivalente (37). El programa eugenésico de Galton era un programa para cambiar los promedios, para moverlos del lugar en el que se encontraban. Gil, el autor de las dos definiciones del abuso acá citadas, está dentro de esta tradición Galtoniana. El tratamiento normal hacia los niños americanos es mediocre o peor. Todos están siendo abusados y debemos ser conscientes de eso.

¿Hay acaso algo que realmente podamos saber sobre el abuso de niños? Quisiéramos que nuestras intervenciones, agencias oficiales, cortes, profesores, doctores, personas del común y nosotros actuáramos con cuidado, aportando y no entorpeciendo, con prudencia, sabiduría, justicia y desde el conocimiento. ¿Es esta una esperanza inútil, dado que nuestro objeto de conocimiento está cambiando siempre y nuestros términos para expresarlo son evaluativos, tanto en un nivel básico (“abuso de niños”) como en un metanivel (“normal”)? Solo es inútil si el conocimiento se piensa como científico y superior a todo el conocimiento médico, como el de la química, los tejidos y los órganos. Sin embargo, es casi imposible superar el modelo médico, no por el poder de la profesión médica, sino por el poder oculto de las ideas organizadoras, de lo correcto a lo normal, algo que la profesión médica promovió en la mente occidental.

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3 Traducción al español de Isabel Cristina Jaramillo Sierra y Mariana Diaz Chalela. Hacking, I. (1991). “The Making and Molding of Child Abuse”. Critical Inquiry, 17 (2), 253-288. https://doi.org/10.1086/448583

4 Filósofo y profesor del Institute for the History and Philosophy of Science and Technology de la Universidad de Toronto. Este artículo fue escrito en el otoño de 1986 mientras disfrutaba del Killian Research Fellowship (Canada Council) y de la hospitalidad del Institute for Advanced Study de la Universidad de Princeton. Estaba destinado a formar parte de un conjunto de ensayos en honor de Nelson Goodman, editado por Mary Douglas y David Hull, pero en vista del limbo en el que se encuentra esta publicación, los editores del Critical Inquiry me han pedido que lo publique a pesar de que ya ha empezado a volverse obsoleto. No he intentado una actualización sistemática, pero he adicionado cierta información.

5 Véase: Gelles, 1975; Pfohl, 1977; Weisberg, 1984.

6 Véase: Hacking, 1986, pp. 222-223.

 

7 El número de la revista People del 5 de febrero de 1990 capturaba tan bien el espectro de la reacción pública como cualquiera de los estudios más juiciosos que hayan salido sobre el tema.

8 Obispo Exner y Nuala Kenny, quien entonces era monja, citados a declarar el 7 de agosto de 1990. El reporte official del caso es: Catholic Church. Archdiocese of St. John’s, 1990.

9 Véase el reporte oficial: Department of Health and Social Security, 1988. Las declaraciones del representante pueden encontrarse en: Bell, 1988. Para una lectura feminista véase: Campbell, 1988. Para una introducción al cubrimiento mediático del caso Cleveland véase: Search, 1988, p. 159.

10 Las recomendaciones fueron realizadas por: The Preeschool Curricula Task Force, 1990.

11 Para entender este aspecto del abuso de niños véase: Nelson, 1984. Este modelo fue inaugurado por Gusfield, 1981.

12 Mary Douglas, en su tono característico, cita una de mis afirmaciones sobre esto y firmemente (aunque en mi opinión de manera poco convincente) muestra su desacuerdo. ¡Sabemos más de las bacterias y las bacterias se adaptan a nuestro conocimiento sobre ellas! Véase: Douglas, 1996, p. 149.

13 Véase: Pizzey, 1977.

14 “Guilty Verdict in Sex Abuse: Flemington, N. J.” (5 de noviembre de 1986). New York Times.

15 Véase: Rangel, 1988. Para una mirada crítica véase: Nathan, 1988; Rabinowitz, 1990, pp. 52-63.

16 El primero en establecer esta doctrina fue Kluft en 1979 durante una reunión del American Psychiatric Association. El texto principal que recoge esta literatura es Putnam, 1989.

17 “Desde los juicios de Salem, las persecuciones comunistas de la era de McCarthy, y ahora con la fijación pública con el abuso de niños, hay un hilo común de histeria moral” (Rabinowitz, 1990, p. 63). Para un paralelo con el caso inglés véase: Bell, 1988.

18 Véase: Parr, 1980.

19 Circular del Children’s Aid Society, citado en Brace, 1971, p. 3.

20 Véase: Platt, 1977. Como lo implica el título, este texto tiene una visión constructivista excesiva de la idea de la delincuencia.

21 Véase: Behlmer, 1982.

22 Esta afirmación es particularmente poderosa, ambigua y no necesariamente cierta. En 1962, 2071 niños niños de quince años habían muerto a causa de la leucemia. (Véase: Vital Statistics of the United States 1962, IIA, tabla 1-23). Incluso para 1979, después del incremento en los reportes sobre abuso (véase nota 24) el número de niños muertos como resultado de las acciones de sus cuidadores era de 2000. Las cifras oficiales para 1989 son de 1200 muertes por maltrato, aunque posiblemente ascendían a 5000. Incluso los accidentes automovilísticos fueron más letales en las tres décadas en cuestión, dentro de este grupo de edad, que el maltrato y la leucemia combinados.

23 Véase: “When They’re Angry” (16 de abril de 1962), Newsweek, p. 74, y “Battered-Child Syndrome” (20 de julio de 1962). Time, p. 60.

24 Véase: “Parents Who Beat Children: A Tragic Increase in Cases of Child Abuse Is Prompting a Hunt for Ways to Detect Sick Adults Who Commit Such Crimes” (6 de octubre de 1962). Saturday Evening Post, pp. 30-35.

25 Los pacientes con síndrome de Munchausen le cuentan todo tipo de historias a sus médicos, cambian sus medicinas y muestras de orina en secreto, etc. En el Munchausen por interpuesta persona, los padres hacen esto por sus hijos. Véase: Meadow, 1984. Actualmente, hay más de cien publicaciones sobre este tema.

26 Gelles, 1979, p. 11. La cifra referente a seis millones de víctimas de violencia doméstica grave fue tomada de Straus, Gelles, y Steinmetz, 1979.

27 Los dos mejores y más recientes libros sobre el tema son Donovan y McIntyre, 1990 y Shengold, 1991.

28 Véase: De Young, 1988.

29 La doctrina del ciclo del abuso es ahora un cliché popular, introducido a principio de 1962. Fue desarrollada en Wasserman, 1967; Oliver y Taylor, 1971; Blumberg, 1974; Spinetta y Rigler, 1972; Korbin, 1986; entre otros. Esto representa una expresión positivista del conocimiento, proposiciones ponderosas basadas en impresiones. Para críticas véase, por ejemplo: Jayartne, 1977; Kadushin, 1974; Benjamin, 1980. Nosotros nos preocupamos por predecir el abuso paternal (la mayoría de los niños abusados se convierte en padres abusadores), pero no nos preocupamos por explicar el comportamiento abusivo de algunos padres (muchos padres abusivos fueron niños abusados). La doctrina del ciclo del abuso se ha convertido más cierta y trivial a medida que el término “abuso” se ha vuelo más genérico. Bajo la definición más generosa de Gil, bajo la cual virtualmente todos los niños son abusados, la doctrina del ciclo del abuso se queda vacía.

30 De acá en adelante referido como P.

31 Véase: Kempe y Kempe, 1978.

32 Parton tiene unas referencias importantes a la literatura sobre prevención de principios de los ochenta, así como sobre las discusiones sobre falsos positivos y falsos negativos. También hay mucha (aunque no muy buena) literatura sobre “familias en riesgo”. Véase, por ejemplo: Kowal et al., 1989.

33 Esta categoría es usada por Gelles y Cornell, 1983, pp. 13-14.

34 En comparación: “No hay un comportamiento objetivo que inmediatamente podamos reconocer como abuso de niños” (Gelles, 1975, p. 364).

35 Nota de traducción: el texto original dice spare the rod and spoil the child, una frase sacada de Proverbios 13:24 cuya traducción es “el que detiene el castigo, a su hijo aborrece; más el que lo ama, desde temprano lo corrige”. La versión inglesa de este proverbio es una forma popular en los Estados Unidos de expresar que la disciplina es necesaria para educar a los hijos.

36 El clásico estudio sobre la idea de “normalidad” es Canguilhem, 1978. La edición de este libro en 1966 es la expansión de un ensayo publicado en 1943. En The Taming of Chance (Cambridge, 1990), véase, especialmente el capítulo 19, en el que argumento que la normalidad desplazó a la naturaleza humana al mostrar el contexto médico y estadístico de este desplazamiento.

37 Véase: Hacking, 1990, pp. 177-179.