Tigresa Acuña. Alma de Amazona

Text
Read preview
Mark as finished
How to read the book after purchase
Tigresa Acuña. Alma de Amazona
Font:Smaller АаLarger Aa

Alma de Amazona
Historia de una revolución femenina

Fecha de Edición: Noviembre 2020

@2020, Nigrelli, Gustavo

Derechos exclusivos de edición digital reservados para todo el mundo.

Editado y distribuido por:



ISBN: 978-987-47887-0-2

Editado en Argentina

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de portada, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en manera alguna ni por ningún medio, sin permiso previo del editor.

Alma de Amazona
Historia de una revolución femenina


Gustavo Nigrelli


PRÓLOGO


Esta historia reúne las dos condiciones fundamentales para generar una obra de enorme valor humano. Esas condiciones son: tener una historia dramática y emocionante y, a la vez, un redactor que haya transitado gran parte de esa historia logrando el pleno conocimiento de la protagonista.

En este libro se dan ambas cosas. La vida de la Tigresa y las vivencias que sobre esa vida fue recogiendo el periodista Gustavo Nigrelli, dan solidez a ésta biografía.

Esta mujer es el fruto de sus luchas. Y de todas ellas, probablemente, la menos cruenta hayan sido las de los rings. Luchó por el amor, por la familia y por su vocación. Y también lo hizo contra la discriminación, el hambre, la desprotección y los abusos.

Ningún prólogo debiera invadir el relato. Pero pactar un suicidio con su hombre amado tras la persecución, el encierro y el escarnio para defender un "amor prohibido", resulta conmovedor.

También los son sus inclaudicables batallas para lograr que el boxeo femenino sea reconocido, reglamentado y desarrollado en un plano de igualdad al de los hombres.

La Tigresa Acuña, nacida en el Barrio La Pilar y criada en el barrio La Paz de Formosa es, inequívocamente, un paradigma fundacional del boxeo femenino en la Argentina. Hasta ella no existía y a partir de ella, cientos de mujeres lo realizan sepultando para siempre este debate de género.

Los sueños de aquella niña que a los siete años fue al gimnasio de Ramón Chaparro sin saber qué habría de hallar, allí lo encontró todo: el sentido del amor y la razón de la vida.

Pero, antes de llegar a la Federación Argentina de Box, al Luna Park, a Pol-Ka, a Ideas del Sur, a otros escenarios del país y del extranjero, antes de entrenar a la Oreiro a pedido de Suar y bailar en el programa de Tinelli, hubo hambre para ella y sus hijos Maxi y Josué. También desazón e infortunio ante tanta puerta cerrada y tanta promesa incumplida.

Para llegar a ser la Primera Campeona del Mundo del Boxeo Femenino (2003), ésta extraordinaria mujer incorporó acero a su corazón hasta tornarse imbatible en la lucha por sus convicciones.

Cuando con justicia se la reconoce como pionera, se habla con propiedad. Pionero fue quien llegó y marcó la tierra fértil para sembrar el prodigio. Detrás de ellos venían los colonos a transformar esa tierra en pan. Marcela ya fue sucedida por cientos de " colonas".

Por cierto, el relato autobiográfico es minucioso, detallista y cronológicamente armonioso. Más aún, están los testimonios fotográficos de cada etapa que refrendan la rigurosidad con que Gustavo Nigrelli logra traducir los aspectos íntimos y públicos de esta mujer deportista, madre y esposa que transita la vida imponiéndose, a cada instante, un desafío diferente.

Después de leer ésta obra resultan explicables todos sus logros. Más aún, podría decirse que en el único lugar donde alguna vez pudieron vencerla fue en el ring.

Ernesto Cherquis Bialo

Agradecimientos

A todos quienes colaboraron para que este libro fuera posible:

Mauricio Bellora

Marcelo Berenstein

Alfredo Bernardi

Adrián Blanco

Ariel Brizzola

Leandro Caffarena

Pablo Cattoni

Emiliano Cortes

Marcelo Crivelli

Horacio Cuervo

Fabián D'Aiello

Eduardo De Bonis

Claudio Destéfano

Aldo Franco

Darío Víctor Galíndez

Gastón Garriga

Marcelo González

Walter González

Javier Haltrecht

Alejandro Iglesias

Diego Kupferberg

Fabián López

Maximiliano López Arce

Nicolás López Fagúndez

Eduardo Martínez

Juan Martínez Córdoba

Carlos Nougués

Daniel Novegil

Agustín Novegil

Mariano Pantanetti

Jorge Paviolo

Gustavo Pedace

Miguel Pelorosso

Daniel Rosamilia

Juan Schamber

Daniel Senatore

Cynthia Staffa

Ricardo Stoltzing

Alberto Términe

Marcelo Torres

EL AUTOR:


Me es importante aclarar que el libro está escrito en primera persona del singular, porque en realidad es una autobiografía; la de Marcela Acuña, nada menos que la fundadora del boxeo femenino en la Argentina.

Es su vida, su historia, sus sensaciones. Lo que quiso contar y lo que quiso guardar. Lo que recuerda y lo que no, pero principalmente, cómo lo recuerda tras el paso del tiempo y las huellas que sus vivencias dejaron en ella.

Sería irrespetuoso hablar en tercera persona con una historia así. Es su observación de los acontecimientos, que supo transmitirme en largas charlas, que supo contestar y reflexionar ante mis preguntas, con la madurez de una mujer de 40 años en retrospectiva hacia la niña y la joven que fue, la madre y la esposa que es, y la boxeadora que impuso ser cuando nada era.

Confió en mí para que fuera la pluma de sus palabras, y es un orgullo. Un orgullo y un halago que me haya elegido, que se haya entregado, y que sin motivo alguno sienta cualquier tipo de gratitud originada en sus comienzos, cuando pocos creían en ella. Muy pocos. Y no sólo en ella, sino en el boxeo femenino.

Por eso este libro, además del texto escrito y las historias contadas dignas de un best seller -del que aspiro a estar a la altura pero a la vez temo no estarlo-, posee tantas fotos y testimonios periodísticos a modo de “documentos”, porque a cada paso, a cada momento, a cada vivencia, hubo alguien que periodísticamente lo reflejó. Y quedó la prueba –muchas más que las que figuran aquí-, sin sospechar remotamente que habría de serlo alguna vez, como tampoco que su vida iría a tener este destino.

Gracias a todos los interesados en leer y -por ende- ser parte de esta historia de transformación sociocultural, no sólo a través de un deporte, sino además de un ser humano desamparado, que muy particularmente fue una mujer.

Gustavo Nigrelli

Índice

PRÓLOGO

EL AUTOR

HISTORIA DE UNA REVOLUCIÓN FEMENINA

EXTRAÑAS COINCIDENCIAS

LA ESCUELA

ARTES, PERO MARCIALES

LAS PRIMERAS PELEAS

CONTRA UN VARÓN

ROMEO Y JULIETA

UNA NUEVA ETAPA

UN KO INESPERADO

EL BOXEO EN LA CABEZA

EL PRIMER CLICK

TESTIMONIO DE CARLOS IRUSTA

TESTIMONIO RAMÓN CAIRO

TESTIMONIO GUSTAVO BACIGALUPO (CORTI SRL)

PREPARANDO LA PELEA CON CHRISTY

LUCÍA RIJKER

EL SUPLICIO DEL REGLAMENTO FEMENINO

TESTIMONIO DE MARCELO GONZÁLEZ

LA NUEVA VIDA EN BUENOS AIRES

JORGE OCAMPO

¡SE HIZO EL REGLAMENTO!

 

JAMILIA LAWRENCE

¿LA FIRPO CON POLLERAS?

DISCRIMINACIÓN:

YOLIS MARRUGO

LA LEONA QUIRICO

UNA RECONCILIACIÓN SORPRESIVA

¡QUÉ SEMANA SANTA!

NOCHEBUENA

EN ISIDRO CASANOVA

LA GUAPA MONTIEL

ALICIA ASHLEY

LA SOMBRA NEGRA

OSVALDO RIVERO

PALABRA DE OSVALDO RIVERO

LUNA PARK, EL TEMPLO DEL BOXEO

ROSAS Y ESPINAS

NÓMADE A LA FUERZA

SHARON ANYOS

RECLAMO JUSTIFICADO

BAILAR POR UN SUEÑO

“SOS MI VIDA”

“LA LOCOMOTORA” OLIVERAS:

JACKIE NAVA

LA MUJER FUERA DEL RING

EL CASAMIENTO

ALICIA ASHLEY, EL DESQUITE

UNA VIEJA CONOCIDA

¿LA HORA DEL RETIRO?

REAPARICIÓN TRIUNFAL

CAROLINA DUER

YÉSICA MARCOS

PALABRA DE BISBAL

PATEAR EL TABLERO

HIMNO ARGENTINO SALUD

DIRECTORA TÉCNICA

BRENDA CARABAJAL, LA GRAN PRUEBA

LA GRAN REVANCHA

YÉSICA MARCOS II

HISTORIA DE UNA REVOLUCIÓN FEMENINA

El primer recuerdo que tengo de niña, curiosamente, es en la casa de mi abuela materna, Doña Petrona -como la cocinera-, donde vivíamos con mi padre, madre y hermanito menor, Guillermo Federico.

Irene Petrona Torres, se llamaba mi abuela. Pero todos le decían Petrona, tal la costumbre en las provincias de llamar a las personas por su segundo nombre.

Lo traigo a la memoria porque ya van a ver que ella tuvo bastante que ver en mi historia, y más que nada en mi formación y temperamento, algo que pude advertir recién de grande, a la distancia, haciendo un balance de mi vida.

Y dije “curiosamente”, porque en realidad mi memoria arranca después de los 5 años. Para atrás no me acuerdo de casi nada.

Sin embargo, en esa casa del Barrio La Pilar de Formosa –donde nací-, vivimos hasta que pasé los 5 años de edad y después nos mudamos al Barrio La Paz, casi al otro lado, a unas 30 cuadras de allí, gracias a una casa que nos otorgó el Estado a través del IPV (Instituto Provincial de la Vivienda) por el año ‘82, cuando yo estaba cerca de cumplir los 6.

También va a ser fundamental para mi vida este cambio de barrio, porque allí empezó todo, y cuando me pongo a revisarla, además de conmoverme, me asombra entender que está llena de coincidencias y señales a las que antes no le prestaba atención.

Es que, sin ir más lejos, allí empecé a boxear. Bueno, mejor dicho, a entrenar full contact, deportes de combate, y a pisar por primera vez un gimnasio, a los 7 años.

Allí conocí además a Ramón Chaparro, mi marido, mi profesor y director técnico, el hombre crucial en mi vida. Y fue allí que sentí por primera vez cuál iba a ser mi destino, aunque muchos dudaban, o se reían cuando yo lo comentaba.

Pero quiero volver a mi primera casa, la de mi abuela, donde la memoria aún me falla, donde todo es borroso y lo armé preguntando, buceando en las vivencias de otros, de mis antepasados familiares.

Recuerdo que la casa tenía tres habitaciones, una donde dormía mi abuela, otra mis padres, y otra mi hermano y yo. Un baño, una cocina, un comedor. A la entrada, un patio en donde había un árbol de mango y en la parte de atrás, lleno de plantas.

El mango es una fruta tan común en Formosa, que en las calles suele haber árboles de esa fruta por todos lados, y hasta se caen y la gente se los come así en la vereda.

Mi abuela estaba separada de mi abuelo, Ramón Arístides Carísimo.

Carísimo… Qué raro apellido. En italiano es queridísimo, pero acá significa algo muy costoso. Yo digo que la combinación de ellos forma un mensaje sabio, que signó mucho todos los momentos de mi vida: “lo más preciado, o lo más querido, es lo que más cuesta”.

Lo cierto es que me pongo a analizar a mi abuela, y pienso: una mujer separada en aquella época, en una provincia, con lo mal visto que estaba eso…

No era demasiado común, si bien no era algo inédito. Pero insisto en mi reflexión: “había que tener personalidad y “agallas” para decidir separarse en una sociedad tan machista, donde la mujer apenas si podía trabajar de algunas cosas, o directamente le estaba impedido”.

Sin embargo, ella lo hacía, y se ve que se bancaba sola. Era empleada aeronáutica allá en Formosa, y hacía todo tipo de tareas, desde limpieza, hasta tareas de oficina. No sé exactamente qué, como tampoco los motivos por los cuales se separó de mi abuelo.

Nunca se lo pregunté bien a mi madre que, al revés de mi abuela, era todo ternura. Pero entonces muchos temas eran tabúes, y “de esto no se habla”.

Mi madre, nunca un grito, nunca un reto, siempre con suavidad y dulzura, pacífica, buena. Por algo será que me la llevó Dios a los 18 años, aunque por suerte tuvo la dicha de conocer a sus dos nietos –mis hijos-, Maxi y Josué, que tenía meses.

Falleció de cáncer de mamas, que detectó a los 37 años y supo llevar hasta los 42 con entereza, pero después de que la operaron en Buenos Aires, en el Hospital Italiano –le extirparon un pecho-, ya no fue la misma. Y tras la quimioterapia, se debilitó mucho, adelgazó, y falleció de un paro cardio respiratorio, pero ya en el hospital de Formosa.

No sé por qué, pero veo que me pongo a hacer este libro sobre mi vida a la misma edad en que a mi madre le diagnosticaron la enfermedad que la llevó a la tumba.

Mi madre, Francisca David Carísimo.

Sí, David.

¿Alguien conoce alguna mujer llamada David?

Cosas de mi abuela… Otra más.

Es que resulta que ella quería tener un hijo varón al cual llamarlo David, obviamente por David y Goliat.

Por un lado, nombre bíblico, como tenemos casi todos nosotros. Pero por otro, ¿por qué uno tan guerrero, y más aún, alguien que es el emblema de la victoria imposible, de la lucha contra el poderoso, contra el gigante, y la del supuesto débil contra el más fuerte?

Mi abuela, evidentemente, admiraba eso. Pero como le salió mujer y vio que no podía satisfacer su propósito, le metió Francisca de primer nombre y con el segundo se salió con la suya. Por suerte, en el registro Civil se lo permitieron, no sé por qué.

Conozco segundos nombres masculinos usados en mujeres como José, a lo sumo ambiguos como René, pero David, jamás. Y si bien la portadora era mi madre, bien puede decirse que nada tiene ella que ver con algo que eligió y tramitó mi abuela, incluso oponiéndose a los seguros reparos de mi abuelo Ramón, que no sé si en esa época estarían casados, juntados, separados, o cómo. Nunca se habló de eso en casa.

Lo cómico es que después tuvo cuatro hijos más, dos de ellos varones, al primero de los cuales llamó Sergio. El tío Sergio. Parece incoherente, pero es evidente que ella quería ponerle David al primogénito, no a cualquiera.

El último de todos es el tío Luis, que con su esposa Iris era con quien más contacto teníamos junto a la tía Julia –la tercera-, quien va a tener conmigo un episodio bastante traumático en la muerte de mi madre -su hermana mayor- de lo que ya la perdoné.

Pero fueron siempre los más cercanos. También estaban la tía Ñeca, la cuarta.

Con mi tía Julia nos turnábamos y cuidábamos una noche cada una a mi madre, mientras que mi hermano iba por la mañana.

Pero la noche previa a su muerte, mamá le había pedido a tía Julia que me avisara que vaya yo a verla al día siguiente, que me tenía que decir algo, que jamás sabré qué. Y ella no me avisó.

Es cierto que estábamos medio enemistadas, más que nada porque ella era una de las que se oponía a mi relación con Ramón, una historia que ya contaré con mayor detalle más adelante.

Cuando un paciente en ese estado te pide algo, tenés que satisfacerlo, limar todas las asperezas, superar todas las barreras y dejar el orgullo a un lado, porque si no, podés arrepentirte para toda tu vida.

El daño que uno puede hacer y la culpa con la que se queda luego, no te la quita nadie, si es que ocurre algo como lo que pasó. Yo ya lo superé, y ya la perdoné. No sé qué pasará con su conciencia, aunque deseo que también se haya liberado.

La cuestión es que cuando me avisaron que vaya al hospital, mi madre ya había fallecido.

Lloré, lloré… Lloré por todos los días en que no había tomado conciencia, en que casi ni sabía de qué se trataba. Sabía que estaba enferma, pero pensé que se curaría. La veía bien, fuerte, linda, saludable. Recién a lo último se la veía mal, pero había días. De repente repuntaba, y uno se engañaba. Creía que era por la quimio, por alguna cosa extra que pasaba, porque el cáncer es así, te ataca otras cosas. Finalmente, ella falleció de un paro cardíaco respiratorio.

EXTRAÑAS COINCIDENCIAS

Mi madre había nacido el 3 de diciembre de 1950.

Y mi padre, Bernabé Acuña –que falleció en febrero de 2009-, el 11 de junio del mismo año que mi madre, o sea, 1950. Pero curiosamente, nació el mismo día que su padre, es decir, que mi abuelo paterno, también llamado Bernabé Acuña. Era jefe de comunicaciones en Casa de Gobierno.

Acuñas y Chaparros, es decir, todos mis antepasados por una u otra rama, ya van a ver que estuvieron siempre ligados a la política de un modo u otro.

Mi padre y mi abuelo paterno no sólo nacieron el mismo día, el 11 de junio, sino que se llamaban exactamente igual. ¿No es otra rara coincidencia?

De mi abuela paterna casi no tengo registro, porque falleció cuando yo tenía 4 años, así que ni la recuerdo.

La otra coincidencia numérica de mi querida familia es que mi hermano, Guillermo Federico -el único que tengo-, es 1 año y 5 meses menor que yo. Nació el 15 de marzo del ’78, mientras que yo el 16 de octubre del ’76. Él en marzo, yo en octubre.

Y da la casualidad que mis dos hijos se llevan casi esa misma edad: Alexander Maximiliano (Maxi) nació el 14 de marzo del ’93 –casualmente, un día antes que mi hermano-, mientras que Josué Ezequiel lo hizo el 4 de octubre del ’94, es decir, en mi mismo mes.

Mi hermano y yo nos llevamos casi la misma diferencia que se llevan mis dos hijos, y nacimos en los mismos meses, invirtiendo el orden.

 

Si faltara alguna coincidencia más, mi abuelo materno, Ramón Carísimo, que fue presidente del Partido Justicialista de Formosa –ya desde entonces que en mi familia estamos en la política bajo el mismo signo, no de ahora- falleció un 17 de octubre, el Día de la Lealtad peronista, un día después que yo naciera, aunque no en el mismo año, sino varios después. Debe hacer unos 10.

Y la última: mi marido y el de mi abuela Petrona se llamaban igual: Ramón. Para algunos puede pasar inadvertido. Para mí es demasiada coincidencia.

Tuve también otra hermanita, pero nació muerta. Otra historia triste. Nació 10 años después que yo: Patricia Alejandra, pero por esas cosas del destino, Dios quiso que naciera sin vida, y no supimos por qué. Estaba todo bien cuando de repente se complicó.

Alejandra, por Alejandro Magno, y Patricia, por una amiga querida que yo tenía en mi escuela primaria, de 1° a 4° grado, que después no vi más… Qué habrá sido de Patricia, pienso a veces.

Hago cuentas, y me quedo pensando que si mi hermanita nació cuando yo tenía 10 años, y mi madre falleció 8 después, incluyendo todo su período de enfermedad -que duró más o menos lo mismo-, advierto que algo habrá tenido que ver una cosa con la otra, aunque no podré saber qué habrá originado qué.

LA ESCUELA

Como todo chico de aquel entonces, a los 5 años hice el jardín de infantes en la Escuela N° 66 del Barrio La Pilar, del cual casi no tengo recuerdos. Antes no se estilaba empezar a los 2 ó 3 años como ahora.

Pero al mudarnos a La Paz comencé la primaria en la N° 19, aunque sólo hasta 5° grado, porque después, por una cuestión de practicidad y cercanía, nos cambiamos a otra que se llamaba Gustavo Striens, donde terminé 6° y 7° grado.

No fue mucho lo que ahorramos, apenas 3 cuadras, pero la ventaja era que matábamos dos pájaros de un tiro, porque allí mismo funcionaba el secundario Arturo Jauretche, un bachiller con orientación en informática, lo cual nos resolvía el problema de dónde continuar los estudios.

Hablo en plural porque conmigo venía siempre mi hermano, que me seguía a todos lados porque yo además de su hermana mayor lo cuidaba más o menos como si fuera la madre, lo protegía, y él nunca se movía de mi lado. Siempre andábamos juntos, al punto que a muchos les generaba cierta bronca, sospecha, o curiosidad, la relación tan unida que teníamos. Hoy él es policía de la bonaerense.

Pero mis primeros recuerdos, los más firmes, arrancan en la nueva casa de La Paz: una casa de dos pisos, con un patio de tierra descubierto abajo. Un dormitorio, baño, y cocina/comedor en esa planta, y una pieza más arriba, con una terraza. Y en la Escuela 19, donde empecé 1° grado, y donde de algún modo se empezó a gestar mi historia.

Mi maestra de 1° era la señorita Alicia. Es a la que más recuerdo por su bondad. A ella siempre le llamaba la atención que yo fuera tan callada, más aún cuando se enteró de que practicaba artes marciales. No podía entender cómo yo siendo tan buenita, tan tímida, que no mataba una mosca, hiciera full contact, o algún deporte de contacto, de pelea, de violencia.

Es que yo jamás me peleaba ni discutía con nadie. Bueno, no tan con nadie, porque en el secundario pasó algo que ya contaré más abajo, cuando tuve que darle un “estate quieto” a un compañero, ja. Fue la única vez, y yo ya era conocida como “La Tigresa”, al menos en el barrio.

Siempre fui responsable y estudiosa, por eso jamás me llevé materias. En el secundario llegué a ser 1° escolta de la bandera, nunca abanderada, porque siempre mi amiga Silvia, con quien estábamos juntas, me ganaba con las centésimas.

Competíamos sanamente en notas, pero me terminaba ganando. Yo me destacaba más en lenguas y ciencias naturales, pero también andaba bien en matemática, historia, geografía y estudios sociales, que era una especie de temas políticos.

Pero tanto mi madre, como los familiares o conocidos, jamás sospecharon hasta ese momento cuáles eran mis verdaderas potencialidades, aunque en casa yo siempre fui muy inquieta e hiperactiva. Entonces mi madre me mandó a hacer danzas españolas, a ver si gastando un poco de energía se me pasaba.