Capitalismo, crisis y anarquismo en la novela de crímenes del siglo XXI en España

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From the series: Espacios #8
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La actor network theory resulta pertinente para este marco teórico precisamente por plantear una sociología en la que los actores sociales son quienes determinan lo social desde la pluralidad de sus visiones individuales, no desde un marco externo. Así, su relación con la anomia positiva es evidente, pues concibe como positivo un estado de cosas en el cual los agentes de la acción son quienes determinan individualmente las reglas, los procesos y las dinámicas sociales.

Otra vertiente del pensamiento contemporáneo con una visión positiva de la anomia la representa el movimiento cyberpunk, cuya influencia se extiende también a la literatura. En efecto, si para la actor network theory la interacción entre humanos y objetos desempeña un papel fundamental en la creación de la vida social, para los teóricos de este movimiento el individuo vive inmerso en la tecnología: “one of the most popular means of representing this relation has been to figure the human subject as immersed in a vast and inescapably complex technological space” (Rutsky, 1999, p. 14). De este modo, los objetos tecnológicos y humanos interactúan constantemente. En realidad, los llamados cyberpunks posmodernos llevan hasta las últimas consecuencias las ventajas que las tecnologías brindan para la libertad individual, pues consideran que ellas son un medio de empoderamiento de los individuos frente a los aparatos del Estado. Así lo expresa el poeta y músico cyberpunk John Perry Barlow (1947-2018) en A Declaration of the Independence of Cyberspace: “We have no elected government nor are we likely to have one, […] you have no moral right to rule us nor do you possess any methods of enforcement we have true reason to fear” (Barlow, 1996, párr. 2). Es por ello por lo que los personajes de la literatura cyberpunk han sido considerados como imitaciones del prototipo del rebelde social:

[…] more commonly, however, the rebellious punk heroes of cyberpunk seem to derive from the largely young white male subculture of computer hacking, in which the sense of rebellion, desire for intensity, and romanization of street life, so apparent in young male drug and rock culture (including MTV) is transferred into the seemingly incongruous realm of computer and telecommunications technology. (Rutsky, 1999, p. 118)

En el mismo campo del Punk, el escritor británico Mark Fisher (1968-2017), crítico del capitalismo mundial en función de la música y la cultura popular, autor de Capitalist Realism: Is There No Alternative?, afirma:

What needs to be kept in mind is both that capitalism is a hyper-abstract impersonal structure and that it would be nothing without our co-operation. The most Gothic description of Capital is also the most accurate. Capital is an abstract parasite, an insatiable vampire and zombiemaker; but the living flesh it converts into dead labor is ours, and the zombies it makes are us. (2009, p. 15)

De este modo, se puede afirmar que la relación del cyberpunk con la anomia positiva es bastante estrecha debido a su oposición frontal contra todo tipo de autoridad externa, especialmente aquella relacionada con el capital y la productividad.

Otro aporte de gran interés es la perspectiva del abogado y sociólogo Peter Waldmann (1937) expuesta en su libro Guerra civil, terrorismo y anomia social (2007). Aunque España no entra en su análisis, que se circunscribe a Colombia y América Latina, hasta cierto punto puede servir de modelo de referencia para la teoría de la anomia positiva. En el apartado titulado “La anomia en el Tercer Mundo”, Waldmann señala que en los países latinoamericanos se observa “un control rígido en lo relacionado con el cumplimiento de normas en parte insignificantes, de un lado, y la disposición a pasar por encima de reglas importantes por motivos nimios, de otro” (2007, p. 115). Desde esta perspectiva, en un momento y contexto determinados no hay claridad respecto al valor de las normas, ni sobre su aplicación. La anomia resultante de esta contradicción social, lejos de ser un problema, beneficia a las clases dirigentes de los países, pues “las estructuras normativas inconsistentes contribuyen considerablemente a dar a los ciudadanos la sensación de estar indefensos, a merced de instancias incontrolables, dependientes del poder y de la arbitrariedad de los grupos políticos dirigentes” (Waldmann, 2007, p. 117). En pocas palabras, para Waldmann la anomia del Tercer Mundo es una consecuencia de la debilidad del Estado, de la que se aprovechan determinados grupos de poder para imponerse, por lo que el “respeto a las leyes se sustituye, en esta constelación, por la ley del más fuerte” (Ibídem, p. 109). Así, paradójicamente, el ideal de un sistema sin sanción ni obligación proclamado por los defensores de la anomia positiva es una realidad en los países en desarrollo, aunque está muy lejos de ser un medio para alcanzar un sistema justo o equitativo.

Por su parte, además de Herejía y subversión, reseñado en la Introducción de este trabajo, algunos estudios de Jean Duvignaud (1921-2007) hacen referencia a los países que incluye en la nominación de Tercer Mundo, donde efectivamente existe, desde su punto de vista, cierta anomia positiva. Así, con ocasión de una investigación que realizó en la aldea de Shebika, en Túnez, advirtió que: “sociology (and above all the sociology of development) finds in anomy (not anomaly or abnormality) a sign indicative of a whole social crisis” (Duvignaud, 1970, p. 285). Dicha crisis, lejos de ser un obstáculo para el cambio, es una oportunidad: “The village is, without doubt, in an anomic situation, but just such situations are favourable to change” (Ibídem, p. 293). De tal modo, las comunidades cuentan con recursos originales de los que carece el gobierno central: “in them, there is a germ of imagination which is lacking in large-scale, centralized government administrations” (Ibídem, p. 293). De ahí que exista cierta “independencia social”, esto es, la capacidad de las comunidades para autogobernarse que ha sido negada por las élites dominantes:

Shebika is a social electron, which, if it is given the tools, can create a new situation quite on its own. The political independence of the new Third World countries must be followed by social independence, which today does not exist. The elite group which won political freedom has become a petrified ruling class whose very existence broadens the gap between city and steppe. (Ibídem, p. 292)

A diferencia de Waldmann, cuya visión de la anomia en el Tercer Mundo es bastante pesimista, Duvignaud considera esta situación como un estado de crisis que precede a la transformación social. En este sentido, Duvignaud subraya la necesidad de un sistema en el cual las decisiones se tomen a nivel comunitario y de ahí se extiendan al nivel gubernamental, tal como el sistema que defendía el anarquista francés Pierre Joseph Proudhon (1809-1865) en su obra El principio federativo [1863] (1985). De hecho, Duvignaud menciona a Proudhon, sobre quien dice:

The spontaneous capability of small groups has not been given its true worth since Proudhon, and it is here that, today, we should seek a new way of accomplishment, beyond the illusions and errors of the various forms of state or central government control. (Duvignaud, 1970, p. 292)

Según Duvignaud, este modelo debe extenderse al planeta entero, en contraposición a un ordenamiento basado en un marco legal externo.

De este modo, el curso hacia una moral sin sanción ni obligación se ha seguido incentivando en un proceso de individualización propio de las sociedades democráticas. Así lo precisa el filósofo catalán Jordi Riba (2008), para quién “La anomia se justifica por el proceso de individualización que la humanidad sufre. No hay que lamentarse de tal proceso sino, por el contrario, construir una moral que tenga en cuenta tal modificación” (p. 336).

Desde el punto de vista de este trabajo, se puede afirmar que en la actualidad la anomia positiva se expresa principalmente en una peculiar lucha de clases de la más variada índole. Aunque algunos de los teóricos mencionados han prescindido de la clase como categoría de análisis de la realidad social debido a sus eventuales limitaciones conceptuales, puede decirse que en ninguno de ellos tal categoría ha perdido completamente su vigencia. Algunos tratan de distinguirla de la noción de “estrato”, por ejemplo, de grupo o colectivo, pero no logran desdibujarla del todo de su análisis. De una u otra manera, lo que resulta evidente es que el concepto sufre una transformación para adecuarse a la realidad del nuevo siglo donde confluyen personas de variado origen o diversas circunstancias. Según Ralf Dahrendorf, en su concepción marxista, la categoría se definía de acuerdo con cuatro factores: la propiedad de los medios de producción, que genera una división entre propietarios y aquellos que no lo son; el poder político, pues la propiedad del aparato productivo de una nación aumenta el poder político de la clase propietaria al otorgarle los medios para imponer sus ideas sobre la sociedad; los intereses particulares, que logran imponerse sobre los intereses individuales y explican la transferencia de miembros de una clase a otra en periodos de lucha revolucionaria; y el nivel de organización, ya que como señala Marx “in so far as the identity of their interests does not produce a community, a national association, and political organization —they do not constitute a class” (Dahrendorf, 1959, p. 13). En todo caso, el trasfondo de la anomia social es la división de clases y sus contradicciones fundamentales. El conflicto entre los dueños de los medios de producción y las multitudes vulnerables busca resolverse en urgentes cambios sociales.

Lo que se le critica a la categoría marxista de la lucha de clases son diferentes aspectos. En primer lugar, como señala Dahrendorf, “the role of property in Marx’s theory of class possess a problem of interpretation” (Ibídem, p. 21). Marx no definió con detalle a qué se refería cuando hablaba de “relaciones de propiedad”: si a la exclusividad de un control directo o a un derecho de propiedad en conexión con ese control. Esto es importante definirlo ya que en el primer caso las relaciones de propiedad se refieren a “relations of factual control and subordination in the enterprises of industrial production” (Ibídem, p. 21) en las que el capitalista ejerce un control directo en el proceso de producción; mientras que, en el segundo caso, haría referencia a relaciones meramente nominales, basadas en un “legal title of property” (Ibídem), en las cuales el control no se ejerce directamente dado que los capitalistas no tienen ninguna relación directa con el proceso de producción, sino que son, simplemente, propietarios. En palabras de Marx: “mere owners, mere money capitalists” (Ibídem, p. 22). Además de esto, existen otros dos aspectos: el determinismo económico de la noción, ya que Marx vincula de un modo mecánico las relaciones de propiedad con el poder político, y la cuestión de los intereses de clase, los cuales supuestamente son comunes a varias personas, afirmación que riñe con la idea de intereses personales.

 

Ante tal cuestión, para el literato Michael Hardt (1960) y el filósofo italiano Antonio Negri, “el concepto de clase trabajadora es fundamentalmente un concepto restringido, basado en exclusiones. En la más limitada de estas interpretaciones, la clase obrera se refería al trabajo fabril, excluyendo así otro tipo de clases trabajadoras” (2004, p. 134). Frente a esto, los autores proponen una actualización de la categoría de clase marxista: el problema de las relaciones de propiedad pasa a un segundo plano, ya que las nuevas formas del trabajo inmaterial desdibujan la disyuntiva entre control directo del proceso de producción y control indirecto. En las nuevas formas de trabajo inmaterial, la labor no se ejerce solo en el lugar de trabajo o en la fábrica, sino que abarca la generalidad de la vida del individuo, incluso el ámbito doméstico, que se ha convertido en lugar de trabajo: “En el paradigma industrial, los obreros producían casi exclusivamente dentro del horario fabril. Pero cuando la producción se encamina a resolver una idea o una relación, el trabajo tiende a llenar todo el tiempo disponible” (Ibídem, p. 141). El sujeto revolucionario ya no se limita al proletariado, sino que se multiplica, abarcando a todas las clases que están bajo el dominio del capital; de ahí que lo denominen multitud: “en nuestro planteamiento inicial concebimos la multitud como la totalidad de los que trabajan bajo el dictado del capital y forman, en potencia, la clase de los que no aceptan el dictado del capital” (Ibídem, p. 134).

El concepto de multitud como nuevo sujeto revolucionario de la historia se puede constatar en las protestas contra la globalización y el neoliberalismo que, hoy por hoy, están sacudiendo el mundo en diferentes lugares. La red compuesta por las multitudes representa ahora el nuevo modelo de lucha en el mundo entero contra los magnates del capital. Las protestas de los llamados Chalecos Amarillos (des gilets jaunes) en Francia, aquellas contra las medidas económicas de Lenin Moreno en Ecuador, las manifestaciones de Hong Kong, Chile, Uruguay o Colombia, entre otros países, demuestran el agotamiento mismo del modelo económico. Los alzamientos populares en contra de los gobiernos neoliberales y el rechazo unánime contra las políticas de los otrora alabados organismos multilaterales, llámense Banco Mundial, FMI o UE, son una prueba de ello. Ya en el anterior capítulo se mencionaron, entre otros, los movimientos sociales de la España contemporánea y las nuevas formas de anarquismo, que suponen la comprensión actual de la dialéctica entre multitud y élite poderosa.

En tal sentido, sin lugar a duda, se puede hablar de anomia positiva sobre la base de esta peculiar lucha de clases, pues, como lo señala Dahrendorf, toda desviación de la norma, es decir, de lo establecido institucional y legalmente deviene en un motor del cambio estructural. La ola de manifestaciones contra el orden neoliberal caduco y disfuncional es el augurio de una sociedad más libre, diferente de la actual. Desde estos puntos de vista más o menos positivos de la anomia social, se puede afirmar que, en efecto, una situación de crisis puede verse como anuncio de un sistema más justo. Y, dentro de esta perspectiva, ningún campo de conocimiento podría ser más eficaz para verificar una transición que el de la literatura y aquí, la novela, espacio privilegiado donde pueden representarse “vivamente los conflictos” (tal como señaló George Lukács en su momento y confirmó Merton años después).

Para Hardt y Negri, las formas de luchas modernas han trascendido y se han desarrollado desde que empezaron con bandas de campesinos y partisanos dispersos hasta las estructuras de redes actuales:

De esta manera se completa nuestra genealogía de las formas modernas de resistencia y guerra civil, que pasó de las revueltas guerrilleras dispersas al modelo unificado de ejército popular, de la estructura militar centralizada al ejército guerrillero policéntrico, y finalmente, del modelo policéntrico a la estructura en red distribuida o de matriz plena. Esa es la historia que tenemos a nuestras espaldas. (Hart y Negri, 2004, p. 116)

Este cambio en las formas de lucha puede tener su causa en una transformación más general, la de las condiciones del trabajo en el siglo XXI. Según Hardt y Negri, en el nuevo siglo la posición hegemónica en la división del trabajo la ocupa el sector que se encarga del “trabajo inmaterial”, el cual concibe dos formas principales: la primera hace referencia al trabajo intelectual o lingüístico que produce bienes como textos, imágenes, códigos, etc. La segunda, por su parte, es “trabajo afectivo”, en referencia a la labor de aquellos que, como los profesores o las azafatas, cumplen una función no solo estrictamente práctica, sino que incluye las emociones y la afectividad (por ejemplo, tratar a los alumnos con cariño o sonreír). Estas nuevas formas de trabajo inmaterial, aunque minoritarias por provenir de un sector pequeño de la sociedad que se concentra en los países centrales principalmente, se han vuelto hegemónicas debido a que “marca[n] la tendencia a las demás formas de trabajo y a la sociedad misma” (Ibídem, p. 138). Entre estas formas sobresalen los sistemas a pequeña escala y flexibles como las redes. De ahí que, las formas de lucha a su vez se transformen dado el cambio de condiciones sociales en el nuevo siglo.

En este campo de la peculiar lucha de clases del siglo XXI, el mundo recreado en las novelas de crímenes de España ofrecen una respuesta muy interesante a los interrogantes propios de estados de anomia: ¿Existe un sistema legal absolutamente confiable o este solo es el fruto del poder de una clase o de un imperio y en tal sentido resulta lógico y aún necesario apartarse de él?, ¿apartarse puede ser entendido como un problema para el sistema o como previsión de un nuevo orden más incluyente?, ¿el responsable de los estados de anomia social es el individuo, un grupo o una comunidad incómoda frente al sistema excluyente?, ¿un sistema político puede garantizar realmente los derechos individuales?

Las respuestas a estas cuestiones constituyen un buen campo epistemológico para hablar de soluciones no represivas a los conflictos históricos del individuo o de la comunidad. En particular, son un acercamiento al análisis de las novelas de las que aquí se habla: las que aluden a la crisis económica y aquellas que lo hacen al anarquismo. La novela de crímenes española se inserta, así, en el campo de la macrocrítica al modelo capitalista.

LA CRISIS EN LA NOVELA DE CRÍMENES

La crisis de la economía en España en los primeros años del siglo XXI puede entenderse como efecto nacional de una crisis global del sistema capitalista marcada por la lucha de clases. El hecho de que el Banco Central Europeo (BCE) les haya prestado dinero a los bancos a bajos intereses (1%) y ellos invirtieran en comprar deuda pública a intereses del 5% favoreció al sector financiero, pero deslegitimó la clase política que orquestó el desfalco y afectó a buena parte de los ciudadanos que lo padecieron. Hipotecas otorgadas sin control en los años anteriores se mantuvieron vigentes a pesar la significativa pérdida de valor de las propiedades que las respaldaban y una multitud cada vez más empobrecida se vio obligada a tomar consciencia de su situación y a enfrentarse a la élite propietaria de los medios de producción con el propósito de defender sus derechos. Todavía hoy se resienten sus efectos. Sobre todo, en una dinámica en que los países del norte de la Unión Europea le exigen a España “fortalecer sus finanzas” a través de recortes sociales y dejar de vivir “por encima de sus posibilidades”. En este contexto, el coronavirus del 2020 puede llegar a provocar una recesión superior a la de 2008-2009. La deuda actual de Grecia asciende al 175,2% de su PIB, y en una situación semejante, rondando el 100% del PIB, figuran las deudas de Italia, Francia y España, advierte el economista Guillermo de la Dehesa (García Vega, 2020). Tales circunstancias son el caldo de cultivo de una novela que denuncia la pobreza, los recortes, el paro, la desigualdad económica o la miseria y el ambiente de malestar social derivado del hecho económico.

Numerosas novelas de crímenes del siglo XXI aluden directamente a esta crisis derivada de la corrupción del sector financiero: De todo corazón (2008), de Andreu Martín (1949), toma como base el fraude de Finansa, donde estuvieron implicados el gobierno, la oposición y la Iglesia; y Tablas (2012), de José Vaccaro Ruiz (1945), es “la novela que saca a la luz los entresijos de la crisis financiera”, según advierte la portada. En esta, un detective investiga la muerte de un subinspector de Hacienda y alterna con la policía en la pesquisa donde interviene además un financiero internacional. A estas obras, se suman Acceso no autorizado (2011) de Belén Ruiz de Gopegui (1963), donde se alude al hackeo en las redes y a tramas de corrupción política que se mezclan con la nacionalización de cajas de ahorro; Rezos de vergüenza (2016), de Josep Camps (1964), que expone las oscuras relaciones entre la banca y el Opus Dei; y El blanco círculo del miedo (2011), de Rafael Escuredo (1944), que desarrolla una intriga en torno a un asesinato que se relaciona con los llamados bonos basura de una entidad bancaria. Por su parte, Manos sucias (2015), de Carles Quílez (1966), indaga sobre la impunidad generalizada de empresarios y gobernantes; y en Asesinato en la plaza de la Farola (2011), de Julio César Cano Castaño (1965), la crisis financiera tiene una buena metáfora: un vagabundo es asesinado en el cajero de una oficina bancaria de la Plaza de la Farola Castellón de La Plana.

Aunado a lo anterior, se pueden mencionar algunas de las novelas relativas a la burbuja inmobiliaria y, en general, a los tejemanejes del mundo de la construcción en tiempos de crisis económica en España. La ciudad de la memoria (2015), de Santiago Álvarez (1973), por ejemplo, gira en torno a un clan familiar propietario del mayor grupo constructor valenciano; y del mismo José Vaccaro Ruiz, citado antes, puede mencionarse Catalonia Paradis (2011), novela que refiere un caso de especulación del suelo en Barcelona donde el propio Director de Urbanismo de la Generalitat de Catalunya resulta víctima. En este mismo campo inmobiliario, en Sociedad limitada (2002), de Ferran Torrent (1951), Valencia es el contexto para entender, entre otras cosas, el funcionamiento anómico de las grandes constructoras y las causas del deterioro del medio ambiente; y del mismo autor, Especies protegidas (2004) habla acerca de las espurias relaciones entre el mundo de la construcción y la política cuando un exconstructor busca ser alcalde de su ciudad y para ello se hace con el control de su principal club de fútbol. A estas novelas, se suman tres de Eugenio Fuentes (1958): Las manos del pianista (2003), donde Breda constituye el espacio urbano de una modesta empresa que construye una urbanización de lujo en el extrarradio; Mistralia (2015), en la que los intereses empresariales, energías renovables y los molinos de energía eólica afectan la convivencia de los vecinos de la misma localidad de Breda; y Piedras negras (2019), otra novela sobre la burbuja inmobiliaria que alterna con el tema de los niños robados durante la dictadura. Los entresijos del campo de la construcción hacen parte de una crisis que afecta la vida de los ciudadanos más vulnerables.

 

La cuestión del desempleo derivado de la crisis económica también está presente en varias novelas de crímenes del siglo XXI en España. Entre ellas, se pueden mencionar La mano invisible (2011), de Isaac Rosa Camacho (1974), cuyo título evoca la teoría homónima de Adam Smith, padre intelectual del capitalismo contemporáneo, una amplia perspectiva del mundo laboral donde los trabajadores ignoran el objeto mismo de su sacrificio; Hombres desnudos (2015), de Alicia Giménez Bartlett, en la que unos hombres jóvenes pierden su trabajo y acaban haciendo estriptis en un club, epítome de la cosificación moderna del ser humano; En la orilla (2013), de Rafael Chirbes (1949-2015), que expone la crisis evidente de valores derivada de la crisis económica; Tres segundos de memoria (2006), de Diego Ameixeiras (1976), que también aborda la situación de jóvenes desempleados, fracasados, víctimas de lo que uno de ellos llama el posfracaso, otra forma de denominar el sinsentido derivado de la falta de oportunidades en época de dificultades; y, de este último escritor Conduce rápido (2014), que igualmente se ocupa de la precariedad social en Compostela, donde una banda dedicada al blanqueo de capital y a los préstamos de dinero aprovecha la situación de crisis económica y social para aumentar sus dividendos. El paro, que en la España contemporánea tiene doble dígito, constituye un tema de suma importancia para su literatura.

Además de lo anterior, la inmigración y la marginación también tienen lugar en el campo de la crisis económica recreada en la novela de crímenes del siglo XXI en España. En 19 cámaras (2012), de Jon Arretxe (1963), diecinueve cámaras controlan a los habitantes del barrio de San Francisco en Bilbao, donde Touré, un africano en situación irregular, ofrece sus servicios como vidente y detective para ganarse la vida. Este mismo personaje aparece en 612 euros (2013), que alude a la mínima renta de la que dependen tantas familias y que no resulta suficiente para sufragar sus necesidades; Sombras de la nada (2014), que describe la realidad de los emigrantes subsaharianos en un país con sus propias dificultades; y Piel de topo (2017), que relata la realidad de aquellos que carecen de documentos y van camino a la clandestinidad. En este mismo campo, en Revancha (2008), de Willy Uribe (1965), un simple partido de fútbol ilustra las diferencias entre propietarios de chalets y trabajadores latinoamericanos que buscan un lugar de subsistencia en el país de acogida; y en Un barco cargado de arroz (2004), de Alicia Giménez Bartlett (1951), el cadáver de un mendigo en el banco de un parque sirve para comprender la vida de los marginales de la sociedad en un mundo enajenado. La quimera de un barco cargado de arroz que describe el sueño de un vagabundo que da título a la novela puede servir de metáfora de las elementales necesidades de los desposeídos en un mundo dominado por el capital.

La cuestión de la crisis económica de España admite múltiples acercamientos literarios. A pleno sol (2013), de Alejandro Pedregosa (1974), muestra cómo un expolicía busca a una joven activista desaparecida en medio de los acontecimientos del 15M, leitmotiv de una época; y, en Tienes que contarlo (2012), José Sanclemente (s. f.) habla de la grave situación económica de los diarios, incluidos aquellos del “mayor grupo de comunicación español” en tiempos de escasez. De este mismo autor, No es lo que parece (2014) retoma el tema de los medios de comunicación y el mundo editorial donde las cosas son muy distintas a lo que se cree. También, en este mismo espacio cultural de los medios de comunicación, Mi vida al desnudo (2013), de Chus Sánchez (María Jesús Sánchez Pérez) (s. f.), narra lo ocurrido con una periodista freelance que, por falta de dinero, se somete a un peculiar experimento que la relacionará con el mundo de la criminalidad.

La clave del humor o la ironía también puede servir para abordar el tema de la crisis económica de España en sus novelas de crímenes. El enredo de la bolsa y la vida (2012), del reconocido Eduardo Mendoza (1943), se ubica en tiempos de crisis cuando un detective anónimo debe evitar una acción terrorista sin el concurso de los servicios de seguridad del Estado; y Detectives S. A.: el negocio de la investigación preventiva en las empresas (2009), de Francisco Marco Fernández (1977), ofrece una divertida perspectiva del campo de la prevención de riesgos en los negocios cuando el detective corporativo Julio Santiago sufre en carne propia la crisis económica. En una línea semejante, en La sonrisa de las iguanas (2014), de Pablo Sebastiá Tirado (1973), la parodia de la España de la crisis incluye enfermos mentales, comandos antisistema y activistas radicales que se enfrentan a la policía; y en La fiesta (2013), de Luis Gutiérrez Maluenda (1945), autor estudiado por Javier Sánchez Zapatero (2012), se recrea la imagen de una gran fiesta donde nadie habla de crisis, pero, al mismo tiempo, una chica del cuarto de aseo es apuñalada en una dolorosa muestra del paralelo entre la banalidad y la tragedia. A esta nómina de novelas con personajes en situaciones críticas, pero en ambiente de fiesta, se une Verano rojo (2012), de Berna González Harbour (1965), que tiene lugar en el verano de 2010 en Madrid, en la época del Mundial de fútbol, cuando la comisaria María Ruiz investiga el asesinato de un joven con el apoyo de la periodista Luna, víctima de la crisis. Y, en este mismo apartado, dentro de las varias novelas de la escritora catalana Teresa Solana (1962) que rozan el tema de la crisis económica en clave de sátira, pueden señalarse: La hora Zen (2011) en la que el detective Borja, quien investiga junto con su hermano Eduard el asesinato de un médico homeópata, se ve obligado él mismo a participar en una operación de tráfico para sobrevivir a la crisis; y Materia gris (2017), donde, entre otros personajes, una jubilada soporta la precariedad alquilando parte de su piso a turistas.

Incluso las novelas inspiradas en otras épocas o contextos pueden brindar una perspectiva interesante para la explicación de la crisis económica que afecta a la sociedad española actual. B. T. (a la mierda) (2009), de Rafael Alcalde (1961), es una singular muestra de los secretos mercantiles de una empresa bastante reconocida en la historia nacional, “La Canadiense”, durante el régimen franquista, que demuestra las relaciones perennes entre los negocios y la represión. De un modo semejante, Marea de sangre (2010), de José Luis Muñoz (1951), alude a la sociedad española del año 1988 con problemas e inequidades comparables a las del siglo XXI, pues en ella los crímenes del pasado tienen que ver con los del presente; y Yonqui (2014), de Francisco Gómez Escribano (Paco Gómez Escribano) (1966), se desarrolla en Canillejas, Madrid, a la altura del año 1978, cuando la juventud tiene que enfrentar condiciones sociales muy desfavorables para su desarrollo. Estas novelas dan cuenta de un mundo en crisis que puede compararse con el actual, con sus propias diferencias sociales e injusticias económicas. A esta lista, se puede agregar Los banqueros de Franco (2005), de Mariano Sánchez Soler (1954), cuyo título puede sugerir una visión del origen del problema financiero en España. Según la reseña editorial, la novela habla de la habilidad de quienes supieron convertirse, con el cambio de régimen, en “demócratas de toda la vida” dispuestos a llevar en su actividad cotidiana la famosa máxima de José María Aguirre Gonzalo, ferviente partidario de la democracia orgánica: “El Gobierno gobierna, la Banca administra y el español trabaja”. La cuestión no resulta ajena a la historia de Mejor la ausencia (2017), de Edurne Portela (1974), que se ubica en un pueblo de la margen izquierda del Nervión durante las décadas ochenta y noventa del siglo XX cuando la violencia familiar es cotidiana. La recreación de lo ocurrido en otras épocas puede ayudar a entender los convulsos tiempos que se viven en el siglo XXI en el país.

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