Reportajes

Text
Read preview
Mark as finished
How to read the book after purchase
Font:Smaller АаLarger Aa

TRÁILER FUGAZ DEL FESTIVAL DE CALI

Festival viene de fiesta. Ni Atenas ni París conocieron semejante esplendor. Cali es hoy la Atenas americana. Nadie le dio ese título por decreto. Ella se lo ganó. Tampoco vamos a disputárselo a Bogotá. Cali no lo reclama, ni lo necesita. Le basta y le sobra ser simplemente la capital cultural del Nuevo Mundo.

CALI ERA UN ÉXTASIS

Después de doce días de delirante pasión por la cultura, la ciudad más alegre queda devastada, convaleciente, como después de una fiebre. El derroche de energía deja en el aire de la ciudad una sensación de melancolía, de agotamiento. Los que fuimos felices tenemos que huir antes de que se apague la última candileja, porque la nostalgia es mortal.

Huyendo del cielo caleño vine a Medellín a redactar estas notas que don Camilo espera en su escritorio de la revista Cromos. Era imposible hacerlo en Cali, pues allá hasta la metafísica es sensual. Y además soy de esos que dejan el “deber” por irse tras la túnica de una mujer. Cali era el éxtasis de mi cuerpo hasta la locura, la derrota de la mente, algo así como un triunfal: ¡No pienso, luego soy feliz!

Aquí estoy en “Todaspartes” bajo un naranjo en flor, en una clara y suave mañana medellinense, haciendo las paces con el espíritu. Aquí entre las cúpulas de la Catedral y de la Andi, símbolos de ascetismo y de orden, confío mi enamorado recuerdo a mi vagabunda y olvidada Olivetti. Ahora recuerdo que el tiempo de vivir es una estación de luz, y que el tiempo de pensar es el olvido de mí mismo.

EL FESTIVAL DE VANGUARDIA NACIÓ BARBADO

Al aterrizar en el aeropuerto de Medellín, un paisa me preguntó:

—¿Qué tal el Festival de Arte?

—¿Cuál de los dos?

—Pues el de Cali.

Para contestar la pregunta tuve que explicar que en Cali había dos Festivales de Arte: el “oficial”, y el de “vanguardia”. Porque Cali es la única ciudad en que la cultura se suma, se multiplica. Este año al tradicional Festival de Arte le nació un “un hijo calavera” que fundaron los nadaístas. Algunos lo llamaron “el festivalito”, pero otros dijeron que había nacido tan grande, que hasta le salieron barbas (casi todos los artistas nadaístas usan barbas).

Este Primer Festival de Arte de Vanguardia, por su importancia, y por su carácter subversivo, merece un tratamiento especial que dejaremos para la segunda crónica en la próxima semana. Los separo para evitar confusiones, y para que estos dos radiantes planetas de la cultura no se eclipsen mutuamente.

Por ahora deseo destacar el mérito de sus fundadores, J. Mario, Elmo Valencia, Pedro Alcántara, Alfredo Sánchez, y los otros satélites del nadaísmo caleño, quienes inconformes con aquello de que nadie es profeta en su tierra, y al sentirse desplazados y rechazados en su propia ciudad, se lanzaron en la aventura de hacer su propio festival, afirmados en su rebeldía y en sus indiscutibles valores, que son los valores de la nueva generación. El éxito y la acogida que tuvo el Festival de Vanguardia demostró que tal aventura no era un idealismo, sino una necesidad real exigida por la sensibilidad de los nuevos tiempos.

SE LEVANTA EL TELÓN DEL FESTIVAL

El viernes 18 de junio, a las siete de la noche, se levantó el telón en la Sala Antonio María Valencia. El escenario, muy suntuoso: en él aparecían Mr. Oliver, embajador de Estados Unidos; Gustavo Balcázar Monzón, minagricultura; Humberto González Narváez, gobernador del Valle; Artemo Franco, alcalde de Cali, y Fanny Mickey, la eminencia gris del Festival.

En tono solemne, con las grandes frases que caracterizan la cultura oficial, el gobernador González leyó el discurso de inauguración del importante certamen. Dijo: “La popularización de conocimientos, que son patrimonio perdurable de la especie, convencerá a nuestras gentes de que la ética es la estética de la conducta. Entonces habrá llegado el imperio definitivo de la paz, traducido en el respeto a todos los derechos y en el goce de una libertad tranquila. Solo el clima de la libertad es propicio a la búsqueda de la libertad del hombre”.

El público aplaudió. Se ofreció un coctel. El gentío se derramó por los pasillos para admirar las exposiciones. Ríos de espectadores. Todo el arte de América colgaba en los muros. A las diez de la noche los poetas y los pintores, muy felices y muy ebrios, se susurraban entre sí: “Esto se acabó…, y ahora, ¿dónde sigue la fiesta?”.

LO MÁS EXTRAORDINARIO: ¡EL PUEBLO!

Sin el pueblo caleño, el Festival no sería nada. El pueblo mismo hace el Festival, es el alma del Festival. Los artistas solo ponemos el arte. Este pueblo no es una clase social, según lo dividen los conceptos económicos. Es el pueblo en su totalidad, como condición humana, como “espíritu”. En Cali se quebró el mito de que la cultura es privilegio de minorías, esas que generalmente degradan el arte en ostentación, en esnobismo. Vi espectáculos al aire libre en el Teatro Los Cristales: había cuarenta mil espectadores. Asistí al Gimnasio Olímpico: parecía una llegada de ciclistas. Aquello era una epopeya, evocación del mundo griego, la apoteosis de un pueblo que se humaniza, que toma conciencia de sus valores, de sus derechos. Era la naturaleza de un pueblo olvidado que se recuerda, y se lanza en la aventura de lo sobrenatural. Para decirlo sencillamente: era bello hasta las lágrimas.

Era el pueblo glorificando al arte. Era el arte glorificando al pueblo. Ya no será posible hacer cultura sin su participación. Inocente Palacios, el intelectual venezolano que se mezcló conmigo una de esas noches multitudinarias, me dijo que este acontecimiento de un pueblo congregado en torno de un escenario no se veía desde el teatro griego, que Colombia y América deberían sentirse orgullosas del pueblo caleño.

Por su parte, Sonia Sanoja contempló desde los reflectores el impresionante y silencioso espectáculo humano de Los Cristales, y lloró de emoción. Me dijo: “Si algún día hago mis danzas frente a un público de estos, me sentiré inmortal”.

PANORAMA DESDE EL PUENTE

El TEC se presentó en el Municipal con esta obra de Miller. La dirigió Pedro I. Martínez, con escenografía de Manolo Lago, actuación del destacado elenco del Teatro de Cali. Dejó en el público, en los mismos actores, y en la crítica, una sensación de fracaso, de improvisación, que dejó mal parado el prestigio tradicional del TEC, y puso de relieve la crisis que padece, y que exige una solución inminente cuya otra alternativa es su liquidación. Es por lo menos una irresponsabilidad imperdonable que un conjunto profesional se presente a estreno de una obra sin ensayo general. Es falla de ética, de respeto al público y de consideración hacia los actores.

POESÍA CRISTONADAÍSTA

Un excelente recital fue protagonizado en la Biblioteca Departamental por el cura-poeta Luis Enrique Sendoya (La soledad guerrera), alternando los honores líricos con el boxeador y extrapecista Mario Rivera. El intelectual Álvaro Bejarano los coronó en su presentación con rosas místicas y luciferinas. Pero no se sabía si las místicas eran para la cabezota de Mario, y las satánicas para la inmaculada del padre Sendoya, pues ambos son poetas humanistas, de este mundo. Ambos son profanos al rechazar los dogmas de la retórica por un ateísmo estético que busca su salvación en la libertad. El padre Sendoya hizo satanismo en un hermoso poema libre dedicado a Mario Rivera. Este, a su turno, hizo misticismo en un maravilloso poema dedicado “a un amigo que se llama Dios”. El éxito de este recital místiconadaísta demostró que en cuestiones líricas el diablo es Dios, y Dios es la Poesía.

UN TAL REYNALDO D’AMORE

Nadie sabía quién era, ni siquiera los detectives de extranjería. En el catálogo del Festival lo acreditaban como “director del club de teatro de Lima”. De todos modos, fuimos a ver qué decía. No dijo nada. Sí, dijo un sartal de tonterías sin importancia para nadie, ni para nada. Fue otro error haber invitado a este personaje anónimo. El tipo le dio una cita en el Hotel Aristi a nuestro gran director Santiago García, dizque para hablar de teatro. Le dijo una pila de simplezas, y luego, con un suspiro, le confesó antes de dormirse: “Che, Santiago, el teatro es mi drama”. Se durmió como un justo. Afortunadamente, al otro día tomó sus maletas y regresó a su sede, sin pena ni gloria. Feliz viaje, D’Amore, y que no vuelva. ¡Chau!

INOCENTE PALACIOS Y PICASSO

También en La Tertulia, el intelectual y crítico venezolano disertó sobre “Tres momentos en la pintura de Picasso”. Resultó improvisada y superficial. Sin duda Palacios es un profundo conocedor de Picasso, pero la profundidad se esfumó en la “espontaneidad”. Para ser objetivo, el crítico debió complementar su exposición con proyecciones de los cuadros que iban definiendo la evolución del pintor. Sin esas ilustraciones el público se iba quedando al margen, naufragando en un mar de abstracciones. Fuera de su conferencia tuve el placer de compartir la amistad y la inteligencia y la pasión de este hombre por la cultura de su país.

Habría sido admirable si en vez de Picasso el inmortal, el tema de su conferencia hubiera sido la pintura y la literatura de Venezuela, que nos es tan afín y tan ajena.

¡Feliz viaje, Inocente, y que vuelvas!

EL PREMIO NADAL

Manuel Mejía Vallejo, el consagrado escritor antioqueño, habló sobre “La novela y el novelista”. No estuvo a la altura de lo que se esperaba de él. En esta decepción tiene la culpa el propio Mejía Vallejo, que se lanzó en una aventurada improvisación sobre temas tan complejos, aunque en su vida íntima le sean tan cotidianos. Su público era inteligente, exigente, insobornable, y fue a escucharlo con una admiración limitante en el mito de su premio internacional. Ni Mejía se portó como un mito, ni el público se lo perdonó. De todos modos, el novelista antioqueño fue una atracción intelectual y social del Festival, y en privado demostró lo que es y lo que vale, más allá del mito, como uno de los más grandes hombres colombianos de nuestra literatura.

 

JAIME MEJÍA DUQUE

Este invitado póstumo del Festival hizo en La Tertulia la más lúcida y consciente exposición sobre “La evolución del lenguaje en la poesía colombiana”. Mejía Duque hizo el análisis estético y social de los más importantes movimientos poéticos y de los poetas más representativos de nuestra literatura, desde el romanticismo del siglo XIX hasta el nadaísmo de 1965, terminando con el último de nuestros grandes poetas, Eduardo Escobar, de veinte años.

Fue una penetrante visión dialéctica de nuestra poesía, con derroche de síntesis, relación entre la obra de arte y los fenómenos sociales que la condicionan. Lo mejor de todo fue su análisis crítico del movimiento nadaísta. Creo que es lo único sensato que se ha dicho sobre lo que somos, y por qué somos.

PRIMER SALÓN PANAMERICANO DE PINTURA

Participaron sesenta y dos pintores americanos, con ciento veinticuatro cuadros; era todo un museo de arte contemporáneo, con todas las tendencias y estilos, y de diversa calidad. La visión panorámica era irremisiblemente mediocre. Extraordinariamente pobre la muestra del Brasil. En comparación con las de otros países, lo colombiano era lo mejor, pero en particular tampoco estuvieron a la altura de ellos mismos. Como no tengo ojo crítico, sino ojo de corazón, creo que Colombia ya tiene diez pintores de talla americana para exponer en cualquier certamen internacional. Los dibujos de Pedro Alcántara, en concepto de Inocente Palacios, podrán salir a conquistar los museos de todo el mundo dentro de algunos años.

El Salón Panamericano fue visitado diariamente, mínimo por cinco mil personas, lo que equivale a que durante el Festival desfilaron sesenta mil espectadores por la sede del Panamericano. A toda hora, de día y de noche, aquello no parecía una exposición de arte, sino una galería de plaza de mercado.

ALEJANDRO OBREGÓN EN LA TERTULIA

El maestro Obregón hizo la única exposición individual del Festival con el título de “Mangles y jardines barrocos”. La crítica sentimental fue elogiosa hasta lo desmesurado. La crítica objetiva, representada por la implacable y justiciera Marta Traba, lo condenó.

“Creo que Obregón pasa en estos momentos por una de sus crisis pictóricas, pintando formas acartonadas, muertas. Han desaparecido de su pintura la poesía y el misterio. Después de diez años de ser promotora de Obregón en todo el mundo me ha llegado la hora de darle por la cabeza” (declaración de Marta a Alegre Levy).

A pesar de Marta, los compradores no se inmutaron. El maestro Obregón dejó en los muros de la burguesía caleña diez “flores” de sus jardines barrocos, a quince mil pesos cada uno, con lo cual pudo financiar su juerga de ocho días y ocho noches, la más alucinada del Festival.

EL SALÓN DE ESCULTURA

Nada había para ver, y lo poco que había era de una falsificación y mediocridad lamentables. La montonera de tarros en chatarra; otros bloques de cemento rígido con pretensiones vanguardistas, todo eso acusando una pobreza de creación en contenido y en formas. Igual que en la pintura, en la escultura se impone un retorno a lo figurativo para superar su crisis actual. Sobrado de razón estuvo el jurado al declarar desierto el primer premio.

SALÓN DE CERÁMICA

Acusó notable calidad. La cerámica es una de las artes en ascenso. Sin duda va a desplazar la importancia de la escultura y tomar su lugar. Los ceramistas demostraron que tienen mucho qué hacer y qué decir con el barro. Y lo dijeron con profusión de belleza. Con dignidad estética. Este lenguaje del barro que canta, que se expresa, ingresó ya en las altas manifestaciones de la cultura. La mejor muestra y la que se conquistó todos los premios, correspondió al grupo de ceramistas de Medellín, que cada año retiene su preeminencia en el género, en competencia con grandes creadores de otras ciudades. El equipo medellinense es dirigido por Rodrigo Callejas (primer premio por sus Cráteres de Venus, la Luna y Marte), y Argemiro Gómez, autor de un búho metafísico cuya belleza volaba más alto que el águila, forjadores de esta generación de ceramistas antioqueños que ya conquistaron para su arte una jerarquía.

EL REALISMO SOCIALISTA DE NEREO

Nereo, artista de la cámara, hace con sus fotos arte social. En ellas hay en primer plano una realidad que denuncia y da testimonio. Hace con el lente un arte dramático. Su lirismo enternecedor descubre al fondo de sus imágenes la injusticia social, la brutalidad, la miseria. Nereo olvida la naturaleza como paisaje romántico, para enfocar al hombre dentro de una “situación”, para enmarcarlo en el paisaje humano. La fotografía de Nereo tiene un sentido, es intencional, y es “política” en cuanto es combativa, y es revolucionaria porque nos presenta una sociedad podrida, de clases sociales oprimidas, de seres humanos víctimas de un orden económico injusto y humillante. Su exposición era conmovedora hasta la protesta, hasta la indignación. La cámara de Nereo es combatiente y está al servicio de la revolución nacional. Sus fotos, en un país con sensibilidad, podrían producir un golpe de Estado. Del lente de Nereo a la mirilla de un fusil, no hay sino un punto de vista para disparar al próximo blanco cuando estalle la revolución.

DOLMETSCH O LA ESTÉTICA DEL EROTISMO

Dolmetsch es la antinomia de Nereo. Si este encarna el realismo, Dolmetsch es el apologista del cuerpo humano. Su cámara “crea” la belleza del cuerpo en su espléndida desnudez, como un milagro de la naturaleza. Sus fotografías son poemas, himnos de adoración, el erotismo elevado a su expresión más alta y más lírica. Para lograr el milagro de convertir la desnudez en erotismo, Dolmetsch toma por modelos mujeres negras, donde lo sensual, por virtud de su mágico lente de artista, se torna estético. En este fotógrafo me ha admirado siempre una búsqueda incesante y maravillosa de las posibilidades de su arte. La realidad de esos cuerpos negros que USA de modelos: parecen desvanecerse más allá de sí mismos hacia imágenes de sueños, fantasías, un universo abstracto poblado de visiones surrealistas.

Dolmetsch no solo es un fotógrafo, sino también un poeta, y además un metafísico de la imagen.

LAS DANZAS DE PAUL TAYLOR

Los conjuntos de danzas fueron los espectáculos más atractivos del Festival, no solamente por su calidad estética, sino por la atracción que ejercían sobre las multitudes, lo que más o menos nos recuerda que todo pueblo vivo quiere bailar y cantar.

El triunfo de las danzas modernas de Paul Taylor fue apoteósico por su belleza plástica, el ritmo, el esplendor de sus trajes. El Municipal se colmó dos noches de “gala”. Hicieron una final presentación en Los Cristales ante cuarenta mil personas. Era un espectáculo impresionante de comunicación entre los artistas norteamericanos y el pueblo. Por desgracia, el comunista de San Pedro saboteó el hermoso conjunto gringo con un aguacero en que cayeron hasta barbas castristas, rayos, astronautas rusos…

Nos dijeron: “Si usted ama la danza con su corazón y con su alma; si ama la juventud y la libertad al mismo tiempo, el orden y la claridad, vaya a ver el grupo de danzas de Paul Taylor”.

Recibimos el consejo, ¡fuimos, vimos y nos maravillamos!

SONIA SANOJA, UN ÁNGEL QUE SE ARRASTRA

Una artista extraordinaria de la danza contemporánea. Más para la contemplación que para el deslumbramiento. Más para el éxtasis que para el delirio. De una sobriedad, de un rigor, donde la pureza no excluía la pasión. Su cuerpo era un poema matemático en movimiento. Se ajustaba filosóficamente a la poesía del ritmo interior. Sonia danzaba como quien ha inventado el reino del movimiento, su reino. Su danza me evocaba ritos religiosos bajo las estrellas, tal su pureza, su religiosidad. No se parecía a nadie, ni a nada de lo que antes vi moverse en un escenario. Era la inventora de un lenguaje nuevo para comunicar su alma al mundo. De la cabeza a los pies era un ángel terrestre. La tierra era el cielo de su vuelo. Se arrastraba como un ángel cuyas alas son su cuerpo. Fiel a la gravedad, fiel a la belleza del barro que es, del barro que pisa para emprender el vuelo hacia sí misma. Sonia no presume en sus danzas de ser un ángel, su vuelo es terrestre, y por eso se arrastra, para recordarnos, para revelarnos que somos carne que gira en la órbita del espíritu, que la danza es un lenguaje de salvación, que el movimiento no es huida, ni evasión, sino identificación de ser.

Sola con su cuerpo, la artista venezolana realizó una danza sin música (con música de silencio), que quitaba la respiración, el tiempo se detuvo, la eternidad se hizo movimiento puro, finalidad sin fin. Esta danza nos arrastró a un éxtasis en que la más alta manifestación del espíritu era un cuerpo que se arrastraba en el polvo; un cuerpo en busca de su alma, siendo alma.

“Sobre una tierra sola –dice Sonia– necesito inventar un sortilegio para salir de mí misma, necesito inventar un sortilegio para acercarme al mundo, y me entrego íntegra al ritmo vertiginoso”.

Mercedes Pardo, con sus decorados discretos y muy funcionales, defendía los movimientos de la bailarina, le abría el sésamo de espacios infinitos para que ella, entre sombras y luces mágicas, realizara el milagro de su arte. Puro, inolvidable, bello, místico, glorificador el arte de Sonia Sanoja. Que la bendiga esta tierra que tanto ama, y en la que tanto se arrastra.