Aquiles

Text
Read preview
Mark as finished
How to read the book after purchase
Font:Smaller АаLarger Aa

Aquiles

Rompiendo cadenas

Gonzalo Narvreón

© Gonzalo Narvreón

Aquiles - Rompiendo cadenas

ISBN Libro en papel: 978-84-685-4487-8

ISBN eBook en ePub: 978-84-685-4488-5

ISBN eBook en PDF: 978-84-685-4489-2

Impreso en España

Editado por Bubok Publishing S.L.

equipo@bubok.com

Tel: 912904490

C/Vizcaya, 6

28045 Madrid

Reservados todos los derechos. Salvo excepción prevista por la ley, no se permite la reproducción total o parcial de esta obra, ni su incorporación a un sistema informático, ni su transmisión en cualquier forma o por cualquier medio (electrónico, mecánico, fotocopia, grabación u otros) sin autorización previa y por escrito de los titulares del copyright. La infracción de dichos derechos conlleva sanciones legales y puede constituir un delito contra la propiedad intelectual.

Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra (www.conlicencia.com; 91 702 19 70 / 93 272 04 47).

“¿Qué sería de la vida si no tuviéramos el valor de intentar algo nuevo...?”

Vincent Van Gogh

Dedicatoria

A todos aquellos que, a pesar de sus temores, de sus demonios internos y de “el qué dirán,” se animan a intentarlo.

Gonzalo Narvreón

Índice

Introducción

Capítulo 1. Mente fría

Capítulo 2. Noche agitada, desayuno picante

Capítulo 3. Tarde negra

Capítulo 4. Noche de viernes improvisada

Capítulo 5. Truenos, sexo y sol

Capítulo 6. Un relato sorprendente

Capítulo 7. El regreso de Alejandro

Capítulo 8. La conversación postergada

Capítulo 9. Retomando actividades

Capítulo 10. El Diablo metió la cola

Capítulo 11. Desayuno picante y deportes

Capítulo 12. Ponerle el pecho a las balas

Capítulo 13. El día había llegado

Capítulo 14. El viaje

Capítulo 15. Deseos ocultos

Capítulo 16. Tierra del Fuego en llamas

Capítulo 17. Regresando a la gran ciudad

Epílogo

– Introducción –

No había marcha atrás... Lo hecho, hecho estaba y aunque Aquiles no sabía hasta dónde llegaría ni que sucedería, definitivamente, su mundo acababa de cambiar.

Su curiosidad, las dobles intenciones, las indirectas y las frases con doble sentido, habían quedado atrás. Ese beso, había puesto patas para arriba a su estructura de hombre hetero.

La armadura que Aquiles se había puesto para preservarse y para protegerse de algo que siquiera él conocía, finalmente, oxidada y maltrecha, había caído. Era momento de afrontar la situación y de acomodar sus ideas para continuar transitando una vida que, seguramente, ya no sería la misma.

Capítulo 1
Mente fría

La luz roja del semáforo lo obligó a detenerse en la esquina del edificio en el que vivía Alejandro. Exhorto en sus pensamientos y shockeado por lo que acababa de sucederle, Aquiles no se había percatado de que la luz verde lo estaba habilitando para avanzar, hasta que el bocinazo del auto que estaba detrás suyo lo sobresaltó y lo trajo nuevamente a la realidad. Rápidamente se puso en marcha y giró hacia la izquierda, tomando la avenida del Libertador hacia el norte, para dirigirse hacia su departamento. Como era usual, especialmente en esa época del año, los Bosques de Palermo se encontraban repletos de gente que los utilizaban para practicar deportes, o simplemente, los disfrutaban como lugar de esparcimiento. Las calles se encontraban repletas de autos, aunque en verdad, Aquiles no veía nada con atención y mucho menos con claridad.

Fuera de él, el mundo parecía transcurrir en un universo paralelo, ajeno a la explosión de emociones y de pensamientos que chocaban dentro de su cabeza.

Las imágenes de Alejandro sentado a su lado en el sillón y avanzando sobre él para darle un inesperado beso, que infructuosamente intentó esquivar, sumado a su propia, abrupta, impulsiva e inesperada actitud de haberle devuelto el beso antes de cerrar la puerta del departamento, se repetían en su cabeza como si fuesen un viejo disco de vinilo rayado.

Pensó en si todo eso había sido producto de su imaginación, de sus fantasías, o quizá, de sus deseos reprimidos, o si realmente era algo que acababa de sucederle. Se acercaba a sus cincuenta años, e inesperadamente, se enfrentaba al inquietante y perturbador hecho de haberse dado un beso en los labios con otro hombre, cosa que ni siquiera a modo de broma había hecho con sus amigos íntimos.

Con esas imágenes que se repetían una y otra vez dentro de su cabeza, sin saber cómo y de manera automática, había manejado hasta llegar al límite entre Capital y Provincia. Sintiendo la imperiosa necesidad de alejarse del tráfico y del ruido de la avenida, para poder bajar la ventanilla y respirar una bocanada de aire fresco, casi instintivamente, giró hacia su derecha para dirigirse hacia el río.

Llegó al Vial costero, estacionó el auto, apagó el motor y permaneció por unos instantes sentado mirando hacia el horizonte. Bajó el parasol y miró su cara en el espejito, enfocando su atención en sus labios, como buscando rastros del beso que le había robado Alejandro, más el que él mismo le había dado luego. Instintivamente, pasó la lengua por sobre sus labios, humedeciéndolos y percibió un dejo de sabor a café que había mezclado con la yerba del mate.

Saliendo de esa especie de estado hipnótico, abrió la puerta del auto y al bajar, sintió la fresca brisa que, proveniente del este, había hecho descender la temperatura notoriamente.

Comenzó a caminar hacia el norte a paso lento, observando a lo lejos los parapentes de Kite que se desplegaban, recorriendo el cielo de un lado a otro como pájaros y dibujando de colores el paisaje. Era usual que los días en los que el viento soplaba fuerte, luego del trabajo y aprovechando el último tramo de la temporada estival, muchos hicieran escala en el río como para practicar este deporte.

Era una noche hermosa de verano, por lo que, al igual que en los Bosques de Palermo, el Vial costero estaba plagado de gente que lo utilizaba para caminar, para entrenar, o para practicar otras actividades recreativas.

Miró hacia el horizonte y vio que una brillante y enorme luna llena parecía colgar sobre el río y que se reflejaba sobre la movida superficie del agua. Hacia el oeste, aún se podía ver el resplandor de los últimos rayos de sol que pintaban de naranja y de rosa a las finas y dispersas nubes que se divisaban en el cielo.

Continuó caminando hacia el norte y vio venir en sentido contrario a un grupo de hombres que corrían como malón, realizando picadas que intercalaban con trotes más lentos. Por las vestimentas y por las contexturas físicas, supuso que se trataba de jugadores de rugby.

De pronto, se dio cuenta de que estaba prestando atención a cosas en las que nunca antes había puesto foco.

Todos vestían shorts bien cortos, algunos con calzas, dejando al descubierto o marcando sus musculosas piernas que, claramente, eran el resultado de un arduo trabajo en el gimnasio; brazos trabajados, al igual que los torsos. Algunos corrían en cuero, luciendo sus marcados y firmes pectorales.

En el momento en el que se cruzaron, con uno o dos del grupo tuvo un intercambio de miradas; incluso, uno de ellos esbozó una sonrisa que le pareció insinuadora y hasta provocadora. La situación lo hizo sentir un tanto incómodo, por lo que, rápidamente, desvió la vista hacia otro lado.

En ese momento, recordó el comentario que Alejandro le había hecho sobre las situaciones particulares que sucedían en los gimnasios y sobre los cruces de miradas en busca de algo especial; incluso, recordó la experiencia que él mismo había tenido en el vestuario del gym al que concurría todas las mañanas.

Ciertamente, hacía apenas una hora que acababa de atravesar una situación altamente movilizadora, que lo había dejado desconcertado y había bajado a caminar por allí, con la única intención de serenarse antes de regresar a su casa.

De manera automática y teniendo la necesidad imperiosa de contarle a alguien lo que le acababa de suceder, agarró su celular y comenzó a recorrer su lista de contactos, aun sabiendo que era ridículo lo que estaba haciendo, ya que tenía claro que no encontraría a nadie a quien llamar como para poder contarle lo ocurrido. Su grupo de íntimos amigos eran la opción más viable, pero ciertamente, no se animaba a contarles lo que acababa de vivir.

 

Si bien les había contado lo acontecido con Ethan y con Cristie aquella noche en México, esto era algo completamente diferente.

También se había animado a contarle a Marcos lo sucedido en diciembre, aquel mediodía en el departamento de Alejandro luego de la carrera, cuando se habían hecho una paja compartida, cosa que ya le había resultado una situación extrema, pero que tampoco llegaba a ser lo de hacía una hora atrás.

A Félix lo descartaba como opción; su mente estructurada y cerrada, nunca le permitiría entender algo semejante, por lo que no le sería de mucha ayuda. Marcos, definitivamente se deleitaría ante tamaña confesión, aunque tampoco le sería de gran ayuda ni de soporte, ya que, seguramente, su mente morbosa lo haría poner foco en lo libidinoso de la situación y no en entender lo que le estaba sucediendo a su amigo y a la necesidad de contención que tenía.

Ciertamente, si había uno del grupo a quien podría confiarle de una manera adulta y madura lo que le acababa de suceder, ese era Adrián.

Buscó su número y luego de dudarlo un rato, apretó la tecla para hacer la llamada. Un ring, dos, tres... Adrián no contestó y Aquiles rápidamente cortó la llamada.

Aunque parecía contradictorio, ya que necesitaba hablar con su amigo, sintió cierto alivio por el hecho de que no le hubiese atendido la llamada... Le daba mucha vergüenza contarle la experiencia que acababa de vivir.

Estaba guardando su celular en el bolsillo y comenzó a sonar; era Adrián que devolvía el llamado.

–Qué haces querido –dijo Aquiles.

–Hola, nene... no me diste tiempo para llegar al teléfono y cortaste –respondió Adrián.

–Sí, pensé que quizá estuvieses ocupado y corté –dijo Aquiles.

–¿Qué contás? –preguntó Adrián.

–Acá andamos... venía del centro y bajé en el Vial costero para despejarme un rato –dijo Aquiles, sin saber muy bien como decir lo que quería decir.

–¿Bajaste para correr un rato por ahí? –preguntó Adrián.

–No, no... solo bajé –respondió Aquiles de manera cortada.

–¿Estás bien? –preguntó Adrián, que lo conocía de memoria y notaba que Aquiles se estaba comportando de una manera extraña.

–Sí, sí... estoy bien... solo que me acaba de suceder algo que me dejó un tanto perturbado y necesito contárselo a alguien –dijo Aquiles.

–Pero ¿qué te pasó? ¿Tuviste un accidente? ¿Querés que vaya para ahí? –preguntó Adrián preocupado.

–No, no... no te quiero hacer venir hasta acá, quédate tranquilo que no tuve ningún accidente ni nada parecido –dijo Aquiles.

–Me dejás preocupado... te escucho extraño, me llamás para decirme que te sucedió algo, que se lo tenés que contar a alguien y no largás nada –dijo Adrián con tono acusador.

–No te preocupes... quizá no sea algo tan tremendo; solo que me dejó descolocado –dijo Aquiles, aumentando la intriga de Adrián y prolongando su propia agonía al no animarse a contar lo sucedido.

–Dale boludo... nos conocemos desde los cuatro años... decime que te pasó –dijo Adrián, increpándolo.

–Vengo del departamento de Alejandro y me sucedió algo con él que me dejó confundido –dijo Aquiles, comenzando a largar el rollo que tenía dentro.

–¿Alejandro tu empleado? –preguntó Adrián.

–Sí, ese Alejandro –respondió Aquiles.

–Y dale boludo, contame que te pasó con Alejandro como para que te haya dejado así –dijo Adrián apurándolo.

Aquiles respiró profundo y exhaló, miró hacia el horizonte y sin dar más vueltas dijo:

–Me dio un beso...

Unos segundos de absoluto e incómodo silencio dejaron en pausa la conversación.

–¡Cómo que te dio un beso...! –dijo Adrián, retomando el diálogo.

¡Si boludo! Me dio un pico, me dio un beso en la boca –dijo Aquiles, escupiendo su angustia, sin prestar atención en la gente que pasaba cerca suyo.

Nuevamente, unos segundos de incómodo silencio dejaron en suspenso la conversación.

–No sé qué decirte... me dejás sorprendido –respondió Adrián.

–Bueno... si vos te quedás sorprendido, imagínate cómo me quedé yo –dijo Aquiles, omitiendo la parte de la devolución del beso segundos antes de salir del departamento, actitud que había dejado a Alejandro absolutamente descolocado.

–¿Querés que nos juntemos a cenar y me contás bien lo que sucedió? –preguntó Adrián.

–No, no... anda a tu casa con Inés y yo me voy a la mía, que Marina debe estar esperándome para cenar –dijo Aquiles.

–Escuchame... por qué no nos juntamos mañana a desayunar o a almorzar y me contás bien que es lo que sucedió –le propuso Adrián.

–Dale... después de cenar veo cómo me organizo y te llamo, así arreglamos y charlamos –dijo Aquiles.

Se despidieron y cortaron la llamada.

Aquiles se sentía más aliviado y claramente, Adrián había sido la elección correcta como para desahogarse. Estaba seguro de que lo sabría escuchar y comprender, sin juzgar y sin caer en comentarios chabacanos.

Pensó en que, si iba a utilizar a Adrián como apoyo psicológico, debería contarle la historia completa y no solo parte de lo recientemente acontecido, corriéndose de la posición de víctima que había sido sorprendida ingenuamente como si se tratase de un adolescente inexperto.

Si bien él nunca había sido el generador de ninguna situación confusa, la realidad era que tampoco le había puesto un límite o un freno cortante a las insinuaciones o actitudes medio zafadas que venía teniendo Alejandro.

Un mensaje de Marina acababa de entrar en su celular preguntándole por dónde andaba. Aquiles le respondió que estaba en camino de regreso. Se dirigió hacia el auto, puso música y emprendió tranquilamente el trayecto hacia su departamento, sintiéndose más sereno, casi como si nada hubiese sucedido.

Dejó el auto en la cochera, subió a su departamento y saludó a Marina, que se encontraba en la cocina preparando la cena.

–Te quedaste hasta tarde en la oficina –dijo Marina.

–No, en verdad no... me fui más temprano, solo que Marcos me pidió si de camino podía dejarle a Alejandro unos documentos para que trabajara en su casa.

–Ah... ¿Y cuándo regresa a la oficina? –preguntó Marina.

–Supongo que la semana próxima... de todas maneras, lo que hace en la oficina lo puede hacer en su departamento; solo que Marcos debe arreglárselas solo en Tribunales –respondió Aquiles, dando por cerrado el tema.

–Vos ¿todo en orden? –preguntó Aquiles.

–Todo tranquilo, sin novedades –respondió Marina.

–¿Tengo tiempo de bajar un rato a nadar? –preguntó Aquiles.

–Cuarenta y cinco minutos y cenamos –respondió Marina.

Aquiles le dio otro beso y se dirigió al vestidor para cambiarse. Tenía la necesidad de relajarse luego de haber vivido momentos cargados de tensión. Se quitó la ropa, que dejó tirada en el piso y agarró la indumentaria de natación.

–En un rato vuelvo –gritó, mientras que cerraba la puerta del departamento.

Era el horario de la cena, por lo que en la piscina no había nadie. Dejó sus pertenencias sobre una reposera y se sumergió en el agua para comenzar a nadar, sintiendo como la temperatura templada comenzaba a relajarlo.

Pasados unos cuarenta minutos, regresó al departamento, se dio una rápida ducha y se sentó en el comedor diario frente a Marina para compartir la cena.

–Te sonó el celular y como vi que era Adrián contesté –dijo Marina.

–Ah sí, hoy hablamos y quedamos en que quizá mañana nos juntásemos a desayunar o a almorzar –respondió Aquiles.

–Raro durante la semana –dijo Marina.

–Sí, no lo hacemos nunca, pero hoy se dieron un par de temas sobre los que queríamos charlar, y para no hacerlo por teléfono ni esperar al fin de semana, decidimos vernos mañana –respondió Aquiles.

–Me parece bien –dijo Marina.

Terminaron de cenar y Aquiles le dijo a Marina que se tirara en el sillón a ver un poco de TV, mientras que él se ocupaba de levantar las cosas de la mesa y de lavar la vajilla.

Terminó de ordenar todo y agarró el celular para contactarse con Adrián, quedando en que se encontrarían a desayunar en el puerto de Olivos tipo nueve.

Aquiles se dirigió al living, y luego de permanecer un rato haciéndole compañía a Marina, tras una escala en el baño, se metió en la cama y rápidamente quedó dormido.

Capítulo 2
Noche agitada, desayuno picante

Aquiles percibió que el cuerpo de Marina estaba pegado al suyo y sintió como le agarraba el miembro con una mano. A pesar del sueño y del cansancio, tuvo una inmediata erección y Marina, sin demoras, lo volcó de espaldas a la cama y se montó sobre él para satisfacer su libido que aumentaba día a día.

Aquiles permaneció inmóvil, con los ojos cerrados, sintiendo como su miembro era succionado por la vagina de su mujer.

Marina lo cabalgaba sin detenerse y cada vez a un ritmo más veloz, mientras que, con ambas manos, recorría el pecho de Aquiles, peinando con sus dedos los espesos vellos negros.

Aquiles sintió que estaba a punto de venirse y en ese instante, escuchó un fuerte gemido que emitía Marina, mientras que arqueaba su espalda casi descontroladamente, producto del orgasmo que estaba experimentando.

Aquiles sintió que ya estaba y sin intención de prolongar más la sesión de sexo, se entregó al placer de disfrutar su propio orgasmo, dejando que la energía fluyera libremente, descargando su semen dentro de ella. Pudo percibir claramente como tres chorros potentes salían disparados de su uretra y así, inmóvil como estaba, volvió a quedarse dormido.

Detrás de los tules blancos que colgaban por sobre la cama y con el sonido del mar de fondo, pudo ver la imagen de Marina sentada sobre la cama y como la mano de Cristie comenzaba a acariciar su rostro bronceado, acercando lentamente su cara a la de ella, para estamparle un dulce beso sobre los labios...

Aún sin entender como Marina estaba permitiendo que Cristie hiciera eso, la situación le produjo un morbo particular que nunca antes había experimentado. Jamás se le había ocurrido la idea de que Marina pudiese besarse con otra mujer y mucho menos, el hecho de estar siendo espectador de la escena.

De pronto, sintió que la mano de Ethan se apoyaba firmemente sobre su cuádriceps, y avanzaba lentamente pero sin pausa hacia su entrepierna.

Aquiles se sintió paralizado; quiso moverse y reaccionar para escaparse de esa situación perturbadora, pero no pudo. Ethan, finalmente había alcanzado su objetivo y comenzaba a manosearle el bulto, mientras que con su torso avanzaba sobre él y poniendo la otra mano sobre su pecho, lo dejaba recostado de espaldas sobre el camastro, imposibilitado de moverse, logrando finalmente que sus bocas se unieron en un beso.

Pudo girar la cabeza y vio nuevamente a Marina, que cediendo a los encantos de Cristie, se dejaba caer de espaldas y plácidamente sobre la cama.

No podía ser real, Marina no podía estar haciendo eso y él tampoco podía estar permitiendo que Ethan lo manipulara de esa manera, aunque, luego de lo acontecido con Alejandro, ya no sabía que podía hacer o dejar de hacer, que valía y que no, que estaba permitido y que estaba prohibido.

El tremendo estruendo de un trueno lo hizo despertar sobresaltado y sudoroso. Le llevó unos segundos darse cuenta de que estaba en su cama, dentro de su departamento, con Marina durmiendo plácidamente a su lado, y que lo que acababa de vivir había sido solo parte de un sueño.

Inevitablemente, recordó lo que realmente había sucedido aquella noche en la Riviera y pensó en si el sueño que acababa de tener no era la expresión inconsciente de lo que realmente hubiese deseado que sucediera. Pensó en si su cabeza no había elaborado esa historia como para satisfacer de manera fantasiosa lo que él se había negado a plasmar en la realidad.

Las imágenes de Cristie, Ethan, Marina y de lo sucedido la tarde anterior con Alejandro, comenzaron a estallar dentro de su cabeza.

Se incorporó y fue hacia la cocina para buscar hielo y agua. Pasó el vidrio frío del vaso por su frente, hizo una escala en el baño para orinar y lavó su miembro, que sintió pegajoso por los fluidos ya secos de la sesión de sexo. Regresó a la cama con el deseo de no ser perturbado más por ese tipo de fantasías y sin mucha demora, volvió a quedarse dormido.

 

El sonido del despertador interrumpió el apacible y profundo sueño en el que Aquiles estaba inmerso.

Lo apagó rápidamente y viendo que Marina no había acusado recibo al sonido de la alarma, se levantó y fue directamente al baño para meterse bajo la ducha.

Recordó lo que había soñado y repasó en su mente aquella noche, pensando y fantaseando sobre cómo podrían haberse desarrollado las cosas si ambos hubiesen aceptado la propuesta de los canadienses.

También repasó lo acontecido en el departamento de Alejandro y sintió vergüenza por la situación; no tanto por haber permitido que Alejandro le diera un beso, sino por el beso que él le había dado antes de irse. Sobre esto último, no había excusas, atenuantes, ni explicaciones.

Aquiles, luego de su primera reacción, podría haberse ido enojado y hasta dando un portazo; en lugar de eso, le había devuelto el beso, dejando a Alejandro un tanto confundido.

Se dio cuenta de que estaba experimentado una erección espontánea y tuvo la urgente necesidad de masturbarse, cosa que hizo, jugando con la espuma del jabón sobre su sexo. A pesar de la eyaculación que había tenido hacía apenas algunas horas, rápida pudo descargar.

Salió de la ducha, se secó y fue hacia el vestidor. Por causa del desayuno planificado junto a Adrián, ese día no iría al gym, por lo que eligió ponerse un pantalón clásico color natural, una camisa celeste y zapatos náuticos.

Regresó al dormitorio y vio que Marina ya estaba despierta, pero que aún remoloneaba en la cama.

–Buenos días –dijo Aquiles, acercándose a la cama para darle un beso.

–Buenos días –respondió Marina, tras lo que se dieron un beso en los labios.

–¿Qué sucedió anoche? –preguntó Aquiles con tono pícaro y dibujando una sonrisa burlona.

–Necesitaba descargar energías y como respondiste automáticamente, me subí; de lo contrario me hubiese tenido que masturbar –respondió Marina, si ningún tipo de prejuicio.

–Sí... me di cuenta de que estabas un tanto excitada; yo sinceramente, no me podía mover –respondió Aquiles.

–Pero igual tuviste lo tuyo –dijo Marina, haciendo referencia a que Aquiles había eyaculado.

–Sí, sí... acabé y me quedé dormido automáticamente –respondió Aquiles.

–Y a vos ¿qué te pasó anoche? Dabas vueltas sin parar en la cama, hasta que me dormí y no escuché más nada –dijo Marina.

–Ah... sí; tuve un sueño raro y después me despertó el ruido de un trueno tremendo; fui a la cocina a buscar agua, pasé por el baño y volví a la cama –dijo Aquiles.

–¿Un trueno?, ¿llovió? –preguntó Marina, que acostumbraba a dormir profundamente sin que nada la perturbara y salvo por el movimiento de Aquiles, no había escuchado el trueno, ni que Aquiles se hubiese levantado.

–Sí, llovió bastante anoche –dijo Aquiles.

–¿Y de qué se trató ese sueño raro? –preguntó Marina intrigada.

–Soñé con Cristie y con Ethan, que estábamos en México... después te cuento que se me hace tarde –respondió Aquiles, que se acercó nuevamente a Marina, le dio un beso, salió del cuarto y tras agarrar su billetera y las llaves, se dirigió al estacionamiento del edificio, dejándola intrigada.

El día estaba nublado y aún amenazaba con seguir lloviendo, por lo que el tráfico estaba más cargado que de costumbre y se debía manejar con más precaución que lo habitual.

Recibió un mensaje de Adrián, diciéndole que en diez minutos llegaría a la confitería; Aquiles le respondió con un audio diciéndole que ya estaba en camino. En pocos minutos, estaba estacionando su auto al lado del auto de Adrián.

Por el horario y el clima reinante, la zona estaba muy poco concurrida, panorama absolutamente distinto al que se presentaba los fines de semana, especialmente si los días estaban lindos.

Bajó del auto y vio a través de los ventanales que Adrián ya estaba instalado en una mesa y que hablaba por teléfono. Ingresó, saludó a uno de los camareros y se dirigió al encuentro de su amigo.

Adrián le hizo un gesto como diciéndole que le diera unos segundos para terminar con el llamado.

Ciertamente, Aquiles se sentía nervioso, porque no tenía muy claro cómo encarar la conversación, aunque no había muchas vueltas que darle. Después de todo, lo que había sucedido, o al menos parte de ello, ya se lo había adelantado telefónicamente.

–¿Cómo va? –dijo Adrián a modo de saludo al finalizar la llamada.

–Acá andamos –respondió Aquiles.

Se acercó un camarero y les ofreció el menú. Ambos decidieron que no era necesario y pidieron jugo de naranja, café con leche y cuatro medialunas de manteca para cada uno.

–Bueno, dale... largá lo que te sucedió así descargas tu angustia –dijo Adrián sin dar vueltas.

–A ver... para que entiendas un poco lo que sucedió ayer, debería comenzar por el principio –dijo Aquiles.

–Ah... pero entonces ya habían sucedido otras cosas –dijo Adrián.

–Nada como lo de ayer, pero viéndolo en retrospectiva, quizá fueron cosas que se fueron gestando y que desencadenaron en lo que finalmente sucedió ayer –dijo Aquiles.

–Bueno, arrancá por el principio entonces –dijo Adrián.

–Si tengo que pensar en un principio, claramente fue aquel episodio en el que, primero Marcos y luego yo, vimos lo del videochat en la computadora de Alejandro –arrancó diciendo Aquiles.

–Pero ¿qué tiene que ver eso con lo que te sucedió ayer? –preguntó Adrián.

–De manera directa, nada, pero si lo pienso, fue la primera vez en la que estuve frente a un flaco que anduviese en esas cosas, me refiero a temas relacionados con la bisexualidad –dijo Aquiles.

–La primera vez que lo supiste, porque seguramente, estuviste miles de veces frente a tipos que están en lo mismo y vos no tuviste ni idea –dijo Adrián, como si para él fuese un tema sin trascendencia y superado.

–Bueno, ponele que fuese así ... –dijo Aquiles, sorprendido por el comentario de Adrián.

–¿Y entonces? –preguntó Adrián.

–En aquel momento, fui yo el que lo encaró para decirle que tanto Marcos como yo lo habíamos visto y le dije que no teníamos ningún tipo de historia con lo que él hiciera en su vida privada, pero le pedí que no lo hiciera más en la oficina.

–Sí, me acuerdo de ese episodio... ¿Y? –dijo Adrián.

–Bueno... te acordás que como Marina no quedaba embarazada decidí hacerme un espermograma y como tenía el laboratorio a unas cuadras de la oficina, un mediodía en el que todos se habían ido a almorzar, lo utilicé para pajearme en el baño y llevar la muestra.

–¿Y? –preguntó Adrián.

–Resulta que, para estimularme, busqué en el celular alguna película porno y lo primero que apareció fue la de un trío de dos flacos y una mina que se daban entre ellos –contaba Aquiles.

–Los dos tipos le daban a la mina –dijo Adrián.

–Al principio sí, pero después se dieron entre ellos –dijo Aquiles.

–Ah.... eran bisexuales los tipos –dijo Adrián.

–Sí, claramente si –dijo Aquiles.

–Y te calentaste con eso –dijo Adrián.

–La verdad es que nunca había visto a dos flacos garchando, pero me dio morbo la situación de verlos con una mina y dándose entre todos –dijo Aquiles.

–Sigo sin entender que tiene que ver Alejandro y lo que te sucedió ayer con todo esto –dijo Adrián.

–Pará que sigo –dijo Aquiles.

Interrumpió el camarero que dejaba sobre la mesa el desayuno, que comenzaron a disfrutar sin demoras.

–¡Qué buenas están estas medialunas! –exclamó Adrián.

–De lo mejor de la zona –acotó Aquiles.

–Bueno, dale... seguí contando –dijo Adrián.

–Yo me había encerrado en mi oficina para pajearme mientras que veía el video y cuando sentí que me estaba por venir, salí disparado para el baño y dejé mi celular sobre el escritorio. Me metí en el baño, acabé dentro del recipiente y al salir, lo veo a Alejandro parado frente al espejo lavándose las manos y mirándome con una sonrisa medio sobradora... nos saludamos y me fui corriendo hacia el laboratorio.

–¿Y pensás que él se dio cuenta de que te estabas pajeando? –preguntó Adrián.

–En ese momento pensé que probablemente sí se hubiese dado cuenta... aunque, por otro lado, tampoco era algo tremendo lo que yo estaba haciendo y tampoco lo hacía por calentón, sino que para hacerme un estudio –dijo Aquiles.

–Sí, lógico –acotó Adrián.

–Estoy tratando de ordenar las cosas cronológicamente como para que entiendas mejor, porque me voy acordando de detalles que ya los había borrado... –dijo Aquiles, que continuó hablando– la semana siguiente al fin de semana en el que salimos todos a navegar en tu velero, fui a almorzar con Alejandro y no sé muy bien cómo se dieron las cosas, pero comenzó a explayarse sobre su vida sexual y sobre las experiencias que había tenido con otros tipos. Algunas cosas ya me había contado las veces que nos quedamos solos a tomar algo luego de los partidos de fútbol y la verdad es que yo, haciéndome el distraído, le decía que si quería contarme, que me contara, como si realmente no tuviese demasiado interés, pero ciertamente, me había generado algo de morbo el tema. Me intrigaba saber cómo era eso de verlo tan machito, que tuviese novia y que al mismo tiempo tuviese historias con flacos.