El león y el unicornio y otros ensayos

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Cuando sonó el gong, los dos jadeaban pesadamente, y ambos tenían grandes marcas enrojecidas en el pecho. A Bill le sangraba el mentón, Ben tenía un corte en la ceja derecha.

Cada cual se fue rendido a su rincón, pero cuando volvió a sonar el gong estaban los dos en pie, aprestándose como un tigre contra el otro.18

Echó a caminar como una bestia y me descargó un garrotazo en toda la cara. Manó la sangre a borbotones y caí para atrás, a pesar de lo cual me rehice y le lancé un derechazo al corazón. Otro derechazo alcanzó de lleno a Ben en toda la boca, que ya tenía aplastada; escupiendo los fragmentos de una muela, me lanzó un izquierdazo al costado.19

Era asombroso ver a la Pantera Negra en acción. Los músculos se le ondulaban y se le tensaban bajo la negrura de la piel. En su ágil, terrible ataque, se notaba todo el poderío y toda la elegancia de un felino negro y gigante.

Lanzaba los golpes con una velocidad desconcertante para ser tan grandullón. En cuestión de momentos, Ben sólo pudo limitarse a bloquear sus intentonas de la mejor manera que supo. Ben era de hecho un maestro de la defensa. Muchas victorias le avalaban. Pero los derechazos y los izquierdazos del negro pasaban por aberturas que ningún otro boxeador habría sabido encontrar.20

Los segadores apiñados en el peso de la descarga de los monarcas del bosque aplastados bajo el hacha se lanzaron en los cuerpos de los dos pesos pesados que intercambiaban golpes.21

Nótese cuánto más expertos suenan los dos extractos norteamericanos. Están escritos para los devotos del cuadrilátero, y no es así en los otros dos. Asimismo, conviene hacer hincapié en que, a su nivel, el código moral de los semanarios juveniles ingleses es aceptable. La delincuencia y la falta de honestidad nunca suscitan la menor admiración. No existe el cinismo y la corrupción que se da en las historias de gángsteres norteamericanos. Las enormes ventas que tienen las revistas norteamericanas en Inglaterra demuestran que hay una demanda considerable de ese género, aunque muy pocos escritores ingleses parezcan capaces de producirlo. Cuando el odio a Hitler pasó a ser una emoción generalizada en los Estados Unidos, fue interesante comprobar qué rápidamente se adaptó el “antifascismo” a los propósitos pornográficos que animan a los directores de las revistas norteamericanas. Una revista que tengo delante de mí dedicó un número entero a un relato largo, completo, titulado “Cuando llegó el infierno a Norteamérica”, en la cual los agentes de un “dictador europeo enloquecido y ávido de sangre” tratan de conquistar los Estados Unidos ayudados por rayos mortíferos y aviones invisibles. Se da un muy sincero llamamiento al sadismo, hay escenas en las que los nazis atan las bombas a la espalda de las mujeres y las lanzan desde las alturas para verlas estallar en mil pedazos; hay otras en las que atan a dos muchachas desnudas por el pelo y las pinchan con cuchillos para obligarlas a bailar, etc., etc. El director comenta con solemnidad todo esto, y lo emplea como argumento para reforzar las restricciones a la inmigración. En otra página del mismo número: “las vidas de las coristas de hotcha. Revela todos los secretos íntimos y los fascinantes pasatiempos de las famosas coristas de Hotcha, Broadway. no se omite nada. Precio: 10 centavos.” “cómo aprender a amar. 10 centavos.” “foto de un ring en francia. 25 centavos.” “desnudos traviesos. Por fuera del cristal se ve a una bella muchacha vestida con toda inocencia. Se le da la vuelta y ¡vaya diferencia! Conjunto de 3 cristales, 25 centavos.” Etc., etcétera. No hay nada así en la prensa británica, nada que sea susceptible de que lo lean los jóvenes. Sin embargo, el proceso de norteamericanización sigue adelante. El ideal norteamericano, el “hombre varonil”, el “tipo duro”, el gorila que deshace entuertos a mamporro limpio, es figura habitual en la mayoría de los semanarios para jóvenes. En una serie que ahora publica por entregas Skipper, aparece siempre retratado de manera ominosa, armado con una cachiporra.

El desarrollo de Wizard, Hotspur, etc., al contrario que los semanarios juveniles más antiguos, se reduce a esto: mejor técnica, más interés científico, más derramamiento de sangre, más adoración a los cabecillas. Pero a fin de cuentas resulta que la falta de desarrollo es lo más pasmoso.

Para empezar, no hay desarrollo político de ninguna clase. El mundo de Skipper y de Champion sigue siendo el mundo anterior a 1914, el mismo de Magnet y de Gem. El relato del Salvaje Oeste, por ejemplo, con los vaqueros, los linchamientos y demás parafernalia, es propio de los años ochenta [del siglo xix]. Es una curiosidad arcaica. Vale la pena señalar que en los semanarios de este tipo siempre se da por sentado que las aventuras solamente tienen lugar en los confines de la tierra, en las selvas tropicales, en las llanuras del Ártico, en los desiertos africanos, en las praderas del Oeste norteamericano, en los fumaderos de opio de China en cualquier lugar, de hecho, salvo allí donde las cosas de veras suceden. Ésta es una creencia que data de hace treinta o cuarenta años, cuando los nuevos continentes aún estaban abriéndose poco a poco a la colonización. Hoy, evidentemente, si uno quiere aventuras, el lugar idóneo es Europa. Pero al margen de la faceta pintoresca de la Gran Guerra, la historia contemporánea queda cuidadosamente excluida de estas publicaciones. Y con la particularidad de que hoy a los norteamericanos se les admira, en vez de ser motivo de burla, los extranjeros siguen siendo las mismas figuras cómicas de siempre. Si aparece un chino, siempre será con la siniestra coleta, con el aire de contrabandista de opio propio de la obra de Sax Rohmer. No hay indicio de que haya pasado nada en China desde 1912. No se dice nada, por ejemplo, de que allí se libre ahora una guerra. Si aparece un español, sigue siendo el tipo malencarado que lía cigarrillos y acuchilla a otro por la espalda. Ni el menor indicio de lo que ha ocurrido en España. Hitler y los nazis aún no han hecho acto de presencia, o apenas empiezan a hacerlo. Seguro que será una presencia abundante dentro de muy poco, aunque sea desde un punto de vista estrictamente patriótico (Gran Bretaña contra Alemania), dejando al margen en la medida de lo posible el verdadero significado de la pugna. En cuanto a la Revolución Rusa, es sumamente difícil encontrar ninguna referencia en estas publicaciones. Cuando aparece Rusia, es por lo general en un pasaje informativo (ejemplo: “En la urss hay veintinueve mil personas con más de cien años de edad”), y toda referencia a la revolución es indirecta y errónea en cuanto a las fechas. En un relato de Rover, por ejemplo, alguien tiene un oso domesticado, y como es un oso ruso se le llama Trotski, obviamente un eco del periodo de 1917-1923 sin ninguna relación con las controversias recientes. El reloj se ha detenido en 1910. Britannia rige las olas, y nadie tiene conocimiento de las crisis económicas, de los booms, del desempleo, de las dictaduras, las purgas o los campos de concentración.

En cuanto a la panorámica social, apenas se nota el menor avance. El esnobismo es algo menos manifiesto que en Gem y en Magnet, eso es lo máximo que se puede decir. De entrada, el relato de tema colegial, siempre dependiente en gran parte del atractivo de lo esnob, no ha desaparecido de ninguna manera. Todos los números de los semanarios juveniles incluyen al menos un relato colegial, que son más numerosos, aunque por poco, que los del Salvaje Oeste. La muy elaborada vida de fantasía que se predica en Gem y en Magnet no llega a imitarse conscientemente, y se hace más hincapié en lo aventurero, aunque el ambiente social (las antiguas piedras grises) sigue siendo muy similar. Cuando se presenta un colegio nuevo al comienzo de un relato, a menudo se nos dice, con estas mismas palabras, que “era un colegio muy pijo”. De vez en cuando aparece una historia ostensiblemente intencionada contra el esnobismo. El muchacho becado (Tom Redwing en Magnet) tiene apariciones frecuentes, y lo que es en esencia el mismo tema se presenta a veces de esta forma: hay una intensa rivalidad entre dos colegios, uno de los cuales se considera más “pijo” que el otro, y hay peleas, bromas, partidos de fútbol, etcétera, que siempre terminan con la desgracia de los esnobs. Tras una mirada muy superficial al examinar algunos de estos episodios, es fácil imaginar que se ha colado cierto espíritu democrático en los semanarios juveniles, pero con una mirada más atenta se ve que sólo reflejan los celos enquistados que se dan dentro de la clase de los cuellos blancos. Su verdadera función consiste en permitir al chico que va a un colegio privado de los más baratos (no a un colegio municipal o estatal) la sensación de que su colegio es igual de “pijo” que Winchester o Eton. El sentimiento de lealtad colegial (“Somos mejores que aquellos otros”), algo casi del todo desconocido en la verdadera clase obrera, se sigue manteniendo tal cual. Como estos relatos son obra de autores muy diversos, varían, qué duda cabe, en cuanto al tono. Algunos se hallan razonablemente libres de esnobismo, mientras otros explotan el dinero y la alcurnia con más desvergüenza incluso que en Gem y en Magnet. En uno de los que he encontrado, la mayoría de los alumnos eran de procedencia nobiliaria.

Si aparecen personajes de la clase obrera, suele ser como figuras cómicas (bromas con mendigos, presidiarios, etc.), o como luchadores profesionales, acróbatas, vaqueros, futbolistas profesionales o soldados de la Legión Extranjera, es decir, como aventureros. No se hace frente a las realidades de la vida de la clase obrera, ni tampoco se habla del trabajo bajo ningún concepto. Muy de vez en cuando es posible topar con una descripción realista, digamos, del trabajo en una mina de carbón, aunque con toda probabilidad sólo sea como trasfondo de alguna aventura rocambolesca. En cualquier caso, el personaje central rara vez será un minero. Casi en todo momento, el muchacho que lee estos semanarios –en nueve de cada diez casos, un muchacho que va a terminar por pasar la vida trabajando en una tienda, en una fábrica, en un empleo de subordinado en una oficina– se ve llevado a identificarse con las personas que ocupan los puestos de mando, sobre todo las personas que nunca han tenido el menor problema por escasez de dinero. La figura al estilo de lord Peter Wimsey, el idiota sólo en apariencia, que tartamudea y lleva monóculo pero que siempre sabe reaccionar como corresponde en los momentos de peligro, aparece una y otra vez. (Este personaje es uno de los preferidos en los relatos de espías.) Y, como es costumbre, los personajes heroicos hablan el inglés de la bbc; otros tal vez hablen con acento escocés o irlandés o norteamericano, pero ninguno de los estelares deja de pronunciar debidamente las haches. Vale la pena comparar el ambiente social de los semanarios juveniles con el de la prensa femenina, Oracle, Family Star, Peg’s Paper, etcétera.

 

La prensa femenina está destinada a un público de mayor edad, aunque la leen sobre todo las chicas que ya trabajan para ganarse la vida. Por consiguiente, son en la superficie mucho más realistas. Por ejemplo, se da por sentado que todo el mundo tiene que vivir en una gran ciudad y tiene que trabajar en un empleo más o menos tedioso. El sexo, lejos de ser tabú, es el tema principal de estas publicaciones. Los relatos breves, siempre completos, que son material específico de estas revistas, son en general del tipo “y entonces amaneció”: la heroína evita por poco perder a su “chico” ante una rival taimada o bien el “chico” se queda sin tra­­bajo y ha de aplazar la boda, aunque a su debido tiempo consigue un trabajo mejor. La fantasía del niño sustituido por otro al nacer (una muchacha que se ha criado en un hogar bien pobre es “en realidad” la hija de una pareja adinerada) es otro de los motivos habituales. Allí donde surge el sensacionalismo, por lo común en los seriales, surge del tipo de delito más doméstico, como es la bigamia, la falsificación o, a veces, el asesinato; no hay marcianos, rayos mortíferos, bandas de anarquistas internacionales. Este tipo de revistas apunta en todo caso a la verosimilitud, y mantiene un vínculo con la vida real en la sección de cartas, donde se comentan problemas muy reales. La columna de consejos que publica Ruby M. Ayres en Oracle, por ejemplo, es sumamente sensata y está muy bien escrita. Con todo y con eso, el mundo de Oracle y de Peg’s Paper es un mundo de pura fantasía. Se trata de la misma fantasía en todo momento: fingir que uno es más rico de lo que es en realidad. La principal impresión que se tiene es la que proviene de casi todos los relatos recogidos en estos semanarios: de un “refinamiento” terrorífico, abrumador. De manera ostensible, los personajes son de clase obrera, aunque sus costumbres, el interior de sus casas, su ropa, su apariencia física y, sobre todo, su manera de hablar son totalmente propios de la clase media. Todos viven con varias libras a la semana por encima de su nivel de ingresos. Y ni que decir tiene que ésa es justamente la impresión que se pretende transmitir. La idea consiste en dar a la aburrida obrera de una fábrica o a la desgastada madre de cinco hijos una vida de ensueño con la que se pueda identificar imaginariamente, no ya como una duquesa (esa convención ha desaparecido), sino al menos como la esposa de un director de banco. No sólo se ponen unos ingresos de cinco o seis libras a la semana como ideal de vida, sino que tácitamente se da por supuesto que así es como la clase obrera puede vivir y de veras vive. Los hechos esenciales no se contemplan. Se admite, por ejemplo, que a veces uno se queda sin trabajo, pero los negros nubarrones siempre terminan por pasar de largo, y la situación mejora. Nada se dice acerca de que el desempleo pueda ser algo permanente e inevitable, nada se dice del paro, nada se dice del sindicalismo. No hay un solo indicio de que pueda haber algo erróneo en el sistema en cuanto tal; sólo tienen lugar infortunios individuales, que en general se deben a la perversidad de alguien, y que en todo caso se pueden arreglar cuando llegue el último capítulo. Siempre se disipan las nubes, siempre aparece un amable empresario que contrata a quien no tenía trabajo o bien decide subirle el salario a Alfred, y hay trabajo para todos, salvo para los alcohólicos. Seguimos en el mundo de Wizard y de Gem, sólo que hay narcisos en lugar de ametralladoras.

La mentalidad que se inculca en estos semanarios es la de un integrante excepcionalmente estúpido de la Navy League en 1910. Sí, todo eso se puede decir, pero ¿qué más da? En cualquier caso, ¿qué te esperabas?

Claro está que nadie en su sano juicio aspirará a que los tostones de a penique se conviertan en una novela realista ni en un tratado socialista. Un relato de aventuras por su propia naturaleza ha de estar más o menos alejado, y mucho, de la vida real. Pero tal como he intentado dejar claro, la irrealidad de Wizard y de Gem no es tan inocente como parece. Estas publicaciones existen porque hay una demanda especializada de ellas, porque los chicos de ciertas edades creen que tienen la necesidad de leer algo acerca de los marcianos, los rayos mortíferos, los osos pardos y los gángsteres. Encuentran en ellas lo que estaban buscando, aunque se lo encuentren envuelto en las ilusiones que sus futuros jefes consideran más adecuadas para ellos. La medida en la que las personas toman sus ideas de la ficción es cuando menos discutible. Yo personalmente creo que la mayoría de las personas recibe una influencia mayor de la que reconoce en las novelas, los seriales, las películas, etcétera, y que desde este punto de vista los peores libros son a menudo los más importantes, porque son por lo común aquellos que se leen a una edad más temprana. Es probable que muchas personas que se consideran sumamente sofisticadas y “avanzadas” en realidad porten a lo largo de la vida un trasfondo imaginario que han adquirido a lo largo de la niñez, a partir, por ejemplo, de Sapper y de lan Hay. De ser así, los semanarios baratos para chicos tienen una importancia tremenda. Contienen las cosas que se leen entre los doce y los dieciocho años por parte de una proporción elevada de la población, seguramente la mayoría de los muchachos de Inglaterra, incluidos muchos que jamás leerán otra cosa que los periódicos; y con todo ello absorben un conjunto cerrado de creencias que se tendrían por algo totalmente desfasado incluso en la Sede Central del Partido Conservador. Tanto mejor, ya que se lleva a cabo de una forma indirecta, y se les insufla a esos muchachos la convicción de que los principales problemas de nuestro tiempo no existen, de que no pasa nada con el capitalismo laissez-faire, de que los extranjeros son cómicos sin la menor importancia, de que el Imperio Británico es una suerte de obra de caridad que seguirá existiendo siempre. Considérese quiénes son los dueños de estos periódicos, y entonces resulta muy difícil que todo esto no responda a una intención bien definida. De los doce semanarios que he comentado (doce, en efecto, si incluyo Thriller y Detective Weekly), siete son propiedad de Amalgamated Press, que es uno de los mayores consorcios de prensa del mundo entero y controla más de un centenar de publicaciones distintas. Gem y Magnet, por lo tanto, se hallan estrechamente ligados al Daily Telegraph y al Financial Times. Esto bastaría para despertar fundadas suspicacias, aun cuando no fuera evidente que los relatos de los semanarios están vetados políticamente. Parece darse el caso de que si uno siente la necesidad de tener una vida de fantasía en la cual viaje a Marte y luche con leones a brazo partido (¿y qué muchacho no la tiene?), sólo podrá satisfacerla entregándose por entero, mentalmente, a personas como lord Camrose. Y es que no hay competencia. En todas estas publicaciones las diferencias son despreciables, y en ese nivel no existe ninguna otra. Lo cual nos plantea una pregunta: ¿por qué no existe algo así como los semanarios juveniles de izquierdas?

A primera vista, semejante idea a uno le produce algo así como náuseas. Es espantosamente fácil imaginar cómo sería un semanario juvenil de izquierdas en caso de que existiera. Recuerdo que en 1920 o 1921 algún optimista distribuía pasquines comunistas entre un grupo de alumnos de un colegio privado. El pasquín era del tipo pregunta/respuesta:

P: ¿Puede un muchacho comunista ser un Boy Scout, camarada?

R: No, camarada.

P: ¿Y por qué, camarada?

R: Porque verás, camarada: un Boy Scout debe rendir saludo a la bandera británica, que es el símbolo de la tiranía y la opresión. Etc., etcétera.

Supongamos que en este momento alguien pusiera en marcha un semanario de izquierdas destinado esencialmente a muchachos de doce a catorce años. No quiero dar a entender que todo el contenido fuera como lo que acabo de citar, aunque ¿alguien pone en duda que sería más o menos de ese estilo? Inevitablemente, tal semanario sería algo tan tedioso como una tabla de gimnasia o bien, en caso de estar bajo influencia del comunismo, sería un cántico en loor de la Rusia soviética. En un caso y en otro, ningún muchacho normal se tomaría jamás la molestia de echarle un vistazo. Al margen de la literatura culta, toda la prensa izquierdista que existe, en la medida en que es vigorosamente izquierdista, no pasa de ser más que un panfleto. El único periódico socialista que podría sobrevivir una semana por sus propios méritos, en calidad de periódico, es el Daily Herald. ¿Y qué dosis de socialismo se cuela en las páginas del Daily Herald? En estos momentos, un periódico de sesgo izquierdista pero capaz de tener al mismo tiempo un cierto atractivo para los adolescentes corrientes es algo prácticamente imposible de concebir.

Pero de ahí no se deduce que sea inviable. No hay una sola razón más o menos clara por la cual todo relato de aventuras haya de tener tintes esnobs y una vena de patriotería impresentable. A fin de cuentas, los relatos de Hotspur y de Modern Boy no son tachados de conservadurismo; son tan sólo relatos de aventuras con un marcado sesgo conservador. Es sumamente fácil imaginar cómo podría subvertirse el proceso. Es posible, por ejemplo, imaginar un semanario como algo apasionante, vivo, como es Hotspur, aunque con una temática y una “ideología” algo más puesta al día. Es incluso posible (aunque esto plantee otras dificultades) imaginar una revista femenina con el mismo nivel literario que tiene Oracle, que tratase más o menos de los mismos relatos, aunque tomando mucho más en cuenta las realidades de la vida de la clase obrera. Este tipo de empresas se han llevado a cabo antes, aunque no en Inglaterra. En los últimos años de la monarquía española hubo una gran producción de novelitas de izquierdas, algunas de origen obviamente anarquista. Por desgracia, en el momento de su aparición no acerté a ver el significado social que revestían, y perdí la colección que tenía, aunque no cabe duda de que aún tiene que haber ejemplares que se puedan encontrar. En cuanto al planteamiento y al estilo narrativo, eran muy similares a las novelitas inglesas de cuatro peniques, con la sola peculiaridad de que su inspiración era izquierdista. Si, por ejemplo, hay un relato en el que se describe a la policía que persigue a los anarquistas por las montañas, está referido desde el punto de vista de los anarquistas, no de la policía. Un ejemplo más cercano es una película soviética titulada Chapaiev, que en Londres se ha proyectado bastantes veces. Técnicamente, según el criterio del momento en que se rodó, Chapaiev es una película de primerísima fila, aunque mentalmente, a pesar de lo desconocido del trasfondo ruso que la inspira, no se halle tan lejos de Hollywood. Lo que la saca de lo corriente es el extraordinario trabajo del actor que encarna a un oficial de los Blancos, una interpretación que parece una inspiradísima muestra de gags sucesivos. Por lo demás, el ambiente es conocido. Nos encontramos con toda la parafernalia al uso, la lucha del héroe contra todo pronóstico, las fugas en el último momento, los planos de caballos al galope, los intereses del amor, el alivio de lo cómico. La película es de hecho muy normal, con la peculiaridad de que la tendencia dominante es “izquierdista”. En una película de Hollywood sobre la guerra civil rusa, los Blancos seguramente serían los ángeles y los Rojos los demonios. Es también una mentira, pero a la larga es menos perniciosa que la otra.

Aquí se nos presentan varios problemas de difícil solución. La naturaleza general de todos ellos es evidente, y no entraré a comentarlos. Meramente me limito a señalar el hecho de que, en Inglaterra, la literatura popular es un campo en el que la izquierda jamás ha querido entrar. Toda la ficción contenida en las novelas de las enmohecidas bibliotecas está censurada según los intereses de la clase dirigente. Y sobre todo ése es el caso de la ficción juvenil, los relatos de sangre y de truenos que prácticamente todo muchacho devora en un momento u otro, que está empapada de las peores ilusiones de 1910. Éste es un hecho que sólo carece de importancia si uno cree que lo que se lee en la infancia no deja una impresión duradera. Lord Camrose y sus colegas obviamente opinan todo lo contrario. Y, a fin de cuentas, si alguien sabe de todo esto es lord Camrose.

 

Escrito en 1939, publicado en Horizon (abreviado) en marzo de 1940

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