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MEMORIAS DE POSGUERRA

DIÁLOGOS CON LA CULTURA DEL EXILIO (1939-1975)

MEMORIAS DE POSGUERRA

DIÁLOGOS CON LA CULTURA DEL EXILIO (1939-1975)

Manuel García

UNIVERSITAT DE VALÈNCIA

Esta publicación no puede ser reproducida, ni total ni parcialmente, ni registrada en, o transmitida por, un sistema de recuperación de información, en ninguna forma ni por ningún medio, ya sea fotomecánico, fotoquímico, electrónico, por fotocopia o por cualquier otro, sin el permiso previo de la editorial.

© De los textos Manuel García, 2014

© De esta edición: Publicacions de la Universitat de València, 2014

Publicacions de la universitat de valència

http://puv.uv.es

publicacions@uv.es

Diseño de la maqueta: inmaculada Mesa

Fotografía de la cubierta: Exiliados camino de México. Vapor Sinaia (1939).

© fotografía Francisco souza

Diseño de la cubierta: Celso Hernández de la Figuera

ISBN: 978-84-370-9532-5

A Eduardo García Soria,

este libro de memorias republicanas

AGRADECIMIENTOS

Esta obra ha sido posible gracias a la generosidad de los protagonistas del exilio que accedieron a ser entrevistados.

Quiero dar las gracias a todas las personas que me ayudaron a realizar este libro: Rafael Acosta de Arriba, Fernando de Almansa Moreno Barreda, Federico Álvarez Arregui, Teresa Álvarez Aub, Angélica Arenal (†), Elena, María Luisa y Carmen Aub Barjau, Alejandro Aura (†), Roseta Ballester, Huberto Batis, Félix Beltrán, Walter Boelsterly Urrutia, Juan Manuel Bonet, Alba Cama Rojo (†), André Camp (†), María-Luisa Capella, Rosa Casanova García, Alejandro Castellanos Cadena, Ciprià y Consuelo Císcar Casabán, Helen Climent (†), Pilar, Lucía y Helena Climent, Teresa del Conde, Ángel Cosmos (†), Juan-Ignacio Cueto Ruiz Funes, Jorge Domingo Cuadriello, Gerardo Estrada, Montserrat Galí, Fernando Gamboa (†), Moisés Gamero de la Fuente (†), Neus Espresate, Xochitl Figueroa López, Foto Hermanos Mayo, Guadalupe y Nela Gaos Ballester, Julieta Giménez Cacho, Marta Hoffman, Nora Horna, Jesús Huguet, Mercedes Iturbe Argüelles (†), Miriam Kaiser, María Lagunes, Clara E. Lida, Elisa Lozano, Amando Llopis, Merry MacMasters, Mauricio Maillé, Gerard Malgat, Jorge Alberto Manrique, José Luis Martínez Hernández, José-Manuel Mata Castillón, José Antonio Matesanz, Nina Menocal, Eugenia Meyer, Malena Mijares, Aurora Montaño, Mónica Montes Flores, John Mraz, Santiago Muñoz Bastide, José María Muriá, Leonor Ortiz Monasterio, Marta Palau, Emili Payá, Ana-María y Teresa Pecanins (†), Yany Pecanins, Alicia Pardo, Ernesto Peñaloza, Carlos Pérez García (†), Juana María Perujo, Sergio Pich Romero (†), Dolores Plá Brugat, Ambra Polidori, Elena Poniatowska, José Puche Planas (†), David Ramón, Teresa Renau Ballester, Rosana y Marcela Renau Aymamí, Jorge Renau García (†), Helly Reuter, Luis Rius, Coni Robinson, José Vicente Rodríguez Muñoz, José Rodríguez Feo (†), Vicente Rojo, Blanca Ruiz, Concepción Ruiz Funes (†), Armando Saenz Carrillo, Leonor Sarmiento, Silvia y Maya Segarra Lagunes, Joaquín Segarra Irazábal, Carmen Serra Puche, Elidé Soberanis, Manuel Suárez Suárez (†), Raquel Tibol, Francisco Ignacio Taibo (†), Eva María Thiele, José Luis Tomé, Iván Trujillo Bolio, Juan Carlos Valdéz Marín, James Valender, Eduardo Vázquez, Jaime Velez Storey, RicardoVinós, etc.

Mi gratitud a la ayuda prestada por los directores y técnicos de los archivos, bibliotecas, hemerotecas y museos: Archivo General de la Nación (México), Sistema Nacional de Fototecas (Pachuca), Hemeroteca Nacional de México, Centro Nacional de Investigación y Difusión de las Artes Plásticas de México, Museo de Antropología de México, Museo Soumaya (México), Sala de Arte Público Siqueiros (México), Ateneo Español de México, Casa Regional Valenciana de México y Casal Catalá de México, Archivo General de la Guerra Civil Española del Ministerio de Cultura (Salamanca), Archivo General de la Administración Civil del Estado (Alcalá de Henares), Biblioteca Nacional (Madrid), Hemeroteca de la Villa y Hemeroteca Nacional (Madrid), Biblioteca Valenciana y Biblioteca del InstitutoValenciano de Arte Moderno, Fundación Pablo Iglesias (Alcalá de Henares), Fundación Max Aub (Segorbe), Fundació Josep Renau (Valencia).

Este libro está ilustrado gracias a la colaboración de los fotógrafos José Aleixandre, Lola Álvarez Bravo (México), José García Poveda, Amparo Giner (†), Michael Gutman, Foto Hermanos Mayo, Elsa Medina (México), Manuel Molines (†), Ferràn Montenegro, José-Vicente Rodríguez Muñoz, Ricardo Salazar (México), Jordi Vicent, etc.

SUMARIO

PRÓLOGO, Francisco Caudet

LA DIÁSPORA CULTURAL DE POSGUERRA, Manuel García

LOS MEXICANOS

Juan de la Cabada, escritor

José Chávez Morado, pintor y grabador

Fernando Gamboa, museógrafo

José Luis Martínez, académico

Octavio Paz, escritor

LOS ARTISTAS EUROPEOS

Kati Horna, fotógrafa

Walter Reuter, fotógrafo

LOS EXILIADOS ESPAÑOLES

Luis Alcoriza, director de cine

Paloma Altolaguirre, pintora

Federico Álvarez, profesor

Antonio Ballester, escultor

Manuela Ballester, pintora

Augusto Benedico, actor de teatro, cine y televisión

José Bolea, escritor y editor

Álvaro Custodio, director de teatro

José Estruch, director de teatro

Ángel Gaos, escritor

Santiago Genovés, antropólogo

Juan Gil-Albert, escritor

Luis de llano Palmer, productor de televisión

Faustino Mayo, fotógrafo

Julio Mayo, fotógrafo

Concha Méndez, escritora

José Ricardo Morales, dramaturgo

José Renau, artista y escritor

Juan Renau, pintor y escritor

Antonio Rodríguez luna, pintor

Adolfo Sánchez Vázquez, filósofo

Enrique Segarra, arquitecto

Rafael Segovia, politólogo

Luis Suárez, periodista

EL ÉXODO DE LA POSGUERRA

José Guerrero, pintor

Eusebio Sempere, pintor

LOS HIJOS DEL EXILIO

Ruy Renau Ballester, profesor

Jorge Ballester Bonilla, pintor


Artistas y escritores españoles en el vapor Vendamm, 1939. (Foto: José Renau/Arxiu Fundació Renau)

PRÓLOGO

Muchos fueron los desastres producidos por la guerra civil de 1936. Uno de esos desastres, que resulta en extremo sintomático pues compendia el nefasto resultado de aquella catástrofe, tiene que ver con la disolución de un proyecto de transformación, en profundidad y bajo el signo de lo colectivo, de la vida española. Un proyecto de transformación que, a lo largo de la década de los años treinta, acabó inflexionando también –no podía ser menos– el signo de la cultura.

Empleo el concepto de «lo colectivo» en un sentido, sin renunciar a ningún matiz, amplio. Porque si ese concepto remite a una interpretación ideológica y política que compartían, con variaciones sin duda importantes, socialistas, anarquistas o comunistas –también amplios sectores del republicanismo–, no es menos cierto que ese debate afectó asimismo –y muy decisivamente– a la producción y distribución de bienes culturales. La vanguardia, cuanto en ella había de torre de marfil, de solipsismo, tuvo que ir abriéndose a la plaza pública, al otro. El debate teórico en torno a estos extremos se llevó a cabo con una insistencia, y unos medios y maneras, distintos y plurales que ponen de manifiesto, entre otras cosas, el grado de actualidad que en aquellos años habían alcanzado esas cuestiones. Quienes alentaron y patrocinaron el alzamiento armado, alentaron y patrocinaron igualmente el final de ese debate, que afectaba a las relaciones sociales y económicas del país y, claro está, a la cultura que estaba en consonancia con esas nuevas relaciones.

La integración del intelectual y el artista –pensador, pintor, novelista, poeta, músico...– en el organismo social, formando parte de él como una mediación más en ese proceso de cambio de las relaciones de creación y distribución de productos culturales, empezó a ser una realidad, una cristalización ideológica real, poco antes de que estallara la guerra civil. El alzamiento militar puso fin a ese proceso y a la vez aniquiló o disgregó, reduciendo de facto a la inoperancia a quienes, quedándose en el exilio interior o abandonando el país, habían sobrevivido a la guerra. El exilio, el del exterior como el del interior, se sumió en su larga noche oscura, y un detritus de ello fue volver al pathos del canto desvalido, al canto de unas subjetividades desplazadas de su centro y de un proyecto integrador.

En el exilio, un tiempo-espacio de infortunio –terrible nacionalidad–, todas las actividades, escribir o trabajar en no importa qué oficio, son por igual maneras de dignificarse humanamente, de negarse a aceptar la derrota, de resistirse a tener que morir en vida. Es también, abandonada la certeza del feudo, del reducto familiar, una manera –pisamos un campo minado por la paradoja– de abrirse al mundo y a los demás. Y a uno mismo. Estas aperturas suelen a menudo –por desgracia no es siempre así– propiciar el encuentro con el otro, con lo plural y lo diverso.

La palabra del exiliado, la onda expansiva de sus creaciones, tiene –mientras existe el exilio, mientras está prohibido el regreso– un ámbito de resonancia extremadamente limitado. Esa limitación es parte del castigo. Un signo más de la tragedia que acompaña al exiliado. El exiliado escribe –al menos a corto plazo– historias para exiliados, para quienes cantan o se cuentan el mismo canto, el mismo cuento. Pero hay en su palabra grandeza, pues su palabra pronunciada o escrita –aun con la limitación de ser para unos pocos, aun cuando se le ha vetado a la fuerza el acceso a su auditorio natural– es un resorte que activa la necesidad-imperativo de narrar, de contar la historia no oficial, de ser testimonio.

La urdimbre de palabras escritas u orales, hilvanadas siempre unas y otras con la estofa del dolor y del desamparo, conforma un cúmulo de historias o fragmentos de historias que, inexorablemente, conducen a la memoria del origen, a la fuente de la vida, al centro perdido. El tiempo se detiene y la historia, convertida en último refugio, se torna tiempo mítico. La búsqueda oscurece –queriendo que lo alumbre– el porvenir. La razón del mundo estriba entonces en aferrarse al pasado, al haber sido, al ayer.

Todo propósito de allegar las experiencias personales remite necesariamente a referentes históricos. El mundo privado es otra de las muchas quimeras que se esfuman. Y, sin embargo, la trabazón discursiva de lo disperso y fragmentario se apoya en la lastimada, siempre única y personal, siempre intransferible, expresión personal del reducto íntimo. La memoria o el recuerdo, por mor de la palabra, de la lengua, permite instrumentalizar el proceso de recuperación, de cura. La memoria del pasado y su verbalización son antídotos contra el abandono y la renuncia, contra la aceptación del fracaso. También –acaso sobre todo– contra el desorden impuesto.

La idea de fragmentación, de desorden y caos, también de mutilación y pérdida, que arrostra todo exiliado, se compensa, en resumidas cuentas, con la obsesiva necesidad de recuperar el equilibrio desvanecido. Irrumpe así una tensa dialéctica que apunta a la reconstrucción de cuanto se da por seguro y, como tal, confiere una suerte de engañosa protección contra lo incierto y lo huidizo, contra lo que, en definitiva, es, ineludiblemente, la existencia.

El sentimiento de provisionalidad, de transitoriedad, en lo que se presenta como socialmente cierto, seguro, se arraigó muy hondamente por haber experimentado, a muy temprana edad, algo que se imprimía en la conciencia cuando la razón no podía acogerlo, explicárselo: que todo estaba trastocado, que cada cosa había perdido su lugar, que ya no había un lugar, una casa, y que a nuestro alrededor todo dependía del azar. Es decir, la experiencia de la pérdida de algo que, como todo lo primordial, es insustituible.

El sol de desterrado como la palabra del desterrado, apenas transmite calor, apenas ofrece luminosidad. Pero esa miseria del sol del desterrado, como su palabra, es, irónicamente, la fuente de una inagotable energía, de una energía que posibilita el crecimiento interior y el acto de escribir la otra historia, la del vencido. Ese sol y esa palabra descubren al exiliado –y a los lectores que un día han de leerle, dando, a ese sol y a esa palabra, calor, vida– lo que realmente es el ser humano: poquedad que se autoengaña con la mentira de creerse una duración sin término, un ser y estar sin fin que, además, se arraiga en otra mentira, la mentira –acaso la mayor y más irrisible, sin duda la más dañina– de la patria, de la nación.

El destierro devuelve al hombre a los lindes de su verdadera constitución, le hace reconocer –se trata de una a modo de inesperada iluminación, o de repentina y hasta abrupta anagnórisis– que el signo del hombre es lo perentorio. El exilio obliga –¡qué remedio!– a aceptar que en todo –incluso en uno mismo– subyace un radical relativismo. El destierro lanza al hombre al diálogo atemperado con el otro, a ser palabra entre palabras, a ser simplemente –¡tan poco y a la vez tanto!– hombre, hombre tal esos junquillos que resisten el vendaval para –más pronto o más tarde– ceder, ser a la postre tallo roto que gime y se retuerce.

Tallo roto que gime y se retuerce y que, tal en el largo poema-monumento, «Lo que sobra a la sepultura, muertos desconocidos y españoles vivos de hambre», incluido en Galope de la suerte de Arturo Serrano Plaja, recuerda que la:

inextinguible llamo del recuerdo es herida

que mano inextinguible,

es hambre de justicia y es hambre de pan.

Tallo roto que gime y se retuerce. Que gime y se retuerce tal un detritus que nunca del todo se desvanece, nunca es ya solamente olvido.

Hayden White, en El valor de la narrativa en la representación de la realidad, saca a colación que Hegel planteaba, en Lecciones sobre filosofía de la historia, que ni la «historicidad» ni la «narratividad» son posibles, que ni una ni otra –por otra parte, tan emparentadas, pues las anima por igual el mismo propósito de configurar en discurso oral escrito la experiencia humana– son posibles, sin la noción de «sujeto legal», sujeto al que corresponde ser medio y tema de la narrativa histórica. Hecha esa relación entre legalidad, historicidad y narratividad, no ha de sorprender –continúa diciendo Hayde White– la frecuencia con la que la narratividad, bien ficticia o real, presupone la existencia de un sistema legal contra o a favor del cual se pudiera escribir, narrar.

El individuo, convertido en ciudadano de pleno derecho, recupera a través de la palabra, de su recuento de los hechos, la condición de sujeto.

Esa condición recuperada de sujeto, en los términos expuestos por Hayden White devuelve a la Historia a los predios de la realidad real, requisito indispensable para que aflore el discurso –valga la redundancia– de lo real. Discurso que acaba convirtiéndose él mismo en objeto de deseo en la medida en que hace deseable lo real. Para lo cual ha de presentarse lo real con la coherencia formal de los acontecimientos históricos. De este modo, el «peso de la significación» de los acontecimientos contados se «proyecta» a un futuro que va algo más allá del inmediato presente, un futuro cargado de juicio moral.

FRANCISCO CAUDET

Universidad Autónoma de Madrid

LA DIÁSPORA CULTURAL DE POSGUERRA

«El exilio es un drama, en general para el país que lo provoca, pero es una bendición para el país que lo recibe. Nueva York, por ejemplo, no hubiera sido la capital cultural del mundo sin la diáspora europea del siglo veinte».1

Susan Sontag, New York, 1983

«…el escritor que vive desgajado de su suelo y de su cielo, de sus cosas y de su gente no es alguien que aborda el exilio como un tema más, sino un exiliado que, además, escribe».2

Mario Benedetti, Madrid, 1984

«Ils furent des centaines, des milliers d’intellectuels, de poètes, d’écrivains à fuir en 1933 la dictature nazi».3

Jean-Michel Palmier, 1988

«El exilio es una condición que, en sus efectos subjetivos, nunca permanece estable; o se siente uno cada vez más exiliado, a medida que pasa el tiempo, o cada vez va siendo más absorbido por el país de adopción».4

John Berger, 1965

Varios hechos históricos generan, en el siglo veinte, el exilio de miles de personas de sus respectivos países: la llegada al poder de Adolf Hitler (1933); el estallido de la guerra civil española (1936-39) y la proclamación de la segunda guerra mundial (1939-45).

Como consecuencia de esos sucesos un sector importante de la «inteligencia» europea emigró hacia los Estados Unidos de Norteamérica, América Latina y diversos países de Europa.

Ese éxodo fue, a lo largo de muchos años, objeto de estudio de historiadores norteamericanos, europeos y latinoamericanos, autores a quienes quisiéramos recordar, pues hicieron posible desvelar no sólo el drama del desarraigo humano tras las guerras, sino también la pérdida cultural que supuso para muchos países europeos el éxodo de algunos de los más significativos creadores de las artes y las letras.

Uno de los primeros historiadores que se ocupó del exilio cultural europeo fue Jean Michel Palmier (1944-98), a través de su ensayo Weimar en exil (1988) en el que estudia, particularmente, el destino de la emigración intelectual alemana hacia Europa y las Américas.

Sobre el exilio cultural español habría que citar varios ensayos claves sobre este tema escritos por Julián Amo y Charmion Shelby: La obra impresa de los intelectuales españoles en América; Carlos Martínez: Crónica de una emigración (La de los republicanos españoles en 1939); Patricia W. Fagen: Transterrados y ciudadanos; los diversos volúmenes sobre El exilio español de 1939, coordinados por José Luis Abellán y el ensayo histórico de María Fernanda Mancebo: La España de los exilios.5

Este tema ha sido objeto, asimismo, de diversas exposiciones que han tratado de visualizar a través de fotografías, películas, obras de arte, libros, documentos, revistas, etc., esas páginas de la emigración española.6 Entre otras muestras quisiéramos citar en esta ocasión las exposiciones: El exilio español en México (Madrid, 1983); Surrealistas en el exilio y los inicios de la Escuela de Nueva York (Madrid, 1999) y Exilio (Madrid, 2002).

Si a estos ejemplos añadimos las exposiciones dedicadas a diversos artistas y escritores, comprobaremos que el tema de la diáspora cultural española, ha sido objeto de un amplio estudio en los últimos años.7

Sin embargo, la línea de investigación histórica, iniciada por Ronald Fraser sobre la guerra civil española –es decir la memoria oral– ha tenido, respecto al exilio español, un desarrollo menor.8

Este libro de entrevistas con artistas y escritores de diversas nacionalidades, pero con un nexo común con la historia española del siglo veinte, se desglosa a través de perspectivas distintas: el testimonio de los mexicanos que participaron en el segundo Congreso Internacional de Escritores en Defensa de la Cultura (1937); el de algunos reporteros europeos que cubrieron la guerra civil (1936-39) y el de un grupo de artistas y escritores españoles que se exiliaron a capitales tan diversas como La Habana, Ciudad de México, Montevideo, Santiago de Chile, Santo Domingo, etc. en América Latina; Nueva York en los Estados Unidos y Berlín en la antigua República Democrática Alemana.

A ese panorama añadimos el testimonio de un par de artistas que tras la guerra europea (1939-45), decidieron emigrar a París y a Nueva York.

Y como glosa final el testimonio de una persona representativa de la llamada generación de los «hijos del exilio».

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602 p. 37 illustrations
ISBN:
9788437095325
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