El último genio del siglo XX. Yuri Knórosov

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From the series: Akadémica #1
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El último genio del siglo XX. Yuri Knórosov
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COLECCIÓN AKADÉMICA

Lingüística / Ensayo / Biografía


Diseño de interiores y cubierta: RAG

Fotografía de portada: Irina Fiódorova

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra incluido el diseño tipográfico y de portada, sea cual fuere el medio, electrónico o mecánico, sin el consentimiento escrito por los coeditores.

Primera edición: septiembre de 2020

D.R. © 2020 Galina Ershova.

D.R. © 2020 Centro de Estudios Mayas Yuri Knórosov.

Calle 61 443, Parque de la Mejorada, Centro, C.P. 97000 Mérida, Yucatán, México.

Autora: galkorgi@gmail.com

D. R. ©2020 Edicionesakal S. A. de C. V.

Calle Tejamanil, Manzana 13, Lote 15, Sección VI, Pedregal de Santo Domingo, Coyoacán, C.P. 04369, Ciudad de México, México.

Tel. (55) 56 58 84 26

coedicionesmx@akal.com

www.akal.mx

ISBN: 978-607-8683-29-1

ISBN Ebook: 978-607-8683-40-6

Impreso en México

Galina Ershova

EL ÚLTIMO GENIO

DEL SIGLO XX

YURI KNÓROSOV:

El destino de un científico


EL ÚLTIMO GENIO DEL SIGLO XX

YURI KNÓROSOV: El destino de un científico

El nuevo libro de la autora rusa Galina Ershova, titulado EL ÚLTIMO GENIO DEL SIGLO XX. YURI KNÓROSOV: El destino de un científico, presenta la biografía del gran investigador ruso Yuri Knórosov (1922-1999), quien descifró en los años cincuenta la escritura jeroglífica maya con base en los códices mayas, ofreciendo al mundo por primera vez la lectura de estos antiguos textos. Su descubrimiento abrió nuevos horizontes en los estudios de la cultura maya y en general de Mesoamérica. Recibió la condecoración de la Orden del Águila Azteca por parte del Presidente de México y la máxima distinción honorífica de la Orden del Quetzal de manos del Presidente de Guatemala.

La autora del libro Galina Ershova, doctora en historia y directora del Centro de Estudios Mesoamericanos Yuri Knórosov de la Universidad Estatal de Rusia de Humanidades, fue alumna y colaboradora del gran científico. Es autora de 13 libros y más de 300 artículos dedicados a los temas de la historia y epigrafía maya, religión, arqueoastronomía y antropología.

En el libro se relata un destino dramático y al mismo tiempo fascinante, en el cual, como en un espejo, se refleja una época extremadamente complicada en la historia de Rusia. No es casual que el mismo Knórosov se caracterizara irónicamente como un «niño de los tiempos de Stalin». Sin embargo, toda su vida prueba que cualidades como la nobleza y la infamia, la valentía y la cobardía son universales y propias del ser humano, sin depender de las épocas, sistemas políticos, o circunstancias.

El texto se basa en documentos de archivos, así como en entrevistas y recuerdos de las personas que conocieron a Yuri Knórosov. Estos testimonios aparecen en el apéndice del libro. Además, por vez primera se publican muchas cartas y documentos relacionados con la vida de Knórosov, así como ilustraciones hasta ahora desconocidas.

Sin embargo, el texto se lee como una novela que revela muchos misterios increíbles, tratando diferentes temas de la vida de Knórosov, incluso a mayor profundidad que lo relatado por Michael Coe en su ya famoso libro Breaking the Maya Code. Esto hace que la obra sea interesante no solo para los investigadores académicos, sino también para el público general.


Prólogo (edición en español)

Yuri Knórosov, el gran genio ruso que a principios de la década de 1950 logró descifrar la escritura jeroglífica maya cuando muchos otros, en mejores condiciones, lo habían intentado sin éxito, fue una figura legendaria incluso en vida. Este libro es sobre él, sobre su vida y su obra. Se trata de la biografía más completa y original que, considero, se haya dedicado a un académico. Y tal logro es, sin lugar a dudas, mérito de las excepcionales cualidades de su autora, la doctora Galina Ershova.

Galina Ershova es doctora en historia, especialista consolidada en el estudio de los antiguos mayas, investigadora de la Universidad Estatal de Rusia de Humanidades, fundadora y directora del Centro de Estudios Mesoamericanos Yuri Knórosov de Moscú, e impulsora de los estudios interdisciplinarios en Rusia. Con respecto a Knórosov, no hay persona que haya podido escribir mejor esta biografía que ella. La razón de este cumplido, que en definitiva no es gratuito, radica en que no solo fue discípula de Knórosov, sino que también fue colaboradora activa, como ninguna otra persona, en todos los proyectos que el mayista ruso desplegó en la etapa tardía de su vida. La constante interacción sostenida con él durante sus colaboraciones le permitió a Ershova conocer a fondo no solo al académico Knórosov, sino también a la persona; no solo conocer su obra, sino también su vida. La admiración y el aprecio originados durante esta interacción se reflejan en la notoria calidez con la que fue escrito este libro, a diferencia de la frialdad de las biografías típicas; además, el especial talante literario de la autora le otorga el agregado de crear en el lector la sensación de estar en el sitio de los acontecimientos narrados, de estar al lado del propio Knórosov. En esto radica justamente una de las singularidades de esta obra.

La vida de Knórosov fue rica en sucesos, tanto satisfactorios como amargos, también en paradojas y momentos inesperados, mucho de lo cual no se conocía, y menos aún se sabía cómo todo ello influyó en la obra del mayista ruso. Galina Ershova logra transmitir al lector todos estos pormenores de manera magistral. Ella se sirve de sus propias memorias, de los dictados y cartas que le enviaba el propio Knórosov, y de entrevistas tomadas a familiares, amigos y colegas del distinguido descifrador. Pero hubo momentos enigmáticos de la vida de Knórosov que la autora tuvo que reconstruir, y lograrlo implicó asumirse como detective y escudriñar todos los archivos posibles en busca de los datos necesarios, fueran documentos, fotos o incluso los dibujos de la infancia, entre otras evidencias. Especial atención se presta al tema de la alta formación académica que recibió en la Unión Soviética. La exposición de la vida de Knórosov está desde luego situada por la autora en su debido contexto histórico, de tal suerte que gracias a esto el lector tendrá la oportunidad de conocer, además, detalles bastantes interesantes de la historia de la URSS, de Rusia y de sus instituciones académicas, y conocerá de qué manera estas circunstancias históricas influyeron en el desarrollo de la obra de Knórosov.

En contraste con otros trabajos biográficos, este libro representa además un profundo análisis historiográfico de la obra de Knórosov. Los intereses del científico ruso estaban relacionados no solo con la escritura jeroglífica maya, sino también con una vastedad de asuntos que partían de la visión interdisciplinaria –avanzada para su tiempo– que tenía sobre el mundo. Los temas que abarcan las publicaciones del genio ruso, además de la escritura maya, son de lo más diverso: desde la escritura de la Isla de Pascua hasta los vestigios de chamanismo en una de las variedades del Islam, pasando por el arte del Paleolítico, entre muchos más. Huelga decir que los conocimientos de Knórosov eran enciclopédicos.

Pero también están los trabajos teóricos, entre ellos los relacionados con el ámbito de la comunicación. El propio Knórosov afirmaba que los resultados de sus estudios sobre los antiguos sistemas de escritura del mundo en realidad le servían como confirmación de sus posturas teóricas generales sobre el papel de la comunicación, y sus medios de transmisión y fijación en las complicadas interrelaciones existentes entre los miembros de las sociedades en los procesos universales de desarrollo. Todas estas posturas fueron reunidas por Knórosov bajo el concepto de semiótica étnica. Destaca el hecho de que los trabajos teóricos del científico ruso sobre este tema tienen una amplia proyección y aplicación; prácticamente cada una de sus ideas puede servir de base para desarrollar corrientes científicas independientes o para abrir los marcos de las visiones ya existentes. Yo mismo tuve la fortuna de conversar con Knórosov al respecto en su departamento de San Petersburgo.

Sin embargo, la inmensa mayoría de los trabajos donde Knórosov expone todas estas ideas, más allá de la escritura maya, permanece sin publicación en Occidente, y por lo tanto se encuentra sin la adecuada valoración académica. En ese sentido, Galina Ershova cubre esta carencia, al exponer por vez primera en su obra de manera clara y detallada las posturas teóricas de Knórosov acerca de la inmensidad de problemáticas que estaban en la esfera de sus intereses. Es una invitación además a desarrollar lo que bien otros han llamado estudios knorosovistas.

Como el lector será testigo a través de las páginas de este libro, personas de la altura de Knórosov no siempre son bien recibidas. No faltaron los menosprecios y las críticas de parte de colegas carentes de la preparación adecuada; pero tampoco el oportunismo, las intrigas e incluso las traiciones hacia su persona, mismas que el epigrafista superó con argumentos y autoridad moral. Hasta la fecha no falta el despistado que, desde su gran ignorancia y minúscula visión, desdeñe

 

los trabajos de Knórosov, incluso en la misma Rusia. Desde Eric Thompson, los «argumentos» siempre han sido risibles, enfocados en errores minúsculos de forma. Lo más interesante es que el mismo Knórosov siempre reconocía sin problemas cuando se equivocaba, como se evidencia en la correspondencia que mantenía con sus colegas. Su gran aportación no se reduce entonces a detalles aislados, sino a su gran acierto en los planteamientos teóricos, en el desarrollo de los métodos de análisis y en la aplicación exitosa de estos. Y es así como se debe valorar la obra de Knórosov: por su teoría, método y resultados; no por los detalles. No entenderlo así es no estar al nivel de la gran ciencia.

Por último, este libro forma parte del gran esfuerzo que Galina Ershova ha invertido no solo para mantener la memoria de Yuri Knórosov y divulgar su obra, sino también para hacer realidad los sueños del genio ruso. Un momento crucial en este sentido fue la acertada decisión de Ershova de fundar en 1998 el citado Centro de Estudios Mesoamericanos de Moscú, de cuyos orígenes yo fui partícipe en 1997. El desarrollo reciente y a gran escala de los estudios mayas en Rusia, y la consolidación de sus reconocidos epigrafistas actuales, no se podría entender sin el admirable e incasable ahínco de Galina Ershova. Fuera de Rusia, la autora ha fundado además, con el apoyo de diversas y nobles organizaciones locales, centros de estudios mayas tanto en Mérida, Yucatán, México, como en Guatemala, con el mismo objetivo de desarrollar los estudios de Knórosov.

En síntesis, esta obra puede considerarse con seguridad como parte de aquel reducido grupo de textos cuya lectura siempre deja a uno, como lector, la sensación de no solo haber adquirido nuevos conocimientos, sino también de haber aprendido realmente de la sabiduría de los grandes maestros.

Alejandro Sheseña

Universidad de Ciencias y Artes de Chiapas

PRÓLOGO (edición en ruso)

El libro sobre el genio de Knórosov

No recuerdo que últimamente se me hubiese presentado la oportunidad de leer un libro escrito de una forma tan viva y además, evidentemente tan profunda (el trabajo duró casi 20 años) acerca de la historia de la ciencia y que la escribiera una alumna, acerca de su querido y único Maestro. El libro de Galina Ershova resultó ser precisamente así. Se lee de un solo tirón. El hecho de que de vez en cuando saltara unas cuantas páginas de referencias al contexto no significa nada en lo absoluto: más o menos así es como lees una novela policiaca cuando tratas de seguir el desarrollo de la trama para, lo más pronto posible, llegar hasta el desenlace. Además, se nota que todo el texto está impregnado de la relación personal de la autora con el Maestro, es decir, con Yuri Valentínovich Knórosov, así como con otras personas y sucesos. Este libro fue escrito por una persona apasionada, y eso se revela en cada una de sus páginas.

La historia del desciframiento de cualquier escritura antigua siempre es única, y siempre, o casi siempre, es el resultado de la combinación de una labor persistente, planificada y probablemente algo fastidiosa, –pero acompañada de brillantes y geniales revelaciones, después de las cuales (aparte del hecho del descubrimiento del secreto de esta escritura) nuevamente pasan décadas, si es que no siglos, de trabajo diario de muchas generaciones de científicos. Por lo regular cada texto nuevo resulta ser fragmentario debido a la antigüedad y lleva a otro enigma.

A pesar de que tenía como 12 años cuando conocí la historia del desciframiento de la escritura de los antiguos mayas realizado por Yuri Knórosov y que cuando preparaba mi doctorado en Leningrado vi varias veces al gran Knórosov, ambas cosas fueron apenas contactos superficiales. Este libro, finalmente, da la oportunidad de descifrar el misterio en la conformación de la genialidad de este científico, de comprender al menos un poco mejor en qué condiciones se hizo uno de los descubrimientos del siglo y cómo, posteriormente, fue la vida del gran descifrador-lingüista, historiador y etnógrafo.

Mediante la figura de Knórosov, con quien Galina Ershova tuvo la suerte de aprender la ciencia, en un recorrido por su biografía, sus palabras, cartas, artículos y libros, los recuerdos de sus contemporáneos y los textos de archivo, la autora del libro soluciona un doble desafío. Página tras página ella nos sumerge cada vez más profundamente en el mundo del genio Knórosov; pero no solamente en su propio mundo, sino también en toda la historia contemporánea del país. En las complejidades de las relaciones humanas, en las que a sabiendas o involuntariamente Knórosov resultaba estar, la autora destaca las páginas poco conocidas de la historia de la Universidad Estatal de Moscú, del Instituto de Etnografía de la Academia de Ciencias de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS) (ahora Instituto de Antropología y Etnología de la Academia de Ciencias de Rusia), del Museo Estatal de Etnografía de los Pueblos de la URSS (ahora Museo de Etnografía de Rusia), y de la Kunstkámera; asimismo destaca a aquellas personas que ayudaron o que pusieron obstáculos al científico. De esta forma, el libro resultó mucho más amplio y panorámico de lo que se podía esperar de un ensayo biográfico.

Desde luego, quienquiera que conozca este libro sacará algo bueno para sí mismo. Pero me gustaría que un detalle no escapara a nadie. Es cierto que a veces pagamos nuestras deudas; también que edificamos monumentos a nuestros grandes antepasados y hablamos bien de ellos después de la muerte. Es realmente importante hacerlo. Pero el libro de Galina Ershova nos enseña algo más: el arte de hacer el bien que ayuda –no solamente a los genios, sino a todos nosotros–, a no dejar nada para después y hacer lo que le gusta a cada uno aquí y ahora.

Dmitri Funk

Director del Instituto de Antropología y

Etnología de la Academia de Ciencias de Rusia

A MANERA DE PRÓLOGO:

Relación del autor con el contenido

Únicamente con un enorme placer se habla de Knórosov.

Es la inspiración de la genialidad...

Mira Gueffen-Rozhanskaya

Yuri Valentínovich Knórosov. Las palabras de Mira Gueffen-Rozhanskaya transmiten como nunca aquel estado de inspiración cuando escribes de él. Su biografía, llena de duras pruebas, coincidencias, paradojas, e incluso mistificaciones, corresponde completamente a la típica leyenda sobre su personalidad de genio. Knórosov se llamaba a sí mismo «hijo de los tiempos de Stalin». Todavía en vida del científico, las personas que lo conocían narraban diferentes versiones de los mismos episodios de su vida. Al parecer, por eso mismo Yuri Valentínovich me propuso una vez anotar su propia versión de los sucesos «clave», y subrayó que para él eso era sumamente importante ya que, de lo contrario, «después de mi muerte los periodistas van a inventar mentiras». Ahora queda completamente claro que, dictando literalmente los momentos más complicados de su vida, tema por tema, estaba preparando el texto de su propia biografía.

Pero lo que más asombra es lo otro: mi trabajo con los documentos, los archivos e incluso con los documentales cinematográficos ha mostrado que su evaluación de lo que acontecía frecuentemente se diferenciaba bastante de las opiniones de sus colegas, amigos y enemigos. Yo misma fui testigo de muchos sucesos y sé que la gente que hablaba de él no mentía. Aún más, algunos documentos revelaban a veces una imagen completamente diferente. Trabajando con todo este material, de vez en cuando no podía deshacerme de la sensación de que sacaba minuciosamente uno tras otro los esqueletos escondidos y destruía de manera forzada sus mistificaciones, las cuales desde mi punto de vista eran absolutamente inocentes. Nunca me dejaba en paz una pregunta: ¿Por qué le importaba tanto guardar los secretos acerca de sí mismo incluso después de su muerte? Muchas de sus cartas dirigidas a mí terminaban con una nota: «Destruir después de haber sido leída». Además, quiero confesar que aún quedan algunos secretos que no me he atrevido a revelar. Es probable que todavía no haya llegado la hora de hacerlo. Han pasado 20 años desde el día de la muerte de Knórosov y en todo este tiempo no me he sentido una historiadora o biógrafa, sino, más bien, de cierta forma una psicoanalista y, a veces, una detective. Estuve escribiendo este libro durante dos décadas y todo el tiempo trataba de entender: ¿Cómo se sentirá ser un genio? ¿Qué precio tiene que pagar un genio por poseer este don divino? ¿Sería la agobiante soledad el precio que tanto torturaba a Knórosov?

Si seguimos la historia dramática de la creación del mundo narrada en el libro maya-quiché Popol Vuh, vemos que al principio los dioses habían creado a las personas semejantes a ellos y se habían asustado de ello:

Fueron dotados de inteligencia; vieron y al punto se extendió su vista, alcanzaron a ver, alcanzaron a conocer todo lo que hay en el mundo. Cuando miraban, al instante veían a su alrededor y contemplaban en torno a ellos la bóveda del cielo y la faz redonda de la tierra.

Las cosas ocultas (por la distancia) las veían todas, sin tener primero que moverse; en seguida veían el mundo y asimismo desde el lugar donde estaban lo veían.

Grande era su sabiduría; su vista llegaba hasta los bosques, las rocas, los lagos, los mares, las montañas y los valles. ¡En verdad eran hombres admirables!

Además, los dioses decidieron perfeccionarlos y les dieron la posibilidad de conocer el mundo:

Y en seguida acabaron de ver cuánto había en el mundo [...] Hemos sido creados, se nos ha dado una boca y una cara, hablamos, oímos, pensamos y andamos; sentimos perfectamente y conocemos lo que está lejos y lo que está cerca. Vemos también lo grande y lo pequeño en el cielo y en la tierra [...] Acabaron de conocerlo todo y examinaron los cuatro rincones y los cuatro puntos de la bóveda del cielo y de la faz de la tierra.

Y ahí es cuando el Creador y el Formador se preocuparon:

No está bien lo que dicen nuestras criaturas, nuestras obras; todo lo saben, lo grande y lo pequeño, dijeron. Y así celebraron consejo nuevamente los Progenitores: —¿Qué haremos ahora con ellos? ¡Que su vista sólo alcance a lo que está cerca, que sólo vean un poco de la faz de la tierra! No está bien lo que dicen. ¿Acaso no son por su naturaleza simples criaturas y hechuras (nuestras)? ¿Han de ser ellos también dioses? [...] Refrenemos un poco sus deseos, pues no está bien lo que vemos. ¿Por ventura se han de igualar ellos a nosotros, sus autores, que podemos abarcar grandes distancias, que lo sabemos y vemos todo?

Lo dicho-hecho: la naturaleza de las criaturas divinas fue cambiada: «Entonces el Corazón del cielo les echó un vaho sobre los ojos, los cuales se empañaron como cuando se sopla sobre la luna de un espejo. Sus ojos se velaron y sólo pudieron ver lo que estaba cerca, sólo esto era claro para ellos. Así fue destruida su sabiduría y todos los conocimientos...».[1]

Por precaución de los dioses, los hombres se volvieron diferentes y llegaron a ser ordinarios. Pero, a veces, aparecen de repente entre nosotros aquellas mismas personas-dioses que casualmente se han quedado y por su singularidad e increíbles capacidades parecen ser extraterrestres. Son pocos, pero son precisamente ellos quienes nos indican un cierto camino secreto del desarrollo y nos hacen recordar la posibilidad perdida de ser idénticos a los dioses. Son aquellos mismos genios raros que llegan al mundo de la gente común y lo revuelven, obligándolo a moverse y a cambiar. Uno de ellos era Leonardo da Vinci quien, reflexionando acerca de la aparición y el objetivo final del ser humano, escribía que la persona era el modelo del mundo que siempre tendía a ir hacia «aquel que lo ha enviado». Por lo visto, Yuri Knórosov pertenecía a estos mensajeros semejantes a Dios (de la versión anterior de los mayas). Por lo tanto, cualquiera que tratara de compararse con Knórosov a sabiendas de esto se vería absurdo, pero por más extraño que parezca, de vez en cuando surgen personajes que intentan hacerlo.

Sea como fuere, el libro surgió como respuesta a una especie de petición que me había expresado mi maestro cuando ya había entendido que su partida estaba cerca. Esta obra comenzó a partir de unas páginas especialmente dictadas por él en mayo de 1997. El 30 de marzo de 1999, Yuri Knórosov falleció. Por todo ello, considero necesario comenzar por una breve introducción dedicada a la historia de cómo nos conocimos y explicando las dificultades que surgieron a la hora de escribir la biografía de este gran científico ruso.

***

Conocí a Yuri Valentínovich en 1979. Mis estudios en el Instituto de Lenguas Extranjeras Maurice Thorez en la Facultad de Lengua Francesa me habían brindado varias cosas útiles. Primero, un muy buen francés, que al llegar por primera vez a París me permitió casi pasar por «aborigen». Segundo, saqué una multitud de recomendaciones sumamente útiles de los profesores, tales como: «El esposo es un fenómeno pasajero, pero los documentos siempre deben estar en orden». O, cuando se otorgaba el título: «Trabajarán unos diez años y, probablemente, lleguen a ser especialistas». Tercero, el mismo título de maestría. Cuarto, el gran amor a la lingüística teórica. Quinto, la franca admiración por el intelecto de Yuri Knórosov, quien había descifrado la escritura jeroglífica maya, y el cual –descubrí– a pesar de que se consideraba una leyenda, resultó estar, para mi asombro, absolutamente vivo. Sexto, en calidad de una confesión sincera, diré que me había quedado con la famosa edición de la monografía de Knórosov del año 1963, la cual ya desde entonces se consideraba toda una rareza bibliográfica. Sin embargo, para justificarme aclaro que en la biblioteca científica del instituto de lenguas extranjeras nadie, ni una sola vez, había abierto este libro antes de mí. Por lo tanto, llena de remordimientos de conciencia, me apropié de este libro y oficialmente me declaré arrepentida de la «pérdida», compensándola con otras ediciones lingüísticas más valiosas y caras. El bibliotecario se había alegrado mucho.

 

Tres años de los diez necesarios para adquirir el profesionalismo ya habían pasado, acompañados de estudios en los últimos años de la facultad y de la crianza de mi hija Anna. Ella había cumplido sus tres años y regularmente estaba presente en las clases acompañándome, e incluso haciéndole observaciones al profesor. Lo bueno era que Anna, desde los dos años y medio, ya sabía leer los libros que no llevaban dibujos. Sin embargo, ir a clases a una edad tan temprana le ha inculcado para siempre una actitud extremadamente crítica hacia las universidades y un profundo conocimiento de la literatura. Recordando las instrucciones docentes, nunca cambié mi apellido y mis documentos siempre han estado en orden. La presencia del marido siempre la tomé filosóficamente –al parecer, por eso mismo, durante tantos años mi esposo no se ha ido a ninguna parte.

Sin embargo, esta armonía al final no duró mucho. Ni siquiera había pasado un año después de terminar los estudios y ya tenía una rara sensación de que algo en mi vida se me escapaba. Después de tomar los consejos de los colegas en la editorial donde continuaba trabajando, me puse a pensar en la idea de estudiar en la Facultad de Historia. Sin embargo, debido a mi pereza no tenía muchas ganas de hacerlo, aunque me parecía algo necesario para poder dedicarme a los antiguos mayas. La tremenda cruda intelectual postuniversitaria me llevó al entendimiento y visualización del problema. Tenía 23 años y me parecía que el tiempo se desaparecía en vano con una velocidad increíble.

Fue en ese momento cuando me vino a la cabeza buscar a aquel misterioso y genial Yuri Knórosov. Al averiguar que el científico-leyenda trabajaba en el Instituto de Etnografía de la Academia de Ciencias, yo, con toda la sencillez de los pioneros (los pequeños boy scouts comunistas de la Unión Soviética), me dirigí directamente a esta institución, que se encontraba en la calle Dmitri Ulianov de Moscú. En el cuarto piso del edificio encontré algo así como una administración del Instituto. De ahí de inmediato me recomendaron que me dirigiera al subdirector, quien resultó ser un personaje sumamente desagradable. Se llamaba Iósif Romualdovich Grigulevich. No conocía en absoluto al etnógrafo con ese nombre, pero no me importó. Inocentemente comencé a exponerle que admiraba a Knórosov, su talento y su descubrimiento genial... En aquel entonces ni siquiera me había pasado por la mente que era aquel mismo «Iósif Lavretski» el que había escrito la biografía del Che Guevara y al mismo tiempo estigmatizaba a la Iglesia católica. Menos podía saber acerca de sus demás capacidades específicas. Sin embargo, si hoy en día alguien se acuerda de este «etnógrafo de traje civil» que me había caído tan mal, se mencionan únicamente «méritos»[2] completamente distintos. Además, en aquel momento se hizo evidente que la antipatía que surgió entre nosotros era mutua: Grigulevich me miraba con alerta, como si yo fuera una completa idiota o una astuta espía, trataba de averiguar con precisión quién me había enviado y, en esencia, para qué me había presentado al Instituto, –más bien, precisamente ante él. Yo no tuve ni la menor sospecha de que nuestros caminos se habían entrelazado en un momento extremamente delicado de relaciones entre Knórosov y Grigulevich. Pasado el tiempo, ya nunca se podrá saber qué es lo que en aquel entonces había pensado Grigulevich de toda esta situación a la luz de lo que ocurría, pero trató de deshacerse de la rara visitante lo más pronto posible. Me envió (por lo menos le agradezco por eso) al despacho de enfrente, a ver a Yulia Pávlovna Avérkieva.[3]

Yo me había puesto feliz, ya que conocía sus publicaciones y sabía que ella era una gran especialista en las culturas indígenas de Norteamérica. Además, siendo joven había hecho prácticas con el mismísimo Franz Boas. Hasta el momento me acuerdo de la agradable sensación de poder conversar con esta mujer increíble, ya nada joven, reservada y al mismo tiempo llena de afecto. Por otro lado, yo no tenía ni la mínima idea de su asombroso pasado, pero de inmediato entendí que ella era realmente una gran científica e, indudablemente, una excelente persona. Después de haberme escuchado, Yulia Pávlovna me hizo algunas preguntas esenciales y dijo: «Vaya a Leningrado a ver a Yuri Valentínovich. Le daré su teléfono. Puede decir que yo fui quien la recomendé». No creo que haga falta decir que salí muy entusiasmada. Sin perder tiempo, me dirigí a Leningrado.

Llegando a la «ciudad en el Neva» por la mañana, siempre húmeda y fría, a la estación Moskovski, que olía a creosota de las traviesas de madera del tren, encontré una cabina telefónica, marqué el número tan valioso (todavía me acuerdo de él) y, con la garganta encogida por la emoción, llamé a Knórosov. «¿Puede venir ahorita?», preguntó una voz extraña en el otro lado del cable. No entró en detalles y ni siquiera se había sorprendido de la llamada. «Anote la dirección». A duras penas escribí, bajé al metro; luego en tranvía, a través del puente al lado del monasterio Alexander-Nevsky Lavra, me dirigí a la calle Granitnaya. Subí al segundo piso de un edificio verde de cinco pisos, encontré el número del apartamento y toqué. Abrió una amable mujer de edad, un poco quisquillosa y con voluminoso cabello canoso. Era la esposa de Knórosov: Valentina Mijáilovna. «¿Viene a ver a Yuri Valentínovich?», preguntó ella. Me llevó a un cuarto bastante oscuro y de forma atenta preguntó si no quería tomar una taza de café.

Todas las paredes del cuarto estaban tapadas con estantes de madera con libros. En los bordes de los estantes, con botones, se sujetaba un grueso fleco de cortinas. Del lado derecho, justo debajo de los libros, estaba un viejo sofá muy desgastado sobre el cual estaban tiradas una almohada sucia y una manta.

«!Yuri Valentínovich, vienen a verte!», me presentó la mujer. «Ahorita le traigo una taza de café a la niña.» Hacia mí, de una manera formal pero sin sentir muy seguro el piso, caminó una persona muy extraña, bastante encorvada, en un oscuro traje arrugado, con el cabello canoso y desordenado y unas cejas tupidas. Me extendió la mano para saludar –la cual resultó ser muy fría y dura. «¿Qué tal le fue en el viaje?», se interesó él en lugar de saludar, y me miró fijamente con enormes ojos azules ampliamente abiertos. Me impresionó el escritorio grande en el cual también había libros, con el retrato de un gordo gatito siamés en un marco de papel, сon la fotografía de una bonita niña en uniforme de escuela (la hija, adiviné yo) y con diferentes figuritas. Allí mismo estaba una botella abierta y una taza.