50 historias de niños y niñas que cambiaron el mundo

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50 HISTORIAS DE NIÑOS Y NIÑAS QUE CAMBIARON EL MUNDO

Francisco Cid Fornell

Con la colaboración especial de Manu Velasco, Xuxo Ruiz, Rafa Guerrero, Luis Aretio, Juan Sánchez Muliterno y María Villalba


50 historias de niños y niñas que cambiaron el mundo

© 2020 Francisco Cid Fornell

Revisora técnica: Mercedes Bermejo

Directora de producción: M.ª Rosa Castillo

Correctores: Beatriz García y Genís Monrabà

Maquetación: Reverté-Aguilar

Ilustración de la dedicatoria: María Villalba

Diseño de la cubierta: ENEDENÚ DISEÑO GRÁFICO

© 2020 Editorial Sentir es un sello editorial de Marcombo, S. L.

Avenida Juan XXIII, n.º 15-B

28224 Pozuelo de Alarcón. Madrid

www.editorialsentir.com

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra».

ISBN: 978-84-267-2878-4

Producción del ebook: booqlab.com

Dedicado a Nacho, Arantxa, Amélie, Juliette, Javi, Helena, Elvira, Juan Enrique, Tara y Paula.

Porque, de una u otra manera, estos niños cambiaron el mundo de aquellos que escribieron este libro.

Y en especial a Carlota y Fran, por haber cambiado el mío.

ÍNDICE

Prólogo de rafa guerrero

Prólogo de manu velasco

Introducción

1. Los niños del mañana

Samantha Smith: la niña que escribía cartas

Annelies Marie Frank: la niña a la que no le gustaba jugar al escondite

Claudette Colvin: la niña que dijo no a ceder su asiento en el autobús

Ruby Nell Bridges: la niña negra en un colegio de blancos

Hector Pieterson: el niño que nunca pudo estudiar

Iqbal Masib: el joven sastre que no quería coser

Tanya Savicheva: la niña que apuntaba lo que la muerte le decía

Nkosi Johnson: el niño que abrió los ojos al mundo

Om Prakash Gurja: el pequeño granjero que no quería cultivar

Leonardo Nicanor Quintero: el joven que soñaba con ser maestro

Greta Thunberg: la niña fría como el hielo que quería salvar el planeta

Malala Yousafzai: la niña que quería estudiar

Hanz Jürgen Massaquoi: un negro entre blancos

2. Jóvenes inventores

Louis Braille: el niño ciego que quería ver

Richard Turere: el niño que asustaba a los leones

Blaise Pascal: el niño que jamás lo fue

Elif Bilgin: la niña que jugaba con el plástico

Jack Andraka: el niño que quería atarle las pinzas al cangrejo

Marian Bechtel: la niña que desactivaba minas

Robert W. Patch: el niño que soñaba con camiones

Frank Epperson: el niño que se quedó helado

Josep Armand Bombardier: el niño al que no le gustaba la nieve

Chester Greenwood: el niño que tenía frío en las orejas

Peyton Robertson: el niño que paró el viento

3. De niños reyes, clérigos y misteriosos

Colton Burpo: el niño que hablaba con Dios

Esteban de Cloyes: el enviado de Dios

Bramante: el niño que engañó al papa

Benedicto IX: el niño papa

Jacinta, Francisco y Lucía: los niños de Fátima

Robbie Mannheim: el niño poseído por el diablo

Iván IV: el niño terrible

Puyi: el último emperador de China

Los niños verdes de Woolpit

Victor de L’Avyron: el niño salvaje

Genie: la niña que estuvo 11 años sentada

Los niños delfines de Tailandia

Los güevedoces: las niñas que se volvieron niños

Baby farming: los niños del olvido

El niño de la foto

4. La unión hace la fuerza

Los niños héroes

Los niños de la vacuna

Los newsboys

Achak Deng: los niños perdidos de Sudán

Los niños ratas de Ulán Bator

Los niños de San Ildefonso

Los niños de la cueva de Tailandia

Los niños cubanos de Chernóbil

Los niños de Morelia

Los Zawisza: los scout polacos

Los niños lobo de Hitler

Epílogo

Bibliografía y webgrafía

PRÓLOGO DE RAFA GUERRERO

Recibo como un inmenso regalo de mi buen y admirado amigo Fran el encargo de realizar un breve prólogo para su próximo libro, el cual estoy seguro de que será, nuevamente, un gran éxito. Además, en esta andadura me acompañan excelentes profesionales y amigos como Manu Velasco, Juan Sánchez Muliterno, Luis Aretio y Xuxo Ruiz. Es un verdadero lujo compartir proyecto con todos ellos.

La educación es un ejercicio que llevamos a cabo padres, madres, profesores y la sociedad en general. Requiere de altas dosis de tiempo, cariño, paciencia y comprensión hacia nuestros cachorros. Si este magnífico libro trata sobre grandes logros que llevaron a cabo niños a lo largo de la historia, sobra decir que esos niños no crecieron ni despuntaron solos. Claro que alguna predisposición genética tenían para hacer lo que hicieron, pero, sobre todo, tuvieron la gran suerte de desarrollarse en el seno de una familia que los amó, los trató con cariño y fomentó su autonomía y creatividad. Somos lo que aprendemos en nuestra familia. Los valores que recibimos en ella son fundamentales y determinantes para el resto de nuestra vida. Decía Eric Berne, padre del análisis transaccional, que todos nacemos príncipes o princesas, pero que, por diferentes motivos, podemos llegar a convertirnos en sapos o ranas. Por lo tanto, las madres y los padres tenemos la capacidad de vincularnos de manera sana con nuestros hijos, de protegerlos cuando lo precisan, y de potenciar su autonomía y curiosidad ante aquello que les llama la atención. Todo esto es extensivo a los profesores, sin lugar a dudas.

 

Así, empoderemos a nuestros cachorros, creamos en ellos, fomentemos su creatividad y naturalidad, y mirémoslos de manera incondicional. Esa es la verdadera clave: la mirada incondicional. Ame y quiera a su hijo por encima de todo, por encima de cómo se comporte. Querido lector, solo me queda desearle que disfrute tanto de este libro como lo hice yo.

PRÓLOGO DE MANU VELASCO

El libro que tiene entre manos es un verdadero tesoro, y lo es por varios motivos.

Uno de esos motivos es lo que va a encontrar en él, grandes historias inspiradoras de niños y niñas reales que han conseguido hacer de este mundo un lugar mejor; historias que inspiran, que emocionan y que nos mueven a la acción.

Otro de esos motivos es que lo escribe ni más ni menos que Francisco Cid, un maestro de corazón que representa perfectamente las maravillosas maestras y maestros de Educación Infantil.

En este libro encontrará la esencia de este gran maestro junto con risas, magia, consuelo, esperanza, sueños, alegría, ternura y mucho más. Disfrutará leyéndolo y viajará con la imaginación a lugares y momentos únicos.

Sé muy bien cómo es el autor de este libro, al igual que conozco el gozo de muchas familias que todas las mañanas tienen el placer de escuchar los gritos alegres de sus hijos e hijas por ir a clase con este fantástico maestro, ansiosos por compartir un día más con él.

Francisco es mágico y es capaz de conseguir que todos sus alumnos y alumnas se sientan importantes, felices, seguros, queridos y escuchados. Los hace sentir grandes y capaces. Le brillan los ojos al ver llegar por el pasillo a sus alumnos y alumnas y les regala con su mirada la posibilidad de poder volar. Los educa con esas otras TIC que tanto me gustan: Ternura, Interés y Cariño. Francisco es y está, y en la medida de lo que es y está, escribe. Imagínese lo que se encontrará en estas páginas. Es muy afortunado por tener este libro entre sus manos.

Dicen que la memoria borra los recuerdos de la primera infancia, pero la experiencia queda grabada en el corazón y determina nuestra personalidad y nuestra manera de actuar. El legado emocional es mucho más valioso, y la responsabilidad del maestro y de la maestra es inmensa en estas primeras etapas. Pues bien, la huella que Francisco deja en el corazón de sus alumnos y alumnas, la huella que este libro dejará en usted, no puede ser más bonita.

Gracias, Francisco. Gracias por enseñarnos que por encima de cualquier innovación metodológica o tecnológica están el cariño y el corazón de la maestra o del maestro. Gracias por ser regazo, hombro y abrazo. Gracias por escribir este libro y Cuestiones de interés. Gracias por llenar de esperanza e ilusión la educación.

Gracias por todo, amigo mío.

No les robo más tiempo. Disfruten de este maravilloso tesoro que tienen entre manos.

Un gran abrazo.

INTRODUCCIÓN

Sentado en la soledad de mi despacho, ultimo los detalles de este libro mientras elaboro su introducción. Hacía tiempo, bastante tiempo, que quería hablar sobre estos locos bajitos que copan estas páginas. Cientos de tardes consultando archivos, libros, recortes de periódicos… dan para largo. Pero, sobre todo, dan para aprender, y mucho, de aquellos a los que cada mañana me empeño en enseñar.

Maestro de carrera, pero, fundamentalmente, de ilusión, me sigue fascinando el maravilloso mundo de la educación infantil. Su complejidad, el concepto que tienen los alumnos de lo que les rodea, la incapacidad para abstraer, para desligarse de la realidad… suponen un cúmulo de factores que hacen digno de estudio el tan magno cerebro de tan pequeñas personas.

Hace justo un año y medio acabé un libro llamado Cuestiones de interés, donde desarrollé una metodología reconocida y galardonada internacionalmente. Basada en las incógnitas de los pequeños, desvelaba los secretos de una manera de enseñar donde los padres y las madres trataban de resolver las dudas de sus hijos. Esas dudas, a mi juicio, son el motor del cambio. Aquello que produce el conocimiento de grandes y pequeños. El ser humano es curioso por necesidad y esa curiosidad es la que mantiene al cerebro en alerta y antepone el conocimiento. Si dejamos solo en una habitación a un niño de primaria con un regalo envuelto y una nota que pusiera: «No abrir», les garantizo que el infante no tardaría más de dos minutos en desoír la orden. Somos así, nuestra genética nos predestina a continuar con lo que hacíamos hace miles de años.

Cuando el pequeño abra el paquete, se puede encontrar con dos opciones: la aceptación o el rechazo del contenido. Si en el interior de la caja se encuentra varias gominolas, habrá aprendido que desobedecer produce consecuencias positivas. Si, por el contrario, al abrir el continente encontrase una nota que dijese: «Por desobedecer la orden, esta tarde te quedas sin plazoleta», la conclusión a la que llegaría el joven es la consecuencia negativa que tiene el hacer caso omiso a las indicaciones de un adulto.

Es lo que tienen los mecanismos de aprendizaje, que se pueden llevar a cabo desde distintas ópticas y a través de distintas vías. Se puede aprender con la malograda frase: «La letra con sangre entra» o, por el contrario, de lo cual soy fiel seguidor, a través de la emoción, el respeto y el cariño. Hoy en día, sigo encontrándome con casos que enseñan con los principios de la autoridad y la rigidez. Sin embargo, en cada congreso, fórum o reunión que asisto intento por todos los medios mostrar las bondades de la pedagogía del afecto.

El insulto, la tiranía y el grito no deberían emplearse cuando el receptor apenas puede defenderse. El niño es un ser tan maravilloso que debe conocerse para actuar en consecuencia. Y de eso tratan estas líneas, del conocimiento de niños y niñas que con sus actos o inacciones pasaron a la historia que conocemos hoy en día.

Al concluir el libro, me pregunté qué hubiera pasado si a un grupo de niños valientes no le hubiesen inoculado en sus frágiles cuerpos el virus de la viruela para contrarrestar la terrible epidemia que asoló el Nuevo Mundo en tiempos de Carlos IV. O qué hubiera pasado si el hijo pequeño del genial artista D. Angelo Bramante no le hubiese acompañado cuando el papa Julio II lo llamó a consultas en lo que sería el encargo del diseño de la genial bóveda de la Capilla Sixtina. Quizá, su belleza sería otra.

De eso trata este compendio de historias. Relatos narrados con un estilo alegre y fresco capaces de conectar con el lector tanto iniciado como neófito en el noble arte de la lectura. Historias breves que, sin duda alguna, serán la antesala de otras cincuenta historias más de niñas y niños que siendo eso, niños, lograron cambiar nuestro mundo.

En esta aventura me reúno con grandes amigos como Rafa Guerrero, psicólogo prestigioso de fama internacional que el destino quiso una vez que acabara unido a la filosofía de este aspirante a escritor. O qué me dicen de la genial reflexión de Manu Velasco, el maestro de maestros, al cual, y junto a los demás, le agradezco enormemente el haberme tendido la mano en esta nueva hazaña.

Quise ponerle un poco de magia a estas líneas y para ello conté con la ayuda del maestro mago Xuxo Ruiz, al cual no solo admiro como profesional, sino también por la excelencia de su persona. Y qué decir de mi hermano pedagógico Luis Aretio, psicólogo del corazón, que a la voz de ya estuvo en primera fila con la bondad del que nada quiere y, sin embargo, todo da. Cierro la obra con mi admirado Juan Sánchez Muliterno, presidente de la Asociación Mundial de Educadores Infantiles, al cual le debo lo que soy, pedagógicamente hablando.

Toda esta obra no dejaría de ser un libro hecho con la razón sin las pinceladas de María Villalba, quien, con sus ilustraciones, ha convertido el libro en un instrumento hecho para el corazón.

Espero que el lector disfrute a la hora de leerlo tanto como yo lo hice al escribirlo. Solo me resta agradecer a todos esos docentes que consiguen cambiar el mundo de todos aquellos niños y niñas que tienen a su cargo. Quién sabe si entre esos pupitres estarán nuevos niños que copen nuevas historias que cambiarán nuestros mañanas.

En la Real Isla de León, una tarde lluviosa de 2019.


Dicen que el mañana es el preludio de la ansiedad. Cuando pensamos, actuamos y regimos nuestras acciones en pos de un futuro no muy lejano, estamos inconscientemente colocando el cuerpo y la mente en un estado de alerta previniendo lo que pueda ocurrir. El futuro es lo que tiene, que nunca muestra sus cartas y no podemos saber cómo nos irá la partida.

La mayoría de nosotros pensamos en el mañana, aunque nos jactemos de decir que vivimos el día a día: estudiar para obtener el empleo deseado, ahorrar para tener la casa de tus sueños e incluso pagar un seguro de defunción para cuando llegue el momento. Siempre miramos hacia delante, también es lógico, el pasado, para bien o para mal, ya ocurrió.

No obstante, hay ocasiones en las cuales, aunque tratemos de no adelantarnos en el tiempo, ocurre algo inesperado. Un golpe de suerte, un accidente, un acontecimiento dramático pueden cambiar el devenir de nuestras vidas. Un lugar inadecuado, un momento impreciso, una situación incontrolada harán que el mañana cambie, se transforme o, al menos, no sea como tuvo que haber sido.

Este capítulo rinde un homenaje a todos aquellos niños y niñas que realizaron actos de valor y coraje sin tener en cuenta las posibles consecuencias. Actos que no esperaban nada a cambio. Situaciones que no debieron darse y, sin embargo, se dieron, y dejaron el nombre del protagonista grabado a fuego por los siglos de los siglos.

El lector seguro que recuerda unas impactantes imágenes en las que un hombre desconocido se colocaba frente a una columna de tanques en la plaza de Tiananmen como símbolo de las protestas estudiantiles. Ese gesto convirtió a su protagonista en uno de los 100 personajes más influyentes del siglo XX por la revista Times, y os puedo asegurar que no fue el propósito de nuestro valiente desconocido.

Cientos de ejemplos me vienen a la memoria de personajes ilustres que ayudaron a cambiar el mundo, pero… ¿saben ustedes que hubo multitud de casos donde pequeños héroes transformaron la realidad social, la manera de pensar, de sentir… siendo niños?

Jóvenes que relataron las crueldades de la guerra en las páginas de diarios y, gracias a ellos, hoy en día conocemos las penurias y atrocidades que sufrieron. Niños que soportaron gélidas temperaturas y durmieron a la intemperie para protestar contra el cambio climático o chicos que se rebelaron contra la segregación racial con el coste de sus vidas.

Si desean saber un poco más sobre los niños del mañana, acompáñenme en este viaje a través del tiempo donde las historias que leerán les aseguro que no dejarán indiferente a nadie.

La mano que acaricia al niño es la que rige el mundo.

Paul de Virés


Llega diciembre. Los nervios afloran y los pequeños infantes de la casa nos contagian con su alegría. Es hora de pasar revista y ver si se han portado bien, si han sido buenos estudiantes y un largo etcétera de buenas conductas en cuyo cumplimiento, casualmente, se hace especial hincapié en esta recta final del año. El porqué es muy sencillo: pronto vendrán tres personajes de frondosas barbas que harán de juez y parte en la entrega de los tan ansiados regalos. Pero antes, es necesario saber qué debe ir a cada niño y, para tal menester, los pequeños envían una carta con las exigencias lúdicas a tan magnos y mágicos personajes.

 

Y aunque el lector crea que la historia que relataré a continuación posee tintes navideños, nada más lejos de la realidad.

Corría el año 1982 cuando un cansado y decrépito anciano llamado Brezhnev dejó de aferrarse al puente de los vivos para dejar paso a otro personaje, no menos cansado y envejecido, llamado Yuri Andropov. Esto no dejaría de ser una vuelta más de la rueda de la vida si no fuera porque ambos dejaban y retomaban respectivamente el gobierno de la que fue una de las naciones más poderosas del mundo, la Unión Soviética.

Brezhnev, así se llamaba el máximo mandatario saliente, dejó su cargo a Andropov como secretario general del partido comunista. Este acontecimiento se vio desde el bloque capitalista como un desafío a la tan frágil paz existente en la Guerra Fría. Los periódicos y las revistas se hacían eco de la noticia y el azar, que en ocasiones hace poco honor a su nombre, hizo que una de ellas cayese en manos de una joven idealista y soñadora.

Samantha, fiel reflejo de la sonrisa, era una niña vitalista y preocupada por lo que acontecía a su alrededor. Su corta edad, apenas 10 años, no hacía justicia a sus preocupaciones y aficiones. Además, escribía cartas. Según cuentan, Samantha le envió una misiva a la mismísima reina Isabel II de Inglaterra contándole que era muy simpática. Precisamente, en la inocencia de un niño es donde radica su grandeza.

El caso es que la carta más importante que escribió en su vida la redactó al ver el artículo de un ejemplar de la revista Times. En él se relataba cómo la escalada bélica iba en aumento y era cuestión de tiempo que se desencadenara una nueva guerra mundial. Alarmada, Smith habló con su madre y le dijo que, si las personas tenían miedo, por qué no escribían una carta preguntando si querrían guerra o no. A lo que la madre le respondió con un tajante: «¿Y por qué no lo haces tú?».

Así que, dicho y hecho, con tan solo diez años le escribió esta misiva al mismísimo Yuri Andropov:

Estimado Sr. Andropov:

Me llamo Samantha Smith. Tengo 10 años. Felicitaciones por su nuevo trabajo. Estuve preocupada pensando en la posibilidad de que Rusia y los Estados Unidos se involucren en una guerra nuclear. ¿Votará por la guerra o no? Por favor, cuénteme cómo ayudará a evitar una guerra. Esta pregunta no la tiene que responder, pero me gustaría saber por qué quieren conquistar el mundo o, al menos, nuestro país. Dios hizo el mundo para que viviéramos juntos en paz y no para pelear.

Atentamente,

Samantha Smith

Solo 10 años —sí, han leído bien— tenía la joven cuando, de su puño y letra, escribió el recadito. Lo que muchos no esperaban, incluso la propia Samantha, es que el destinatario de la carta acabase respondiendo:

Estimada Samantha:

Recibí tu carta, que es una de tantas que me llegaron en este tiempo de tu país y otros países del mundo. (No me digan que no era remilgado).

Me parece —lo infiero por tu carta— que eres una niña valiente y honesta, parecida a Becky, la amiga de Tom Sawyer en el famoso libro de tu compatriota Mark Twain. Este libro es muy conocido y querido por todos los niños en nuestro país.

Dices que estás ansiosa por saber si habrá una guerra nuclear entre nuestros países. Preguntas si estamos haciendo algo para evitar la guerra.

Tu pregunta es la más importante de las que se puede hacer cualquier persona inteligente. Te responderé seria y honestamente.

Sí, Samantha, nosotros en la Unión Soviética tratamos de hacer todo lo posible para que no haya guerras en la Tierra. Esto es lo que quieren todos los soviéticos. Esto es lo que nos enseñó el gran fundador de nuestro Estado, Vladimir Lenin.

El pueblo soviético sabe muy bien cuán terrible es la guerra. Hace 42 años, la Alemania nazi, que buscaba dominar el mundo entero, atacó a nuestro país, quemó y destruyó miles de nuestros pueblos y villas, mató a millones de hombres, mujeres y niños soviéticos.

En esa guerra, que terminó con nuestra victoria, fuimos aliados de los Estados Unidos: juntos peleamos por la liberación de mucha gente de los invasores nazis. Supongo que sabrás esto por tus clases de historia en la escuela. Hoy ansiamos vivir en paz, comerciar y cooperar con nuestros vecinos de esta Tierra con los cercanos y los lejanos—. Y, por supuesto, con un gran país como es Estados Unidos.

En Estados Unidos y en nuestro país hay armas nucleares, armas terribles que pueden matar a millones de personas en un instante. Pero no queremos que sean jamás usadas. Por eso, precisamente, la Unión Soviética declaró de forma solemne por todo el mundo que nunca —nunca— será la primera en usar armas nucleares contra ningún país. En general, nos proponemos detener su futura producción y proceder a la destrucción de todos los arsenales existentes.

Me parece que esta es suficiente respuesta a tu segunda pregunta: ¿Por qué quieren hacerle la guerra al mundo o, al menos, a nuestro país? No queremos nada parecido. Nadie en nuestro país ni trabajadores ni campesinos ni escritores ni doctores ni grandes ni chicos ni miembros del Gobierno— quiere una guerra grande o chiquita.

Queremos la paz hay cosas que nos mantienen ocupados: sembrar trigo, construir e inventar, escribir libros y volar al espacio—. Queremos la paz para nosotros y para todos los pueblos del planeta. Para nuestros niños y para ti, Samantha.

Te invito, si tus padres te lo permiten, a que vengas a nuestro país; el mejor momento es este verano. Podrás conocer nuestro país, encontrarte con otros niños de tu edad, visitar un centro internacional de la juventud (Artek) a orillas del mar. Y verlo con tus propios ojos: en la Unión Soviética, todos quieren la paz y la amistad de los pueblos.

Gracias por tu carta. Jovencita,

te deseo lo mejor.

Y. Andropov

La respuesta supuso tal revuelo mediático que la joven Samantha se convirtió en un icono del activismo. Multitud de simposios, conferencias, encuentros… contaban con la joven como referencia mundial en el activismo pacífico. En uno de ellos en Kobe, Japón, contó que, si los líderes de la URSS y de los EE. UU. intercambiaran a sus sobrinos varios días en el país del otro, sería la mejor manera de no tirar jamás una bomba.

Pero como la vida no es un cuento, no siempre tiene final feliz. Samantha falleció en un accidente de avión junto a su padre. Las teorías conspiratorias afirmaron que tanto uno como otro bando fueron los culpables de tan terrible percance. Posteriormente, se demostró que el accidente no fue una trama y que el destino se encapricha con quien no debe.

Aquí termina la historia de Samantha, la niña que nos dejó el mejor regalo en forma de carta.

Todos quieren la paz y, para asegurarla,

Fabrican más armas que nunca.

(Antonio Mingote)


Uno que ya pinta canas recuerda con cariño aquel juego en el que varios niños se escondían y el que se la quedaba o llevaba debía poner todo su empeño en encontrar a los demás. Generalmente, ganaba el más rápido ya que, aunque fueras capaz de encontrar a alguien, debías volver al punto de origen y ratificarlo. Así que o te apresurabas o volvías a quedártela.

Este divertido juego que hacía las delicias de pequeños y mayores era una manera idónea de pasar el rato. A no ser que una buena mañana llegase una carta a tu casa diciendo que tu hermana debía partir para trabajar en un campo alemán, justo en el momento en el que se identificaba con una estrella amarilla a todo judío de a pie. Y sí, aunque el mercado laboral no estaba para rechazar ofertas, me da a mí que este no era precisamente una buena oportunidad laboral.

El bueno de Otto Frank, cabeza de familia, desconfiaba del ofrecimiento y se llevó a su prole a un refugio, también conocido como «la casa de atrás», situado en un edificio de oficinas y almacenes en Ámsterdam.

Así fue como nuestra pequeña Annelies Frank, mundialmente conocida como Ana Frank, se vio envuelta en un sofocante, asfixiante y no menos agotador juego del escondite con apenas 13 años.

Dotada con una gran inspiración y con la ilusión de ser una gran escritora, Ana recibe un diario en su décimo cumpleaños. Precisamente, cuando llegó la carta que requería los servicios de su hermana Margot, el diario fue uno de los primeros objetos que llevó a su nuevo refugio: «la casa de atrás».

Antes del cautiverio, Ana ya había estrenado el diario. Dos días después de su cumpleaños y antes de su confinamiento, había escrito frases rebosantes de alegría que, con el tiempo, se irían convirtiendo en textos más profundos y tristes marcados por una gran inventiva.

La vida de la triste escondida no era sencilla. El refugio también alojaba a otra familia, el matrimonio Van Pels y su hijo, además de Fritz Pfeffer, un amigo de Otto Frank. En total, convivían ocho personas en la casa.

Los roces diarios se hacían más palpables y la convivencia cada vez era más complicada. Era entonces cuando Ana intentaba evadirse leyendo o escribiendo su diario. Textos repletos de vivencias y cartas (demasiadas cartas) dirigidas a protagonistas inventados o basados en los personajes favoritos de sus cuentos.

La soledad iba haciendo mella en el ánimo de la joven, y Ana necesitaba contar sus experiencias en forma de correspondencia, cuentos cortos, frases inspiradoras o con los esbozos de una novela llamada La vida de Cady.

Imaginen la vida de una niña de 13 años encerrada en el interior de cuatro paredes, día tras día, semana tras semana…

O, mejor aún, no se la imaginen, ya se la cuento yo:

• 6.45: Suena el despertador del matrimonio Van Pels. Turno del aseo, de uno en uno.

• 8.30: Hora de peligro. Comienza el turno de trabajo. Deben hacer el menor ruido posible. Cualquier movimiento podría hacer sospechar a los trabajadores de la empresa.

• 9.00: Los protectores, amigos de la familia Frank, llegan a la oficina. Se encargan de vigilar, proveer víveres e informar sobre noticias del exterior. Pueden moverse, pero sin colocarse los zapatos.

• 12.30: Hora de descanso en la oficina. Se utiliza como pausa para el almuerzo. En ocasiones, los protectores comen con la familia Frank.

• 17.30: Termina el turno en la oficina. Los protectores hacen la última visita por si necesitan algo.

• 21.00: Llega la noche. Hay que mover muebles para acondicionar las habitaciones. Momento para escribir con las máquinas, leer y oscurecer las ventanas.

• 6.45: Suena el despertador del matrimonio (…)

Estamos llegando al final de esta historia, suena un ruido en una de las paredes del refugio. No es un estruendo normal, viene de un lugar desconocido, no pertenece a los protectores. Quizá, es la imaginación de Ana. Quizá, es uno de los roedores que los acompañan en el día a día.

Varias semanas después de ese enigmático ruido, la Gestapo, policía secreta del Estado alemán, da con el paradero de los ocho habitantes y son deportados a distintos campos de concentración. Otto Frank fue el único miembro de la familia que sobrevivió. Ana y Margot murieron de fiebre tifoidea, la primera a la edad de 15 años. Unos días después, las tropas británicas liberarían el campo de concentración donde Ana estaba recluida, maldita ironía.

Ana, la joven que quería ser escritora, vio su sueño cumplido gracias a que uno de los protectores le devolvió el diario a su padre.

El diario de Ana Frank es uno de los diez libros más leídos del mundo.

Me parece que lo mejor de todo es que lo que pienso y siento al menos lo puedo escribir, de lo contrario, me asfixiaría completamente.

(Ana Frank, 16 de marzo de 1944)


No se alarmen los lectores si consideran el título un poco descortés. Cierto es que se debe ceder el asiento en al autobús como primera norma de cortesía a ancianos, embarazadas, etc. Pero, cuando le piden a una niña afroamericana de 15 años que se levante porque una señora de mediana edad y tez blanca quiere sentarse, eso ya es otro cantar. Y si encima hay una ley que te obliga a hacerlo, pues la cosa ya clama al cielo.

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