Pensamientos de un viejo

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¡Suprimir la vida...! ¡Pero es imposible! ¡Todo cambia, renace, y nada muere! Cuentan que el filósofo sepulturero Van-Rum decía este decir mientras su locura: “¡No poder uno morirse!”.

Así dijo el viejo de las barbas largas, a cierto rey que fue a visitarlo, y que le preguntó en dónde estaba la felicidad.

EL DECIR INVERNAL

Todo el día ha llovido. Ahora es el crepúsculo, un crepúsculo de melancolía. Todo es blanco, de blancura turbia. El agua ríe, o llora, o canta, según el querer de las almas... Pero mi corazón dice que la lluvia solloza...

Propicio es el tiempo para meditar los pensamientos de Spinoza, de los Vedas y de Schopenhauer...

“El Uno Primitivo...”. “Todas las cosas son fenómenos del Ser Único...”. “Todo cambia, pero el Ser permanece eternamente...”.

Y en verdad que en este crepúsculo blanco, de blancura turbia, parece que el mundo tuviera un alma, y que esa alma, disuelta en las cosas, fuese Sor Melancolía...

Pero no; tú, novia de mi corazón, eres la esencia del mundo: eres mi alma, y mi alma es parte del Uno Primitivo... Es el Ser... Tú, mi novia, eres Sor Melancolía.

Quisiera vivir en los países del Norte, donde todo es blanco, frío, melancólico; allá, donde el alma se disuelve en la atmósfera, y se hace una con las cosas... Allá, durante los anocheceres más sombríos, podría entonces exclamar: ¡mi novia es la esencia del mundo! ¡Mi novia es todo lo blanco y melancólico...!

Por la ventana abierta penetra el frío. En la pieza vecina la viejecita lee en voz alta las historias de Job, mientras Peter Altenberg, mi perro, dialoga con sus sueños...

LA PARÁBOLA DE LA VIDA

Pasaba el maestro con sus discípulos por junto al mendigo de la llaga.

—Maestro —exclamó uno de los discípulos— es muy cierto que en la vida hay injusticia: unos gozan menos que otros, o si quieres, unos sufren más que otros. Mira ese mendigo...

El sabio dijo así:

El soñador trepó en alas de su anhelo a la cumbre del sueño; y fue su mayor alegría. La vida vino a él, y le habló estas palabras:

“Tú has gozado mucho, sufre ahora mucho. Así es mi justicia...”.

El viejo siempre fue mendigo y pobre de espíritu. Cierto día no hubo en su choza un pedazo de pan. La vida vino a él y le dijo este decir:

“Tú has gozado poco, sufre ahora poco”. Así es mi justicia: si grande el contento, grande la tristeza; si pequeño el contento, pequeña la tristeza...”.

El que tenga oídos para oír, que oiga.

Y el contento de ese mendigo es tan grande cuando logra despertar en alguien la compasión, es decir, cuando consigue igualar a otro con él, como grande es su tristeza en los momentos de desconsuelo...

Y tú —terminó el sabio, dirigiéndose al discípulo de la exclamación— juzgas del sufrir del mendigo, conforme al sufrimiento que esa llaga te produciría a ti...

Juzgas de las cosas, sirviéndote de criterio tu propio ser...

Cuando hayas rumiado bien estas verdades, ya no dirás: ¡Maestro! ¡Hay injusticia en la vida!

Y el maestro y sus discípulos se alejaron del mendigo de la llaga.

VIVIR...

El maestro habló a sus discípulos, diciendo:

Cada uno debe vivir y analizar sus experiencias: así resultará original el tesoro de sus verdades.

No hay dos personas idénticas, y, por lo tanto, jamás una verdad se presentará a dos por un mismo aspecto. A cada uno lo visitará de diferente manera, despertará en él distintos sentimientos, y el camino seguido será también diferente...

He aquí lo esencial: vivir nuestra vida y sacar de ella el tesoro de nuestro saber.

Pero la mayor parte de los hombres están atareados en la lectura de libros, sin preocuparse de leer su propia alma. Y esos son los que dicen: todo es viejo; todo se ha dicho ya.

En verdad os digo, amigos míos, que cada verdad tiene tantos aspectos como hombres hay, y que todo aquel que se estudie, llegará a ella por un sendero original, y serán originales también los sentimientos que despierte en su corazón.

Cada verdad debe estar teñida con nuestra propia sangre. Entonces la amaremos con un grande amor.

Estad atentos para recoger la imagen que la vida deje al pasar por vuestro ser.

Si cada hombre se estudiara más a sí mismo, y se preocupara menos de la impresión que en otros ha dejado la vida, descubriría que su visión del universo es distinta a la de todos los demás...

Y el maestro agregó, dirigiéndose a uno de los discípulos que trataba de imitar el estilo de Renan:

No imitéis tampoco el estilo de ninguno, por admirable que sea. Sería eso despreciar vuestra propia personalidad. En el yo debéis buscar la sabiduría, y el modo de expresar la sabiduría...

Así habló el maestro a sus discípulos.

ASÍ HABLÓ EL LOCO...

Toda interpretación de la vida es verdadera, porque indica la forma y modo que la vida toma en el ser que interpreta: es como el viento, que al penetrar en una caverna, produce distinto sonido que al insinuarse en un bosque.

La vida en sí no tienen ninguna significación; según sea el ser, así es la vida.

Cada filósofo da su forma y modo a la vida; sólo que dice, engañado por su orgullo, que así es siempre.

Si dejo caer mi mano sobre una hormiga, para ella el golpe será mortal, mientras que un elefante ni siquiera se dará cuenta de que lo he tocado; luego el golpe en sí es indiferente y sólo tiene significación relativamente al ser sensible, siendo además distinta según sea el ser.

Tampoco son las cosas conforme nosotros las vemos.

Para una hormiga será una montaña lo que para nosotros un pequeño guijarro.

Se juzga al no—yo conforme al yo, o, mejor dicho, éste es creador de aquel.

La misma lógica que rige nuestros razonamientos es una creación de nuestro yo.

El espacio y el tiempo tampoco son conceptos en sí, pues uno sólo tiene conciencia de la duración de sí mismo (la cual cambia según sea el estado de alma), y según eso juzga lo demás.

ASÍ HABLÓ EL SOLITARIO...

Aquel día fue un amigo a visitar al solitario.

Éste se alegró en gran manera, pues ya comenzaba a fastidiarse de tanto interrogar, de tanto hablar con su propia alma.

Momentos de charla amena y superficial, son precisos en la vida del pensador.

—¿Cuál es tu entretenimiento en esta soledad? —preguntó el amigo al solitario.

—Soñar. Esa es mi diversión. Desde que me estudio a mí mismo, lo que más admirado me trae es este constante mudarse de mi alma. La más pequeña variación atmosférica hace cambiar mi yo. Y cada nuevo cambio trae una nueva visión del Universo.

Esa es mi diversión. Soñar mundos; filosofar, pues ¿qué otra cosa, si no aquello, es filosofar?

Placer divino es este de crear mundos.

A veces pienso en los hombres que pasan la vida atareada, sin tener un momento de ocio para soñar, y me figuro que esos hombres no han sentido alegría...

No para todo hombre se hizo este entretenimiento.

En todos cambia constantemente el yo, pero no todos son capaces de llevar su alma hasta los últimos y más vagos sueños...

Fastidiarse durante los momentos de ocio es señal de incapacidad para conocerse a sí mismo; aquellos que odian el ocio son hombres serviles, poseídos del espíritu de la pesadez. Para ellos, su alma es como una estrella inaccesible.

¡Soñar! Esa es mi diversión. A veces, tirado a la sombra de mi árbol frondoso, contemplo las nubes. Me figuro una noviecita que formo de las nubes más blancas, más lejanas, y le cuento cuentos, decires que van saliendo de mi corazón...

DÉJAME IMAGINAR...

La niña iba creciendo en espíritu. Su padre le traía siempre, al volver de sus viajes, algún regalo: muñecas, cuentos de hadas y de brujas...

Mira —le dijo la niña al padre— cuando traigas algún regalo para mí, no me lo entregues sino después de algún tiempo. Yo pensaré: es un libro de cuentos, y los cuentos son así: érase un hada que quería mucho a los niños... Érase una princesita muy buena... Así imaginaré muchos cuentos, creyendo que esos son los que dice el libro que me traes.

Otras veces será una muñeca. Y yo pensaré: es una muñeca que sabe llorar... Es una muñeca... Y tendré muchos cuentos y muñecas, muchos regalos. ¡Y estaré tan contenta!

Cuando me entregas el regalo, me pongo triste. Ya no puedo imaginar. Ya no puedo pensar cómo serán los cuentos, ni cómo será la muñeca...

* * *

Tenéis razón al decir que esta niña es soñada. Oíd: estaba el solitario tirado a la sombra de su árbol, mirando las nubes. Formó, de las nubes lejanas, una figura de niña, y luego, le dio su propia alma.

¡La novia del solitario es su propia alma!

MI DÍA DE DIFUNTOS

Porque te fuiste amiga, he sentido en este morirse del día, que mi alma me pesa cada vez más...

Comenzaba a levantarse el misterio en la sierra. Era la hora en que nuestra alma se va tornando más y más pesada...

El niño sintió miedo, como si algo extraño fueran a contemplar sus ojos, y se acercó un poco más al padre...

¿Hablaría el niño para apartar la mirada de sí mismo? Tal vez. La palabra sirve para eso: para olvidar, para alejar un poco nuestro mundo interior...

Sí; pero era la hora en que el hombre tiene necesidad de cariños que le ayuden a llevar su carga de misterios, su gama de sensaciones... O quizá también, cariños a quienes mirar para no mirarse a sí mismo... ¡Tantas cosas! Y por esas tantas cosas dijo el niño a su padre:

 

¡Papá! ¿Cómo era la abuelita...?

El Padre. —Primero fue una niña sonrosada...

El niño. —¿Y después...?

El padre. —Después fue una viejecita blanca...

El niño. —¿Y después...?

El padre. —¿Después...? ¿Después? ¡Melancolía del recuerdo!

Y en aquella hora amorosa el niño experimentó la tristeza del irse de los cariños, y pensó que al irse todos tendría que cargar solo con el peso de su alma...

El niño. —¡Pobrecitos los viejos! ¿No, papá?

¡OH ANHELO DE LA NADA!

La novia nube. —¡El crepúsculo! Mira. Presta al mundo un aire de muerto: silencio, olvido, melancolía...

El solitario. —Silencio... Olvido... ¡Negaciones!

Para encontrar belleza es necesario disolver nuestra alma en las cosas; es necesario contemplar el constante cambio de los fenómenos, y recordar así el irse de nuestros quereres.

Todo pasa, todo cambia y todo vuelve a renacer... Y el alma se va tornando silenciosa, melancólica... En aquellas regiones todo es crepuscular... Silencio, olvido... Presentimientos del Alma Única, infinita, que atrae entonces al pobre corazón. Es algo, algo así como un eterno crepúsculo.

Allí termina todo lo que es... Alegría, dolor, bueno, malo... ¡No! Allí nada ES. ¡Negación! Eterno sueño, en el eterno lago de La Nada!

LAS NUBES

Para una niña que esté triste.

Ocúltase el sol, y comienza la hora propicia para todo ensueño. Para sueños tristes de viejo, y para sueños de enamorado; para meditaciones de filósofo, y para sentires de poeta; para sueños con la vida, y para sueños con la muerte...

Las nubes, coloreadas por el sol, cambian a cada momento de forma.

¿Qué dicen los niños? Los niños dicen:

Aquella nube parece una flor...; aquella una mariposa enorme...; aquellas se persiguen, juegan... ¡Qué juguetonas y alegres son las nubes...!

Y los niños dan saltos y gritos de alegría.

¿Qué dicen los viejos? Los viejos de hablar lento dicen:

Aquella nube se asemeja a la muerte...; aquella otra parece un cadáver. ¡Qué melancólico es el crepúsculo y qué tristes son las nubes...!

Y los viejos de hablar lento, callan, se abisman en el lago de los recuerdos, en ese lago de aguas verdosas, que es placentero y doloroso a la vez...

Y ¿qué dice la vida? La vida dice:

A mí, lo mismo que a las nubes, unos me dan su alegría, otros me regalan su tristeza. Yo no soy triste ni alegre.

Y la vida repite las palabras que dijo al discípulo de Dionisos:

Vosotros, los hombres, ¡oh virtuosos!, me prestáis vuestras virtudes.

EL PARALÍTICO

Jamque quiecebam voces hominumque, canumque, Lunaque nocturnos alta regebat equos.

Ovidio

Dijo el paralítico: madre, ha llegado el verano. El jardín está florecido, y la brisa me trae aromas de amores idos... Esta luna es perversa. ¡Mira cómo da a los campos el aspecto de una añoranza! Ciérrame los ojos para no ver esa luna. En mi corazón, a su hechizo mágico, van floreciendo los antiguos anhelos, que son ya imposibles... Es un desfile de ilusiones... Ciérrame los ojos con tus manos amorosamente viejas...

* * *

La luna seguía melancolizando lentamente los senderos y las almas... Y la viejecita cerró los ojos al paralítico...

* * *

Y luego: ábreme los ojos, madrecita. Deja que la luna haga florecer en mi corazón anhelos imposibles, y que la brisa me traiga olores de quereres lejanos... Mi alegría debe estar en mi cementerio. ¡Déjame ver cómo sangra mi corazón! No es tristeza esto. Es melancolía... ¡Melancolía es un paralítico en cuyo corazón florecen amores imposibles...! ¡Melancolía es un sendero adormido al hechizo de la luna...! ¡Melancolía es ver cómo sangra nuestro corazón...!

* * *

¡Oh, almas raras, almas refinadas, cuya alegría está en ver cómo se van los amores, las ilusiones, cómo todas las cosas pasan, se hunden en el misterio! Almas pervertidas por el análisis, descontentas, ansiosas de eternidad, que se vengan de la vida diciendo: ¡pondré mi alegría en ese constante irse de todo!

Y EL VIEJO LLORA...

Por el camino polvoriento, cabalgando en una mula parda, va un viejo que tiene ya todo el cabello blanco.

El viejo reflexiona. Una orgía fue su juventud, y un hospital es hoy su casa: la hija, histérica; el mayor de los hijos, paralítico; el segundo cubierto de llagas asquerosas, y del otro le avisan hoy que se está mu riendo.

Así dice la carta: “Ven, pronto. Nuestro hijo se muere. Tengo miedo. Ven pronto...”.

Y el viejo que tiene todo el cabello blanco, y que va por el camino polvoriento, cabalgando en una mula parda, llora lágrimas amargas, las más amargas de su vida, y por primera vez comprende que él jamás tuvo el derecho de ser padre...

LA HORA MÁS TRISTE

Cuentan que el filósofo Van-Rum se hizo sepulturero. ¡Bella profesión para un filósofo...! Y cuentan también que era más hosco que Schopenhauer.

Cierto día alguien le oyó exclamar: ¡Estos muertos renacen!: yerbas, flores, mariposas... Allí hay un rosal. Viene una mujer con su amante, aspira el perfume de las rosas, y éste se convierte en besos... y los niños devienen...

Oíd como cuentan las historias: ...y aquel día Van-Rum vio que una hermosa enlutada lloraba sobre una tumba. Y acercándose a ella, le dijo: ¡mujer! Tu amado sólo ha cambiado de forma. En esas flores está la esencia de tu amado. ¿Por qué lloras? Crees que las lágrimas duran sólo un instante, pero te engañas. Nada muere... Tu tristeza irá a entristecer otras almas... No puedes reír, llorar o cantar sin que conmuevas todo el Universo...

Seguid, ¡oh humanos!, riendo, llorando o cantando, que de rumores, alegrías y besos se impregnará la atmósfera y la vida...

Desde entonces —terminan las historias— Van-Rum se enloqueció. Sólo decía estas palabras: “¡No poder uno morirse!”.

SOÑAR...

El poeta está envuelto en el humo de su pipa, y dice:

¡Oh! ¡El sueño! Por él vivimos muchas vidas distintas; él nos liberta de la esclavitud del ser. Ser de un modo, ¡qué triste...!

Lo que es dura un instante y se acaba, y ¿qué más horrible que el placer que acaba?

Por el sueño vivimos todas las vidas que pudiéramos haber vivido en realidad.

Por eso amo el beso, porque es una promesa, y una promesa es un sueño.

¿Amar a una mujer? Eso es real.

Lo mejor es amar el deseo de amar; amar las figuras ilusorias de nuestra alma.

¿Se llama Berta, María o Carmen?

No; su nombre no es ninguno; es el que yo quiera, y a cada instante cambia mi querer.

No es Carmen ni Berta. No es blanca ni morena. No puedo decir cómo sea, porque a cada instante la quiero de un modo y no se puede decir lo que dura sólo un instante.

Si digo: es morena, cuando lo haya dicho ya no lo es.

Por eso la amo, a la novia que tiene todas las bellezas, y todos los encantos y todos los modos.

¡Pobres de vosotros los que amáis lo que es; vuestro corazón morirá al peso de lo que es...! Vosotros siempre sois Pablo o Juan, mientras que yo unas veces soy un viejecito muy blanco que recuerda sus quereres, y otras soy un galán enamorado...

¿Ser o no ser? No; ser nada y serlo todo...

Así dijo el poeta. Y se envolvió en el humo de su pipa y se abismó en sus sueños... Riendo unas veces, otras llorando... En su casa decían que estaba loco.

¡POBRE CORAZÓN!

—Niño, ¿no baja hoy al pueblo? Hay gran gentío y mucha diversión...

Así me dijo esta mañana mi vecino, un viejecito, mi compañero de conversaciones crepusculares...

Y me senté a contemplar el pueblo. Mi pobre corazón loco quería ir hacia ella... Y, romántico, recordaba los tiempos de sus amores. Allí encontraré —decíase— aquella mujer que tanto quise... ¡Estoy cansado de verme tan solo...! ¡Vamos al pueblo a ver la novia de los ojos negros…! Así decía mi corazón.

¡Pobre corazón loco! Aún eres muy niño y muy romántico. Es preciso echar sobre ti más y más hielo. Es necesario endurecerte más y más. No eres aún digno de la misión que te he dado. Te prometí un reino de belleza, más apacible, más tranquilo, más silencioso, y no podrás entrar en él, porque aún sientes nostalgia de aquellas noches de luna en que te estabas a la reja de la novia...

Cierto día te dije: desde hoy la vida sólo será para ti, un medio de llegar al conocimiento. Si amas, será para saber más... Si ríes, para saber más... Si lloras, para saber más... Si sangras, para saber más y más... ¿No recuerdas? Entonces ¿qué son tus lloriqueos? Además ¿no te he enseñado que el mundo sólo es bello para quien lo mira de lejos...?

* * *

Cuando después de mucho tiempo, me sorprendí conversando con mi propio corazón, no pude menos de envidiar la sonrisa de Voltaire, y continuar la arenga diciendo: ¡vamos! Recuerda las palabras de Dostoievski: “Hay gran placer en herirse uno a sí mismo”. Coge ahora tu bordón y vamos a trepar a aquella alta montaña, para contemplar desde allí el pueblo, recordar tu pasado y analizar tus lloriqueos...

Es menester endurecerte más y más, pobre corazón loco...

CLORI

He comprendido, amigo José, que la verdadera filosofía se fundamente en un desdeñoso levantamiento de hombros: que la afirmación y la negación son indignas del sabio, cosas del pueblo... y que el entusiasmo, todo lo que sea salirse de una absoluta risa indiferente, es irracional, algo que muestra el predominio del límite, de la vida, sobre la razón, que es la facultad que nos conduce al levantamiento de hombros, a la absoluta ausencia de conceptos...

Se llenó mi soledad de gentes ansiosas de aire libre. Primero vino Clori, y luego, un poeta verleniano, un pintor, un tenorio, un músico, un nietzschano, un pesimista... Y todos ellos, menos Clori, eran gentes de nuestro tiempo: almas huecas, almas sin voluntad, donde las brisas susurran... Y las brisas susurrantes son tres o cuatro espíritus fuertes, como Tolstoi, Schopenhauer, Nietzsche. Aquellos pobres seres eran discípulos...

Pero Clori no era así: Clori proclamaba enérgicamente que la verdadera sabiduría consiste en tener dientes muy blancos. ¡Y triunfó! La fe que tenía y mostraba en su opinión la hizo triunfar. Ella dijo al pesimista que dejara esas tonterías, ese decir a cada instante que la vida es mala, ese hablar de cosas tristes; que eso estaría muy bien en Alemania, pero no en aquella loma tan llena de sol y de luna.

Y dijo al tenorio que el papel más triste de los tiempos actuales está representado por D. Juan. Y dijo... Y todo eso lo dijo entre risas, mostrando su blanca dentadura... Cuatro semanas después, el tenorio había abandonado la sonrisita, el poeta se había recortado las melenas, y el pesimista iba en pos de Clori, riendo alegremente...

Cinco semanas después, los discípulos de Nietzsche, de Verlaine, de Tolstoi, y de Shopenhauer, se habían hecho discípulos de Clori, y proclamaban, como única verdad, el tener blanca dentadura...

Allí, entre los naranjos, rodeada de sus discípulos, riendo alegremente, Clori os enseña...

LA HOJA

La novia-nube. —Mira, cae del árbol una hoja como si fuera... Me he puesto triste...

El solitario. —Como si fuera... Comprendo tu decir. La hoja cae en nuestro propio corazón y nos hace recordar las tristezas de todo lo que se fue... Al caer la hoja, se quiebra la paz del lago de los recuerdos...

Recordamos cómo se volaron los amores, cómo se murieron las mariposas, cómo se fueron los quereres...

Te has puesto triste...

Y ESE LAGO

Pasa una mujer por el sendero...

Tú contemplas cómo se va alejando hasta que se pierde en la distancia...

Pasa una mujer por tu corazón... y se va alejando hasta que se pierde en un recodo de la vida...

Y a tu alma caen gotas de melancolía.

Se va la juventud con todos sus quereres...

Y a tu alma caen muchas gotas de melancolía.

Y así, a medida que va pasando la vida, se va formando en tu corazón un lago verdoso, melancólico...

* * *

Desde una cima contemplas un sendero solitario. Y esa visión te hace recordar otro sendero por donde se fue alejando una mujer; esa visión quiebra la paz del lago de melancolía que hay en tu alma...

Recordar es quebrarse la paz del lago melancólico...

 

Es bello lo que quiebra la paz del lago de melancolía que el irse de las cosas va formando en el corazón...

LOS RECUERDOS

I

Hoy vuelvo a ti, árbol amado de mi corazón. Bajo tu sombra vivieron muchos de mis sueños. La parte de mi alma, todos los recuerdos que están enredados en tu ramaje, o que vagan al amparo de tu sombra, son de una sutil melancolía... Ni un solo instante desagradable enturbia nuestra amistad. Contigo, prestándote yo mi alma, departía, rumiando mis contentos y disipando mis dolores... Experimento lo más sutil que pueda gustar el alma: en estos sitios vagan mis almas muertas, los sueños de otras épocas... Siento la melancolía de estar visitando mi propia tumba... El hombre se va muriendo poco a poco, a medida que se van muriendo sus amores. Y por eso los viejos son tan tristes.

Toda ilusión que se va, es un alma que muere en nosotros, y los sitios en donde pasó aquel amor, son su cementerio.

Alrededor de mi árbol, vagan, como mujeres pálidas, mis sueños... Ellos son el alma de mi árbol.

II

¡Vieja estancia de los abuelos! ¡Parece que tuvieras en ti la melancolía! Me dices: recuerdo cuando el abuelo Juan... Recuerdo tu sueño cuando cayó la hoja del árbol... Tu vista trae a mi espíritu el aroma de unos quereres muy lejanos, y hace que recuerde todos mis sueños...

¡Eres muy vieja...! En las telarañas de tus rincones parece que estuvieran enredadas las vidas de aquellos viejecitos... ¡Y ahora se va enredando mi propia vida...!

¡Me espantas deliciosamente, vieja vivienda del abuelo Juan! Has asistido al morirse de muchas de mis ilusiones, y por eso ahora me repites: recuerda... recuerda... ¡Es mi propio espíritu quien habla en ti, y ante quien siento terrores deliciosos! En ti, mi alma se contempla a sí misma...

Tic, tac.

¡Amigo Rum! Oye los decires de mis almas muertas que hablan en el antiguo reloj mohoso.

Tic, tac...

Una hoja cae del árbol...

Tic, tac...

Una mujer pasa por el sendero de tu corazón...

Tic, tac...

¡Oh, amigo Rum! ¡Mira cómo me muerde la melancolía! ¡Mira cómo es preciso morir para ir a buscar a Fina, allá, en el lago verdoso del eterno ensueño...!

III

Aquel niño tenía en los ojos la tranquilidad del lago de los recuerdos. Había nacido para recordar los hechos de sus abuelos...

El recuerdo es de los viejos. La mitad de la vida es para obrar, y la otra mitad se dedica a la añoranza.

Aquel niño que tenía los ojos apacibles, era el brote último de una raza grande, que dejó huella luminosa en sus caminos.

A medida que la humanidad envejece, los ojos de los hombres se van haciendo tranquilos y tristes...

La mirada de aquel niño ya no se dirigía intrépida en busca de nuevas sendas, ni sus pasos eran firmes y apresurados. No; sus ojos miraban melancólicamente la casa antigua de los antepasados, y sus pasos resonaban en los senderos cubiertos de musgo por donde vagan las añoranzas...

Y el último hombre será todo recuerdos; en él se encarnará todo el pasado... ¿Cómo obrar? Se lo impiden las cadenas que lo atan a muchos sepulcros... ¡El último hombre sólo amará los amores muertos...!

Sí; a medida que la humanidad envejece, se va tornando más y más interior: en ella se van encarnando las almas de todos los muertos.

Y nada que ame tanto el último hombre, como a esos espíritus vencidos que aparecen al final de las razas triunfantes y poderosas. ¡Pobres y dulces almas que llevan el gran cansancio!

¡Nada que ame tanto el último hombre como los decires de Jesús! Al fin de aquel libro que relata la historia del pueblo de los grandes valores; al fin de esa historia llena de matanzas, crueldades, crímenes y grandezas, aparece el decadente Jesús con sus bienaventuranzas... ¡Así mismo vendrá el último hombre, encarnación de la melancolía, al fin de este suceso absurdo que se llama vida...!

UNA TARDE ALEGRE

Todo es dulce al corazón; hasta el sufrimiento es miel para el corazón.

Es la niña. Llora, ríe, corre por los campos cogiendo flores, mariposas y pájaros. Y unas veces es su madre, que le cuenta de la Virgen María, y de cómo Jesús sanaba a los enfermos, perdonó a la Magdalena, y reía a los niños... Y otras es la vieja nodriza, que le cuenta cuentos de hadas, y consejas de brujas...

Y todo esto es miel para el corazón.

Es la niña que comienza a hacerse mujer. Ya no ríe, ni corre por los campos. Sueña. Sueña con el amado, y lee historias que unas veces la ponen triste, otras le llenan el corazón de alegrías, pero que siempre despiertan en su alma deseos vagos...

Y todo esto es miel para el corazón.

Es la mujer. Y ya no sueña con el amado que será bello como un príncipe, ni quiere aquellos libros de amor tierno y romántico. Lee a Maupassant, a Queiroz, a D’Annunzio; y su alma se torna complicada al contacto del alma de Adria, de Jorge, de Hipólita.

Y todo esto es miel para el corazón.

Es la viejecita. Y ya no ríe, y ya no sueña, y ya no lee a Maupassant. Recuerda. ¿Qué más dulce que esta palabra: recordar? La viejecita dice a su corazón: ¿recuerdas?... En aquella reja una vez. ¿Recuerdas...? ¿Recuerdas? Todo es en la viejecita como un claro de luna. Algunas veces la viejecita lee:

“Palabras del Predicador, hijo de David, rey en Jerusalem.

Vanidad de vanidades...”.

Y todo esto es miel para el corazón.

EL DÍA DE LA GRAN TRISTEZA

Aquellos primeros escritos revelaban un hombre apasionado. No dudé en decir que era el poeta de las cosas pequeñas del alma. Sabía escoger las palabras más silenciosas, más sutiles. Recordaba a Maeterlinck. Es un hombre interior, decíame yo, pero es un hombre voluble. Ama intensamente, pero dura poco su amor.

Y pasó un año, y cambió el poeta. Ya no era el poeta de las cosas pequeñas del alma. Era un Rabelais, pero un Rabelais muy triste. De todo se reía. Su estilo era perverso. Pero esas risas eran, para mí, gritos de desesperación. A través de ese constante burlarse del arte, de la filosofía, del amor, de la vida, se adivinaba al hombre desesperado de no poder amar, al hombre que tiene cerradas ya todas las fuentes de la alegría y que se refugia en la venganza. Sí; comprendí que el poeta aquel quería vengarse de no poder amar, haciendo que el alma de los demás se tornase árida también...

Y un día que hablé con el poeta le dije:

—A usted que ama las historias tristes le interesará esta historia:

Mi amigo era un hombre refugiado en su alma, y cuando de ella salía era para mirar otras almas. Era un apasionado por los secretos del corazón. Y como amaba intensamente, escribía páginas de verdadero arte, lo que se llama páginas teñidas en sangre...

Pero he aquí que, no sé por qué cruel destino, mi amigo era voluble; era un artista, y al mismo tiempo, cosa rara, era un crítico. Hoy despreciaba lo que ayer había amado con pasión...

Y usted sabe, que en su carácter de humanas, todas las cosas pueden amarse, o despreciarse intensamente...

Adivinará usted fácilmente el fin de mi historia...

Llegó para mi amigo un día, que fue el día de la gran tristeza... ¿Adivina usted? Aquel día mi amigo ya no pudo amar, ya no pudo escribir aquellas páginas de antes... Al ir a escribir, al ir a hacer obra de arte, es decir, “obra de amor”, se le aparecía el desprecio, veía la humanidad de aquello que iba a adorar...

Y usted que ha experimentado la alegría, la divina alegría que da el triunfar de la palabra, diciendo en palabras la historia de algún amor silencioso, comprenderá que aquel día fue para mi amigo el día de la gran tristeza...

¿Adivina usted? Y fue un odio, un odio mortal a la vida, al arte, a los hombres... ¡La venganza! He ahí su único consuelo... Desde entonces mi amigo escribe páginas en que se ríe de todo, pero es una risa la suya que indica la gran tristeza de no poder amar...

¡Triste destino este de hacer a los demás la vida árida! ¿No cree usted? Comprendo que todo es humano, y por lo tanto, que mi amigo está en su derecho... Pero el suyo es un oficio triste... Ya que estamos en la vida, la verdad para nosotros es la vida: el amor, la belleza, la gloria... ¿No cree usted?

Cuando terminé, el poeta me miró tristemente. Parecía decirme:

—Usted me ha hecho imposible el único consuelo. Ya no podré vengarme, porque la venganza me parecerá despreciable...

Nada me dijo el poeta, pero esa mirada era horriblemente triste...

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