Pensamiento educativo en la universidad

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Vale la pena reiterar que la inclusión de las humanidades y el arte en los currículos de los programas académicos es necesaria por su alta dosis de humanización que encierran. Pero vemos que esos espacios cada vez disminuyen o simplemente se suprimen, y en el caso de las licenciaturas se reduce este campo para cumplir con los créditos establecidos y para darle prioridad a otras áreas de profesionalización. Se trata de formar buenos licenciados, que se desenvuelvan profesionalmente, lo cual es necesario, pero esto va en detrimento de su ser personal. A mi modo de ver, esta situación crea una infelicidad en la persona y en el mundo en general, estamos viviendo, como dice Max Weber, en un mundo desencantado. Cada vez hay menos ilusiones en el mundo para vivir. Aquí vuelvo a decir que la fantasía y los sueños son fundamentales en la vida, y que el ser humano no debe renunciar a ellos — mucho menos cuando se trata de un maestro, en general, y de la infancia, en particular—.

La cuestión es cómo conmover tres dimensiones primordiales del ser: mente, corazón y manos, y esto es válido no solamente para la formación de maestros sino también para la formación de todo tipo de profesional sea del área que sea.

Pienso que, en esta segunda década del milenio, la formación se está centrando más en los procesos de investigación: formar un maestro investigador de su realidad. Vemos así, que cada década le plantea a la educación nuevos temas y realidades.

Además de lo dicho, considero que un formador de maestros, que se vincule a una facultad de educación y a programas de licenciaturas y de maestrías en educación, independientemente de la formación profesional que tenga, debe tener un referente de los clásicos de la pedagogía. Yo creo que es insoslayable tener presente el conocimiento sobre educación que Platón nos brinda en su libro La República; la reflexión que San Agustín nos cuenta en Confesiones, que perfila lo que va a ser la educación en la Edad Media; y la indagación que hace Jean Jacques Rousseau en Emilio o de la educación. La lectura de estos libros es ineludible para el profesor y además beneficioso por la trascendencia que va a tener en sus estudiantes.

También es necesario conocer las indagaciones sobre educación, que se dieron a finales del siglo XIX, y que tiempo después generaron métodos pedagógicos empleados en varias instituciones educativas de Europa y América. Lo mismo sucede con el pensamiento educativo surgido durante el siglo XX plasmado en grandes teorías que también generan una influencia específica en la educación. María Montessori nos habla de la importancia de educar los sentidos; Freud nos habla de que, a pesar de toda la educación que tengamos, hay unas fuerzas instintivas que nos gobiernan. Sin necesidad de que sea experto en estos autores, su conocimiento le brinda una estructura básica al profesor. El acercamiento que Piaget hace hacia la educación de la inteligencia; y Kohlberg a la necesidad de educar el juicio moral.

Aún sin conocer demasiado de estas teorías, los planteamientos generales de estos autores le ayudan bastante al profesor a contextualizar su quehacer educativo. Es necesario nutrirse siempre de esos clásicos. Por ejemplo, un estudio tan importante de la educación y la pedagogía como es Paideia de Werner Jaeger significa un aporte clave para un profesor universitario en su ejercicio docente. Esto no es que sea obligatorio, simplemente se trata de obras y autores que se convierten en referentes importantes, más cuando en las facultades de educación, y específicamente en la de la Universidad Javeriana, y resalto que esto constituye una gran riqueza, el desarrollo de los programas está a cargo de licenciados, pero también de profesionales de diferentes áreas distintas a la educación: como psicología, sociología, teología o filosofía, y que no necesariamente tienen que ser titulados como licenciados.

JS: ¿Qué aspectos de la formación de educadores considera que han sido centrales en su propuesta de enseñanza?

SM: Considero que mi práctica docente se ha ido construyendo como un camino que incluye diferentes áreas de conocimiento: sociología, historia, literatura y pedagogía; no se trata de un conocimiento tan especializado, pues ello tiene su lado negativo al tomar la forma de un embudo que va cerrando caminos. El conocimiento tiene una doble cara: una, mirar específicamente hacia un ángulo y explorarlo a profundidad, pero otra, no renuncia a la universalidad. Yo creo que en la educación ellos deben ir juntos, es decir, el juego entre lo particular y lo universal.

Estas apreciaciones están atravesadas por la experiencia que me han brindado los viajes nacionales y al exterior. Cuando se traspasan las fronteras de país, uno como maestro se posiciona de manera diferente frente a uno mismo y al conocimiento en general. Ir escalando del municipio al departamento, de ahí a lo nacional y luego traspasar fronteras, significa ver otros horizontes de organizaciones sociales europeas, americanas, africanas y orientales; experiencia que modifica necesariamente la sensibilidad y brinda una universalidad en el conocer y en el trato al otro como ser diferente pero igual a mí. En la visita al Japón se constata que es el principal país en actitud lectora. Cuando uno va a Tokio o a Kioto, ve a varios pasajeros entrar al metro, dejar su morral, sacar un libro y leer. Lo mismo pasa en parques y sitios de descanso. Entonces uno entiende por qué el primer lugar del estándar mundial de actitud lectora es ocupado por este país.

Es cierto que la universalidad en el conocimiento viene dada por los referentes teóricos que se tengan y por las especializaciones y maestrías que se cursen, pero también por las oportunidades de viajar al exterior, porque esto le ofrece al profesor viajero una perspectiva universal que el estudiante agradece bastante cuando se le cuentan experiencias de otras áreas geografías distintas a las de su país de origen. En Colombia vivimos esa paradoja: un país con dos mares, con una posición geográfica privilegiada, pero ahí uno recuerda a Gabriel García Márquez, cuando afirmaba que seguimos siendo la sociedad ensimismada y cerrada de la Colonia. La educación necesita universalizarse, ir hacia fuera, mirar hacia otros horizontes, nutrirse de nuevas experiencias, y si no se nos dan las oportunidades para viajar, ese conocimiento está a la mano gracias a los medios tecnológicos.

JS: ¿Alguna frustración que lo llevara a pensar “aquí casi que decido o que tengo que replantear alguna de las cosas que vengo haciendo”?

SM: Yo creo que todo maestro se siente frustrado cuando no llega a la totalidad de sus estudiantes. Siempre hay un reducto de estudiantes que no creen, no les interesa o tienen otros intereses, y la frustración es no haber alcanzado a sensibilizarlos. A pesar de ser la minoría, eso queda rondando en el profesor, que se ha ilusionado y apasionado con lo que hace, y que desea que esa pasión colme absolutamente su auditorio. Lo mismo que se espera que la indagación del conocimiento sea asumida con igual intensidad por los estudiantes, pienso que esta es una de las ilusiones todo maestro comprometido. Se trata del maestro o del profesor —hasta aquí no he hecho ninguna diferencia de términos— que vive en doble vía para su quehacer y de su docencia.

Pero frente a esa insatisfacción, también uno recibe sorpresas de parte de estudiantes que hace mucho tiempo egresaron de esta Universidad, y se acercan a uno y le dicen: “Gracias profe, por lo aprendido en sus clases”. Este agradecimiento colma todo el ser, y ahí es cuando uno comprende que la profesión de maestro no sirve solamente para solucionar la vida económica, sino que es una necesidad del alma.

JS: ¿Qué piensa de los parámetros de la política nacional para valorar al profesor universitario contemporáneo? Títulos, publicaciones, trabajo en redes, escalafones. ¿Cómo ve usted eso?

SM: Yo creo que se está agobiando mucho al profesor universitario, es decir, se le están planteando muchas tareas simultáneas, y todas de cumplimiento inmediato. Se le está presionando mucho hacia un altísimo rendimiento, que puede cumplir a medias durante un semestre. Entonces, esa política de evaluación no es la más adecuada. Se le exige que sea profesor, y buen profesor en sus clases; publicaciones semestrales, así sea de un artículo corto; liderar o vincularse a una investigación; elaborar una ponencia para asistir a determinado congreso. Son muchas las tareas que debe cubrir, pero solo logra algunas a cabalidad, y otras quedan en lo superficial, y todo esto va en detrimento de su profesionalización, y sobre todo en el debilitamiento de su práctica de enseñanza.

Aquí ya no se trata de que el maestro no quiera hacer las cosas, o que no se esté preparando bien, o que su actuar sea más profesional que vocacional; se trata de la cantidad de tareas y de la presión que ejercen los estándares de evaluación. Esto no contribuye a su construcción como maestro, que en últimas es el de compartir su saber con grupos de estudiantes. Creo que en muchas facultades de educación se está borrando la diferencia que existe entre un investigador que simultáneamente desempeña funciones de docencia y un profesor que hace investigación como trasfondo de su actuar docente para beneficio de sus estudiantes y que no renuncia al papel que es ante todo educador. Hoy se le pide que se destaque por igual en las dos cosas, pero creo que su vida no alcanza para cubrirlas exitosamente. De manera moderada estaría bien un maestro que sea investigador y que incluye la investigación en todo su quehacer. El maestro que se forma como educador debe ser ante todo maestro y no abandonar a los estudiantes que tiene a su cargo, muchas veces por llevar a cabo unas investigaciones cuyo destino es dormir en los anaqueles.

JS: ¿Qué tipo de emociones le genera a usted el reconocimiento que ha recibido en toda esa trayectoria frente a la docencia?

 

SM: Cuando recibí la invitación para que relatara mi experiencia vivida en esta Facultad de Educación fue una sorpresa y continúa siéndolo. Al dar la mirada y reconstruir el proceso, yo no fui el investigador catalogado 1A por Colciencias; tampoco fui el maestro que publicó un libro anualmente ni cada cinco años; mucho menos el profesor que recorrió el mundo de congreso en congreso y de ponencia en ponencia. Lo que hice fue preparar muy bien mis clases, documentarlas al máximo, mostrarme como soy frente a los estudiantes, y me hace mucho honor que la Facultad de Educación hoy considere que este actuar merezca un reconocimiento. Siempre he mirado a esta Facultad con cariño y más cuando ha tenido en cuenta mi nombre para este reconocimiento, lo cual indica que las cosas no se hicieron en vano. Si se dejó una huella fue gracias al espacio y a la confianza brindados por esta Universidad, al entusiasmo de mis estudiantes y a mis colegas que hicieron la vida grata en esta facultad. No dejo de estar sorprendido porque conozco a otros de mis compañeros con mucha producción académica y que merecen estar en este lugar y reitero mis agradecimientos a esta facultad.

JS: Pensando en su trayectoria docente a lo largo de estos años, ¿para usted qué ha significado ser profesor universitario?

SM: En estos momentos todavía no he tomado suficiente distancia para poder decir con claridad qué significó. Lo único que sé es que fue mi vida entera: oportunidades para incrementar la lectura, escribir para unas escasas publicaciones, compartir espacios de la vida universitaria, participar en algunas investigaciones de campo y emprender largos viajes por el mundo, eso sí, todo hecho con pasión.

Cuando se es profesor universitario, no hay diferencia entre la vida personal, la vida familiar y la vida académica. Ellas forman un todo que uno lleva como un bloque a todas partes, sin ser un rompecabezas que se puede disgregar a gusto y conveniencia. La cabeza y la sensibilidad van juntas y así se va construyendo uno, como una totalidad, sin divisiones entre la vida academia y la vida-vida. Al final es una sola vida.

Creo que en muchas facultades de educación se está borrando la diferencia que existe entre un investigador que simultáneamente desempeña funciones de docencia y un profesor que hace investigación como trasfondo de su actuar docente para beneficio de sus estudiantes y que no renuncia al papel que es ante todo educador.

JS: Ahora, en esa nueva fase de su vida, ¿qué nuevos proyectos y obras tiene en mente realizar?

SM: La palabra “pensionado” también tiene unos imaginarios. Pensionado remite a que se pensiona el cerebro, que se pensiona el cuerpo, que se llega a un estado de quietud. Yo no pertenezco a ese grupo; yo pienso que una pensión es un privilegio y una oportunidad para hacer las cosas que uno no pudo hacer en la vida laboral. Vivimos en una sociedad laboro-céntrica, donde el trabajo es el eje fundamental del ser humano, pero en esta nueva situación uno se da cuenta que no es el único eje. El trabajo es básico, pero hay otros ejes en la vida y hacia esos ellos es que estoy permitiendo que mi vida gire.

Toda mi vida viví la frustración de no poder interpretar un instrumento musical. Por esta razón ingresé a la Academia de Música Luis A. Calvo, de la Universidad Distrital Francisco José de Caldas, hace año y medio. El programa es muy completo ya que destaca el cuerpo y la voz como instrumentos naturales que todos disponemos y elegí tres instrumentos nacionales de cuerda: la bandola andina, el tiple colombiano y el cuatro colombo-venezolano. En estos instrumentos se hacen presentes los ritmos colombianos que conforman su identidad musical: la guabina, el torbellino, el pasillo, el bambuco, la danza y el joropo. Por su parte los temas de las canciones van relatando toda la geografía nacional.

Resulta maravilloso conocer el país desde los compositores y sus intérpretes, y ver cómo sus temas musicales se nutrieron de la realidad del país del siglo XIX y comienzos del XX. Cómo se le canta a Colombia, a través de tres instrumentos de cuerda: guitarra, bandola y tiple.

JS: ¿Cuál sería ese lema que representa de alguna manera eso que usted ha vivido como maestro?

SM: Recuerdo ahora un verso del poeta hindú Rabindranath Tagore, quien en un poema a la muerte dice: “¿Qué ofrecerás a la muerte el día que llame a tu puerta?” Yo le diría: en mi vida traté de ser feliz, y si con esto contribuí a hacer felices a otras personas y a hacer de ellos mejores seres humanos, muerte, llévame al lugar más tranquilo que tú conoces.

JS: Muchas gracias.

TRAYECTORIA ACADÉMICA

• 1954

Nació en el municipio de La Peña, Cundinamarca.

• 1982

Culminó sus estudios de Sociología en la Universidad Cooperativa de Colombia.

• 1983

Inició su carrera como profesor de cátedra en la Universidad Cooperativa de Colombia en el programa de Sociología.

• 1987-1989

Se vinculó como profesor de cátedra a la Facultad de Psicología de la Universidad Católica.

• 1989-1994

Fue profesor tutor evaluador en el área de Sociología del Centro Universidad Abierta y a Distancia de la Pontificia Universidad Javeriana.

• 1993

Fue reconocido como Profesor Sobresaliente de Sociología en la Universidad Cooperativa de Colombia.

• 1995

Ingresó como profesor del área de Sociología en la Facultad de Educación de la Pontificia Universidad Javeriana.

• 1996

Culminó sus estudios de Especialización en Educación y Desarrollo Cultural en la Fundación Universitaria Monserrate.

• 2002

Culminó sus estudios de Maestría en Literatura en la Pontificia Universidad Javeriana.

• 2009

Recibió el Estímulo Magis categoría Diploma por la función sustantiva de docencia, reconocimiento por parte de los estudiantes, rigurosidad, calidad y autoridad intelectual por la Fundación Universitaria Monserrate.

Recibió la Distinción a las Cualidades Personales y Profesionales Puestas al Servicio de los Estudiantes en la Pontificia Universidad Javeriana.

• 2014

Recibió la Divisa de Honor Dorada en la Pontificia Universidad Javeriana por veinticinco años de vinculación.

OBRAS SELECCIONADAS

• 2014

Sistematización de experiencias exitosas en treinta jardines infantiles del ICBF. Convenio efectuado en el ICBF y la Pontificia Universidad Javeriana, publicación en formato CD.

• 2013

Trabajo de grado: El maestro como sujeto político y sus implicaciones en el campo educativo y social caso Hogar Infantil Mariposas. Asesorados: Jenny Paola Álvarez Camacho; María Elvira Castro Cuéllar; Gloria Stefani Cuesta Quintero; Lina María Virviescas Molina.

• 2012

Trabajo de grado. La creación de una biblioteca en la Institución Educativa Islas de Rosario para fomentar la lectura y recuperar identidades perdidas de la población. Asesoradas: Juana María Cadavid Enríquez; Elizabeth Otoya Lemaitre; Sergio Ortiz Cifuentes.

• 2010

-Trabajo de grado. Caracterización del espacio mental “proyección” a partir del análisis de las paremias figuradas en los relatos de vida de estudiantes del colegio Virginia Gutiérrez de Pineda. Asesorada: Lidia Mariluz Monroy Saavedra.

-Trabajo de grado. La educación de la infancia Wayuu a través de los relatos míticos de su cultura. Asesorados: Mery Ellen Mejía Milián.

-Estado del arte sobre las concepciones de infancia subyacentes en los trabajos de grado de las estudiantes de los dos programas de licenciatura de la Facultad de Educación de la Universidad Javeriana, entre los años 2000 a 2007.

• 2009

-Trabajo de grado. El taller literario como acción pedagógica para la animación a la lectura y la escritura creativa en niños de 7 y 8 años. Asesorados: María Isabel Cruz Martínez y Juliana Mejía Correa.

-Trabajo de grado. Las relaciones interpersonales en el aula de clase de niveles socio-económicos bajos. Asesoradas: Diana Carolina Parra Osorio y María Victoria Romero Rivera.

• 2008

Trabajo de grado. Diseño de una biblioteca infantil en contextos hospitalarios (Hospital San Ignacio). Asesoradas: María Ximena Cotes Rozo y María Alejandra Mendoza García.

• 2007

Textos y sociedades. Didáctica para un análisis contextual de documentos. Serie Formas en Educación, 6. Bogotá.

• 2006

Trabajo de grado. Un poema para soñar (antología poética). Asesorados: Michelle Andreina Castillo Archila, Diana Fernanda Muñoz Villa y Diana Judith Vargas Hincapié.

• 1998

Trabajo de grado. Mujer, política y localidad: quehacer político de tres mujeres electas a corporaciones pública. Asesorados: Marta Buriticá, José Soche Bermúdez, Rodrigo Arias.

• 1994

Una alternativa de evaluación del aprendizaje en la formación a distancia. En Coautoría con Baquero, M., Muñoz, L. y Sierra, C. Bogotá.

Educación teológica

Olga Consuelo

Vélez Caro

En conversación con

Rosana Elena Navarro Sánchez


PRESENTACIÓN

Olga Consuelo Vélez Caro es teóloga y magíster en Teología graduada de la Pontificia Universidad Javeriana, y doctora en Teología de la Pontifícia Universidade Católica do Rio de Janeiro. Fue designada profesora titular en 2011 y distinguida como profesora ordinaria por la Congregatio de Institutione Catholica en 2010. Su labor ha sido exaltada en el ámbito teológico y pastoral, especialmente por sus aportes al método teológico y al estudio y posicionamiento de la teología feminista.

Fue profesora de la Pontificia Universidad Javeriana por más de treinta años. Se vinculó en 1983 con las asignaturas de Cristología, Eclesiología y Moral fundamental. Se desempeñó como directora de la carrera de Ciencias Religiosas entre 1999 y 2001, y como directora de la carrera y la Licenciatura en Teología del 2002 al 2008. Del 2006 al 2008 también fue encargada de la Licenciatura en Ciencias Religiosas. Fue docente del Departamento de Teología Sistemática en las áreas de Cristología, Eclesiología y Escatología y fue miembro del Grupo Cosmópolis dedicado al estudio del pensamiento filosófico y teológico de Bernard Lonergan y el método en teología.

De su trabajo académico se deriva una visión profunda de la Teología de la liberación y de la teología feminista o teología de género. Estas teologías se preguntan por la realidad social de los pobres y por las violencias estructurales que sufren las mujeres en todos los ámbitos y por diversas razones: familiares, eclesiales, raciales, sexuales, económicas, culturales e intelectuales; ofrecen un balance a los desafíos y aportes de la teología feminista latinoamericana en clave de igualdad y participación de la mujer de cara a los retos de justicia social.

Para la profesora Consuelo Vélez, la profesión de maestra se expresa en todo lo que se ha podido sembrar en otros corazones, no solo por el contenido que se entrega, sino también con el compartir de la vida. Ser maestra es la vida misma y es un juego de dar y recibir, de crecer continuamente. En el diálogo con el estudiante, cualquier pregunta o interpelación enriquece, lleva a la argumentación y ayuda a cambiar o complementar la comprensión del mundo.

EDUCACIÓN TEOLÓGICA

Rosana Elena Navarro Sánchez (RN): Olga Consuelo Vélez, eres doctora en Teología de la Pontificia Universidad Católica de Río de Janeiro y profesora titular de la Facultad de Teología de la Pontificia Universidad Javeriana. Eres autora de muchas obras teológicas y pastorales. Sería interesante saber cómo fue tu infancia, dónde naciste, quién fue tu primer profesor, cómo aprendiste a leer y a escribir.

Olga Consuelo Vélez Caro (CV): Nací en Bogotá, soy hija única, pero crecí acompañada de muchos de mis primos que vivían muy cerca a nuestra casa. Estudié en el Colegio Eucarístico de las Hermanas Mercedarias. Entré a kínder a los cinco años y, sin lugar a dudas, salí leyendo y escribiendo. Me acuerdo de la hermana Lucía, era la profesora estrella en el colegio, enseñó a muchas de las generaciones de alumnos.

Recuerdo que en mi infancia salíamos a la calle a jugar, no había problema, todos mis años de pequeña fui muy feliz y viví muy tranquila en el colegio. Sin embargo, mi vida cambió radicalmente cuando a la edad de diez años murió mi papá, Pedro Alonso Vélez, ese sí fue un quiebre en la vida. Con su muerte mi mamá se enfermó, Jinett Caro, tal vez por su ausencia, pero en ese momento uno no entiende mucho lo que pasa. Como ella tuvo que ir muchas veces al hospital por su estado de salud, nos fuimos a vivir a la casa de una tía, Elsa Caro, con sus cinco hijos. Así, viví la niñez y la adolescencia rodeada de estos cinco primos y otros tres que vivían muy cerca compartiendo muchas experiencias y juegos.

 

RN: De cara a lo que eres hoy, teóloga, ¿qué consideras que incidió en tu proceso formativo para ese gusto por las humanidades y, concretamente, por la teología? Porque no es común, aunque debería serlo, que una mujer estudie teología; sin embargo, ya hay más. ¿Qué es lo que tú crees que incidió?

CV: Yo creo que la formación religiosa en el colegio influyó mucho, porque fue algo que me llevó a conocer a Dios. Las monjitas nos hacían rezar el rosario todos los días en primaria, recuerdo que no es que fuera agradable rezar el rosario, pero, de todas maneras, esa presencia de Dios estaba ahí, sin uno darse cuenta. Ahora lo digo más consciente, en ese momento no lo era.

Recuerdo el librito de la primera comunión y la historia sagrada y la vida de los personajes bíblicos que nos contaban de niñas. Entonces, primero, ese conocimiento de Dios y, en segundo lugar, creo que la muerte de mi papá a mis diez años me hizo abrirme a la humanidad. Lo digo porque mi condición socioeconómica era mejor cuando él vivía, y al pasarnos a vivir con mi tía nos fuimos a vivir a un barrio más sencillo. Cuando iba a las casas de niñas de ese barrio veía que no tenían muchas cosas y entendía que hay mucha gente que no tiene lo básico.

Mi respuesta ante esa realidad fue preocuparme por las personas. ¿Cómo así que hay gente que no tiene lo básico? En el otro barrio, por ejemplo, una amiga era hija de un senador, otra del lado era sobrina nieta del general Gustavo Rojas Pinilla, entonces eran diferentes las cosas en los dos barrios. Me preguntaba: ¿qué puedo hacer por la gente más pobre? Entonces, tal vez ahí me incliné por el ser humano. Yo no digo que por las humanidades, porque ni sabía que existían cuando era adolescente.

Por ahí empezó, tal vez, también mi sensibilidad pedagógica, sin darme cuenta. Siempre sentí las ganas de ayudar a los demás. En el colegio me gustaba colaborarle a las niñas que les iba peor en las evaluaciones. Yo veía que alguna perdía una materia y me gustaba explicarle para que le fuera mejor. En el barrio, también ayudaba en la época de vacaciones en un colegio muy pequeño, el Colegio Santa Mónica, donde estudiaban mis primos pequeños. Iba una semana a ayudarle a la profesora Alicia.

RN: ¿El paso a la teología en qué momento fue? ¿Cómo se dio?

CV: Ese camino es más largo, porque inicialmente ni sabía que se podía estudiar teología. Participé en muchos grupos apostólicos dando catequesis en barrios muy pobres y luego empecé a alfabetizar a adultos en la jornada nocturna, era gente muy trabajadora. Detrás de todo esto entendí que Dios nos invitaba a servir a los más pobres y me interesé por la formación religiosa, de hecho, hice un curso a distancia en el que me enviaban los materiales y cartillas por correo. En esa época, como en el año 74, cuando estaba todavía haciendo el bachillerato, había mucha apertura, por ejemplo, en una parroquia que se llamaba Santa Elena, en el barro Eduardo Santos al sur de Bogotá, el padre nos dejaba hacer la homilía de la misa a los miembros del grupo juvenil, hoy en día no es permitido a los laicos. Hoy hay una exigencia a que se abra más la iglesia y la liturgia.

En el Colegio empecé a leer la Biblia y me encantó la palabra de Dios. Cuando terminé el bachillerato no sabía qué estudiar. Miré el folleto de cada carrera que daban en el Icfes, pero no encontraba nada, yo quería hacer algo grande en el mundo, pero no sabía qué era. Quise estudiar Medicina, como todo el mundo, para ayudar a la humanidad, pero la Universidad Nacional de Colombia estaba en paro cuando salí del colegio, teníamos que esperar dos años para hacer el examen y luego ver si se pasaba.

Como yo ya tenía ese compromiso social, me puse a trabajar en el día y a estudiar por la noche Ingeniería Industrial en la Universidad Católica de Colombia, una carrera que no estudiaban muchas mujeres, en ese momento no sabía que más tarde iba a luchar por una inclusión mayor de las mujeres en todos los campos. Estudiando ingeniería conocí a un grupo misionero, el Verbum Dei, una comunidad religiosa que llegó a Colombia en 1977; fue en ese momento que me enteré de que podía estudiar teología y decidí cambiar de carrera. Luego supe que, para estudiar teología, era necesario estudiar filosofía antes, así que llegué a la Universidad Javeriana a estudiar primero una y luego la otra, porque además era en la única universidad en que se ofrecían en esa época.

Entonces, sin ser una educación formal, empecé enseñando catequesis y luego llegué a enseñar teología. Ya mirando desde el presente, después de haber dedicado mi vida a la enseñanza, me doy cuenta de los tantos pequeños pasos que me llevaron a enseñar y estudiar el campo de la teología.

RN: Fíjate que tuviste un contacto con la educación casi que desde niña. ¿Qué consideras que incidió en tu formación teológica para cualificar y resignificar esa labor de enseñar, en este caso en el ámbito de una universidad?

CV: Empezar a estudiar teología fue maravilloso, especialmente la fe que me enseñó la teología y la clarificación que me dio. Se cumple lo que dice una cita bíblica del libro de Hechos: “No podemos dejar de hablar sobre lo que hemos visto y oído”. Todo lo que aprendí, tanto en las clases como en la oración, me parecía tan grandioso que quise comunicarlo.

Digamos que son las circunstancias. Cada día me convenzo más de que la vida es un azar en muchos sentidos, porque es un montón de circunstancias que se juntan y hacen que uno vaya para un lado o para otro, pero lógicamente la vida también es una decisión, porque uno va asumiendo esos azares, circunstancias que pasan fuera de lo que uno espera, pero uno las va aceptando con más profundidad y se convierten en ese proyecto personal que uno construye de manera consciente.

Probablemente si mi papá no se hubiera muerto, no estaría aquí haciendo esta entrevista, porque lo más seguro es que hubiera seguido otro camino. Parece absurdo decirlo, pero ante esa experiencia, se me abrió otra manera de ver el mundo que me parece muy significativa en el sentido de preocuparme más por los demás, por el mundo, por la sociedad, por la realidad, una sensibilidad con la que he sido muy feliz hasta el día de hoy.

RN: ¿Qué recuerdas de tu época de estudiante en la Javeriana?

CV: Estudié la carrera de teología del 78 al 82. Teología del 80 al 82, previo estudio de la Filosofía del 78 al 79. Era una época en la que un sector de la iglesia estaba muy comprometido con la Teología de la liberación, con las comunidades eclesiales de base. Aprendí, entonces, Teología de la liberación con algunos de mis profesores. La mayoría eran jesuitas que acababan de venir de Roma con sus estudios renovados, con el Vaticano II que fue un acontecimiento eclesial muy importante que revolucionó la enseñanza teológica. Sin lugar a dudas, traían una teología muy actualizada. Hay gente que años antes recibió una teología más conservadora y luego le ha costado más trabajo hacer el cambio. Yo solo soy hija de esta teología.

El primer semestre de teología tomábamos clase con el padre Carlos Bravo, quien murió ya hace muchos años. Daba una materia que se llamaba Marco antropológico de la fe. Esa materia era espectacular porque hacía que uno entendiera que la fe tenía que ser para la vida y no era para el ritualismo, y que la fe era para pensar, para criticar, para cuestionar. Quitaba el piso a los que venían con una teología o una práctica religiosa conservadora; mucha gente entraba en crisis, a mí me pareció todo tan maravilloso, me parecía que era increíble aprender eso. El padre Alberto Parra nos daba Teología fundamental y Eclesiología, todo lo que él nos enseñó me pareció muy liberador. El padre Alberto Múnera nos enseñó una moral súper abierta, y el padre Fernando Hurtado, comprometido con la realidad, son los profesores que más recuerdo.

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