Lo que vendrá

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NOTA EDITORIAL

Lo que vendrá. Una antología (1963-2013) recopila trabajos de Josefina Ludmer no incluidos en los libros de su exclusiva autoría. Se incluyen, por el contrario, artículos relacionados, pero publicados después de la primera aparición de esos volúmenes, por entenderse que muestran (en la reflexión y el recorte, en la repetición y la aclaración) el desarrollo de una escritura que no concluye en la publicación de un libro.

Los trabajos se presentan en orden cronológico según la última publicación a la que se pudo acceder. Se han corregido erratas evidentes, no se han modernizado la ortografía ni la sintaxis.

ERNESTO SÁBATO Y UN TESTIMONIO DEL FRACASO

La última novela de Sábato se postula como un testimonio sobre nuestra realidad, como una gran creación imaginaria y una indagación filosófica sobre problemas esenciales. Pretende ser amplia y profunda, estilísticamente trabajada, original, impactante. Juega con el tiempo y la historia, con el bien y el mal, con la psicología y la metafísica; se refiere a lo cotidiano y a la condición humana, a la vida y a la muerte, a la enfermedad, a la locura y a la pureza. Los dos universos de Sobre héroes y tumbas, nos sentimos inclinados a decir: un sector oscuro y vago, lleno de misterio, ensoñaciones y símbolos; una línea dinámica, clara, concreta y de intención realista. Un mundo romántico de amor y muerte, y un mundo testimoniante de una realidad determinada en una época clave del país. Una parte muy pensada, estirada en reflexiones y profundizada en psicología, cuyo ritmo narrativo se demora en vaivenes temporales y en cambios de perspectiva, y otra lisa, hablada, bulliciosa, popular. Testimonio y obsesiones son las dos intenciones explícitas del autor: la novela como catarsis y la novela como mostración y toma de conciencia de la realidad, el “mundo oscuro” de lo inconciente que se libera y el mundo claro de la conciencia y la historia. ¿Pero es que hay dos mundos en Sobre héroes y tumbas? ¿Hay catarsis y testimonio configurando dos estilos expresivos, o nuestra afirmación era falsa? No podemos afirmar que Sábato logró liberarse de ciertos mecanismos inconcientes: su historia personal, sus obras posteriores lo revelarán; nos interesa el testimonio en tanto remite a un mundo que nos engloba a nosotros mismos.

Examinaremos hasta qué punto y de qué manera la novela de Sábato logra testimoniar una realidad, de qué modo y por qué la intención del autor se revierte contra sí mismo, se desvía y concurre a dar testimonio y razón de una ideología, la de Sábato mismo. Sábato testimonia a Sábato; su pretensión de mostrar lo que sucede o sucedió resulta en la realidad solo mostración de lo que le sucede, mostración de su concepción del mundo. Asimismo veremos de qué modo es coherente la frustración de su testimonio con la ficción novelística misma; la ideología de Sábato, que no le permite dar cuenta de una realidad total, que se la encubre y oscurece, lo lleva a crear una ficción cerrada, sin historia, en base a esquemas psicológicos y a “maldiciones” sexuales, donde la soledad y el misterio son cárceles herméticas que definen la condición humana.

EL TESTIMONIANTE BRUNO-SÁBATO Y LA DIVISIÓN DEL TRABAJO

Bruno es, en Sobre héroes, el personaje-que piensa-y-reflexiona: la novela, a pesar de su amplio proyecto y de algunas fuentes ilustres que pareciera querer trasplantar, es simple, esquemática, ingenua y primitiva en estructura y psicología; los personajes son portadores de cualidades o formas de ser únicas, “sustancias”, “esencias” inmutables que evolucionan en un mundo concreto, niegan la existencia en tanto libertad y se congelan en el “ser”; mónadas cerradas a la historia, el tiempo pasa por esos caracteres confirmando su inmovilidad, ratificándola. Sábato afirma en sus personajes un fatalismo especial: el fatalismo psicológico. Los únicos resortes que mueven a los protagonistas de su novela son los mecanismos psicológicos, los hechos primarios; Martín, Alejandra, Bruno y Fernando no se eligen a partir de sus neurosis, los traumas se apoderan de ellos y los manejan compulsivamente, les señalan el camino de la muerte y del fracaso. Es lícito afirmar, con el riesgo del esquema, que los personajes de Sobre héroes y tumbas son títeres cuyos hilos penden del complejo de Edipo. Con estaticidad de alegoría, esos seres asumen una forma sobresaliente y se fijan en ella; todos los actos concurren a redondear el sello que, de entrada, les puso el autor: son el misterio y las culpas del amor (Alejandra), la pureza y la angustia adolescente (Martín), las obsesiones (Fernando), la reflexión (Bruno). Nos interesa Bruno porque es el personaje que usa Sábato para pensar, el portavoz de sus reflexiones, el que, por el carácter mágico que implícitamente el autor asigna al pensamiento, actúa por el solo pensar, se halla más allá y por encima de los demás, conserva la distancia –real y simbólica– que se requiere para tomar conciencia, para tener en su poder todos los elementos; Bruno no tiene las manos sucias, no muere, no huye, solo está allí, pensando y hablando, intemporal y eterno, contemplando la vida.

Sobre héroes es una novela seminovela, una novela ensayo: Sábato expone su ideología, sus más menudas opiniones y sus reflexiones más profundas, relatándolas en abstracto, desvinculadas y no estructuradas con la ficción total; esas ideas no son ideas propias de un personaje, que puedan contraponerse a otros puntos de vista diferentes; son, simplemente, las ideas de Sábato, las de sus conferencias, ensayos y artículos. El autor no enfrenta la ideología de Bruno –su “testimonio”– a otra que la haga vivir y librarse de esa rigidez en la que está enmarcada, los largos parlamentos quedan allí, solos, acumulados uno tras otro; Sábato muestra, demuestra y prueba; los discursos de Bruno sobre “el hombre argentino”, el arte, la cultura, Borges, la esperanza, son presentados como irrefutables; frente a él está Martín que oye y acepta, de tanto en tanto los recuerda para tomar ejemplos y orientar su conducta, unas veces Martín lo interroga, lo incita a una aclaración, otras cita las frases de Bruno como paradigmas ejemplares. “Como tal vez alguna vez le diría Bruno”, “le había oído decir a Bruno”, “y recordó algo que le había dicho Bruno”, se repiten innumerables veces. La sumisión de Martín ante la ideología de Bruno es quizá la que Sábato espere de sus propios lectores. La única vez que aparece un interlocutor real, que titubea otra forma de pensar, es cortado y oscurecido, e implícitamente negado por Sábato: cuando Bruno y Martín oyen hablar a Méndez inferimos, entre las obsesiones de Martín, que no escucha, un atisbo de enfrentamiento, pero es fugaz y casi ilusorio; los discursos de Bruno, en cambio, son plenos, seguros, afirmativos, se extienden largamente, emplean con profusión conjunciones explicativas y conclusivas, allí sí es evidente la voluntad del autor de ser claro, explícito, de no ofrecer flancos débiles, de no dar lugar a dudas. Y esa voluntad clarificadora se opone a toda la ficción novelística: la historia de Martín, Alejandra y Fernando está en semipenumbra, es deliberadamente oscura y misteriosa. Martín no llegó nunca a descifrar la historia y el carácter de Alejandra, Martín asiente y comprende la claridad de Bruno; ensayo, pensamiento, claridad, Bruno por un lado; novela, inconciencia, oscuridad, acción, Alejandra y su familia por otro; Sobre héroes denuncia, en su estructura misma, una de las características del pensamiento de Sábato: la creación de “realidades” antitéticas, absolutas y cerradas en sí mismas, sin posibilidad de síntesis ni de comunicación. Mecanismo esencialmente antidialéctico: ensayo-novela, Bruno-demás personajes, personajes mismos cerrados unos frente a los otros. Heterodoxia ilustra, página tras página, ese pensamiento estático, antagonístico, sustancialista; allí se enfrentan Hombre-Mujer, Verdad (ciencia)-Mentira (vida), Alma-espíritu, novela (lo nocturno)-ensayo (lo diurno). No hay lucha, superación, dinamismo, hay oposición muda y eterna.

Bruno es el único testimonio auténtico de Sobre héroes y tumbas. No porque lo que dice remita a la realidad concreta, no por el contenido de sus discursos: es por su situación, por su rol de “pensador” en una sociedad donde otros realizan las tareas materiales para que él ejercite su reflexión, por su quietismo y por su fracaso. Pero Bruno dice lo que Sábato piensa.

TEORÍA DEL “SER NACIONAL”: LA TOTALIDAD ABSTRACTA

“Lo nacional. ¡Dios mío! ¿Qué era lo nacional?” se pregunta Bruno. Lo nacional es caótico y confuso, contradictorio, endemoniado, como Sábato quiso que fueran los sentimientos de sus personajes, sus mujeres, la novela misma; lo nacional son los caudillos, Rosas, Perón, la pampa, el gaucho, los inmigrantes y sus hijos; Buenos Aires es una Babilonia.1

Bruno no define “lo nacional”, lo adjetiva patéticamente siguiendo a Martínez Estrada; Sábato no puede definirlo porque se encuentra ante la historia y la contradicción viviente que no puede apresar su pensamiento. Sábato quiere dar con una totalidad abstracta (“lo nacional”) que, estática y rigiendo el curso de la historia, englobe y sintetice los elementos contradictorios: solo se encuentra ante el caos, ya que es imposible estructurar la realidad con un pensamiento antidialéctico. “La objetividad no está en el objeto, está en el método de objetivación”, dijo Bachelard; Sábato aborda la realidad humana y social con la intuición, ubicándose desde su pregunta misma hasta la azorada respuesta, la perplejidad ante el caos, en la línea de los ensayistas que desde 1930 pretenden explicar “lo nacional”, esa esencia inmutable y eterna: no tenemos historia, somos naturaleza, estamos desterrados de Europa, hay un pecado original, una Argentina invisible, un hondo desarraigo. Unitarios y federales, gauchos e inmigrantes, caos, mezcla, confusión, opacidad, demonios desgarrados. Sábato no puede acceder a un concepto de la historia y directamente la niega:

 

Y además esta patria parecía tan inhóspita, tan áspera y sin amparo. Porque (como también decía Bruno, pero ahora él no lo recordaba sino que más bien lo sentía físicamente, como si estuviera a la intemperie en medio de un furioso temporal) nuestra desgracia era que no habíamos terminado de levantar una nación cuando el mundo que le había dado origen comenzó a crujir y luego a derrumbarse, de manera que acá no teníamos ni siquiera ese simulacro de la eternidad que en Europa son las piedras milenarias o en Méjico, o en Cuzco. Pero acá (decía) no somos ni Europa ni América, sino una región fracturada, un inestable, trágico, turbio lugar de fractura y desgarramiento. De modo que aquí todo resultaba más transitorio y frágil, no había nada sólido a qué aferrarse, el hombre parecía más mortal y su condición más efímera.2

Ni Europa ni América, otra vez el caos trágico pesa sobre nuestra condición y nos maldice. Si no podemos conocer nuestra realidad, si ni siquiera tenemos historia sino que, por ese mismo desgarramiento, estamos condenados, no podemos cambiar nuestro destino, solo nos cabe el quietismo y la resignación. Ese caos nacional, esas contradicciones insalvables, esa especie de naturaleza indómita que determina nuestro desamparo y precariedad, Sábato los toma directamente de Keyserling, de Martínez Estrada, de un pensamiento que vacía la realidad y congela un esqueleto desprovisto de significación; de un pensamiento mitificador, típico de las ideologías que están por el statu quo, a las que no favorece el cambio de estructuras.

“El argentino está descontento con todo y consigo mismo, es rencoroso, está lleno de resentimientos, es dramático y violento”. El Argentino Sábato impugna los mitos del “Inglés con mayúscula” (Bruno, p. 379), a la “Honradez de los Vascos, Flema Británica, Espíritu de Medida de los Franceses” (Fernando, p. 257), y sin embargo habla del Rencor, del Resentimiento del Argentino. ¿Todos los argentinos, en todos los tiempos y en todas las clases sociales? Esa seudo psicología social, que emplea datos de la psicología individual y los eleva a categorías absolutas, sin justificaciones ni asideros, ese intuicionismo que desconoce épocas, clases sociales, condicionamientos, situaciones, esa reducción de millones de individuos a un denominador común que registra estados de ánimo, cualidades negativas, esa constante apelación a la tristeza y al fracaso, a la nostalgia y a la soledad del argentino, ¿no es acaso el clima del 30? Arlt, Scalabrini Ortiz, Mallea, las letras de tango, “los comprometidos del 30”, la denuncia de una realidad asfixiante, la “rebelión inútil” de Martínez Estrada, la crítica negativista, puramente anárquica. Ernesto Sábato escribe Sobre héroes y tumbas en 1961, la ubica en 1955, piensa en 1930: en el “ser nacional”, en el caos, en el resentimiento de “el argentino”, en los lugares comunes, en su inspiración literaria.

LOS PERSONAJES DE UN TESTIMONIO DEL FRACASO

Se me dirá: Sobre héroes no es solo la reflexión de Bruno, no es solo lo que piensa Sábato, es una novela, hay seres y cosas que el autor siente y elige; es cierto que en “lo nacional” de Sábato no está nuestro país, pero ¿y en esos muchachos del café, en Tito D’Arcángelo, en el Loco Barragán, en Bucich, en Hortensia Paz? Veamos.

Es cierto que Sobre héroes no es solo la reflexión abstracta de Bruno: están los personajes, los tipos que parecen sostener y demostrar sus teorías acerca del “ser nacional” y del “hombre argentino”. La novela se podría interpretar, en un sentido, como mostración de distintas actitudes argentinas que, desde diversos ángulos, integrarían o reflejarían esa esencia nacional. Sobre un fondo de argentinos unidos en su rencor y en su violencia, se destacaría el drama de un argentino solo y sin esperanza, de una Argentina-resumen-de-la-historia-argentina y expresión de la pérdida de las glorias del pasado, de la “oligarquía en decadencia”, y de un argentino obseso. Purgan culpas, o se ven necesariamente determinados al Mal, pero todo al fin se purifica. La pureza está en el sur, en el frío, en el viento, en la vida dura, en la falta de mujeres, en la proyección a un futuro abstracto. O en la muerte y en el fuego. La creación y la puesta en funcionamiento de seres y cosas probaría las hipótesis de Bruno; pero los personajes de fondo, los que se mueven formando la escenografía del vasto drama, los que parecen más espontáneos y directos, son los que denuncian con más claridad este mecanismo: la novela sería la mostración práctica, concreta, de las teorías de Bruno. El esquema es el siguiente:

Afirmación genérica: “El argentino está descontento con todo y consigo mismo, es rencoroso, está lleno de resentimientos, es dramático y violento” (Bruno, p. 168).

Demostración: (Tito) “Chiquito y estrecho de hombros, con el traje raído, parecía meditar en la suerte general del mundo. Después de un rato, volvió su mirada hacia el mostrador y dijo: –Este domingo ha sido trágico. Perdimos como cretinos, ganó San Lorenzo, ganaron los millonarios y hasta Tigre ganó. ¿Me querés decir a dónde vamos a parar?

Mantuvo la mirada en sus amigos como poniéndolos de testigos, luego volvió nuevamente su mirada hacia la calle y escarbándose los dientes, dijo:

–Este país ya no tiene arreglo” (p. 35).

O también: (Bordenave) “Luego siguió hablando de los políticos: todos estaban corrompidos”. Los industriales, los militares, los obreros. “En fin, aquí no había que hacerse mala sangre, esto era podredumbre pura y nada tenía arreglo” (p. 172).

¿Reales? Sí. ¿Testimonios? ¿Es que todo realismo es testimonial? No lo es. Solo el realismo que a través de cosas, seres, acontecimientos, remite a una realidad total, que no solo comprenda una situación estrecha y limitada, sino el máximo de posibilidades y perspectivas humanas, que dé cuenta de una totalidad concreta que englobe a individuos e ilumine la historia. Los “personajes testimonio” no transparentan sino falta de conciencia, no remiten sino a un mal difuso y derraman a su alrededor una culpa colectiva que nadie asume. “No somos ni Europa ni América”, y somos culpables por esto, por este caos nacional, de que “este país no tenga arreglo”: el único llamado a la libertad en Sobre héroes es la presencia de la murga en la quema de las iglesias, que Sábato condena en la actitud del obrero traidor.

Tito D’Arcángelo: un pintor, un proletario, un hijo de inmigrantes, vota por los conservadores por razones personales. El Loco Barragán: borracho, profetiza tiempos de fuego que sobrevendrán no se sabe cómo y purificarán algo indeciso. Hortensia Paz: La Resignación, la miseria de un cuartucho pero la simple alegría de vivir. El peronista: representante más puro de la moral del amo y criado, del respeto, del silencio del oprimido frente al opresor. Bucich: solo bondad, generosidad y trabajo. Ese es el testimonio de Sábato, “las razones personales”, el futuro de fuego que no forjarán hombres, la resignación sobre la cual hay tantos frustrados, aplastados, víctimas como Hortensia Paz, la culpabilidad del peronista, la condenación de Dios que segrega la dama de las casullas, el miedo, la pasividad. Por eso decimos que el testimonio de Sábato es el testimonio de la falta de conciencia; solo personas y hechos negativos desde el punto de vista del desenvolvimiento histórico; la mirada de Sábato distingue nada más que el fracaso; si el futuro y el progreso histórico no es una realidad causalmente necesaria sino una posibilidad ofrecida a la acción del hombre, el futuro de nuestro país que se vislumbra a través de Sobre héroes y tumbas es el futuro opaco y alienado de Tito D’Arcángelo, el futuro resignación de Hortensia Paz, el futuro evasión de Martín, el futuro soledad de Bruno. Y el pasado de la derrota: un héroe muerto, un Lavalle desesperanzado, un movimiento anarquista en disolución, un peronismo incendiado. El acento de la novela está puesto sobre las tumbas.

Pero Sábato invierte la moral metafísica de la burguesía: para un burgués, él es el Bien y el proletario es el Mal; en Sobre héroes el proletario, el trabajador, el pobre, el “hombre de pueblo” es el Bien y el burgués es el Mal. Los muchachos del café, a pesar del “escepticismo argentino” son buenos, generosos, desinteresados: Tito lleva a comer y a dormir a Martín, Bucich lo transporta al sur, Hortensia le confiere el don de la esperanza; pero Molinari, el industrial anticomunista, defensor de la moral y la libre empresa, solo da consejos tan absurdos que es necesario vomitarlos. La oligarquía tradicional que no muere con la familia de Alejandra (que no se adaptó a los “nuevos tiempos”) sobrevive, ridícula, en las palabras de Quique; la burguesía en la inhumanidad de Molinari; el pueblo, replegado en su bondad. El pueblo es el Bien, pero ¿por qué? ¿Por qué no sufre la reificación, la cuantificación de las relaciones humanas que ataca a la burguesía? ¿Porque ha recibido el don de la esperanza? ¿Porque sufre? Sábato no da razones: su moral no es ética, es metafísica. Un problema cuyas raíces son concretas, verificables, comprobables, como es el de una ética de una clase social, es visto por Sábato como un don, inverificable, esencial. Y así como el caos nacional también es explicable por razones concretas y por lo tanto modificable, histórico, pero en Sobre héroes aparece como caos metafísico, como el “no ser Europa ni América”, como pecado original, del mismo modo el pueblo es noble y bueno, es el Bien. Ese llamado a la pureza del pueblo se llama populismo; no hay lucha de clases, no hay intereses, hay el consuelo de los humildes en sus valores espirituales y el consuelo de los burgueses en sus privilegios; Sábato ve una sociedad en marcha hacia el fracaso, con hombres sin conciencia, sumida en el caos, pero cristianamente dividida en buenos y malos.