Estados Unidos y la Transición española

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En cuanto a las Conversaciones sobre Limitación de Armas Estratégicas, SALT, que se habían desarrollado desde noviembre de 1969, con una primera fase culminada en mayo de 1972 con el Tratado de Defensa Antibalística, se hallaban en plena segunda etapa, tras el logro del Acuerdo entre Ford y Brezhnev en 1974, en Vladivostok, donde se reafirmó la intención de asegurar un nuevo pacto en 1975. Tratando de hacer realidad esa declaración de intenciones, se desarrollaban las conversaciones de Viena, estudiando limitaciones y posibles reducciones de armas estratégicas. La Administración Ford veía en ello una contribución importante a la estabilidad y la seguridad internacional, pero el final no se alcanzó hasta el periodo Carter en 1978, cuando la distensión tocaba a su fin; de hecho el Senado norteamericano no llegó a ratificar el tratado resultante. Aunque la firma del Tratado Antibalístico y los SALT –además de Helsinki– se considere el triunfo de la distensión, consistía, no obstante, en oficializar un equilibrio del terror, la disuasión mediante la seguridad de que la mutua destrucción estaba asegurada con la paridad. Era otra dimensión de la política de bipolaridad y equilibrio preconizada por Kissinger.

Sobre la situación en Oriente Próximo se exponía que se hacía un gran esfuerzo para ayudar a Egipto e Israel a alcanzar un acuerdo sobre el Sinaí, pero no resultaba fácil avanzar, así que ante ese objetivo, insistían los americanos que sería muy útil una postura global europea que infundiera en Israel la necesidad de un acercamiento hacia los árabes y en éstos el que el movimiento hacia la paz requeriría la normalización de las relaciones con Israel y no solo la ausencia de guerra. En Helsinki habría de salir la cuestión de que los europeos –sobre todo los franceses y menos los británicos– defendían que Europa tenía que estar presente en el contencioso

árabe-israelí, y estaban decididos a introducirse en la mediación si la vigente ronda quedaba rota o si se prolongaba en una nueva fase en Ginebra. La actuación yanqui en Helsinki procuraría disuadirles; no obstante si los socios proseguían en el intento, Ford debería, diplomáticamente, convencerles de que era inadecuado y peligroso, reconociéndoles el valor de “sus deseos de ayudar”. En este marco general, se estaba definiendo con los miembros de la Comunidad Económica una estrategia para contrarrestar la iniciativa radical árabe de sacar a Israel de la Asamblea General de ONU este año –ya se ha tratado el acercamiento a Gaston Thorn– y se había alcanzado con ellos una postura unánime contraria a la salida. Se detectaba, no obstante, que la aproximación de los socios europeos a los árabes moderados no era lo suficientemente activa como para conseguir la ruptura del frente árabe en ese tema. Por ello, Ford habría de mostrar enérgicamente la negativa repercusión de la expulsión de Israel sobre las negociaciones. De España se esperaba que colaborara estrechamente en esta estrategia tanto en Helsinki como, llegado el momento, en la Asamblea General de la ONU, el septiembre siguiente.

En general, el documento preparatorio para Arias aseguraba que en la política internacional no había ninguna diferencia de intereses entre EE.UU. y su aliado, los problemas radicaban en las negociaciones del uso de las bases y en la reiteración española en su solicitud de reconocimiento a su implicación en la Seguridad Occidental. Se advertía que España estaba deseosa de figurar internacionalmente y trataría de cobrar protagonismo en Helsinki: en las negociaciones Este/Oeste, en temas específicos del Mediterráneo en los de cooperación y derechos humanos del llamado Basket 3; así fue, pero, en cierta medida, sus intereses le aproximaron más al punto de vista soviético, al subrayar la independencia de cada Estado para solucionar sus problemas externos y al plantear ciertos objetivos de neutralismo en el Mediterráneo. Por lo demás, ya solo la presencia de Arias y el que oficialmente se figurara en un plano de igualdad con los principales líderes europeos se convirtió en un éxito personal, de Arias , en los medios de opinión internos y tuvo cierta rentabilidad de cara a su mantenimiento como jefe de Gobierno.

Interesa particularmente la visión norteamericana respecto a la Europa mediterránea en el verano del 75. A finales de mayo, la evolución en Portugal había empeorado y los temores norteamericanos se acrecentaban, parecía que las prevenciones de Kissinger se cumplían: aumentaba el poder del MFA y de los comunistas sobre el Gobierno; el 9 de julio un comunicado del MFA impedía el acceso de los partidos al Gobierno y limitaba la libertad de prensa, decretando el cierre de periódicos. En respuesta, el día 10 los socialistas abandonan el IV Gobierno –donde Soares desempeñaba la cartera estratégica de Exteriores y seis días después lo hacía el PPD. Para el 19 del mismo mes se preparó en Lisboa una gran manifestación que convocó a todos los sectores anticomunistas, Mário Soares pidió la dimisión de Gonçalves, quien, como explica Sánchez Cervelló, respondió con un documento en la más estricta ortodoxia leninista (Sánchez Cervelló, J., 1997, p. 57). A pesar del espíritu mayoritario en Bruselas, esta evolución llevó a que en la Alianza se tomaran medidas para restringir el acceso de los representantes de Portugal al material clasificado y particularmente el relativo a las discusiones del MBFR. La nota norteamericana añadía que en este caso la enérgica visión de los aliados, con mucha presencia de socialistas en sus Gobiernos, estaba particularmente influida por el hecho de que eran los socialistas de Soares los más perjudicados por las medidas del Gobierno de Vasco Gonçalves55.

Por otra parte, los norteamericanos estaban molestos porque Grecia se demoraba en abrir el diálogo para redefinir su estatus en la Alianza –de hecho no reingresó hasta 1980–, con lo cual permanecía pendiente el futuro de las bases de la OTAN en ese área y los norteamericanos estaban impacientes porque la situación se normalizara en conformidad con el estatus anterior a 1974. En el ínterin, Turquía solicitaba cambios en los términos de su propia integración, y además, como consecuencia del embargo, comenzaba a diversificar las fuentes para conseguir armamento y aminorar su total dependencia de Estados Unidos, oportunidad que aprovechaban algunos países europeos. Toda la Alianza necesitaba que Turquía recuperara su papel en la defensa y desaparecieran las dificultades con Estados Unidos, creadas por el embargo. En Viena proseguía, así mismo, la negociación greco-turca sobre el futuro de Chipre y tocaba a los turcos aclarar su posición sobre el territorio y los refugiados, que no cambió ostensiblemente, desoyendo estos llamamientos y los de la ONU.

En otro orden, en el encuentro con Giscard d’Estaing –el tercero tras Martinica y Bruselas y previo a una visita oficial ya concertada de Giscard a Washington en mayo de 1976, que precedería a la de don Juan Carlos de fines del mismo mes–, el objetivo norteamericano buscaba reafirmar la colaboración de Francia en una fuerte defensa aliada para la Seguridad occidental –y se puntualizaba que esta república tenía un discurso particular sobre la distensión, requiriendo mayor protagonismo para los Nueve– y explicar las perspectivas económicas norteamericanas, persiguiendo el apoyo francés en el control de la inflación y la actividad de la IAEA. Se advertía, no obstante, que el presidente francés estaba preocupado por la situación económica interior, marcada por el declive de la producción, un crecimiento sin precedentes del desempleo y una fuerte inflación. Francia iba a defender su propuesta de un nuevo diálogo entre productores y consumidores y a preparar la cumbre de París. También estaba interesada en el desarrollo de las conversaciones de Oriente Próximo, porque temía que un nuevo conflicto generara otro embargo.

Además de los temas anteriores, en el intercambio con Giscard se introdujeron dos temas relativos al flanco sur mediterráneo: el primero el reconocimiento de que el Ejecutivo no había conseguido que el Congreso –de hecho, la Cámara de Representantes– levantara el embargo de la ayuda militar a Turquía; el segundo versaba sobre la situación en España. Así, Ford volvería a explicar que recibían “una gran presión por parte española en las negociaciones de nuestras bases para obtener un mayor reconocimiento de todos los miembros de la OTAN por la contribución de España en la defensa occidental”, y pediría que se consideraran caminos alternativos, aun aceptando que la mayor parte de los miembros de la OTAN no pudieran tolerar a España miembro mientras Franco estuviera en el poder. Efectivamente, en los preparativos de estos encuentros, Ford supo que el Reino Unido y Alemania Federal ya habían aceptado estudiar confidencialmente pasos que sirvieran para trazar una proximidad a España, aunque ello tampoco iba a satisfacer a las autoridades españolas56.

En una entrevista más cómoda con Gaston Thorn, Kissinger expresó sus dudas sobre si sería positivo o no que Helsinki quedara ligada a las conversaciones sobre límites de armamentos en el proceso de Viena, porque el juego de circunstancias les arrastraría a aceptar reducciones mucho más importantes de las que se habían pensado cuando se inició la estrategia de la distensión. En este sentido, destaca G. Mount que el asesor para Asuntos Europeos, George S. Springsteen, advirtió al secretario de Estado sobre el peligro de que se generara entre los europeos una especie de “euforia de distensión” que fuera aprovechada por los soviéticos57. Ante Thorn, Kissinger adelantó que, en este nuevo clima, las negociaciones les arrastrarían efectivamente a aceptar mayores reducciones.

Del Mediterráneo, hablaron sobre Grecia, y Ford reconocía que el problema greco-turco había adquirido para EE.UU. una dimensión interior, porque un importante colectivo “greco-norteamericano” comenzaba a ejercer gran influencia en el legislativo e impedía la normalización de las relaciones turco norteamericanas, manteniendo posiciones más inflexibles que los auténticos griegos y sus negociadores. En esta ocasión fue Thorn quien se refirió a la preocupación del Gobierno español por la radicalización de Portugal –que le había transmitido el propio Arias– y entonces el secretario le confesó su mal entendimiento con el ministro Cortina, aduciendo que había sido incapaz de entender las explicaciones que le había dado en un encuentro en Torrejón y que apenas llegaba a comprender por dónde querían conducir los españoles sus demandas en la negociación: “El problema es que el ministro de Exteriores es superior a mí intelectualmente y no puedo comprenderle. Lo vi en Torrejón y me dio una explicación muy complicada. Entonces le pregunté qué querían realmente y me dio otra complicada explicación. Solo muy lentamente comencé a entender lo que realmente querían. Pueden estar comenzando a pensar en cómo tendremos que perder nuestras bases –en ese lenguaje cotidiano e irónico se olvidaba la denominación diplomática de bases españolas de uso conjunto para pasar a ser simplemente nuestras bases”–. Kissinger terminó con algo muy importante de cara al futuro inmediato: “Les hemos ofrecido un acuerdo que podríamos someter al Congreso si tuviéramos que hacerlo”58. Thorn expresó entonces su conformidad personal con la actitud norteamericana y confesó que creía que la Comunidad debería hacer algo sobre España, pero que los belgas y holandeses eran totalmente contrarios.

 

De hecho, ese mismo día el secretario también se encontró con Tindemans y se desarrolló un diálogo tenso en ocasiones59. Vuelve Kissinger a manifestarse ambiguamente en relación con Helsinki, asegurando que está satisfecho y que el cierre ha tenido preferentemente un protagonismo occidental, pero recuerda luego que no fue iniciativa de EE.UU., sino de Rumanía y que en sus comienzos estuvo básicamente impulsada por la URSS, y añade que “no habría muerto insatisfecho si no hubiera sucedido”. Tindemans, cortante, adujo el tema de que la conferencia había recavado una fuerte oposición en el Congreso, pero Kissinger opina que no era realmente así, solo por parte del senador demócrata Jackson. Explica G. Mount que efectivamente Ford había sufrido una fuerte oposición interna en su propio partido, en el sector que comenzaba la revolución conservadora tras Ronald Reagan e incluso que hubo un miembro de la delegación norteamericana que declaró que, con estos acuerdos, los occidentales relajarían su defensa mientras los soviéticos continuaban su construcción militar y a la larga conseguirían el predominio en Europa, incluso Washington Post y New York Times dieron cobertura a esos temores (Mount, Graeme, 2006, p. 131).

Entre belgas y norteamericanos se extendió una curiosa conversación sobre los países del Mediterráneo occidental. A la pregunta de los primeros sobre qué pensaba Kissinger de la interferencia soviética en Portugal, este respondió tajantemente que la ayuda soviética a los comunistas portugueses no era tan importante, que sumaría, tal vez, tres o cuatro millones al mes, pero lo que él veía decisivo no era tanto la influencia soviética cuanto la cobardía occidental y que, además, cuando ellos trataban de hacer cualquier cosa para ayudar a los anticomunistas se encontraban “con la gente protestando contra lo que hicieron en Chile”. Evidentemente todo ello se dirigía directamente contra el Gobierno belga. Y Tindemans cambió bruscamente de tema, exponiendo generalidades sobre el efecto de Helsinki en la distensión militar. No obstante, el tema reaparece, en relación con Italia, y Kissinger vuelve a la carga, mencionando que consideraba la situación en el Mediterráneo “desastrosa” con una fuerte presencia comunista. Y comentó: “francamente, tendríamos que preguntarnos a nosotros mismos sobre nuestra posición en la Alianza. Los comunistas están participando en el régimen de Portugal y son muy fuertes en Italia”. Y como Tindemans argumentara que el comunismo italiano era diferente al portugués, Kissinger le preguntó si realmente se creía que había diferentes comunismos, y espetó que ellos no iban a poder permanecer en la Alianza si el comunismo continuaba por tales derroteros en esos países. Añadió que pensaba que los europeos se equivocaban rotundamente con España y que la Comunidad debería incidir sobre España. Tindemans intentó alegar que pesaba el recuerdo de la II Guerra, pero Kissinger le argumentó que Franco no iba a existir siempre.

El futuro de la península ibérica

Fuera de la agenda oficial, en Helsinki se habló ampliamente de la negativa evolución portuguesa y de los beneficios e inconvenientes de prestar ayuda económica a su Gobierno. Pero en el país, a consecuencia de los movimientos de julio, el 8 de agosto Costa Gomes nombró el V Gobierno Provisional, básicamente apoyado solo por los comunistas y grupos de extrema izquierda y que apenas duraría un mes, hasta el 12 de septiembre. El mismo 8 de agosto se había conocido el Documento de los Nueve, redactado por los nueve miembros del Consejo de la Revolución –del que era inspirador Ernesto Melo Antunes– que, si bien rechazaba un modelo socialdemócrata de corte occidentalista, criticaba más duramente el comunismo político-militar en el que se había desembocado. Paulatinamente, se fue orquestando un movimiento de oposición al gonçalvismo en el norte, que vivía una fuerte agitación anticomunista con el apoyo tácito occidental y se estaba al borde de una guerra civil. Como reacción contraria, el 25 de agosto se formó el Frente de Unidad Revolucionaria, FUR, entre el PCP y otros siete pequeños partidos ultrarrevolucionarios, y a ellos se sumaron los militares gonçalvistas y los otelistas, pero no lograron evitar que cayera el V Gobierno, último gabinete de Vasco Gonçalves, ni que el control del poder en el Gobierno del 19 de septiembre de 1975 recayera en los moderados, muy afirmados tras superar la insurrección del Regimiento de Paracaidistas, instrumentalizados por la izquierda revolucionaria, la noche del 24 al 25 de noviembre. Como indican Hipólito de la Torre y Sánchez Cervelló (2000, p. 383), la diplomacia posterior al 25 de noviembre se centró en favorecer la integración de Portugal en Occidente y la presencia del país en la OTAN quedó reforzada en la cumbre de Bruselas de diciembre de 1975 y en la entrevista de Ramalho Eanes con el secretario general de la Alianza, en febrero de 1976.

Sin embargo, a lo largo de agosto, la prevención de Kissinger y Springsteen de que finalmente los aliados europeos cayeran en cierta relajación en su política de oposición al comunismo pareció cumplirse cuando el 2 de agosto en Estocolmo los socialistas europeos crearon un Comité de Ayuda y Solidaridad con la democracia y el socialismo en Portugal. El comité lo formaron Willy Brandt, Harold Wilson, Olof Palme, Joop den Uyl, Bruno Kreisky y François Mitterand, se eligió a Brandt como presidente y se programaron unas líneas de actuación en favor de la democracia (derechos y libertades incluyendo elecciones libres); el socialismo; la libertad de movimiento e información; el derecho a una organización sindical democrática, basada en elecciones libres; la prevención del aislamiento de Portugal. Para todo ello se marcaban unas actuaciones programáticas, básicamente enfocadas a favorecer los contactos con los líderes socialistas portugueses y los de otros partidos democráticos y también las ayuda económicas a Portugal, actuando sobre Gobiernos, Parlamentos y opinión pública60. El documento fue cablegrafiado desde Gran Bretaña a Washington y discutido en una reunión del grupo cuatripartito el día 5 de septiembre. El encuentro entre Henry Kissinger, James Callaghan, Jean Sauvagnargues y Hans-Dietrich Gensher se alargó durante cuatro horas y media en la suite de Kissinger en las torres Waldorf de Nueva York61 y funcionó como una minicumbre sobre el flanco sur mediterráneo.

La idea de celebrar un encuentro de este tipo, entre los cuatro grandes sin Italia, para hablar del Mediterráneo surgió en una cita previa a Helsinki, el 12 de Julio, entre Kissinger y James Callaghan, en la que el ministro inglés le comentó al secretario de Estado que en la Comunidad se estaba preparando una ayuda económica a Portugal “dependiendo del progreso democrático”. Kissinger respondió que, con lo que estaba sucediendo, ese verano no era el mejor momento y extendió el comentario al resto del Mediterráneo, acordando reunirse en cuanto fuera posible para analizar extensamente esa región.

Al comienzo de esta larga conversación de principios de septiembre, fue Callaghan quien expuso los planteamientos de partida, alegando que el flanco sur mediterráneo atravesaba un momento grave y que por ese camino, a finales de los setenta podría haber Gobiernos comunistas en “España, Portugal, Italia y posiblemente en Grecia y Turquía”; curiosamente esa misma interpretación había sido enunciada con las mismas palabras por Kissinger meses antes, en abril, en una entrevista con Ford62. Se añadía que el contagio no había llegado aún al norte, pero que esa posibilidad existía en cualquier punto donde la democracia se debilitara o se dividiera y establecía que no derivaba tanto de una acción sistemática de los “rusos” cuanto de poner en práctica un oportunismo de bajo coste al hilo de la crisis del capitalismo. No se interpretaba como una ofensiva soviética, porque no les interesaba una confrontación con la OTAN y no querían una nueva y costosa Cuba ni que aparecieran nuevos teóricos independientes a lo Mao o Tito. Se admitía que la CSCE había dibujado una línea entre las dos esferas de influencia, pero que al igual que en la URSS seguiría la doctrina Brezhnev y el modelo de intervención en Checoslovaquia, en Occidente convenía fundar algo así como “el reverso de la doctrina Brezhnev” para impedir la influencia soviética, la cuestión radicaba en encontrar vías que no repugnaran a los principios democráticos.

En pro de la unidad de acción surgía el primer interrogante, cómo se actuaría ante una eventual guerra civil en Portugal. Se estaba discutiendo a principios de septiembre y se manejaron diferentes alternativas. Para el caso de Portugal, una sería la ayuda económica, pero las cantidades serían tan grandes que se requería coordinación y habría que impulsar complementariamente a las instituciones plurales, desde la Comunidad y Estados Unidos. Pero había también otra tesitura, el caso del comunismo en países prósperos como Italia, para los que habría que pensar en otras fórmulas: ayudas a sindicatos, líderes individuales, iglesias, comunistas expulsados, sobre todo en los periodos electorales. También había que conceder importancia al papel de los medios de comunicación y en particular al de la televisión, cuyo uso era lo más efectivo. Y por último estaba la sistemática intervención de los políticos, sus actuaciones y discursos, todo coordinadamente.

Tras estos planteamientos, se analiza por extenso qué podría suceder en Portugal y después las situaciones de Italia, España, y Yugoslavia. Sobre este último país, se coincide en que no formaba parte del Oeste, de modo que cualquier intervención de la Alianza sería juzgada como una violación de Helsinki y la distensión; por otra parte, sí se esperaba que, en el caso de la desestabilización de Yugoslavia, se iniciara una guerra civil entre nacionalismos, la entrada de la URSS en el problema y la llamada a Occidente por parte de algunos Estados, cuya respuesta quedó entonces como una incógnita, en el aire. En los demás casos, estaba claro que nunca se encontraría una intervención soviética directa.

Se empieza por afirmar que en Portugal, a corto plazo, solo se podía pensar en términos de Gobiernos de izquierda, una alianza de derechas en el poder solo era posible con un hipotético golpe Spinolista, algo tajantemente rechazado por todos. Ese Gobierno de izquierdas, por lo pronto, no podría plasmarse como una democracia pluralista como las occidentales porque no podrían entrar en el futuro inmediato ni los liberales ni los conservadores. Se trataría, en términos realistas, de un Gobierno con presencia comunista y podría ser bien dominado o no dominado por los comunistas. Callaghan lo dibujó de forma clara: el único socialista del grupo defiende que, llegado el caso de que pudiera formarse un Gobierno con presencia comunista en Ministerios no clave, debería concederse ayuda financiera occidental para conducir a la moderación y, además, si la economía portuguesa se hundía, era políticamente decisivo que los comunistas estuvieran dentro, mientras que sería desastroso si la situación se hundía, cosa posible, con los comunistas sin responsabilidad en el Ejecutivo.

No obstante, Gensher, Kissinger y Sauvagnargues no aceptaban ayudar a un Gobierno con presencia comunista –textualmente, aunque desempeñaran el Ministerio de Deporte– no tanto por Portugal, cuanto por su simbología en la Alianza y en Italia. Es fundamental la declaración textual de Gensher porque, a diferencia de lo que la RFA había planteado en Bruselas, se ha alineado con Kissinger en ese otoño de 1975: “Si decimos que un Gobierno con comunistas es plural, y le concedemos ayuda, podemos crear una situación desastrosa para otros países, como Italia […] Estoy muy preocupado porque pensemos en conceder ayuda a un Gobierno donde los comunistas desempeñen un cargo menor […] Porque estoy seguro de que si los comunistas entraran en el Gobierno de Italia, dirían que no quieren el Ministerio de Exteriores ni el de Interior, pero sí optarían por el de Trabajo. Quieren entrar a través de la puerta trasera”.

 

Se aludió a dos hombres clave en el devenir, Soares y Melo Antunes. Soares, de quien Sonnenfeldt especifica que les había “colocado en una situación incómoda al anunciar que estaría a favor de una participación comunista en una situación plural”. También refrendó lo mismo Sauvagnargues, quien citó al embajador portugués en París, asegurando que el propio Soares había propuesto integrarse en un Gobierno de coalición, siempre que los poderes quedaran bien definidos. La postura de Sauvargnargues sería la de “esperar y ver”, y Kissinger siguió la pauta francesa, decidido a esperar la decisión del Congreso cuando viera cómo sería el Consejo apoyado por Melo Antunes y confiando en que si Soares no fuera neutralista en política exterior, entonces sí estarían dispuestos a conceder apoyo económico.

La discusión sobre el futuro inmediato de Portugal desembocó en Italia. Partiendo del hecho de que se presumía que el Gobierno de Aldo Moro iba a durar poco, porque los cristiano-demócratas estaban divididos. Moro les había asegurado que no permitiría que los comunistas llegaran al poder, pero al mismo tiempo les constaba que pactaba toda su legislación con ellos. Gensher explicó que la estrategia comunista en Italia trazaba un camino a largo plazo, consistía en habituar al Partido Cristiano-Demócrata y a la opinión a la cooperación con ellos en alianzas locales y así se podría ir continuando luego con esa cooperación en niveles políticos superiores. Después de la Segunda Guerra, un pequeño partido socialista y un gran seguimiento del PCI obligaron al llamado compromiso histórico de comunistas con cristiano-demócratas. En las elecciones de 20 de enero de 1976 los cristianos obtienen el 38,7% y los comunistas el 34,4%.

Kissinger introdujo el tema de España con la pregunta: ¿Y qué pasaría en España si Franco muriera mañana? ¿Qué vamos a hacer si queremos un sistema plural? En el debate que se inicia hay varios detalles importantes. En primer lugar, la apreciación de Gensher de que Arias causó “una excelente opinión” en Helsinki y de que el buen trato que recibió por parte de los líderes europeos tal vez pudiera influir en que se le mantuviera en el poder, porque estaba en una situación dudosa. En segundo, cuando el ministro alemán indicó que si en España se ejecutaba a los “vascos” sería imposible, ante la oleada de protestas públicas, intentar acercarla a Europa y que, por tanto, de inmediato, deberían “usar toda la influencia para impedirlo”, se estaba refiriendo a las ejecuciones de miembros de ETA y FRAP de septiembre de 1975.

Callaghan establece la comparación con Portugal en el sentido de que también el partido mejor organizado era el comunista, pero que había una clase media que Portugal no tenía –una idea repetida con frecuencia–, aunque la Iglesia estaba dividida y muy inclinada hacia el comunismo, así que, en cuanto Franco muriera, se encontrarían con un partido comunista muy activo. Kissinger añadió a eso que le constaba que entre la suboficialidad también había inclinación hacia el comunismo. Gensher concluyó en que la consigna sería oponerse a él. Anecdóticamente, Kissinger ironizó sobre las bases y le dijo a Callaghan que si las quería, a lo que este respondió que se las cambiaba a los americanos por Gibraltar. Se detienen sobre ello: Callaghan para reiterar que Gibraltar era un problema; Kissinger para insistir de nuevo en que Cortina le visitó durante una escala en Torrejón –en julio– y que no se enteró de nada de lo que le explicaba ni de lo que querían los españoles, ya lo había comentado a Thorn anteriormente. Sauvagnargues zanjó la conclusión: habría que aproximar España a la Comunidad –en esto Francia era entonces una abanderada– y a la Alianza y, como vía, se comprometieron a contactar urgentemente con grupos afines en el interior para ayudarlos, aunque curiosamente Kissinger reconociera que no tenía ni idea de a qué grupo podría favorecer en España –algo parecido expresó ante el papa–63. Resolvieron, por último, sostener en breve otro encuentro para hablar sobre los círculos a los que ayudar.

Efectivamente, el 24 del mismo mes y en el mismo lugar, los mismos personajes volvían a encontrarse para aunar la postura respecto a Portugal y España –y en lo posible con respecto al futuro de Yugoslavia– en una también muy prolongada sesión. Sobre Portugal, se alcanzó entre los cuatro Ministerios de Exteriores un extenso y complejo entendimiento, que abarcaba desde la información ante la opinión pública a la reacción ante una situación de guerra civil o de movimiento separatista en Azores, hasta la posible lucha sin cuartel por mantener el país dentro de Occidente y la obtención de ayuda, ahora ya se conocía el fin del V Gobierno de Gonçalves –8 agosto a 12 septiembre– y la formación de un nuevo Gobierno, el VI, con Pinheiro de Azevedo. Kissinger propuso que se empleara al máximo “la influencia con Soares y Melo Antunes, para gradualmente ir eliminando a los comunistas” y Sonnenfeldt añadió que entre los cuatro procuraran conducir conjuntamente la política de la Comunidad y la de EE.UU. en este tema. Como explica Sánchez Cervelló (1995, p. 214), el VI Gobierno representaba el triunfo del proceso electoral sobre la dinámica revolucionaria en el reparto de los ministerios: cuatro para el PSP, dos para el PPD y uno para el PCP.

También decidieron que tanto la Comunidad como EE.UU. harían pública su política de ayudas multilaterales y bilaterales con ocasión del encuentro de los Nueve en Luxemburgo el siguiente 6 de octubre. Se concedería una ayuda comunitaria de cien millones de dólares, aunque no se especificara cuándo ya que estaba condicionada al progreso democrático y se quería conocer, a sugerencia de Sauvagnargues a qué proyectos concretos se aplicarían. Así Kissinger pensaba que parte de la ayuda bilateral norteamericana, concretamente 35 millones de dólares, se dirigiría a atender el problema de los refugiados de las excolonias. Por su parte, Alemania ya había comprometido una ayuda bilateral de 70 millones de marcos – citada anteriormente– con destino al Banco de Desarrollo para pequeñas y medianas empresas. Nuevamente Soares se convirtió en el personaje central, el líder con quien los occidentales contactaban: Kissinger expresó que ya había confirmado con Soares la ayuda a los refugiados; Callaghan comunicó que sostendría un encuentro con Soares el siguiente 8 de octubre y los diplomáticos franceses, a su vez, informaron que también Soares se entrevistaría con Giscard d’Estaing el 7 de octubre. Y cuando se estaba disertando sobre la conveniencia de mantener, a corto y medio plazo, los máximos contactos políticos con las fuerzas democráticas y prestarles cooperación y asistencia, Callaghan aseguró que su partido tenía comunicación semanal con Soares y a través de él con Antunes. Se aceptó luego la sugerencia de Sauvagnargues de ampliar la conexión con el CED y el PPD, aunque sobre este último, tanto franceses como ingleses expresaron dudas sobre su fiabilidad, dada su errática definición ideológica. En este momento se dieron también otros nombres de moderados, cuya cercanía podría ser importante: Vítor Alves, Tomás Rosa y Lopes Cardoso, los dos últimos nuevos ministros de Trabajo y Agricultura, respectivamente. Sobre ellos aún no se tenía ninguna impresión, pero sobre Costa Gomes, Sauvagnargues y Kissinger se expresaron con desagrado, recordando que había carecido de firmeza y prometía actuar contra los comunistas pero no lo hacía64.