La huerta de La Paloma

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Castillo de Montjuic. Cuerpo de guardia



Eduardo, junto con algunos compañeros más, ha sido trasladado de nuevo a Montjuic. Llevan toda la semana, día sí, día no, reforzando los exteriores del castillo-prisión. Ahora toca descanso en el cuerpo de guardia en espera del próximo relevo…



—¡Eduardo! —despierta Fermín a su compañero con un leve meneo—. Será mejor que te levantes de la tumbona.



—Déjame estar un rato más.



—El sargento de guardia —insiste Fermín— ha dicho que estemos todos atentos y que formemos frente a la entrada en quince minutos.



—Pero ¿qué pasa para alarmar a todo el mundo? —responde todavía somnoliento tras un corto espacio de sueño mal aprovechado.



—Parece ser que ha habido follón en África y que la cosa se puede poner fea, así que lávate la cara y coge de nuevo el fusil.



Al poco rato…



—¡Pelotón! —vocea el sargento Ibáñez—. ¡Firrrmes! Soldados, se nos ha comunicado que hay cierto descontrol abajo en la ciudad, así que, hasta nueva orden, seguiremos de vigilancia externa aquí procurando tener la máxima cautela en espera de que todo se tranquilice y recibamos nuevas órdenes. ¡Ah!, los permisos de fin de semana quedan cancelados.



—¡Valencia!



—Sí, mi sargento —responde al instante.



—Usted, junto con Rodríguez y Sánchez, formará el primer turno de refuerzo hasta que sean relevados.



—¡A la orden, mi sargento!



Eduardo está cabreado. No le han dejado dormir lo suficiente y por momentos su crispación va en aumento. Comienza la ronda con los Mauser en la espalda por dos horas más.



—No me creo nada de lo que ha dicho el sargento. ¿Le has visto la cara? Está realmente preocupado y más blanco que la hostia.



—Ya habéis oído las órdenes —responde Sánchez—. A cumplirlas y a esperar a ver qué coño pasa. Estoy seguro de que pronto lo sabremos.



—Verás cómo vamos a estar todos jodidos —responde Eduardo—. ¡Maldita sea mi estampa! Esta vez vamos a ser nosotros los encarcelados en el vapor Uruguay18…



Eduardo recordaba las numerosas veces que actuó de enlace entre la oficialidad del castillo y los jefes y oficiales que estaban prisioneros en el buque-prisión desde el levantamiento en octubre de 1934, incluso había entablado cierta amistad con el teniente coronel Juan Ricart, uno de los implicados en el golpe.



Conforme iba entrando la noche, muchos ya sabían que lo de África iba en serio y también que las guarniciones militares de Canarias se habían sublevado, por lo que el nombre del general Franco, el golpista, ya empezaba a correr de boca en boca. Era cuestión de horas saber cuál sería el siguiente paso de los rebeldes en su obsesión de desestabilizar al Gobierno de la República. Sin embargo, ante este estado de alarma, nadie podía sospechar como iba a ser la actitud del pueblo y de sus gobernantes, ya que, aunque se esperaba una reacción así por parte del Ejército, los acontecimientos no tardarían en desbordar toda previsión de control frente a los sublevados. Tampoco se sabía que harían los sindicalistas y anarquistas. Las circunstancias en Barcelona habían cambiado desde la revuelta anterior en octubre de 1934. En esta ocasión, era parte del Ejército el que se sublevaba contra el orden establecido y la Generalitat el organismo amenazado por los rebeldes.



En la comandancia del castillo…



—A la orden de usted, mi capitán, se presenta el alférez Ramírez.



—Descanse —responde el capitán Lozano—. Vienen ustedes del regimiento Alcántara, ¿verdad?



—Sí, mi capitán. Tenemos orden del capitán Llopis de reforzar la guarnición esta noche.



—Bien, alférez. Siéntese, por favor.



—¿Cuál es su nombre?



—Emilio, señor —responde el alférez.



—Bien, Emilio. Como habrá oído parece ser que ha habido un conato de levantamiento en varias de nuestras guarniciones en África. Todavía no sabemos nada concreto sobre el alcance de la situación por lo que debemos de mantenernos expectantes ante las nuevas órdenes que recibamos de la autoridad competente. Mientras tanto, usted y sus hombres deben estrechar la vigilancia en todo el perímetro exterior de la muralla que rodea la fortaleza pues, aunque no esperamos ninguna reacción provocadora, es necesario mantener la calma y la seguridad en todo momento, ¿lo ha entendido?



—A sus órdenes, mi capitán —responde el alférez.



—También tengo que comunicarle —dice el capitán— que esta noche han ingresado en prisión, por orden del general Llano, el capitán de asalto Pedro Valdés; los tenientes del mismo cuerpo, Conrado Romero, Manuel Villanueva, y el suboficial José Salas. En fin, ya le mandaré la lista por escrito para oficializar su ingreso.



—¿Cuál es el motivo, mi capitán?



—Parece ser que en alguno de ellos se ha encontrado un bando faccioso firmado por un general, se dice que es el general González Carrasco, declarando el estado de guerra en Cataluña. Ya ve usted, Emilio, que el horno no está para bollos.



—Sí, mi capitán. Trasladaré las órdenes recibidas a los suboficiales y resto del destacamento. Pero, mi capitán, ¿tan jodida cree que está la cosa?



—No lo sé Ramírez, pero sí le aseguro algo. Que en poco tiempo saldremos de dudas. Nuestra obligación es cumplir las órdenes recibidas. No es momento para dudas.



—Sí, mi capitán.



En el cuerpo de guardia del castillo…



—¡Ibáñez, por favor, acérquese! Venga conmigo un momento.



—A la orden mi alférez.



Los dos se dirigen a un rincón del establecimiento.



—Ibáñez, es necesario doblar la guardia en todo el perímetro del castillo. Existe la posibilidad de que grupos de sindicalistas, anarquistas o, vaya usted a saber, merodeen alrededor nuestro aprovechando la confusión existente. Debe tener claro que, en estos momentos, el único aliado que tenemos somos nosotros mismos; así que, ante cualquier duda, se pone en contacto conmigo y ya la resolveremos.



—Mi alférez —responde Ibáñez—, ¿es mucho preguntar saber que está pasando? La tropa no hace más que hacerme preguntas y no son idiotas.



—Me creería que no lo sé ni yo. Hace un rato estaba en el regimiento y lo único que se sabe es que el general Franco se ha sublevado en África y Canarias, y que en Madrid hacen lo necesario para volver a la normalidad. Así lo estaba contando el comandante Brinquis a un compañero mío. Solo me queda decirle que tanto usted como yo debemos cumplir las órdenes que nos marcan nuestros superiores y, de esta forma, sea lo que sea, no tendremos problemas.



—De acuerdo, mi alférez —responde Ibáñez—. Solo quiero que sepa que llevo con usted mucho tiempo y que puede contar con todos nosotros.



—Gracias, Ibáñez, esperemos que la situación mejore en las próximas horas.



—A sus órdenes, mi alférez.



En la ciudad…



A primeras horas de la tarde toda Barcelona es un avispero de conspiraciones y habladurías, entre cerveza y cerveza, y alguna que otra amenaza. Sin duda, la tragedia se va acercando inexorablemente. Solo unos pocos saben con certeza cuándo y cómo se van a desarrollar los acontecimientos en las próximas horas. Las órdenes preparativas para la sublevación ya se han dado; sin embargo, algo es seguro. Ninguno tiene idea de cómo acabará todo esto.



Ahora, las circunstancias son diferentes; así como el 6 de octubre de 1934 la masa obrera mayoritariamente afiliada a la CNT se mantuvo fuera del conflicto, en esta ocasión nadie duda de su reacción y su postura en contra de la sublevación. Esta vez la burguesía catalana, los independentistas y, en general, los afiliados a ERC no están a favor del levantamiento, más bien lo contrario, quedando solamente favorables a este una parte de los militares, algunos conservadores de la Lliga Catalana, los falangistas, la CEDA y los carlistas.



En la calle, el nerviosismo se va apoderando dentro del colectivo anarquista. Nadie duerme tranquilo, pues presienten que el golpe militar es inevitable. No quieren estar desprevenidos en el momento de entrar en acción. Por eso, Durruti y compañía hace días que van insistiendo a Companys de la conveniencia de poder repartir el armamento, que sigue bajo control del Ejército y de la Generalitat, para no estar indefensos ante lo que se les avecina. Esto no hace más que aumentar la histeria y la rebelión contra los cuadros de mando anarquista. Incluso el propio Durruti, un cabecilla anarquista, con pistola en mano intenta apaciguar, a riesgo de recibir un balazo, a los exaltados que desean que explote todo y comience la revolución de una vez.



—Bueno —comenta Durruti—. Si no tenéis nada nuevo, yo me voy a la casa de Gregorio, pues está convocada una reunión del Comité de Defensa para dentro de un rato ¿Vienes conmigo, Paco?



—Sí, Buenaventura —responde el compañero Ascaso—, y creo que llegamos tarde. ¿Te acuerdas del número?



—Creo que está en la esquina entre la calle Pujadas y Espronceda. A ver, espera… Sí, es el doscientos setenta y seis. Por cierto, ¿quién nos lleva?



—Uno de aviación que está destinado en el aeródromo de El Prat. El teniente Meana… Servando, creo que se llama… No te preocupes, es de confianza.



—¿Sabéis algo de los cuarteles de San Andrés? —pregunta García Oliver.



—Creo —responde Durruti— que los militares no aprobarán tan amablemente a cedernos los fusiles que les pedimos. Tendremos que esperar a que salgan y presionarlos para que cedan. Eso si tenemos suerte y no nos liquidan antes. Tenemos que conseguir esos veinticinco mil fusiles que tienen en el cuartel. ¡Hay que conseguirlos como sea!…



—Por cierto. ¿Qué dice ese teniente? ¿Crees que cuando se arme el lío la aviación actuará en nuestro favor?



—Según dice él —responde Ascaso—, la situación está controlada. Esta mañana ha hablado con el jefe de la base y le ha comentado que «como la tropa salga de los cuarteles, la aviación atacará contra los insurrectos».

 



—¿Cómo se llama su jefe? —insiste Durruti.



—Díaz Sandino. Teniente coronel Díaz Sandino.



—De acuerdo, pero no hay que fiarse de nadie. Son militares y en el fondo todos son iguales.



Durruti y los suyos lo tienen todo preparado. Saben que las horas siguientes van a ser interminables, aunque están contentos por el trabajo efectuado. Ha dado órdenes de dejar salir de los cuarteles a la tropa. Fuera de los muros del cuartel el entorno les será más hostil. Tienen controladas hasta las alcantarillas y el tendido eléctrico, por si hiciera falta un apagón oportuno. El viernes pasado asaltaron varios barcos en el puerto en busca de armamento, el Manuel Arranz, el Uruguay, el Argentina y el Marqués de Comillas, todos fueron registrados, aunque con resultados casi infructuosos.



18

. Buque prisión estacionado en el puerto de Barcelona.




Palacio de la Generalitat.

Primeras horas de la mañana del sábado ١٨ de julio



Federico Escofet, comisario general de Orden Público de la Generalitat, hace días que no duerme con tranquilidad. Viste de paisano, aunque se le haya repuesto en su antiguo cargo de capitán de caballería por el Gobierno del Frente Popular.



Desde el 6 de octubre de 1934, a raíz de la intentona golpista encabezada por el presidente Companys y animado por un elevado grupo de catalanistas enfervorizados, vive en un auténtico calvario dentro del estamento militar por su más que comprometedora actitud ante los sublevados en esos días. El rechazo de sus compañeros de armas, mayoritariamente adscritos a la UME, es notoria. Se le considera un traidor pues, al fin y al cabo, fue condenado a muerte y expulsado del Ejército.



Su nueva ocupación no le permite mucho tiempo para la reflexión y el desánimo. Está en permanente contacto con su jefe directo, el propio Companys. Este es su protector más directo, a quien le aconseja y le informa de los últimos movimientos tanto en la calle como en los acuartelamientos. En sus archivos tiene almacenados infinidad de documentos comprometedores referidos a militares, políticos, familias de renombrado prestigio, estudiantes e incluso futbolistas. Todos comprometidos de alguna forma con la más que probable sublevación militar.



—Buenas tardes, Escofet. ¿Alguna novedad desde nuestra última conversación?



—Buenas tardes, señor president. Las noticias que van llegando desde África no pueden ser más desalentadoras. Desde ayer por la tarde todo el protectorado se ha levantado y solo permanecen fieles Tetuán o, por lo menos, el alto comisario Arturo Álvarez Buylla. En Madrid todo es confusión y silencio, como si todo el mundo estuviera esperando lo que estábamos sospechando desde hace meses.



—Bueno —responde Companys—, no dramaticemos más de lo necesario. Lo importante es que no perdamos el control ni la serenidad en estas horas tan cruciales. ¿Se ha puesto en contacto con el general Llano de la Encomienda?



—De esto mismo quería hablarle, señor. Creo que en principio podemos contar con él, pues es un republicano convencido y, según tengo entendido, también masón como Azaña; sin embargo, da la sensación de que no es consciente de lo que se está cociendo a su alrededor. Aun así, no podemos olvidar que quienes mandan en los regimientos y las compañías no son los generales sino los coroneles y capitanes, muchos de ellos afiliados a la UME, y es a través de esta asociación corporativa donde pienso que vendrán las instrucciones de movilización. Creo, señor, que es recomendable que por su seguridad se traslade usted junto a su gabinete aquí a la comisaria de Layetana con la máxima discreción y envíe a su familia y parientes más cercanos a otros domicilios que no estén controlados por los anarquistas ni por los servicios de seguridad del Ejército.



—¿De verdad cree que la situación lo exige?



—No le quepa la menor duda. Las próximas horas serán críticas en toda España y no podemos fiarnos ni contar con nadie. Hace dos días todavía guardaba cierta esperanza. Hoy me temo que la sublevación en la península es inminente.



—¿Alguna incidencia destacable de la huelga de transportes?



—Hay algunos conatos de violencia —responde Escofet—. Con esos de la FAI y de la CNT no podemos transigir, pues son realmente peligrosos, incluso se han atrevido a asaltar algunos barcos que están en el puerto en busca de armas y munición. El comandante Guarner ha ido con una compañía de asalto al sindicato de transportes para intentar recoger las armas, aunque creo que con poco éxito. Ha estado a punto de armarse una buena si no es por Durruti y García Oliver, que se han enfrentado con sus propios compañeros a riesgo de recibir un disparo. Creo que también se huelen lo que se está tramando y quieren estar preparados para la defensa…



—¿De qué se ríe, Escofet?



—Es curioso, señor president, jamás podría imaginar el tener a los anarquistas de nuestro lado, aunque nunca estaremos seguros sobre de qué bando están.



—Eso digo yo. En cualquier caso, siempre tendremos a la Guardia Civil, ¿verdad? ¿No lo cree usted así, Escofet?



—¡Y encima la Guardia Civil! Esto suena a chiste, pero sin ninguna gracia… Con todos los respetos. En estos momentos no nos podemos fiar de nadie. Eso sí, son disciplinados y obedientes al mando y, mientras Pozas esté de nuestro lado en Madrid y el general Aranguren aquí en Barcelona, no creo que los coroneles Brotons y Escobar nos vayan a crear problemas. Sin embargo, no puedo decir lo mismo de los mandos inferiores, sobre todo el comandante Recás y el capitán Pin, aunque los capitanes Lara y Moreno Suero casi seguro que están con nosotros. De todos modos, pronto lo sabremos, tengo entendido que tienen convocada una reunión en el cuartel de Ausias March en las próximas horas, donde creo que decidirán su papel en este conflicto. Espero que en ese momento salgamos de dudas.



—Bien, bien —agiliza el president—. Atenderé sus recomendaciones y me pondré en contacto con el Conseller de Gobernación (Josep M.ª España) para que prepare el traslado.



—Comunicaré a Guarner su inminente llegada.



—Pasemos a otro tema. ¿Tiene preparado el informe que le pedí sobre la situación y control de los estamentos militares? Ya sabe que es esencial tener la máxima información de primera mano.



—Bueno, tenemos serias sospechas de que en el regimiento de infantería Badajoz 13, el que está en Pedralbes, y el de Alcántara 14, el que está al lado de la Ciutadella, parte de su oficialidad están preparados para el golpe; también los de Caballería de Santiago 3 y Montesa 4 creemos que están por sublevarse.



—O sea, por lo que me está diciendo, si estos cuatro regimientos salen a la calle, ya podemos preparar las maletas, ¿es así?



—Todavía quedan los regimientos de artillería 1.ª de montaña y el 7.º ligero; la columna de municiones de la primera brigada de montaña; el parque de artillería de cuerpo de ejército y división; el grupo de información de artillería n. º 2; el batallón de zapadores minadores n. º 4; destacamentos de la remonta y del regimiento de ferrocarriles; grupos de intendencia y sanidad; la sección móvil de evacuación veterinaria y la comandancia de fortificaciones y obras; y, en el Prat de Llobregat, la escuadra aérea n. º 3 con el grupo de caza n. º 13. En fin, si quiere, sigo detallando más la situación.



—Está bien, no hace falta, veo que ha preparado exhaustivamente el informe. Déjelo en la mesa que quiero echarle un vistazo; pero ¿sabemos de verdad con quién podemos contar?



—Señor president, Barcelona está en manos de los militares, el armamento está custodiado en sus cuarteles y lo único que podemos oponerles son nuestros Mossos d’Esquadra, algunas compañías de guardias de asalto, los anarquistas y los sindicalistas, pues me consta que ya están en ello, y algunos de los animosos de Estat Catalá.



—… ¡Estem fotuts! En fin, ¿algo más, Escofet?



—Bueno, para completar el informe diré que todavía no tenemos información sobre la escuela de pilotos de la Marina y de la Base de Hidroaviones de Aeronáutica Naval que tenemos en el puerto. No me gusta dejar cabos sueltos.



—Y qué me dice de las provincias. ¿Tenemos informes fiables?



—De Lérida no sabemos nada sobre la situación ni de la 8.ª brigada de infantería ni del regimiento Albufera 16. En Tarragona creemos que el regimiento Almansa 15 seguirá siendo fiel a la República. La misma situación la tenemos en Gerona. No tenemos información fiable del cuartel general de la 1.ª brigada de Montaña, tampoco de la plana mayor de su 1.ª media brigada, del batallón de montaña Asia n.º 2 ni del regimiento de artillería Pesada n.º 2 con su sección de veterinaria. Estoy a la espera de nuevos informes procedentes de Barbastro donde se encuentra la plana mayor de la otra media brigada de montaña y el batallón Ciudad Rodrigo n.º 4. Después quedan pequeños desta