Identidad Organizacional

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Cheney y Christensen (2001) examinan los efectos de la organización en sus intentos por influenciar a los otros y cómo dicho intento termina por afectar a los mismos miembros. Los autores argumentan que la distinción entre identidad e imagen está desapareciendo debido también a la superposición de las prácticas internacionales y la comunicación externa, así como al uso de los medios de comunicación basados en la publicidad para influir en los empleados a través del marketing interno. Estos autores sostienen que si bien las organizaciones que adoptan estas prácticas siguen afirmando que están comunicando a sus entidades externas, resultados de investigación redefinen estas prácticas como autocomunicación. Su teoría es que la autocomunicación confirma la autodefinición de la organización (identidad) y se reproducen internamente las imágenes que los managers quieren que se perciba desde afuera de la organización. Lo de afuera se refleja al interior por medio de una comunicación autorreferencial.

Estabilidad y cambio

Se conceptualiza la identidad como un proceso en lugar de una construcción estática. Gioia et al. (2000) explicitan los cambios en la definición de Albert y Whetten de la identidad como duradera, por un enlace de identidad para un cambio organizacional. Los autores argumentan que la identidad es inestable y adaptativa aun cuando las organizaciones utilizan las mismas etiquetas para describir cómo son por décadas y pareciera que no siempre están cambiando. Sin embargo, la IO cambia por el hecho de que los significados e interpretaciones de las etiquetas utilizadas para describir sí cambian constantemente. Estos autores afirman que los cambios en la interpretación permiten a las organizaciones adaptarse a cambios en el entorno preservando el sentido sobre sí misma, un estado que definen como inestabilidad adaptativa.

Afirman, a su vez, que la imagen organizacional está empezando a crecer en la sociedad post-industrial, la cual crea muchas más condiciones inestables para la construcción de identidad, forzando a las organizaciones a adaptar su identidad a la siempre fluctuante percepción externa y a las expectativas. Basándose en el concepto de imagen (propuesto por Dutton y Dukerich (1991) y Alvesson (1990)), los autores muestran cómo la interdependencia entre identidad e imagen activa un proceso de comparación (Tajfel y Turner, 1986) entre variaciones sobre cómo pensamos que somos y cómo piensan ellos que somos, dejando a la organización con diferentes caminos para responder sobre la base de impresiones transitorias. Así, desde estas ideas, discuten las limitaciones de la adaptación de identidad, argumentando que si bien los procesos de construcción de identidad y de la imagen son cada vez más interdependientes, cada uno de ellos mantiene un núcleo de independencia.

Hatch y Schultz (2002) describen la identidad organizacional como un conjunto interrelacionado de procesos (expresión, impresión, duplicación y reflejo) a través del cual tanto la cultura organizacional como las imágenes influyen en la identidad organizacional y viceversa. Estos procesos representan la identidad organizacional como dinámica pero todavía capaz de ofrecer una sensación de estabilidad a su público. Siguiendo a Mead (1934), argumentan que la propia identidad emerge en un proceso donde participan el (cómo los otros te ven) y el yo (cómo te sabes a ti mismo).

Los autores proponen analogías organizacionales con los conceptos de Mead así: yo, como cultura organizacional y , como imagen organizacional, y en su texto ofrecen un modelo de identidad organizacional el cual emerge de procesos en donde la cultura organizacional y la imagen de los stakeholders juegan un papel influeyente. Así mismo, definen los procesos de conexión de identidad como imagen reflejo (basados en Dutton y Dukerich, 1991) e impresión (basados en Goffman, 1989) y ambas conexiones de identidad a la cultura como reflejo y expresión. El modelo de estos autores da cuenta de la estabilidad y el cambio, y diagnostican dos disfunciones dinámicas de las identidades, el narcisismo y la hiperadaptación, en términos de disfunciones entre los cuatro procesos. Esto trae a cuenta la similitud entre la organización narcisista, la noción de organización ideal de Schwartz (1987) y la organización como sí misma seductora de Cheney y Christensen (2001).

Otras perspectivas de análisis

Las cinco perspectivas aquí expuestas fueron las más relevantes como resultado de la revisión. No obstante, existen muchas otras que también tienen una relevancia importante dentro del campo de los EO, concretamente desde la temática de la IO. Entre ellas se encuentran las que refieren al psicoanálisis (Driver, 2009; Harding, 2007; Roberts, 2005) y a contracciones y conflictos (Fiol, Pratt y O’Connor, 2009; Foreman y Whetten, 2002; Kreiner et al. 2006b), entre otras.

En el ámbito regional, son pocas las investigaciones referidas al tema de la IO. En una de ellas, que enmarca el estudio de este tema a nivel latinoamericano, García de la Torre (2007) establece la relación con la cultura, a la vez que considera que la identidad es la fuente ontológica de esta. En un trabajo anterior, Carvajal (2005) plantea el problema de la existencia de las organizaciones y los criterios para establecer su identidad. Pero en términos generales, el tema no se ha desarrollado tanto como el de cultura organizacional, de ahí que el tema identitario sea una agenda pendiente también a nivel regional (Ferreira, 2010).

Termina este apartado mencionando el texto de Etkin y Schvartein (1997) Identidad de las organizaciones. Invarianza y cambio, en el cual proponen estos dos asuntos como ejes centrales, afirmando, a su vez, que la identidad es el factor primordial para la invarianza y presentando algunas dimensiones de la identidad (tiempo, tamaño, localización, tangibilidad, etc.) para su estudio.

Conversaciones en relación con el concepto

Perdurable

Para Driver (2009), la definición seminal de IO ha tardado en entenderse como una construcción unitaria que ejerce una fuerza considerable por mantenerla constante y coherente en el tiempo. Otros investigadores consideran esta construcción unitaria como una esencia unitaria, la cual es estable, aunque más de lo que pareciera (Corley et al., 2006; Scott y Lane, 2000b). Incluso, si bien el proceso de adaptación a las demandas ambientales –lo cual es crucial para el éxito de la organización (Brown y Starkey, 2000; Corley y Gioia, 2004; Corley et al., 2006; Gioia et al., 2000)– se considera igualmente importante y, a veces más, retener esta identidad unitaria que proporciona el reconocimiento (Whetten, 2006), la legitimidad y la ventaja competitiva.

Es de este modo en que el concepto de IO ha sido construido como una metáfora fenomenológica, o como una construcción social que objetivamente existe en esencia y, por lo mismo perdura, como una propiedad de las organizaciones como actores sociales, o un conjunto de entendimientos compartidos (Humphreys y Brown, 2002a, b).

Autorreferencial e intersubjetiva

La IO esencialmente consiste “en un significado de autorreferencia [...] acerca de los intentos de la entidad por definirse a sí misma” (Corley et al., 2006, p. 87). Este tipo de significados son siempre contextualizados e inherentemente comparativos, y pueden ser tácitos o explícitos, se puedan dar por sentado o ser conscientemente trabajados (Clarke, Brown y Hope Hailey, 2009; Thornborrow y Brown, 2009). Este proceso de autorreferenciación no es otra cosa que la forma en que una organización esta comúnmente representada (Sillince y Brown, 2009).

Para algunos autores, la IO es un fenómeno intersubjetivo (Clegg, Rhodes, y Kornberger, 2007) que reside en la percepción e interpretación de sus miembros o grupos de interés (Hatch y Schultz, 2002); para Ravasi y Schultz (2006) esta es definida a partir de esquemas interpretativos que los miembros de la organización construyen colectivamente con el fin de proporcionar un sentido a su experiencia.

Múltiples identidades

La identidad se encuentra compartida por todos los miembros de la organización. Es por eso que se va a desarrollar y se va a manifestar por medio de múltiples capas o dimensiones en las definiciones de los miembros de una misma organización cuando estos definen quiénes son.

Pratt y Rafaeli (1997) investigaron cómo la vestimenta en un hospital de rehabilitación revela una multiplicidad de interpretaciones de varios subgrupos asociados a un código de vestimenta. Siguiendo a Tajfel y Turner (1979) y a Ashforth y Mael (1989), los autores definen la identidad social como las autocategorizaciones que los individuos usan para denotar su sentido de pertenencia; sin embargo, enfatizan cómo se encuentran insertas en unos supuestos culturales y valores que utilizan la autodefinición del símbolo organizacional del vestido para revelar las múltiples capas de significados inherentes a toda identidad social. Los autores (utilizando la definición de Albert y Whetten (1985) de un híbrido identitario) exponen la tensión entre el hospital local y las demás identidades profesionales que están detrás del debate por la vestimenta.

 

Karen Golden-Biddle y Hayagreeva Rao (1997) realizaron un estudio empírico de cómo el proceso de construcción de identidad influencia la accion organizacional (se puede comparar este estudio con el de Dutton y Dukerich (1991) y el de Pratt y Rafaeli (1997)), y nos ofrecen una descripción de la manera como la IO se ve amenazada, es reparada y preservada por las acciones organizacionales –que involucra a los altos ejecutivos y a la junta de directivos– en una organización sin fines de lucro. En esta descripción, los autores señalan la propuesta teórica de Goffman sobre la distinción entre frontstage y backstage; de un modo similar a lo que hicieron Pratt y Rafaeli (1997), enmarcan el conflicto y las múltiples construcciones de identidad dentro de un contexto organizativo; y usan los conceptos de holográficos y de identidades híbridas (Albert y Whetten, 1985) para analizar las tensiones entre la identidad del voluntario y la identidad de familiares y amigos en una organización del tercer nivel. El caso muestra cómo el individuo y la identidad organizacional están interconectados mediante procesos identitarios.

Autores como Carter y Mueller (2002) y Foreman y Whetten (2002) han reconocido que las organizaciones pueden tener múltiples identidades. Se considera que la IO es múltiple cuando los miembros de la organización realizan dos o más afirmaciones acerca de lo que es la organización. Para Sillince y Brown (2009) esta comprensión se debe a una aproximación desde la retórica (Carter y Mueller, 2002; Collinson, 2005), en donde se analiza cómo el reconocimiento y las afirmaciones sobre la identidad pueden contribuir a los esfuerzos por explicar con más detalles el comportamiento de las organizaciones. Aunque la noción de identidad múltiple es frecuente en la literatura, la falta de consenso en cuanto a su significado compromete su utilidad como constructo teórico (Foreman y Whetten, 2002).

Para Sillince y Brown (2009), la mirada desde la retórica en la concepción de una IO múltiple tiene al menos tres implicaciones importantes para la teorización y la investigación en este campo: (1) sugiere que existe la necesidad de reconsiderar la ampliamente mencionada suposición de que las organizaciones tienden a comunicarse en forma coherente. En este sentido, se pueden presentar muchos yos en una organización; (2) asume que responde a una visión clara sobre lo que sus miembros son, son sinónimo de o deberían ser con el objetivo de promover la identificación, es decir, conducentes a promover procesos activos de integración y sentimientos de pertenencia; y (3) ofrece nuevas ideas para teorizar en este campo, en la medida en que las identidades son estables y duraderas (Albert y Whetten, 1985), dinámicas (Gioia et al., 2000) o adaptativas (Brown y Starkey, 2000).

En ese mismo sentido, la IO está en una constante desestabilización por la producción de nuevos textos, en los cuales la identidad está sujeta a una reconstrucción continua, donde dicha reconstrucción puede ser muy diferente en algunos casos, mientras que en otros el cambio sea casi imperceptible (Chreim, 2005; Nayak, 2008). Es conocido que los psicólogos han aceptado que las personas tiene múltiples identidades, y más recientemente también se ha afirmado que los individuos tienen un repertorio de identidades que se hacen prominentes en diversos roles y contextos. Asimismo, los individuos tenemos “múltiples conceptualizaciones acerca de quiénes somos” (Pratt y Foreman, 2000, p. 19), sobre la base de factores tales como la historia personal o la posición en la jerarquía de la organización (Corley, 2004).

Cambio

La literatura ha contribuido a enmarañar la comprensión de la IO, emergiendo los conceptos de cambio y pluralidad como posibles fuentes de tensión, en lugar de acercarse a ella como algo estático e inmutable. La identidad se conceptualiza como fluida y maleable (Kreiner, Hollensensbe y Sheep, 2006b), impermanente y fragmentaria (Bendle, 2003), múltiple y contextual (Alvesson, 2000). Las identidades se construyen continuamente y son reconstruidas al negociarse constantemente a través de procesos de identificación y diferenciación.

Las identidades emergen de la interacción y de la negociación, y comparten procesos de sentido, interpretaciones que ocurren y están contextualizadas e infuenciadas por el entorno, de manera tal que las interacciones entre los miembros externos y los miembros internos de la organización contribuyen a la formación de identidades (Gioia et al., 2000). Esto evita considerar la IO como algo estático o esencial, y permite aproximarse a ella a través de performances. Esta idea extiende la teorización de la identidad como un proceso dialéctico de ser-siendo y de llegar a ser (Tsoukas y Chia, 2002; Clegg, Kornberger y Rhodes, 2005), lo que quiere decir que en vez de ser algo ontológicamente seguro, surge del proceso de organización de la entidad misma; en otras palabras, está en constante cambio. Las identidades no son estáticas u existen objetivamente, sino que se construyen discursivamente en forma fluida y constante (Brown y Humphreys, 2006).

Dialogal y relacional

La identidad tiene un carácter esencialmente relacional (Ybema et al., 2009). Pueden surgir de las articulaciones de las similitudes y las diferencias, lo que implica la separación discursiva del yo y el otro, apareciendo una parte intrínseca del proceso en la cual se llega a comprender lo que uno es, a partir de las nociones acerca de lo que no se es y, por extensión, quiénes son, y quiénes no son los demás. Como argumenta Jenkins (2004), “la construcción social de la identidad es una cuestión de establecer y significar las relaciones de similud y diferencia” (p. 5), más que imponer límites aparentemente arbitrarios para crear y definir la alteridad.

Este diálogo puede ser construido de diversas formas, centrándose, por ejemplo, en discursos dramatúrgicos y también dentro de las llamadas luchas discursivas (Alvesson y Deetz, 1999). Las expresiones de los demás pueden llegar a ser asimiladas en uno mismo y convertirse en un mismo sentido. Desde esta concepción, trabajos como los de Cunliffe (2002) se han centrado en el discurso de los administradores como práctica que actúa e interactúa con otros, es decir, la identidad en tanto que un proceso que es resultado de, y al mismo tiempo posibilidad para el diálogo como tal.

Lo dialógico es considerado como un concepto puente entre el individuo y la sociedad. Su potencial mediático radica en su doble carácter que refracta lo que puede ser visto como una dialéctica permanente entre la estructura personal y la social. Por esta razón, los estudios de la identidad prestan atención simultáneamente a ambas definiciones, a las autodefiniciones y a las definiciones de los demás (Ybema et al., 2009), de esta manera puede ser sujeto y, al tiempo, ser vista como un proceso activo de trabajo discursivo en relación con otros hablantes. En esta interrelación discursiva “la organización no sólo construye al empleado, sino que el empleado construye la organización” (Gabriel, 1999, p. 190).

Utilizando esta concepción dialogal, Foreman y Whetten (2002) proponen entender la IO como la conjunción de la comparación entre la percepción de la identidad actual de una organización (creencias sobre el carácter existente), con sus expectativas en términos ideales (creencias sobre lo que es deseable, informado por los mismos miembros) y cómo la brecha o congruencia de la identidad resultante (la distancia cognitiva entre la identidad actual e ideal) afecta de manera significativa el nivel de involucramiento de los empleados.

Conversaciones en relación con otros términos

Identidad social

La identidad es entendida como un proceso donde es construida y reconstruida a través de una interacción dinámica en la que la persona es arrojada a una identidad de otros (Karreman y Alvesson, 2001) y busca proyectar una identidad al mundo exterior (Brown, 2001), o adquirir los comportamientos, símbolos y las historias de una identidad (Sims, 2003). Estas interacciones implican un diálogo entre la autoidentidad interior y la social-identidad exterior (Watson, 2009). La identidad social se compone de las proyecciones de los demás hacia uno mismo, las proyecciones del yo hacia los demás y las reacciones a las proyecciones recibidas (Beech, 2008); es un espacio o lugar en donde las personas recurren y se imponen por discursos externos. La autoidentidad es la visión interiorizada del self en donde las personas tratan de mantener una narrativa particular (Watson, 2009).

Para Ybema et al. (2009), la identidad social es una versión de la agencia-estructura dialéctica en acción, es decir, el proceso mediante el cual el agente individual constituye y es constituido por sus derechos sociales en torno a los discursos disponibles para ello y lo que los rodean. Para Gioia et al. (2010), en cambio, las organizaciones son colectivos sociales porque la sociedad las trata como si fuesen personas, asignándoles estatus legal como actores sociales colectivos.

Desde la perspectiva del actor social, la IO es esencialmente un conjunto de notificaciones institucionales que explícitamente articulan la organización y es, a su vez, lo que representa. Lo importante de este punto de vista es que la identidad no reside principalmente en la interpretación de sus miembros, sino en las reivindicaciones institucionales asociadas con la organización (Corley et al., 2006; Whetten, 2006). Para Ravasi y Schultz (2006) esta concepción de IO tiende a enfatizar la función interpretativa (sensegiving) de la identidad, uniendo la construcción de identidad con la necesidad de proveer una guía coherente en cómo los miembros de una organización deben comportarse y como otras organizaciones deben relacionarse con ellos (Whetten, 2006).

Identidad e identificación

Para Kreiner, Hollensensbe y Sheep (2006a) el término identificación se ha entendido en la literatura organizacional a partir de dos significados: en relación a un estado y a un proceso. La identificación como un estado se refiere a la asociación del individuo con un grupo social (una organización, una profesión, etc.). El segundo (como proceso) es el paso de alinear la propia identidad con la de un grupo social. Los autores resaltan que la identidad puede cambiar en este proceso ya que es cíclica y no determina cuándo un individuo se llega a identificar con una entidad en particular.

La construcción de la IO es un proceso crítico del proceso de identificación organizacional en el sentido en que los individuos construyen esa identidad y evalúan la resonancia y concordancia entre la propia conceptualización y sus propias identidades. Junto con ello, y dentro de este proceso, obtienen la posibilidad de poder definirse a sí mismos dentro de la organización (Alvesson y Robertson, 2006; Dutton, Dukerich y Harquail, 1994; Holmer-Nadesan, 1996). Un empleado se identifica con una organización cuando experimenta una concordancia entre su construcción de IO y su propia autoconstrucción (Dutton et al., 1994), estableciéndose diferentes tipos de identificación a partir de este proceso (Kreiner y Ashforth, 2004). La identificación con la organización aparece cuando las creencias de un individuo sobre lo que es la organización se autorreferencian o se autodefinen consigo mismo (Pratt, 1998).

 

Para Sluss y Ashforth (2007), la identidad relacional responde a la pregunta: ¿cuál es la naturaleza de nuestra relación?, y la identificación relacional: ¿cuánto tengo internalizada esa identidad como parte de mí mismo? Usando estos términos, los autores ofrecen un modelo conceptual para integrar el proceso de construcción en el cual confluye lo personal, las relaciones inter-personales y los niveles colectivos basados en los roles.

Identidad personal

A nivel individual, Linstead y Thomas (2002) caracterizan el proceso de formación de la identidad como la gestión de la tensión entre las demandas presentadas frente a las preguntas que continuamente se plantean: ¿qué es lo que quiere la organización de mí? y ¿qué es lo que quiero ser a futuro? La primera pregunta tiene que ver con la propia identidad como actor social dentro del espacio organizacional, mientras que la segunda tiene que ver con la construcción social de una identidad personal. Sin embargo, ambas estan inextricablemente entrelazadas, a la vez que expresan las dos perspectivas dominantes en el estudio de la IO: la construcción social y los puntos de vistas de los actores sociales (Gioia et al., 2010).

Las identidades personales son negociadas, creadas, amenazadas, reforzadas, reproducidas y revisadas, a través del proceso de construcción como tal, siendo encarnadas en dicha interacción (Alvesson, Ashcraft y Thomas, 2008). Y con respecto a la forma y al fondo, las identidades personales necesariamente recurren a discursos sociales disponibles o a narrativas sobre quién uno puede ser y cómo se debe actuar, por lo que algunos individuos pueden tener un apoyo institucional más fuerte y acceso a ciertos recursos materiales más que otros (Thomas y Davies, 2005).

De esta manera, la identidad individual se compone de los aspectos del self que surgen de las características personales, así como de las categorías sociales con las que el individuo afirma estar vinculado (Tajfel y Turner, 1986). Sin embargo, hay que precisar que los individuos no son meros receptores pasivos de identidades que provienen de entidades sociales. Estos son capaces de reconocer las implicaciones y exigencias de las organizaciones, grupos y otras entidades (Kreiner et al., 2006b).

Así, la identidad personal está compuesta por múltiples aspectos que varian en accesibilidad y relevancia a través de diversas situaciones, entre los cuales algunos son más importantes y estables mientras que otros están sujetos a la interpretación y cambios permanentes (Kreiner et al., 2006b).

Discusión: consideraciones para futuras conversaciones

Lo discutido lleva a preguntarse por la posibilidad que tiene la IO de considerarse como un fenómeno que pueda ser deconstruido en un conjunto de componentes generalizables como la orientación moral, las preferencias de riesgo o las clasificaciones de estado (Brickson, 2000). Aunque Albert y Whetten (1985) propusieron que las “dimensiones seleccionadas para definir el carácter distintivo de una organización puedan ser muy eclécticas” (p. 268), a muchos académicos les gustaría ser capaces de comparar la identidad de una organización con las identidades de las otras. Las primeras investigaciones versaron sobre la posibilidad de encontrar una identidad única en cada organización o si hay un conjunto de dimensiones de IO que se puedan generalizar en todas las organizaciones. Si hay dimensiones generalizables, entonces se debe tener en cuenta los atributos de centralidad, distinción y duración, revisadas anteriormente.

La idea de que cada organización tiene una identidad única es el enfoque en donde esta se evalúa con dimensiones sugeridas por los miembros de la entidad a sí mismos (por ejemplo, con la técnica de rejilla, Gustafson y Reger (1998)). Por lo tanto, la identidad de una organización no es necesariamente o directamente comparable con la identidad de otra organización. El enfoque de los que buscan generalizar las dimensiones de la identidad de la organización es una perspectiva ética, en la que los investigadores identifican los atributos que les interesan y evalúan la solidez de estos atributos en una organización con respecto a otras.

Las posiciones teóricas, ontológicas y epistemológicas a través de las cuales uno se acerca a una construcción son fundamentales para toda investigación y, en el tema de la IO, no va a ser la excepción. Sin esta claridad, pueden surgir confusiones en los niveles de análisis. Por ejemplo, cuando los investigadores definen la identidad de la organización como una construcción social, pero luego tratan de medir los atributos globales y sus dimensiones (mezclando aspectos positivistas y subjetivistas) las conclusiones pueden ser confusas y perder su carácter de validez.

Una cuestión fundamental será cómo en el trabajo de campo mantener múltiples perspectivas sobre la identidad de la organización y, al mismo tiempo, acumular conocimientos para aclarar el ámbito de la identidad de la organización objeto de estudio. Sería un error concluir que un solo enfoque es el correcto en tanto que existen varias rutas para su estudio, cada uno con su propia base de supuestos y de destino. La IO se trata una construcción en torno al cual existen profundos desacuerdos y diferencias que no pueden ser reconciliadas, y sin embargo hay una gran promesa para su construcción.

Según Corley et al. (2006), la discusión anterior permite avanzar hacia una concepción socio-cultural de la identidad. En primer lugar, destacan la concepción de la identidad como un proceso inacabado y abierto, que los sujetos están obligados a realizar para enfrentar los cambios del mundo moderno; constituye una interfaz entre lo individual y lo social; lo que somos es en buena medida la forma como actuamos y aquello que decimos en los distintos ámbitos del mundo social.

En segundo lugar, la identidad es algo inserto en el mundo cotidiano y se le puede tomar como punto de partida en lo que dicen los sujetos de sí mismos, o bien como la forma en que participan de las prácticas cotidianas. Se trata de concebirla como una herramienta que es utilizada de acuerdo con las actividades en que participa el sujeto e, incluso, que se improvisa según los contextos y los recursos (económicos, sociales, simbólicos) disponibles; es vivida y encarnada por las personas de acuerdo con su participación en las prácticas sociales. La identidad tiene, entonces, un carácter relacional en tanto permite decir quién es uno y situarse en relación con las otras personas en un contexto social; supone un otro frente al cual se construye y tiene un carácter cambiante, adaptable a los contextos o ámbitos de experiencia en que actúan los sujetos.

En tercer lugar, la construcción de la identidad es un trabajo que se realiza en las prácticas situadas al participar de cierta manera en las actividades y, simultáneamente, en el pensamiento como un habla interna y como generación de un sí mismo capaz de orquestar distintas voces; es un proceso de autoformación al participar y entrar en contacto con las prácticas y significados culturales. En la medida en que se conocen más ámbitos de la experiencia se generan nuevas capacidades de ser y pensar que se entroncan y permiten apropiarse de los mundos culturales. Las personas y actividades que se efectúan en lugares específicos proporcionan recursos identitarios a los sujetos en formación.

En cuarto lugar, es importante destacar el desarrollo de capacidades reflexivas y de autodescubrimiento que desarrollan los sujetos al participar de las prácticas y discursos socio-culturales que conforman un ámbito de experiencia o mundo figurado. Las concepciones del sí mismo implican una aptitud reflexiva, al tomarse como objeto, precisamente, el sí mismo y sus experiencias. La construcción de identidad supone al sí mismo como un proceso social, que se encarna en el sujeto y depende del desarrollo de su capacidad de reflexionar sobre el mundo cultural. Las personas a lo largo de su vida pueden tener distintas identidades, incluso contradictorias, que son objeto de una reflexión y adquieren una coherencia en las narrativas biográficas.

Un aspecto más por considerar es que el hecho de disponer distintos enfoques teóricos sobre la identidad permite visualizarla y comprenderla en su carácter dinámico y multiforme, de acuerdo con las prácticas a las que el sujeto busca afiliarse y de su conocimiento para participar de las mismas.

Todo lo comentado en este capítulo está orientado a mostrar las diversas conversaciones que se vienen realizando en torno al tema de la IO, buscando con ello promoverla y evidenciando los principales paradigmas, perspectivas y discusiones que forman parte de los actuales diálogos sobre este tema. Los resultados de la revisión de la literatura sobre este asunto enmarcan, al mismo tiempo, un estado de la discusión para seguir impulsando debates y controversias, a la vez que delimitan y contribuyen a presentar un panorama general sobre el tema para aquellos investigadores que quisieran profundizar en él.

La IO ha sido reconocida y establecida como un importante concepto dentro de los EO (Brown, 2001), y últimamente ha sido vista como un constructo teórico de creciente importancia (Ashforth et al., 2011). Aunque la definición seminal de Albert y Whetten (1985) de aquello que es central, distintivo y perdurable aún es válida y es retomada por los investigadores para sus trabajos, ha sufrido una serie de cambios y desarrollos en los últimos años. Diferentes estudios han partido de distintos paradigmas y diversas perspectivas teóricas para interpretar estos atributos, configurando un controversial diálogo acerca de lo que la IO es o debería ser. A continuación, se presenta una tabla en donde se resume lo discutido.