Identidad Organizacional

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En síntesis, lo que se presenta en el texto que tiene en sus manos el lector es una conversación más sobre el tema de la IO dentro del ámbito de los EO, enmarcada por las características propias de la realidad organizacional que se estudió. Las particularidades de la investigación, entre las cuales se destaca el modelo teórico-metodológico propuesto y desarrollado, permiten comprender un poco más los fenómenos que se inscriben en las organizaciones y a ellas mismas. No es algo terminado y blindado de errores y controversias, es un diálogo más en donde se ha puesto énfasis en el proceso metodológico como tal, que en mucho propiciará nuevas conversaciones en este álgido e inconmensurable arenal organizativo.

Capítulo 1 Sobre la identidad organizacional

Introducción

Identidad. El concepto de identidad no es nuevo dentro de las ciencias sociales. La filosofía lo ha abordado desde diversas perspectivas y en distintos contextos históricos, en donde la identidad pareciera ser el resultado de una cierta tendencia de la razón a reducir lo real a lo idéntico, es decir, a sacrificar la multiplicidad de la identidad con vistas a su explicación y como base para la teorización sobre la condición humana. Desde el siglo pasado, la psicología y el psicoanálisis le otorgaron un lugar preponderante en el estudio de los procesos individuales y representó un elemento clave en la comprensión del desarrollo de la personalidad. La propia antropología ha tenido que conformar un cuerpo teórico en torno al problema de la identidad social. Desde luego, no se pueden perder de vista los aportes de otras disciplinas como la sociología, la ciencia política, la lingüística, etc.

La identidad ha desempeñado un papel importante en la teorización de las ciencias sociales, las cuales aportan y tienen injerencia en los estudios de la organización2 (Corley et al., 2006), ámbito del conocimiento en donde se inscribe el presente estudio. A pesar del interés académico que el término identidad despierta, este ha sido objeto de atención dentro del terreno propiamente organizacional hace relativamente unos pocos años (Hatch y Schultz, 2004). La conceptualización propuesta por Stuart Albert y David Whetten (1985), quienes propusieron que la identidad organizacional (IO) implicaba aspectos organizacionales que cumplen con los criterios de centralidad, carácter distintivo y continuidad temporal, ha dado paso a nuevas conceptualizaciones. Este trabajo impulsó una ola de investigación y teorización que continúa hasta el presente.

Luego de un poco más de un cuarto de siglo desde su conceptualización, el término IO no está lo suficientemente definido, ni la discusión sobre sus alcances o modelos propuestos acabada. En el campo organizacional han prolifereado definiciones que van desde el nivel individual hasta percepciones de lo que la organización es, basadas en perspectivas institucionalistas o esencialistas en donde se busca identificar las características propias de la organización (Ashforth et al., 2011). Esto ha dado como resultado una cacofonía y una polisemia tanto en su definición como en sus aportes al ámbito organizacional, y ha llegado incluso a generar una contradictoria y consecuente situación en donde pareciera que todo es identidad, y simultáneamente nada lo es.

Retomando la definición que Clegg y Hardy (1996) hacen sobre los estudios organizacionales (EO) presentándolos como “una serie de conversaciones, en particular de aquellos investigadores organizacionales que contribuyen a constituir las organizaciones mismas por medio de términos derivados de paradigmas, métodos y supuestos, ellos mismos derivados de conversaciones anteriores” (p. 3), se abre este capítulo en donde se busca, precisamente, discutir el estado de las conversaciones sobre la IO dentro de los EO. El objetivo es proporcionar un panorama general de las investigaciones referidas a este ámbito dentro de los estudios de la organización y de esta manera enmarcar la exploración y los hallazgos obtenidos. Junto con ello, se busca dar a conocer las oportunidades que ofrece este constructo para comprender y analizar los fenómenos sociales que se inscriben en las organizaciones.

Así, este capítulo se encuentra dividido en seis apartados.3 En un primer momento se describe la importancia que ha adquirido últimamente el tema de la IO en el ámbito académico, así como la problemática que lo rodea. En un segundo momento se discutirán los fundamentos disciplinarios, ontológicos y epistemológicos del término, con el ánimo de entender las bases de su inserción dentro del ámbito organizacional, así como los presupuestos para su comprensión e interpretación. Luego se presenta la discusión en torno a las convergencias y divergencias que ha generado el concepto primigenio esclarecido por Albert y Whetten en 1985. A continuación se exponen los paradigmas, perspectivas y discusiones que se vienen realizando dentro del marco de la IO. En un quinto apartado se realiza una breve discusión en torno a lo anteriormente presentado, para terminar el capítulo con algunas reflexiones finales y horizontes de investigación. De esta manera, se busca delimitar y poner al lector en contexto de las conversaciones que se vienen desarrollando sobre el tema de investigación.

Contexto, importancia y problemática

El concepto de identidad ha venido extendiéndose en los últimos años a niveles macro de análisis, y se ha convertido en un aspecto fundamental para la comprensión de lo que significa una organización en la sociedad (Albert y Whetten, 1985; Ashforth et al., 2011; Dutton y Dukerich, 1991; Czarniawska, 1997a, b; Gioia et al., 2000; Hatch y Schultz, 2002). De ahí que el estudio de la IO sea hoy en día un dominio relevante entre los teóricos e investigadores de las organizaciones.

Basados en la definición de IO de Albert y Whetten (1985),4 los investigadores han abordado el concepto explorando sus implicaciones para la vida organizacional en una variedad de entornos. Este creciente interés ha conducido a tomar la IO como una perspectiva importante para analizar diversos temas como la toma de decisiones estratégicas (Dutton y Dukerich, 1991; Elsbach y Kramer, 1996; Gioia y Thomas, 1996; Glynn, 2000; Maitlis y Lawrence, 2003), el cambio organizacional (Chreim, 2005; Martins, 2005; Nag, Corley y Gioia, 2007), mostrar cómo las organizaciones y sus directivos interpretan temas (Dutton y Dukerich, 1991), identifican amenazas (Elsbach y Kramer 1996), perciben y resuelven conflictos (Golden-Biddle y Rao 1997), establecen una ventaja competitiva (Fiol, 1991) y construyen estrategias (Fiol y Huff, 1992), por mencionar solo algunos.

El tema de la IO es, por tanto, importante a nivel teórico, y a la vez proporciona elementos valiosos para análisis empíricos, dado que brinda formas creativas para comprender una amplia variedad de contextos y fenómenos organizacionales (Alvesson, Ashcraft y Thomas, 2008). Junto con ello, este tema también ha sido abordado simultáneamente como perspectiva de análisis y como objeto de estudio. En otras palabras, existe una preocupación por lo que “se es”, como forma cultural e histórica, y una propensión a tomar la IO como perspectiva para comprender los problemas y fenómenos sociales presentes en las organizaciones.

Dentro de esta inquietud por el tema identitario, la organización se convierte en un colectivo integrado por diversos aspectos de la identidad, en donde algunos miembros de la organización pueden percibir ajustes, y algunos otros logran distinguir que sus aspectos individuales no encajan en la organización en donde habitan (Kreiner, Hollensensbe y Sheep, 2006a). Para Mead (1934), la identidad es esencialmente el conjunto de creencias y significados que responden a la pregunta ¿quién soy? Al trasladar esta pregunta al ámbito organizacional, quedaría formulada como ¿quiénes somos? (Foreman y Whetten, 2002).

Una de las posibilidades que brinda el término IO es que permite situar una entidad como tal. Ya sea una organización, grupo o persona, cada entidad necesita por lo menos una respuesta preliminar a la pregunta ¿quiénes somos? para poder interactuar eficazmente con otras entidades a largo plazo y, a su vez, estas necesitan por lo menos la respuesta preliminar a la pregunta ¿quiénes son ellos? para realizar esa interacción. La IO sitúa socialmente, de esta manera, a la organización, al grupo o a la persona (Albert, Ashforth y Dutton, 2000).

 

Otro aspecto que tiene gran posibilidad para el análisis es que los conceptos de identidad e identificación poseen la capacidad de integrar y generalizar. Son términos que viajan fácilmente a través de los distintos niveles de análisis. Transmiten simultáneamente un distintivo y una unidad, lo cual permite al mismo tiempo confusión, multiplicidad y dinamismo, tanto del contenido de lo que es la identidad, como del proceso de su construcción. Identidad (nombre) e identificar (verbo) pueden ser utilizados como conceptos versátiles, marcos teóricos o herramientas que generan posibilidades para el desarrollo teórico (Albert et al., 2000).

Para Kreiner, Hollensensbe y Sheep (2006a), el término identificación se ha entendido en la literatura organizacional a partir de dos significados: en relación con un estado y con un proceso. La identificación como un estado se refiere a la asociación del individuo con un grupo social (una organización, una profesión, etc.) y, como proceso, describe el paso de alinear la propia identidad con la de un grupo social. Los autores resaltan que la identidad puede cambiar en este proceso, ya que es cíclica, y no determina cuándo un individuo se llega a identificar con una entidad en particular.

Las personas desarrollan una gran variedad de procesos de identificación intertextuales entre el yo y el otro en la interacción con sus entornos sociales (Fuller et al., 2006). Esto permite una construcción simultánea de la identidad personal como ser humano y la identidad pública como actor social. Y dado que tales prácticas articulan lo personal con lo social, analíticamente la noción de identidad puede ser considerada como un concepto puente entre el individuo y la sociedad (Ybema et al., 2009). Su potencial de mediación radica precisamente en ese doble carácter, por lo que la identidad puede ser considerada una dialéctica permanente entre la estructura personal y la social.

En este sentido, el estudio de la IO permite comprender el deseo permanente y subyacente de generar congruencia o encaje de ciertas actitudes y comportamientos personales con lo establecido por la organización. Esto podría implicar también revaluar las creencias fundamentales del individuo, o presionar a la organización para que haga cambios en sus prácticas, pudiendo llevar a reconsiderar la relación misma del individuo con la organización (Foreman y Whetten, 2002).

A pesar de su importancia y de las posibilidades de abonar a la comprensión de los fenómenos organizacionales, Pratt y Rosa (2003) han afirmado que la identidad, como un concepto explicativo, es a menudo usado en exceso, y no ha sido especificado lo suficiente: “El concepto de identidad de la organización está sufriendo una crisis de identidad” (Whetten, 2006, p. 220).

Pratt (2003), haciendo alusión al término IO, afirma que “un concepto que significa todo, no significa nada” (p. 162). Esto constrasta con la definición de Albert y Whetten (1985), los cuales presentaron el concepto como un constructo definido. El mismo Whetten (2006) da cuenta de esta problemática al afirmar que si bien algunos autores proponen dicha identidad como un conjunto de fragmentos, a menudo incompatibles, otros autores cuestionan esta posición, ya que consideran que concebirla como algo estable, permite una coherencia consistente con la acción organizativa.

Los diferentes puntos de vista en diferentes momentos de la historia pueden simplemente servir para diferentes propósitos, la falta de un acuerdo universal es, de algún modo, un impedimento para el futuro. De hecho, puede resultar que algunas de las más profundas cuestiones planteadas referidas a la identidad, no se puedan resolver, debido a que su profundidad y densidad serán siempre un enigma. (Whetten, 2006, p. 15)

Es entonces dentro de este contexto que la IO es importante para el análisis organizacional. La problemática que subyace remite a una serie de interrogantes: ¿qué es lo que se ha dicho en relación con ella? ¿Cuáles son las principales perspectivas teóricas que los investigadores han utilizado para su estudio? En otras palabras: ¿en qué va la conversación sobre este concepto?

Fundamentos

A continuación, se presentan los fundamentos disciplinares, ontológicos y epistemológicos de la identidad organizacional.

Fundamentos disciplinares

El concepto de IO ha sido desarrollado por la filosofía, por los estudios culturales y por la teoría literaria así como por la psicología, la sociología y la antropología. Por ello no es sorpresa que haya encontrado en los estudios organizacionales su espacio y lugar para ser también interrogado. A continuación se presentan los fundamentos disciplinares desde la filosofía, la sociología, la psicología y la antropología.

Desde la filosofía

El término identidad en el ámbito filosófico ha sido examinado desde varios puntos de vista, siendo los más destacados el ontológico (o metafísico) y el lógico. En el primero se hace referencia a la identidad según la cual toda cosa es igual a ella misma. El segundo corresponde al llamado principio lógico de la identidad, donde este es considerado el reflejo lógico del principio ontológico de la identidad y se podría expresar así: si p (enunciado declarativo)... entonces p (lógica de las proposiciones). Ambos sentidos, tanto el ontológico como el lógico, se han entremezclado e incluso confundido con frecuencia.

Según Ferrater Mora (1994) la idea de identidad parece ser el resultado de una cierta tendencia de la razón a reducir lo real a lo idéntico, es decir, a sacrificar la multiplicidad de la identidad con vistas a su explicación. La noción de identidad metafísica fue criticada por Hume pues no estaba de acuerdo con aquellos que afirmaban que hay un yo que es idéntico a sí mismo o idéntico a través de todas sus manifestaciones. Esta idea, decía, no podría derivarse de ninguna impresión sensible, dado que penetrar en el yo conllevaría encontrar alguna percepción particular (muchos yos) que terminaría convirtiéndose solamente en haces o colecciones del mismo yo. Así, Hume considera el problema de la identidad como insoluble.

En ese orden de ideas, Kant acepta la crítica de Hume al considerar la insolubilidad de la identidad, pero solo cuando se pretende identificar cosas en sí o cuando se funda el término en la persistencia de las múltiples visiones o representaciones del yo. Sin embargo, considera que la identidad puede asegurarse en la medida en que no es ni física ni metafísica, sino trascendental: la conciencia de sí mismo en diferentes momentos.

Siguiendo con Ferrater Mora (1994), los idealistas post-kantianos crearon un concepto central metafísico en el que la identidad es, además de un concepto lógico, el resultado de representaciones empíricas unificadas. Hegel entiende la identidad como un concepto universal, una verdad plena y superior que ha absorbido las identidades anteriores; hay en el principio de identidad –según este autor– más que una identidad simple y abstracta, hay movimiento de la reflexión en el que lo otro surge como apariencia.

Cuando trató de definir la identidad, Aristóteles observó que esta se daba en varias formas: es una unidad de ser, una unidad de multiplicidad de seres o una unidad de un solo ser tratado como múltiple. Los escolásticos, por su parte, definieron varios tipos de identidad: la real, la racional, la específica, la genérica entre otras, pero en términos generales la establecieron como la conveniencia de cada cosa consigo misma.

Si bien puede hablarse de un fundamento común de la identidad recogido en la expresión anterior, se puede hablar también de identidad en diversos sentidos: identidad real, identidad racional o formal, incluso muchos autores han hablado sobre el principio psicológico de la identidad, sin embargo, con frecuencia la idea de todas las formas de identidad existentes se puede reducir a las dos mencionadas al comienzo.

Desde la sociología

El sociólogo Erik Erikson enfoca la identidad como el proceso que hace que el núcleo de la individualidad y el núcleo de la comunidad sean uno mismo. La consideración más sociológica de la identidad ha sido iniciada por la escuela de pensamiento del “Interaccionismo simbólico” que muestra cómo son los procesos sociales de construcción de la identidad social a partir de la distinción entre el yo y él. A partir de los años sesenta surgen presupuestos en los que se considera la conciencia de la identidad como un atributo del individuo, la cual se basa en significaciones sociales de rasgos tanto individuales como colectivos y cuya significación constituye un proceso de construcción de sentido en donde todos participan de maneras desiguales.

Por otro lado, Giménez (2000) considera que el concepto de identidad aparace a finales de los años sesenta, aunque sus elementos ya se encuentran presentes en la teoría social anterior. La sociología, ya como ciencia, plantea el estudio de la identidad en dos tradiciones: por un lado, la americana, en la que se destaca al sujeto como actor social y la formación de su identidad a partir de la participación en el mundo social; y por el otro lado, la francesa, la cual estudia la identidad como dimensión subjetiva de las representaciónes socialmente elaboradas o el capital cultural que distingue a las clases sociales.

La tradición francesa vincula tambien el estudio de la identidad con los movimientos sociales y las migraciones. La identidad se define a partir de cómo los grupos se representan a sí mismos frente a otros. Durkheim fue el primero en plantear la existencia de representaciones sociales que se expresan en el comportamiento de los individuos. Moscovici retoma esta idea y, en su teoría de las representaciones sociales, las define como campos de conceptos o sistemas de nociones asociadas que sirven para dar cuenta de la realidad y, a la vez, determinan el comportamiento individual (Giménez, 1996).

En la antropología, se considera que la identidad es un elemento de la cultura internalizada que distingue (Bourdieu) o una representación elaborada por los actores sociales (Moscovici). En ese sentido, la identidad es el lado subjetivo de la cultura considerando su función distintiva. Sin embargo, la identidad no es una especie que se atribuyen los actores sociales a sí mismos; por el contrario, la identidad surge del proceso de intercambio social como una afirmación de razgos que distinguen a un grupo y puede modificarse de acuerdo con la historia de los diferentes grupos o colectivos.

Se pueden distinguir las siguientes controversias (Giménez, 1996) en torno al problema de la identidad:

• La concepción de la identidad como un proceso social que se juega de distintas formas, sea como una identidad colectiva o como una identidad personal.

• El papel que se les da a los sujetos en tanto se plantean como poseedores de una identidad que los hace distintos a otros.

• La participación de los sujetos en los conflictos, en lugar de enfocarse en las estructuras que los determinan.

• La exploración de temas como los relatos que elaboran los grupos y el uso estratégico de las identidades.

No obstante, se le ha dado un peso excesivo a las representaciones sociales como el núcleo de la identidad, destacando la parte cognitiva, y un escaso reconocimiento a los valores y las prácticas sociales como los componentes que dan sentido a la identidad (Hernández, 2008).

El sociólogo norteamericano Charles Horton Cooley (1902) buscó explicar la sociedad sin excluir lo individual. Para ello trató de sintetizar el individualismo y el socialismo en una forma orgánica, evitando caer en perspectivas parciales: “La visión orgánica hace hincapié en la unidad del conjunto y el valor peculiar del individuo, explicando uno por el otro” (Cooley, 1964, p. 36). Este uno por el otro hace referencia al aspecto distributivo (las personas hacen la sociedad) y colectivo (la sociedad hace a las personas) de los aspectos de la vida. Su visión orgánica se sintetiza en el hecho de que para él, la sociedad y los individuos no denotan fenómenos separables, sino que son sencillamente aspectos colectivos y distributivos de una misma cosa.

 

No es posible dividir la psicología social del hombre en aquello que es social y aquello que no lo es. Todo es social en un sentido, y lo social es parte del común de la vida humana. En este sentido afirma Cooley: “todo lo humano acerca de su misma historia tiene un pasado social” (1964, p. 47), definiendo así el yo en términos sociales, esta es quizás su mayor contribución a la teoría de la identidad (Hatch y Schultz, 2004). Para él, la idea de identidad es definida por la percepción de cómo nos ven los demás5 y, plantea a su vez, la concepción –promovida recientemente por los posmodernistas– de la identidad como una construcción lingüística: “Que el ‘Yo’ del habla común está envuelto en el hecho que las palabras y las ideas que definen son fenómenos del lenguaje y de la vida comunicativa”6 (Cooley, 1964, p. 180).

El también sociólogo norteamericano George Herbert Mead (1934), teórico del Interaccionismo simbólico, presenta el yo como dinámico y social, afirmando que la identidad se forma por la interacción social y destaca la internalización de los otros como parte del sí mismo. Mead formula una concepción del sí mismo como un proceso social y, a la vez, una capacidad mental de considerarse a sí mismo como objeto. Este concepto presupone el proceso social de comunicación entre los humanos; surge con el desarrollo y a través de la actividad social y, además, está dialécticamente relacionado con la mente. Es así que el autor afirma que el yo no es un sí mismo y se convierte en tal cuando la mente se ha desarrollado por medio de un proceso reflexivo. Por medio de la reflexión, los procesos sociales de participación y comunicación son internalizados en la experiencia de los individuos.

Mead (1934) identifica dos aspectos o fases del sí mismo: el yo y el . Afirma que ambos son partes de un todo, pero separables en cuanto al comportamiento y la experiencia. De un lado, el yo es la respuesta inmediata de un individuo a otro, el aspecto no calculable, imprevisible y creativo del sí mismo. Las personas no saben con antelación cómo será la acción del yo, no se es totalmente consciente de él, tan solo cuando se ha realizado el acto. Y de otro, el yo reacciona contra el que es el conjunto organizado de actitudes de los demás que uno asume, es la adopción del otro generalizado –actitud del conjunto de la comunidad hacia –; las personas son conscientes del pues implica la responsabilidad consciente.

El autor tiene una concepción moderna de las instituciones sociales, que constriñen a los individuos, a la vez que les capacitan para ser creativos.7 Albert y Whetten (1985) enfatizan el concepto de yo de Mead para formular la definición de identidad y las relaciona con la percepciones del sí mismo formado por los otros. La aportación de Mead es considerar que el sí mismo se forma en el proceso de interacción social y de comunicación, donde entonces puede concebirse como un desarrollo social, al participar en las actividades, y como la capacidad de reflexionar sobre las experiencias que internaliza.8

El sociólogo y escritor norteamericano Erving Goffman (1989) estudió las unidades mínimas de interacción entre las personas, centrando su atención en grupos reducidos, diferenciándose de esta manera de la mayoría de los estudios sociológicos que se habían hecho hasta el momento a gran escala. Estudió la influencia de los significados y los símbolos de la acción e interacción humana. Goffman plantea el desarrollo de un sí mismo que realiza actuaciones estratégicas dependiendo de los escenarios y recursos disponibles. La identidad para el autor aparece como una construcción subjetiva de los actores sociales y les aporta una capacidad de actuación frente a las estructuras del mundo social.

Goffman equipara la interacción social con el desempeño dramatúrgico. Como en una obra de teatro los actores conspiran con su audiencia para que sean testigos de su desempeño, así la identidad, sugiere este autor, es un desempeño y las habilidades de los actores resultan relevantes para controlar o manejar las impresiones que se dejan en los otros. Por lo tanto, los otros en las definiciones de Cooley y Mead vienen a ser la audiencia para Goffman dentro de la metáfora que plantea, permitiendo introducir a los stakeholders dentro del debate (Hatch y Schultz, 2004).

Goffman (1989) se aleja de las ideas de Mead sobre el sí mismo, en particular con su análisis de las tensiones entre el yo espontáneo y el , y las actitudes o constreñimientos sociales. Existe una tensión entre lo que las personas esperan que se haga y lo que se quiere hacer espontáneamente. Las personas actúan para sus audiencias sociales con la finalidad de mantener una imagen aceptable del sí mismo, por lo tanto, en diferentes situaciones (escenarios) los individuos presentan imágenes distintas. Goffman se centró en la dramaturgia como un modelo social que le permite analizar esta presentación, adoptó una perspectiva de la vida social como si esta fuera una serie de actuaciones dramáticas que se asemejan a las representadas en el escenario y no creía que el sí mismo fuera una posesión del actor; lo consideraba como el producto de la interacción dramática entre el actor y la audiencia. Este autor analizó las situaciones como si las interacciones sociales fueran representaciones, desmenuzando sus distintos componentes y su efecto en la interacción entre el actor y la audiencia.9 El sí mismo aparece como la apariencia que el actor muestra (una máscara) y que manipula para dar cumplimiento al desarrollo de la presentación.10

Desde esta perspectiva, y en contraste con Cooley y Mead, la identidad deriva de las formas en que los otros consideran el sí mismo. Goffman, describe no cómo las imágenes de los otros son transformadas en identidad (propuesto por Cooley y Mead), sino cómo la identidad puede ser satisfecha comunicándose por los otros a través de la impresión del management. En su texto “The arts of impression Management”, no solo describe la manera en que los individuos impresionan a otros, sino cómo los otros conspiran con el individuo para ayudarlo la mantener satisfecha sus relaciones sociales. Goffman también nota que el contexto de intercambio entre los actores y la audiencia, toma un lugar que provee expectaciones compartidas y da directrices para el desarrollo.

Desde la psicología

Locke y Hume definen la identidad como un mecanismo psicológico que tiene su principio no en la unidad sustancial del yo, sino en la relación que establece la memoria entre las impresiones continuamente cambiantes: el presente y el pasado. De esta manera, la identidad no es más que una construcción de la memoria. Esta reflexión, si bien filosófica, fue aceptada sustancialmente por la psicología la cual habla de identidad y crisis de identidad de acuerdo con la solidez o fragilidad de dicha construcción haciendo referencia únicamente a la identidad personal, a su existencia continua a pesar de cambios o funciones (Galimberti, 2002).

Carl Jung realizó algunas reflexiones en torno a una igualdad inconsciente y a priori con los objetos, estableciendo un tipo de identidad donde se establecen ciertos prejuicios ingenuos y en la cual la psicología de una persona es igual a la de las otras. En cuanto a la identidad consciente, esta representa la reflexión que hace el sujeto sobre su propia continuidad temporal y su diferencia con los demás.

Por su parte, Henri Tajfel y John Turner (1979) desarrollaron la teoría de la identidad social11 enfocándose en la identificación dentro y fuera de los grupos, en el etnocentrismo competitivo y en el negativo estereotipo entre los grupos sociales. Proponen una teoría social de identidad contraponiéndola con la entonces idea dominante en la psicología social referida a que la moral del grupo, la cohesión y la cooperación son estrictamente productos de la competencia intergrupal. Estos autores observaron que la identidad dentro de los grupos puede operar independientemente de la competición. Otros psicólogos sociales asumen que hay una fuerza motora detrás de la identificación grupal.

Sus investigaciones muestran el poder que tiene un grupo pequeño, esto es, el simple nombre de algún miembro del grupo es suficiente para crear distinciones dentro y fuera del grupo, lo cual sugiere que la construcción de la identidad de las organizaciones juega un rol en la creación de la competencia; precisamente aquello que investigadores anteriores asumieron como producto de la identidad grupal.

Taifel y Turner proponen una categorización social como la base de la definición de un grupo:

[...] los individuos interesados se definen a ellos mismos y son definidos por otros como un grupo. Podemos conceptualizar un grupo como una colección de individuos quienes se perciben a sí mismos como miembros de la misma categoría social, comparten las mismas emociones que los envuelven en esta común definición de sí mismos, y logran un cierto grado de consenso social acerca de la evaluación de su grupo y de sus miembros. (1979, p. 40)

Los autores creen que la identidad social está basada en el deseo individual de una mejor autoestima mediante los procesos de comparación social, resaltando las diferencias individuales de sí mismos y la forma positiva o negativa de la evaluación al interior y al exterior de los grupos. Esta diferenciación es explicada mediante la comparación con los otros y significa que dicha distinción está fundamentada por la competición intergrupal.