¿Y mis estrellas?

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¿Y mis estrellas?
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© del texto: Diana Salazar Santamaría

© de la portada: Mari Carmen Cañellas

© corrección del texto: Equipo BABIDI-BÚ

© de esta edición:

Editorial BABIDI-BÚ, 2021

Fernández de Ribera 32, 2ºD

41005 - Sevilla

Tlfn: 912.665.684

info@babidibulibros.com

www.babidibulibros.com

Producción del ePub: booqlab

Primera edición: mayo, 2021

ISBN: 978-84-17679-86-6

Depósito Legal: SE 497-2021

«Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) si necesita fotocopiar o escanear algún fragmento de esta obra»


ÍNDICE

CAPÍTULO I

CONTANDO ESTRELLAS

CAPÍTULO II

BUSCANDO ESTRELLAS

CAPÍTULO III

ALCANZANDO ESTRELLAS

CAPÍTULO IV

COMPARTIENDO ESTRELLAS

CAPÍTULO V

CABALGANDO SOBRE ESTRELLAS

CAPÍTULO VI

REBOTANDO HASTA LAS ESTRELLAS

CAPÍTULO VII

AL RESCATE DE LAS ESTRELLAS

CAPÍTULO VIII

AYUDANDO AL MONSTRUO COME-ESTRELLAS

CAPÍTULO IX

VOLVIENDO A LAS ESTRELLAS

CAPÍTULO X

MEDIDAS EXTREMAS PARA SALVAR ESTRELLAS

CAPÍTULO XI

LIBERANDO A LAS ESTRELLAS

CAPÍTULO XII

POR OBRA DE LAS ESTRELLAS

CAPÍTULO I
CONTANDO ESTRELLAS

—Mil, mil una, mil dos, mil tres, mil cuatro, mil cinco, mil se... ¡Uy! ¿Y donde está mi estrella número mil seis? —preguntó Nolo mientras contaba estrellas como cada noche antes de dormirse.

Estaba seguro de que la noche anterior había mil seis estrellas, pero esta noche el número de estrellas que iluminaban sus noches era diferente. Preocupado, decidió empezar a contarlas otra vez, pero antes de llegar a la estrella número dieciséis, ya había caído en un profundo sueño.

Nolo vivía en un lugar maravilloso y lleno de aventuras. A veces pasaba el día en una playa, colgado de las palmeras para bajar y comer tantos cocos como pudiera, jugar con las olas, nadar con delfines y construir castillos y grandes murallas de arena, ayudado por cangrejos y tortugas. Otras veces iba al bosque tropical, donde había animales muy graciosos, como los monos que eran juguetones y traviesos, y compartían con él sus frutas dulces y pegajosas. También le encantaban a Nolo las grandes montañas con sus preciosos bosques, y las tierras heladas donde encontraba osos, focas, morsas, y pingüinos.

Solo había unos sitios a los que Nolo nunca se había atrevido a acercarse, como los temibles volcanes, las cuevas muy profundas, o los grandes abismos de los océanos, sobre todo por el miedo a las criaturas desconocidas que podrían vivir allí. Se decía a sí mismo que, cuando se hiciera más alto y fuerte, se lanzaría a explorar aquellos temidos parajes.

Lo que nunca encontró Nolo fue a alguien como él, por eso contaba estrellas para no sentirse triste y solo, y lograr dormir. Maravillado por su brillo y belleza, no se cansaba de mirarlas, e imaginaba que cada una podría contar una historia única; sobre todo las estrellas fugaces, que eran sus favoritas, por venir de sitios tan lejanos. Tras la noche anterior en la que según su cuenta faltaba una estrella, esa noche las contó con más cuidado, pero al llegar a la número mil tres, ya no encontró más estrellas.

—¡Ay no! —exclamó Nolo—. ¡En solo dos noches he perdido tres estrellas!

Durante las noches siguientes el número de estrellas siguió bajando, así que Nolo decidió averiguar qué estaba pasando. Al llegar la mañana, lo primero que hizo fue escalar hacia la cima de la montaña Gigantona para poder hablar con el Sol, quien le explicó que la única razón para que una estrella desapareciera, era que una explosión la hubiera destruido, quedando solo trozos muy pequeñitos que no se podrían ver desde su mundo; pero eso no era posible, ya que el propio Sol vigilaba durante el día, y estaba seguro de que no había habido una explosión reciente.

Entonces Nolo acudió a las nubes y, tras varias preguntas y respuestas entre las nubes más cercanas a su mundo y aquéllas más lejanas que se encontraban casi donde el azul profundo del espacio comienza, la respuesta que recibió Nolo fue la misma: Ninguna sabía lo que podía estar pasando.

Nolo recorrió los mares, glaciares, selvas y montañas interrogando a sus amigos animales, pero tampoco logró averiguar nada, hasta que al empezar a ocultarse el Sol se topó con Bubo, el viejo y sabio búho del bosque violeta, que acababa de despertar de su largo sueño diurno. Bubo no pareció sorprenderse con la historia de Nolo, pues a su edad había visto muchas cosas y, además, sospechaba que algo raro estaba sucediendo, ya que en las últimas noches había oído unos crujidos que venían del cielo y que eran diferentes de los truenos en noches de tormenta. El problema era que como ya había cumplido más de ciento veintisiete años, al viejo Bubo le fallaban sus grandes ojos para lograr ver algo más allá de su propio árbol, así que Nolo no consiguió más información que pudiera ayudarle.

Entonces, subió nuevamente a Gigantona para hablar con la Luna, que era la encargada de la vigilancia nocturna. La Luna, avergonzada, le contestó a Nolo que no sabía nada, porque llevaba casi una semana saliendo durante el día para poder pasar un rato con su amigo el Sol y, cuando este se ocultaba, estaba tan cansada que se quedaba dormida, olvidando iluminar las noches del mundo de Nolo.

Nolo decidió regresar al árbol-casa de Bubo para estar acompañado, y al contar nuevamente sus estrellas, esa noche solo llegaban a novecientas noventa y siete.

—¡Qué barbaridad! —exclamó—. ¿Como es posible que estén desapareciendo a tal velocidad? A este ritmo, pronto el cielo se quedará sin la iluminación y belleza de las estrellas, y además, no tendré a quien pedirle deseos.

Tardó en quedarse dormido y, poco después, lo despertó un fuerte aleteo acompañado de los gritos de Bubo que le decía:

—¿Lo oyes, Nolo?, ahí está ese estruendo que se repite una y otra vez.

Fue entonces cuando Nolo escuchó como si algo grande y sólido se estuviese partiendo. Miró hacia el cielo, pero no pudo ver nada, seguramente la Luna se había vuelto a quedar dormida y no emitía su brillante luz, y para empeorar las cosas, los árboles más altos del bosque hacían parecer aún más oscura la noche. Al cabo de un rato los ruidos pararon, y Nolo se volvió a dormir a pesar de su preocupación.

Al despertar, se dio un baño en el riachuelo más cercano, desayunó con frutas silvestres del bosque, y escaló hacia la cumbre de Gigantona para hablar con las nubes y el Sol, que nuevamente no sabían nada. Nolo le pidió al Sol que cuando viera aparecer a la Luna de día, no le hablara y la mandara a dormir, y con Algodona, la nube más gorda y cariñosa, acordó que al final del día bajaría hasta la cima de Gigantona a recogerlo. Intentando tranquilizarse, pasó el día disfrutando de la nieve que se acumulaba sobre Gigantona, deslizándose por sus faldas encima de un tronco roto, jugando al escondite con conejitos y venadillos, y durmiendo la siesta entre la madriguera de un enorme topo, llamado Dentón, que lo dejó quedarse allí hasta el atardecer.

 

Cuando comenzó a anochecer, Nolo corrió hacia la cima de Gigantona, se acomodó sobre Algodona y empezaron a subir lentamente hacia las estrellas, pues la enorme nube no era joven ni ágil. Mientras subían, Nolo se quedó maravillado ante la belleza de su mundo y el contraste de las formas y colores que se veían desde allí arriba. Cuando Algodona se detuvo, pues las fuerzas ya no le alcanzaban para subir más, Nolo le dijo:

—No te preocupes, Algodona, aquí ya estamos bien para vigilar a mis estrellas.

Un rato después apareció la Luna despierta y casi llena, iluminando la noche para que Nolo pudiera vigilar mejor a sus estrellas. Al llegar a las novecientas noventa y tres estrellas, no encontró más para contar, así que, preocupado por la continua pérdida de sus preciados tesoritos, esperó con paciencia a ver si ocurría algo.

CAPÍTULO II
BUSCANDO ESTRELLAS

Pasó un largo rato sin que pasara nada, pero Nolo no se daba por vencido y esperaba sobre Algodona con los ojos casi tan abiertos como los de Bubo. De repente, del interior de Monacha, la estrella más grande y bonita, salió, soñoliento, algo que Nolo nunca había visto. Era pequeño, un poco regordete, con la piel rosa, el pelo de color oro y los ojos del tono del agua de mar. Una vez se hubo desperezado, dio un pequeño salto hacia la estrella más cercana que tenía una forma rara y, para gran sorpresa de Nolo, comenzó a mordisquearla con mucho entusiasmo.

Nolo observaba atónito cómo, a base de grandes y ruidosos bocados, esa cosa se estaba comiendo, tan a gusto, una de sus estrellas, hasta que por fin logró gritar:

—Pero ¿qué haces?, ¿qué eres?, ¿de dónde vienes?

Al verse interrumpida en su comilona, la criatura, también algo sorprendida, entre mordisco y mordisco comenzó a contestarle:

—¿Como que qué soy? Eso es muy fácil, soy un pequeño y precioso niño, me llamo Bayi y, si me alimento bien, algún día seré un niño tan grande como tú, así que por favor no me interrumpas.

—¿Un precioso niño? Nunca había visto a nadie como tú, y mira que mi mundo es grande y lleno de criaturas diferentes —contestó Nolo.

—¿Qué pasa?, ¿es que no tienes hermanos ni amigos como yo? —le preguntó el extraño pequeñín.

—Claro que tengo amigos, los animales de mi mundo son mis amigos —aseguró Nolo—, pero no tengo la menor idea de lo que es un hermano.

—¡Qué raro eres! Un hermano es el que salió de la misma barriga que tú, —contestó Bayi—. Yo tengo uno y se llama Guigo.

—¡La barriga! ¿La barriga de quién? —preguntó Nolo cada vez más asombrado.

—¡Pues la de la mamá, tonto! —exclamó Bayi.

—¡No me llames tonto! Eso no se le debe decir a nadie. Mi nombre es Nolo. Dime, ¿qué es una mamá? —preguntó nuevamente Nolo.

—¡De verdad que te estás haciendo el …!, bueno no voy a decirlo, pues tienes razón en que no se debe llamar así a nadie. Pero ¡todo el mundo sabe lo que es una mamá, yo lo sé y tú eres mayor, así que deberías saberlo! —opinó Bayi—. En cualquier caso, si quieres saber que es para mí una mamá, es alguien que solo es tuya y de tu hermano, que siempre huele muy bien, que está ahí para mimarte, protegerte y, lo más importante de todo, para repetirte cada día que eres lo más bonito que existe.

—En verdad no sé lo que es, pero lo que describes suena muy bien —dijo entre suspiros Nolo.

—Por lo que dices, parece que no tuvieras una familia. ¿Qué pasa?, ¿vives solito Nolo?

—Tampoco sé lo que es una familia, pero aun así, no vivo solo, ya te dije que los animales son mis amigos —respondió Nolo.

—¡Qué raro eres! Y eso que pareces un niño como cualquier otro. Una familia es lo que uno tiene junto con sus hermanos, su mamá y su papá —aseguró la golosa criatura, mientras seguía saboreando los pedacitos de estrella.

—¡Un papá! ¿Y ahora eso qué es? —preguntó Nolo, desconcertado.

—Casi lo mismo que la mamá, pero más grande, fuerte y menos suave. ¡Ah! Y no huele tan bien —dijo Bayi riendo.

—Cada vez me tienes más confundido, y me pones muy nervioso con esos mordiscos de roedor pequeño pero cruel. ¡Para un momento! ¡Lo único que me interesa saber es por qué te estás comiendo mis estrellas! —exclamó Nolo.

—Porque tengo hambre y están muy buenas. ¿O es que acaso a ti no te gustan?

—¡Pero si son mías! —insistió Nolo—. Todas ellas. ¿Cómo te atreves a tocarlas?

—¿Tus estrellas? No sabía que las estrellas tuvieran dueño. ¿Dónde dice que son tuyas?, ¿están marcadas en algún sitio con tu nombre? Seguro que todavía no las has probado, o me darías la razón de que son irresistibles, yam, yam, yam, tienen un sabor único.

—¡Claro que no las he probado! —contestó Nolo cada vez más disgustado—. Y son mías porque están sobre el mundo donde vivo, que también es mío, así que no te atrevas a seguir destrozándolas.

—¿Crees que todo lo que hay por aquí es tuyo? Entonces, yo también debo de ser tuyo, porque estoy sobre tu mundo y, si soy tuyo, tienes la responsabilidad de alimentarme y cuidarme —aseguró desafiante el glotón—. Así que déjame comer tranquilo o mi barriguita se enfadará, gruñirá y no me dejará dormir con los ruidos que puede hacer; y eso puede ser muy malo, pues si no duermo, no puedo soñar con mi familia y estaré despierto extrañándolos, hasta que no pueda aguantar y empiece a llorar y chillar cada vez más fuerte por lo solito que me siento.

—Claro que no eres mío, no sé de dónde saliste ni por qué estás aquí, pero si echas tanto de menos a tu familia, por qué no regresas con ellos en lugar de estar aquí acabando con mi preciosa colección de estrellas, y todo ¡porque eres un gran tragón!

—Si no he regresado con mi familia, es porque no he podido hacerlo —aseguró Bayi—, y lo que hago para no ponerme muy triste es pasar el tiempo lo mejor posible, y el maravilloso sabor de las estrellas me ayuda. Sé que soy un tragón, pero no hay nada en todo el universo igual a la felicidad de estar en casa con mi familia.

Lo dijo con tal carita de tristeza que Nolo llegó casi a sentir pena por el minimonstruo. Pero entonces, otro terrible crujido lo trajo de vuelta a la realidad, donde vio al comelón abrazado a un trozo de estrella que había logrado desprender con sus pequeños pero infalibles dientecillos, y que pronto desaparecería ante semejante ataque.

—¡Para, por favor! Vamos a hacer un trato —propuso Nolo—. Yo te ayudo a encontrar el camino a casa, y tú dejas en paz a mis estrellas.

—Mmm, eso estaría muy bien, pero no creo que seas tan listo como para lograrlo. De todas maneras, hasta que pase la próxima estrella fugaz eres el único que puede ayudarme, así que acepto tu ayuda, pero eso sí, me tienes que dejar comer estrellas hasta que me marche.

—Puedes seguir comiendo estrellas mientras logro traer comida, pero intenta comer un poquito de cada una, no te zampes una entera de una vez, así, aunque se hagan más pequeñas, no desaparecerán completamente entre tu gigante boca. Espera un momento, ¿a qué te referías cuando dijiste: «Hasta que pase la próxima estrella fugaz?» ¿A que le pedirás el deseo de volver a casa? —preguntó Nolo.

—Bueno…, pues hay un poco de eso, pero también algo que planeo hacer, y es que, en cuanto la estrella fugaz pase lo suficientemente cerca, daré un gran salto y galoparé sobre ella a través del espacio hasta que, algún día, me lleve de regreso a casa.

—¿Galopar sobre ella?, ¡qué dices!, ¡eso es imposible!

—¡¿Como que imposible?! Ya lo hice una vez, y seguro que podré volver a hacerlo.

—O estás mintiendo, o tienes una imaginación tremenda —aseguró Nolo.

—Imaginación tengo, y mucha, pero te aseguro que el estar aquí no es debido a mi imaginación, o ¿es que tú también te estás imaginando que yo me estoy comiendo tus estrellas?

—¡Por supuesto que no! Está clarísimo que a mis estrellas alguien se las está zampando. Lo que no entiendo es qué tiene eso que ver con tu cuento de la estrella fugaz.

—Si a mí me sobra imaginación, a ti te falta. ¿Cómo crees que vine hasta aquí? —dijo Bayi en tono burlón.

—¡¿No me digas que sobre una estrella fugaz?! —exclamó Nolo.

—Claro que sí —respondió Bayi tranquilamente.

—Pero, pero… ¿Cómo lo hiciste?

—Bueno, pues fue muy fácil y difícil a la vez. Si prometes dejarme hablar sin discutir cada cosa que digo, te contaré cómo pasó.

—Está bien, trataré de controlarme, cuéntamelo.


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