Read the book: «Mi Marqués Eternamente»
Mi marqués eternamente
Índice
Agradecimientos
Prólogo
CAPÍTULO UNO
CAPÍTULO DOS
CAPÍTULO TRES
CAPÍTULO CUATRO
CAPÍTULO CINCO
CAPÍTULO SEIS
CAPÍTULO SIETE
CAPÍTULO OCHO
CAPÍTULO NUEVE
CAPÍTULO DIEZ
Epílogo
ACERCA DE LA AUTORA
TAMBIÉN DE DAWN BROWER
EXTRACTO: El Conde De Harrington
PRÓLOGO
CAPÍTULO UNO
Sin título
Esta es una obra de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes, son producto de la imaginación del autor o son utilizados de manera ficticia y no deben interpretarse como reales. Cualquier semejanza con lugares, organizaciones o personas reales, vivas o muertas, es meramente una coincidencia.
Infinitely My Marquess Derechos de autor © 2019 Dawn Brower
Published by Tektime
Arte de portada y ediciones por Victoria Miller
Todos los derechos reservados. Ninguna parte de este libro puede ser utilizada o reproducida electrónicamente o impresa sin permiso escrito, excepto en el caso de citas breves incorporadas en las revisiones.
Este libro es para todo los que creen en el amor y esperan encontrarlo algún día. En ocasiones solo tiene que tener fe y a veces ha estado allí todo el tiempo. Siga creyendo y algún día el amor puede encontrarle.
Agradecimientos
Como siempre, gracias a mi artista de portada, Victoria Miller. Eres fabulosa, como siempre. También gracias a Elizabeth Evans, que haces que la escritura sea divertida. Gracias por ayudarme y leer todos mis borradores.
Prólogo
Inglaterra 1795
Campanas de boda resonaron por la campiña, anunciando la inminente boda de lord Victor Simms, el segundo hijo del duque de Ashthrone y de lady Penelope Everly. No era el primer matrimonio de ninguno de los dos. El pequeño Ryan Simms estaba emocionado de tener finalmente una madre. Desde que podía recordarlo, solo habían sido su padre y él. Pronto, tendría una madre y también dos hermanas: Delilah y Mirabella. Delilah era dos años más grande que Ryan y tenía el cabello más negro que había visto en su vida. Mirabella era pelirroja y era un año más joven que él. Ryan había celebrado su cumpleaños número siete, un mes antes de la boda.
“¿Cómo estás, mi niño?”. Su padre se inclinó y revolvió su cabello. “¿Estás feliz?”.
“Sí, papá”, respondió. Quería decir a su padre que nunca había sido tan feliz, pero no sabía si podía hacerlo. Su padre parecía tener un estado de animo más ligero y no quiso recordarle momentos más tristes. Su trato siempre había sido gentil, pero había estado muy deprimido la mayor parte del tiempo. Incluso un niño de siete años reconocía la aflicción, y aunque nunca había conocido a su madre, Ryan seguía extrañándola todos los días. Lady Penelope no podría reemplazar ese hueco, pero podía cubrirlo parcialmente.
“Me alegro”, dijo su padre. “Se siente maravilloso tener alegría en nuestras vidas. Ahora corre a sentarte con la niñera. Sé un buen niño”.
Ryan hizo lo que su padre le dijo y corrió a sentarse con su niñera en su lugar en la iglesia. Delilah y Mirabella ya se encontraban allí. Se sentaron con su espalda recta y expresiones sombrías en sus rostros. ¿No estaban contentas de volver a ser parte de una familia completa? ¿Por qué se veían tan...infelices?
Lady Penelope caminó por el pasillo de la iglesia y se unió al padre de Ryan. El vicario dijo muchas cosas que Ryan no entendió por completo, pero en realidad no le importaba. Todo lo que importaba era que finalmente tendría una familia. Una que siempre estaría allí para él, que lo colmaría de amor, de atención y muchos abrazos. Realmente deseaba tener a alguien que lo abrazara más a menudo. Una vez había visto a una madre y a su hijo. La mujer había atraído al niño a sus brazos, lo abrazaba y besaba como si fuera lo más preciado para ella.
El vicario pidió a su padre que repitiera algunas palabras y después lo hizo lady Penelope. Ambos habían hecho lo que les había pedido. Al concluir, los declaró casados. Todos en la iglesia aplaudieron. Una sonrisa llenaba el rostro de Ryan, y él aplaudió junto con ellos.
“Es un niño tonto”, dijo Delilah, levantando su nariz al aire. “No puedo creer que tengamos que lidiar con él todos los días”
Mirabella asintió con la cabeza, pero Ryan creía ni siquiera haber entendido a Delilah. Las chicas eran un enigma, que no podía evitar preguntarse si alguna vez podría descubrir. Especialmente porque nunca antes había tenido que lidiar con ninguna de ellas. “¿Qué es ser tonto?”.
“Ni siquiera se da cuenta de lo que es un insulto”, se burló Delilah. “Supongo que eso podría hacer las cosas más interesantes”.
Ryan no lo creía, pero al momento no le importaba descifrar a qué se refería. Se encogió de hombros y tiró de la manga a la niñera. “¿Ya es hora de partir? Tengo sueño”. Tenía siete años y ya había hecho más de lo que solía hacer. Su padre no lo dejaba salir mucho de casa. Era como si al dejarlo de ver, temiera perderlo. La niñera lo mimaba por petición de su padre.
“Tan pronto como la feliz pareja parta, podemos seguirlos”.
Ryan asintió y esperó a que su padre y su nueva madre salieran de la iglesia. La niñera podía llevarlo a casa. Tal vez podía jugar con sus soldados de juguete en su habitación. Le gustaba más la paz y la tranquilidad. Últimamente había habido demasiado ruido en su casa. Todos tenían que venir para visitarlos, por la boda. Incluso tenía una nueva prima, lady Estella. Ella era una pequeña bebé y no podía jugar con él, pero a él le gustaba mirarla. La niñera ayudó a cuidarla mientras estaban de visita, así que él la veía a menudo.
Finalmente, su padre y lady Penelope se dirigieron hacia el pasillo. Al salir de la iglesia, todos se pusieron de pie para seguirlos. La niñera tomó su mano y se volvió hacia Delilah y Mirabella. “Vengan conmigo, chicas”.
“No tenemos por qué escucharte”, dijo Delilah con arrogancia.
“Sí, no la escuches”, repitió Mirabella.
La niñera dejó escapar un suspiro exasperado. “No tengo tiempo para un berrinche. Ustedes dos vengan conmigo ahora, o les retorceré las orejas”.
Delilah se levantó y volteó la cara desafiándola. “Voy a salir, pero no porque me lo hayas dicho. Quiero ir a casa y lo haré”. Mirabella corrió tras ella y salieron de la iglesia.
Ryan dio la mano a la niñera. “¿Conocen el camino?”.
“No lo sé tesoro”, dijo ella. “Mejor las seguimos. Esas dos me van a volver loca. Muy pronto echaremos de menos la tranquilidad y tendremos problemas para recordar cómo era”.
Él asintió con la cabeza a la niñera, a pesar de que no entendía. ¿Por qué no habría más tranquilidad? ¿No debía tenerla siempre en su habitación? Ese era su espacio seguro. Supuso que más tarde lo averiguaría. Este era un día feliz. Su padre se lo había dicho, y decidió creerlo así.
Inglaterra 1800
“Ryan”, gritó su madrastra. Su aguda voz atravesó sus tímpanos incluso con la distancia que los separaba. Aún no podía creer haberse emocionado por tener a esa mujer como madre. “Ven aquí ahora mismo, niño tonto”.
Miraba fijamente las paredes desnudas del ático donde ella lo obligaba a dormir. Su bonita habitación se la habían quitado para darla a Delilah. Bueno, no había sucedido al principio, pero cuando su padre murió, lady Penelope obtuvo el control completo sobre él. Debía estar preparándose para ir a Eton, pero seguía atrapado haciendo trabajo no remunerado para lady Penelope. Ella alegaba que no tenían los fondos para enviarlo a la escuela y dar a sus hijas la adecuada educación que se merecían. Por lo que había contratado tutores para todos ellos. Él recibió su educación por casualidad. Ella no hubiera permitido que se encontrara con el tutor si hubiera podido evitarlo; sin embargo, su abuelo, el duque de Ashthrone insistía en recibir sus reportes trimestralmente. Si no tenía noticias de lady Penelope, entonces no recibía los fondos.
Ryan bajó las escaleras corriendo y se dirigió a la sala de estar. Lady Penelope estaba sentada en el diván leyendo un libro. Sus dos hijas, Mirabella y Delilah estaban en sillas frente a ella. Delilah hacía labor de costura y Mirabella pintaba acuarelas sobre un lienzo.
“Ya es hora”, rió lady Penelope. “Necesito que prendas la chimenea. Está haciendo frío en el salón.
Su madrastra había despedido a casi todos los empleados. Esta era otra forma de ser frugal y gastar el dinero en sus hijas y en ella misma; eran egoístas. El único personal que mantuvo fue un cocinero y un conductor. Ryan no podía ser conducido en un carruaje. Eso haría que lo llevaran con su abuelo y ella tendría mucho qué explicar. En tanto a cocinar, lady Penelope había intentado que él lo hiciera. Se dio por vencida cuando se dio cuenta de que lo hacía muy mal. Nunca había estado tan agradecido de ser tan terrible en algo. Prácticamente, desde hacía unos años, Ryan había sido el esclavo de su madrastra, desde la muerte de su padre. Él no podía esperar a recibir su herencia, por pequeña que fuera y hacer que lady Penelope saliera de su casa. Seguramente tenía parientes con los que podría irse a vivir. Nunca le había caído mal nadie, tanto como su madrastra y sus dos hermanastras.
“De inmediato”, contestó Ryan.
Se puso a trabajar para encender la chimenea. Las llamas lamieron la madera y el calor se extendió en el lugar. Ryan se puso de pie y se sacudió la mano sobre sus pantalones, dejando un rastro de cenizas y hollín a su paso.
“Ve y lávate. Tienes un aspecto vergonzoso”.
Ryan apretó la mandíbula y asintió hacia su madrastra. No confiaba en lo que podía decir. Un fuerte estallido resonó en el pasillo, seguido de un grito. “¿Dónde están todos en esta maldita casa?”.
Lady Penelope se puso de pie de un salto para salir de prisa del salón, pero no alcanzó a dar dos pasos antes de que el dueño del grito entrara. “Ahí están todos”. Miró a Ryan y frunció el ceño. “¿Qué tienes encima?”.
Era el mismo duque de Ashthrone, el abuelo de Ryan que finalmente había venido para ver cómo estaba.
No había estado en la casa desde la muerte de su padre. Honestamente no comprendía por qué el duque lo había dejado con su madrastra. En el momento, lo había agradecido. Su abuelo era un hombre amable, y había creído que su madrastra era lo mejor de las dos opciones. Pensaba que tenía que quedarse allí hasta que partiera hacia Eton. Pero eso no ocurrió.
“Hola, abuelo”, lo saludó Ryan. “Estaba encendiendo la chimenea para las damas”. No dijo que lady Penelope lo había obligado a hacerlo. Eso le hubiera costado varios azotes con su látigo favorito. Su madre tenía un lado malvado que rivalizaba con cualquier entidad malévola. Por su vida, Ryan no comprendía lo que su padre había visto en esa mujer. Sus dos hijas se estaban convirtiendo rápidamente en versiones en miniatura de ella.
“Para eso están los sirvientes, muchacho”. Miró alrededor de la habitación. “Ve a buscar uno. Necesitamos ayuda para lo que tengo en mente”.
Ryan miró a su madrastra para recibir indicación. No sabía a quién debía llamar, ¿al conductor? No tenían ni doncellas, ni lacayos. Tenían a Ryan para hacer todo eso. No estaba seguro de cómo reaccionaría su abuelo ante la noticia de que su nieto hacía todo el trabajo sucio en casa. El duque siempre había menospreciado a los de niveles inferiores. ¿Cambiaría la forma como su abuelo lo percibiera? Esperaba que no. Por que de lo contrario, eso no podría ser una buena señal para su futuro.
“¿Eso es necesario?”, preguntó lady Penelope. “La chimenea ya está encendida. Ryan es un buen chico que nos cuida y él puede ayudarlo con lo que sea que usted necesite”.
Apenas pudo evitar poner los ojos en blanco. Su madrastra era buena...parecía tan dulce e inocente. Ryan la conocía mejor; nada puro ni honesto vivía dentro de esa mujer.
“Supongo”, estuvo de acuerdo el duque. “No me quedaré mucho tiempo. He venido a buscar al niño”.
“¿Oh?” Lady Penelope contestó con una inclinación de cabeza. “Pensé que confiaba en mí para cuidar de él”. Más bien, no quería perder a su sirviente...
El duque la miró fijamente. Esa mirada parecía decir: ¿cómo se atreve a cuestionar mis acciones? Ryan quería perfeccionar una mirada como esa. Había hecho que su madrastra cerrara la boca más rápido que cualquier otra cosa que hubiera presenciado.
“Mi nieto necesita aprender su adecuado lugar en el mundo. Eso no ocurrirá aquí. Parece que mi otro hijo, el marqués de Cinderbury, solo tendrá una hija. Su esposa es incapaz de tener más hijos, lo que hace de este chico mi heredero. Algún día será duque y tiene que entender esa responsabilidad”.
“Ya veo”, dijo lady Penelope. “¿Debe partir hoy mismo?”.
“Sí”, dijo el duque con firmeza. Volteó hacia Ryan. “Tienes diez minutos para empacar”.
Ryan no necesitaba que se lo repitieran. Prácticamente salió disparado del salón y subió al ático. No había mucho que quisiera llevar con él. Tenía un pequeño baúl en su habitación que contenía todas sus pertenencias. Su madrastra no creía que necesitara realmente un armario. Así que todo lo que hizo fue agarrar su baúl y arrastrarlo por las escaleras. Ni siquiera se detuvo a asegurarse de que todo estuviera dentro. No importaba si dejaba algo atrás.
Su abuelo lo esperaba en el vestíbulo. De cierta forma, el duque se había convertido para él, en un viejo hado padrino cascarrabias. De manera extraña, esa descripción le quedaba bastante bien. Aunque podía no ser tan viejo como Ryan creía, él tenía doce años y todos los mayores a él parecían viejos.
“Eso fue mucho más rápido de lo que esperaba”, declaró su abuelo. “Tal vez no seas una causa perdida, después de todo. La última vez que te vi eras un niño chillón”.
Si el duque se hubiera molestado en estar al pendiente de él, se hubiera dado cuenta de que Ryan había tenido que crecer mucho más rápido que cualquier otro niño. Primero, él había perdido a su madre antes de darse cuenta de lo que eso significaba, y a su padre, varios años después. Su corazón se había endurecido y dudaba que alguna vez pudiera volver a sentir algo. Las emociones le causaban dolor y no las sentía. Su abuelo ahora podía ser su benefactor, pero estaba lejos de ser bondadoso.
“No necesito mucho”, le dijo a su abuelo. “Estoy listo cuando lo digas”.
Asintió hacia Ryan y se dirigieron al carruaje. Ninguno se detuvo a decir adiós a lady Penelope ni a sus hijas. Ryan, porque las odiaba y el duque, probablemente porque no lo había pensado. De alguna manera, él se parecía a ellas. Tenía expectativas y se aseguraría de que Ryan las cumpliera, pero al menos su abuelo lo prepararía para su futuro. Su madrastra había querido tenerlo como esclavo. Era una compensación que él, más que voluntarioso, tomaría. Algunas cosas valían la pena el riesgo. No es que su abuelo le diera muchas opciones. Tenía que volver a su propiedad y aprender todo sobre ser duque. Esperaba no convertirse en un viejo irritable como él.
El carruaje se sacudía por el camino. La pequeña casa que alguna vez significó algo para él, se hacía cada vez más pequeña a medida que el carruaje recorría el camino. En un momento, creyó que podía ser un verdadero hogar para él, con una familia que lo amara. Algunas cosas no estaban destinadas a ser, y él nunca tendría una madre cariñosa en su vida. Al menos Penelope ya no tendría el control sobre él. Era su pasado y nunca más quería volver a verla, ni a ella, ni a sus hermanastras.
Su madrastra podía quedarse con su hogar de la infancia. Prefería mantener la distancia entre ellas y olvidar que existían. Su abuelo lo transformaría en un hombre capaz de tener control completo en su vida. Ryan intentó encontrar una parte de su alma que permaneciera feliz y pura, pero Penelope se la había quitado después de la muerte de su padre. Ahora todo lo que podía hacer era seguir adelante y tratar de ser una mejor persona que cualquiera. Juró que ninguna mujer volvería a tener poder sobre él...
CAPÍTULO UNO
Kent 1816
El carruaje se sacudía mientras recorrían el camino. El sol entraba por las ventanas, destacando los asientos forrados de terciopelo. Mientras viajaban, Lady Annalise Palmer veía pasar por la ventana los diversos árboles. No era que el paisaje fuera particularmente impresionante, aunque tenía cierto atractivo, pero era porque no podía estar segura de su recepción una vez que llegara a su destino. Había escrito a su hermanastra, Estella, la nueva vizcondesa de Warwick y le explicaba por qué había actuado como lo había hecho; sin embargo, no significaba que la perdonaría. Había recibido una carta de Estella invitándola a visitar el castillo de Manchester. Annalise no podía evitar preguntarse por qué estaban en Kent, y no en la propiedad de Warwick.
“¿En realidad necesitabas viajar hasta aquí para ver a Estella?”. Le preguntó su hermano, Marrok, marqués de Sheffield. “Odio los largos viajes en carruaje”.
“No tanto como yo”, contestó agriamente. “Eres un horrible compañero de viaje”.
“Alégrate de que haya estado de acuerdo en acompañarte. De lo contrario, mi padre nunca te habría dejado salir de la abadía”. Marrok bostezó ruidosamente. “Aún sigue bastante enojado por haber ayudado a Estella a casarse con Warwick”.
Su padre, el duque de Wolfton, no tenía idea de todo lo que había hecho para ayudar a Estella. Él pensaba que le había enviado fondos para vivir, pero había hecho mucho más que eso. Su padre no era un hombre bueno y había hecho todo lo posible para asegurarse de que Estella fuera miserable el resto de su vida. Annalise había querido ayudarla antes, pero no sabía cómo podía ser posible. El duque observaba cada uno de sus movimientos y si ella lo hubiera intentado, habría encontrado la manera de evitarlo. Había tenido que ser más inteligente que él y eso requería una enorme cantidad de paciencia. Sus intrigas habían valido la pena al haber encontrado la manera de unir a Estella con el hombre que amaba.
“No me arrepiento”, dijo ella. “Estella necesitaba mi ayuda”.
“No estoy en desacuerdo. Padre es un imbécil. Estella nunca debió haber sido enviada lejos”. Marrok estiró los brazos sobre su cabeza. “De todas formas, ¿cuánto tiempo llevamos en este maldito carruaje?”.
Al menos su hermano no se había convertido en una copia de su padre. Pero, de ninguna manera era perfecto, aunque no tenía rachas de crueldad. Marrok no tenía paciencia para la idiotez y no soportaba a los tontos. Podía minimizar a cualquiera tan solo con una mirada o unas cuantas palabras, si decidía esforzarse para ello. En resumen, había reducido al taciturno hombre a la vergüenza, de hecho, lo había perfeccionado. Annalise amaba a su hermano, pero solo ella podía tolerarlo por tanto tiempo. Se compadecía de la mujer con la que un día había decidido casarse. Podía ser muy difícil vivir con él. Demonios, no había más que eso, él era un buen tipo, en un buen día. Ella apartó la mirada de la ventana y se volvió hacia él y respondió a su pregunta: “casi tanto como la última vez que preguntaste. Eres peor que un niño chiquito”.
“No más de lo que tú eres”. Se inclinó y miró por la ventana. “Lo digo en serio. ¿No deberíamos de haber llegado ya?”.
Mientras hablaba, el castillo de Manchester apareció a la vista. La estructura era majestuosa e impresionante. El hogar ancestral de Wolfton tenía su propia belleza, pero de manera diferente a Manchester. Este castillo parecía más fino, de cierta manera más feliz. Tal vez estaba siendo un poco caprichosa o quizás anhelaba la libertad de ser ella misma. Debido a las expectativas de su padre, siempre tenía que actuar y fingir que nada ni nadie le importaba.
“Ay, gracias al cielo”. Marrok se recostó en el asiento. “Pronto podré estirar adecuadamente mis piernas”.
Annalise puso los ojos en blanco, aunque en realidad no lo culpaba. Cada centímetro de sus músculos estaba rígido por haber pasado sentados durante horas. Sería bueno que finalmente salieran de la maldita cosa y caminaran un poco. El carruaje giró hacia el largo camino que conducía al castillo. Pasó por un bache y Annalise dio un salto. El dolor atravesó su trasero y recorrió por lo alto de su espalda al aterrizar en el asiento. “Ay”, gritó, incapaz de contenerse.
“Estoy dispuesto a apostar que te alegra también que ya hayamos llegado”. Marrok rió alegremente. “Admítelo”.
“Te odio”, murmuró ella.
“No, no es verdad”, contestó Marrok y luego rió de nuevo. “Me adoras y ambos lo sabemos”. Le guiñó un ojo. “No te preocupes, no haré que te arrastres y te disculpes por ser mala”.
“Como si lo fuera a hacer”, contestó ella. “Puedes esperar toda la vida, y eso no sucederá”. Annalise no podía evitar mover sus labios hacia arriba. El alboroto que armaba Marrok le había quitado el mal humor. Ella se preocupaba demasiado por nada. Estella no la hubiera invitado a Manchester si no hubiera perdonado sus acciones. Lord Warwick no había sido dañado, mucho, en su plan de ubicarlo a bordo del barco de Estella. Ambos habían sido miserables al no estar unidos. Ahora podían ser felices, como debieron serlo todo el tiempo.
El carruaje se detuvo y Marrok abrió la puerta antes de que el conductor pudiera hacerlo. Tenía tanta prisa por apearse del transporte y poner los pies en tierra. Annalise rió ligeramente por su reacción. Algunas cosas nunca cambiaban. Marrok siempre había odiado viajar, pero sí recordaba ser un caballero. Él se volvió y le tendió la mano para que ella bajara. “Gracias, querido hermano”.
“Como siempre, querida hermana”. Él guiñó un ojo. “Sabes que puedes contar conmigo”.
Caminaron hacia la puerta principal y esta se abrió antes de que tuvieran la oportunidad de tocar. Un hombre alto y delgado los saludó. “¿Cómo puedo ayudarlos?”.
“Hemos venido a visitar a lady Warwick”, contestó Annalise. “Recibí una invitación de su parte”.
“Lady Annalise Palmer, supongo”, dijo el hombre alto. “¿Y usted quién es señor? No sabía que alguien más estaría acompañando a la joven”.
“Soy su hermano, marqués de Sheffield”. Marrok levantó una ceja. “¿En verdad esperaba que mi hermana viajara sola?”.
“No”, respondió el hombre. “Pensé que tal vez un sirviente, pero no un acompañante. Por favor, adelante. Haré que un lacayo se encargue de sus maletas”. El mayordomo, que era lo que Annalise suponía que era el hombre, cerró la puerta después de su ingreso. “¿Desean descansar de su largo viaje o, les gustaría presentarse en el salón de té, ante lady Manchester y lady Warwick?”.
“Prefiero dar un paseo”, contestó Marrok. “Me inquieta la inactividad”.
“Muy bien, mi ‘lord’”, contestó el mayordomo. “Le dará tiempo al ama de llaves para preparar sus habitaciones”. Volteó hacia Annalise. “¿Y usted, mi ‘lady’?”.
Ella empezaba a pensar que debió haber escrito a Estella antes de partir, para hacerle saber que Marrok la acompañaría. “Me gustará acompañar a las damas a tomar el té”. Descansar podría esperar hasta después de tener una reunión con su hermanastra. De lo contrario, nunca podría relajarse completamente.
“Entonces, sígame por favor”, indicó el mayordomo.
La condujo por un largo corredor hacia un salón grande. No parecía ninguna sala en la que hubiera estado. Ni siquiera había sillas, pero sí una mesa larga. “Encontrará a las otras damas al fondo del salón. El mayordomo se volvió y salió, dejando a Annalise valerse por ella misma. El hombre era bastante grosero...
Ella se adentró y pudo escuchar los distintos sonidos de metal golpeando contra el metal, seguido rápidamente de risas femeninas. Annalise inclinó la cabeza ante los ruidos. Qué interesante…ella aceleró el paso hacia donde se escuchaban los ruidos. Después de dar vuelta en una esquina, encontró el motivo de la risa. Estella se encontraba en medio de un combate de esgrima con otra mujer. Annalise nunca antes había visto a la otra mujer, y no estaba segura de quién era, pero sospechaba que podía ser lady Manchester.
“Suficiente”, Estella dijo después de otro golpe de floretes. “Si seguimos así, tu esposo vendrá y nos golpeará a las dos”.
La otra mujer relajó el brazo que sostenía la espada y arrugó su nariz. “Garrick no se atrevería”.
“¿No?”, dijo Estella levantando una ceja. “nos daría un sermón de una hora, antes de permitirnos practicar la esgrima. De alguna manera dudo que le gustaría que te permita excederte”.
“Está bien”, acordó la mujer. Garrick se molestaría. Pero creo que es seguro decir que tu esposo nunca permitiría ponerte un dedo encima”.
“También eso es verdad”. La risa de Estella resonó en el salón. Se aproximó a una mesa cercana y colocó su florete, después tomó una tetera y sirvió un poco en una taza. “¿Crees que el té siga caliente?”.
“No lo sé”, contestó la dama. “Pero no me importa. De repente me dio hambre”. Tomó un bizcocho y prácticamente lo empujó en su boca, después tomó la taza de té de la mano de Estella y bebió el contenido. “Es increíble”.
“El embarazo hace cosas extrañas a las mujeres”.
“No quiero interrumpir...” apareció Annalise. “El mayordomo...”.
“Annalise”, exclamó Estella y se apresuró hacia ella para abrazarla. “Ya está aquí”. Dio un paso atrás. “¿Acaba de llegar?”.
Annalise no sabía qué pensar del combate de esgrima de su hermanastra con la condesa de Manchester, porque la otra dama tenía que ser ella. Parecía que tenían una relación amistosa, que Annalise envidiaba. Mostró una sonrisa y asintió con la cabeza a Estella. “Hace unos momentos. Marrok está conmigo, pero ya sabes cómo es. Tenía que caminar antes de poder establecerse”.
“Me alegra que esté con usted aquí. Me preocupaba que viajara sola”, dijo Estella. “Venga, deje que le presente a Hannah. Ella está bastante ocupada con su té y el bizcocho, pero perdone la grosería. Llevar un bebé la ha vuelto voraz en ocasiones”. Estella la llevó hasta donde se encontraba Hannah. “Lady Manchester, Hannah, me gustaría que conocieras a mi hermanastra, lady Annalise Palmer”.
Lady Manchester dejó la taza de té e hizo una reverencia. “Por favor, perdone”, dijo la mujer. “Lo que dice es verdad. Me asedia a menudo y generalmente de manera inesperada”. Sonrió cálidamente. “Es un placer conocerla”.
“También me da gusto conocerla”. Annalise sonrió a la mujer. “Y no necesita disculparse. Es su casa y usted aquí puede hacer lo que guste. Además, si alguna vez tengo la suerte de tener un hijo, me gustaría que la gente respetara mis deseos”.
“¿Gusta una taza de té?”.
Por los comentarios que había escuchado cuando llegó, el té tenía que estar espantoso. Annalise quedó atrapada entre ser grosera y tomar el té frío. Pero los bizcochos se veían bastante deliciosos. Su estómago grúñó al enfilarse ese pensamiento. “¿Qué tipo de bizcochos son estos?”
“Ay”, lady Manchester expresó alegremente. “Son bizcochos de limón. He tenido terrible antojo por ellos y el cocinero ha sido muy amable en preparármelos todos los días”.
“¿Le importa?”. Annalise hizo un gesto hacia ellos. No quería quitarle el gusto favorito a la dama.
“Sírvase”, dijo ella y presionó una mano sobre su estómago. “No me estoy sintiendo bien. Creo que iré a acostarme un momento”.
Annalise tomó un bizcocho y lo mordió. El bizcocho de límón era dulce y agrio, absolutamente delicioso. Podía ver por qué lady Manchester los devoraba a diario. Probablemente también iban bien con el té. Miró la tetera y consideró servirse una taza fría y rechazó la idea. No estaba tan sedienta...
“Adelante”, insistió Estella. “Nos veremos más tarde”.
Lady Manchester asintió y salió del salón, dejando solas a Estella y a Annalise. Estella volteó hacia ella y dijo: “¿Está usted cansada?”.
“Un poco”, admitió Annalise. Ahora que se encontraba con Estella, su nerviosismo se había disipado. Finalmente podía relajarse y tal vez tomar una pequeña siesta. Esto la ayudaría a recuperarse de su viaje.
“Venga”, le dijo Estella. “Le enseñaré su habitación y más tarde podremos hablar de todo”.
Annalise sonrió a su hermanastra. Salieron juntas del enorme salón. El pasillo seguía siendo largo, y también los escalones. El camino hacia su habitación asignada estaba más lejos de lo que pensaba. Finalmente llegaron y Estella nuevamente la abrazó. “Es bueno verla. Gracias por venir a visitarme”.
“No hay otro lugar donde me gustaría estar”.
Estella dio un paso atrás y se marchó. Annalise cerró la puerta y después se recostó en la cama. Cerró sus ojos y el sueño llegó antes de que se diera cuenta de que había dejado de pensar.
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