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Misioneros en Sudamérica

Pioneros del adventismo en Latinoamérica

Daniel Oscar Plenc


Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Índice de contenido

Tapa

Prólogo

Introducción

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Bibliografía

Misioneros en Sudamérica

Pioneros del adventismo en Latinoamérica

Daniel Oscar Plenc

Dirección: Pablo D. Ostuni

Diseño del interior: Rosana Blasco, Leandro Blasco

Diseño de la tapa: Leandro Blasco

Libro de edición argentina

IMPRESO EN LA ARGENTINA - Printed in Argentina

Primera edición, e-book

MMXXI

Es propiedad. © 2008, 2013 Asociación Casa Editora Sudamericana.

Queda hecho el depósito que marca la ley 11.723.

ISBN 978-987-798-437-8


Plenc, Daniel OscarMisioneros en Sudamérica : Pioneros del adventismo en Latinoamérica / Daniel Oscar Plenc / Dirigido por Pablo D. Ostuni . - 1ª ed . - Florida : Asociación Casa Editora Sudamericana, 2021.Libro digital, EPUBarchivo digital: onlineISBN 978-987-798-437-81. Misiones Cristianas. 2. Iglesia Adventista. I. Ostuni, Pablo D., dir. II. Título.CDD 266.67

Publicado el 01 de junio de 2021 por la Asociación Casa Editora Sudamericana (Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires).

Tel. (54-11) 5544-4848 (opción 1) / Fax (54) 0800-122-ACES (2237)

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Prohibida la reproducción total o parcial de esta publicación (texto, imágenes y diseño), su manipulación informática y transmisión ya sea electrónica, mecánica, por fotocopia u otros medios, sin permiso previo del editor.

Prólogo

Existen monumentos de toda clase. En Egipto están las famosas pirámides, luchando por emerger de las arenas que amenazan con sepultarlas. Con sus cúspides pétreas, compiten entre ellas en un vano esfuerzo por perforar el cielo siempre límpido o quebrar la achatada monotonía del desierto. La Gran Muralla del Oriente, colosal monumento milenario y epítome de la absoluta inutilidad de toda protección basada en estrategias meramente humanas, serpentea por las planicies de la China. Otros monumentos, mucho más reducidos en imponencia, abundan por doquier, hasta llegar a considerar las minúsculas imágenes estampadas sobre los sellos postales.

El propósito de todos ellos es uno y el mismo, luchar contra el más poderoso destructor: el paso del tiempo. Ni el poder, ni la fama, ni las riquezas –todos atractivos juguetes que entretienen y absorben a los humanos– logran resistir exitosamente la penosa e implacable erosión del olvido. Hasta formidables monumentos de metal y piedra terminan convertidos en informes montones de escombros, con sus mensajes evaporados en la nada.

Pero hay un monumento, mucho más endeble, que logra vencer con un grado superlativo de permanencia, la niebla opacante y siempre destructora del olvido: la página impresa. Los monumentos materiales nos dicen muy poco; aun los millones y millones de lápidas en los cementerios expresan datos de poca trascendencia respecto de quienes pretenden rememorar. Y cuando el tiempo también lleva a la tierra del olvido a familiares y amigos de los fallecidos, esas mismas lápidas terminan enmudeciendo los nostálgicos mensajes de remembranza grabados sobre ellas.

Con la página impresa, especialmente la del registro histórico, la memoria adquiere permanencia. Sin ella –en palabras del Predicador– “su memoria es puesta en olvido y no tienen más parte en todo lo que se hace bajo el sol” (Eclesiastés 9:5 y 6). Esta es la gran tarea de la Historia: rescatar del olvido, resucitar ese episodio y esa vida, y extender su influencia a través de un registro objetivo y desapasionado de los aciertos y los desaciertos, de los triunfos y los fracasos, de los pasos firmes y los tropiezos de la persona que nos precedió. Es por todo ello que, bien se ha dicho: “la historia es la maestra de la vida”.

En esta magnífica obra, el Dr. Daniel Oscar Plenc, se nos revela como cuidadoso restaurateur, quien valientemente cruza el río Leteo –el río más allá del cual se extiende la “tierra del olvido” según la mitología griega– rescata cautivos de esa tierra, y les da nueva vida contándonos sus biografías ejemplares. Ellos quisieron escalar esas cumbres de heroísmo y sacrificio para darnos lo que gozamos hoy.

Los personajes escogidos y rescatados por el Dr. Plenc, en solemne e inspiradora procesión, desfilan uno a uno en las páginas de este libro, no como militares llenos de gloria, fogueados en numerosos combates, ni como científicos de nota, con logros que nos encandilan, ni como respetados empresarios que supieron amasar cuantiosas fortunas. No, no fueron hombres admirados por proezas castrenses, intelectuales o financieras quienes escogió el autor de este desfile. Son personas que, sin ser militares, debieron librar severos combates como guerreros del Señor; sin ser científicos, fueron verdaderos campeones en el avance de la Ciencia de todas las ciencias -la ciencia de la salvación-; y sin ser empresarios, fueron fieles mayordomos en la administración de los magros recursos que les fueron confiados para llevar adelante una empresa humanamente imposible.

El desfile lo es también de hitos, de episodios (muchos de ellos serios y solemnes, pero también otros de carácter risueño, que matizan con pinceladas de humor las viñetas biográficas recuperadas en este precioso trabajo), de lugares, de fechas y de vibrantes testimonios de fe.

A través de los 14 capítulos de esta obra llegaremos a conocer a varios de aquellos que ya no están con nosotros y, sin embargo, murieron “en el Señor”. Por ello, “sus obras”, por bendición del mismo Señor, perduraron, se desarrollaron y llegaron a nosotros. Así, rescatados del tiempo y de la distancia, con una abundante documentación que lo respalda, Plenc nos brinda la emotiva oportunidad de conversar con alguien que regresó a Sudamérica –Jorge Riffel–, otro que no quiso que se hablara de nada sino solamente de la verdad –Reinhardt Hetze– y otro más, cuya presencia despertaba santo asombro –Francisco H. Westphal.

El desfile continúa con el médico abnegado y resuelto –Roberto H. Habenicht–, el joven que únicamente con su Biblia en la mano, inspiró la apertura de un colegio –Luis F. Ernst–, aquel para quien vida y misión eran sinónimos –Thomas S. Davis–, el apasionado por las publicaciones y la misión –Eduardo W. Thomann–, el predicador que no temía ni la altura ni los peligros –Fernando A. Stahl–, quien no conoció vacilaciones ni retrocedió ante obstáculo alguno en el cumplimiento de la misión –Pedro Kalbermatter–, el fogoso vocero del evangelio –Walter Schubert–, y aquel para quien los problemas eran tan solo un peldaño más en la escalera hacia el éxito –Pedro M. Brouchy. Además, muchos otros valientes del Señor aparecen mencionados aquí y allá en esta obra, para que recordemos sus aportes en el establecimiento de la misión en estas latitudes.

Humberto R. Treiyer

Doctor en Teología

Libertador San Martín, Entre Ríos, Rep. Argentina

Septiembre de 2007

Introducción

Una docena de nombres fundacionales del adventismo sudamericano encabezan los segmentos de este libro. Otra cantidad indefinida de ellos aparecen salpicados en sus páginas. Fueron elegidos por su accionar decisivo en los días del establecimiento de la obra. Compartieron la esperanza del advenimiento en cada uno de los países hispanos de la División Sudamericana y desarrollaron las distintas áreas del ministerio redentor de la denominación.

Este libro también es un recuerdo. Evoca un puñado de hombres y mujeres que mostraron los atributos que las circunstancias requerían. No se trata de una mirada nostálgica al pasado, sino de un espacio para la reflexión en torno de las cualidades que siguen siendo necesarias para la consumación de la tarea por ellos comenzada.

Las narraciones no están destinadas a la exaltación humana o al enaltecimiento de sus logros. Sus protagonistas no estuvieron libres de defectos ni exentos de errores personales y estratégicos. Pero como la misma Escritura lo ilustra en la abundancia de sus relatos, estas historias necesitan ser contadas, por las lecciones que encierran y por los desafíos que plantean. Más que un tributo hacia quienes se nombra, las páginas que siguen están destinadas a la valoración de las providencias de Dios y de los recursos infinitos de la gracia en la capacitación de los agentes que se colocan en sus manos.

Las pretensiones del trabajo son escasas. No reclama originalidad absoluta, ni rigor científico. No está libre de inexactitudes, parcialidades o subjetividades. Pretende ilustrar, motivar, despertar inquietudes, incluso conmover e invitar a una experiencia de fe más rica, más abnegada y dispuesta a colocarse en el camino del servicio.

La proclamación de la esperanza del advenimiento que eclosionó en América del Norte por 1844, llegó a Sudamérica cinco décadas después. El Cielo se valió de los hombres y las mujeres mencionados en este libro, así como de tantos otros a los que es imposible aludir. La observación de ese escenario donde se desarrollaron los hechos, es siempre ocasión para el asombro, la gratitud y el compromiso.

Las personas que protagonizaron estas historias ya no existen. Pero existen los frutos perdurables de su obra. Existe también la necesidad de completar la tarea iniciada y de cumplir a cabalidad con el cometido sagrado de predicar el Evangelio, para salvación de los hombres y para la gloria de Dios.

Si esta obra merece ser dedicada, que lo sea a los siervos anónimos de Dios que llevan adelante la misión y cuyas obras de amor están registradas en los libros del cielo.

Daniel Oscar Plenc

Libertador San Martín, Entre Ríos

República Argentina

Agosto de 2007

Capítulo 1


Jorge H. Riffel

Volver a Sudamérica

El encuentro de Jorge H. Riffel y su familia con Reinhardt Hetze en el pequeño puerto de Diamante, provincia de Entre Ríos, Argentina, marcó el inicio de la proclamación del mensaje adventista en el cono sur de América. Las palabras fervientes del primer misionero de sostén propio cayeron en los oídos atentos de su primer converso. Mientras el carro ruso del anfitrión transportaba trabajosamente a los viajeros ese viernes de principios de 1890, se impartieron lecciones bíblicas destinadas a perdurar y a extenderse a los rincones más apartados del continente.

Los comienzos del mensaje

Jorge H. Riffel llegó al vasto extremo austral de América decidido a compartir la esperanza del regreso de Cristo. Era el momento oportuno para traer la luz del cielo al “continente descuidado”.1 Francisco H. Westphal, primer pastor adventista en trabajar en esas tierras, consideró a Riffel y a Hetze como auténticos apóstoles del adventismo en Sudamérica.2

Sobre los inicios de la obra adventista en la región del Río de la Plata, escribió José W. Westphal: “De tres maneras diferentes, independientes unas de otras, y casi al mismo tiempo, la verdad llegó a la Argentina e inició su obra entre personas de tres nacionalidades diferentes”.3 Es probable que los primeros en abrazar el adventismo del séptimo día en Sudamérica fueran Pedro Peverini y su familia, colonos italianos radicados en Las Garzas, cerca de la ciudad de Reconquista, en la provincia de Santa Fe. Pedro era católico y su esposa valdense cuando aceptaron las doctrinas por la lectura de periódicos en francés publicados en Suiza. Por 1885 tomaron importantes decisiones espirituales sin haber conocido nunca a un miembro de la iglesia. Colonos suizo-franceses también se conectaron con la iglesia por medio de revistas publicadas en Europa. La familia Dupertuis, de Felicia y la familia Pidoux, de la colonia de Grütly, en la provincia de Santa Fe, formaron otro núcleo de creyentes.4 El tercer grupo, encabezado por Jorge H. Riffel, era de ascendencia ruso-alemana y se radicó en Crespo, en la provincia de Entre Ríos.

El final de un largo viaje

Los Riffel provenían originalmente del cantón de Valais, en el valle del Alto Ródano, en el suroeste de Suiza. Por causa de su fe protestante, muchos se vieron obligados a escapar al norte de Suiza, para trasladarse luego al sur de Alemania, donde se dedicaron a la agricultura. La economía devastada por las guerras hizo que la invitación de Catalina la Grande, volviera tentadora la opción de mudarse a las márgenes del río Volga en Rusia.5 Como otros miles de inmigrantes, los Riffel se trasladaron al imperio de los zares en la segunda mitad del siglo XVIII.6

Las perspectivas parecían halagüeñas, pero la nueva patria fue dura con ellos. Los inviernos eran largos e intensos y las inundaciones frecuentes. Con el desarrollo de la región, vino la escasez de tierras y el empeoramiento de las condiciones de vida. Los jóvenes fueron obligados a realizar el servicio militar, a veces por años. Entonces decidieron que era tiempo de ponerse en camino, esta vez hacia el Nuevo Mundo. A fines de 1876, Jorge Riffel, su esposa María L. Ziegler y su hijo David, salieron en tren hasta Bremen y luego por barco hacia Sudamérica.7 Muchos otros familiares y amigos hicieron lo mismo, dirigiéndose tanto al norte como al sur del continente.8 Federico, hermano de Jorge, su esposa Cristina y cuatro niños se dirigieron a los Estados Unidos. El destino de Jorge y los suyos por algunos años fue Río Grande do Sul, en Brasil. De nuevo las condiciones para sembrar trigo en esas tierras tropicales no fueron favorables y, como otros lo habían hecho antes, se dirigieron a Entre Ríos, en la República Argentina.9

Las tierras eran buenas y el contacto con parientes y conocidos de la comunidad alemana los hizo sentirse cómodos. Pero las cosechas solían ser magras por falta de lluvias y otras veces las langostas las devoraban completamente. En todo ese tiempo de trabajos y luchas los Riffel mantuvieron contacto epistolar con sus familiares que habían emigrado de Rusia a los Estados Unidos. Hay evidencias de que algunos de ellos habían conocido las doctrinas adventistas y las habían estado compartiendo con sus parientes de Sudamérica. Fue en esas circunstancias cuando Federico Riffel los invitó a unirse a ellos en la próspera región norteamericana de Kansas. Jorge, María y David vendieron sus cosas, se despidieron de los suyos y por 1885 se establecieron en Tampa.

Poco imaginaban entonces que además de prosperidad material hallarían una nueva y emocionante experiencia espiritual. El anuncio de unas reuniones de evangelización en alemán ofrecidas por el pastor Louis R. Conradi, de Michigan, cautivó su atención.10 Muchos colonos aceptaron el mensaje y se gozaron en la esperanza adventista. Jorge, María y David Riffel fueron bautizados por el pastor H. H. Schulz en torno a 1888, lo mismo que Federico y su familia.11 A fines del año siguiente, Jorge ya no pudo guardar sólo para sí lo que había encontrado y decidió regresar a la Argentina como misionero. Lo animaban por lo menos dos razones: Uno de sus amigos le había escrito, diciéndole que guardaría el sábado si hubiera algún otro que lo hiciera con él. Además, había leído un artículo en un periódico alemán que lo impresionó con la necesidad de predicar el evangelio en esas tierras abandonadas.

Lo acompañaron con el mismo propósito otras tres familias alemanas, las de Osvaldo y Eva Frick, Augusto y Cristina Yanke, y Adán y Eva Zimmermann, con sus hijos Lidia y María.12 Federico ya tenía una gran familia de diez hijos y decidió permanecer en Kansas. Entretanto, Jorge había enviado cartas e impresos a sus allegados de la Argentina con mensajes cargados de entusiasmo acerca de las profecías bíblicas, la venida de Jesús y el sábado. La respuesta del cielo a sus oraciones había sido clara: “Ve de nuevo a la Argentina. Retorna a Sudamérica como un evangelista laico”.

Mientras las tres familias que ingresaban por primera vez al país se demoraban con trámites de inmigración, los Riffel remontaron lentamente el río Paraná hasta llegar a Diamante en febrero de 1890. En el viaje de un par de horas hasta la casa de Reinhardt Hetze en Barranca Blanca, Jorge Riffel dio su primer estudio bíblico y logró una decisión significativa. Ese fue sólo el comienzo de un ministerio fecundo en los primeros años del adventismo sudamericano. Al llegar al hogar, María Gerlach de Hetze les dio la bienvenida. Al día siguiente Jorge Riffel celebró un culto, que algunos han denominado la primera Escuela Sabática de Sudamérica. Hanna Hetze, entonces de cuatro años, dijo mucho después que Riffel abrió su Biblia y habló acerca de Adán y Eva.

Riffel decidió evangelizar el área de Crespo y se radicó en un lugar conocido como Aldea Jacobi. Pronto llegaron las otras tres familias y pusieron manos a la obra, alternando el cultivo del maíz y del trigo con la proclamación de las buenas nuevas. Se les unieron ocho familias y pronto había veinte nuevos guardadores del sábado que se congregaban en casa de los Hetze. Con ese grupo de creyentes organizaron una comunidad rural que llamaron La Isla, en un área situada entre dos arroyos. Hanna Hetze contó que había dos hileras de casas separadas por un camino. El crecimiento del núcleo de adventistas hizo cada vez más evidente la necesidad de un pastor.

Llegan nuevos obreros

Para sumarse a los esfuerzos pioneros de Jorge Riffel, llegaron al país en 1891 los misioneros norteamericanos Elwin W. Snyder, Albert B. Stauffer y Clair A. Nowling. Su tarea principal consistía en la distribución de publicaciones adventistas como medio de evangelización. No hablaban español y no tenían libros en español, sólo en inglés, alemán y francés. Como fruto de su esfuerzo se convirtió en 1892 un joven inglés llamado Lionel L. Brooking, quien dejó su empleo en el ferrocarril para ser un misionero. En ese mismo año la Junta de las Misiones Extranjeras envió a L. C. Chadwick a la Argentina para visitar a los colportores. Visitó también a las familias alemanas de Entre Ríos en compañía de Stauffer, que hacía de traductor. Al volver a los Estados Unidos informó: “En sus pequeñas casas de barro, se realizaron las mejores reuniones que he tenido. Tan deseosos estaban por conocer más de la verdad que en la pieza donde estábamos había muchas personas sentadas en el suelo, mirando con ansiedad al orador”. En 1893 fue enviado el hermano Richard B. Craig como director de publicaciones; el mismo que habría de recibir en su casa de Buenos Aires al pastor Francisco H. Westphal, en agosto de 1894 y habría de crear junto a su esposa la primera escuela primaria adventista de Sudamérica para alumnos de habla inglesa.

Después de algunos días de viajes y peripecias llegó Westphal al hogar de Jorge Riffel, donde fue recibido con inmensa alegría. Escribió el pastor visitante: “La hermandad de Crespo me recibió bondadosamente, y nunca olvidaré la casita de barro del hermano Jorge Riffel, en la cual permanecí”. Bajo la dirección de Francisco H. Westphal, se organizó en 1894 la primera iglesia adventista en el territorio de la División Sudamericana, cerca de Crespo, provincia de Entre Ríos, con 36 miembros.13 La reunión organizadora se realizó en una humilde casa de adobe. Muchos no pudieron entrar y permanecieron fuera escuchando por la puerta abierta, a pesar del aire frío de fines del invierno. Jorge Riffel fue elegido anciano. Junto a Reinhardt Hetze fue por muchos años un pilar de la iglesia. La feligresía ascendió pronto a 60 miembros. Hetze donó tierras, otros fabricaron ladrillos de adobe y construyeron la capilla con techo de paja y piso de tierra que les sirvió por más de diez años hasta su demolición y traslado.14 Simples tablones sin respaldo servían de asientos. Los niños se reunían con los adultos, salvo en los días de calor cuando era posible sentarse bajo los árboles. No había púlpito, sólo una mesa y algunas sillas, ninguna de las cuales era igual a otra. Sólo tres años después, la iglesia tenía 116 miembros y comenzó a proyectarse en sus hijos. Escribió el pastor Westphal en la revista de la iglesia: “Esperamos que esta iglesia enviará muy pronto muchos obreros al vasto campo de cosecha”. Sus palabras se cumplieron, porque no menos de 80 misioneros, entre ellos unos quince pastores, han salido de Crespo Campo y decenas de descendientes de estas primeras familias llevaron el evangelio a distintos lugares de Sudamérica y del mundo.