El libro de las decisiones: una guía para darse cuenta

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El libro de las decisiones: una guía para darse cuenta
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Índice

Dedicatoria

Agradecimientos

Prólogo

Introducción

Para entrar en tema

Un poco de tu historia

La vida propia y los deseos ajenos

“Ser o no ser, esa es la cuestión” (éxito o fracaso)

Obstáculos

A tu salud

Conflictos

Los miedos y las fobias, una moda que asusta

Lo uno y lo otro… o, mejor dicho: ¿lo uno o lo otro?

Para conocerte mejor… (I)

Una historia para pensar

Tratando de definir al amor

Celos

Derechos y obligaciones

Un sentimiento que enferma

Un buen ejercicio

Una vueltita más por nuestra vida de relación

Para conocerte mejor… (II)

Consideraciones

Cuando te ames de verdad

A veces, en broma, se dicen las grandes verdades

Volver a empezar

Servir o no servir… ¿esa es la cuestión?

Corazón abierto

“Si seguimos haciendo lo que estamos haciendo, seguiremos consiguiendo lo que estamos consiguiendo” (Stephen Covey)

El esfuerzo no vale la pena… lo que sirve es la dedicación

Vasos vacíos

“Los sueños, sueños son”

Lo que parece y lo que es importante

Llegamos al final…

Apéndice

Cuentos y reflexiones

Algo para compartir

¿Uno es lo que piensa o lo que hace?

Cuando el dolor duele más

La mirada del otro

Sólo con quejarse no alcanza

Desiderata

La fórmula del fracaso

Hablemos de amor

A veces un gran dolor tiene sentido

Las águilas

No sostengas todo a pesar tuyo

Un cuento para tener en cuenta

No seas quien no sos

Deseos de posesión

Todo pasa

Una historia de despedida

Acerca del autor

Daniel J. Martínez

El libro de las decisiones

una guía para darse cuenta


Martínez, Daniel Jorge

El libro de las decisiones : una guía para darse cuenta / Daniel Jorge Martínez. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Suburbia, 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-47966-0-8

1. Superación Personal. 2. Autoayuda. 3. Autoaprendizaje. I. Título.

CDD 158.1

Dirección editorial edición electrónica: Marcelo Caballero

Diseño de tapa: Grupo Editorial

Imagen de tapa: Canva

Armado edición electrónica: Pampia Grupo Editor

© de esta edición Pampia Grupo Editor, 2021 (edición electrónica)

Av. Juan B. Alberdi 872, Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina

Editado en Buenos Aires, Argentina, febrero 2021

Ninguna parte de esta publicación, incluido el diseño de la tapa, puede ser reproducida, almacenada o transmitida en alguna manera ni por ningún medio, ya sea electrónico, químico, mecánico, óptico, de grabación o fotocopia, sin previa autorización del editor

Dedicatoria

Este libro se lo dedico a mi madre, porque durante el embarazo, una partera del barrio le diagnosticó que yo estaba muerto en su vientre, y que debía abortar.

Ella escuchó más lo que sentía que lo que le fue dicho, y decidió seguir adelante.

Querido lector: este libro se lo dedico a ella, pero no porque le deba la vida —ya que como decía un viejo maestro mío (el Dr. Héctor Jorge Touyaá): “Ninguno de nosotros pide nacer, y por lo tanto, uno no puede deberle a alguien por algo que nunca pidió”—, sino para que mi madre se entere de algo que descubrí hace unos años pensando en aquel hecho: pues hay una gran diferencia entre una cosa y la otra… no es lo mismo nacer de un deseo, que de una “decisión”, ¿no te parece? Pero no me respondás ahora… nos encontramos nuevamente al final del libro.

Agradecimientos

Al Dr. Héctor Jorge Touyaá, mi viejo maestro,

a mi familia,

a mis amigos,

a la licenciada Sara Botta Barcina, con quien aprendí lo que sé sobre vínculos,

al equipo de Ediciones Andrómeda,

a José Narosky, que con pequeñas frases me enseñó grandes cosas,

a la familia Demarco,

a la profesora Carina Ullua, la primera en leer los borradores de este libro,

a la producción, a la locutora y a los profesionales de mi equipo de la radio,

a mis oyentes, por la lealtad y la confianza que me brindan noche tras noche.

Muchísimas gracias, hay en mí algo de cada uno de los que he querido a lo largo de mi vida, y a través de mí, también hay algo de ellos en las páginas de este libro.

Prólogo

Para mí es un honor y un privilegio poder abrir las puertas de este libro y darle la bienvenida a cada una de sus páginas, en las cuales, considero, el lector verá reflejadas algunas escenas de su historia.

¿Quién no tuvo que tomar una decisión alguna vez? ¿Quién no sintió miedo ante las consecuencias de una decisión tomada? ¿Quién no se vio enfrentado con la imposibilidad de decidir?

Cuando, allá por el 2002, fui convocada por Daniel Martínez, conductor y creador de Buenas compañías, para integrar su equipo como columnista del programa, tuve que enfrentar ciertos miedos e inseguridades con objeto de asumir el lugar que me esperaba y el cual, inconscientemente, yo deseaba.

Y así tuve que decidir enfrentarme por primera vez a aquel micrófono que puso al descubierto uno de mis más auténticos deseos: el trabajo en un medio de comunicación, como es la radio.

Y por atreverme a vivir tan maravillosa experiencia, me encontré con una de mis verdades más íntimas. Decidí dar un paso hacia un mundo que no conocía. Y este paso cambió mi vida para siempre.

Decisiones, desde lo imponente de su título, nos remontará a todos y a cada uno de los que viajemos por estas páginas, hasta lugares, recuerdos, historias y momentos de nuestras vidas que muchas veces tenemos guardados en rincones muy íntimos que no acostumbramos visitar.

 

Venimos al mundo por la decisión de alguien que quiso que así fuera.

Nacemos también porque decidimos hacerlo. Comenzamos a caminar porque un día decidimos soltarnos de la mano de mamá o de papá para intentarlo solos.

Hay decisiones que duran un instante, como elevar nuestra mirada al cielo y disfrutar de su inmensidad. Existen decisiones que duran ocho, diez o doce horas, cuando comenzamos un día laboral. Y además, hay decisiones que duran toda la vida, y vivir es una de ellas, quizá la más difícil.

Más de una vez despierta el miedo. Miedo. Esa sombra que aparece con frecuencia en muchas personas. Miedo al cambio de varias cosas, pero fundamentalmente a soltar amarras e ir en busca del propio camino. Tarea que, para muchos, resulta fácil y natural, porque así lo han aprendido, aunque para otros está cargada de imposibilidades.

Muchos viven instalados en la tragedia y creen que el destino se les presenta como inmodificable.

Este libro te convoca a escucharte a través de cada cuento, de cada historia, de cada test… interesantes recursos que el autor utiliza como un disparador para que cada uno pueda encontrar sus propias palabras y descubrirse en cada respuesta.

El lector se sentirá acompañado y transitará cada capítulo de la mano de quien lo invita a recorrer aquellas decisiones que marcaron o pueden marcar su historia personal, venciendo el miedo a acceder a la novela familiar, a la vez que construye un camino hacia un final libre de mandatos y acorde al propio deseo.

Daniel J. Martínez, inspirado en su experiencia personal y profesional, nos habla de la importancia de pensar, reflexionar, sentir, conmoverse, aprender de las crisis, reestablecer o establecer vínculos, abandonar enfermedades, disfrutar la sexualidad, sin presiones, sin culpa y con plena libertad.

Creo en el mensaje de estas páginas, en la responsabilidad de su autor para con ellas. Y por eso, le deseo a Decisiones —y a mi querido amigo, compañero y maestro en esta actividad radial que me enseñó a amar—, el mejor de los logros, que será, sin dudas, sembrar en cada lector la certeza de que la felicidad es una decisión que depende absolutamente de uno mismo.

Con el cariño de siempre.

Lic. Gabriela S. Rodríguez

Introducción

“No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo”.

Oscar Wilde (1854-1900)

Creo que esta es la exacta definición de lo que me ha llevado a escribir el presente libro.

Desde hace muchos años, conduzco un programa de radio que, de lunes a viernes por la medianoche, propone un encuentro con uno mismo. Durante el programa, se suceden diálogos entre cada oyente y yo, en los que ambos intercambiamos vivencias y toda clase de sensaciones.

A esa hora suele venir el silencio, nos despojamos de las caretas que nos ponemos durante el día para transitar los diferentes roles. Es la hora del encuentro con nosotros mismos, la hora en que, invariablemente, la mayoría deja a un lado ese muñeco social que arma cada vez que, al levantarse, sale a la vida vestido para la ocasión. Nos disfrazamos de vendedor, de chofer, de maestro, de padre, de médico, de profesor, de arquitecto, de obrero y de tantas otras cosas como las circunstancias lo requieran. Y muchas veces, no te das cuenta de que no sos eso. Pues hay una gran diferencia entre lo que hacemos y lo que somos: quizás una infinidad de cosas que no mostramos a cualquiera y, a veces, a nadie.

Somos, la mayoría del tiempo, lo que no transitamos normalmente, lo que no expresamos a cada paso.

Y hay personas que muchas de esas cosas las guardan, las esconden, las postergan. Ocurre, entonces, que en las madrugadas de radio, durante esas charlas de confesiones profundas, he escuchado historias de toda clase que empezaron a empujar mis ganas de escribir sobre algo que es común a la mayoría de los que no logran ser felices en su vida: las decisiones.

Sentí que reunía las dos circunstancias que Oscar Wilde define como “reglas para escribir”:

No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo.

Sentí que tenía algo que decir, y me decidí a decirlo.

Espero que tu decisión de leerlo nos lleve a los dos a pensar que nos hemos encontrado por esas causalidades de la vida.

Para entrar en tema

“Fracasa quien no intenta, muere quien no decide”.

Hoy es 26 de julio de 2005. Anochece…

Vos te preguntarás por qué menciono esta fecha. En verdad, me la estoy diciendo a mí mismo. No me entendés, ¿no? Bueno… te explico: este es mi cuarto libro, y cada uno de ellos tuvo su particularidad. Cuando empecé el primero, me dio mucho miedo porque al leer lo que escribía, tomé conciencia de que todo eso quedaría impreso para siempre, lo cual me hacía absolutamente responsable ante cada lector de lo que había escrito, y entonces me sentí algo paranoico. Me vino cierto temor al releer cada capítulo, miedo al decir cosas que pudieran influir mal en quien lo leyera, de ser criticado por conceptos mal vertidos. Miedo a la crítica del editor —cuando lo leyera—, por la gramática y la ortografía cuando pasara por el corrector, etcétera, etcétera, etcétera.

Pero seguí adelante hasta terminarlo, y me di cuenta de que aquellos miedos no eran por ser mi primer libro, sino que mi costumbre de hacer radio todas las noches hizo que, al escribirlo, entienda que las palabras no quedarían en el aire, no se irían por ahí, sino que cada coma, cada espacio, cada pensamiento estaría realmente impreso. Percibí que estaría esclavizado por lo que escribía. Y al advertir de dónde venían esos temores, sentí que tenía que decidir, y lo hice. Así seguí…

El segundo libro fue diferente, porque surgió por casualidad; me senté a escribir sobre un tema, y terminé haciéndolo de corrido, en treinta días, sobre algo diferente. En verdad, escribí sobre la numerología, que estudié e investigué durante casi veinte años, pero sobre lo que jamás pensé en plasmarlo en papel. Así como te lo digo, escribí acerca de esta milenaria disciplina que fue creada por Pitágoras, aquel sabio matemático al que todos conocen por el famoso teorema que se estudia casi de memoria en el colegio (y que en verdad resultó ser un profundo conocedor de la vida, sus misterios, la música y muchas cosas que tienden a rescatar el alma).

En realidad, el segundo libro hubiera tenido que ser este, pero por rara cuestión, no lo fue, así que quedó postergado.

Y luego surgió de forma espontánea, junto a una psicóloga —amiga desde hace muchos años—, la idea de escribir un libro sobre sexualidad, y bien, así lo hicimos. En el inicio, puse una fecha límite porque hacía tres meses que debía haberlo empezado, pero no pude, no me salía, no sabía cómo: me sentaba frente a mi computadora, y no…

Bueno, basta de vueltas, te lo digo claramente: no podía tomar la decisión de intentarlo. ¿No me digas, lector, que no es paradójico? Me costaba decidir escribir sobre “decisiones”.

Hace tres años que vengo postergando este libro por otros, y cuando llegó el momento de narrar, cuando mi editor me dijo: “¿Para cuándo el libro de “decisiones”?”, me costó tres meses empezar.

Tomé cientos de miles de decisiones en mi vida: cada día está plagado de decisiones pequeñas, cotidianas, habituales, que parecen involuntarias, pero que llevan necesariamente implícita la capacidad de discernir. Uno cree no estar preparado para tomar medidas importantes en la vida; es que las que a uno le parecen trascendentes, son aquellas que no se acostumbra tomar, pero que luego se repiten a lo largo de la existencia.

Vos y yo, ensayemos una pequeña listita. Vamos a hacer algo: yo te dejaré un espacio a la derecha para que puedas escribir otras cosas sobre las que tuviste o tenés que decidir: animate, hacé tu lista.

• Ir al colegio

• El secundario

• La facultad

• Tener novio/a

• La primera relación sexual

• El primer trabajo

• Ser autónomo

• o en relación de dependencia

• Casarse

• Tener hijos

• Separarse

• Una operación

• El dentista

• Cambiar el auto.

• La tarjeta de crédito

• Renunciar a un trabajo.

• Comer algo.

• Comprarse ropa.

• Cortarse el pelo.

• Lavarse los dientes

• Salir más tarde

• Llegar temprano

• Comer la sopa

• no comer la sopa

• Ir de vacaciones

• no ir

• Elegir una carrera…

• dejarla

• empezar otra

• Tener amante

• Ser fiel

• o ser infiel

• Hacerse una cirugía

• no hacerse una cirugía

• Tomar ese colectivo

• o el otro

• o el tren…

• ir caminando…….

• Comer en casa

• comer afuera

• o no comer.

• Hacer régimen

• comerte todo

• El primer cigarrillo

• dejar de fumar

• Callarse

• gritar

• decirlo

• Tirarse un lance.

• Tener un orgasmo

• o no tenerlo

• Quedarse quieto

• Elegir una película

• o el teatro

• La pasta de dientes

• el desodorante

• Cortarse las uñas

• bañarse

• quedarse sucio

• Tomar un avión.

• Hacer terapia.

• Salir a caminar

• Ir al gimnasio

• abandonarlo.

• Seguir viviendo a pesar de

• Pizza de muzarella

• o jamón y morrones

Uffff. ¿Te cansaste sólo por leerlo? Imaginate la fatiga que causa estar constantemente tomando tales decisiones que son apenas un pequeño número enunciativo de las miles y miles que existen a través de tu vida. Claro, con razón tanto conflicto, duda, temor, vergüenza, timidez, desamparo, soledad, miedo y tantas otras sensaciones que convergen a la hora de decidir.

Cierta vez, mi viejo maestro, el doctor Touyaá, me dijo: “Cuando uno decide, está como cuando se muere, es decir: solo”. “¿Por qué?”, le pregunté. Y con su tradicional estilo, pausado, seguro, firme, el que sólo tienen los maestros de la vida, me contestó. “Porque, al morir, estamos rodeados de personas, médicos, amigos, familiares, en fin, siempre hay alguien, pero el único que se muere es uno”. “¿Y cuando decidimos?”, le dije. “Cuando decidimos, hay consejeros, asesores, terapeutas, amigos, familiares, pero, al tomar la decisión, el que decide es uno, es decir, también estamos solos”.

Si uno decide bien, todos se cuelgan de tu éxito, pero cuando decidís mal, nadie se arrima ni para saludarte, ninguno te recuerda su opinión, sólo alguno que te aconsejó lo contrario, que encima viene a reprocharte el no haber seguido su indicación. Y ahí estás, mal por tu supuesto fracaso y soportando el dedo acusador de los demás y las consabidas frases de siempre: “Viste, yo te dije”, “¿Para qué me pedís opinión, si al final hacés lo que se te da la gana?”, “Pero vos sos siempre el mismo”, “¿No podías haber hecho otra cosa mejor?”, y dale, y dale, y dale.

¿Por qué cuesta tanto tomar decisiones?

Al decidir, existen muchas cosas que vienen al encuentro: nuestros propios deseos, lo que pensamos que desearían los otros, el miedo a que salga mal, el temor a que nos dejen de querer por hacer lo contrario a lo que esperan de nosotros, el terror al fracaso o al éxito. Sí, leíste bien: al éxito. Hay quienes tienen miedo a ser exitosos, gente que, en verdad, no se lo permite.

Pero bueno, voy a tratar de invitarte a seguirme en este libro para ver si podés ver, uno por uno, los temas que influyen en cada una de tus decisiones, de las mías y de las de todos. Porque, en el momento de decidir, nadie escapa a alguna de las influencias que se mezclan en esos cruciales instantes de nuestras vida.

Un poco de tu historia

“No se conocen las razones del éxito, pero sí la fundamental para el fracaso: querer conformar a todo el mundo”.

Cuando el semen entra en la vagina, son alrededor de un millón y medio de espermatozoides los que van en busca del óvulo para fecundarlo. Uno de esos espermatozoides, eras vos. Lo curioso de esto, es que cada uno de ellos hubiera engendrado una persona diferente, única e irrepetible. Quiere decir que cuando nadaste y nadaste durante horas hasta llegar a fecundar el óvulo, te abriste camino entre los otros, sorteaste dificultades, superaste escollos, competiste con los demás y lograste nacer. Y aquí estás, sos la prueba de semejante desafío.

 

Resulta fácil concluir, entonces, que el resto de esas potenciales personas (es decir, haciendo números aproximados, 1.499.999, ¡vaya cifra!) nunca nacieron ni nacerán; esas potenciales personas dejaron de nacer para que vos llegaras al mundo. ¿Te das cuenta de tu capacidad, de tu fortaleza, de tu espíritu de lucha, de tu abnegación, de tu fuerza para sobreponerte a la adversidad?

Me animaría a decirte que hay —en cada uno de nosotros, los que logramos nacer—, una vida que representa la postergación de cientos de miles de vidas. Por lo cual, tenemos la obligación de honrar todo esto, de advertir lo que fuiste capaz desde el comienzo y entender que, si luego perdimos esa fuerza, esa capacidad, esa abnegación, es porque hubo factores que influyeron, que fueron haciendo que dejáramos ese camino de rotundas decisiones; que nos alejáramos de nosotros mismos, que nos convirtiéramos en débiles, indecisos, frustrados, depresivos, fóbicos o inseguros.

Nacer fue una decisión absoluta, vivir es lo mismo. Pero uno empieza a ser consciente de los otros, ahora nos cuesta dejarlos atrás, pareciera que perdimos la memoria que teníamos cuando íbamos en camino del óvulo, cuando apenas éramos un espermatozoide. Porque, te guste o no te guste, debés admitir que vos fuiste quien ganó, el que llegó primero y se abrió paso, el que eligió, decidió y lo logró. Aunque ahora vivas haciendo una parada muchas veces, yendo más lento otras, y postergándote en tus objetivos.

La mirada que tenemos sobre nuestros padres, el miedo a que nos dejen de querer por lo que hicimos o por lo que no hicimos, empieza a mermar nuestra esencia, desdibuja nuestro yo y nos convierte en inseguros.

Se vive con máscaras: fingiendo reír, postergando los deseos, estudiando lo que otros quieren, cortando noviazgos porque los demás no gustan de él o de ella, ocultando cosas y mostrando otras que no son. Y así uno se empieza a alejar del camino que inicia.

Vos tuviste que fecundar tu propia vida nueve meses antes de nacer. Ahora que sos un cuerpo, una mente, una esencia, un alma, hay veces en las que no podés ni con lo mínimo. Oportunidades en las que te asusta cualquier obstáculo, toda mirada acusadora o comentario en contra, cualquier crítica posible.

Dicen algunos psicólogos que el padre y la madre fundan aspectos determinados en sus hijos a partir de la relación que tienen con ellos, desde cómo estén plantados en sus roles, y entonces, la madre será —para la vida del hijo— un factor determinante de sus aspectos relacionales, de sus vínculos afectivos. El padre, por su parte, resultará ser un factor preponderante en la relación de ese chico con el mundo, en la elección de la sexualidad, de su carrera…

Cada uno de ellos, y de acuerdo con el vínculo con el hijo, la postura ante la vida y la relación entre ambos, se convertirá en determinante para la forma de vincularse con él, para muchas de las seguridades e inseguridades que el pequeño tenga. A veces, el abandono —real o no— de alguno de ellos, debilita cualquiera de esos aspectos. O la falta de rol, aunque esté presente. En oportunidades, es mejor no tener algo que tenerlo mal, ¿no te parece? Tampoco se trata de que sobreprotejan, porque eso también es una forma de abandono. ¿Suena extraño?

Cuando alguien te sobreprotege, tampoco te deja decidir, porque él elige qué es lo mejor para vos, dónde debés ir, qué tenés que estudiar, qué hacer y qué no hacer… Esto hace que esa persona te abandone de forma constante, ya que nunca tuvo en cuenta tus deseos esenciales, tus verdades más profundas. Así, el niño crece alejándose cada vez más de sí mismo y acostumbrándose a cumplir deseos de los otros. Por lo cual, cuando elige pareja, lo hace desde lo que hicieron con él y no de lo que es en realidad, y se frustra y no es feliz, y siente miedo a ser lo que desea ser porque, sin darse cuenta, se lo prohibieron.

Así empieza la historia de nuestros temores para decidir, el miedo es el enemigo número uno de esta cuestión. Y al miedoso o al temeroso no hay nada externo que lo calme, que lo haga sentir seguro, porque siempre busca la aprobación fuera y sucumbe ante la mínima desaprobación. Es más, no intenta por temor al qué dirán, al fracaso, a que lo dejen solo, a que se enojen, a que no les guste, a que lo tomen a mal. En fin, el miedo a cualquier cosa, miedo paralizante, miedo a sufrir.

Por miedo a sufrir soledad, sufrimos la tortura de una mala compañía. Por miedo a sufrir el final de una relación, sufrimos por años el infierno de una mala pareja. Por miedo a asumir las responsabilidades de un adulto, sufrimos siempre las consecuencias de actuar como un niño, siendo grande. Por miedo a cometer un error en nuestros intentos, sufrimos las consecuencias de no comprometernos nunca en nada que tenga que ver con nuestros deseos. Por miedo a sufrir el rechazo, sufrimos las consecuencias de postergarnos, y no nos mostramos como somos para lograr aprobación de todos, la cual, en verdad, jamás llega. Por miedo al juicio del otro, postergamos nuestros deseos y la solución de nuestras frustraciones sexuales.

Claro que el miedo es sano cuando actúa como advertidor de riesgos innecesarios, pero nunca cuando nos impide, nos prohíbe, nos separa de nosotros, nos aleja de los sueños, de nuestra esencia, de nuestro sexo, de nuestra vida. Jamás nadie nos dará la seguridad anhelada, sólo nosotros, volviendo a ser nosotros, tomando nuevamente el camino que dejamos, podremos lograrlo. No existe la magia, los miedos no se van porque sí; a los miedos se los combate únicamente con la acción… con nuestra acción.

A ver si me explico mejor de esta forma:

El ratón estaba siempre angustiado porque le tenía miedo al gato. Cierta vez, un mago que lo vio se compadeció del pobre animalito y lo convirtió en gato. Pero empezó a sentirle miedo al perro, de modo que el mago lo convirtió en perro.

¿Y qué pasó? El ratón, al verse convertido en perro, perdió el miedo al gato pero comenzó a tener temor de la pantera, y fue entonces que el mago obró sobre él una vez más y lo transformó en pantera. A partir de ahí, comenzó a tenerle miedo al cazador.

Llegado a este punto, el mago se dio por vencido y volvió todo al principio: lo metamorfoseó nuevamente en ratón y dijo: “Nada de lo que haga por vos te servirá de ayuda, porque siempre tendrás el corazón de un ratón”.

¿Queda más claro ahora, querido lector? No importa lo que parezcas, no importa lo que los otros vean o comenten de vos, no interesa toda la aprobación que logrés de todos, lo que venga de afuera, no interesan los disfraces que te pongás o en qué tratés de convertirte. Lo único que importa, lo único que vale, es tu corazón, tu sentir, tus deseos, aceptarte, vencer los propios límites, tu propio quererte, tu amor por vos. Es hora de que empieces a llorar mucho por lo poco que te amás, en vez de entristecerte porque los demás no te quieren.

Cuando yo era chico, leí un mandamiento de la religión católica que dice: “Ama a tu prójimo como a ti mismo”. Fijate qué simple, mirá cómo deberás amar a tu prójimo, que por lo menos tiene que ser igual a cómo te amás a vos mismo.

Más allá de tu fe religiosa, te pregunto: ¿te has querido por lo menos en la misma medida que quisiste a otro? ¿Te aceptás en la misma forma que aceptás a los demás? ¿Te das placer en la misma medida que lo das? ¿Pedís de la misma forma que te piden? ¿Te das los permisos que das? Elegiste nacer hace muchos años, me parece que es hora de que elijas vivir.

Sería bueno que intentés poner en práctica otra receta. Porque si hacés una comida de determinadas manera y siempre tiene mal gusto, habrá que cambiar la fórmula, aunque sea para probar cómo sale, ¿no te parece?

Probá, intentá, empezá con pequeñas cosas, estudiá algo que nunca te animaste, ponete esa ropa que pensás que te quedará mal, decí que “no” alguna vez, pedí aumento, poné tu propio negocio, no tengás miedo al orgasmo, hablá de sexo, corré algún riesgo… en fin: tratá de vivir en vez de durar.

Qué cosa rara es el hombre, ¿no?: “nacer”, no puede; “vivir”, no sabe; “morir”, no quiere…

No es que no te atreves porque las cosas sean difíciles, sino porque no te atreves se hacen difíciles.

Séneca